Alejandra: Decirte adiós

La llamada confirmándome mi selección en el puesto al que había aplicado llegó en el peor momento. Habían transcurrido dos días desde aquella mañana en que por primera vez desde el inicio de nuestra relación, Mauricio y yo habíamos intercambiado frases hirientes. Ese día tendría que enfrentarlo una vez más y decirle que renunciaba a su constructora. Mi plan inicial era hablarle de cómo me sentía trabajando para él, de la manera casi desesperada en que necesitaba valerme por mí misma. Si bien ese empleo otorgado casi por caridad me había dado un respiro, era tiempo de tomar las riendas de mi vida sin depender de otro. Aunque ese otro fuera de hecho el hombre que amaba.

Desde nuestra discusión Mauricio y yo apenas habíamos cruzado palabra. Para no hablar del tema, poníamos el trabajo de ambos como excusa. Alargábamos los silencios para no sentir que algo se había roto. Él seguía enfadado, tanto como yo. Lo sentía cada vez que compartíamos el mismo espacio. Incluso visitó a Sebastián en un intento de apaciguar lo que silenciosamente nos atormentaba. Aquella visita fue desastrosa. No tanto para mi hijo, que disfrutó cada segundo junto a Mauricio, sino para nosotros. Cuando tuvimos la oportunidad de quedarnos a solas, no pudimos articular palabra. No hubo ni una disculpa. La herida seguía ahí y era demasiado profunda.

Mientras me dirigía a la oficina de Mauricio traté de respirar hondo. En mi cabeza había preparado un discurso que intuía sería inútil una vez que estuviera frente a él. Vanessa me hizo pasar inmediatamente luego de anunciar mi visita. Cuando lo vi levantarse de su escritorio y caminar hacia mí para recibirme, casi me arrepentí de lo que estaba a punto de hacer. El brillo esperanzado en sus ojos estuvo a punto de hacerme desistir. Él estaba tan cansado como yo, su expresión pedía a gritos una paz a la que me renuncia no contribuiría. Me odié a mí misma por la forma en que estaban resultando las cosas. Mauricio llegó hasta mí y tomándome la mano, depositó un suave beso en mi mejilla. Su tierna caricia estuvo a punto de hacerme olvidar el propósito de mi visita. Lo único que deseaba era abrazarlo y decirle lo mucho que lo amaba.

—Estaba deseando verte —me dijo, tomando mi mano y acariciándola con sus dedos.

—Hay algo que debo decirte... —corté su dulce recibimiento.

Su rostro se tensó apenas me escuchó. Tal vez lo sospechaba, tal vez ya lo sabía, pues no se notó sorprendido cuando le dije que había estado buscando empleo.

Sin decir nada se alejó de mí, pero yo no le di tregua. Recité lo que había fraguado en mi mente de modo casi mecánico. Agregué que renunciaba ya que había logrado mi objetivo y tenía que presentarme a mi nuevo empleo lo más pronto posible.

Su largo silencio fue peor que cualquier reclamo.

—Dime algo —le pedí, incapaz de seguir contemplándolo así, mudo y apostado a un lado de su escritorio. Todo en él lo delataba: la mirada perdida, el gesto rígido de quien pretende ocultar sus emociones sin lograrlo.

—¿Qué quieres que te diga si tú ya lo has decidido todo?

—¿Estás enfadado?

—Lo estaba al principio, pero ahora sólo estoy decepcionado ¿Por qué no me dijiste antes lo que planeabas? ¿Por qué has esperado hasta el último momento para decirme que no estabas conforme a mi lado? Tu actitud deja mucho que desear incluso a nivel profesional. No eres una simple empleada para irte así sin más.

—Lo sé, perdóname, pero me he encargado de que mi asistente sepa todo lo necesario para cumplir la mayoría de mis funciones, hasta que encuentres a alguien que me reemplace.

—Parece que ya lo tienes todo resuelto, ¿cierto? Pero aún no me has respondido. ¿Por qué hacerlo a mis espaldas? ¿Qué hice para merecer esto?

—No hiciste nada. Mi decisión no tiene que ver contigo, no de la forma que crees.

—¿Entonces con qué?

—Tengo que explicarte tanto... tanto que quisiera haberte dicho.

—Sí, pero te lo has guardado todo para ti. Como siempre, me dejas fuera... Creí que me había ganado tu confianza, pero ya veo que no, que para ti no valgo ni el esfuerzo de explicarme nada. Dime algo, ¿has estado conmigo porque en verdad me amas o por lo que te doy?

Sentí sus palabras como aguijones. ¿Esa era la clase de persona que pensaba que era? ¿Lo único que había estado haciendo durante ese tiempo había sido comprar mi amor? Me sentí humillada y terriblemente dolida. Pese a mis equivocaciones, no merecía aquel trato.

—Lo que dices me hiere, no digas lo que sabes que no es verdad.

—Ya no sé lo que es verdad. Lo único que tengo claro es que la Alejandra de la que me enamoré hace tanto, esa chica que me atreví a soñar como compañera, no será nunca parte de mi vida ni yo parte de la suya.

Claro que no. Esa mujer no existía, y Mauricio tenía que darse cuenta de una vez por todas. Decidí que era hora de revelarle la realidad. Perderlo no me importó en ese momento. Lo único que quería era acabar con la angustia que habían generado las ilusiones proyectadas sobre mí.

—No me culpes. Esa chica nunca existió y tú te has negado a verlo. Me has obligado a estar a la altura de tus expectativas en todos los sentidos, has puesto sobre mí la carga de tu amor idílico sin preguntarte siquiera si yo estaba dispuesta a soportarla.... —Debí detenerme un segundo y silenciar todas las palabras que salieron a borbotones, pero ya era demasiado tarde. Mis brazos se movían frenéticamente a mi alrededor y mis latidos desbocados apagaban todo atisbo de prudencia —¡Desde que volvimos a encontrarnos no has hecho más que ponerme en un pedestal, tratando siempre de facilitarme la vida como si fuera tu obligación! Pero no lo es. ¡No es tu obligación hacerme feliz cuando no tenemos ni la certeza de que podamos seguir juntos!

—¡Y cierto es que no la tenemos! ¿Qué haces aquí entonces si tan infeliz te hago? ¿Si de nada te sirve lo que te doy y tanto desprecias mi amor? Vete de una vez, tú tampoco tienes la obligación de soportar al estúpido que se enamoró de ti sin conocerte.... Bien sabes dónde ir a firmar tu renuncia ¡A mí ya no vuelvas a molestarme!

Su última frase se clavó directo en mi pecho. Procuré recomponerme y mostré integridad pese a mi profundo dolor. Salí con paso firme, sin molestarme en atender los cuestionamientos de Vanessa. Ella sin duda había escuchado todo.

Volví a mi sitio de trabajo como una muerta en vida y así tomé cada uno de mis objetos personales. No eran muchos, así que no tardé en ponerlos todos en una caja. Luego me dirigí a la oficina del encargado de recursos humanos y le entregué mi carta de renuncia. Él me advirtió de las consecuencias de un incumplimiento de contrato y otros detalles que no estaba en condiciones de comprender en ese momento. Mi único deseo era salir lo más pronto posible de ese edificio y así lo hice, me fui sintiendo que dejaba trozos de alma a cada paso. Abandoné la constructora sin despedirme de nadie, excepto de Joel que como siempre se mostró amable conmigo.

Pese a sentirme miserable logré reunir el ánimo suficiente para presentarme en mi nuevo empleo la semana siguiente. El sueldo era mucho menor, pero bastaba para lo que necesitaba. Al menos las responsabilidades eran más acordes a mis conocimientos y experiencia. A mi padre y a mi hijo no les hablé de la ruptura con Mauricio. El primero lo supo al instante, pero decidió respetar mi silencio. Lo que me costó más esfuerzo fue convencer a Sebastián de que Mauricio ya no lo vería tan asiduamente como antes. En el fondo esperaba que mantuviera un poco de la nobleza y amabilidad que le había mostrado siempre a mi hijo. Me conformaba con que recordara su cumpleaños y lo llamara alguna vez. En lo que a mí respectaba, estaba segura de que me aborrecería para el resto de su vida.

Con Alberto me obligué a seguir hablando cada día un poco más. Primero por compasión. La piedad aminoraba el rencor que, sin saberlo, aún guardaba por él. Poco a poco y casi sin darme cuenta, las heridas se fueron cerrando. Quería hablarle y convencerlo. Alberto pretendía morir sin llegar a conocer a su hijo. Se conformaba con saber de él a través de mí y de lo que le relataba, pero nunca estuve segura de que eso fuera suficiente para Sebastián ¿Y si un día se enteraba de que había tenido la oportunidad de conocer a su padre y yo no había intercedido para que lo hiciera?

Intentando convencerlo, comencé a reunirme con él en una cafetería cercana a mi casa. Me habló de su enfermedad, de su vida, de lo que había hecho luego de nuestra separación. No puedo decir que las consecuencias de sus malas decisiones me apenaron, pero yo también me había equivocado mucho. Con el tiempo, la cordialidad dio paso a una fraternal amistad.

Fue entonces cuando realmente llegué a comprenderlo. Alberto había intentado amarme, pero ignoraba cómo hacerlo. Por mi parte, yo no había podido reconocer que años atrás su sentimiento era más parecido al apego por un objeto que al amor por un semejante. Comprendí que nos habíamos encontrado en un momento en el que ambos necesitábamos más de lo que podíamos dar. Al final, nos habíamos estafado mutuamente, quedando con las manos vacías.

Entendí que, pese a la enorme diferencia entre ambas relaciones, con Mauricio tampoco había logrado aclarar a tiempo mis sentimientos. Me había dejado amar por él sin mostrarle mis verdaderas emociones. Aceptaba lo que me daba y nunca me preocupé por lo que él necesitaba, creyendo que le bastaba estar a mi lado. Jamás le había preguntado qué quería él. Me sentí miserable al darme cuenta de mi equivocación.

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