Luego de ayudar a Eros con la camada de perros y devolverlos a la chica que lo estaba buscando desesperada, ambos fuimos por los senderos del parque para salir por la calle Broadway he ir a la pizzería.
—¿Cómo es que terminaste con una manada de ocho perros a tu cargo? —le había preguntado ya que eso me causaba mucha intriga.
—Bueno... —se acomoda la gorra de la pizzería—, iba yendo muy tranquilo hacia mí turno, cuando ví a esta chica de los perros, parecía ansiosa. Me le acerqué a preguntarle si estaba bien, me dijo que tenía una emergencia «femenina» —encogió los hombros—, esas cosas hormonales que les dan a ustedes las mujeres. La cosa es que, me ofrecí a cuidar a sus perros mientras ella iba a solucionar su problema.
—Vaya, eso... fue muy amable de tu parte, Eros.
—Me educaron para ayudar, es un especie de instinto, o capaz una mala costumbre, como sea. La chica se fue y ahí el caos empezó, los perros me arrastraron un largo rato —una mueca aparece en sus labios y su mano derecha se va a cubrir de su antebrazo izquierdo a su codo—. Me llevé muchas cosas de por medio, por poco no salgo ileso.
Su expresión me dió un poco de risa.
—Ya tienes comprobado que no puedes cuidar perros.
—No me atrevo a hacerlo otra vez —se sacudió en un gesto un poco exagerado—. Cambiemos de tema, no me apetece hablar de perros.
Tan solo soltó esas palabras, Baloo dejó de olisquear el camino para girar a verlo. Sus ojitos coloridos mostraban la ofensivo que había sido el comentario de Eros para él.
—En primer lugar, tú me caes bien —señaló a Baloo, que siguió oliendo todo a paso—. Número dos —me miró a mí—, tú perro es muy expresivo, chica salsa.
—Sí, a veces me da un poco de miedo. Parece entender todo, excepto cuando le doy una orden de que se detenga —dije entre dientes, Baloo meneó la cola, acción que me dió a entender que sí me había escuchado.
Eros se rió.
—Que canino tan cool.
Eso no se lo iba a negar. Por muy desobediente que pueda ser, Baloo es un gran perro, un amigo de cuatro patas en el que confiar.
—Oye, ¿Y sí me dejarán entrar con él? —le pregunté cuando ví la pizzería al otro lado de la calle.
Volver aquí me hace recordar no solo el baño de salsa de tomate que tuvimos él y yo, también la discusión de Zharick y Christopher y mi ahogo con chocolate en el autobús.
Fue un día de gran mala suerte, ahora que lo pienso.
—Oh, sí, no te preocupes, con tal que no se ponga a ladrar al todo el que entre, tiene permitido el paso —contestó, deteniéndose en la acera de la calle, viendo a cada lado para ver si venía algún coche. Cómo no pasó ninguno, Eros me tomó de la muñeca y me llevó al otro lado.
Ese gesto pareció bastante natural en él como también distraído.
—Oye, mesero cogote golpeado, sé cruzar la calle —le dije, soltandome con cuidado de su agarre, usando un tono nada mordaz. Recién me viene perdonando, no quiero volver a meter la pata.
Eros giró la cabeza al verme, tan confundido he ido como siempre. Estoy llegando a considerar que no solo tiene sinestesia, sino también déficit de atención. ¿Qué más explicaría esos repentinos viajes a la luna que se echa?
—¿Qué dices?
—Me tomaste de la muñeca para cruzar la calle, no tengo siete años, Eros, y que seas más alto que yo no significa que debas cuidarme.
Su cara era una de «¿Eh...?» hasta que la bombilla pareció prendersele.
—Oh, perdón, es la costumbre —se echó una risa rápida—. Ya sabes, el instinto de hermano mayor. Suelo buscar a Evie a la primaria, le tomo la mano antes de cruzar la calle porque ella cree que es un gato de nueve vidas y que si un auto la atropella aparecerá durmiendo en su cama.
Parpadeé.
—¿Okey?
Otra vez, Eros se rió, esta vez de mi cara. Y es que era la expresión de sorpresa máxima que podía reflejar en mi rostro.
—Venga, ¡A comer pizza!
Tuve que menear la cabeza para salir de la sorpresa.
Eros me abrió la puerta, que sonó con el tintineo de una campana, anunciando la llegada de un nuevo cliente. Angelo's no es que es una gran pizzería, era... común. El piso es a cuadros blancos y negros, las paredes con estampados marrón y pintadas de un color que no se decide si ser naranja o rojo. La barra estaba centrada casi al final, dejando el suficiente espacio para las mesas individuales y las de cuatro asientos que bordean el lugar. Olía bien, a pizza recién hecha. Tanto Eros como yo dimos una respiración profunda.
—Me encanta ese aroma —dijo él, luego se volvió a acomodar la gorra—. Bueno, chica salsa, acabo de entrar en horario laboral. Te traeré tu pizza lo más pronto posible.
—Claro, no hay problema. Estaremos por allá —señalé una mesa vacía de cuatro asientos—. Suerte.
Exclamó un «¡Gracias!» yéndose hacia la cocina.
Me deslicé en el asiento mientras que Baloo se subió en el que está frente a mí y montó sus patitas sobre la mesa. Lo bueno de que sea un cachorro de tamaño medio es que cuando hace ese tipo de acciones, puede pasar incluso por desapercibido. Aunque me sentí también un poco incómoda porque era la única con una mascota ahí dentro. Los otros comensales estaban solos, en pareja, con amigos y otros pocos con niños.
Al menos mi ventaja es que mi perro no llora porque su hermano le comió el pepperoni.
Cómo no tenía más que hacer que esperar por Eros, detallé más el lugar. Si soy honesta, todo en Angelo's es tan básico de una pizzería, no solo por los colores o el piso, también por... ¿Las vibras? Se sentía todo muy anticuado. Al menos no ponen canciones italianas del tiempo de Matusalén.
No, esperen, sí han puesto una canción italiana. Pero... oh, Benji & Fede, sí, es aceptable.
Tarareaba por lo bajo Lunedì, la canción del dúo italiano que sonaba por el restaurante. No es que me la supiera completamente, solo la melodía y un poco el coro. Había buscado la traducción y puedo decir que esa canción es mi representación de los lunes. Yo también los odio.
En la barra vi a ese mismo chico de aquella última vez que vine: Erik, si mal no recuerdo. Parecía distraído y aburrido, un segundo después pareció sentir mi mirada, porque sus ojos gris verdoso dieron a mi mesa. Me regaló una enorme sonrisa con brackets que le devolví con un gesto.
Después de ese rápido saludo, mi vista volvió a Baloo, había bajado las patas de la mesa, por lo que ahora solo podía ver su cabeza, parte de su lomo y su cola que no para de agitarse.
—¿Nunca te aburres? —le pregunté.
Su respuesta fue girar la cabeza a mí y apoyarla de la mesa, ahora sí parecía aburrido.
Resoplé.
Cuando consideré que sacar mi móvil y chatear un rato con Zharick sería una buena manera de esperar por Eros, de la cocina salió cierto rubio leonado de ojos caramelo que lleva con una enorme sonrisa cordial una pizza a la mesa donde está un grupo grande de chicos y chicas.
¿Quién te viera, eh? Tan guapo y amable y eres un gilipollas de primera.
La verdad, no entiendo qué le vio Zharick. Vale, sí, el sujeto es guapo y se nota que hace ejercicio, pero ¿Qué hay del resto? ¿Qué tiene para ofrecer? Ser guapo puede ayudarte, porque es una absurdes eso de que nos fijamos en las personalidades. Claro que eso pasa, pero lo primero en llamarnos la atención es el físico. Christopher tiene un buen físico, pero estoy segura que su personalidad no está nada comparada.
Por eso no hay que beber cuando conoces gente nueva, te sueles llevar una impresión errónea. Y Zharick se llevó la peor de todas.
Fue casi imposible para mí no rodar los ojos cuando esa sonrisa cordial suya cambió a una coqueta cuando varias de las chicas del grupo empezaron a arrojarle piropos y coquetear con él. Hombre, ¡Venga ya! Estás en horario laboral.
—Que gilipollas de primera —murmuré entrecerrando los ojos en su dirección.
¿Por ese tipo mi mejor amiga se estaba dando mal de amores? No lo vale, para nada.
Escucho el chillido de Baloo, es uno de esos que pide por entretenimiento, como si quisiera decirme «¡Haz algo, una voltereta! ¡Pero entretenme!» que ese perro es exigente.
—¡Guau, guau!
Desvié la mirada en el momento exacto que Christopher veía a mi dirección. Baloo volvió a subir sus patitas delanteras a la mesa y me miraba con la cabeza ladeada.
—Que no se acerque, que no se acerque, que no se acerque —murmuré para mí, apretando las manos sobre mi regazo.
Para mí gran desgracia de hoy, Christopher sí se acercó.
—Hey, eres tú otra vez.
Tomé una discreta inhalación y lo ví, esbozando la mejor sonrisa cordial que tenía en mi repertorio. Pero hasta yo sabía que se veía muy forzada, lo sentía en las mejillas.
—Sí, otra vez yo.
—¿Viniste por tu pizza?
—Evidentemente.
Christopher sonrió.
—Calma, preciosa —tuve un tic en el ojo izquierdo—. Veo que estás sola, ¿Te hace falta algo de compañía?
Mis puños se apretaron un poco más en mi regazo.
—¿No estás trabajando?
—Sí, pero suelo hacer excepciones por las chicas lindas a las que dejaron solitas.
Ya, suficiente.
Con una gran calma me levanté de mi asiento. Christopher era por muchos centímetros más alto que yo, sin embargo, eso no me incomodó o puso nerviosa. Los idiotas no me suelen poner nerviosa.
—Mira, Christopher...
—¿Cómo sabes...?
—Estoy bien, y no estoy sola, mi mascota está conmigo —Baloo ladró detrás de mí—. Así que puedes seguir con tu trabajo.
—Solo intentaba ser amable, chica que por alguna razón sabe mi nombre —no dejé de mirarle mal. Mi educación se había ido por el garete—. ¿Crees que no me di cuenta que me estabas mirando? —carajo—, creí que querías compañía.
—Te lo repito, estoy bien, y te veía, porque pareces y eres un auténtico gilipollas.
—Oye, ¿Pero cuál es tu problema conmigo? ¡Recién te conozco!
Él parecía indignado y confundido. Y yo... uy, yo estoy a punto de decir muchas cosas. No debería meterme en el asunto, estoy siendo doble moral porque fui yo quien le dijo a Zharick que se alejara de ese imbécil, pero es inevitable, ya entiendo por qué mi amiga estaba tan molesta aquel día del choque.
—¿Pues sabes? Yo sé mucho de ti —lo apunté con mi dedo y di un toque a su pecho—, ¿Te parece lindo llamarle «acostón de una noche» a la primera vez de una chica? —su rostro en primer lugar palideció, luego se volvió rojo, dió un paso hacia atrás—, ¿Te parece lindo ignorar sus llamadas y mensajes? ¿Te parece lindo rechazar a alguien? ¿Es una especie de hobby o cómo?
—Yo... eh...
—Dime, Christopher —me crucé de brazos—, ¿Te parece lindo?
Pasó saliva con fuerza.
—Eres amiga de Zharick —fue todo lo que dijo en un murmuro nervioso.
—¡Sorpresa! Sí lo soy. No estoy aquí para pelear a puños contigo, porque, la verdad, no vales lo suficiente la pena.
—Mira, yo hablé con ella y...
—Bla, bla, bla, acostón de una noche, no se volverá a repetir, boberías de un fuck boy, leí mucho libros, sé la dinámica, ahórrate la explicación. Aún así, pudiste ser tantito sensible, ¿Te costaba mucho al menos darle una explicación final?
Silencio de su parte acompañado de un sonrojo.
—No entiendo qué vio en ti, la verdad. Una carita bonita para alguien tan... —hago un gesto con mi mano, nada tan específico como la palabra que no logro encontrar, pero él pareció entenderlo—. Dime al menos, ¿Te haz interesado en saber de ella después que te dejó de buscar?
No supe cómo interpretar el desvío de su mirada.
Solo suspiré.
Y sin decir una palabra, Christopher se fue otra vez hacia la cocina.
Asentí para mí misma. Se sentía bien dejar en su lugar a la gente.
Volví a tomar asiento y sí me decidí por sacar mi móvil, no le escribí a Zharick, quería contarle lo de hace un segundo en persona. En cambio, me metí en el chat de mi primo que ponía el «en línea» a responder un mensaje que me envió hace unos veinte minutos.
Era una foto de Argonauta, el perro mestizo que Mónica había adoptado hace un año. El cachorro veía hacia la cámara con la cabeza ladeada, la orejita con tres puntos blancos la tenía doblada, solo dándole un aspecto más tierno.
En respuesta, le mandé una foto rápida que le tomé a Baloo aprovechando la pose distraída en la que estaba. Envidio a ese perro, yo distraída soy una cosa horrorosa.
Hay que volver a juntar a ese par.
Fue la respuesta de Miguel.
Yo: Claro, para que dejen la sala de la casa del tío Diego hecha un desastre como el año pasado.
Me gustaba la idea de volver a juntar a Baloo con Argonauta ya que ambos cachorros se habían llevado muy bien. Lo que no me gustaba tanto es el recibir otro regaño de mis papás y de mi tío.
Vamos, solo fueron algunos cojines.
Yo: Miguel, ¡Los hicieron trizas! Pasamos horas cosiendo y más de un pinchazo con la aguja.
Miguel <3: Recibimos ayuda, recuerda.
Yo: Claro, porque la compañía de Mónica y Marck, Sienna y Kalani contó como una graaaan ayuda.
Miguel <3: ¡Kalani asestaba el hilo en la aguja! Al menos eso cuenta.
Yo: Sí, démosle un premio.
Su respuesta fue enviar un montón de emoticones riéndose. Yo no le veía la gracia, estuve muchas horas cosiendo cojines y sangrando por los dedos por pincharme con la aguja. Tenía cierto resentimiento hacia Mónica y sus hermanastros.
Igual nosotros nos lo ganamos, ¿Quiénes dejaron a los perros solos durante hora y media mientras iban por la comida.
Rodé los ojos y respondí:
Sí, nosotros, pero aún así pudieron brindar un poco de ayuda, al menos a guardar el relleno.
Marck solo se ponía a jugar con él como si fuera nieve y Sienna se limitaba a bromear con Mónica sobre lo de Kalani.
Tus hermanastros se ganaron un poco de mi odio.
Miguel <3: Pero que rencorosa, Reynolds.
Yo: Calla, Reynolds.
Es una broma mala, lo sabemos, aún así nos gusta hacerla.
—¡Prepárate para deleitarte con la mejor pizza que probaras en tu vida, vida, vida, vida! —anunció Eros, llegando a la mesa, en cada «vida» que dijo fue bajando la voz para hacer efecto de eco.
Apagué la pantalla de mi móvil y lo guardé en mi mochila. Luego le respondería a Miguel. Eros dejó frente a mí una pizza de tamaño medio que aún humeaba, el queso extra tan derretido como me gusta, el pepperoni tan perfecto se ve apetecible, los granitos de maíz solo hacían a mi estómago gruñir del hambre.
—Especialmente hecha por este chef —se señaló con ambos pulgares.
Arqueé una ceja.
—¿Especialmente?
Eros pareció entender el matiz de miedo en mi voz.
—No, Diane, no le puse nada raro, es solo una pizza normal. Aún no estás lista para mis grandes mezclas.
—Querrás decir terribles mezclas —murmuré.
—¿Qué dijiste?
—¡Nada! —le sonreí exagerada, él entrecerró los ojos—. ¿No deberías volver al trabajo? Yo quiero comer pizza.
—En un minuto, quiero ver tu reacción —se sentó frente a mí haciendo con cuidado a un lado a Baloo.
Me costó un poco dar el primer bocado porque no me quitaba la mirada de encima, incluso llegué a considerar pedirle que la pusiera para llevar, pero mi hambre y el aroma de la pizza fue más fuerte que mi incomodidad por su mirada, así que saqué un triángulo que le costó separarse de los demás a causa del queso y di una gran mordida.
—Tu cara lo dice todo —dijo, vió a Baloo—, ¿Verdad que sí?
—¡Guau, guau!
Y es que ya me imaginaba mi cara por el mordisco. La pizza sabía muy bien. El queso derretido solo le daba mejor sabor, el pepperoni, el maíz, la salsa y la suavidad de la masa... todo eso solo me abrió más el apetito.
—Ahora que he comprobado que te gustó mi pizza, volveré a la cocina, tengo que seguir trabajando —Eros se levantó de la mesa y antes de irse, me desordenó el pelo como si yo fuera un perro. Lo pasé por alto solo por la comida—. Adiós, Didi.
—¡Que es Diane! —mascullé con media pizza en la boca.
—Sí, sí, Diane...
Puse los ojos en blanco y seguí comiendo.
-
Más tarde ese día, cuando Eros había terminado su turno, papá nos hizo el favor de llevarnos, y por insistencias del mesero cogote golpeado, también llevamos a su amigo Christopher.
De no ser porque papá y Eros no paran de parlotear, el silencio que se habría formado ahí dentro sería realmente tenso.
—... ese fue un gran partido —terminaba de decir Eros sin perder la sonrisa—, fue un pase increíble el de ese jugador.
—La maniobra fue arriesgada, pero opino que valió completamente la pena —le siguió papá sin dejar la vista del camino.
Ellos siguieron hablando de este partido de fútbol que hubo hace poco, mis oídos escuchaban las palabras, pero mi cerebro solo las ignoraba. Veía distraídamente por la ventanilla acariciando a Baloo, que se había hecho bolita en mi regazo.
De vez en cuando le echaba miradas al rubio por el espejo retrovisor, él se daba cuenta y desviaba la mirada con las mejillas un poco coloradas. Me alegra saber que siente vergüenza de sus actos.
Uh, sí que soy resentida. Debería trabajar también en eso.
—¿Qué opinas, Diane?
Dejé las caricias a Baloo y miré hacia atrás.
—¿Qué? ¿Eh?
Papá y Eros se rieron, Christopher lo hizo por lo bajo.
—Te hice una propuesta.
—Que manía la tuya de hacerme propuestas.
—Tienes un punto, pero esa no es la cuestión —se acomodó en su asiento—. Mira, en mi clase de artes nos pusieron de proyecto final hacer un retrato, y no consigo que nadie sea mi modelo.
Miré a su amigo.
—¿Qué hay de él?
—Es un quejumbroso —Christopher frunció las cejas—, no me mires así, sabes que es cierto, te las vives quejando de que se te acalambra el culo.
Vale, eso me dió risa.
—Porque pasar horas sentado frente a ti mientras pintas no te hará dejar de sentirlo, Eros —replicó con sarcasmo.
Él le hizo gestos exagerados con su mano.
—No es solo por eso, mi profesora me pide que busque a un nuevo modelo, todas mis pinturas o son de este idiota o son de Evie. Entonces, ¿Qué opinas? ¿Quieres que este increíble y talentoso artista inmortalice tu retrato?
Me lo pensé un buen momento y todos esperaron en silencio por mi respuesta. Miré a papá en busca de una segunda opinión, que solo fue encogerse de los hombros, un claro «si quieres hacerlo, pues bien. Si no, también está bien» gracias, padre. También miré a Baloo, él estaba tan desinteresado de todo.
Al final volví la vista a Eros, sus ojos gritaban un «¡Acepta, por favor! ¡Te pago con chocolates!»
—Vale, está bien —él festejó—. Con tal que no sea un retrato al estilo de Jack y Rose, todo está bien.
Hubo un frenazo repentino.
—¡Auch! —chilló Christopher, sobándose la nariz que le había dado de lleno con el asiento de papá.
Que ahora... me mira en plan «¿Disculpa, jovencita?»
—¡No he dicho que quiero un retrato así! ¡Todo lo contrario!
—Igual no es lo mío —secundó Eros, acariciándose el área donde el cinturón de seguridad le había lastimado por el frenazo repentino—. Así que no se preocupe por mí, señor Reynolds.
—Bueno... —musitó papá, dándome una mirada de ojos entrecerrados que me hizo levantar ambas manos en son de paz. No quiero problemas—. Confiaré en los dos. ¿Esta en tu casa, muchacho? —le preguntó a Christopher.
—Así es, gracias por el aventón, señor Reynolds y... —arqueé una ceja cuando me vio—, hija del señor Reynolds.
—Diane —dijo Eros—, o chica salsa, los dos funcionan.
—Sí, eh, adiós. Nos vemos, hermano —después de un rápido choca los cinco, el rubio bajó del auto.
Tomamos otra ruta a la que estoy acostumbrada, me empeñé en ver las calles por si un día me perdía por estos lados y debía de volver a casa. Eros le parloteó a papá sobre su clase de pintura y lo mucho que le gusta, mi papá le comentó que su sobrina y excuñada también pintaban. Charlaron como dos viejos compadres que no se ven hace muchos años. Me sorprende la habilidad de Eros de socializar tan rápido incluso con los adultos.
—Bueno, hasta aquí llego yo —anunció cuando papá se detuvo en la entrada a su calle—. Gracias por traerme otra vez, señor Reynolds.
—No hay de qué, Eros —le sonrió con amabilidad.
—¿Nos vemos en la escuela, Diane?
—Claro, te veo en clases.
Antes de que papá arrancara el auto hacia la casa, Eros se despidió con un exagerado saludo que nos hizo reír.
—Es un buen muchacho —comentó papá, viéndome de reojo.
Encogí los hombros, volviendo a acariciar a Baloo.
—Sí, no está nada mal.
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