Capítulo Catorce
Capítulo catorce.
Meredith Allen.
3 de marzo, 2016.
Las películas de terror no me dan miedo porque viví suficientes horrores en mi vida para asustarme por la ficción, así que no salto o grito mientras el tipo enmascarado aparece para matar a uno de los chicos, me encuentro comiendo una galleta de la caja surtida que compré hace unas horas luego de volver con Loraine porque hoy me da igual engullirme miles de galletas, solo estoy atravesando un día de mierda que con suerte terminará dentro de poco.
Cuando logré salir del baño, le dije a Loraine que simplemente quería volver, pero antes me hizo comer la mitad de la comida. Cuando volvimos, se negaba a irse y lo gradecí, pero en ese momento quería estar sola así que le prometí que estaría bien y puesto que ella sabe que cumplo mis promesas, finalmente cedió. Quería dormir, pero pensaba tanto que acabé haciendo una maratón de películas de terror y cuando me dio el ligero indicio de hambre, simplemente volví a la cafetería y compré una caja de galletas surtidas, debe haber al menos unas cincuentas y casi me he comido la mitad en las últimas dos horas junto a un batido de chocolate con oreo... Y un helado, bueno, un helado del que me he servido varias veces.
Estoy acurrucada en el sofá de tres plazas en la sala, la enorme televisión se encuentra encendida y una manta está cubriéndome mientras lamo la cucharilla con lo que resta del helado y luego como otra galleta. Estoy con una enorme camisa básica, pantaloncillos cortos, calcetines impares, los rizos vueltos un desastres, migajas de galletas y manchas pérdidas de helado, pero no me importa. Es mi día para ser un desastre, para que nada me importe, ni siquiera mis ojos ahora menos hinchados.
—Te van a matar —Le digo a la chica histérica corriendo en pantalla mientras grita.
El intercomunicador que tiene acceso directo con la gaceta de vigilancia, suena, lo que me hace sobresaltarme y casi tirar mis galletas, una vez me relajo ante el sonido no dudo en incorporarme, viendo el aparato pegado a una de las paredes porque la única que me visita es Loraine, su asistente o mis guardaespaldas y ellos todos están anunciados.
Vuelve a sonar y considero ignorarlo, pero pienso en el pobre vigilante o recepcionista que está haciendo su trabajo y que podría seguir insistiendo. Habiendo visto la película otras veces, no me molesto en poner pausa cuando camino y levanto el "teléfono" que me comunica con la vigilancia o recepción.
— ¿Hola?
—Señorita Lynch tiene un visitante que no está en lista —Abro la boca para preguntar el nombre, pero él se me adelanta—. Dice llamarse Maximiliano Greene.
— ¿La galleta? —pregunto totalmente sorprendida.
— ¿Eh? Acabo de decir Maximiliano Gre...
—Sí, sí, lo escuché.
Se hace un incómodo silencio y el hombre se aclara la garganta.
— ¿Lo dejo subir?
Por un momento quiero decir que no porque no estoy en el mejor momento y no me refiero algo físico, me refiero a mi estado de ánimo, pero él vino, lo que es inesperado, e hizo este viaje a la una y tanto de la madrugada ¿Algo malo ha sucedido? No lo entiendo.
—Puedes dejarlo subir, muchas gracias.
—De acuerdo, señorita Lynch. Lo haré subir.
Sacudiéndome las migajas de la camisa y debajo de ella, camino hasta la puerta que abro tras quitarle el seguro. Me estremezco porque algo de frío me invade y cuando veo las puertas del ascensor abrirse al final del pasillo, dejo ir una respiración lentamente.
La ropa más relajada con la que había visto a Max hasta ahora había sido la del gimnasio , pero en este momento lleva un pantalón chándal a cuadros negro-blanco, un suéter y zapatos deportivos, también tiene el cabello lleno de ondas desordenadas. Es cómo verlo sin control, sin inhibiciones y con menos restricciones e incluso en mi estado de ánimo, soy incapaz de no tener una reacción al verlo acercarse a mí.
Cuando se detiene lo suficiente cerca con una pequeña mueca en los labios y una mirada incierta, noto la manera en la que tiene una ligera hinchazón en sus ojos muy parecida a la de los míos, solo que menos pronunciado y esto va acompañado de el enrojecimiento de sus ojos ¿Estuvo llorando?
— ¿Qué sucedió? —dice cuando repara en mi estado y viendo la prueba del llanto muy plasmada en mi rostro.
—No ha sido el mejor día, pero estoy bien.
Me hago a un lado para que pase, porque ahora que está aquí, la verdad no me preocupa compartir espacio con él en un día tan de mierda para mí. Una vez entra, paso el seguro a la puerta y lo sigo a paso lento mientras absorbe el bonito y amplio apartamento que me encuentro alquilando.
—Te escribí algunos mensajes y me preocupó que no respondieras.
—Supongo que eso fue hoy o ayer —Esto último lo digo recordando que es la una de la madrugada—, porque el otro par de días no recibí ningún mensaje de tu parte.
Lo veo rascarse la parte baja de la nuca antes de girarse para enfrentarme. La verdad no me enoja que no me escribiera, por supuesto que me encantaría que lo hiciera, pero comienzo a descubrir cómo es Max, se esfuerza demasiado en poner distancia romántica entre nosotros incluso si todo parece muy obvio y luego de lo ocurrido en su balcón, pensé que debía calmar un poco mi intensidad y darle un respiro. Ya me lo han dicho antes: puedo resultar ser demasiado.
—He tenido el teléfono apagado todo el día —termino por decir.
Camino hasta la sala escuchando sus pasos seguirme, cuando llego al sofá me encarga de recoger la taza de helado y llevarla a la cocina; cuando regreso, él se encuentra sentado en el sofá en donde estaba acostada y con la vista en la pantalla que actualmente muestra un montón de sangre siendo derramada.
—Es una elección interesante el ver películas de horror a esta hora.
Camino hasta sentarme a su lado y tomar la caja de galletas para ofrecerle, toma una y veo la manera en la que se la lleva a la boca antes de alejar la mirada y llevarla a la pantalla.
—Las películas de terror no me asustan. Eso es ficción, en la realidad he visto cosas peores.
Noto la curiosidad en su mirada, pero me da un ligero asentimiento mientras me mira engullir dos galletas, una tras otra.
—Pensé que decías que no podías comer galletas.
—No es que no pueda, es que me resisto, pero hoy o ayer...Me concedí esto, lo necesitaba.
»Entonces ¿Cómo es que vienes a verme a esta hora? ¿Y cómo sabes en dónde vivo? Aquella vez estabas dormido.
— ¿Lo estaba?
—Sí, tú... —Hago una pausa cuando sonríe—. ¿No lo estabas?
—Fue una despedida dulce de tu parte—toma otra galleta—. Estuve dormitando, relajándome, pero asumiste que estaba dormido.
»Además ¿Cómo iba a dormirme cuando quería comprobar que llegaras bien a tu hogar?
—Bueno, esta es una información que no esperaba recibir —comento y ríe por lo bajo—. Aun así, no has respondido mi pregunta.
—Estaba hablando con Thomas de cosas... Difíciles para mí, también fue una noche dura —volteo a verlo encontrándome con su mirada—. Hice un tweet y me acordé de ti.
—No soy tan soñadora para creer que publicaste algo de mí —Medio sonrío.
—Me acordé de ti porque dijiste que publico cada luna llena —Me sonríe— y luego terminé viendo tus fotos de hoy, te escribí y no respondiste, me preocupé.
— ¿Qué tan mala eran las fotos? —Me tenso.
—No habían buenas tomas de tu rostro, no se te podía ver.
Me relajo, no hay pruebas de que me quebré en llanto ni rastros fotográficos de mi dolor.
—Thomas me recordó que un amigo siempre verifica que su amiga esté bien, te llamé y me preocupé todavía más y bueno, decidí venir...
Se calla abruptamente y lo veo fruncir el ceño antes de que respire hondo y se pase las manos por el rostro.
—La verdad es que tuve un momento difícil hace un rato sobre algo de lo que no me gusta hablar, algo que duele y de alguna manera cuando me acordé de ti, se sintió más ligero. Cuando hablamos es difícil no tener un buen ánimo. Genuinamente estaba preocupado por ti, pero supongo que también vine de manera egoísta queriendo transformar mi noche o madrugada en algo más alegre.
—Lamento decepcionarte, pero hoy mi aura no es alegre —Hago una mueca—. He tenido un día muy jodido y difícil, he sido más lágrimas que sonrisas y estoy despierta porque no consigo dormir debido a que me sigo sintiendo mal.
»Supongo que hoy no fue nuestro día o nuestra noche, pero podría ser nuestra madrugada —Me acomodo mejor en el sofá y pongo la película en volumen muy bajo—. ¿Quieres hablar?
Durante la mañana y la tarde no quise hablarlo, pero ahora, aquí, en este momento, siento que sería lindo hablarle a alguien de mi mamá de los buenos momentos, de cuánto la amé. Es una historia terriblemente triste, pero es la vida de mi mamá y siempre he creído que es triste que nadie hable de ella, que solo esté en mis recuerdos.
Sin embargo puedo notar que a Max le incómoda la idea de compartir lo que sea que lo haya afligido y no tengo planes sobre presionar al respecto porque sé cuánto duele hablar de algo sobre lo que no te sientes listo.
— ¿Sabes qué? No tienes que contarme, pero a mí sí me gustaría hablarte de lo que me aflige si no te molesta —Ante mis palabras, me da toda su atención—. Pocas veces tengo la oportunidad de hablarle a alguien sobre un pasado que no puedo confiar en cualquiera y tal vez si lo hablo, luego podré dormir y terminar con este día bastante gris.
—Puedes contarme todo lo que quieras, Allen, nunca lo compartiría, valoro demasiado la privacidad por lo que sé lo que es respetar la de otros.
— ¡Dios! —Veo hacia mis pies—. Realmente me gusta —Alzo la vista y me encuentro con una de sus cejas arqueadas— la galleta, realmente me gusta la galleta.
Para probar el punto, tomo una de chocolate y la como de un solo bocado lo que seguramente me da la imagen de una ardilla con una nuez en la boca que le deja las mejillas infladas. Todo lo que hace es sonreírme mientras trago, un poco avergonzada por la manera en la que debí verme. Vuelvo la vista a la pantalla prácticamente silenciada, ordenando mis ideas, no es fácil hablar del pasado y tampoco quiero que sienta lástima por mí, solo quisiera que me conozca.
Muchos tomarían a broma el que nos llamemos amigos, pero valoro mucho la amistad que me ofrece porque he conocido muy poco de ello, tener un amigo me hace ilusión y tener un amigo dispuesto a venir a la una de la madrugada porque se preocupa por mí es algo que me conmueve muchísimo. Puede gustarme Max y yo puedo gustarle, incluso de manera soñadora podría imaginar que tenemos alguna relación y aun así, la amistad entre nosotros sería tan valiosa que sería de mis cosas favoritas.
Estirando una de sus manos toma uno de mis rulos, sonriendo viéndolo en sus dedos al estirarlo y luego pasea la mirada por todos los rulos desordenados y esponjosos en mi cabeza.
—Estás tan despeinada que me pregunto cómo consigues luego arreglarlo.
—Cuando lo lave lucharé con un peine y un cepillo, esperaré que se seque y luego de aplicarme un poco de crema de peinar ¡Listo! Sensuales rizos a disposición —Estiro mi mano tocando la suavidad de sus ondas desordenadas—. Tu cabello es muy suave y apuesto que de hecho no necesitas pelearte con un cepillo o que no se te sale cuando te duchas.
— ¿Se te cae el cabello?
—Max, creo que no existe mujer a la que no se le caiga un porcentaje de cabello cuando se lo lava, es una pesadilla. En un momento te estás bañando y al siguiente te sacas un pelo metido en partes muy privadas e incómodas.
Esta vez ríe por lo bajo y tira del rizo haciéndome sentir una calidez en mi pecho y ocasionándome un respiro hondo con el que intento reubicarme cuando lo libera. Mi mirada lo sigue cuando apoya la espalda del respaldo para después cambiar de opinión y girar para darme toda la atención de su mirada.
—Si estás evadiendo el decirme, no tienes que contarme algo que no quieras, de verdad, no espero nada, Allen.
—No digas eso.
— ¿Qué cosa?
—Decir que no esperas nada de mí, que no tienes expectativas aquí, porque por alguna razón eso me enoja.
—De acuerdo —dice con lentitud, cómo si me concediera tal cosa para que me quedé tranquila y no porque le encuentre sentido.
—Lo digo en serio —establezco dándole un ligero golpe en el hombro.
—Vale, lo espero todo de ti, Allen —rueda los ojos.
—Eres tan odioso.
—Te escuché decir eso antes —Se encoge de hombros—. No es que ser odioso sea un pecado.
Y no es que eso me enfade, teniendo en cuenta que aun así me gusta. Me gusta tanto, pero tanto, que ya ni siquiera lo encuentro divertido.
Deslizando una mano por su brazo llego hasta una de sus fuertes manos, dejando la palma sobre el dorso lo que lo hace bajar la mirada, captando el cambio.
— ¿Puedo tomarte la mano mientras te cuento por qué me he sentido una mierda las últimas horas?
Alza la vista encontrándose con mis ojos y luego de largos segundos, su respuesta es girar la mano haciendo que mi palma conecte con la suya y luego permitiéndome entrelazar nuestros dedos.
—Los amigos hacen esto —sonríe.
—Lo hacen.
No es que tenga experiencia, soy la mujer que desconoce lo que es tener más que una amistad verdadera, los últimos años solo ha sido Loraine.
—Ya te conté que me fui a vivir con mi tía... —digo en voz baja.
—Tu tía, un ser malvado y despreciable que fue bendecida con tener una sobrina cómo tú que no le patea el culo.
— ¡Vaya! Admito que es refrescante escucharte ser malvado —trato de sonreír.
—No estoy siendo malvado, solo estoy enunciando una realidad.
—Hay que admitir que hacerse cargo de una niña que casi no conoces cuando ni siquiera querías ser madre, tampoco es fácil. Fui un agregado inesperado que aceptó por obligación.
—También hay que admitir que nadie la obligó a decir que sí y que si bien no era fácil, podía intentarlo.
—No lo sé... —Veo hacia nuestras manos—Si ella no hubiese aceptado incluso con renuencia, podría haber ido a una casa hogar o una familia a la que el gobierno pagara y eso hubiese sido...
Aun cuando estaba joven, estaba aterrada de ir con servicio social porque había leído y escuchado de casos en donde los niños eran lastimados de formas aterradoras. Pasé tres semanas en una casa hogar en donde las condiciones eran deplorables y en donde fui castigada al menos ocho veces dentro de un armario. Luego estuve dos semanas en la casa de una familia de manera temporal en donde el hijo mayor de quince años quería obligarme a tocarlo y me creía lo suficientemente ingenua para pensar que era normal estar de rodillas y que se bajara la cremallera, ese día le di tal mordisco en el muslo que sangro y estoy segura de que obtuvo una cicatriz, ese día también me devolvieron y la semana siguiente ya habían terminado los papeleos para que tía Rochelle me llevara con ella, me sentí tan aliviada.
— ¿Allen?
Sacudiendo la cabeza vuelvo a enfocarme y llevo de nuevo mi mirada a la suya.
—Bueno, nací dentro de un matrimonio conflictivo en Puerto Rico, una pareja joven. Crecí en un ambiente difícil.
Tomo una respiración profunda y ruidosa antes de dejarlo ir, antes de comenzar a narrar la manera en la que mi infancia no fue la mejor. Le hablo de papá y su indiferencia, pero los ocasionales momentos en los que era bueno, de mamá y la manera en la que cometía errores, cómo era igual de toxica para criar a una hija en un ambiente tan hostil, pero también la manera en la que me amaba, en la que era mi todo y yo el suyo. Paso por la terrible experiencia escolar, el acoso, los golpes, los prejuicios. Hablo de mamá y su amante, cómo las peleas incrementaron en casa y el colegio era simplemente una pesadilla.
Soy consciente de que mi voz se quiebra o baja de volumen más de una vez, también que en las partes difíciles aprieto su mano en la mía, que mi vista se nubla un poco por decir en voz alta una historia tan dolorosa. Él escucha, no deja de verme a los ojos y mientras hablo una parte de mí espera esa mirada de lástima para poder aferrarme a algo que no me haga quererlo tanto en mi vida, pero más allá de una mirada llena de empatía, compresión, tristeza y consuelo, no encuentro tal emoción.
—Así que llegué a casa y mamá estaba llorando con papá, se abrazaban. No sabía qué sucedía, pero sentí tanta tristeza que me uní a ellos y nos abrazamos por primera vez en mucho tiempo.
»Mamá...Mamá tenía gripe, eso me dijeron —trago—, pero ella comenzaría a debilitarse, las cosas simplemente comenzarían a cambiar para mal.
Hago una pausa antes de poder continuar narrando cómo en la escuela todo empeoró, cómo mamá se veía cada día peor, mi miedo, la incertidumbre, la manera en la que papá comenzó a refugiarse en la bebida y las drogas. Cómo éramos solo nosotros tres porque los demás nos juzgaban y apartaban. Entonces, finalmente inició ese día en el que supe lo que sucedía.
—Tenía tanto miedo de enfrentar cada día en la escuela, pero esa mañana algo en mí se rompió. Eran los mismos insultos sobre ser pobre, sobre ser un palo feo, sobre cómo debería desaparecer, pero una de ellas gritó "¡Vete de la escuela! Eres la hija de la puta con SIDA", recuerdo tan perfectamente las palabras —Pierdo la vista detrás de él—. No sabía lo que significaba la palabra SIDA, pero se escuchaba tan mal, tan agresivo, tan doloroso que no pude soportarlo.
»Viendo atrás, me sorprende la cantidad de ira acumulada que tenía, todo se veía borroso mientras estaba sobre ella y la golpeaba una y otra vez, ni siquiera eran golpes inocentes, eran agresivos, con una rabia que no podía controlar —trago y siento un par de lágrimas—. Cuando me sacaron de encima, la niña tenía un ojo hinchado, el labio roto, rasguños en el rostro. La maestra nunca vio cuando me acosaban, cuando me golpeaban o me hacían llorar, pero sí vio cuando finalmente me defendí y todo lo que dijo es que no se podía esperar nada menos de la hija de María Alejandra.
Nunca entendí ni entenderé por qué eran tan crueles con sus palabras cuando hablaban de mi mamá, ella fue infiel es cierto, pero eso no fue todo lo que ella fue cómo persona. La comunidad ni siquiera apreciaba a mi papá por lo que no entendía por qué la condenaban tanto por su infidelidad, por qué nos trataban de esa forma, por qué nos hacían menos. Me hacían sentir una basura.
—Y esa tarde cuando papá me buscó y pregunté, él me respondió que el SIDA era la muerte y mamá no tenía una simple gripe.
—Lo lamento mucho, Allen, lo siento —Me aprieta la manera y veo la tristeza en su mirada—. No puedo imaginar lo difícil que fue saberlo a tan temprana edad.
Uno pensaría que con todo lo que lloré en la mañana y el transcurso de la tarde, no me quedarían más lágrimas, pero unas pocas se deslizan por mi rostro y aunque duele, me doy cuenta de que hablar de lo mucho que me amó mamá y del pasado, me libera al menos un poco, porque entonces ella no se siente cómo mi secreto, se siente real.
Siempre me ha dolido ocultarla cómo si fuese un pecado, cómo si me avergonzara de la persona que fue, pero nunca me dieron opción. Cómo si haber sido contagiada fuese su pecado o algo que la tachara de inhumana, como si fuese algo sucio que cargo conmigo. Mi pasado, aunque doloroso, me condujo al ahora y me han forzado tanto a callarlo y ocultarlo, que aprendí a avergonzarme de ello, ha considerarlo algo sucio, un arma que podrían usar para lastimarme.
Continúo hablando, sintiendo su pulgar rozarme el dorso de la mano mientras me escucha con atención relatar los horribles cinco meses y medios antes de que ella muriera, pero cómo también fueron significativos porque fueron los últimos momentos que pasamos juntas.
—En algún lugar de mí, sabía en cuanto murió que estaría sola, pero no imaginaba qué tanto —tomo lentas respiraciones para controlar mi voz— y hay días en los que simplemente lo recuerdo y me siento tan mal. O días en los que me cuestiono si todo hubiese diferente de haber tenido dinero.
»Siento culpa de ocultar la historia de mi mamá, pero también me asusta la idea de que si sale a la luz, vuelvan a señalarme o la señalen a ella. Ella solo quería un respiro, un soplo de aire fresco, pero no escogió al correcto y siento que siempre sufrió. No era la mejor persona, pero para mí lo fue todo, Max y algunos días simplemente duele lo suficiente para no querer salir de la cama.
»Cuando sonrío y rio es porque de verdad lo siento, no estoy fingiendo estar bien, pero cuando me duele solo dejo que suceda, no lo reprimo ni escondo porque necesito drenarlo y hoy fue uno de esos días. Sé que estaré y me sentiré mejor, pero cuando duele, a veces se siente cómo si no fuese a parar.
—Puedo entender a lo que te refieres, esa sensación de dolor interminable la comprendo muy bien.
—Así que fue un día difícil con mis pensamientos y mi dolor, pero estaré bien.
—Tienes una fortaleza impresionante, Allen, demasiado —Me da una sonrisa que me resulta tan dulce—. Lamento mucho lo de tu mamá, debió ser muy duro y la manera en la que tu entorno te trató es inaceptable. Hace unos años las personas eran ignorantes sobre el VIH, aun lo son y aunque no puedo entender la manera en la que te trataron, rezo para que ningún niño tenga que pasar por lo que pasaste, porque no todos tienen tu temple y capacidad de levantarte una y otra vez.
»Sabes que eres impresionante ¿Verdad? Mírate, estoy seguro de que eres muchísimo más de lo que tu mamá deseaba para ti.
—Tengo la casa bonita...Aunque no pase tiempo en ella, tengo cosas que me faltaban de pequeña, triunfé. Y aunque soy feliz, aun me falta un poquito más de felicidad para cumplir con sus deseos.
— ¿Lo haces solo por su memoria?
—No, también lo hago por mí. Para demostrarme que soy más que la basura que me hacían creer, que puedo construirme un futuro impresionante, que me merezco esto. Me demuestro a mí misma que Mary Alena o Meredith Allen puede hacer de su vida algo grandioso, que no importa que me hayan dicho o cuánto me lastimaron, siempre me levanto y trabajo en tener la clase de vida que de pequeña me hicieron pensar que era inalcanzable para mí.
—Y eso es grandioso, que más allá de querer honrar los deseos de tu mamá, lo hagas por ti y por la certeza de saber que te lo mereces, que eres más que digna de ello.
Me toma por sorpresa cuando tira de mi mano y casi caigo sobre su regazo. Termino arrodillada a horcajadas sobre una de sus piernas mientras una de sus manos se presiona en el centro de mi espalda, presionándome contra su cuerpo y con la otra me acaricia el cabello arriba y abajo, me está abrazando.
—Puedes tener todo lo que te propongas, lo mereces. Lo has hecho bien, Mary Alena —susurra con suavidad y me estremezco al escuchar el nombre—. Lo has hecho bien, Meredith Allen. Puedes tener malos días, pero nunca te olvides de levantarte cómo la luchadora que eres.
»No importa qué dijeron otros, ya no eres la niña que no podía defenderse. Ahora eres la mujer de mirada de tigresa empoderada dueña de su presente y su futuro, tú pones tus límites. Ya no tienes que tener miedo, estarás bien, no estás sola.
Envuelvo mis brazos alrededor de su cuello mientras presiono mi mejilla de su pecho, sintiendo el subir y bajar de su respiración y absorbiendo la belleza de sus palabras que me confortan. Sabía que iba a sentirme mejor por hablarlo, pero no pensé a qué niveles. Estoy agradecida de que no me trate con lástima ni compasión, todo lo que escuché en su voz fue respeto, reconocimiento y admiración.
—También extraño muchísimo a mi mamá, así que en ese sentido, puedo comprender lo que se siente —susurra.
No me relata cómo la perdió, tampoco me cuenta qué lo afligió, pero no tengo ningún reproche sobre ello, hablé porque así lo quise no esperando que él me hablara de sus problemas. Tal vez algún día se sienta lo suficiente cómodo para hablarlo, pero por ahora le agradezco que me haya escuchado, lo necesitaba.
Retrocedo apenas unos milímetros para verlo a los ojos, nos encontramos tan cerca que me es inevitable no impulsarme lo suficiente para rozar mis labios contra los suyos, no es un beso, sin embargo, es un roce que me eriza la piel y me acelera el corazón. Siento su respiración contra mis labios acompañada de la manera en que la mano contra mi espalda se presiona todavía más.
Cierro los ojos y disfruto de este instante, este momento, la manera en la que nuestros labios se rozan en un beso casto y cuando los vuelvo a abrir, retrocedo, sabiendo que no habrá nada más allá de eso, al menos no hoy. Estoy sonriendo y me siento sobre los talones de mis pies, cautivada en la manera en la que me mira.
—Apuesto a que no imaginabas que habría tanto sucediendo en mi vida.
—Ciertamente tengo que admitir que no lo imaginé, Allen.
Y hay más ¿Por qué siempre quedan cabos sueltos por contar? Ah, sí, porque no tengo fuerzas ni voluntad para soltarlo todo en una noche y supongo que poco a poco me voy desprendiendo de ello.
—Debería irme, mañana o más bien hoy, tengo el día bastante movido y un evento al que ir...
—Sí, también tengo un día movido —concedo asintiendo y poniéndome de pie—. Tengo que solucionar las cosas que no hice por estar en este estado de ánimo.
Poniéndose de pie, toma otra galleta y se la come en dos mordiscos antes de ver la hora en el reloj alrededor de su muñeca.
— ¿Tu familia ya se fue? —pregunto llenando el silencio.
—En unas horas lo harán, voy a extrañarlos.
—Yo también los extrañaría si fuese tú.
—Y me haces acordarme de que Theo me imploró que te diera el número de Tom y el de Cara para que lo llames cuando creas que estás enferma para morir o quieras algún tip de videojuegos porque espera que te vuelvas una jugadora experta.
— ¿También quiere que lo llame cuando consiga un crucifijo para cazar con él?
—Sí —Se ríe mientras caminamos hacia la puerta—, seguramente también querrá que lo llames para eso.
—Está bien, envíame sus contactos, no puedo decepcionar a Theo.
—Eres consciente de que mi familia ahora te adora ¿Verdad?
—Sí —quito el seguro de la puerta y la abro— y eso me encanta. Me da satisfacción.
— ¿Por qué?
—Porque eso quiere decir que tengo un efecto en los hombres Greene de diferentes maneras.
— ¿Qué efecto se supone tienes en mí?
—No creo que estemos listo para tal conversación sin actuar al respecto —respondo y sus ojos se entrecierran, pero no hace ninguna objeción al respecto.
—Descansa, lo necesitas si mañana te espera un día ajetreado.
—Lo haré, ahora me siento más ligera y lista para acostarme a dormir. También descansa.
Asiente y nos vemos durante unos cortos segundos antes de que se incline para besarme la mejilla a modo de despedida y te prometo que no quiero ser tan descarada, pero se me hace imposible no voltear lo suficiente el rostro en último segundo para que su beso termine a mitad de mis labios. Retrocede unos centímetros para verme, pero es importante destacar que ni siquiera parece sorprendido de mi audacia.
—Lo siento, lo siento —digo de inmediato.
— ¿De verdad? No te ves cómo una persona que lo sienta.
¡Atrapada! No lamento para nada lo que hice, así que dejo de ocultar la sonrisa.
—Bueno, no, pero se supone debo decir que lo siento.
—Eres problemas para mí ¿Lo sabías?
—Y este problema se resuelve sumando y restando, ya te lo he dicho.
Se ríe un poco más fuerte y la manera en la que lo hace le achica los ojos y le crea unos pliegues en las mejillas de manera encantadora. Antes de que pueda hablar y decir otra cosa que lo haga reír un poco más, estoy siendo sorprendida cuando de hecho un beso corto, con un leve sonido, cae sobre mi boca.
—Lo siento —susurra antes de darse la vuelta y comenzar a alejarse.
— ¡Sumar y restar! ¡Recuérdalo! —grito y él gira a mitad de pasillo llevándose el índice a los labios, una clara señal de silencio.
—No seas una horrible vecina desconsiderada, Allen.
Ah, cierto que es la madrugada, tiene razón. Sonrío viéndolo girar de nuevo y caminar hacia el ascensor.
Lo había establecido antes que me sentiría mejor con el pasar de las horas, del día, que estaría bien y ahora lo confirmo mientras sonrío viéndolo adentrarse al ascensor con las manos dentro del suéter. Sacudo la mano a forma de despedida de modo infantil y lo que hace es reír antes de que las puertas del ascensor se cierren, dejándome esa maravillosa vista mental de lo grandiosa que es la relación que hemos ido forjando.
—Mi galleta —suspiro.
Nadie imaginó que volvería pronto, pero dejo por aquí este capítulo horneado hoy.
Capítulo dedicado a @maccu_ por tanto apoyo y amor, espero continúes en todas las historias que aún nos quedan por contar ♥️
Redes: Instagram: DarlisStefany / Twitter: Darlis_Steff / Páginas de facebook: Darlis Stefany y "Saga BG.5 de Darlis Stefany" /En vivos en YouNow: DarlisStefany
Espero les guste.
Un beso.
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