12 | Eroscito y Didi

Hay unos toques en la puerta que hicieron ladrar a Baloo.

—¡Voy! —grité bajando las escaleras. Baloo seguía ladrando en dirección a la puerta, incapaz de acercarse.

En la sala, mis padres parecían bastante centrados en sus asuntos que nos les importaba el perro ladrando. Mamá estaba en el sofá viendo la televisión, concentrada en su telenovela turca, papá estaba en la mesa revisando papeles con unos auriculares saliendo de sus oídos y meneando la cabeza al ritmo de la música que escucha.

—¡Ya me voy, nos vemos más tarde! —exclamé yendo hacia la salida.

Se despidieron con vagos «cuídate». Tal parece que sus asuntos de ahora son más importantes. Me despedí de Baloo con unas caricias a su cabeza y fui a abrir la puerta.

Del otro lado, Eros se acomodaba con una mueca incómoda el sujetador del casco sobre su cabeza.

—Hey —saludé yo.

Se soltó el gancho, haciendo que las cintas de seguridad le cuelguen a cada lado. Me sonrió.

—Hey, ¿Estás lista?

—Sí, andando.

Cerré la puerta con cuidado y juntos bajamos la escalinata del pórtico, junto a mi bicicleta (ahora limpia) estaba una de color negro con detalles en azul he hilos multicolores en el radio de cada rueda.

—Una bicicleta digna de Eros Jackson —comento, tomando la mía por los manubrios para salir del jardín.

Eros se rió imitando mi acción y echando una ojeada a las llantas de su bici.

—Estuve horas haciendo eso, pero valió la pena.

Ya en la acera frente a mi casa, doy una última revisión a mi mochila para ver si tenía todo. Dos botellas de agua. Móvil cargado. Protector solar y un spray antimosquitos. Una gorra y lentes de sol. Un pequeño paraguas por si llovía. Algunos bocadillos y un par de sandwiches de mantequilla de maní y jalea, por último un estuche con papel de baño y toallas sanitarias por si surgía alguna emergencia.

Estaba preparada para esta tarde.

—¿Traes tu móvil? —me preguntó Eros, subiendo a su bici.

—Sí, ¿No traes el tuyo?

—Nah', no me gusta llevar el móvil encima cuando voy a mí lugar especial, sobretodo cuando voy a pintar, me gusta ir ahí para desconectarme, el móvil es una conexión directa a todo lo que quiero ignorar.

Vaya.

Por unos momentos solo estoy en un estado de perplejidad observando a Eros. Mi pregunta de ayer vuelve a hacer eco en mi cabeza: ¿En serio me tiene esa confianza para llevarme a ese lugar? Es increíble.

—¿Todo bien? —inquirió cuando han pasado más de diez segundos y yo no le he quitado la mirada de encima—. Sé que soy un guaperas, pero no es para babear.

Ese comentario me hizo salir de mi estupor. Cuando toma confianza, Eros empieza a hacer ese tipo de comentarios tontos.

—Ah, sí, todo bien —respondo—. ¿Para... para qué quieres saber si llevo móvil?

—¿Tienes buenas canciones?

Fruncí el ceño.

—Supongo que sí... —dije, confundida. No estaba llevando el hilo de la conversación.

—Genial, pon una canción que consideres perfecta para el viaje.

Oh, quería escuchar música en el trayecto. Vale, lo entiendo y me gusta esa idea.

Saco mi móvil y busco en mi playlist una canción perfecta para el viaje. Mi gusto musical no es malo, sin embargo, comparado con el de mis primos, (especialmente el de Mónica) está en unos pocos niveles más abajo. Igual no me importa mucho, yo escucho lo que me gusta, y considero que nadie tiene gustos musicales malos, solo preferencias que otros no aceptan.

Encontré la canción perfecta en la letra C, le doy a reproducir y dejo mi móvil en la canastilla de mi bicicleta. Después miré a Eros, que tenía una cara de concentración para ver si lograba adivinar la canción.

Fueron diez segundos exactos en los que se tardó en adivinar la canción.

—¡Could Have Been Me! —asentí sonriendo, la canción de The Struts seguía sonando—. Que gran canción para ir de camino, ¡Vamos!

Así, Eros se subió a su bicicleta y empezó a pedalear hacia la salida de la calle. Yo lo seguí más atrás, tratando de alcanzarlo, aunque siempre lograba superarme, solo que no lo suficiente para seguir escuchando la música.

I wanna taste love and pain —cantó a toda voz la segunda repetición del coro de la canción—, I wanna feel pride and shame
I don't wanna take my time
I don't wanna waste one line
I wanna live better days
Never look back and say —y literalmente gritó—: It could have been me. It could have been me. Yeah!

La canción siguió sonando por la bocina de mi móvil con la risa de Eros de fondo, por suerte, la calle estaba vacía y solo pasaban pocos autos. De verdad que ese chico no tiene vergüenza.

—¡Venga, chica salsa! —animó dándome una mirada sobre su hombro antes de volverla al frente—. ¡Canta conmigo! —hice un sonido de negación—. Vamos, ¡Es divertido! ¡Y liberador!

—No, Eros, estamos en la calle.

Escuché su resoplido y como fingió toser.

—¡Cof, cof, agua fiestas, cof, cof!

Frené mi bicicleta y lo miré indignada, ¿Acaso me llamó aguafiestas? ¿Cómo se atreve? ¡Me indigna!

—¡No soy una aguafiestas! —exclamé, causando que se detenga más adelante de mí—. Solo no me gusta hacer ese tipo de cosas en la calle.

—En otras palabras, aguafiestas.

Le dediqué mi peor mirada.

—Ya veremos quién es una aguafiestas —sin quitarle la mirada de encima, tomé mi móvil de la canastilla y busqué una canción en cuanto terminaba la anterior. Una ideal para el viaje y a la vez que me gustase.

Asentí para mí misma en cuanto la encontré.

«I stay out too late
Got nothing in my brain
That's what people say, hm, hm
That's what people say, hm, hm

I go on too many dates
But I can't make them stay
At least that's what people say, hm, hm
That's what people say, hm, hm» se empezó a reproducir la canción. Volví a subirme a mi bicicleta hasta alcanzar y avanzar más que Eros.

—¡Oye! —se quejó él detrás de mí.

But I keep cruising
Can't stop, won't stop moving
It's like I got this music
In my mind, saying it's gonna be alright —canté junto al coro de Shake It Off de Taylor Swift, otra de mis favoritas suyas.

Andando en mi bicicleta con la brisa fresca de la tarde y una gran canción de fondo, reconocí que Eros tenía razón hace rato, esto era liberador.

»'Cause the players gonna play, play, play, play, play —suelto una de mis manos del manubrio y la agito de un lado a otro en el aire. Las canciones de Taylor Swift siempre me hacen querer bailar—. And the haters gonna hate, hate, hate, hate, hate
Baby, I'm just gonna shake, shake, shake, shake, shake
I shake it off, I shake it off —seguí cantando y fue inevitable no reír.

Y es que esto se sentía bien, como cierta paz o libertad. Supongo que sí puede ser libertad: hacer una tontería en la calle sin importarte lo que digan terceras personas porque tienes un apoyo contigo que está haciendo la misma estupidez que tú

—¡Eso, chica salsa! —vitoreó Eros llegando a mi par, se aclaró la garganta para cantar a la perfección la siguiente parte—: Heartbreakers gonna break, break, break, break, break —me reí cuando lo vi de reojo, meneaba la cabeza de un lado a otro a la par del ritmo—. And the fakers gonna fake, fake, fake, fake, fake.
Baby, I'm just gonna shake, shake, shake, shake, shake.
I shake it off, I shake it off.

Debo decir un par de cosas, primero: él no tiene una mala voz, aunque tampoco es tan perfecta porque hay notas en las que desafina. Aún así, a Eros no parece importarle eso, solo disfruta de la música y de cantarla. Segundo, no creí que pudiera saberse una canción de Taylor Swift.

I never miss a beat —continué cantando, enfrascada en la música y creyéndome una diva sobre el escenario, claro que estaba conciente que estaba sobre mi bicicleta y que debía de tener cuidado de no caerme—. I'm lightning on my feet
And that's what they don't see, hm, hm
That's what they don't see, hm, hm

I'm dancing on my own (dancing on my own) —sonó de fondo—. I make the moves up as I go (moves up as I go) —volvió a repetirse al fondo—. And that's what they don't know, hm, hm. That's what they don't know, hm, hm —me siguió Eros, igual de enfrascado que yo, también agudizando un poco su voz.

«But I keep cruising
Can't stop, won't stop grooving
It's like I got this music
In my mind, saying it's gonna be alright» cantó la voz de Taylor cuando nosotros nos callamos para recuperar el aliento, esto de cantar y pedalear al mismo tiempo está difícil.

Solo que antes que se volviera a repetir el coro, Eros y yo compartimos una mirada y un asentimiento, llegando a un acuerdo silencioso.

—'Cause the players gonna play, play, play, play, play —cantamos al unísono en un volumen tan alto que por poco no se calificaba como grito—. And the haters gonna hate, hate, hate, hate, hate.
Baby, I'm just gonna shake, shake, shake, shake, shake.
I shake it off, I shake it off.

Nuestras fuertes risas dejaron el resto de la canción sonando de fondo. Mis mejillas dolían porque no podía dejar de sonreír, cuando ví a Eros, su rostro estaba rojizo he intentaba recuperar el aire entre risas. Eso solo me hizo reír más.

—¡Eso fue genial! —exclamó él cuando pudo hablar, luego como pudimos chocamos los cinco con rapidez ya que nuestros manubrios se habían desestabilizado—. ¿Ves que sí es liberador? —dijo, bajando un poco la velocidad.

—Sí, tienes razón, fue muy divertido —admití—. Pero mi garganta pide agua, paremos, por favor.

Hicimos una rápida parada metros más adelante dónde nos diera la sombra de un árbol. Saqué las dos botellas de agua fría y le convidé una a Eros.

—Vaya, estás preparada.

Encogí los hombros dando un largo sorbo.

—No me gusta salir sin provisiones. No estaría en paz.

—Sí, ya lo creo.

También saqué una de las barras de granola que había tomado de la alacena. Eros sonrió cuál chiquillo de cinco años y abrió la envoltura para dar un gran mordisco.

—Me encantan estas cosas —comentó con la boca llena—, siempre han sido mi merienda favorita.

Y puedo afirmar ello por como se come la barra con emoción y felicidad. Yo no soy una gran fanática de las barras de granola como él, me gustan y las como de vez en cuando, no es un mal bocadillo para comer en una tarde, o cuando no haz desayunado. Es el mismo gusto que el cereal.

Estuvimos poco tiempo descansando bajo el árbol, Eros insistió que había que llegar rápido a su lugar especial porque había mucho que hacer. Durante el camino no hice más que seguirlo porque no tenía idea de a dónde me llevaría, tenía cierta desconfianza aún, por lo que en un bolsillo secreto de mi mochila había guardado un spray de serpentina, con eso podría distraerlo unos pocos minutos por si tenía malas intenciones.

Sé que a veces tengo un mal genio, pero es que he visto demasiadas películas de suspenso y terror. No seré la protagonista estúpida.

El trayecto no se hizo tan largo porque seguimos escuchando y cantando las canciones que se reproducían de mi playlist, también hablamos de otras cosas. Tanto del baile, la graduación y a dónde querríamos estudiar.

—Miami Seacoast University —contesté a su pregunta de cuál universidad optaría.

Eros frunció el ceño.

—¿No es como un especie de internado o algo?

—Pues... sí, es un internado universitario en Miami.

—¿Y te agrada la idea de compartir habitación con alguien totalmente desconocido que posiblemente pueda ser un asesino serial que podría matarte con tu almohada a media noche?

Juro que mi cerebro se congeló un instante y que ví frente a mis ojos un aviso de «error en el sistema, reconectando a la conexión de internet». Eso no había pasado por mi cabeza, y eso que suelo crear escenarios bastante surrealistas cuando estoy aburrida. Pero eso... ni en mis más locos sueños se me hubiera ocurrido.

—¿Pero qué...? —balbuceé, mis labios hicieron una mueca y mi nariz se arrugó—. Yo creí que era paranoica, pero tú me ganas.

—Oye, es una gran teoría. Todo es posible —se defiende, alzando ambos brazos.

—Claro... —retomé el hilo de la conversación anterior, cosa que no fue fácil. Mi cerebro aún estaba conectandose al internet—. El punto es, me gusta esa universidad, mi mamá estudió ahí y quiero lo mismo.

—¿Por ti o... por tu mamá? —preguntó precavido, dándome una mirada de reojo.

Ese tono me confundió. Claro que quiero estudiar ahí porque yo quiero, mamá solo lo había sugerido, mi curiosidad picó he investigué a fondo sobre el internado y solo quise una cosa: estudiar ahí cuando vaya a la universidad. Lo de la carrera a optar ya cambia, pero ¡Eh, que sí tiene su lado interesante la arquitectura! Son tipos de dibujos, me gusta dibujar, así que estoy bien.

—Claro que por mí, Eros —respondí con cierta seriedad—. Mi mamá estudió ahí y me contó grandes cosas sobre el lugar, además de que sus programas de estudio son muy buenos.

—Vale, pero no te enojes.

Tomé una respiración profunda para calmarme. No es que estaba molesta, solo que aún ciertos comentarios suyos me caen mal al hígado.

—En fin, ¿Tú dónde vas a estudiar? —meneé la cabeza para espantar un mechón de mi cabello que el viento desordenó.

Antes de responderme, Eros me hizo una seña para que girara hacia la derecha para ir en dirección a Frend Pond Pkwy.

—Escuela de Artes de Boston —respondió tomando la acera, en esta calle sí abundan los coches—. Quiero ser artista, y esa es una de las mejores escuelas de artes que hay en el estado.

—Mi prima es artista —lo pensé bien—, bueno, es estudiante de artes. Creo que va en su tercer o cuarto semestre de bellas artes, no lo sé. Se le da bien cualquier cosa relacionada con la pintura.

—Deberías presentarmela algún día, entre artistas nos llevamos bien.

Me reí.

—Claro, algún día te la presento, Eros.

—Lo esperaré —tomé mi móvil de la canastilla y puse pausa a la música, con todo el ruido de esos coches no he escuchado nada. También ví la hora: las 03: 37, nos hemos tardado más de lo previsto en llegar a su dichoso lugar.

—¿Cuánto falta? —cuestioné, volviendo a dejar el móvil en la canasta.

—Estamos cerca, ¿Te parece una carrera? —arquea una ceja hacia mí, sonriendo.

—Vale, pero que sea justo. Detengamonos y que empiece la cuenta.

Frenamos nuestras bicicletas, unas señoras que nos estaban pasando por el lado dieron un salto asustadas, capaz pensando que éramos bandalos. ¿Cómo podría ser? Ni siquiera aparentamos la edad que realmente tenemos.

—¿Lista, chica salsa?

Asentí sujetando los manubrios de mi bicicleta, preparada para ganar la carrera.

—Listo, mesero cogote golpeado.

-

Bueno, qué pena decirlo, pero... Eros me ganó.

Cuando al fin llego a la entrada de la reserva natural, él ya me estaba esperando con una maldita sonrisa triunfante que le quiero borrar con un guantazo.

—Eso... eso fue trampa —logré decir con el poco aliento que me quedaba en los pulmones.

—¿Trampa en qué sentido?

—¡No me dijiste que era una subida!

—Tú no preguntaste —encogió los hombros, estirando ambos brazos por sobre su cabeza.

No puedo replicar, aún no recupero el aire de esa estúpida subida de la que no tenía idea. Mis piernas están cansadas y mi rostro chorrea sudor, también lo siento bastante caliente por el esfuerzo.

—Si no te importa... —empezó a decir.

—De hecho, yo quisiera...

—Hay que ponernos manos a la obra, ¡Sígueme, perdedora chica salsa!

Y volvió a subirse a su bicicleta, entrando a la reserva natural Fresh Pond.

Lo seguí dando un suspiro.

La reserva natural de Fresh Pond es un lugar realmente bonito. Sus abundantes árboles y senderos le dan un toque único al lugar, y ni digamos sus vistas a sus lagos. Hace años que no venía aquí, sigue igual que hace años, creo que incluso más bonito.

En silencio y observando fascinada el paisaje, fui tras Eros. Él más adelante de mí iba tarareando una canción que no reconocí, en el inicio de un nuevo sendero se detuvo para verme.

—No te molestes, pero es otra subida.

Di un lamento.

—Es corto, lo prometo, y la vista lo vale completamente.

—No tengo opción, así que andando.

La subida fue corta, sí, pero aún así mis piernas se quejaron. Después de este día, no andaría en bicicleta un mes entero. El camino restante tuvo que ser a pie porque era un poco desequilibrado y con rocas como para andar en bici. La vista del bosque era bonita, podía escuchar los sonidos de los pájaros cantar, de algunas cigarras y pude ver alguna que otra salamandra andando por ahí.

—Y... llegamos —anunció Eros.

Me detuve a su lado para ver qué nuestro destino era un bonito claro, una zona del bosque desprovista de árboles. Tenía una vista perfecta hacia la gran laguna por la que habíamos pasado hace un rato y si mis oídos no fallan, también puedo escuchar una caída de agua.

—Sí, es una caída de agua —me confirma Eros, adentrándose más en el lugar—. Está bajando por esa dirección, es una pequeña quebrada, el agua cae por una laguna oculta.

—¿Cómo sabes eso?

Dejó caer su bicicleta y se sentó junto a ella en el suelo de césped, empezando a sacar todo lo que necesitaba de su mochila. Pinturas, pinceles de distintos tamaños, algunos lápices, colores y marcadores, también un especie de soporte de cartón dónde enganchó una hoja más grande de lo normal.

—Llevo años viniendo aquí a pintar, conozco el bosque como la palma de mi mano. Es imposible que no sepa de cada caída de agua, laguna o cueva que haya por aquí.

—¿Hay cuevas aquí? —pregunté, girando a verlo con una ceja arqueada.

—¿Las hay? Sí. ¿Aptas para el público? No.

Vale, nueva información.

Aproveché los minutos en los que él preparaba sus cosas para ver un poco el lugar. Dejé mi bicicleta también en el suelo junto a mí mochila. Tomé mi móvil y caminé hasta los árboles que bordean ese claro, el sol de la tarde con el bonito cielo azul hacen de esta vista un perfecto panorama para una fotografía, por lo que busco la cámara de mi móvil y digitalizo la vista.

Tal vez me vaya de aquí con unas nuevas fotos.

Con el pasar de los minutos, entendí por qué a Eros le gustaba ir a ahí a pintar, también el no llevarse el móvil: es tranquilo, silencioso, lleno de naturaleza y paz. Para un artista, esas cosas son tan preciadas para poder pintar he inspirarse. Además, tiene esa gran vista al frente, ¿Cómo no tomar inspiración con eso?

—¿Estás lista, chica salsa?

Giré para verlo, había ajustado la gran hoja que haría de su lienzo en el soporte de cartón, había acomodado sus pinturas en el césped he incluso había traído un botella vacía para dejar sus pinceles ahí.

—Claro, ¿Tengo que posar o algo? —puse mi mano derecha sobre mi cabeza y la izquierda en mi cintura, exageré una boca de pato que lo hizo reír.

—No, no es necesario. Aunque sería muy gracioso pintar esa pose. Solo siéntate de frente a mí y listo.

Hum, que sencillo sería esto. No entiendo por qué Christopher se quejaba tanto.

Hice caso a sus órdenes y me senté frente a él, Eros me observó con sus ojos grises detalladamente, parecía analizar cada parte de mi rostro con esos peculiares irises. Me pregunto de quién los habrá heredado, ¿De su mamá o papá?

—Tus ojos son muy bonitos, chica salsa —comentó de la nada, dejándome descolocada. Tomó un lápiz y empezó a trazar sobre la hoja—. Verde garrafa, bastante peculiar.

—Oh, sí... —me rasqué la mejilla, no solía recibir muchos halagos—. Tú también tienes ojos bonitos, grises, no se ven muchos.

—Soy el único en mi familia con ese color. Los de Eames y Evolet son marrones, yo los heredé de mi abuela paterna.

—Somos dos. Mi papá, mi abuela y yo somos lo únicos con este tono de verde. Mis otros dos tíos son de uno más claro, mis primos de un verde azulado o verdes avellanados.

—Que curioso es eso de lo colores de ojos —expresó con un tono distraído, concentrado en su dibujo.

—Todo depende de la genética, el gen más fuerte, melanina. Esas cosas.

No me respondió, tampoco me lo tomé a mal. Sé que pintar, y más si es pintar un retrato, requiere un gran nivel de concentración, así que solo me quedé viendo los árboles, las colinas en bajada, las mariposas que volaban cerca y los colibrís que pasaban a toda velocidad por nuestras cabezas.

Eros se pasó su buena media hora dibujandome, me veía por encima de su lienzo improvisado y volvía a trazar líneas. Así una y otra vez. Se me cansó la espalda, mi trasero tampoco estaba soportando estar tanto tiempo sentado al igual que mis piernas no querían estar más en posición de Yogui.

Vale, que ahora entiendo a Christopher.

—Eros, ¿Cuándo será que...?

—Ya —anunció, interrumpiendome—. Solo me falta pintar, así que ya puedes levantarte.

—Gracias —murmuré poniéndome de pie. Busqué en mi mochila los bocadillos que había traído y también los sandwiches, le tendí uno a Eros y un par de las golosinas que había traído, me sonrió agradecido—. ¿No te cansas? Subir y bajar la mirada le debe afectar a tu cuello.

—Pues sí —sacó el sándwich de su bolsa plástica y dió un mordisco—. Por eso me tomo descansos de cinco minutos cada media hora. Me ayuda a relajarme y pensar mejor.

—¿Puedo verlo? —señalé el lienzo.

Con la mano libre del sandwich lo abrazó contra su pecho, como un niño que se niega a compartir un juguete.

—No, te lo mostraré después.

—¿Después cuándo? —entrecerré los ojos en su dirección.

—Después de que me lo califiquen.

—¡Eros!

—¡Didi!

—¡No me llames así!

—¡¿Por qué?! ¡Es tierno!

—¡No me gusta! ¿Vale? —«aún no tienes ese nivel de confianza» me abstuve de agregar—. Es un apodo familiar vergonzoso.

—Bueno, para quitar vergüenzas. A mí no solo me dicen Cheeks, Eames me llama «Eroscito»

Parpadeé y apreté los labios, tragandome mi risa el mayor tiempo que pude, que solo fueron patéticos quince segundos. Una carcajada fuerte brotó de mi garganta sin poder evitarlo.

—¡No inventes! —exclamé entre risas, lágrimas se acumulan mis ojos—. Dioses, que apodo tan malo.

Eros encogió los hombros.

—Es más vergonzoso que el «Didi» como verás —ni hay que dudarlo—. Eames me llama así desde que soy un crío, nuestros papás nos cuentan que cuando él iba a chismear en mi cuna y yo lloraba, decía «Eroscito llora» —fingió una voz infantil—. Se a quedado con el tiempo, y cada vez que viene a casa son pocas las veces que de verdad me llama Eros.

—Pobre mesero cogote golpeado —dije en una risita.

Eros me dió una rápida mala mirada dando un mordisco a su sandwich. Me señaló.

—Te ignoraré.

Y dicho y hecho, porque luego de comer su sandwich, se concentró en pintar el dibujo, por lo que estuvo pasando de mí gran parte de la tarde. Como él estaba en sus asuntos, yo decidí meterme en los míos.

Hora de fotografiar un poco.

-

—¿Chocolate o vainilla? —me preguntó.

—Mil veces chocolate, pero igual me gusta la vainilla.

—Mil veces el chocolate, no soporto la vainilla desde que en sexto grado me tomé un sorbito y me dió dolor estomacal por dos días.

Lo admito, me reí fuerte.

—¡Creí que sabría cómo olía! —se defendió él, coloreando con el color marrón.

—No te juzgo porque bien podría haberme pasado a mí —dejé ir un suspiro, pensando en la siguiente pregunta—. ¿Cómo es vivir con sinestesia?

Mi pregunta lo puso pensativo un momento. Aquello me daba curiosidad, nunca en mi vida había conocido a alguien que padeciera de tal cosa.

—Nada complejo, realmente —respondió volviendo al retrato—. No es como que veo manchones de colores todo el tiempo, solo cuando escucho música, y solo si esa música me gusta bastante. Cuando es... no lo sé, K-pop, no los veo. Detesto el K-pop.

—¿Por?

—No es un género malo, lo admito, y respeto a quienes le gusta, solo... no me gusta porque es... extraño, su ritmo es raro.

—Es pop, Eros, pop coreano.

—Solo no me gusta y ya.

—A mí sí —me encogí de hombros cuando me miró—. No es que soy una gran fan del género, a veces escucho algunas canciones y ya.

—Ignoraré que dijiste eso —tomó un pincel del frasco y las pinturas verde y azul oscuro, dejó abierta la blanca—. He visto que tomas muchas fotos, ¿Te gusta?

—Sí, es un pasatiempo que tengo —salté a la siguiente roca que no estaba tan lejos—. Supongo que se me da bien.

—¿No quieres estudiar eso en la universidad?

—Nah', es solo un hobby, de los hobbies no se vive.

Cuando hubo silencio más tiempo del esperado, alcé la mirada de las rocas que llevo rato saltando para ver a Eros, su expresión estaba seria.

—¿Qué?

—Dijiste una tontería.

—¿Eh?

—«de los hobbies no se vive», eso es una tontería, Diane, claro que se puede. Algunos hobbies se convierten en pasiones, y de las verdaderas pasiones es que realmente se vive.

—Bueno, está bien, pero no te lo tomes a mal, Jackson. Es solo mi punto de vista, la fotografia no es un trabajo muy recurrente.

—Tienes un concepto muy errado sobre lo que es una verdadera vocación, chica salsa.

Puse los ojos en blanco, volviendo a mi cosa de saltar rocas por aburrimiento. Había tomado muchas fotos, tanto del paisaje, de algunos colibrís sobre flores cercanas y abejas polinizando, como de Eros pintando. Sus caras de concentración son dignas de memes.

—Mi turno de preguntar —pensé en algo, llevábamos ya un buen rato en esto de las preguntas y respuestas, me quedaba sin ideas—. ¿Traumas o fobias?

—¿Prometes no reírte?

—Respeto los traumas, también tengo algunos, amigo.

Eros despidió un suspiro, parecía prepararse mentalmente.

—Le temo a los lugares cerrados, los odio con todo lo que soy. No puedo subirme a un ascensor sin tener un ataque de pánico.

—Totalmente comprensible, ¿Algún trauma?

Su mirada se perdió y dijo con un tono asustado:

—El clóset.

Fruncí el ceño.

—¿Qué? ¿Eres gay?

—¿Pero qué? ¡No! —negó, mirándome ofendido, yo alcé los brazos. Fue mi primer pensamiento, perdón—. Hablo de literalmente un clóset.

—No entiendo.

Resopló.

—Mira, hace como dos años mis hermanos me jugaron una mala broma, de ahí mi claustrofobia. Estaba en mi habitación y había oído ruidos extraños venir del clóset.

—Ay, no.

—Sí, ay, no. La cosa es, que me acerqué a ver qué era, estaba aterrado, pero no me iba a quedar con la duda. Cuando abrí la puerta, el maldito de Eames salió de un salto gritando, tenía una máscara de payaso aterrador, por lo que no supe en ese momento que era él. Ese idiota me empujó y me dejó encerrado en el clóset por lo que pareció una eternidad.

—¿Y cuánto tiempo realmente pasó?

—Como cinco minutos, ¡Pero fueron los peores cinco minutos de toda mi vida! Desde ese día tengo claustrofobia, y cuando Eames está en casa, reviso tres veces el armario para asegurarme que no está ahí.

—Eso sí es para traumarse.

—Ya lo creo yo.

Eros y yo seguimos haciéndonos preguntas aleatorias, contamos algunas anécdotas y, en general, la pasamos bien el resto de la tarde. Para cuándo él terminó el retrato (no me dejó verlo) y nos estábamos yendo, ya eran eso de las siete de la noche. El cielo sobre nosotros estaba moteado de montones de estrellas, parecía que la luna no saldría esa noche.

De noche aunque aún era bonito, también daba un poco de miedo la reserva y hacía frío. En todo el camino a la salida no podía evitar ver sobre mi hombro hacia atrás, asegurándome de que cualquier loco con una sierra no nos siga para matarnos. El frío tampoco colaboraba mucho, me congelaba, y para cuando llegamos a la salida, tenía las manos tan frías que parece que las había metido en un cubo de agua helada.

—Estás temblando —notó Eros, acto seguido se sacó la chaqueta de pana que tiene algunas manchas de pintura en las muñecas y la puso sobre mis hombros—. Así no pescas un resfriado.

—Pero... ¿Tú?

—Estoy bien, soy resistente al clima frío.

Estaba dudosa, tampoco quería que él se enfermara por mi culpa.

—Venga, Diane, estaré bien. Ahora vamos, que se nos hará tarde y empezará a hacer más frío.

Otra vez, tenía razón, así que me ajusté la chaqueta que me proporcionó el suficiente calor para que mis brazos y manos ya no pasen frío, olía a pintura y madera con un ligero aroma de colonia de bebé. La fragancia de Eros.

—Te queda enorme —notó riendo, las mangas me cubrían hasta los dedos de la mano—, pero te va bien. Ahora sí, vámonos, mi querida chica salsa.

Ambos nos subimos en nuestra bicicletas y emprendimos nuestro camino a casa bajo esa noche sin luna.

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