02 | No me llames chica salsa, por favor
En la calle camino a mi casa me saludan algunos de mis vecinos sentados en sus porches disfrutando de la recién entrada noche fresca.
Algunos son señores de edad que recuerdo cuando era más pequeña me contaban viejas historia de los años de antaño, siempre me entretenían aún cuando los demás niños de la cuadra las consideraban aburridas. Yo siempre fui la buena escucha de las historias del señor Frederick con su barco en la bahía de Massachusetts, o como la señora Agnes era una de las mejores costureras de Cambridge antes de retirarse.
Me gustaban las historias de la gente mayor que vive por aquí, algunas son graciosas, otras te enseñan lecciones valiosas y eso siempre lo registraba en mi memoria: las lecciones que puedo aprender de la historia de otros para que la mía pueda ser mejor.
—Oh, ¡Didi! —me saluda el mismísimo señor Frederick, sonriendome a dientes completos con su dentadura casi caída.
Es un señor de unos casi ochenta años, bastante amigable y carismático. Vive a unas dos casas de la mía en compañía de su mujer, una señora solo un par de años menor que él que antes solía hornear galletas mientras su marido nos contaba historias a los niños que solíamos reunirnos en su jardín. También los acompaña una joven enfermera que cuida de ellos ya que los señores Eisele ya están un poco mayores y necesitan del cuidado de alguien más.
Con respecto al «Didi», solo la gente muy cercana a mí suele llamarme por mi apodo familiar. Ellos me llaman así desde pequeña al igual que toda mi familia. El apodo no me parece vergonzoso, me gusta bastante y más si viene de la gente a la que le tengo aprecio.
—Hola, señor Frederick —me desvío del camino para ir con ellos y darles fuertes abrazos—. ¿Cómo se encuentran?
—Bastante bien, linda —responde Margaret, su mujer—. ¿Verdad que sí, Année? —le pregunta a la enfermera, que le sonríe amable.
—Claro que sí, señora Eisele.
—Bah, chica, te he dicho miles de veces que me llames Margo —Année solo se ríe—. La juventud de ahora no toma en serio a los adultos.
—Claro que sí —digo—. Yo los tomo muy en serio, y porque los tomamos en serio, les guardamos respeto, ¿A qué sí, Année?
Ella asiente de acuerdo a mí.
—Diane tiene razón, ustedes son la generación que más respeto le guardamos por todas sus vivencias, por ello no los tuteamos.
Ambos señores Eisele comparten una mirada divertida, dándose cuenta que su enfermera y yo hemos hecho un complot.
—En fin, niña, ¿Tú por qué estás tan sucia? —me pregunta la señora Margo.
—Y con olor a pizza —agrega el señor Frederick.
Largo un suspiro y les cuento un poco del incidente que tuve en la pizzería de Angelo's con Eros.
—Uh, linda, deberías ir y ducharte lo más pronto, el olor a salsa de tomate es muy difícil de quitar —dijo la señora Margo.
—Tiene razón —hago una mueca y veo mis brazos, dónde la salsa de tomate ya se había secado—. Vendré en otro día, lo prometo. ¡Adiós!
—¡Adiós, y date un buen baño! —escucho la risa del señor Frederick cuando vuelvo al camino a mi casa.
Meneo la cabeza riendo, en serio que los señores Eisele son muy amables.
Estando frente a la casa, saco mi llave de debajo de la maceta con las flores que mamá se empeña en hacer crecer en el pórtico. No suelo llevar mi llave porque, tal cual como le pasa a papá, soy capaz de perderla.
Digamos que lo distraído viene de la familia Reynolds.
Adentro, el primer aroma que llega a mi nariz después de tanto oler la salsa de tomate que llevo encima me embarga. Huele a comida casera, esa que tanto le gusta hacer a mi mamá. Lo segundo que percibo, o más bien, me ataca al entrar, es Baloo con sus ladridos.
Baloo es mi perro de un año de edad, lo adoptamos la navidad del año pasado cuando estuvimos en Boston, mis padres y yo íbamos paseando por la ciudad cuando pasamos por un refugio y ahí lo vimos, echado sobre una colcha, esperando el momento de ser adoptado. Ninguno de nosotros se resistió a su mirada que decía «adoptenme» por lo que a la hora del almuerzo ya habíamos adoptado a un Husky siberiano.
—Hola, peludo —lo saludo acariciando detrás de sus orejas, Baloo mueve emocionado su cola peluda—. ¿Me extrañaste? Claro que me extrañaste, ¿Si? ¡Sí!
Y como si quisiera darme respuestas, él ladra emocionado.
Amo a ese canino, es juguetón, amable y una buena compañía. Cuándo me quedo a altas horas de la noche estudiando, Baloo siempre suele acompañarme echado a la orilla de mi cama, esperando por mí para irme a dormir.
Desde que lo adoptamos, supe que no tendría compañía más fiel que él.
Dejo los mimos a mi perro y camino recto hasta doblar a la derecha con Baloo siguiéndome el paso, veo la mesa puesta con platos vacíos, en la cocina encuentro a mis padres, riendo mientras cocinan.
—Hey... —saludo por lo bajo, poniendo un pie dentro de la cocina dónde el aroma es mucho más intenso.
Mis padres se giran hacia mí, sus sonrisas borrandose cuando me miran ahí de pie, bastante sucia de como había salido de casa.
—¿Pero qué te pasó? —pregunta papá, con una mueca entre la confusión, el asco y la diversión.
—Digamos que... he tenido un accidente con un mesero en la pizzería —miro a mamá, que tiene una expresión de completa sorpresa—. Perdón por arruinar la camisa, mamá.
Ella despide un suspiro y luego me sonríe de labios cerrados. Una reacción que en lo absoluto no esperé.
—Está bien, Didi, ¿Te lastimaste o algo?
—No, solo fue un choque, salió peor parado el mesero que yo —me río recordando el golpe que Eros se llevó contra el suelo—. Se dió un feo golpe en el cogote.
Mis padres se ríen un poco, Baloo jadea aún a mis pies.
—Bueno, mejor será que te des un baño —sugiere papá, volviendo a centrase en la cocina—. Ya la cena está casi lista.
—Vale, bajo en un rato.
Dicho eso, subí las escaleras al segundo piso, que no es más que un pequeño pasillo con tres puertas: dos de frente, siendo la del lado izquierdo mi habitación y la otra la de mis padres, y la tercera puerta, que está en el centro, el baño. Abajo está una habitación para los invitados, (anteriormente mi habitación) la sala, la cocina, y una puerta corrediza que da al patio.
Nuestra casa tiene cierta disposición extraña, pero según mamá, perfecta. Mi madre además de ser arquitecta es decoradora de interiores, por lo que ya se hacen una idea de por qué nuestra casa es como es, aunque igual no está nada mal. Mi nueva habitación es bastante amplia, tiene un armario más grande que la anterior y una ventana con vista a la calle, mejor que la vista que tenía a la casa de los Mohoe, directita a la ventana de la habitación de Koi, mi vecino y compañero de instituto de dieciocho años que no se preocupa en bajar la ventana cuando lleva a sus conquistas a su habitación.
Sonidos interesantes he escuchado los fines de semana venir de ese cuarto, incluso días de la semana en que me he quedado estudiando hasta tarde.
En mi cuarto dejo mi bolso de lado sobre la cama y busco una muda de ropa cómoda en mi armario, termino decidiendome por mi pijama porque ya no saldría más por esta noche, igual tampoco es como que me lo permitan.
Dejo la pijama sobre la cama, tomo una toalla y voy al baño donde estoy al menos quince minutos restregando el jabón con fuerza en mis brazos, cuello y cara, sacando la salsa de tomate seca que llevo encima.
Cuándo por fin estoy libre de salsa, vuelvo a mi habitación envuelta en una toalla y me cambio a mi pijama, antes de bajar a cenar, saco de mi bolso mi móvil y le envío un mensaje a Zharick, diciéndole que ya estoy en casa.
Para mí sorpresa, mi mensaje no le llega.
Aún me pregunto qué con ella y el amigo de Eros, Christopher.
—¡Estoy lista! —anuncio bajando las escaleras de a dos peldaños, luego tomando mi asiento de siempre en la mesa de cuatro puestos.
Mi círculo intrafamiliar solo somos nosotros tres: mi mamá, Dalia de Reynolds, y mi papá, Louis Reynolds, me tuvieron a esos de los treinta y tantos, por lo que después que yo nací decidieron no tener más hijos, así que soy hija única, algo triste ya que siempre he querido hermanos, pero así pasaron las cosas.
Igual no se está mal ser hija única, suelen consentirte más, claro que también exigirte... Pero, ¡Eh, que los regalos nunca faltaron! Mis demás primos siempre me bromean con que soy la favorita de la abuela Adamaris, la matriarca de la familia Reynolds, y son cosas que no niego porque mi abuela una vez me lo dijo.
Beneficios también de ser la nieta menor de mi familia paterna.
La cena la pasamos hablando de lo que hicieron hoy mis padres en sus trabajos, los nuevos proyectos de decoración de mamá y lo emocionada que se muestra con ello. Papá también un poco emocionado porque se aproxima la fecha donde en la oficina donde trabaja se anunciará el empleado del mes, y espera ganar, otra vez.
—¿Qué tal los estudios, Didi? —me pregunta mamá, tomando de su jugo.
Encogí los hombros, pinchando con el tenedor un trozo de tomate, lechuga y pepino de la ensalada.
—Sigo estudiando mucho —como los vegetales en mi tenedor—. Aunque aún no han llegado las universidades postulantes, quizá en unas semanas.
—Conseguirás la mejor beca, cariño, lo sé —me regala una sonrisa maternal de labios cerrados.
Me gusta más esta versión de mamá, la relajada, la que asegura que conseguiré una buena beca en una universidad que deseo. Cuándo aparece la exigente con mis estudios y la que insiste en que opte por otra carrera que no quiero... sí, bueno, esa no me agrada tanto.
Pero es mi mamá, y aún así la amo bastante.
Luego de la cena fue mi turno de lavar los platos, por lo que antes de empezar, busqué mi móvil y audífonos para escuchar música. Me gusta hacer mis quehaceres, estudiar, hacer mi tarea entre tantas cosas mientras escucho música.
Mis padres suelen bromear que yo sin música no funciono, y tal vez sea cierto.
Le doy play en aleatorio y Good Time de Niko Moon empezó a sonar a través de mis audífonos, con esa canción, me pongo a lavar los trastes, como siempre, mojando mi camisa por los movimientos de baile que hago, buscando ganarme que papá me grabe otra vez.
Papá es como un niño en el cuerpo de un adulto, no entiendo cómo una personalidad tan divertida como la de papá pudo congeniar con una tan estructurada como la de mamá.
Puede ser que eso de los «polos opuestos se atraen» sea cierto.
Cuando termino de lavar los platos y con la camisa con un manchón de agua, voy a la sala de estar, dónde papá se está riendo de una película que seguro es de Adam Sandler, (su actor de comedia favorito) y mamá está revisando algunos papeles sentada en la alfombra y apoyada en la mesita de centro con Baloo debajo de la mesa, recostado sobre sus patas delanteras, aburrido.
—Ya terminé —anuncio, dejando mi móvil con los audífonos en la mesa donde reposan una fotos familiares, sentándome después junto a papá.
Mamá solo murmura un «vale» y papá ni despega la vista de la televisión. Baloo es quien más me presta atención ya que sale de debajo de la mesita y se sube de un salto al sofá, usando mi regazo como almohada.
Dando caricias a detrás de su oreja, decido ver la película con papá, después de todo, hoy es mi día de descanso.
-
A la mañana siguiente, como todos los días, me despierto a las siete en punto, me lavo los dientes, tomo una ducha de agua fría para espabilar, (llámenme loca, pero el agua fría me despierta más que el agua caliente) y me cambio por un overol enterizo negro con una camiseta manga larga azul cielo, de zapatos tomo mis tenis de lona azul oscuro y sobre mi cabello un gorro de lana blanco. No se supone que estamos en el clima para llevar gorros, pero me gusta llevarlos, siento que son parte de mi estilo.
Abajo me encuentro solo a papá, tomando de su taza de café mientras lee el periódico y a Baloo comiendo de su comida para perros mientras mueve su peluda cola de pelo blanco, negro y gris.
—Buenos días —le saludo, dándole un abrazo por atrás—. ¿Dónde está mamá? —pregunto, sentándome a su lado derecho, frente a mí está mi plato con mi desayuno tapado.
—Se fue hace cinco minutos, de urgencia en el trabajo —responde si dejar de leer.
—Oh, creí que me llevaría a clases —comento, dando un mordisco a mi sandwich.
—Puedo llevarte, si quieres —se ofrece, mirándome sobre el borde del periódico.
Asentí aceptando su ofrecimiento, no quería irme caminando, mucho menos tomar el autobús, a esta hora son una tortura, ni digamos el metro.
Quince minutos después, luego del desayuno y de despedirme de mi mascota, subo al asiento de acompañante del auto de papá, quién emprende camino hacia la preparatoria Grapevine en la primera de Matignon. Luego de diez minutos de camino, papá estaciona frente a la preparatoria, un edificio parecido a un búnker, (aunque por dentro tiene más pasillos confusos) dónde los estudiantes se dirigen a la entrada principal. Me despido de papá con un abrazo fuerte y salgo de su coche, subiendo la escalinata y siguiendo el curso del camino de adoquines hasta la entrada.
Adentro, el pasillo principal repleto de estudiantes me recibe, algunos pocos compañeros de clase me saludan, la gran mayoría pasa por alto mi existencia. Aquí bien podrían describirme como «la chica nerd» si es que en Grapevine hubieran etiquetas para cada estudiante. La preparatoria no es como otras montones más dónde cada alumno tiene una etiqueta y un propósito exacto en su curso de bachillerato. No, aquí solo somos estudiante tratando de sobrevivir al año escolar.
El primer rumbo que tomo es hacia el pasillo de los casilleros, que está doblando a la derecha del principal, ahí estaba casi tan repleto como el anterior. En mi casillero, decorado sencillamente con algunas flores en papel y foamy, busco la libreta de física que dejé ayer después de clase. Estos días de la semana son los que más odio porque tengo física a primera hora.
¿A quién demonios se le apetece ver y dar clase de física a las ocho de la mañana? ¡Estará hecho un loco!
Cierro mi casillero y guardo mi libreta en mi mochila, en cuanto alzo la vista, veo venir a cierto chico que es saludado por todos en ese pasillo.
—¡Hey! ¡Hola! ¿Qué tal, chica? —saluda a todos con su contagiosa sonrisa.
Y para mí gran suerte, sus ojos grises se fijan en mí.
—¡Hey, chica salsa! —exclama Eros, señalando en mi dirección.
Hay algunas risas discretas y miradas hacia mí, que solo quiero que la tierra me trague y me escupa en mi asiento del salón.
Si bien no soy una «chica invisible» tampoco soy la más social de todos. Sí, me gusta conocer gente, vivir aventuras, y esas cosas adolescentes que hacen todos, pero no me gusta llamar la atención, o al menos, que alguien haga que la atención de todos se fije en mí.
Y todo lo que implica la personalidad de Eros Jackson tiene que ver con la palabra «atención»
Eros viene con paso resuelto en mi dirección, pienso en un motivo para solo saludarlo he irme a mi clase, no quiero ser descortés con él, no cuando me convidó de su chocolate. Solo eso hizo que se ganara mi buen visto entre las personas.
Buscando una excusa y también escapatorias, me encuentro con mi mejor amiga venir hacia mí con la mirada fija en la pantalla de su móvil. Está a menos de un metro de mí, por lo que no dudo arrastrarla conmigo, sorprendiendola.
Eros llega junto a nosotras.
—¡Hey, buenos días! —saluda con un ánimo sorprendente, ni yo estoy de tan buen humor un miércoles a las ocho de la mañana—. Hola, chica salsa. ¿Qué tal, chica-no-sé-qué-rollo-tengas-con-Christopher?
—Hola, Eros —saludo con una pequeña sonrisa incómoda—. Y creo que sabes muy bien mi nombre.
—Lo sé, pero es divertido llamarte así —sostiene su mentón con su mano—. Hum, creo que te llamaré así de ahora en adelante.
—No, por favor.
Eros se echa a reír.
—Tranquila, es una broma —sus ojos pasan a ver a Zharick—. Oye, no sé qué demonios hizo Christopher, pero ¿Un consejo? Dale un guantazo, siempre funciona.
—Gracias, creo —frunce el ceño mi mejor amiga.
—No hay de qué —Eros hace un gesto de restarle importancia sin perder su sonrisa, luego me mira a mí—. Hey, chica salsa, quería ver si...
—Diane, Eros, no chica salsa.
Alza ambas manos en son de paz.
—Vale, Diane —remarca mi nombre—. Te tengo una propuesta.
Frunzo el ceño, ¿Una propuesta?
—¿Qué propuesta? —lo miro curiosa.
—Pizza —mi cara debe de delatar que no entendí un pepino, Eros suspira—. Te debo una pizza, ¿Recuerdas? ¿Por qué no vas más tarde a Angelo's y comes de una buena pizza hecha por este gran cocinero? —se señala con ambos pulgares.
Comparto una mirada con Zharick, que hace ese gesto suyo de «tu propuesta, no la mía». Que gran mejor amiga, Zharick.
—Bueno... —alargo la palabra—. Me encantaría, Eros, pero...
—Los «peros» nunca son buenos.
—No creo poder hoy —termino mis palabras—. Estos días estoy ajetreada y no creo poder salir.
Él despide aire, haciendo hinchar sus mejillas.
—Vale, quizá para otro momento —encoge los hombros y mira la hora en el reloj de su muñeca—. Nos veremos después, este señor tiene que ir a clase de química si no quiere que lo dejen afuera, otra vez. ¡Adiós, chicas!
Con un divertido gesto de despedida de dos dedos, se va por el pasillo.
Zharick y yo nos miramos.
—Tienes algo que contarme —dijo ella.
—Tú también.
Noto como se pone nerviosa.
—Clase de física en cinco minutos, ¡Andando!
Me toma del brazo y me obliga a caminar a nuestro salón de clases, que empezaba a llenarse com nuestros compañeros, muchas caras de sueño, fastidio, bostezo y solo unas pocas de emoción.
Zharick toma asiento en su puesto, que es en la tercera fila de pupitres en el número cuatro. Yo en cambio estoy en la segunda fila y en el segundo asiento.
No pasa mucho tiempo cuando el profesor Ander entra al salón de clases, dejando su maletín sobre el escritorio y una taza de humeante café que llena la estancia con su aroma suave.
—Bueno clase, ¿Qué tal si vemos un poco de las aplicaciones de la física?
Los raros emocionados con la clase afirman mientras que los demás solo soltamos un gruñido colectivo de fastidio. Claro que, no tenemos opción si no queremos reprobar el semestre, por lo que todos sacamos nuestras libretas para ver la clase.
-
No soy mala en física, claro que no, por mucho que no me guste la materia, me empeño y obligo en ser buena en ella, pero aún así me aburro horriblemente.
Por lo que cuando suena el timbre, literalmente doy un salto emocionada en mi asiento y soy de las primeras en salir de la clase.
Cuándo tengo a Zharick al lado, juntas nos vamos a comprar algo para saciar el hambre que siempre nos deja la clase de física. Hoy la cafetería ofrecía sandwiches de pollo con jugo de maracuyá, cuando tenemos la comida en nuestras manos, salimos de la cafetería para ir al patio, dónde nos sentamos en una de las bancas de concreto alejadas de todos.
—Muy bien, cuéntame qué es lo que pasó y pasa entre Christopher y tú.
Zharick suspira, abriendo su jugo.
—Es una larga historia, Didi.
—Y yo tengo un almuerzo entero para escucharla, así que, adelante.
Largando un suspiro, empieza a contar.
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Nota de la autoras:
Hola, hola, hola, gente bella preciosa y hermosa. ¿Qué tal andan los que habitan por estos lados? ¿Felices de un segundo capítulo de Una Noche Sin Luna?
Ya vamos viendo un poco más de como es Diane y también como es Eros, nosotras insistimos en que nos encanta este chico. Después de todo, es nuestro bebé.
Les dejamos con la intriga de qué es lo que pasa entre Zharick y Christopher, jkjkjk. ¿Y Baloo? Amamos a ese cachorro, esperemos que ustedes también, ¡Y no! No será la última vez que lo verán.
¡Nos leemos en una de nuestras historias!
Besos y abrazos en el rabo con clases de física, saludos de Eros y ladridos de Baloo.
MJ.
~Jai
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