Capítulo Doce




Capítulo doce.

Meredtih Allen.


2 de marzo, 2016.

La habitación está oscura, silenciosa, fría  y estoy envuelta en mi sabana, además llevo un suéter con capucha y no, no estoy enferma, al menos no físicamente.

Me duele el alma y puedes establecer que eso es imposible, pero es muy real. Siento una pesadez en el cuerpo que proviene de mi interior, un malestar en mi cabeza que proviene del hecho de no querer pensar y no es que sea un día particular en dónde me sienta mal, es solo que a veces hay días malos.

Hay días en los que despierto y me cuestiono demasiado, en donde volteo hacia atrás y recuerdo cosas que quisiera olvidar, en donde siento que algunos me presionan demasiado hasta quebrarme.

La mañana empezó así desde que abrí mis ojos en la madrugada con una horrible pesadilla que a veces temo sea verdad, no pude volver a dormir, después respondí una llamada temprana de tía Rochelle diciéndome que de nuevo me llamaban, que debía volver a Estados Unidos y centrar mi trabajo allá y luego yo simplemente pensé y pensé sintiéndome tan agotada.

Tengo veintitrés años, pronto veinticuatro, soy bastante joven, pero a veces me siento tan avejentada por el cansancio. A veces solo quiero parar, gritar que estoy cansada y simplemente existir.

— ¿Por qué tienes que dejar que en ocasiones las emociones te superen? —Me reprendo en un susurro con la vista clavada en la pared.

Desde afuera parece que lo tengo todo y sí, tengo muchísimas cosas materiales, pero tengo la impresión de que no tengo nada más allá de lo tangible. El dinero facilita muchas cosas y no mentiré diciendo que no establece una clara diferencia, te da una vida más fácil y con recursos de alcanzar ciertos puntos que a otros les cuesta un poco más. Tener dinero ha hecho mi vida más fácil, pero no más completa, porque al final hay días cómo estos en donde soy ésta mujer sola, vacía en una habitación fría que no quiere salir y enfrentar el mundo.

Hoy tenía una reunión para la negociación de una pasarela en un evento francés bastante privado y elegante, pero no me importa o no me importó cuando decidí quedarme aquí acostada.

«Por favor, vuelve, por favor»

« ¡Dios, Mary Alena! ¿Por qué no entiendes nada? ¿Por qué no haces nada bien?»

« ¡No lo entiendo! Es un saco de hueso del que no puedo conseguir nada»

«No puedes hacer nada bien. Dame una sola razón para no deshacerme de ti, inútil de mierda»

—No llores, no llores, no llores —Me repito una y otra vez.

Pero es tarde, estoy llorando y si bien dicen que llorar es liberador, yo siento que me desgarra de adentro hacia afuera porque siempre me digo que no volveré a llorar por el pasado y de nuevo termino aquí, doblegándome ante ello y aferrándome a recuerdos que no me hacen ningún bien.

A veces quiero decirme "si mamá estuviese aquí..." pero la verdad es que no sé cómo sería mi vida si ella aun viviera. No era la madre perfecta, pero me amaba. Me peinaba, me decía que era su todo, su vida, me abrazaba, me ayudaba en mis tareas y todos los días me susurraba que me amaba con una dulce sonrisa pese a la vida en pobreza y miseria que llevábamos. No importa qué tan malo fuera su día o las circunstancias, ella pintaba otro mundo para mí con sus sonrisas y diciéndome que todo estaría bien.

No tendría que haber muerto, no entiendo por qué la vida la castigó cuando ella solo quería un pequeño respiro de felicidad ¡Joder! Lo merecía.

No guardo rencores hacia mamá por haberle sido infiel a mi padre, no cuando ese fue su único refugio, el otro pequeño pedazo de felicidad, además de mí, en un matrimonio francamente horrible y triste. No la justifico, pero nunca pude decir "estuvo mal" "no debió hacerlo", lo sabía, la vi y nunca me causó tormento esconder que lo sabía, pero ella no escogió bien.

Nuevamente había elegido a un lobo, solo que éste se había disfrazado con piel de oveja y cuando se dio cuenta, era demasiado tarde. Tan tarde.

Cuando le dije a Maximiliano Greene que el día que se murió mi mamá sentí que desapareció la única persona que genuinamente me amaba, fui real. Ese pensamiento me ha acompañado por años porque sé que Loraine me ama, que es mi familia, pero el amor incondicional y sin medidas que mi madre me dio, nunca más lo experimenté y crecí tan sola, cómo un animal apaleado al que todos rechazan y al que no le enseñan del amor.

No sé cuánto tiempo transcurre, pero lloro y duermo y cuando escucho la puerta de afuera cerrarse me tenso, pensando por un momento que esa persona ha venido por mí, pero recuerdo que no sabe de mí, en dónde estoy, posiblemente ni siquiera recuerde mi rostro y han pasado tantos años...

— ¿Allen? —dice la voz de Loraine.

Ella me llama de nuevo y cada vez su voz suena más cerca, no suena feliz y definitivamente está molesta por mi irresponsabilidad y por tener el teléfono apagado, pero cuando la puerta de mi habitación se abre y algo de luz entra para que me vea escondida en la gran cama, se hace un largo silencio.

No será la primera ni última vez que me encuentre hecha este desastre y la amo ferozmente por no correr, por quedarse siempre y hacer todo lo que está en ella para comprender la manera en la que me siento. Por eso no me sorprende cuando la cama se hunde a la altura de mis piernas; el silencio permanece mientras ella espera por mí...Lo hace durante largos minutos y cuando finalmente me quito las sabanas y me incorporo, hace una mueca ante mi aspecto.

Tengo que verme horrible: hinchada, ojos rojizos, cabello hecho nudos y la lamentable tristeza en mi mirada. Ésta no es la súper modelo Meredith Allen Lynch o quizá sí lo es, solo que una versión quebrada.

Quitándome rizos del rostro le regreso la mirada que me da hasta que suspiro y veo hacia el techo mientras me muerdo el labio intentando encontrar qué palabras decir.

—Quiere verme —digo con lentitud— ¿Por qué quiere verme?

—No lo sé, cariño.

—Tía Rochelle quiere que vuele a Los Ángeles y esté un tiempo allá, que me haga cargo de todo esto —Vuelvo la vista a ella— y hoy ha sido francamente un día de mierda.

»Tuve pesadillas que se sintieron reales y luego me sentí tan vacía, Loraine, tan triste y rota. El peor rasgo que puedo tener es no saber olvidar, no saber desprenderme de las cosas que duelen, aferrarme a ellas y luego darles el poder de que me destruya una y otra vez.

—La buena memoria no es una maldición, cariño, también te permite recordar los momentos bonitos ¿No te sientes afortunada cada vez que recuerdas un momento, un instante que te haya hecho sumamente feliz?

Pienso en cuando la conocí, pienso en viajes, lugares especiales. Pasarelas y trabajos que fueron increíbles, momentos pequeños llenos de sonrisas e incluso pienso en Max, la última vez que nos vimos en ese pequeño balcón en su apartamento, el tacto, su boca, las palabras y sé que no me gustaría olvidar nada de eso.

—Pero no me gusta estar así, Loraine. Odio cuando despierto sintiendo que me ahogo en tristeza y los malos recuerdos aparecen. Me hace sentir impotencia no poder controlarlo, es cómo sentir que el alma se me hace pedazos, una horrible herida en mi interior. Porque ahora soy ésta mujer, pero antes no era nada, no fui alguien.

—Tú siempre has sido alguien, no te atrevas a llamarte nada.

—Era nada, no tenía nada. Era una nada que solo notaban para lastimar y recordarle que el mundo puede ser un lugar horrible.

—No digas eso, Allen, no eres nada —susurra antes de acercarse y jalarme a sus brazos.

Me abraza con fuerza y me permite llorarle en su bonita camisa de seda. No me dice palabras consoladoras o hace preguntas, solo me abraza mientras lloro, porque me conoce, porque sabe que es un mal día y que tal vez mañana consiga sentirme mejor.

Me abraza y luego se acuesta a mi lado durante un par de horas, debido a que no solo es mi amiga sino que también tiene la responsabilidad de mi carrera artística, me habla sobre las consecuencias de no haber ido a mi reunión y cómo podría haber perdido la oportunidad del proyecto en Francia, me duele, pero son las consecuencias y me comprometo a redactar unas disculpas porque fue poco profesional no notificar con anticipación mi ausencia o al menos inventar una excusa para no ir.

Sé que podría haber llamado a Loraine, ella me había cubierto, pero simplemente me desconecté, me dejé caer y no busqué ningún tipo de apoyo.

En algún punto, finalmente ella se pone firme y sabiendo que no he comido nada en todo el día y ni siquiera he tomado más allá de medio vaso de agua, me ordena tomar una ducha para bajar a la pequeña cafetería no muy lejos, porque dice que toda esta oscuridad no me hará ningún bien.

Sé que Loraine a veces tiene miedo cuando me agarran estos bajones, porque teme no decir o hacer las cosas correctas, pero siempre le hago saber que el simple hecho de que exista es suficiente, pero aun así la pone nerviosa hacer las cosas incorrectas que puedan contribuir a que me quiebre más. Así que para tranquilizarla es que acepto ir a la cafetería, porque mientras más rápido empuje comida por mi garganta, más rápido podré volver a acurrucarme y esperar que el día finalmente termine.

Cuando me ducho, lloro otro poco más, lo que hace que mis ojos estén mucho más hinchados, así que cuando salgo y me visto con un pantalón de ejercicio y una enorme camisa básica, zapatos deportivos y una gorra para ocultar el desastre de mi cabello – que no lavé –, los lentes de sol son necesarios porque no quiero posibles fotografías en dónde abran debate sobre por qué lloré.

—Te ves... —Loraine me da una sonrisa—. Cómo una modelo tomándose un día descanso y logrando mágicamente verse desastrosamente bien.

—Sí, definitivamente me amas —murmuro pasando por su lado nada más que con mi identificación y tarjeta de crédito en el bolsillo del pantalón deportivo.

— ¡Por supuesto que te amo!

Le sonrío y caminamos en silencio hasta el ascensor, pero en última instancia me devuelvo para recoger un abrigo, lo que agradezco cuando salgo a las gélida tarde fría en Londres. Uno de mis guardaespaldas nos sigue y en poco tiempo estamos sentadas en una de las mesas de la cafetería, con vista a las calles en donde de hecho veo a un hombre fotografiándome con una cámara profesional.

— ¿Qué crees que vean de interesante al tomarme fotos yendo a comer? —pregunto.

—Ni idea, no eres tan sorprendente —Bromea Loraine y eso me hace medio sonreír.

Cuando Loraine se da cuenta de que tengo cero intereses en revisar el menú, se encarga de pedir por mí mientras descubro, de hecho, a otro fotógrafo no muy lejos del primero.

Tengo un pensamiento bastante interesante con respecto a los fotógrafos, bueno, paparazzi. Entiendo que es su trabajo y cómo alguien que vivió en la pobreza no juzgo que te busques la vida, pero el problema es cuando lo vuelven extremo a tal punto en el que lo convierten en algo bastante peligroso.

—Allen —Me llama Loraine y por el tono de su voz intuyo que no es la primera vez que ha dicho mi nombre para que voltee a verla—. ¿Tienes una alergia en el cuello?

— ¿Eh?

—Es que no dejas de agarrarlo o tocarlo.

Un jugo de naranja es puesto frente a mí mientras la mesera garantiza que dentro de poco nuestras comidas estarán listas. Vuelvo mi atención a Loraine y me doy cuenta de que, en efecto, tengo los dedos en la zona baja de mi cuello, trazando un collar invisible.

—No me di cuenta, supongo que de nuevo pensé que tenía el collar de mi mamá.

— ¿El que perdiste?

Excepto que no lo perdí. Una noche estando ebria, cosa que muy pocas veces he visto, la tía Rochelle me lo arrancó y no volví a verlo porque no supe dónde lo escondió.

—Sí, ese. Era hermoso —Parpadeo para contener las lágrimas pese a que no puede verme por los lentes— y me hacía sentir tan cerca de ella, es de las pocas cosas que traje conmigo desde Puerto Rico.

—Lo lamento, más allá de cualquier precio, el valor sentimental no se compara.

—Exacto.

Vuelvo afuera sintiéndome mal sobre todo esto. No debí salir del apartamento, debí quedarme acostada, dormir y esperar que el día terminara, porque fingir estar bien en público es demasiado difícil y no quiero que esos fotógrafos con sus herramientas súper modernas me fotografían llorando o quebrándome públicamente.

—Allen, habla conmigo. Te escucharé, siempre.

Hay tantas cosas pasando por mi mente que la verdad no sé qué decirle cuando abro y cierro la boca un par de veces, finalmente termino por suspirar volteando a verla.

—Crees... ¿Crees que mamá se hubiese salvado si yo hubiese hecho todo este dinero antes? ¿Si en ese dinero hubiese tenido al menos una pizca de lo que tengo ahora?

—Oh, Allen.

—Olvídalo, esa es una pregunta estúpida —Me resiento—. ¡Por supuesto que se habría salvado! El dinero le hubiese dado tiempo, calidad de vida, atención adecuada...

»Pienso en todo el dinero que tengo ahora y que antes pudo hacer tanta diferencia, lo necesité tanto, pero tanto —aprieto con fuerza los bordes de la mesa—. Ahí van las personas diciendo que el dinero no hace la felicidad y no es lo más importante, pero es porque nunca han sido pobres.

»Cuando no tienes comida, ropa, no tienes nada más que a ti y tu mamá junto a un padre terrible, suena cruel que te digan que el dinero no da felicidad. Porque si hubiese tenido dinero hace tantos años, al menos un 2% de lo que tengo hoy, mamá hubiese vivido más, ella podría estar aquí.

»Si hubiese tenido dinero, papá hubiese estado ocupado siendo codicioso y habría pensado que al menos yo tenía el suficiente valor para cuidarme, quererme, protegerme, pero no lo había y la falta de dinero me marcó la vida.

Giro el cuerpo cuando siento el par de lágrimas descender, evitando que los fotógrafos puedan capturarlo y limpiándome con el borde del abrigo el rastro húmedo.

Mi respiración es agitada y la ira tan latente cómo el dolor. Llevo años tan enojada con todo esto, con una montaña rusa de emociones negativas que aparecen de tanto en tanto para desequilibrarme la vida. No es la primera vez que tengo un arrebato verbal de reproches sobre el dinero frente  a Loraine, ella me da el tiempo para calmarme, pero es tan difícil.

Nací en una familia de padres jóvenes y de bajos recursos en un pueblo olvidado por Dios y el mundo en Puerto Rico. Crecí llena de carencias con un papá experto en los abusos verbales y una mamá demasiado fuerte que se decía que el día siguiente sería mejor. Cuando en tu casa no hay dinero, las cuentas se acumulan y a veces la comida no llega los temas de conversaciones se vuelven discusiones y cualquier pensamiento que puedas llegar a tener de que tus padres se aman se convierten en un "creo que se odian." Pero la verdad es que papá sí amaba a mamá, tanto que no creo que estuviera dispuesto a dejarla ir.

La amaba de una manera tóxica y enfermiza que ella no peleaba y que a veces me hacía pensar que le daba igual. Siempre discutían, algunas veces artefactos eran arrojados y en ocasiones papá consideraba que yo era una mejor víctima para descargar su ira con gritos francamente hirientes.

Es difícil olvidar cuando a los ocho años me tomó el rostro fuertemente con una mano para decirme lleno de rencor: no creo que seas mía, tal vez no seas mi hija y soy un pendejo manteniéndote y aguantándote.

Puede que mamá no me protegiera de todos los insultos, que fuera tan mala cómo él por dejarme presenciar el ambiente enfermo de peleas, gritos y agresiones entre ellos, pero ella me amaba y cuando la casa era silencio o solo éramos nosotras dos, antes de dormir y al despertar, era dulce y amorosa recordándome mi importancia y que estaba segura de que en el futuro yo tendría un futuro brillante.

«—Tendrás una casa hermosa y esos perritos que siempre has querido rescatar —Sonreiría—. Serás incluso más bonita de lo que eres ahora y tan talentosa, Mary Alena, serás grande en este mundo por la grandeza de tu corazón y todo ese ingenio que posees.

—Te compraré una casa hermosa, mami.

—No necesitaré la casa, amor, todo lo que necesitaré es que seas feliz y nunca, pero nunca, te falte nada de lo que te falta ahora.»

Algunos días eran más difíciles que otros y aunque no lo creas, incluso entre la pobreza, las personas tienden a identificar quiénes tienen más carencias y da la casualidad de que esa siempre fui yo, siempre fue mi familia.

La niña en el colegio con la ropa más vieja, la niña que llevaba apenas comida a la escuela, la niña sin un solo centavo para comprar un caramelo... Y no sé si lo creas, pero los niños tienden a ser crueles cuando basan su comportamiento en lo que ven en casa y en las calles, por lo que el acoso escolar fue algo con lo que debí lidiar y que no decía en casa porque solo me quedaba en silencio escuchando batallas verbales y esquivando que algún objeto arrojado viniera hacia mí y no entre ellos.

Cuando mi mamá se refugió en los brazos de otro hombre, resulta que en la escuela también adquirí un nuevo apodo: la hija de la puta.

Nunca, pero nunca consideré que fuese la manera en la que alguien debiera llamar a mi mamá, pero estaba demasiado asustada de defender su honor. Las peleas en casa incrementaron porque papá lo sabía, pero no la dejaría irse y ella no se iría porque sabía que aquel hombre era un soplo de aire fresco, pero no alguien que quisiera una vida consigo o que quisiera una ecuación en dónde su pequeña hija se incluyera.

«— ¿Por qué dicen cosas tan feas de ti, mami?

—Solo me importa lo que pienses tú, mi amor hermoso. Lo eres todo, eres mi vida, Mary Alena ¿Me dices qué tanto me amas?

—Tanto, pero tanto que no me cabe en el corazón»

Incluso siendo tan joven sentía culpa pensado que yo era eso que retenía a mi mamá de irse y buscar alguna felicidad y libertad. Porque si bien éramos pobres al menos el sueldo de papá me hacía tener algo de comida y un techo bajo el cual vivir. Estoy casi segura de que mi delgadez para ese entonces se debía más a un caso de mala alimentación que a genética y complexión natural.

La aventura de mamá estaba durando tanto que pensé que tal vez sí sería amor, que nos iríamos con su amante y tendríamos otro tipo de vida, pero me equivoqué tan mal, porque una noche mamá lloraba y lloraba mientras papá gritaba lleno de ira, pero también de dolor mientras agitaba sus manos y yo veía.

No entendía lo que pasaba, pero verla tan triste, tan destruida y a él tan afectado, me hizo llorar también. Esa noche fue la primera vez en años o que yo pudiera recordar, que nos abrazamos los tres mientras llorábamos.

Poco después, mamá se veía más delgada, estaba pálida. Ya no salía a verse con su novio y aunque me sonreía, siempre terminaba llorando. Ella tenía gripe.

«— ¿Por qué no sales de la cama hoy, mami? —pregunte llegando de la escuela.

Ella ni siquiera notó que tenía rasguños en el rostro en dónde una niña dijo que yo tendría que ser fea y decidió volverlo realidad.

—Solo me duele la cabeza, amor. Mami quiere descansar, la gripe está siendo un poco fastidiosa.

—Está bien, quiero que te sientas mejor.

—Mary Alena —Me llamó en un susurro bajo.

— ¿Si?

— ¿Puedes decirme qué tanto me amas?

—De aquí a la vuelta del mundo, mami.

Ella sonrío con los ojos cerrados diciendo que también me amaba.»

Mamá jugaría más conmigo, lloraría más, papá conocería a su nueva mejor amiga: la bebida y a su compañera la droga.

Una simple gripe no se iría. Ella estaría más delgada, su luz y hermosura se irían apagando poco a poco, cómo una pequeña luciérnaga que se cansa en la oscuridad. Pasaría más tiempo acostada en su cama y yo acurrucada a su alrededor. No notaría que el acoso en la escuela se había vuelto físico y que tenía miedo de cada mañana al despertar en el que sabía que la escuela sería un infierno.

La mañana que todo fue diferente fue cuando contra una pared, luego de una fuerte bofetada y rasguños, una niña me dijo lo que su mamá dijo sobre la mía y aunque no lo entendía, la odié, odié sus palabras. Fue la primera vez que tuve una reacción real, que actúe y me arrojé contra ella dando puñetazos y tirando de su cabello. Es irónico que para eso la maestra sí apareciera y luego de decir algo cómo "¿Qué se puede esperar de la hija de María Alejandra?" fui sancionada y papá fue a buscarme molesto, también un poco ebrio y durante el camino en el auto para ir a licorería a comprar más alcohol no pude evitar preguntarle algo de lo que la niña me dijo y de las razones por las que perdí el control:

«— ¿Qué es el SIDA, papá?

Todo lo que hizo fue voltear a verme antes de estacionarse frente a la licorería. Respiro hondo e incluso lo escuché contar hasta cinco antes de responderme.

—Es la muerte, Mary Alena.

Por primera vez en mucho tiempo me trató con ternura cuando me limpio la lágrima que derramé.

—Lo siento, Mary. A mí también me duele.»

Mamá había sido contagiada por su novio que sí tenía recursos y los medios para comprarse más tiempo de vida. Mamá si tenía una gripe, pero para ella esa gripe fue muchísimo más que algo tan simple.

Esa tarde llegué a casa con papá borracho y corrí a la cama a abrazarla mientras lloraba pidiéndole que no me dejara, que no se fuera, que tomará medicamentos para la gripe y todo lo que hizo fue decirme que me amaba y lo sentía.

Tenía familia, ninguna cercana con nosotros y debido al fallecimiento de uno que otro pariente: sabía lo que era la muerte, pero siempre me pareció un espectro extraño que no me causaba dolor porque no amaba a quiénes partían, pero cuando se hizo evidente que mamá sería la siguiente, comencé a mojar la cama, a llorar sin control y a responder cada golpe en la escuela porque quería que mamá me viera bonita y no amoratada por los golpes de los niños en el colegio.

Algunas veces la encontré sangrando, otras en el suelo inconsciente, muchas veces tenía ataques de tos tan fuertes que terminaban sangrando demasiado por la nariz o la boca. Los chismes crecieron y ahora era la hija de la puta con SIDA a la que nadie se quería acercar por estar contaminada. Había polvo blanco en la mesa y papá lo esnifaba. Mamá obtendría una sonda algunas veces y luego tendría lo que yo llamaba una bolsa, pero que en el futuro sabría era un dispositivo de ostomía por el que drenaba sus heces. Mamá caería en cama, yo dormiría cada noche a su lado susurrando que no me dejara.

«—Mary Alena... ¿Me dices qué tanto me amas?

—Tanto, pero tanto qué no sé cómo vivir sin ti.

—Podrás hacerlo, mi amor hermoso. Serás grande y tan, pero tan feliz que siempre estaré sonriendo de orgullo por ti.

Asentí, cómo si aceptara un reto, cómo si me comprometiera a hacer eso por ella.

— ¿Me dices de nuevo qué tanto me amas?

—Te amo tanto, mami, que te haré sonreír de orgullo.

—También te amo.»

Dormimos abrazadas y al día siguiente, cuando amaneció su cuerpo estaba rígido, su pecho no subía y su piel se sentía fría. Sabía que se había ido, pero no pude dejar de abrazarla incluso cuando papá entró tropezando y dijo un "se fue" antes dejarse caer al suelo y llorar porque la amaba, la amaba mucho más de lo que podría amarme a mí y eso quedaría muy evidente tiempo después.

Cinco meses y medios, eso fue todo lo que mamá vivió tras haber dado positivo para VIH, tras enterarse que su sistema inmunológico estaba tan dañado por el virus que ya estaba en uan etapa final, era SIDA.

De pequeña se sentían esos cinco meses cómo tiempo compuesto de días lentos, pero cuando ya no estuvo, cuando ella se había ido y su cuerpo bajó en ese ataúd mientras veía a mi papá arrodillado queriendo ser enterrado con ella, pensé que cinco meses y medios habían sido demasiado rápido, que mi mamá se había ido demasiado pronto. Y ahí, sabiendo que no la volvería a ver y aferrada al collar que siempre me dejaba usar para jugar y que ahora colgaba en mi cuello, no pude evitar susurrar "te amo tanto como para extrañarte ya. Vuelve, por favor, vuelve", pero ella no estaba para preguntarme de nuevo que tanto o cuánto la amaba.

No hay manera en la que pueda controlar las lágrimas ni el dolor agudo que experimento, poniéndome de pie murmuro que voy al baño sin siquiera entender cuándo nuestra comida llegó. El baño es de un compartimiento individual por lo que paso seguro y recargo la espalda de la puerta mientras me saco los lentes y las lágrimas se desbordan.

Siempre he pensado que si hubiésemos tenido dinero ella habría vivido más, que si las personas hubiesen sido menos ignorantes al menos ella no la pasaría tan mal en sus últimos días siendo juzgada y señalada cómo una puta con SIDA.

La primera vez que gané más de veinte mil dólares, lloré y todos pensaban que era de felicidad, pero era de dolor y coraje de pensar que ahora tenía a mi disposición dinero que pude haber invertido en su salud.

¡Dios! Siempre sentí que me la arrebataron, que me quitaron a mi mamá. No hubo una sola noche de mi infancia en la que no llorara en las noches rezando para que volviera, incluso viviendo con tía Rochelle seguí implorando que me la devolvieran y no fue hasta los quince años que dejé de pedirlo, porque se hizo evidente que nunca más podría escucharla preguntarme qué tanto la amaba.

Me llevo una mano a la boca para cubrir mis sollozos y escucho un toque en la puerta.

—Est-Está ocu... —respiro hondo, pero no puedo hablar—Ocupado.

—Allen, estoy aquí. Aquí estaré —murmura Loraine.

Estos días de recuerdos y dolor siempre son imprevistos. No me había sentido así desde la última noche que estuve en Los Ángeles, cuando me quedé a dormir en casa de mi tía. Es un dolor demasiado crudo y agudo, porque lo recuerdo todo con demasiada precisión.

Me gustaría decir que el infierno acabó ahí, pero eso solo fue la apertura para otros años muy duros y dolorosos viviendo en Puerto Rico donde la etiqueta de "la hija de la puta con SIDA" se quedó conmigo y en dónde mi papá se apoyó más en las drogas y el licor, donde más nunca me limpió una lágrima porque entonces él me dio razones para derramar muchísimas más.

Me cuesta trabajo nivelar y controlar mi respiración. Avanzo para estar frente al espejo y descubro cuán joven me veo con este velo vulnerable sobre mí. Desde que entré en el mundo del modelaje comencé a verme un par de años mayor de mi edad real, pero hoy me veo tan niña e indefensa frente a ese espejo.

Tengo la casa bonita, el dinero, el reconocimiento, soy grande, pero aun trabajo en la última cosa: ser tan, pero tan feliz para que ella sonría siempre de orgullo.

—Puedo hacer eso, estoy trabajando en ello —Me digo asintiendo con lentitud—. Seré feliz, mamá, por ti, por mí.

Abro el grifo y me lavo el rostro con agua fría, sintiendo que despierto un poco y dejando mis pómulos algo rojizos. Me veo en el espejo reparando que tengo su mirada, las pecas, su cabello, soy su imagen, la única diferencia es que su tez es caucásica  y la mía es morena, además, ella era mucho más baja que yo.

La imagino preguntándome qué tanto la amo, sonriéndome y a la espera de qué respuesta le daría esta vez.

—Te amo tanto, pero tanto, que incluso cuando han pasado años siento que fue esta mañana cuando desperté a tu lado y aun no entendía por qué te habías ido.

»Te amo tanto, pero tanto que tal vez la única razón por la que mi mente aun viaja al pasado es para recordar cada momento que vivimos juntas hasta el final, incluso si no fue bonito. Sé que no puedes volver, pero no puedo evitar decírtelo luego de tantos años sin pronunciarlo —Respiro hondo—. Por favor, vuelve, por favor.





Holisss, les envío un abrazo virtual. Desde el capítulo anterior estamos vislumbrando parte de la vida pasada de Meredith y aun quedan ciertos detalles.

Cómo hilo argumentantivo en la historia y el seguimiento, era el capítulo que debía seguir al anterior. Sé que muchos quería leer interacción de BG.5 con Theo (que por cierto ya se conocen porque BG.5 ha estado en vida de Max desde antes de que fuese tío, mucho antes), pero eso no iba con la trama ni conectaba con la secuencia, quién quita que en un futuro algún extra o en alguna oportunidad se dé (porque obviamente leeremos más de Theo, Thomas y el señor Greene).
Volveré por aquí pronto cuando tenga otro capítulo para compartirles, que no creo que tarde mucho🧡
Redes: Instagram: DarlisStefany / Twitter: Darlis_Steff / Páginas de facebook: Darlis Stefany y "Saga BG.5 de Darlis Stefany" /En vivos en YouNow: DarlisStefany

Espero les guste.

Un beso.

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