07 | El ¿infierno? que es la casa Jackson

Zharick y yo apretamos tanto el agarre que tenemos en nuestras manos que empiezo a sentir un poco de dolor, y por cómo afloja en fuerza, ella también debió de sentirlo.

Nuestro salón de clases mantiene un silencio tenso en la espera de que la profesora Apel termine de revisar nuestros proyectos. Incluso los vagos del salón, que suelen sentarse detrás de nosotras, parecen ansiosos esperando por su nota final.

—Muy bien, alumnos —la voz de nuestra profesora resuena por todo el silencioso salón—. Ya he terminado de corregir sus proyectos, estén atentos de sus notas.

Y así, fue mencionando cada grupo y su nota. El agarre en la mano que se mantiene entrelazada con la de Zharick vuelve y siento que una de las dos está sudando, pero no sé exactamente cuál. Mi pierna adoptó un repetitivo movimiento en esa tortuosa espera.

—Diane Reynolds y Zharick Weller —mi mejor amiga y yo dejamos de respirar—. Felicidades, chicas, su proyecto es uno de los mejores de la clase, por ende, tienen la calificación más alta.

Zharick y yo damos saltos de felicidad en nuestros asientos soltando también grititos de alegría. La profesora Apel arquea una ceja en nuestra dirección.

Me aclaré la garganta.

—Perdone, profesora. Gracias, profesora.

Solo asintió y siguió dando las notas.

Jano y Faddei, o mejor conocidos como los vagos de la clase, también fueron unos que consiguieron una buena calificación. Claro, no tan alta como la que tenemos mi amiga y yo, pero sí bastante impresionante para dos flojos como ellos.

Antes de dejarnos ir al almuerzo, la profesora Apel anunció:

—Como bien saben, estas son las últimas semanas de clases que nos quedan, así que pronto estarán llegando los exámenes de admisión a las universidades que se postularon para ofrecerles una beca. Se estima que dentro de una semana iniciarán los exámenes, así que estudien mucho para obtener una beca en una gran universidad, muchachos —sorprendentemente, nos regala una sonrisa. No creía que esa mujer era capaz de sonreír—. Eso era todo, pueden ir a su descanso.

Cuando estamos en el pasillo, Zharick y yo empezamos a dar saltos en círculos y soltar chillidos de emoción agudos.

—¡Hemos sacado una gran nota! —exclama ella en cuanto dejamos de saltar, una enorme sonrisa está en sus labios.

—¡Sabía que seríamos las mejores!

Siento la mirada de algunos alumnos encima, la mayoría, por no decir todas, eran de confusión hacia nosotras. Y es que, cuando se trata de celebrar una buena nota, ni a mí ni a mi mejor amiga nos importa el lugar donde estemos, hay que celebrarlo con gritos y brincos.

—Ya siento un peso menos encima —suspiró, llevando su mano a su pecho.

—Quisiera decir lo mismo —hice una mueca, recordando que aún tenía algunos proyectos finales que entregar, además de estudiar para los exámenes de admisión—. ¿No estás nerviosa por lo de los exámenes? —pregunté, comenzando a caminar en dirección a la cafetería.

Zharick movió la cabeza de un lado a otro, pensando en una respuesta.

—Honestamente, no lo sé. Aún no me decido qué carrera optar.

Digamos que Zharick es... indecisa, le gustan tantas cosas que por ninguna se decide. Quiere estudiar medicina odontológica, por alguna razón, siempre le fascinó los dientes y su cuidado, no me pregunten. Quiere ser diseñadora de interiores. Arquitecta. Astrónoma, creo que hasta quiere ser una sirena o una ninja.

Ella se aficiona con tantas cosas, pero nunca se decide.

—Opta por la odontología —sugerí—, es lo que más te gusta, además, tienes un poder extraño para pronosticar caries.

—Hablando de caries... —se acercó más a mi rostro y me alzo una mejilla para husmear dentro de mí boca—. Tienes que ir al dentista.

Ja... Jarick... —dije, dando dos pasos de retroceso—. Mis caries no son el asunto ahora, opta por la odontología, hazme caso.

Ella soltó un suspiro y encogió los hombros.

—Supongo que tienes razón, lo pensaré. Ahora, me apetece comer.

Enredó su brazo con el mío así me arrastró en dirección a la cafetería.

-

Al día siguiente me encontraba dando últimos trazos a un trabajo de biología que debía entregar mañana. Mientras paso el marcador negro sobre las orillas del dibujo de un corazón humano, por la bocina de mi móvil suena Style de Taylor Swift, una de mis tantas canciones favoritas de ella.

No es que soy una fan número uno de Taylor, pero si viene a la ciudad, haré todo lo posible para ir a su concierto.

Cuando estaba a punto de sonar el coro, que debe de ser la parte favorita de todos los fans de Taylor Swift que han escuchado esa canción, me levanto de mi silla en mi escritorio y volteo con un salto en dirección a mi cama, Baloo alza la cabeza y la ladea en confusión.

Lo señalé con mi mano izquierda y llevé la otra a mi boca para usar el marcador como micrófono.

You got that James Dean daydream look in your eye,
And I got that red lip, classic thing that you like —sacudí mi mano de un lado a otro—. And when we go crashing down, we come back every time,
'Cause we never go out of style
We never go out of style.

»You got that long hair, slicked back, white t-shirt —di un brinco y volví a señalar a Baloo, él sigue sin entender lo que hago—. And I got that good girl faith and a tight little skirt
And when we go crashing down, we come back every time,
'Cause we never go out of style
We never go out of style.

Estaba bastante inspirada para cantar la siguiente parte cuando se interrumpió por el sonido de una llamada entrante. Mi ceño se frunció cuando noté que era el tono predeterminado de mi móvil, lo que indica que es un número no registrado. Casi todos mis contactos tienen una canción elegida minuciosamente, solo los que no frecuento tienen una misma canción y los no registrados suenan con el ringtone predeterminado.

Me acerqué a mi escritorio y tomé mi móvil realmente confundida. No tenía el número registrado, pero ponía que era de Cambridge.

—¿Hola? —saludé con mi mejor tono educado, pero también confundida.

—¡Diane! —practicamente gritaron del otro lado, lo que me obligó a alejar un momento el móvil de mi oreja.

¿Quién me estaba llamando? ¿Y cómo es que sabe mi nombre?

—¿Quién me habla?

—¡Soy Eros, Diane! —volvió a gritar el mesero cogote golpeado, de su lado escucho gritos, cosas siendo arrojadas y su respiración agitada—. ¡Necesito ayuda!

Mi cerebro aún estaba procesando que estaba hablando con Eros, también el hecho de que él tiene mi número. ¿Cómo lo consiguió? Nunca se lo di, solo habíamos hablado por Instagram una vez, y que yo recuerde, en esa conversación nunca le di mi número de teléfono.

Eros seguía gritando que le ayudara, sus gritos tenían un gran matiz de miedo y desesperación, de fondo aún se escucha un desastre digno de una reunión con mis primos paternos y sus amigos, solo que algo más se le suma: risas infantiles.

¿En qué clase de desastre se habrá metido Eros Jackson?

—A ver, a ver, calma —pedí—. Primero, ¿Cómo conseguiste mi número?

—¡¡Aaahhh!! —gritó Eros, acto seguido escuché el ruido de un jarrón romperse—. ¡No, bájalo, mocoso! —otro ruido de algo rompiéndose, un lamento de Eros—. Eso... eso no importa ahora, Diane, ¡Necesito tu ayuda urgentemente! —lloriqueó—: ¡Estoy en el infierno mismo!

Fruncí el ceño.

—No exageres, Eros, ¿Dónde estás?

—¡Te dije: el infierno! ¡Mi casa se convirtió en el peor campo de castigo de la historia! —hay grititos infantiles—. ¡No, no, no! ¡No te atrevas, Bambi!

Hasta yo sé admitir que esa risa de fondo fue bastante malvada.

Escucho los lamentos y lloriqueos de Eros a través de la bocina, me pregunté qué estaría viendo y viviendo el pobre chico.

—Diane, ayúdame —suplicó—, por favor...

Me pasé las manos por la raíz del pelo y solté un suspiro. El desastre que estaba viviendo Eros se escuchaba perfectamente por la llamada, gritos, risas y objetos rompiéndose son lo que más resuenan, además de los lloriqueos y gritos de peticiones ignoradas del pobre Eros.

Podría negarme, pero... después me sentiría mal, le debía una por lo de ayer, debo de ser justa.

—¿Dónde estás, Eros? —terminé preguntando con tono resignado.

—¡Mi casa! —sonó agitado, como si se hubiera movido repentinamente—. ¡Te paso la dirección! Ven rápido, por... ¡¡Aaaaahh, dioses!!

Con ese grito, la llamada se cortó. Solo escuché un tenebroso «piiiii» que me hizo tener escalofríos.

Me pasé una mano por el brazo para quitar el escalofrío. Tenía que ir a ayudar a Eros.

Dejé el marcador sobre las hojas de mi trabajo que no me preocupé en organizar, solo les dejé una libreta encima para que la brisa de la ventana no las haga volar. Busqué unos zapatos que ponerme y un bolso para guardar algunas cosas, puse un gorro de lana sobre mi cabeza y bajé con teléfono en mano, Baloo me siguió, capaz pensando que lo llevaría a pasear.

Abajo me encontré a mamá sentada en la mesa rodeada de papeles, muestras de pintura en una hoja plastificada y otras muestras de textura. Parecía bastante concentrada.

En cuanto escuchó mis pasos apresurados bajar la escalera, levantó la mirada. Frunció el ceño cuando me vio con zapatos puestos.

—¿A dónde se supone que vas? —preguntó, subiendo los codos sobre la mesa y entrelazando los dedos.

Mi móvil vibró en mi mano y cuando ví, era un mensaje del número de Eros con un link de dirección. No estaba tan lejos de aquí, solo a quince minutos a pie.

—Sé que debo de terminar un proyecto de biología, pero me a llamado de emergencia un... —¿Amigo? ¿Eros es un amigo?—, compañero de instituto, necesita mi ayuda, mamá.

Ella me miró un largo rato en esa misma posición. No me gusta abusar de los permiso que me dan para salir, solo los uso en las situaciones realmente necesarias, y este momento es una de esas.

Solo espero que mamá considere lo mismo.

—Por favor, mamá —pedí, entrelazando mis dos manos frente a mí pecho.

Su expresión se relajó, terminó despidiendo un suspiro.

—Te quiero aquí antes de las nueve.

Hice una pequeña celebración y me acerqué a ella para darle un rápido abrazo que me correspondió con palmaditas a mi cabeza. Antes de irme, me dió un poco de dinero para las emergencias. Aunque no me deje salir tanto como otros chicos de mi edad, cuando puedo mamá siempre me da dinero por si surge alguna cosa o, sencillamente, me quiero comer algo por el camino. Es una cosa genial de ella.

—¡Vuelvo más tarde! —exclamé saliendo de casa, yendo hacia el pequeñísimo cobertizo que tenemos para sacar un viejo cacharro: mi bicicleta.

No la uso desde hace al menos un año, tiene polvo por todas partes y las ruedas están llenas de telarañas. La bicicleta no está mal para andar de vez en cuando, solo que dejé de usarla porque mis papás empezaron a llevarme a casi todos lados, por lo que quedó en el olvido del cobertizo.

La limpié un poco con el primer trapo que encontré, cuando estuvo limpia, emprendí camino a la casa de Eros, hacía calor, pero no era nada que no pudiera soportar.

Cuando frené mi bicicleta frente a una casa muy bonita y, cabe recalcar, más grande que la mía, comprobé el link de la dirección que me envió. Estaba en el sitio correcto.

Crucé el camino de grava sujetando mi bici de los manubrio, el jardín estaba muy lindo y bien cuidado, ví una casita plástica junto a una mesita de té vacía, también un balón de fútbol y un bate de béisbol. Dejé la bici apoyada de la escalera de entrada, estando frente a la puerta, toqué el timbre.

Pasaron unos quince segundos hasta que la puerta se abrió, dejándome ver a un Eros Jackson con el pelo desordenado, mirada brillando de algo diferente a la diversión: mucho miedo. Iba descalzo y su camiseta blanca y holgada tenía manchas de pintura.

Despidió un gran suspiro de alivio en cuanto me vio.

—¡Gracias al cielo que llegaste! —me tomó de la muñeca y me adentró a su casa.

En cuanto analicé bien mi entorno, se me cayó la mandíbula.

Toda la casa gritaba elegancia y modernidad, además de un gran estilo de decoración y distribución. Los suelos de mármol de un color marrón claro están tan pulcros que puedo ver mi reflejo impactado en él, las paredes, decoradas con montones de fotos son de un color crema. De mi lado derecho hay una sala de estar amplia y unas puertas dobles que dan al patio. Eros y yo nos detenemos en la sala de estar, sentados en un sofá grande uno al lado del otro, hay un par de niños que no pasan de los seis años, ambos muy concentrados en la partida de videojuegos que tenían.

De inmediato miré a Eros, que no aparta los ojos del par de críos.

—¿En qué se supone tenía que ayudarte? Todo parece estar bien.

—No te creas, Diane, esto hace tan solo unos minutos era el mismísimo infierno —pasa a verme—, ¡Tuvo que venir Edith para calmar a ese par de demonios! —y señaló a los niños, que pausaron su videojuego para vernos.

Vale, que ahora no entendía nada. ¿Vine aquí solo... para ver a niños jugar videojuegos?

Eros pareció entender mi expresión, porque se alarmó.

—¡Que no te engañen! ¡Son demonios!

—Oh, por favor —caminé hasta los pequeños que me miran atentos. La niña con grandes ojos marrones claros y una sonrisita de pómulos salientes y dientes chuecos, el niño con centellantes ojitos negros y una sonrisa encantada cruza sus labios—. Son una ternurita.

—¿Ternurita? —se indignó él, llegando con nosotros—. ¿Te parece una ternurita que hayan roto el jarrón que le regalé a mi madre a los ocho años? ¡Fue el primer jarrón que hice!

—Fue un accidente, hermano —habló por primera vez la chiquilla con un tono tan tierno que por poco me resistí a picarle la mejilla.

—No, claro que no lo fue —le señaló él—. Me vengaré, Bambi.

Meneé la cabeza soltando un suspiro. No debería sorprenderme que pelee con una niña de seis años.

—En fin, ¿Cómo te llamas, linda?

—Soy Evolet —vuelve a regalarme esa sonrisa de dientes torcidos.

Ay, es muy tierna, quiero comérmela a besos y apretujarle esas mejillas regordetas.

—¿Y tú, amiguito?

—Yo... —ladea la cabeza y su sonrisita crece más, si es que eso es posible—, soy Jacob.

—Evolet es mi hermana pequeña —dijo Eros—. Jacob es el hijo de la hermanastra de nuestra madre, prácticamente un primo.

—Eres muy linda... —suspiró Jacob.

Chasqueé la lengua y le sonreí, sus mejillas morenitas claras cobraron un tono rojizo que me pareció adorable.

No entiendo por qué Eros los llamó demonios, si son un par de cositas tiernas, quiero llevarme uno a casa.

—No, caíste en su encanto —lo oigo murmurar detrás—. Reacciona, Diane, estás aquí para ayudarme a sobrevivir contra ellos, ¡No a querer darles besos en las mejillas!

—¡Yo quiero besos en las mejillas! —exclamó Jacob bastante encantado con la idea.

¿Está mal que quiera dárselos?

—No veo nada fuera de lo normal, Eros —giré a verlo—, solo están jugando videojuegos.

—¡Porque Edith vino cuando todo estaba en su punto máximo de caos y les puso un alto! Sino, créeme que ahora estaría huyendo a Babilonia.

—Babilonia ya no existe.

—Exacto.

Por un momento me quedé sin una respuesta que darle, así que solo decidí cambiar de tema:

—¿Y tus padres? ¿Por qué si no puedes con ellos no se los dejaste a tus padres?

—Mis papás están en un viaje de imprevisto a Nueva Orleans, Diane, tan solo puse un pie en la entrada después de llegar del trabajo y me arrojaron a ese par —señala a los niños que, cuando los veo, me regalaron enormes sonrisas—. Y en cuanto se fueron, el caos empezó.

Miré a los niños, luego a Eros. Él permanecía con el entrecejo fruncido y cruzado de brazos. Ellos en cambio solo siguen sonriendo como un par de angelitos.

—¿Cuándo vuelven tus padres? —pregunté al hermano de Evolet, girando a verlo.

—Mañana en la noche, creo. Me quedaré con ellos hasta eso de las siete cuando Edith llegue.

Sopesé la información varios minutos. Tenía hasta las nueve para llegar a casa, máximo nueve quince. Son las cinco de la tarde. Estaría haciéndole compañía y "ayudando" a Eros a cuidar a su hermana y primo solo por tres horas, me sobra suficiente tiempo de la noche para terminar los dibujos de mi tarea de biología.

—Vale, me quedo a hacerte compañía.

—¡Yei! —chilló Jacob, alzando los brazos.

—A mí, Jac, no a ti.

Él lo miró con el ceño fruncido y un puchero en su boquita rosadita.

—Tranquilo, amigo, pasaré el rato con ustedes también.

—¡Yeii! —celebraron ambos a la vez.

—Pero primero, ¿Podrías darme agua o algo para beber?

—Claro, ven, sígueme —miró a los niños—, ustedes quédense tranquilos.

—Sí, Cheeks —dijo Evolet, volviendo a centrarse en la partida del videojuego.

Eros me indicó con un asentimiento de su cabeza que lo siguiera, fue a donde estaba un comedor de ocho asientos y luego giró, entrando a otra habitación que supuse era la cocina. Yo me quedé atrás viendo cada detalle del lugar. En serio que su casa es realmente bonita. Hay ventanales cerca del comedor que dan a lo que parece ser un pequeño pórtico dónde puedo ver unas pocas sillas.

Me fijo también en las fotos que hay colgadas en esa área de la casa. Tal parece que a los Jackson les gusta tomar muchas fotografías o enmarcar muchas cosas, sobre el escaparate bajo de madera oscura la gran mayoría de los marcos no son de fotos, si no de dibujos hechos a crayón, algunos muy bonitos, otros en un término medio y otros... sí, un tanto malísimos.

Levanté la mirada a la pared y sonreí.

Como una chica que tiene la fotografía como hobby principal, puedo decir que cada una de esas fotos son realmente increíbles. En unas reconozco a Eros mucho más pequeño, ¿Nueve o diez años? Tiene una enorme sonrisa que le marca los hoyuelos y una bonita pintura sosteniendo, en la esquina del lienzo hay una cinta azul oscuro que tiene el número uno en color dorado.

Otras eran de su familia entera, otras de Evolet y unas cuantas de un tipo que no reconocí. Las que están más a la izquierda son de tres chicos: Eros, Evolet y el mismo tipo de la foto anterior, supuse que ese debe ser el hermano mayor de Eros. Todas en diferentes escenarios: el parque, la sala donde están los niños, la escuela, incluso la playa. En todas, los hermanos Jackson tenían grandes sonrisas, la del hermano mayor solo un poco más pequeña que las otras. La única foto donde tiene una sonrisa que iguala la de Eros, es una que parece haber sido tomada de desprevenidos, ambos sonreían grandemente por alguna razón.

—Fue la vez en que nuestros papás nos dijeron que íbamos a tener una nueva hermana —me sobresalto en cuanto lo escucho a mi lado. Me tendió el vaso de agua que acepté con las manos temblando un poco—. Te juro que fue el mejor día de nuestras vidas, aunque Evie sea una pequeña diablita, amo a esa niña. Eames y yo no recordamos como eran nuestras vidas antes de ella.

—¿Eames?

Señaló una foto sobre la que veíamos, eran él y ese chico, su hermano, Eames, él iba con una toga azul oscuro y un birrete sobre su cabeza.

—Mi cabezota hermano mayor, esa fue en su graduación —señala otra, el ambiente era muy diferente, sombrío, la cara de Eros gritaba felicidad mientras que la de su hermano mantenía una sonrisa ladeada y un café en mano—. Fue hace como dos años, en Londres. Me había quedado con él unas semanas por un concurso de pintura al que había asistido.

—¿Y qué hacía tu hermano en Londres? —di un sorbo a mi agua.

—Ah, él estudia allá, es bailarín. Se le da genial —y señala otra foto, una donde Eames está sosteniendo una medalla dorada que cuelga de su cuello—. La primera competencia de baile que ganó, me sentí muy orgulloso.

Lo miré de reojo, Eros sonreía ligeramente viendo todas las fotografías, sobretodo las que comparte con su hermano mayor. Reconocí esa expresión en un instante, aunque yo no tengo hermanos, sé lo que su cara expresa significa.

—Lo quieres, ¿No? También lo extrañas.

Soltó una risita que terminó en un suspiro.

—Es mi hermano mayor, claro que quiero a ese imbécil. Y claro que lo extraño, aunque nos peleemos de vez en cuando que mi música está muy alta y no la deja escuchar la suya, o que entro sin permiso a su habitación a robarle ropa limpia... —arqueé una ceja—, olvida eso. Lleva en Londres un buen de tiempo, solo espero que pueda venir para mí graduación, que si no... me las cobraré.

—Te gusta vengarte de tus hermanos.

—Cosas de hermanos, tú me entiendes.

Desvié la mirada dando un sorbo a mi agua.

—Oh, no lo entiendes...

Meneé la cabeza aún con el vaso contra los labios. Solo minutos después me digné a decir algo:

—Soy hija única, así que... bueno, «no lo entiendo» realmente, pero está bien.

Cuando miré a Eros, él tenía una mueca en los labios.

—Que feo.

—Sí... mejor no hablemos de eso, ¿Vale? Volvamos con los chicos.

—Sí, sí, claro, vamos.

Volvimos a la sala con los niños, que seguían bastante enfrascados en su partida de videojuegos, solo que, cuando nos vieron llegar, la dejaron de lado para arrastrarnos hasta el sofá. Evolet se sentó sobre el regazo de su hermano y Jacob sobre el mío, rodeandome el torso con su pequeños bracitos. Cuando ví a Eros, tenía una ceja arqueada hacia su primo.

—¿Estás muy cómodo, Jacob?

Él asintió contra mi pecho. Evolet rió.

—Cheeks, tengo hambre —dijo su hermana, mirándolo con grandes ojos marrones.

—¿Cheeks? —repetí, rodeando los hombros de Jacob con mi brazo, pareció satisfecho y feliz.

—¡Es que tiene enormes mejillas! —me reí cuando Evolet le apretujó las mejillas a su hermano—. Son grandes y gorditas...

—Oye, oye —dijo cómo pudo—. Deja mis mejillas, Bambi.

Con una risa, volvió a su posición anterior.

—Me dicen así desde pequeño, mis abuelos, mis tíos, incluso algunos primos solo para molestar.

—Pero no te molestas cuando yo te digo así —notó su hermana.

—Porque de ti es adorable, de nuestro primos no, él odia que lo llame «Peypey» —nos reímos—, a mí no me gusta que me llame Cheeks, solo tú.

Retuve el «aaaww» cuando ella lo abrazó. En serio, me quiero llevar uno de ellos a mi casa, y por cómo Jacob me abraza, creo que él quiere ofrecerse de tributo.

—Igual tengo hambre, hermano.

—Calma, Edith volverá más tarde y traerá comida.

—¿Mi favorita? —se emocionó la niña.

Eros le desordenó el pelo, haciendo que ella le dé manotazos para después acomodar su flequillo desordenado.

—Claro, Evie, tu favorita.

—Mientras, podemos jugar algo —sugerí—, ¿Qué opinan, niños?

—¡Sí! —ambos saltaron de nuestros regazos y tomaron los controles de la consola.

Eros y yo compartimos una mirada, puede que ambos pensando que los tiempos de los niños de ahora han cambiado mucho.


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