03 | Eros se cree Buzz Lightyear

—Adelante, habla —le digo a Zharick cuando alarga el silencio.

Mi mejor amiga vuelve a suspirar, jugando con la tapa de su jugo.

—Vale, te contaré la historia —toma un largo trago de su jugo—. Conozco a Christopher desde hace como... ¿Un año? Lo conocí por una fiesta, ¿Recuerdas cuando te enfermaste con varicela y no pudiste ir a la fiesta de cumpleaños de Georgia?

Hago una mueca, pasando mi mano por detrás de mí cuello. Claro que recuerdo esos meses del año pasado, fueron los peores de toda mi vida.

—No me lo recuerdes, por favor —pido, dejando caer mi mano.

—Vale, bueno, en esa fiesta conocí a Christopher, y fue como... —da otro suspiro, algo que va entre soñador y arrepentimiento—, flechazo a primera vista, es muy guapo, debo admitirlo.

—La verdad que sí —agrego, dando un mordisco a mi comida.

Algo que no debería ser sorpresa para nadie, al menos para mí no lo es. Sé admitir y decir cuando alguien está cañón, ya sea chico o chica, y Christopher sí que lo está.

—Nos conocimos en esa fiesta, bailamos, bebimos, hablamos, había un eventual coqueteo de mi parte y del suyo —claro, cómo no lo habría—. Ya casi al final de la fiesta que pusieron una canción de Lana Del Rey.

—Uy —hago una mueca.

—Sí, uy. Ambos estábamos tomados, no ebrios pero no lo suficientemente sobrios. En medio de la pista de baile él me besó, yo le seguí el beso, y bueno... —Zharick se rasca la sien—. No recuerdo bien como fue que terminamos en una de las habitaciones del piso de arriba, pero estábamos ahí y...

Hago un gesto con mi mano para que dé pausa a su relato. Ya, suficiente, no quería muchos detalles.

—Vale, lo entiendo. Ustedes dos... —hago un gesto con mi mano, Zharick asintió cabizbaja—. Hicieron eso, ¿Fue él de quién me hablaste días después de la fiesta?

—Sí... no quise entrar en tantos detalles porque me sentía mal conmigo misma —frunzo el ceño, confundida—. Christopher fue directo: solo el acostón de una noche y ya, pero yo ya estaba fantaseando mucho —se abraza a sí misma y desvía la mirada—. Quizá todo fue culpa mía, él fue directo y yo la que se ilusionó...

—Guou, guou, guou, alto ahí, cállate —Zharick me mira—. ¿Acaso estás de guasa? ¡Por dios, Zharick, eso es estúpido! ¡Y cruel! No fue tu culpa, nunca lo será.

—Pero yo...

—Sí, te imaginaste muchas cosas, he igual seguirá sin ser tu culpa. Él fue directo, pero su sinceridad fue cruel y egoísta. Maldición, ¡Fue tu jodida primera vez! —ella arquea ambas cejas, pero ya no estaba tan tranquila, me había alterado—. El que le haya llamado a eso «acostón de una noche» fue cruel, fue duro.

»¿Qué fue lo que hizo después de la fiesta? ¿Cuándo lo buscaste?

Mi mejor amiga tuerce insegura los labios, ella sabe que no la voy a juzgar, por muy estúpidamente que haga las cosas. No lo haría porque yo bien podría hacerlas peor.

—Me dijo lo mismo que esa noche: no estaba para cosas serias, solo sexo y ya —me paso frustrada las manos por la cara. Vale, ahora quiero ir y golpear a ese rubio imbécil—. Y ayer... bueno...

La miro entre las rendijas de separación de mis dedos.

Creo que no solo quiero golpear al rubio.

—Caíste, ¿No? —desvía otra vez la mirada—. No, Zharick, ¿Por qué?

—Soy débil, ¿Vale? Me gusta mucho ese idiota pero él solo me ve como un maldito acostón seguro —no me está mirando, sus ojos están sobre la comida que no a tocado—. Y es el colmo porque no quiero ser eso, quiero darme mi lugar, pero no puedo, no puedo hacerlo porque... porque... ¡Arg! —se tapa el rostro con los manos—. Soy débil cuando se trata de Christopher, y como quiero dejar de serlo.

Largo un suspiro y le doy una mirada empática a Zharick. No me gusta ver así de frustrada a mi mejor amiga, ella es ese tipo de chica que se da a respetar con quién sea, es de esas chicas que tú quieres ser porque tiene voz, sabe lo que quiere, como lo quiere y cuando lo quiere. Pero ahora... ahora ya no está Zharick Weller la segura de sí, solo veo a una chica pelirroja que quiere negarse a lo que siente por alguien, alguien que solo la quiere por un polvo seguro.

No conozco a Christopher como Zharick o como Eros, pero tengo los suficientes motivos como para que me caiga mal, realmente mal. Y no soy de odiar, pero a herido a mi mejor amiga y eso ya es suficiente razón.

Tomo una de las manos de Zharick para destapar su rostro, regalandole una sonrisa ladeada.

—Hey, quita la cara larga —le doy un pellizco en la nariz que la hace reír, el mismo gesto que cuando éramos niñas—. Sé que sientes mucho por ese chico, y no está mal sentir cosas por alguien, pero tienes que tener en cuenta algo, Zhari: que alguien tenga tanto poder sobre ti, en algún punto te hará entender que puede causarte mucho daño. Y tú ya llegaste más allá de ese punto.

»No soy la mejor consejera de amores que pisa la tierra, pero te conozco, eres mi mejor amiga, y puedo decirte con total seguridad que lo que tienes que hacer es alejarte de ese idiota, por mucho que no quieras, por mucho que quieras ir con él. Si ya no quieres que crea que eres un acostón seguro, demuéstrale lo contrario.

Ella se quita la otra mano de la cara y me regala una pequeñísima sonrisa.

—Gracias, Didi.

—No tienes que agradecer, tonta, para eso estamos las mejores amigas —encojo los hombros y doy un sorbo a mi jugo—. Es como el trabajo mal pagado de nuestras vidas.

Vuelve a reírse, esta vez dándome un empujoncito por el hombro.

—Te haré caso, se acabó la Zharick que se deja dominar por sus sentimientos hacia un imbécil —afirma y puedo creer en ello por la determinación en su mirada color avellana—. A partir de ahora, pasaré de ese gilipollas.

—Así se habla, sé que lo lograrás.

—Sé que lo lograré —repite, convencida, con esa sonrisa de ánimos—. Pero ya mejor no hablemos de mi triste drama amoroso con un idiota, tú tienes algo que contarme.

Dejo mi sandwich a un lado y me sacudo las mano una contra la otra, encogiendo los hombros por último.

—No tengo mucho que contar, la verdad.

—Ay, ajá, ¿Qué con Eros? Esa invitación a la pizza fue interesante, no sabía que tenías un trato así con Jackson.

—Y no lo tengo —respondo con simpleza—. La invitación a la pizza fue por el accidente de ayer en Angelo's, que no hubiera pasado si hubieras llegado temprano —le doy una mirada acusatoria.

—¡Te he pedido perdón!

Ruedo los ojos, aún sigo resentida.

—En fin, la invitación a la pizza es por lo de ayer, nada interesante. No es como que seamos amigos del alma.

Zharick me mira con un ojo entrecerrado y los labios apretada en desconfianza.

—Te estoy diciendo la verdad —digo cuando no pierde esa expresión—. Eros no es más que un compañero de instituto, Zharick, créeme que puedo contar con una sola mano las veces que hemos hablado —alzo mi dedo índice y medio—. Y son estas dos veces.

—Bueno, sí tú lo dices, te creeré —encoge los hombros—. Tienes razón, he igual alguien como tú no soportaría a alguien como Eros.

—¿Disculpa?

—No te ofendas, pero sabes cómo eres, Diane —parpadeo varias veces sin entender—. No eres antisocial, eres bastante amigable, pero Eros está en un nivel más alto que tú. Bien podría buscar en un diccionario la definición de la palabra «extrovertido» y saldría una foto suya.

Asentí a eso, tiene razón.

—Así que no es por ofenderte, es más por recalcar un hecho extraño.

—No estoy ofendida, pero sí un poco indignada —Zharick se ríe—. En fin, mejor vamos adentro, la campana está por sonar.

Estábamos desechando los envases de nuestros jugos cuando la campana sonó, los estudiantes que están en el patio van entrando con prisa a la preparatoria, procurando no llegar tarde a sus clases.

Zharick y yo vamos andando por los pasillos, procurando que el tráfico estudiantil no nos arrastre como olas en la playa. Esa comparación me recordó a aquel día de verano cuando con mi familia fuimos a una playa de Boston, había sido un gran momento familiar lleno de risas, bromas y una pelota playa que terminó muriendo accidentalmente gracias a que mi primo cayó sobre ella porque resbaló con la arena.

Uh, aún recuerdo el sonoro «¡Boom!» de la pelota y el grito de dolor de Miguel por el plinchazo que le dió en el trasero cuando explotó. También las bromas de mis demás primos, que buen día.

En el salón de clases esperamos al profesor de biología, algunos hablando, otros terminando las tareas que dejó la semana pasada y unos pocos como Zharick que están centrados en sus móviles, corriendo el riesgo de que en cuanto entre el profesor se los confisque hasta finalizar el día.

Por suerte, mis compañeros fueron rápidos, ningún móvil terminó en la gaveta del escritorio del profesor Lombardo.

La clase me resultó bastante interesante, Lombardo es ese tipo de profesor que se emociona con su clase, con lo que explica y, por lo tanto, te contagia su emoción. Así que cuando abordó el tema de los cromosomas, me llamó la atención.

Hacía el final del día de clases, iba sola por los pasillos ya que Zharick había ido corriendo al baño por cierta emergencia que ella llama el número uno.

Sí, mi amiga se estaba orinando encima.

Los pasillos estaban solitarios, sorprendente, bueno, no tan sorprendente ya que todos al final de clases salen desesperados de sus salones, ansiosos de salir de la preparatoria.

Iba tranquilamente, pensando en cuanto tardará en llegar papá para recogerme cuando escucho un llamado detrás de mí.

—¡Eh, Reynolds!

Me doy la vuelta por inercia.

Y como quise no haberlo hecho. Más bien, me habría gustado seguir el camino.

Por el pasillo vacío se viene acercando con total seguridad y una sonrisa arrogante Koi Mohoe, mi vecino de sonidos extraños que provienen de su habitación y, desgraciadamente, compañero de instituto, pero gracias al cielo vamos en distintas secciones.

Koi no es el tipo más apuesto que hay en la preparatoria, pero tampoco el menos dotado. Tiene un cabello color caoba que jura que se le ve increíble llevándolo desordenado. Ojos con ciertos rasgos asiáticos color ámbar, una cara alargada y jovial, una tez morena por el sol y cejas delgadas del mismo color que su cabello.

Cómo dije, no es el tipo más atractivo, incluso Eros con las manchas del acné por la mandíbula, le gana a este sujeto. Pero por alguna razón, el chico sabe llamar la atención de las chicas, no por nada de su habitación vienen sonidos interesantes la mayoría de los fines de semana.

Koi termina por acercarse a mí sin perder su sonrisa.

—Hola, bombón —sonríe haciendo muestra del hoyuelo que tiene en la mejilla.

Solo por cordialidad le devolví la sonrisa.

—Hola, Koi —devuelvo el saludo—. Te repito por enésima vez, «Reynolds» es mi apellido, y Diane es mi nombre, no «bombón»

—Sí, lo sé, ¿Pero te han dicho que pareces un bombón? —me apunta sonriente—. Cuidado y te derrites, eh.

Dios, matalo.

Vuelvo a forzar una sonrisa, asintiendo. ¿Por qué se supone me di la vuelta? Debí haber seguido mi camino.

—Jaja, sí —rasco mi nuca, incómoda—. ¿Qué era lo que necesitabas?

Koi mira a un lado, sonríe por alguna razón, y vuelve a verme a mí.

Antes de incluso haberme dado una respuesta, me la había imaginado:

—¿Esta vez sí me vas a aceptar la salida?

Mi sonrisa se congela en ese instante.

Recordé la tantas, pero tantas veces en que Koi me había invitado a salir, a la playa, al parque, al cine, a un café, ¡Incluso a un picnic! Hubo una vez dónde también pagó mi comida en la cafetería, recibí bromas de Zharick por toda una semana hasta que le expliqué mi situación con ese soquete.

Y es que tiene una obsesión con que yo termine igual a todas esas chicas que se pasaron por su habitación los fines de semana.

Y perdón, gracias, pero no gracias.

—Eh, sí, bueno... esta vez tampoco se va a poder —Koi me da una mirada decepcionada y yo lo pienso un momento—. Creo que ahora debo de disculparme, ¿No?

Koi larga un suspiro.

—Pero alguno de estos días sí vas a acompañarme, ¿Verdad?

—Sí, sí, claro, claro —eso jamás va a pasar, pienso.

—¿Y cuándo crees que... —se interrumpe a media frase cuando escucha a alguien gritar:

—¡Hey, chica salsa!

Genial, lo que me faltaba.

Eros se viene acercando por el mismo pasillo que vino Koi, tan alegre como esta mañana. Llegando junto a nosotros, miró extrañado al chico cobrizo.

—Chica salsa.

—Eros —saludo yo.

—¿Y este qué? —señala con un gesto a Koi.

—Yo soy Koi —se presenta, sonriendo amable, aunque no sé si eran ideas mías, o es que le ví un tic en el ojo derecho.

—Ah, hola, Koi, Koi —me atraganto con mi risa, Eros sigue sonriendo casualmente.

—No, es solo Koi —dijo él, tratando de mantener un tono calmado.

Eros asintió.

—Claro, Koi, Koi —se gira a verme, ignorando libremente a Koi. Noto como el cobrizo parpadea repetidas veces, asimilando el hecho de que lo acaban de ignorar—. Diane, tengo que hablar contigo, ¿Podemos?

¿Pero qué tienen todos con querer hablar conmigo hoy? ¿Acaso me volví el presidente y no lo sabía?

—Sí, sí podemos, Eros —respondo.

No me malinterpreten, prefiero hablar con Eros antes que el insistente de Koi.

El castaño se gira a ver a Koi, que sigue bastante confundido he indignado.

—Ya la escuchaste, Koi, Koi, tenemos hablar. Y eso no te incluye a ti, así que —hace un gesto con su mano, uno bastante claro de que él se tiene que ir—. Largo.

—Pero tú y yo... —me señala a mí.

—Chico, ya la escuchaste. Es algo entre ella y yo, yo y ella. Lárgate.

Koi despide un suspiro frustrado, me da una última mirada, y se va por el pasillo.

En cuanto quedamos solo Eros y yo, dejo caer los hombros, relajada.

—Gracias, Eros.

—Tranquila, no hay problema. Noté que estabas bastante incómoda, tu cara era un poema claro de «Dios, ayúdame»

Uno al lado del otro, vamos camino a la salida, dónde quedan poco alumnos y automóviles en el estacionamiento. Eros aún no había dicho nada, y a este punto no tenía idea de que era lo que quería decirme.

—¿Y si ibas a decirme algo o no? —le pregunto, girando a verlo, quedando de espaldas a la calle.

—¡Ah, sí, cierto! Me acordaste. Bueno, te iba a preguntar si querías que nos fuéramos juntos a la parada del autobús —Eros sube las cejas, divertido—. Tengo más chocolate.

Lo miro entrecerrando los ojos, luego lo señalo.

—¿Acaso me estás extorsionando?

No mentiré, la propuesta era tentadora, pues no sabía si papá vendría con algo, y en tal caso de que viniera con algo podría ser, ¿Qué? ¿Café? ¡Puaj! Café.

Eros encoge los hombros.

—Puede que esté comprando tu compañía.

Meneo la cabeza mientras suelto una risita.

—Es una buena propuesta, pero mi papá está por venir a recogerme.

—Ah, bueno... quizá para otro día. Nos estaremos viendo, chica salsa —señala hacia mí en un gesto absurdo.

—Que es Diane —murmuro rodando los ojos.

—¡Sí, claro, Diane! —responde bajando las escaleras principales.

Creo que ya debo de irme resignado a que este chico me llame por mi nombre, solo espero que encuentre algo mejor que «chica salsa», no quisiera vivir recordando el momento dónde me di un involuntario baño con una pizza.

Espero sentada en el primero peldaño de la escalera unos cinco minutos, papá estaciona su coche y se asoma con una sonrisa por la ventanilla del asiento de conductor. Ya sentada en el lugar de acompañante, papá me ofrece una dona glaseada y, claro, café de acompañamiento.

Al menos podría pasarlo con el dulce.

—¿Qué tal tu día, cielo? —me pregunta, emprendiendo camino.

—Todo bien, aunque sigo quejándome de que no es cool tener clases de física a primera hora —respondo luego de morder la dona.

Papá menea la cabeza riendo.

El poco camino que recorremos él me va hablando de lo que hizo en el trabajo, también de como le jugaron una broma a uno de sus compañeros de oficina que terminó con la sala de descanso hecha un desastre.

Definitivamente me sorprende cómo mis padres pueden mantener una relación, en serio. Papá es tan... papá, extrovertido, divertido, bromista. Y mamá es... pues, es mamá. Estructurada, regia, le gusta el orden y aunque puede jugar bromas y saber divertirse, la mayor parte del tiempo mantiene un porte decente.

Papá no, papá es como un niño.

Con su relación aprendí a través de los años dónde me han demostrado el gran amor, cariño y respeto que se tienen que es necesario una personalidad diferente a la tuya. Un nuevo terreno qué explorar y dónde asentarte. No solo aplica lo de los «polos opuestos» también se une la necesidad de conocer un color diferente entre tantas tonalidades iguales.

Miro a papá, que está centrado en conducir mientras escucha por la radio el partido de béisbol que se transmitía desde Boston. Mi papá, como la mayoría de los hombres en la familia Reynolds, es un aficionado de los deportes, no se pierde ningún partido, ninguna transmisión en vivo o por radio y, si puede, se tomará el tiempo para ir a Boston a ver el juego en vivo.

En cierta parte, lo entiendo, el deporte es entretenido, aunque yo no suelo pasar de los primeros tiempos porque me termino aburriendo. ¿Partidos de fútbol americano a los que he ido con Zharick en la preparatoria? Pasa el primer tiempo y ya me aburre. ¿Juegos de hockey? Logran llamar un poco mi atención, pero no la suficiente. ¿Transmisiones o ir en vivo a ver a los Red Sox de Boston? Sí, no me apunto al plan.

Prefiero centrarme en mis cosas, estudiar o salir a jugar al parque con Baloo.

Desvío la atención a la ventanilla del asiento de acompañante para mirar a la calle. Tanto los locales como las personas se van quedando atrás con el andar del coche, papá se detiene en un semáforo en rojo y los peatones cruzan la calle por el paso de cebra, corriendo para poder cruzar la calle antes de que la luz cambie a verde, viene Eros.

El pobre iba solo por la calle con las manos dentro de su cazadora de béisbol y lo que parecen auriculares dentro de sus oídos. Me sentí mal al instante, él me pidió que lo acompañara, y aquí estaba yo, dentro del fresco auto en compañía de papá mientras que él va solo a la parada de autobuses por las calles calurosas de Cambridge.

Antes de que mi papá arrancara, lo detuve.

—Espera un momento, ¿Podemos darle un aventón a un amigo?

Él me mira confundido unos cuantos segundo antes de asentir.

—Claro, pero rápido, que podemos atrasar el tráfico.

—Claro —bajé la ventanilla de mi lado y llevé mi dedo índice y pulgar a mi boca para silbar—. ¡Hey, Eros!

No me escucha, sigue cruzando la calle con la mirada hacia adelante.

—¡Eros! —aún nada, quedaba pocos segundos antes que el semáforo cambie. Busqué entre mi mochila algún objeto arrojable, solo encontré mi goma de borrar con forma de carita de unicornio.

Bueno, a sido lindo tenerte como parte de mis materiales escolares.

Puse toda mi concentración y fuerza en un solo objetivo, entonces lancé la goma de borrar en dirección a Eros, le dió en la parte trasera de la cabeza y mi codo recibió un golpe también que me dió un choque eléctrico en mi sistema nervioso.

Eros se dió la vuelta al instante, viendo a todos lados en posición de ataque, parecía uno de esos ninjas de las películas de acción que les gustan a mis padres.

—¿Quién anda ahi? —gira sobre su eje—. ¿Amigo o enemigo?

Los claxon de los autos tras nosotros empiezan a sonar.

—Vamos, Diane —apresura papá.

—¡Jackson, ven aquí! —agité mi mano para llamar su atención.

—Oh, ¡Diane! —sonríe cual chiquillo, colándose entre los coches para llegar al auto de papá—. ¿Qué hay?

—¡Sube! Te daré un aventón.

—Oh, vaya, ¡Gracias! —con una sonrisa, se sube a los asientos traseros y papá al fin sigue el camino.

Volví a acomodarme en mi asiento, Eros atrás se saca los auriculares de los oídos y se coloca el cinturón de seguridad antes de colarse en medio de los asientos.

—Gracias por el aventón gratis, Diane —cambia la mirada grisácea a papá—. Hola, señor papá de Diane, soy Eros, un gusto.

Papá se ríe y le da una rápida mirada de soslayo.

—Un gusto, muchacho, soy Louis.

Eros por unos cuantos segundos gira la cabeza de un lado a otro, mirando de papá a mí y de mí a papá. Fueron movimientos que lo dejaron aturdido unos cuantos segundos y lo hizo menear la cabeza ligeramente.

Este chico es como una gracia andante, no solo es bastante extrovertido, si no también bastante gracioso, debo admitirlo.

—Ustedes dos son iguales —comenta—. Mismos ojos verdes, nariz, hasta en las pequeñas pecas, menos en el cabello.

—Didi heredó el cabello de su madre, de resto...

—Soy una copia de este señor que ves aquí —termino por papá, cuando ví a nuestro pasajero, él tenía los labios apretados con fuerza.

—Con que Didi, ¿Eh?

Ay, no.

Si bien el «Didi» no es un apodo que me moleste, (ya que me parece muy dulce) solo lo soporto cuando se trata de mi familia, o, en algunos casos, de los señores Eisele, que siempre me han llamado así. El que Eros lo sepa me garantiza un balde de bromas.

—Solo bórralo de tu cerebro, por favor.

—Oh, no, es un gran apodo, chica salsa —y volvimos con el dichoso apodo—. Creo que ya he... —de la nada, Eros se calla y frunce el ceño, se cuela más entre los asientos.

—Eh... ¿Eros?

—¡Shh! —me espeta por silencio—. Calla, calla, ¿Ese es el juego de los Red Sox? —pregunta viendo a papá.

—Sí, es la transmisión en vivo.

—¡Yo lo venía escuchando! —exclama, acomodándose. Yo los observo a ambos con el entrecejo fruncido, ¿Qué estaba pasando?—. Uno de los bateadores de los Pittsburgh Pirates había hecho un foul, ¿Qué tanto a avanzado?

Sí, ya no entiendo nada.

En solo segundos, Eros y papá se enfrascan en una conversación que se basa al rededor del juego de béisbol entre los Red Sox y los Pittsburgh Pirates, mi cerebro procesaba todos los términos deportivos como un «bla, bla, bla, bla». Hablenme de hockey, que lo entiendo más.

Ellos hablan del juego, critican a los jugadores como si fueran algún especie de experto y también maldicen no estar en Boston para ver el juego en vivo. Yo me resigné a entender su conversación, así que solo me mantengo viendo a la calle pasar.

Hay un momento de silencio y me tranquiliza, ya que pienso que esas dos urracas ya dejaron morir el tema.

Pues no, fue todo lo contrario.

Fue un silencio de espera, uno que finalizó con papá y Eros gritando emocionados por el anuncio que hizo el presentador, los Red Sox habían hecho un no sé qué rayos que los había dejado como los ganadores contra los Pittsburgh Pirates.

Cuando ambos se calman, les doy una mirada de «¡No hagan eso nunca más en sus condenadas vidas!»

—¡No griten de la nada que me asustan! —les pido, aún sintiendo el latido apresurado de mi corazón.

Los muy descarados solo se ríen.

—Perdón, Didi —dice papá—. Muchacho, no sabía que tenías buenos gustos deportivos.

—Oh, sí, me encantan los deportes y, en definitiva, los Red Sox son mis favoritos, claro que también tengo un poco de aprecio por los New York Yankees, pero mi corazón está con las Medias Rojas —da dos golpecitos sobre el lado izquierdo de su pecho, justo sobre su corazón.

—¡Así se habla, muchacho! —exclama alegre papá.

Bueno, que esos dos se llevan bien.

Hay poca charla entre ellos ya que Eros le indica a papá que lo deje en una esquina que el castaño asegura es la entrada a su calle.

—Vale, nos vemos mañana, Diane. ¡Luego le veo, señor Reynolds! —se despide sonriente de papá.

—Adiós, Eros —me despido con una sonrisa.

—¡Adiós, muchacho!

Papá y yo vemos como el chico de ojos grises se adentra en su calle recidencial.

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