17 | Los hermanos Jackson

Después de la ceremonia de graduación estuvimos un rato en el campo de fútbol solo hablando con nuestros compañeros y amigos, también haciéndonos muchas fotos.

Me cansé de contar las fotos que me hice con Zharick y Eros, incluso tuve algunas con Christopher. El tipo seguía teniendo parte de mi desagrado, pero ahora podía verlo bien como el futuro novio de mi mejor amiga.

Después de todo, ese vitoreo suyo hace un rato hacia Zharick me dió a entender que había una llamita de amor encendiéndose en ese gilipollas corazón suyo.

Creo que debo de ir preparando una buena amenaza.

Me tomé fotos también con mi familia, mis papás me abrazaron hasta dejarme sin aire y mi abuela me llenó las mejillas de besos hasta que dije basta. En un momento, mi mamá me había acariciando la mejilla con cariño y me dirigía esa mirada de orgullo total que tanto tiempo he estado esperando ver.

Escucharla decirme que estaba orgullosa de mí y que también estaba feliz, se sintió bien a mi corazón que se a esforzado mucho tiempo por ser la mejor de la clase. Sé que mamá siempre está feliz y siente orgullo por cada cosa que haga, pero son las cosas grandes a las que opino que realmente se merecen ese sentimiento. Y saber que ahora, en este momento, se siente así hacia mí, también me hace ser feliz por este gran logro.

Me habían dado un rato para pasarla con mis amigos antes de irnos a celebrar. Volví con Zharick, que había estado hablando con nuestros compañeros de clases, me sumé a la conversación y estuve riéndome un buen rato por todas las anécdotas, hasta que cierto chico de ojos grises llegó con prisas a mi lado.

—¡Ven, ven, ven! —exclamó Eros, tomándome de la mano y arrastrándome hasta donde estaba au familia.

—¡Espera, Eros! —repliqué, pero no me hizo caso y solo se detuvo hasta que estuvimos junto a su familia.

Sus padres estaban riendo, la señora Martha me saludó con una sonrisa que devolví. A su lado estaba un hombre que debía ser su marido: cabello castaño y rizado igual al de Eros y ojos de un marrón más claro que el de Evolet, quién lleva a los hombros. Ahora que los veo juntos, Eros comparte muchos parecidos a sus padres.

—¡Aquí está! —exclamó mi secuestrador, señalando hacia mí como si yo fuera un especie de premio—. Mi famosa chica salsa.

Saludé a la familia Jackson con un gesto de mi mano y una sonrisa pequeña.

—Hey.

—Con que tú eres la chica que está soportando a mi hermanito —dijo una voz a mi lado.

Me giré para ver a un chico unos centímetros más bajo que Eros, de cabello castaño oscuro ondulado, como una versión más decente y no tan desordenada que el de su hermano. Ojos almendrados de un tono avellana, a diferencia de su hermanita, en los ojos de Eames no hay felicidad infantil, él tiene más como una mirada... atenta, una que nota cada detalle de todo lo que lo rodea. Igual que Eros, tiene una mejillas marcadas aunque no tan regordetas como las de él y una nariz perfilada a la que, admito, le envidié un poquito. Iba con jeans negros, una camiseta blanca bajo una chaqueta de cuero marrón.

Bueno, ahora con todos juntos, veo que en esta familia nadie puede negar que no se parecen. Eames comparte más parecidos con su padre que con su madre, excepto los ojos, ahí son idénticos. Eros tiene rasgos de ambos, lo único que lo diferencia son sus ojos faltos del color avellana. Y Evolet, bueno, Evolet es como un poquito de todos. Más a su mamá que a los demás.

—Ah, Diane, este idiota de aquí es Eames, mi hermano mayor.

Con que estamos frente a el hijo Jackson mayor... Debo admitirlo, esta gente tiene buenos genes.

Eames me regaló una sonrisa de labios cerrados y estrechó su mano hacia mí.

—Mi hermanito no para de hablar de la famosa «chica salsa», así que es un gusto conocerte al fin.

Miré sobre mi hombro a Eros y él se encogió de hombros con una ligera sonrisa culpable.

Volví a ver al frente, tomando la mano de Eames.

—En realidad, soy Diane, este tonto hermano tuyo tiene un fetiche en llamarme así.

—Es un accidente digno de recordar —dijo él detrás de mí—. Y tú me llamas «mesero cogote golpeado», es lo justo.

Eames se rió de lo que dijo su hermano después de soltar mi mano.

—Es un accidente digno de Eros Jackson —corrigió, metiendo ambas manos en los bolsillos de su chaqueta—. En fin, igual tenía curiosidad no solo por Eros, esa chiquilla de ahí tampoco para de hablar de ti —señaló a Evolet que estaba sobre los hombros de su padre, ella me regaló una sonrisita de dientes torcidos.

—Eres una buena niñera, Diane. ¿Cuándo me cuidas otra vez?

—Eso se llama traición, Evie —se indignó Eros—. ¿Mi mejor amiga antes que yo? Traición, hermana.

Eso me dejó descolocada unos segundos. ¿Eros me consideraba su mejor amiga? Eso... era extraño para mí. Mejores amigos solo tengo dos, y uno es mi primo. Considero que para entrar en la zona de amistad en la que puedes llamar a alguien «mejor amigo» tienen que haber pasado muchas cosas juntos. ¿Qué había pasado yo con Eros? Un baño de salsa, un choque donde mi trabajo escolar salió volando por los aires, otro choque más dónde se vio involucrada una camada de perros, caminatas agradables después de clases comiendo dulces, la tarde en la reserva...

Supongo que habíamos pasado los suficientes momentos para ser buenos amigos, mejores... amigos.

Aunque me tome cierto tiempo poder llamarlo así, sí que se lo había ganado, aún cuando ciertas costumbres suyas me sigan dando pena ajena.

—Bueno, también es un gusto conocerte, Eames, Eros me a hablado varias cosas de ti.

Él sonrió con una mezcla de dulzura y arrogancia, ladeó la cabeza a un lado para ver a su hermano.

—Con que Eroscito me extrañaba.

—Claro que no, idiota. Es que tú estás en todas las fotos de la casa, tenía que explicarle quien era ese tipo que siempre se carga una cara de culo.

—Que yo recuerde, me habías dicho que sí lo extrañabas —declaré, ganándome de inmediato una mirada indignada de parte de Eros.

Eames soltó una rápida carcajada.

—Sé que me amas, Eros, no lo niegues.

—Dices puras chorradas.

Eames le había guiñado un ojo, y aunque Eros los puso en blanco, después sonrió yendo a abrazar a su hermano. Evolet se les unió después.

En esta parte de los hermanos, tenía mucho que envidiarle a Eros. Se nota a simple vista que se llevan genial, por muchas tontas discusiones que tengan él y Eames, se quieren, ¿Qué narices? Ellos se aman mucho y ni hay que dudarlo. Y ambos trataban a Evolet con tanto cariño. En el fondo, mi niña de ocho años se echó a llorar porque ella siempre quiso eso: hermanos en los que confiar he incluso pelear, alguien a quien echarle la culpa por alguna travesura porque la excusa del fantasma no sirve con los adultos. Quería tener eso también.

Terminé meneando la cabeza, no me pondría triste por un tema que debí dejar hace años. Lo eché de lado y me concentré en la recién empezada conversación.

Me pasé un buen rato con la familia Jackson, molesté a Eros con Eames y entre Evolet, él y yo molestamos a su hermano mayor. Todo fue risas hasta que tuve que irme con mis papás. Me despedí de todos, prometiendole a Evolet que iría a visitarla en un día de estos.

—¿Y yo qué? —se indignó Eros por segunda vez.

—A ti también, mesero torpe —estiré la mano para dar palmaditas a su cabello.

Me puso mala cara, yo le sonreí exageradamente. Mantuvo la expresión, solo que pocos segundos después no se aguantó y terminó echándose a reír.

—Nos vemos el viernes —aseguró, dándome un rápido abrazo que finalizó con un beso corto en la coronilla de mi cabeza.

Me di la vuelta y huí de ahí rápidamente para que no viera mis mejillas coloradas. Era tonto sonrojarse por algo así, lo sabía, y aún así, no podía evitarlo.

Llegué con mis padres y con mi abuela y juntos nos fuimos a un restaurante de comida rápida a celebrar. A otros probablemente les regalen el último iPhone, otros pocos coches de lujo nuevos para la colección, ¿A mí? A mí me regalan comida y estoy feliz con ello.

Me llené el estómago de hamburguesas, papas y bastante refresco que mis riñones debieron estar sufriendo. Me encanta comer, sobretodo si es comida chatarra.

—Calma, Diane —sugirió mamá, riendo—. La comida no se va a ir.

Igual seguí comiendo como si el mundo se fuera a acabar, todo estaba muy bueno, sobretodo las papas. Era lo mejor del plato.

A mí no deberían darme papas fritas, mi autocontrol se va de vacaciones.

En cuanto terminé toda mi comida, estaba segura que mi estómago explotaría. Tuve que soltarme un botón del pantalón porque no podía respirar.

Que contenta estaba.

Cuando llegamos a casa, me llevé una sorpresa. No era comida, por suerte, ya en mi estómago no cabía nada más. Era una caja de regalo em vuelta en papel verde agua y rodeada de cintas blancas.

Miré sobre mi hombro a mis padres y abuela, todos estaban sonriendo. La abuela me hizo un gesto para que me acercara.

—¿Okey? —dije, igual yendo a la mesa. La curiosidad me ganaba.

La caja tenía ese tipo de envolturas que no era necesario romper el papel para abrir el regalo. Así que solo levanté la tapa, en cuanto ví lo que había adentro, la dejé caer al suelo.

—No... —miré a mi familia, sus sonrisas habían crecido—. ¡No! ¡No lo hicieron!

—Oh, cielo —dijo la abuela, cruzada de brazos como una especie de gánster buena onda—, sí lo hicimos.

Solté un grito y di brincos en mi sitio.

—¡Gracias, gracias, gracias! —fui hasta ellos para abrazarlos al mismo tiempo—. ¡Son los mejores!

Papá me desordenó el pelo como un perrito.

—¿Te gustó?

—¿Que si me gustó? —cuestioné, alejándome—. ¡Claro que me gustó!

Volví hacia la mesa para sacar el regalo que estaba dentro de la caja. Mi familia me había regalado una cámara réflex, ¡Una maldita cámara réflex! Dioses, era la mejor cámara para tomar fotografías, mucho mejor que la cámara de mi móvil.

La sostuve con manos temblorosas. Este era el mejor regalo de toda mi vida. Había querido una cámara desde hacía un tiempo y solo no había dicho nada porque no creí que mis padres tuvieran el presupuesto para comprarla. Pensaba en tomar trabajos de medio tiempo en el verano para poder costearla, así sea al menos una usada.

Y ahora... ahora tenía una nueva en mis manos, ¡Y no era un sueño!

Me giré otra vez hacia mi familia aún sosteniendo la cámara en manos, seguía sonriendome y mis ojitos se llenaron de lágrimas.

—Oh, Didi —musitó mamá, acercándose para abrazarme, seguido de papá y la abuela.

Lágrimas de emoción rodaron por mis mejillas, de seguro corriendo el maquillaje ligero que me había hecho. Hoy había sido un día lleno de emociones fuertes, también había tenido el mejor final de todos, las lágrimas eran simplemente inevitables.

—Gracias —chillé con voz aguda, sorbiendo mi nariz, recosté mi cabeza del hombro de mamá—. Gracias, en serio.

—Cielo, te la merecías —dijo papá, acariciando mi cabello—. Siempre supimos que querías una cámara, te la pasas tomando grandes fotografías.

—Sí, solo estábamos esperando el momento adecuado para darte tu regalo —completó mamá, alejándome del abrazo para limpiar mis lágrimas—. Ahora puedes ir por el mundo tomando increíbles fotos.

Oh, no, ahí vienen las lágrimas otra vez...

Cuando volvieron a correr por mis mejillas, mi familia se rió y volvió a rodearme con sus brazos.

-

Al día siguiente luego de despertar y arreglarme para la reunión de hoy, bajé a la cocina a ayudar a mi mamá y a la abuela con la comida, ambas se negaron a recibir mi ayuda y me dieron la orden de ver la televisión o jugar con Baloo.

—¿Pero por qué? —pregunté viéndolas ir de un lado a otro cocinando y condimentando carne para hamburguesas.

Sí, hoy iba por mi segunda ronda de hamburguesas.

—Porque sí, hazle caso a tus mayores y ve a ver la tele —ordenó mi abuela.

Confundida, salí de la cocina.

Cómo no quería ver la televisión, volví a subir a mi habitación por mi nueva cámara y jugueteé con ella un rato. Tomé algunas fotografías de mis zapatos, pero no tenía buena iluminación, así que fui al patio con Baloo y así iniciamos una nueva sesión de fotos.

—Eso, Baloo —tomé una foto de él jadeando—. Dame más —brincó intentando atrapar una mariposa—. Eso, la cámara te adora, chico.

Me reí de mí misma y le seguí tomando fotos a mi perro. Todas fueron increíbles por las funciones y enfoque de la lente. Además de que mi perro es bastante fotogénico.

Volví adentro solo para poner algo de música, todo estaba muy silencioso y no me gustaba. Conecté mi móvil al estéreo y busqué una canción, últimamente me la pasaba escuchando mucho a Taylor Swift, así que puse mi favorita de ella: Style.

Canté a toda voz la canción, mi mamá y abuela me miraron raro y se rieron, pero a mí no me importó. Es Taylor Swift, después de todo.

Ya a eso de las diez de la mañana, en el patio de mi casa se encontraba mi familia. Todos habían venido hoy a la reunión que habían organizado mamá y papá por mi graduación. Estaba mi tía Arabela con su esposo y mis tres primos: Faber, Farah y Haines. El tío Diego con su novia, Sara, Mónica y Miguel y también sus hermanastros, me alegró verlos, además, trajeron a Argonauta y Baloo también se puso feliz de ver a su compañero de travesuras.

En cuanto me había visto, Miguel vino corriendo hacia mí para darme un muy fuerte abrazo y alzarme del suelo. Esa acción me recordó a Eros.

—¡Estoy muy feliz por ti, Didi! ¡Soy un primo orgulloso! —exclamó sin soltarme.

—Gracias, Miguel, pero... suéltame, que no respiro —pedí con el aire que escaseaba en mis pulmones.

Él se rió y me puso sobre mis pies.

—Felicidades, Diane, en serio estoy muy feliz por ti, prima —me regaló una sonrisa que demostraba lo que sentía—. Cómo tú mejor amigo en la familia y primo mayor, ofrezco mis servicios de ayuda para cualquier cosa de la universidad que necesites, ya que ahora serás parte del grupo.

—Era la única que faltaba, idiota.

—¡Exacto! Bienvenida al club.

Meneé la cabeza riendo, Miguel era un tipo buena onda y un poco raro a veces.

Mi familia también me habían traído algunos regalos. El de Miguel fue un bonito brazalete que tenía la mitad de un corazón, cuando le pregunté por la otra parte, sacó un juego de llaves, el llavero tenía como decoración la otra parte que juntó.

—Mejores amigos de la familia —dijo, pasando su brazo sobre mi hombro y desordenando mi pelo.

El regalo de Mónica fue de los mejores: su famoso pastel de siete capaz de tamaño pequeño que en definitiva no compartiría con nadie, y lo más sorprendente, ¡Me abrazó! ¡Me abrazó! Recibir un abrazo de Mónica Ann Reynolds es de los acontecimientos más raros de todos, me dejó descolocada momentaneamente.

—Tú... ¿Me acabas de regalar un abrazo sin habértelo pedido? —la señalé, aún incrédula.

—Eh, sí —respondió confundida.

Parpadeé. No me creía esto.

—¿Acaso esto es un sueño? —pregunté a nuestros familiares que nos rodeaban, ellos se rieron y mi prima rodó los ojos.

—A veces doy abrazos, ¿Sabes?

—Sí, a veces como cada mil años.

—Mil años a nosotros, a su novio se los da todo el tiempo —saltó a decir Miguel.

Ella le dirigió una mirada mortal.

—Oh, cállate, idiota.

Me sumé a las risas, y aunque Mónica nos hizo una mala cara a nosotros, igual se terminó riendo porque sabe que tenemos razón.

Seguí recibiendo regalos. Marck, Sienna y Kalani, los hermanastros de mis primos, me regalaron en conjunto unas zapatillas muy bonitas que combinaban mejor con mi vestido que las otras que pensaba usar. El de mi tío Diego y su novia fueron en cambio unas diademas y gorros de los que suelo usar a veces. Faber, Farah y Haines también me regalaron algo en conjunto: una camiseta con temática de Taylor Swift que me hizo chillar y brincar de emoción. Vale, quizá sí sea una gran fan de ella. El regalo de mi tía Arabela y su esposo fue un vestido veraniego que me prometí usar.

El resto del día se trató de hablar con mis primos y jugar demasiados juegos de mesa, como cuando éramos más niños. Jugamos una intensa partida de Monopoly dónde todos quedaron en deuda conmigo, lo admito, usé mis conocimientos de cálculo para ganar. ¿Me sentí mal? En lo absoluto porque todos me derrotaron en Uno, así que esa es mi venganza.

Jugamos charadas, adivinanzas he incluso cantamos al karaoke. Claro es que nos ganaron Mónica en primer lugar y Miguel en el segundo, Farah quedó de último porque, dioses, mi prima tiene una voz horrible.

Al atardecer fue que vinimos comiendo de las hamburguesas que prepararon mis tíos y comimos de un pastel que mamá había ido a comprar. Mantengo mi palabra de que no compartiré el pastel de siete capaz que me regaló Mónica.

No fue un mal día, me la pasé increíble con mis primos después de tanto tiempo sin vernos todos. Sí, solía hablar con cada uno por llamada o mensajes, pero estas reuniones familiares son mucho mejor. Me hace recordar los tiempos de antes dónde éramos todos más niños y jugábamos con la pelota o las muñecas y en las noches cuando aún los adultos seguían charlando, subíamos a alguna habitación a contar historias de terror. Siempre había alguien que salía con los pantalones mojados, (ese alguien siempre era yo) pero son cosas que nos gustaba hacer, por muy húmedos que terminaran mis pantalones.

Las costumbres se fueron perdiendo con el paso del tiempo, así que este día hizo feliz a la pequeña Diane que aún vive dentro de mí, y estoy segura que a mis primos también les gustó.

Cuando el día acabó, me despedí de todos ellos con un abrazo fuerte y agradecimientos por los regalos, también con burlas porque le abuela se quedaría una noche más.

—Aceptenlo, me quiere más a mí que a ustedes —regodeé, viéndolos desde el umbral de la puerta.

—Cállate, mensa —Haines lanzó una bola de servilleta sucia que esquivé por poco.

Le saqué la lengua en respuesta y él me imitó.

Aún con eso, se despidió de mí con una dulce sonrisa. Éramos medio bipolares, si te lo planteabas bien.

A la hora de dormir, solo pude pensar en que mañana sería el baile. Oficialmente, el último día. Estaba nerviosa no solo por eso, también... otras cosas tontas. Me costó dormirme, y cuando por fin lo logré, me pasé unas buenas horas de sueño. Mi abuela fue la que me despertó la mañana siguiente a eso de las diez. No me quejé, quería estar lo más descansada para más tarde.

Mamá había pedido el día libre para poder acompañarme a todos los arreglos que necesitaba. Luego de mi desayuno, fui arrastrada por ella y por la abuela al coche para ir a la peluquería.

No es que yo tenga desagrado hacia los arreglos femeninos, los considero relajantes y después de ir a a peluquería, mi autoestima subía unos cuantos escalones porque me gustaba lo bonita que me veía. Disfruté bastante las horas que nos pasamos en el salón de belleza, mientras a mí me acomodaban el pelo, maquillaban para la noche y también arreglaban mis uñas, mi madre y abuela leían revistas y cotilleaban en el área de secado de pelo.

—¿Algún peinado en específico? —me preguntó la peluquera detrás de mí, dándome una mirada por el espejo del tocador.

—Usted haga su magia.

Ella sonrió.

—Hoy es tu baile, ¿No? —asentí. Me analizó un momento con los ojos entrecerrados, después de cinco minutos de una intensa mirada analítica, sonrío a dientes completos—. Tengo una idea.

Fue una idea que tardó su buen rato en realizar. ¿Media hora? ¿Una hora entera? Perdí la noción del tiempo porque habían encendido la televisión que estaba ahí y me perdí en la película de acción que estaban transmitiendo. Mi peluquera hizo trenzas en mi cabello, usó una rizadora y también una plancha para alaciar los mechones delanteros que alguna vez fueron un flequillo. También me preguntó de qué color era mi vestido, cuando le respondí que era de un tono suave de morado, casi lila, se fue a quien sabe dónde y volvió con un frasco lleno de pequeñas flores de ese mismo color que fue ensartando en mi pelo.

—¿Cuánto falta? Me duele el cuero cabelludo —me quejé con una mueca.

—Calma, ya casi está.

Ese «casi» se cumplió diez minutos después. Cuando por fin pude verme al espejo, dejé ir una respiración incrédula al verme. Mi peluquera me había hecho un precioso peinado en cascada. Rizó gran parte de mi cabello he hizo una trenza que iba desde mi sien izquierda hasta la derecha, como simulando ser una corona donde había asestado las flores lilas.

Había quedado...

—Guao... —completé en voz alta mi pensamiento, desvié la mirada a mi peluquera que me sonreía por el reflejo del espejo—. Esto está... increíble.

La sonrisa que me regaló hizo que sus ojos se volvieran más pequeños.

—Estás preciosa, pero aún no terminamos. ¿Vamos con el maquillaje?

Miré la hora en mi móvil: iban a ser las dos. Vaya, sí que hemos estado un buen rato aquí. Eros no pasaría por mí hasta las siete, aún quedaba bastante tiempo.

—Claro, vamos con el maquillaje.

-

Más tarde ese día, mamá subía el cierre trasero de mi vestido. Puso sus manos sobre mis hombros y nos miró por el espejo.

—Estás preciosa, Didi.

—Realmente preciosa —secundó la abuela sentada en mi cama.

Mi mamá me dió la vuelta aún sosteniendome de los hombros. Echó hacia atrás uno de los rizos de mi peinado.

—Ve y diviértete mucho esta noche, ¿Vale? Toma muchas fotografías con tus amigos, con Zhari. Pásala bien.

—Lo haré, mamá.

Ella despidió un suspiro, bajando lentamente sus manos por mis brazos en una rápida caricia. La notaba rara desde esta mañana.

—¿Todo bien, mamá?

Asintió ladeando una sonrisa.

—Todo bien, cielo. No te preocupes por mí —apretujó mi mejilla, haciéndonos reír—. Tengo que arreglarme para una cena de trabajo esta noche, si no logro salir antes de que te vayas, dile a tu papá que te tome muchas fotos con tu amigo, ¿Okey?

—Okey, ve.

Con una última caricia a mi mejilla, se fue a su cuarto a arreglarse.

La abuela y yo bajamos a la sala donde papá veía muy relajado la televisión. Recién venía llegando del trabajo, por lo que aún tenía parte de su traje, solo se había quitado el saco, los zapatos dejando un aroma a pies por la sala y se había aflojado la corbata, que le cuelga chueca del cuello. En cuanto me vio, vino hacia mí con una enorme sonrisa.

—¿Quién eres y que hiciste con mi niña? No recuerdo que fuera tan guapa.

Le propiné un golpe en el brazo.

—Es una broma, cariño. Sí eres mi hija. Mi guapa hija.

—Claro que sí —sonreí con arrogancia.

—Vale, niña pretenciosa. ¿Llevas todo? ¿Móvil, dinero de emergencia, identificación?

—Sí, sí y sí. También mi cámara y gel antibacterial.

—Tan maniática de la limpieza —comentó la abuela.

—Me gusta ser prevenida —objeté. Nunca sabes qué clase gérmenes puede haber ahí afuera.

Después de esa rápida conversación, fui a la cocina por un vaso de agua, teniendo cuidado de no derramar el labial. Me sentía bastante bonita esa noche con mi vestido, los zapatos que me regalaron los hermanos Foster ayer y con mi peinado y maquillaje. Antes también me había sentido así, pero ahora... no lo sé, me siento mejor que nunca. El ramillete de flores que me había dado Eros lo llevo en mi mano derecha, y honestamente, es mi parte favorita de mi ropa de esta noche.

Estaba dejando el vaso en su sitio cuando escuché varios toques en la puerta. Miré la hora: siete en punto. Tenía que ser Eros, ¿Quién más si no? Salí de la cocina sintiéndome nerviosa, con el estómago cosquilleando con esa famosas mariposas. ¿Estaba nerviosa por ver a Eros? Sí, pero no por cosas tontas, más por la parte de... ¿Qué dirá cuándo me vea? Suele verme con ropas más ligeras, nunca con algo tan arreglado como lo que llevo esa noche.

Gracias al cielo fue papá quien tomó la iniciativa de abrir la puerta, del otro lado vi al mesero cogote golpeado limpiandose el saco que llevaba. Él tampoco estaba nada mal esa noche: iba en esmoquín, sí, sin embargo, era muy a su estilo; la camisa de vestir blanca se la había dejado por fuera y la corbata roja en un nudo bastante holgado, los pantalones de vestir le llegaban a la altura del tobillo y, ¿Acaso estaba usando tenis? Dioses, Eros. Eso no era lo peor del caso, ¡Estaba usando gorra! ¡Gorra! ¿A quién se le ocurre?

A Eros Jackson, claro que sí. Así y todo, esa... extraña combinación le sentaba bien. Creo que sí se vería raro si iba más formal.

Alzó la vista y le sonrió a mi papá, saludandolo con un rápido choca los cinco. Un segundo después, sus ojos grises se abrieron en sorpresa al dar conmigo unos pasos más atrás.

Parpadeó tres veces seguidas, no dijo nada.

—Guao... —murmuró poco después.

—¿Qué quieres decir con «guao»? —pregunté, sintiendo un sentimiento absurdo de nervios.

—Guao —volvió a murmurar. Le dirigí una sonrisa confundida que le hizo menear la cabeza—. Es decir, vaya, estás guapísima, Diane.

Le regalé una sonrisa tímida.

—Bueno, tú no estás tan mal.

Eso lo hizo reír, no pasé por alto que me recorrió de pies a cabeza y que... ¿Se había sonrojado? Un suave color rosa apareció por sus mejillas y pasó la mirada a otro punto. Se rascó la nariz en ese gesto nervioso que pocas veces le había visto.

Ver a Eros sonrojado fue... fue muy tierno, lo admito.

Papá se aclaró la garganta.

—Sí, bueno, estoy de violinista aquí y no me apetece. ¿Les tomo una foto, chicos?

—Oh, claro —saqué mi cámara del bolso de lado que llevaba, ajusté todo lo necesario y le di las indicaciones a papá de como tomar la fotografía. En cuanto lo captó, me pidió ponerme al lado de Eros, una aroma suave de colonia llegó a mi nariz—. Te ves bien, Eros.

—Tú no solo estás guapa, estás preciosa, Diane.

—Eh, chicos, los halagos para después —pidió papá. Eros me sostuvo de la cintura con delicadeza y yo pasé mi brazo para sostenerlo de la misma forma. Ambos sonreímos a la cámara cuando papá lo pidió—. Una última y... ya está. Diviértanse esta noche, chicos. Y Eros, quiero a mi hija aquí a la once —le dió una mirada seria que hizo asentir al chico a mi lado.

—A las once aquí, señor Reynolds.

—Por favor, muchacho, llámame Louis.

Mi acompañante sonrió.

—Vale, Louis.

Antes de irnos, la abuela exclamó desde la sala un «¡Pásenla en grande!» y también un «¡Cuidado con las enfermedades, Diane!» que hizo que quisiera que la tierra me tragara. ¿Por qué, abuela? ¡¿Por qué?!

—Ignora eso —le dije a Eros tras subir a su auto—. Mi abuela es rara.

—Es buena onda —admitió, mirándome de soslayo encendiendo el coche para salir de la calle—. Entonces, ¿Estás lista para nuestro baile de graduación, chica salsa?

Extendió su mano hacia mí en un gesto claro que quería que la tomara. No dudé en hacerlo.

—Estoy lista para nuestro baile, mesero cogote golpeado.

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