08 | Creme De La Chips

Observo con una mueca horrorizada al chico que se ve bastante inspirado haciendo su creación.

Pero... ¿Qué diantre va a hacer?

Después paso a ver a los niños apoyados del marco de la entrada a la cocina, uno frente a otro pero mirando con cara de «¿Por qué a nosotros?» a Eros.

Tal parece que esto no es nada nuevo.

—¿Qué planea hacer? —susurré en dirección a ellos.

Evolet despidió un suspiro y dejó caer los hombros.

—Eros es... extraño —se le dificultó decir esa última palabra—, le gustan las comidas raras.

—Muy, muy raras —agregó Jacob con los ojos muy abiertos.

Me rasqué la nuca y volví a ver a Eros, esa mueca involuntaria aparece cuando agita una botella de crema batida y hace una montaña sobre las patatas, ¡Patatas saladas!

Tomó el tazón con su extraña combinación encima y se giró hacia nosotros, muy sonriente. Los hoyuelos se le marcaron más.

Voilà! Les presento mi obra maestra: Creme De La Chips —su mala imitación del acento francés me hizo menear la cabeza.

—Cheeks, yo no quiero —dijo Evolet de inmediato con la misma mueca que yo.

—Oh, vamos, Evie, ¡Te gusta la crema y las patatas!

—Pero no juntas.

Eros resopló, luego miró a Jacob.

—¿Y tú, Jac? ¿Se te apetece?

El pobre niño tragó saliva y se encogió, temeroso de dar una respuesta. Me miró a mí, buscando ayuda.

—Deberíamos prepararles un sándwich, Eros —salté a decir por Jacob.

Echó la cabeza hacia atrás, gruñendo.

—Vale, pero ustedes se lo pierden, eh.

Y se dió la vuelta para pasar de nosotros, empezando a buscar los ingredientes para hacer unos sandwiches.

—Vayan a la sala, chicos, me aseguraré de que no sean sandwiches raros.

—Gracias, Diane —me sonrió Evolet antes de irse con Jacob.

Caminé hasta Eros, que seguía buscando cosas en el refrigerador, murmurando por lo bajo la ingredientes que necesitaría.

—Muy bien... —cerró con un golpecito de su pie la puerta de la nevera y caminó hacia la otra barra donde estaba la cocina. Esa parte de la casa también era más amplia de lo que estaba acostumbrada a ver—. No te molestaría armarlos, ¿Verdad?

—No, tranquilo —dije, poniéndome a su lado.

—Vale, yo mientras prepararé algo para beber... —buscó en los gabinetes sobre nuestras cabezas—. Hum, fueron precavidos.

—¿Eh?

Estoy cien por ciento segura que Eros a veces habla solo cuando no hay nadie.

—Mis papás, fueron astutos. No dejaron galletas a la vista, solo fruta en el refri.

—¿Entonces...?

—Eres un poco lenta, chica salsa —traté de no poner una expresión de indignación. Eros volvió a la nevera—. Solo dejaron fruta para preparar bebidas, nada como para hacer algún batido. Sabían que esa sería mi manera de tener a los niños tranquilos.

—¿Con batidos? —pregunté sacando los panes de la bolsa.

—Con los efectos del batido —Eros tiene una sonrisa malvada—, tendría veinte minutos de paz mientras esos dos están en el baño.

Ay, que asco.

Le arrojé con toda mi fuerza un pan a la cara que lo golpeó de lleno y lo dejó confundido en su lugar, hasta que se echó una risa fuerte y rápida, luego dió un mordisco al pan que le lancé.

—Tienes buena puntería, eh.

—Eres un asqueroso malvado —espeté, sacando el relleno para los sandwiches.

—No es nada grave, y ellos disfrutan el batido. Ganar, ganar —y agregó un encogimiento de hombros antes de dar otro mordisco al pan.

Me limité a menear la cabeza y seguir con mi trabajo de armar los sandwiches. No, no discutiría con Eros.

—Como no hay para hacer un batido, será jugo de naranja del mercado, sencillo —dejó caer a un lado una jarra plastica con líquido anaranjado dentro, jugo—. Oh, por cierto, hay que tostarlos.

—¿Por qué? Es solo una merienda rápida.

—Evie odia un sándwich sin queso derretido —arqueé una ceja—. No me mires a mí así, ella es una pequeña diva.

Bueno, no es ser precisamente diva, porque, vamos, todos amamos el queso derretido en un sándwich, pero no poder comer un sandwich sin el queso derretido, ya ahí sí es un poco de diva.

—Vale, no hay problema.

Eros y yo empezamos a preparar los sandwiches para los niños ya que desde hace un rato venían quejándose de que tenían mucha hambre y que no querían esperar a que la tal Edith volviera. Eros se había levantado con emoción del sofá y los niños y yo lo seguimos hasta la cocina donde, yo con una mueca de horror y los niños con cara de «Salvamos, Dios» vimos a Eros preparar su «obra maestra», como la había llamado.

Eso podía ser de todo menos una obra maestra. En serio, ¿A quién se le apetece comer algo así? Solo a Eros Jackson, seguro.

Yo me encargué de prepararlos y Eros de tostarlos y dejarlos entre quejas de que están muy calientes sobre un plato. En más de una ocasión se sacudió la mano para de alguna manera calmar el ardor de la quemadura.

Es que está medio tonto el chico.

Para cuando íbamos de vuelta a la sala donde Evolet y Jacob se sujetan las panzas, yo llevaba dos platos con un sándwich para cada uno, Eros los vasos con el jugo de naranja y su tazón de patatas y crema batida. No me pregunten cómo pudo llevarlo todo encima, supongo que eso de ser mesero le sirve de algo.

—Provecho —le dije a los niños, dándoles a cada uno un plato.

Ellos solo se centraron en comer, tomar su jugo y ver caricaturas en la televisión, Eros se zampó su extraño bocadillo y yo le tomé alguna que otra foto a los pequeños cuando se reían por lo que veían en la televisión.

Fueron grandes fotos, debo decir.

—Las voy a querer —dijo Eros detrás de mí con la boca llena.

Giré a verlo y me reí, sus mejillas estaban hinchadas por todas las patatas que está comiendo. Puedo decir ahora que Evolet tiene razón, él tiene mejillas enormes y regordetas. Un poco más abajo de la comisura derecha de su boca tenía una mancha de crema que me gritaba que la limpiara. Resistí unos segundos el impulso, luego tuve mi mano quitando la crema del mentón de Eros.

Él me miró con el ceño fruncido.

—¿Okey? ¿Qué acaba de pasar?

Limpié la crema en mi dedo de su camisa, a él pareció no importarle.

—Perdón, es que tenías crema, no resistí el impulso.

Me miró unos segundos que... vale, me hicieron sentir un poco incómoda. No es que Eros tenga una mirada intensa, todo lo contrario, es bastante... ¿Ligera? Cómo llevadera, no te das cuenta que te está mirando si te giras a verlo. La cosa es que no me gusta que me tengan la mirada encima, no puedo sostenerla.

Ni siquiera pasaron diez segundos cuando ya estaba desviando la atención detrás de él, lo que lo hizo reír.

—Está bien, gracias de todas maneras.

Mi respuesta fue un bajo «de nada»

Después de eso y de qué los niños comieran, ellos y yo jugamos algunos juegos, tanto en la consola como a lo que llamaron «a la antigua», pero que igual les gustó. Eros sacó de algún lado unos Hula-Hula que entretuvo una media hora a Jacob y Evolet, no me paré de reír en ningún momento por los intentos de ambos niños de que pudieran moverlos con la cintura.

Pero definitivamente me partí de las carcajadas cuando Eros lo intentó.

—No es tan difícil, chicos —había dicho a los niños, tomando un aro azul—. Miren, y aprendan.

¿Aprender qué? ¿A dejarlos caer? Eso ya les sale de maravilla.

Tan solo había soltado el hula para empezar a girarlo en torno a su cadera cuando se cayó al suelo y él se quedó haciendo círculos invisibles. Lo sorprendente, es que tardó unos treinta segundos en darse cuenta.

Yo me había echado una buena risa en esos segundos en los que su cerebro tardó en darse cuenta que no estaba haciendo más que trazar círculos como una abeja haciendo un baile de saludo. Me había mirado con los ojos entrecerrados y había hecho después una mueca muy infantil.

Eso solo me hizo reír más.

Ese día podría decir que fue uno de mis favoritos, solo risas, juegos y burlarme del mesero cogote golpeado. Para cuándo el sol se ocultó y la tal Edith llegó, Evolet y Jacob ya estaban cabeceando y sus ojos se cerraban solos.

—Llévalos a dormir —indicó la mujer que parece ser de unos treinta años, casi cuarenta. Se presentó conmigo hace un rato y resulta ser la criada de la casa, aunque Eros la considera más una nana—. Despertarán en un rato para cenar.

Él me miró pidiendo ayuda.

—Claro, ¿Con quién me quedo?

—Evie, es más ligera que Jacob.

Así, en brazos nos llevamos a los niños a una habitación. Subir las escaleras se me dificultó un poco con la niña recién dormida que traigo en brazos.

El piso de arriba también era muy bonito, habitaciones a cada lado, el mismo color de las paredes he igual de decoradas en fotos. Hacia el final parecía abrirse para ser más como un círculo, habían unas ventanas mirador con un alféizar decorado con cojines y mantas, pude ver también un peluche encima.

—Hey —me llamó Eros en un susurró, señaló la segunda habitación del lado izquierdo, una puerta de madera blanca con flores decorandola—. Esa es la habitación de Evie, déjala en la cama y ponle su peluche entre los brazos.

Asentí yendo hacia la habitación de Evolet, abriendo con el mayor cuidado posible. Estando adentro, dejé escapar un bajo «guao». Cómo todo en esa casa, la habitación de la menor de los Jackson también era amplia, el color de las paredes era de un marón claro con salpicaduras de blanco. Nada convencional, interesante. En una esquina del cuarto tiene un columpio como decoración con enredaderas y flores alrededor de los soportes. Unas extensas cortinas que hacían contraste con los colores de la habitación estaban cubriendo lo que debía de ser otro ventanal como el del comedor.

En la otra esquina había una enorme, ¡Enorme! Casa de muñecas que yo en mi infancia me moría por tener pero mis padres nunca tuvieron el presupuesto para comprar.

Hoy he conocido la envidia.

Me acerqué a la cama y acosté con cuidado a la niña, antes de irme, como indicó Eros, dejé entre sus brazos un peluche de un conejito que olía a fresas. Evolet envolvió el brazo alrededor del muñeco.

—Descansa, cosita —susurré antes de salir de la habitación, dejando la puerta abierta para que no esté en completa oscuridad.

Caminé hasta la habitación del frente, dónde Eros estaba acostado junto Jacob.

—¿Listo? —pregunté, apoyándome en el marco de la puerta.

—No, un segundo, ya está a punto de dormir, pero se niega el muy necio.

—Oh, vale... —husmeé un poco la habitación, muy diferente a la de Evolet, había pinturas colgadas de las paredes y unos cabestrillos en una esquina. Eso delató que es su habitación, claro, también un poco el desastre que hay—. Te espero abajo.

Eros hizo un gesto de «okey» y siguió intentando dormir a Jacob.

Fui con paso lento hacia las escaleras, no solo porque yo también estaba un poco cansada de tanto juego hoy, sino porque me puse a husmear las fotografías del pasillo. Fue algo inevitable, lo siento. Igual que las de abajo, son de la familia y hermanos Jackson, algunas me atrevo a decir que son de mucho tiempo antes por la falta de colores. Vi unas que parecen ser de mucho tiempo atrás porque los matices no eran a color, si no que eran de una coloración entre el marrón y el blanco, como si tuviera una especie de filtro amarillo opaco. Eran dos niños de la misma edad de Evolet y Jacob, ambos sin camisa dejando ver sus pancitas y sonriendo en enormes sonrisas de dientes torcidos.

Seguí mi camino sin dejar de husmear, había una que volvía a ser de Eros y sus hermanos, pero con nuevos agregados: dos chicos y una niña. No parece reciente, de algunos pocos años atrás.

Y la última que ví antes de bajar las escaleras fue una del hermano Jackson mayor, Eames, se nota que se trata de una competencia de baile. Era un marco de tres fotos, por lo que una era de él sosteniendo un premio. Otra era con un grupo de personas que iban con atuendos parecidos al de él y la última solo eran Eames y una chica rubia muy bonita. La abrazaba de la cintura y aunque tenía una sonrisa discreta, parecía bastante contento.

Al fin bajé a la sala, pensando mucho sobre la familia de Eros, sobretodo en su hermano. Ayer él me había dicho que conocía tips para tratar con la gente amargada, que su hermano mayor era uno de ellos. Lo que me hace preguntarme mientras tomo asiento en el sofá, ¿Cómo es ese chico? ¿Tan amargado como Eros lo tacha? Por sus fotos, puedo decir que debe ser más discreto y no tan extrovertido como su hermano menor. Tal vez Eames Jackson y yo podamos llevarnos bien, somos los de pasar desapercibidos.

Me apoyé del descanso del sofá soltando un bostezo. Vaya, me pesaban bastante los ojos. Si bien estaba teniendo un poco de sueño, no me arrepiento de haber venido a supuestamente ayudar a Eros, fue un día entretenido y alejado de la rutina.

Mis ojos pesan más y más...

Pasé mi mano por mi cara, meneé la cabeza y me di una bofetada mental. Eso logró espabilarme un poco. Decidí ver lo que pasaban en la televisión, alguna caricatura que no entiendo, ¿Acaso eso es una sirena invertida?

—Que cosas los programas de hoy —murmuré para mí, pero como no tenía más que hacer, seguí viendo la programación.

-

Puedo asegurar una cosa, y es que hace unos segundos no me estaba moviendo.

También puedo asegurar otra, yo no vuelo, lo habría sabido desde hace un tiempo porque hice la prueba muchas veces. Mis dientes delanteros de leche no lo agradecen.

Por unos segundos me cuesta abrir los ojos. Lo primero que pasa por mi cabeza es que hay un terremoto, pero si lo hubiera, ya algo me habría matado, por eso estaría volando. Pero... no, podía sentir bastante mi cuerpo físico, también algo más... como si me estuvieran sujetando por detrás de las rodillas y la espalda baja.

Eso fue suficiente incentivo para abrir los ojos.

Las luces me molestan un poco la vista, pero cuando logro enfocar bien, lo primero que veo es el rostro de Eros, a mis oídos llegan los sonidos de sus silbidos: imitando la melodía de Mickey Mouse en las películas viejas.

Parpadeé una vez, parpadeé dos veces, incluso tres. Esto me seguía pareciendo sin sentido.

Entonces volví a sentir el agarre que claramente no había permitido.

—Eh, eh, eh, bájame —Eros se detuvo y bajó la mirada, bastante confundido—. ¡Bájame!

—Vale, vale...

Con cuidado, volvió a dejarme en el suelo. Aún seguía sin entender nada, solo quería que dejara de cargarme, no me gusta que me toquen así. Me pasé las manos por los ojos para espabilar mejor.

—Pero... ¿Qué estaba pasando?

Alzó ambas manos a la altura de su cara en son de paz.

—Calma, solo... te estaba llevando a un lugar más cómodo para que descansaras.

Me acomodé la camiseta sin apartar la mirada de la suya, Eros sigue con los brazos en alto.

—Solo... no me toques —me di una cachetada mental, usé un tono muy cruel—. Perdón por eso. ¿Qué decías?

Eros parpadeó.

—Eh... —se rascó la nuca—, solo... iba a llevarte a un lugar más cómodo para que descanses.

—Gracias, pero no, no —Eros sigue bastante confundido de mi actitud. Incluso yo lo estoy, en mis planes no estaba dormirme—. ¿Qué hora es?

—Ah, la hora —mira en el reloj de su muñeca—, 08:26 pm, ¿Por?

Despedí un suspiro de alivio. Genial, no había pasado tanto rato dormida.

—Ya debo de estar yéndome, Eros.

—¿Qué? No, no, no. Aún no puedes irte.

—Sí, sí tengo que irme.

—Oh, vamos, te quedaste a ayudarme y ni siquiera pudiste comer algo, déjame preparar algo rápido, no quiero ser mal anfitrión.

—No te preocupes, no tengo hambre. Vamos, acompaña... —me ví interrumpida por el gruñido que vino de mi estómago. Por el silencio en la sala fue bastante claro incluso para los oídos de Eros.

Miré mi panza con cara de «¿En serio?», luego a Eros, quién miró a mi panza con los ojos abiertos y luego a mi cara.

El primer estómago traidor de la historia y lo vengo a tener yo, genial.

—Creo que tú y tu estómago no comparten una misma opinión —volví a sentir un gruñido, esta vez más bajo pero que me hizo llevarme las manos a la panza.

Puede que sí tenga un poco de hambre.

—Venga, vamos a la cocina a preparar algo.

—No, no, Eros, comeré en mi casa.

—Nop, vas a comer algo aquí, seré un buen anfitrión.

Con eso dicho, me tomó de la muñeca y me arrastró hacia la cocina vacía. Eros rebuscó entre los gabinetes para sacar dos tazones medianos, un par de cucharas y una caja colorida, luego de la nevera sacó una jarra de leche.

Me arrepentí de no haber huido cuando empezó a servir el cereal.

—¿Cereal? ¿En serio?

—Oye, los cereales se pueden comer a cualquiera hora. Los cereales son lo mejor del mundo, Diane.

La mueca que tenía no opinaba lo mismo.

—Sí, claro —dije con sarcasmo.

—El cereal es lo mejor, sobretodo si es cereal con malvaviscos chiquitos, ¡Le da un mejor toque!

Yo seguía siendo poco fan del cereal. No importa si son de chocolate, traigan malvaviscos o un premio, seguirán sin estar en mi lista de comidas favoritas, pero como mi hambre superaba a mi poco gusto por los cereales. Terminé comiendo un poco, claro, Eros se comió lo restante de mi tazón.

Para cuándo al fin me acompañó a la salida, iba limpiandose los restos del cereal con la manga de la camisa.

Afuera, la calle era iluminada por las luces de los pórticos, algunos residentes estaban platicando sentados en el jardín delantero y otros pocos paseaban a sus mascotas. De inmediato pensé en Baloo, debió de extrañarme toda la tarde.

Recogí mi bicicleta y miré a Eros, que se apoyaba de la puerta.

—¿No quieres que te acompañe? Me da un poco de mal rollo.

—Tranquilo, estaré bien, te aviso en cuanto llegue —cambié la dirección de la bicicleta hacia la calle y metí mi bolso de lado en la canasta. Miré hacia atrás sobre mi hombro para despedirme una última vez cuando Eros se sujetaba del marco de la puerta, como si hubiera estado a punto de caer.

Me tragué mis comentarios.

—No te preocupes, estoy bien, me pasa todo el tiempo —eso no me sorprendió—. Y mejor te acompaño, el remordimiento de conciencia que tendré si te secuestran no me dejará dormir.

—Pero... ¿Y los niños?

Hizo un gesto de restarle importancia.

—No te preocupes, ellos duermen como piedras, además, Edith está en su habitación, estará atenta a ellos. Ahora, ¡Andando!

Y empezó a marchar, literalmente.

—Dioses...

Lo seguí sosteniendo mi bicicleta por los manubrios, en el camino, más de una persona saludó a Eros. Niños, adultos y señores mayores, todos parecían conocerlo.

—También eres popular por aquí, eh —comenté, viéndolo de reojo.

Sonrió saludando a un par de niños antes de responderme:

—Nah', solo me gusta tratar con mis vecinos. Además, a veces ayudo a los niños en proyectos escolares de pintura.

—Vaya, en serio que tienes muchos oficios.

Eso le sacó una risita.

—Solo me aburro cuando no cuido a mi hermana —ambos nos reímos por lo bajo, es la misma respuesta que me dió en el parque aquel día.

Fuimos teniendo una conversación amena, hablamos un poco sobre la feria que se va a hacer en la escuela y lo emocionado que también lo tiene a él, dijo que espera ir con Christopher y patearle el trasero en el juego de básquet. Fueron sus palabras, no mías.

—Nunca lo veo en la preparatoria, ¿Si quiera estudia con nosotros?

—Sí lo hace, es muy raro que no lo hayas visto, se la pasa como idiota presumido por los pasillos.

Sí que es raro, porque en serio no lo he visto.

—Da igual, ese chico no me cae muy bien.

—¿Por qué? Christopher es guay, es mi mejor amigo de hace años.

—Es solo que... bueno, fue un idiota con mi mejor amiga, la pelirroja.

Eros se rascó la cabeza, recordando.

—Oh, ya, la recuerdo. Hum, ya decía yo que la conocía.

—¿Por?

—Es que la había visto en otras partes, pero soy muy malo para recordar rostros. Primero fue en una fiesta genial de hace un año. Luego fue cuando solicité empleo en un restaurante de comida árabe en el centro, la ví ahí también con la dueña.

—Oh, esa es su madre. Es la dueña del lugar.

—Sí, lo sé, muy amable y todo, pero no me parece justo que no contrate gente que no sepa cocinar comida árabe, que tonterías.

Solo me reí por lo bajo. No me meteré con su forma de ver el mundo, cada quien con su filtro.

—Bueno, no tienes mucho por lo que quejarte, igual tienes empleo en Angelo's.

—Sí, tienes razón, ahí es cool, y estoy con mi mejor amigo. Además, ¡Pizza gratis!

—Nada mejor que una pizza gratis.

—Y ahora que hablamos de pizza gratis, ¿Cuándo irás por la tuya? Que es especialmente hecha por este gran chef, eh.

Honestamente, lo de la pizza en Angelo's siempre se me pasa. Digo que iré por ella pronto y siempre lo olvido. En mi defensa, la escuela me tiene ocupada, esta salida de hoy fue un buen descanso.

—Pronto, Eros, pronto.

—¿Pronto cuándo? —insistió.

—No lo sé, ¿Vale? Estoy ocupada.

—Vamos, Diane, deberías relajarte más de la escuela. No todo son los estudios.

—Para mí sí, me esfuerzo en ello para salir bien. No me gusta dejar todo para último minuto.

—¿Insinúas en que yo dejo todo a último minuto? —arqueé una ceja—. No estás tan errada, pero me ofende. En fin, es solo un descanso por una pizza, no como que te hará reprobar el semestre que ya debes de tener pasado.

—No es seguro, nada lo es, y no podré estar tranquila hasta que vea en ese boletín de calificaciones las mejores notas de todas.

Por un momento, él no dijo nada, solo se limitó a caminar y verme sorprendido.

—Vaya, eres una maniática.

—No soy una maniática.

—Eh, nop, sí lo eres. Eres una maniática de tus estudios, te sobre esfuerzas.

—No hago tal cosa —resoplé, espantando un mechón de mi cabello.

—Otra señal de que lo eres: te niegas a aceptarlo. No soy psicólogo, pero creo que deberías tratar eso.

Le dirigí la peor mirada de molestia que tenía en mi repertorio de malas miradas.

—Déjame en paz, ¿Vale? Tus bromas no dan gracia, Eros.

—Ya, okey, okey. Me callo.

El resto del camino fue en silencio. Él no decía nada y yo mucho menos. No me puede llamar maniática de mis estudios, no me conoce, no sabe nada de mí. Que hayamos tenido eventuales encuentros no significa que seamos amigos íntimos del alma, él para mí seguía siendo un desconocido.

Detuvimos el paso en la esquina de mi calle, Eros me observa con las manos metidas en los bolsillos de su pantalón.

—Oye... ¿Estás molesta?

—No.

—Sí, claro que lo estás —afirma—. Solo era una bromita, Diane.

—Pues tu broma no me gustó, no... no soy maniática de mis estudios, solo me gusta esforzarme por tener buenas notas, es todo. No puedes decir cosas de mí cuando ni siquiera me conoces.

»No somos amigos, Eros, y aunque me caigas bien, no tienes esa confianza conmigo.

—Oh... —murmuró, de pronto, parecía incómodo y disgustado—. Sí, t-tienes razón... Entiendo...

Ay, no.

—Espera, yo no...

—Nos... nos vemos en otro momento, chica... —meneó la cabeza—, Diane.

Eros se dió la vuelta y volvió por el camino que minutos antes habíamos recorrido entre risas.

—Metiste la pata, Diane Margaret.

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