36 | ¿Quién eres? Intenta no morir buscando la respuesta
—¡No, no, no! —exclama Eros en lamento.
—¡Sí, sí, sí! —exclamo yo, feliz.
Él sigue apretando los botones del control como si fuera a servir de algo, yo por mi parte sigo dando brincos emocionada en su sofá, saboreando la victoria.
—¡¡Sí!! —grito, dejando caer el control en mi regazo cuando alzo los brazos.
—¡¡No!! —chilla él a su vez, viendo que su avatar llega de cuarto lugar, mientras que él mío lo hizo de primero.
Me levanto de un salto del sofá, empiezo a hacer un baile de victoria nada más que moviendo los hombros en círculo con mis dos manos a la altura de mi pecho, cantando «gané, gané, gané» con una melodía repetitiva. Eros en su asiento está cruzado de brazos y con un puchero de mal perdedor en los labios.
—¡Gané! —vuelvo a exclamar, feliz, es la primera vez que gano desde que empezamos a jugar Mario Kart en su consola.
—Sí, sí, no tienes que regodearmelo tanto —comenta, aún enfurruñado.
Más que molestarme, me reí de su comentario, dejándome caer otra vez en el sofá, uso mis manos como apoyo para estirarme y dejar un rápido beso en su mejilla, intentó mantener su actitud molesta, no le duró mucho tiempo porque una sonrisita empezó a surcar sus labios.
Me atrae hacia sí con sus brazos, de modo termino con la mejilla apoyada de su hombro y ambos medio acostados en el sofá, solo los cojines evitando que nos echemos de pleno.
Da un beso en la coronilla de mi cabeza.
—Felicidades, princesa Peach, me ganaste en una ronda de seis que llevamos.
—Hey, al menos es una.
Eros se rió.
—¿Te apetece una séptima ronda?
—Nah', estoy segura que mi suerte no llegará hasta ahí y me ganarás —él murmura un «puede que sí»—, ¿Una película?
—¿Pelea de autobots?
—Mientras la trama no roce lo absurdo, por mí bien.
—¡Yei!
Me suelta de su abrazo para desconectar la consola y ver la película, sonreí viéndolo moverse por la sala como un niño emocionado, más que la sudadera holgada que lleva ayuda a mi comparación.
Es sorprendente lo rápido que Eros acomodó todo he incluso fue a la cocina por un snack, en menos de diez minutos ya estaba sentado junto a mí, pasando su brazo por encima de mis hombros dándole play a la película.
—Vaya, cuánta emoción.
—Cuando un hombre quiere ver peleas de autobots, no debe de perder el tiempo.
Con eso dicho, le dió al botón en el control remoto y la película en la tv empezó a reproducirse.
Tomo una de las papitas del tazón, masticandola lentamente. Vale, su rareza no debería de sorprenderme en este punto, pero sí, sigue haciéndolo.
El resto de la tarde se nos pasó en ver dos películas de autobots llenas de peleas y algo con salvar el mundo de una peste alienígena. Honestamente, no le entendí lo suficiente y el resumen de la trama que Eros me dió antes de que empezara la cinta no ayudó mucho que digamos.
Para cuándo la segunda película terminó, agradecí a mis interiores porque había estado en el limbo desde hace más de media hora.
—No me canso de estas películas —comenta mi novio con una sonrisa feliz, tomando de las últimas papitas en el tazón—, ¿Qué opinas, Didi? ¿Te gustaron?
Ni siquiera las entendí, Eroscito.
Asentí con la cabeza, forzando una sonrisa.
—Muy buenas, eh.
No sospecha de que le miento descaradamente porque su mirada grisácea se ilumina encantada.
—¿Qué tal si vemos la tercera?
—¡No! —alza ambas cejas, sorprendido de mi negación—. Es decir... mira la hora, ya debería estar yendo a mi casa.
Saca su móvil del bolsillo de la sudadera verde, verificando de que se estaba haciendo tarde.
—Uh, sí, tienes razón. Déjame buscar tus cosas.
Lo espero en la sala mientras va a su habitación por mi mochila, aún con dos películas que no entendí un pepino, fue una buena tarde la que pasamos juntos. Todavía no me creo que sus papás hayan tenido la confianza suficiente como para dejarnos solos por más de dos horas, quizá confíen en él, quizá confíen en mí, o quizá aún crean que solo somos amigos.
Cuál sea que sea el motivo, ambos estuvimos bastante agradecidos con la privacidad, es lindo actuar como una pareja en un ambiente en el que estamos cómodos.
Oigo los pasos de Eros bajar por la escalera, seguido de un «¡Andando, mi bella dama!» cuando lo ví pasar frente a la salita hacia la puerta, me reí negando con la cabeza por su mano en el aire, creyéndose Superman.
—Eres único, Eros Jackson —le digo, cerrando la puerta detrás de mí.
—«único» —repite, asintiendo—, me gusta como suena. ¡Vamos, que se hace tarde! No quiero que te metas en un problema por mi culpa.
Aw.
Nos fuimos andando de la mano a mi casa, tonteando por las calles como un par de idiotas. Hace tan solo unos meses estábamos recorriendo este mismo camino de venida de la escuela comiendo dulces, ahora vamos agarrados de las manos con él intentando robarme besos.
Simplemente, me encanta este cambio.
Nos detuvimos en la esquina de entrada a mi vecindario, Eros me pasó mi mochila, ayudándome a ponermela, despedirnos tampoco es igual que antes, tiempo atrás solo le decía un simple «adiós» y él respondía agitando su mano, ahora nos quedamos charlando un poco más, sonriendonos y siendo incapaces de soltarnos de las manos.
—Sabes que tengo que irme, ¿No?
—Lo sé... —responde, echando su cabeza para atrás un segundo, vuelve a verme—, me gustaría pasar un día entero contigo, sin preocupaciones de los horarios de llegada ni nada por el estilo. Solos tú y yo y nadie más, quizá con una pizza.
Solté mi mano de la suya para apretujar un poco su mejilla, seguía sin gustarle aún cuando se trata de mí.
—Algún día podrá ser —prometí.
—Algún día, sí —suspira, mirando hacia mí vecindario—, ve, no vaya a ser que te castiguen. Hablamos más tarde, ¿Va?
—Va —acepté, yendo a besar su mejilla como de costumbre—. Adiós, choco-sonriente.
—Adiós, Didi.
De camino a mi casa no podía evitar mirar sobre mi hombro, él seguía ahí, con las manos dentro de los bolsillos de su sudadera, sonriendo dulcemente. Creo que jamás me cansaré de sus sonrisas, no importa qué tipo sean, me encantan. Como Eros, yo también quería solo un día para nosotros sin preocupaciones de los horarios de llegada, sin nada que nos preocupe, solo nosotros y nadie más, espero que ese «algún día» sea pronto.
Sacudo la mano una última vez en su dirección antes de entrar a mi jardín.
—¡Ya lle...
—¡¿Dónde demonios estabas?!
Me callo la boca tan solo escuchó ese grito a mi entrada.
Mis papás estaban de pie en la sala, ambos dirigiendome miradas de preocupación, angustia sería una palabra más acertada. El grito había sido de mamá, que en un segundo, pasó de parecer preocupada a molesta.
Ni molesta, parecía furiosa... ¿Conmigo?
Oh, oh.
—¡Respóndeme, Diane! —exigió.
Tengo miedo, mucho, si soy honesta.
—Eh... —es lo que sale de mi garganta.
Mamá resopla como un toro viendo a su fastidioso torero, papá no era mejor, él también pasó de la preocupación a la molestia. Sé que no voy a salir muy impune de lo que esté pasando si incluso él está cabreado.
—Te lo voy a repetir una sola vez, Diane Margaret Reynolds, ¿Dónde mierda estabas tú?
Ay, malas palabras, esto no es bueno.
Doy pasos lentos, entrando a la sala, el ambiente ahí se siente como un campo minado, sentía que, si daba un mal paso, todo explotaría en mi cara.
—Yo... estaba en la casa de Zharick... les dije que iría allá.
—No nos mientas, Diane —el tono severo en la voz de papá me hizo tragar saliva, más nerviosa que nunca—. Te fuimos a buscar a casa de Zharick y ahí no estabas, y ella tampoco supo darnos respuestas de ti.
—Así que queremos la verdad, Diane Margaret, ¿Dónde estabas metida?
Justo ahora mi ingenio no me ayudaría en lo absoluto.
—Yo... estaba... bien, ¿vale? No estaba en ningún lugar de mala muerte.
Mamá exhala con una lentitud que me asustó más, papá se sostuvo el puente de la nariz entre los dedos. Estaba cerca de pisar una bomba, los presentía.
—Respondenos, Diane, ¿Dónde estabas? —insiste papá.
—Ya les dije, estaba bien, es todo.
—No, no es «todo», te lo estamos pidiendo por las buenas, Diane, ¿Dónde estabas?
—¡Por ahí, no necesitan saber todo de mi vida! ¡Merezco un poco de privacidad!
—¡Estábamos preocupados por ti! —apuntó papá, alzando la voz.
—¡Y yo les he dicho que estaba bien, no tienen porqué preocuparse! —respondo, también alzando la voz.
—Diane, he estado teniendo mucha paciencia contigo, pero me estoy molestando, así que, por favor, dinos dónde estabas y puede que el castigo no sea tan grave.
—¿Castigo? —repito, confundida—, ¿Cómo por qué?
—¿Cómo por qué? —repite mi mamá, histérica—, ¡No te estás dignando a decirnos dónde maldita sea estabas metida! ¡Nos mentiste con respecto a ir a casa de Zharick! ¿Crees que todo eso te va a salir con una felicitación?
—¿No merezco un poco de privacidad? ¡Siempre le digo dónde estoy, a dónde voy, con quién estoy y qué estoy haciendo! ¡Por una vez, una mísera vez en que no les diga nada no los va a matar!
—Diane... —advierte papá, molesto.
—¡Por una vez en los dieciocho años que tengo quiero un poco de espacio para mí! ¡Siempre estoy acatando a todo lo que me dicen, si acaso tengo vida social, siempre estoy aquí por y para ustedes! ¡No me estaba prostituyendo, si es lo que creen!
—¡Diane! —grita mamá, eso tampoco funcionó.
—¡Quiero tener mi propia vida y no estar siempre en la burbuja en la que me han criado! —ya me encontraba gritando—, ¡Quiero salir sin estar atenta a horarios de llegada ni de posibles regaños, poder hacer algo con mi pobre existencia y no solo existir en esta casa! ¡Dicen que lo tengo todo, que no hay nada por lo que quejarme, lamento decirles que sí, sí lo hay, llevo dieciocho años en el mundo y no he podido hacer nada con mi tiempo por ustedes, porque mi vida se resume a estas cuatro paredes! —abro los brazos, señalando la casa—, me cansé de eso... —mi voz baja, mis brazos caen a mis costados—. ¿Cuándo será suficiente para ustedes?
Ya estaba cansada de todo esto, de ser la hija perfecta y complaciente a sus padres, la que se doblega a la voluntad de su madre, la que cede a las insistencia de su padre, estaba harta de ser la perfecta Diane, yo... yo solo quiero ser una Diane que tiene una vida, que sale con sus amigos sin preocupaciones de nada, ¿Eran tantas molestias una petición tan simple?
Veo a mis padres, los dos con las caras rojas más que ser de vergüenza, era de ira, especialmente la de mamá. Solo con sus gestos supe que mi petición sería imposible.
Ella señaló escaleras arriba.
—A tu habitación, estás castigada tres semanas.
Mi ceño volvió a fruncirse y la molestia que había aminorado volvió a crecer. Papá parecía estar tan molesto como mamá, los brazos cruzados, las cejas fruncidas, en esta ocasión, los dos estaban contra mí.
—Ustedes son increíbles.
Dicho eso, subí las escaleras corriendo, el azote de mi puerta me recordó a aquella noche de la discusión con mamá, nada era igual a aquel día, ambos estaban cabreados conmigo solo porque pedía vivir un poco mi vida.
Cierro la puerta con seguro y dejo mi mochila en mi cama murmurando profanidades que luego me arrepentiré, pero ahora me importaba un pepino y solo quería soltar mi veneno.
Mi vida se basa en una injusticia completa, en estar veinticuatro horas al día entre estas paredes angustiantes y aburridas. ¿Cuándo será suficiente? He sido la hija perfecta desde que tengo uso de memoria, si ellos decían «Diane, haz esto» yo lo hacía, si decían «Diane, ¿Podrías ayudarme en esto?» tenía que hacerlo. Si decían «Diane, sé perfecta» lo era. No tenía más formas de ser, era todo una línea recta siguiendo órdenes.
Siempre fue casa, y ahora que quiero conocer el mundo que tanto me prometieron, me lo están negando.
A veces incluso creo que nunca tuve una voz propia, que todo lo que se supone me gustaba era porque me lo habían enseñado. Era buena en matemáticas porque me había obligado a ello para tener la aprobación de mamá, por esa misma razón me apliqué a las clases de química avanzada, todo siempre se basó en tener su aprobación, su buen visto.
Y ahora... no sabía quién era yo.
Caer en ese profundo abismo de realidad es abrumador, no supe en qué momento terminé sentada al borde de la cama abrazando mis piernas, sintiendo las lágrimas escocer en mis ojos.
¿Quién era Diane Reynolds? No conocía la respuesta.
Y saber eso, saber que no sabes quién eres, ni cuál es tu lugar o lo que te apasiona, te hace entrar en una crisis, una verdadera crisis existencial. ¿La preocupaciones sobre lo que será de mí, mi futuro y posibles cambios? No son nada comparado con el miedo que estoy sintiendo ahora al saber que ni siquiera sé quién soy yo.
No tenía pasiones verdaderas, ni gustos originales, «¿La carrera que optaste para la universidad?» susurró una voz en mi cabeza, intentando animarme. ¿Arquitectura? Esa no es mi pasión, es la pasión de mi mamá que me a sido inculcada, no sentía una verdadera pasión por algo a lo que se me a obligado a ser fanática.
Las lágrimas están corriendo por mis mejillas en menos de un minuto, mi garganta empieza a doler por el nudo que hay en ella. No me conocía, no conocía nada de mí...
Mis manos empezaron a hormiguear, ese hormigueo se va extendiendo por mis brazos cuando el aire que intento tomar no pasa de mi garganta.
Me duele el pecho, intento respirar otra vez, no puedo.
Empiezo a preocuparme. «No puedo respirar, no puedo respirar, no puedo respirar» es todo lo que pasa por mi cabeza, siento las gotas de sudor correrme por las sienes, el hormigueo aumenta a tal nivel que no puedo sentir mis manos.
¿Qué está... qué me está...?
Mi móvil suena en la cama.
Volteo a verlo, intentando que el aire llegue a mis pulmones sin conseguirlo con éxito, tengo miedo, mucho. No sé qué es esto, no sé qué me pasa, ¿Y si no consigo aire? ¿Y si muero?
Morir... ¿Yo... yo voy a morir?
Ese pensamiento solo incrementa mi angustia, un chillido sale de mi garganta, paso histérica mis dedos por la raíz de mi pelo.
El móvil vuelve a sonar.
Me concentro en el sonido, las lágrimas en mis ojos hacen que vea todo el panorama borroso, logro alcanzarlo. Conocía ese ringtone pero mi cerebro no logra dar con la persona a quien le pertenece.
Contesté la llamada con las manos temblando.
—A-ayuda... —digo apenas contesto, sin aire, aterrada, incapaz de dejar de llorar.
—¿Didi?
Eros, es la voz de Eros.
—Oye, ¿Qué pasa? ¿Estás en problemas?
—No puedo... respirar, ayúdame... —digo en medio de los sollozos.
—¿Cómo que no puedes...? —se detiene, hay silencio, creí que se había colgado, volvía a entrar en pánico—. Diane, estás teniendo un ataque de pánico.
Ataque de pánico, alguna vez había oído de eso. Me parecía una chorrada, ahora que lo estaba viviendo, no es tan chorrada.
—Ayúdame... —volví a chillar, el dolor en mi pecho aumentando.
—Tienes que estar conciente de que esto no es peligroso, claro que puedes respirar, solo crees que no. Vas a estar bien, nada malo te va a pasar.
Los síntomas que tenía decían todo lo contrario.
—¿Tienes una ventana cerca? —afirmé con un murmuro ronco—, ¿Puedes ir hasta ahí?
Consigo llegar al alféizar de mi ventana a tientas, tampoco sentía mucho las piernas, escuchaba por todas partes como mi corazón late a toda prisa.
—¿Estás ahí? —volví a afirmar—, ¿Puedes decirme qué ves?
Limpio las lágrimas con una mano, mejorando mi vista. Digo todo lo que veo, la casa de Koi, su jardín, la calle, las pocas nubes que hay en el cielo, los árboles moverse por la brisa, las hojas que caen.
—Quiero que cierres los ojos —es un poco difícil hacer caso a su petición, pero lo consigo—, imagina un árbol, cualquiera que quieras, y que las hojas que caen van al ritmo de tu respiración, lento, tranquilo, relajado.
Le hago caso, la oscuridad de mis párpados pasa a ser el parque, ahí estoy yo, sentada como un Yogui bajo un árbol, las hojas verdes van cayendo, lo hacen con lentitud, intento seguir ese ritmo, mi pecho sube y baja a ese ritmo un minuto entero en que no siento ninguna mejoría. Mis pulmones ya sin aire empiezan a quemar, vuelvo a asustarme.
No quiero morir, no quiero morir, no quiero morir.
Meneo la cabeza, aprieto los ojos aún cerrados, lágrimas resbalan por mis mejillas, mi pecho vuelve a subir y bajar desesperado en busca de oxígeno.
—No funciona, no funciona...
Hay silencio en la línea, pensé otra vez que Eros había colgado, ¿Me estaba dejando sola en medio de un ataque de pánico? Lo que se las verá conmigo cuando lo...
—Now I'm about to give you my heart
But remember this one thing
I've never been in love before
So, you gotta go easy on me.
Interrumpo mi retahíla de amenazas hacia su persona cuando su voz vuelve a sonar por la llamada con esa melodía lenta, cantando con su voz grave. Mi estado de shock hace que deje de intentar buscar aire, dejando de respirar por un minuto entero.
—I heard love is dangerous
Once you fall you never get enough
But the thought of you leaving
Ain't so easy for me.
Empiezo a inhalar y exhalar solo por la nariz, inconscientemente siguiendo el ritmo lento en el que canta, tal vez a propósito lo hacía.
—Don't hurt me, desert me
Don't give up on me
What would I want to do that for?
Don't use me, take advantage of me
Make me sorry I ever counted on you.
Con el paso de los minutos vuelvo a tener la sensación de que tengo brazos, las palpitaciones de mis sienes aminoran al igual que las de mi corazón asustado minutos atrás. El aire pasa de mi garganta, llegando al fin a mis pulmones. Eso resulta ser un alivio, pero sigo manteniendo lenta mis inhalaciones para no volver a alterarme.
—1, 2, 3, 4 to the 5
Baby, I'm counting on you
1, 2, 3, 4 to the 5
Baby, I'm counting on you.
Siguió cantando él aún sabiendo que ya me encontraba mejor, aún así no lo interrumpí, había oído a Eros cantar antes, hace ya un tiempo que no lo hace, y ahora, después de la crisis de hace minutos, su voz resulta ser el mejor calmante.
Me quedo viendo a la calle abrazando mis piernas y con el móvil pegado a la oreja, sonriendo por escucharlo.
—¿Cómo estamos? —pregunta después de finalizar la última estrofa.
Limpio los restos de lágrimas que quedan en mis mejillas y sorbo mi nariz, no quería moverme de aquí, empezaba a no sentir el trasero, tampoco me importaba, quería solo estar aquí.
—Estoy mejor... —mi voz es ronca y rasposa—, gracias, Eros, por... por ayudarme.
—No tienes nada que agradecerme, Diane, no podía dejarte sola en un momento como ese —recuesto mi cabeza del cristal de mi ventana—. Oye, si te sientes mal y necesitas hablar con alguien, no dudes ni un segundo en llamarme.
—No quiero ser una molestia, Eros —musito.
—¿Cómo vas a ser una molestia? Diane, eres mi novia, no importa la hora ni el lugar donde esté, tú jamás serás una molestia.
Mis ojos vuelven a llenarse de lágrimas, lágrimas de felicidad.
—Oye, ¿Sabes que te quiero mucho?
Oír su risa es un placer para mis oídos.
—Lo sé, Didi, yo también te quiero muchísimo, así que no escuches a tu lado pesimista, llámame, yo tengo mejores cosas que decir.
Le sonrío como tonta a mi débil reflejo en la ventana.
—Gracias, Eros.
—No te preocupes, ¿Qué tal si te das una ducha? Siempre ayuda a relajarte más después de un suceso así, prometo estar aquí cuando vuelvas.
—¿Lo prometes?
—Lo prometo.
Tomo el valor para levantarme del alféizar, nada malo pasa conmigo ni a mi alrededor, así que me movilizo por mi habitación a buscar una muda de ropa y mi toalla, dejo el móvil con la llamada en curso sobre mi mesita y salgo con la toalla alrededor del cuello. En el pasillo escucho las voces de mis papás en la sala, nada más los ignoro y sigo con mi camino al baño.
Estoy ahí unos buenos veinte minutos, en mi vida había disfrutado tanto una ducha hasta ahora, el agua aminora la tensión en mis músculos, relajando todo mi cuerpo. También me resfresca el rostro porque por algún motivo lo sentía acalorado, tal vez por lo de hace rato, lo que sea, la ducha ayudó bastante.
Estaba saliendo del baño cuando oí pisadas en las escaleras, no me apetece ver a ninguno de mis papás, así que me apresuré a mi habitación a volver a cerrarla con seguro.
No pasan ni cinco minutos cuando hay un suave toque en la madera.
—¿Diane? —es papá—, ¿Podemos hablar?
No respondo, me mantengo de pie ahí frente a la puerta aún en toalla, mi pelo chorrea gotitas de agua que se acumulan a mis pies.
—Didi, por favor —suplica, se oye más calmado que hace un rato—. Sé que... que estás molesta, pero entiendenos, estábamos preocupados por ti —aún no digo nada, papá suspira—. Te daremos tu espacio, y tu castigo... será solo para este fin de semana.
Voy hasta la puerta en silencio, la sombra de papá se refleja en la separación que hay en el suelo.
—Cuando estés lista para hablar, o cuando tu molestia aminore, ya sabes dónde duermo —se ríe, risa que se convierte en otro suspiro—. Baja a cenar cuando quieras, ¿vale? Tu comida estará ahí.
Su sombra se aleja al igual que sus pasos, estoy ahí no sé cuánto tiempo, solo viendo la abertura entre mi puerta y el suelo.
—¿Didi?
Volteo a todos lados, buscando la fuente del sonido, sujetando mi toalla sobre mi pecho con fuerza para que no se caiga.
—¿Quién anda ahí?
—Al móvil, Diane.
Lo veo, la pantalla seguía encendida aún con la llamada de Eros en curso.
—Perdón, se me había olvidado que seguías ahí.
—Descuida —empiezo a vestirme con mi pijama—. Oye... no quiero sonar chismoso, pero... ¿Te han castigado?
—¿Lo has oído? —responde con un bajo «sí, lo siento», paso mi camisa de pijama sobre mi cabeza—, tranquilo, para responder tu pregunta, sí, me han castigado, pero ahora solo es este fin de semana.
—¿A sido por mi culpa?
—No, no, para nada —me siento en la cama, secando mi pelo húmedo con la toalla también húmeda—, fueron unos problemas, no tiene nada que ver contigo, no te preocupes.
—¿Segura?
—Segura, Eroscito, son problemas que se resolverán pronto.
—Espero que sí, no me gustaría... ser una manzana en discordia en medio de tú y tus papás.
—Claro que no lo eres ni jamás lo serás, eres más bien... un algodón de azúcar.
—¿Un algodón de azúcar?
—Así es, colorido y que trae mucha felicidad.
—Aw, ¿Te doy felicidad?
—Eres parte de mi felicidad, Eros Jackson.
—Y tú eres gran parte de la mía, Diane Reynolds.
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