Varsovia, Minsk y Kaunas de un tirón
Los siguientes cuatro días serían una locura non-stop en la que el grupo intentaría conocer tres países casi sin descanso. Todo había sido una absurda idea que Emil logró meter en la cabeza de JJ ya que le decía que no podían abandonar Europa sin conocer al menos una parte del este. Yuri no tenía tanto interés en visitar lugares como Lituania o Bielorrusia ya que estaba peligrosamente cerca de su casa y no tenía muchas ganas de tentar al universo.
Lo bueno de aquella idea, es que entre el ajetreo y el cansancio no lo dejarían pensar tanto en lo ocurrido con Otabek durante la noche del 15 de julio. Las cosas no parecían haber cambiado entre ellos pero Yuri se sentía algo distinto.
-Si van a Roma ¿prometen avisarme? -dijo Emil, que los llevó para despedirse a la estación de trenes- Tal vez me pueda hacer una pequeña escapada.
-Yo creo que tú quieres otra cosa allá -se burló Mila dándole un abrazo-. Pero por supuesto te diré. Italia es una parada que no debe faltar.
Poco después el tren nocturno partió, dejando la bella Praga para conocer la muy desconocida Minsk. Yuri no estaba seguro de si podría soportar las veinte horas que tenían de trayecto hasta Bielorrusia. Y peor aún, no sabía cómo se zafaría de Otabek en un espacio tan reducido.
-¿Alguien no se trajo una lapicera por ahí? -inquirió el canadiense mientras acomodaban las maletas en el camarote para seis, lo que era algo beneficioso ya que podrían aprovechar el espacio extra para el equipaje.
-¿Para qué querrías una...?
-Para dibujarnos luego la raya del trasero. Se me va a borrar de tanto estar sentado.
Otabek soltó un bufido que sonaba casi como el de un oso decepcionado. Pocas veces hacía esas cosas pero no podía culparlo de hartarse un poco de las idioteces de JJ.
-¿Alguien tiene hambre? Porque creo que me iré a conseguir algo -dijo Mila estirándose-. Leo, acompáñame.
-Voy yo -habló Yuri sin pensárselo.
-¿Seguro que no te quieres qued-...?
-¡Dije que voy!
Se bajó de un salto de una de las camas de arriba. Mila se encogió de hombros al verlo apresurarse en salir de ella y lo siguió. No sabía si Otabek se daría cuenta que el motivo de querer irse cuanto antes del camarote era debido en gran parte a él.
De camino, Mila y él estuvieron tan silenciosos que podría haber cortado la tensión con una hoja nada más. Yuri estaba decidido en no ser quien daría el brazo a torcer. Por cómo se veían las cosas Mila tampoco planeaba hacerlo. Los dos se posaron en la fila en torno a la barra para pedir tal vez algunos emparedados y cinco vasitos de café. Para no sentirse demasiado ofuscado, Yuri decidió concentrarse en la parejita de atrás que acababa de llegar y hablaba animadamente.
O al menos uno de ellos lo hacía.
-¿Y qué quieres ver en Minsk? -le preguntaba el más alegre. El otro se encogió de hombros.
-Me da igual. Decide tú.
-¡Yo he decidido lo que veríamos en los últimos siete destinos! Lo que vendría a ser todos los destinos, Seung.
-Lo que sea que a ti te guste me va a gustar a mí -contestó mientras tomaba la cintura de su novio para acercarlo por un corto beso.
Yuri rodó los ojos. Quizás no fue una buena idea tener que espiar a esos dos.
-He leído que tienen muchos parques bonitos -rió el cariñoso- ¿Te gustaría que elijamos alguno para revivir lo de Hyde Park? -usó un tono más sugestivo.
-¿Hyde Park? Si no me equivoco, todo el tema de los parques comenzó hace años en Central Park.
-¡Oh, qué cabeza la mía! Me estoy empezando a olvidar de las cosas...
-Te las voy a recordar sin ningún problema.
Le dio entonces otro pequeño beso. Por el rubor que cubría las mejillas del muchacho asiático -bueno, los dos lucían como de Asia pero el chico risueño era mucho más moreno- Yuri podría haber pensado que apenas empezaban su noviazgo más las palabras usadas declaraban otra cosa.
La fila entonces avanzó un poco más en los siguientes minutos, tanto que ya cuando terminaran de atender a aquel grupo ancianitos, le tocaría a la pareja de asiáticos y luego a Mila y a Yuri.
Pero entonces, el tipo que atendía la barra, puso un enorme cartel plástico sobre el mesón que rezaba: Descanso para comer. Vuelva en media hora.
-¡¿Qué?! -chilló el chico moreno- ¡Hicimos la cola como por media hora!
-Todos queremos comer -respondió el hombre con molestia-. Por favor, regrese en media hora.
-¡Oye! A ustedes les pagan lo que nosotros sangramos -intervino Yuri haciéndose su lugar- ¡Esto es mal servicio!
-Vuelva en media hora, por favor -volvió a decir entre dientes el hombre mientras ahora fingía una sonrisa.
Los vio alejarse hacia un pequeño compartimento al final de la barra, los rostros a su alrededor estupefactos.
-¡Yo tenía hambre! -gimoteó uno de ellos.
-Quemaré este estúpido tren -gruñó Yuri. Mila lo tomó del codo.
-Ya, Yuri. Saquemos algo de la maquinita expendedora.
-¿Hay máquinas expendedoras? -preguntó el de piel morena con sorpresa- ¡Disculpen la interrupción!
-He visto una cuando pasábamos -contestó Mila sonriente-. Aunque no parecía la gran cosa.
-Da igual, me comería hasta mi propio calcetín del hambre que tengo. Seung, vamos.
Su novio rodó un poco los ojos y caminó detrás de él, justo al lado de Yuri. El otro chico iba con Mila charlando animadamente.
-Yo soy rusa-canadiense. Yuri allá atrás es solo ruso.
-Yo vengo de Tailandia y mi novio, Seung, es coreano -lo señaló como si no hubiese quedado claro que ese tipo era su novio-. Estoy haciendo el máster en periodismo de viajes y pues... decidí acoplarlo junto con las vacaciones. Soy Phichit, por cierto.
-¡Eso se oye genial!
-Créeme que lo es -rió Phichit-. Te la pasas sacando fotos para tu blog y probando divertidas cosas nuevas. No podría haber elegido algo mejor.
Ya en la maquinita expendedora, Mila sacó una buena cantidad de dulces de marcas checas, polacas y también bielorrusas -Yuri podía conseguir muchos de ellos en casa- así como unas cuantas latas de bebida. Phichit miró con sorpresa a la chica haciendo casi malabares para poder sostener todo.
-Creo que ustedes en verdad tenían hambre.
-No es solo para nosotros -ella se encogió de hombros como pudo-. Somos cinco, siendo yo la única mujer. Y sé muy bien lo mucho que los hombres comen.
-¡Oh! ¡Viaje entre amigos! ¡Qué emocionante! -aplaudió Phichit- Bueno, espero lo disfruten. Ya nos cruzaremos por ahí supongo: nos quedan más de dieciocho horas aún.
Mila se despidió enérgicamente de ambos mientras que Yuri solo le asintió con la cabeza. La chica chasqueó un par de veces con la lengua.
-Ser más simpático no mata a nadie.
-No me jodas.
Yuri empezaba a perder el humor y los estribos mientras más se acercaban al camarote.
Pasaron dos, cuatro, seis horas y ya era tiempo para dormir. Casi todas las luces en el pasillo del tren y los camarotes estaban ya apagadas. Yuri pensaba que todos sus acompañantes estaban descansando pero parecía ser que uno de ellos aún no lo hacía.
-¿Yura? -preguntó la susurrante voz de Otabek.
-Beka... ¿qué no puedes dormir?
-El movimiento me marea un poco -confesó.
-Pues qué bebé -masculló Yuri. Lo escuchó tratando de contener la risa.
-¿No quieres bajar un segundo?
Yuri quiso carraspear para deshacer el nudo en su garganta. Aprovechó el ronquido de JJ para removerse algo incómodo entre las sábanas.
-Me da un poco de pereza...
-Puedo subir -se apresuró a decir Otabek.
-Es que tengo sueño, Beka.
Se hizo un tenso silencio entre ambos. Yuri maldijo a que Leo no estuviera farfullando en sueños esa noche para que no la situación no se sintiera tan incómoda. Otabek también se removió en su lugar. Yuri podía imaginarse que Beka sabía muy bien el motivo de su distanciamiento -o puede que el alcohol no lo hiciera recordar todo claramente- pero al menos estaba seguro de que no estaba libre de culpas.
Yuri se sintió bastante mal, de todas formas. Él no podía enojarse con Otabek por rechazarlo, ¿qué clase de persona era si lo hacía? Pese a que el pecho le pesaba al recordar su mano alejándolo de la piel desnuda de su torso, Otabek estaba en todo su derecho de hacer algo como eso.
Deslizó su mano entre las sábanas y el borde de la cama. Aquel acto era lo máximo que su orgullo podía permitir de momento. No dijo absolutamente nada pero dejó que esta colgara por encima de la cama de Otabek. No pasó mucho tiempo hasta que él se la tomó. Era incómodo para dormir, pero ¿qué más daba? Era un algo. Y quizás ese fuera el mejor camino, más lento y seguro, para construir las cosas.
Tenían menos de catorce horas en Minsk antes de tomarse otro tren nocturno -aunque solo de cuatro horas- que los dejaría en la ciudad de Kaunas, en la pequeña joya báltica de Lituania. No tuvieron mucho tiempo de hablar sobre sentimientos o hacer comentarios idiotas -en el caso de JJ- ya que apenas sí tenían tiempo para sentarse a descansar.
-Yuri, ¿tú hablas algo de bielorruso? Digo, son países vecinos...
-Si tuviera que hablar todos los idiomas de los países vecinos de Rusia ya sería políglota -le masculló a JJ.
-¡Oh! De ser así hablarías kazajo -intervino Mila-. Es un idioma que suena muy bonito, si me preguntas.
-Aunque es medio chistoso, al menos la forma en que Beka pronuncia todo.
-¿No te da vergüenza ser aquí el único que solo habla su idioma nativo?
-Hablo también francés, para que te conste -se escudó-. Y he estudiado dos meses alemán en secundaria.
-Ya, pero Leo habla esos mismos y súmale el español -empezó Mila-. Beka además de esos habla ruso y kazajo. Y yo... no empecemos conmigo.
-¡Tú porque viviste en miles de lados! ¿Cómo más hablarías portugués, español, árabe, ruso, francés e inglés?
-Vieja bruja, ¿eso es verdad? -intervino Yuri con gran sorpresa. Ella se encogió de hombros.
-Yo te dije que viví en muchos lugares.
Yuri no podía estar más que impresionado. Él apenas hablaba ruso, inglés y se le daba bien el alemán. Pero Mila llevaba el ser políglota a un nivel completamente nuevo. Pensó que aquello podría salvarla de tener que estudiar en la universidad como a ella tanto le disgustaba pero no se imaginaba el motivo por cual no estuviera ya explotando esa habilidad.
Pasearon a través de la vieja Minsk, con sus edificios muy grises y sus símbolos en honor a la era soviética: la hoz y el martillo. Nadie parecía notar aquellos detalles más que Yuri pero eso se debía a que en Rusia era algo que nunca podías pasar por alto. No importaba que hubiese nacido muchos años después de la caída de la URSS; Yuri, como ruso, siempre cargaba el peso de la época en un grupo de extranjeros.
Pasearon por la inmensa avenida Prospekt Nezavisimosti, la principal de la ciudad y recorrieron de afuera el Palacio de la República. Para tristeza de Leo y Otabek, no quedaba tiempo para entrar en ninguno de los museos de la Segunda Guerra Mundial.
Mucho más adelante del palacio -que no era un verdadero palacio en realidad- sobresalía de entre la tierra una pequeña tarima con una pirámide de cemento incrustada en ella. Yuri ya sabía de qué se trataba, pero calló mientras Leo daba la explicación.
-Es el kilómetro 0. Todas las distancias de Bielorrusia se miden desde aquí.
-Hay una pequeña leyenda que dice que si pisas el kilómetro 0 de una ciudad es porque estás destinado a regresar, o eso leí en un libro -se rió Mila-. El más famoso está en París.
-¡Ah, París! -suspiró JJ- Cómo me gusta esa ciudad. Pisaría cien veces el kilómetro 0 con tal de regresar.
-No es como si me interesara volver a Minsk -dijo Yuri. Se dio cuenta que fue el único que se animó a ventilar los pensamientos de todos.
París, aunque aún no la visitaba, estaba seguro sería un lugar para regresar. Cualquier persona en el mundo hubiese querido regresar a la probablemente más bella ciudad del mundo.
Como una de las últimas atracciones planificadas para ver, el grupo decidió atravesar uno de los puentes suspendidos sobre el río Svislasch. En el centro había un pedazo artificial de tierra que se llamaba la isla de las lágrimas. Construido varios años atrás en honor a todos los bielorrusos caídos durante la guerra de Afganistán, era un lugar tranquilo pero ligeramente sombrío. El monumento consistía principalmente en madres que esperaban a sus hijos regresar de una guerra que los había engullido por completo.
-Siempre me da escalofríos que lugares de este estilo sean turísticos -habló Leo sacudiéndose.
Y eso era decir mucho viniendo de un amante de la historia. Pero la verdad era que Yuri también sentía escalofríos hasta en la misma Moscú cada vez que pasaba uno de los cientos de monumentos a las víctimas de todas las guerras que estaban desperdigados por toda la ciudad. Otabek le puso una mano sobre el hombro de forma alentadora. JJ se persignó, pero no era para nada un gesto ofensivo sino que realmente lucía consternado frente a la tranquila paz que se había construido para aquellos que no pudieron tenerla en vida.
-Varsovia será mucho más impactante -le dijo Otabek en su oído.
Yuri no respondió. Tenía todavía los ojos clavados en lo alto de la cruz del monumento, perdiéndose cada vez que una nube destapaba los rayos del sol a punto de ocultarse. Él estaba allí, vivo y pasando el momento de su vida junto con un grupo de canadienses casi desconocido sin tener que preocuparse por cosas que no fueran banales. Otros, no habían tenido esa suerte.
Prefirió darle la espalda al monumento y encarar de regreso a la ciudad.
Como la comida de su país y Bielorrusia era prácticamente lo mismo, Yuri aprovechó el momento para darles una pequeña probada de lo que Rusia era. Le emocionaba ver el de Otabek cuando le hiciera probar su platillo favorito de todos los tiempos: los pirozhki.
-¡Oh Dios, esto es tan bueno! -exclamó JJ dándole un inmenso bocado al suyo- ¿No te molestará que te vaya a visitar de vez en cuando a Moscú?
-Preferiría que prohibieran los pirozhki por decreto constitucional.
JJ lo ignoró mientras devoraba su segundo pirozhki al igual que Leo. Mila los comía más relajada pero Yuri estaba seguro que le emocionaba degustar después de tanto tiempo un platillo de su país natal. Otabek lo miraba con un poco de desconfianza.
-Como no te lo comas... -empezó a amenazarlo.
-Lo voy a hacer -lo detuvo.
Entonces le dio un bocado. Yuri sintió una inmensa satisfacción en cuanto lo vio abrir los ojos con gran sorpresa hacia la pequeña masa llena de carne, masticando lentamente para poder sentir el sabor en todo su esplendor. Sonrió con victoria y se dedicó a comer también los suyos. Sintió una pequeña nostalgia y recordó a las noches en que su madre le pedía a la mujer del servicio que les preparara un buen plato para compartir. No tenía muchas veces para pasar tiempo de calidad con su madre pero las pocas ocasiones en que sucedía, Yuri siempre se quejaba de ello. Solo estando tan lejos de casa se encontró dándose cuenta que podría valorar más el hecho de que no solo tuviera a su madre sino que tuviera una que lo quisiera -a su manera, pero lo quería-. No importaba nada para Yuri que Lilia no tuviera vínculos de sangre con él.
Luego de la cena tuvieron que correr a la estación de trenes para tomar el que los dejaría en Lituania. Se habían debatido un buen rato si Kaunas o Vilna -la capital- era la mejor idea para visitar pero Emil los convenció de que la primera les ofrecía una experiencia lituana más tradicional.
El grupo prácticamente murió sobre los asientos del tren, no sin antes activar las alarmas de todos los celulares no fuera cosa que se despertaran en Rusia. Yuri no quería que eso sucediera. Si bien los asientos enfrentados eran de cuatro, lo que provocó que los otros tres se sentaran por un lado y Yuri con Otabek en otro, no intercambiaron ni una sola palabra a causa del cansancio.
-Bueno, podemos ver el casco viejo de la ciudad, pasear un poco por las clásicas tiendas de ámbar y lo podemos culminar con el Museo de...
-¡Leo, no iremos a ningún museo! -estallaron Mila y JJ.
-¿Por qué no me dejan hablar? ¡Les iba a decir que vayamos al Museo de los Demonios! ¡El único en el mundo!
Eso encendió la curiosidad de más de uno del grupo. Ya nadie quería negarse a la pequeña propuesta de Leo.
Dedicaron la mañana para pasear un poco a través de la Avenida de la Libertad, donde fueron espectadores de pequeños conciertos de música folk lituana y otras divertidas actuaciones que los distraían cada pocas calles. Culminaba con la estatua dedicada al estudiante mártir llamado Romas Kalanta, quien se inmoló en 1972 como forma de protesta ante la dominación soviética.
-¿Y si le llevo a Isabella algo hecho en ámbar? -dijo JJ de repente.
-Oye, eso es... muy bonito. Es la primera vez que te oigo decir algo coherente -contestó Mila sonriente-. Podría llevarle algo a Sara también.
-Bueno, ya que estamos, Leo se lo podría comprar a Guang Hong.
-No te pases -contestó el mismo con un ligero rubor-. Pero puede que consiga algo para mi madre.
-¿Beka, le comprarás algo a Ylena?
Otabek se tensó ante las palabras de JJ. Yuri, por acto reflejo, también lo hizo. No quería sentirse celoso por una mujer que no tenía ni idea de quién se trataba pero estaba celoso.
-Ylena me dejaría noqueado en el suelo antes de aceptarme una joya.
Yuri carraspeó ligeramente.
-¿Y quién es la dichosa Ylena?
No había querido sonar de aquella manera pero fue inevitable, y se dio cuenta que todos lo notaron cuando escuchó las risitas de los demás.
-Ylena es mi prima -dijo Otabek con una ceja arqueada-. Probablemente la única familiar con la que me llevo bien la mayoría del tiempo en lugar de la minoría.
Se sintió bastante idiota con esa respuesta. Aún así, Yuri alzó el mentón y trató de mantener la poca dignidad que le quedaba pese a que él mismo la había asesinado comportándose como un psicópata celoso.
En cuanto Otabek caminó a su lado, le susurró al oído:
-Y yo no me he besado con esa prima -usó un tonó burlón.
Ahora sí la dignidad se le había ido por al garete.
Escogieron una pequeña tienda artesanal de ámbar y se metieron apretujados para elegir por turnos lo que comprarían. Yuri había decidido que Lilia merecía un regalo por su paciencia y nervios de acero con aquel hijo que le tocó. Lo mínimo que podía hacer era conseguirle algunos pendientes de regalo.
El joyero les contó la preciosa leyenda nacional sobre la aparición del ámbar: la bella diosa del mar, Yurati, vivía en el fondo del océano en un precioso palacio de ámbar. A Yurati no se le permitía amar a un mortal, pues el dios de los truenos, Perkunas, se lo había prohibido. Cuando la diosa se enamoró de uno, Perkunas le quito la vida al hombre de inmediato, arruinó el palacio submarino y la ató con cadenas a sus escombros. Desde entonces, la pobre llora hasta la fecha por su amor y esas mismas lágrimas se convierten en el ámbar que puede recogerse en la costa del mar.
Era una leyenda bonita y triste. Hacía que el valor de la pieza que acababas de comprar se multiplicara por mil sin importar que fuese algo irreal. Desde que el hombre les contó la historia, Yuri sentía que los pendientes de Lilia le pesaban sobre las manos.
JJ era el que más piezas cargaba ya que tenía un colgante para la famosa Isabella, un anillo para su madre y una pequeña lechuza tallada en ámbar para su hermana menor. Mila había comprado una S y una M como colgantes, mientras que vio a Leo escoger un brazalete. Otabek tenía un pequeño paquetito que nos les permitió ver y guardó rápidamente en el bolsillo interno de su chaqueta de cuero. Yuri no podía aguantar la curiosidad por saber qué era -y más importa, para quién-.
-¿Podemos ir ahora al museo endemoniado? ¡No puedo creer que esté diciendo esto!
-Y yo no puedo creer que voy a coincidir con JJ -suspiró Yuri-. Pero como que me interesa ir...
En realidad estaba muriéndose por ir. Otabek sonrió al ver su gesto de ansiedad camuflada y deslizó sus dedos entre los suyos. Poco parecía importarle que los demás lo vieran hacer aquello. O estaba queriendo hacer las paces de alguna manera ante el pequeño distanciamiento con Yuri. De todas formas, a él no le molestaba y se dejó.
Anduvieron por la avenida más famosa, la calle Vilnius; allí pasaron por algo llamado La Casa de los Truenos -en honor al dios Perkunas, pero a Yuri ya le caía mal desde la leyenda del ámbar- y decidieron seguir hasta dar con el museo.
-Se ve...
-¿Muy poco demoníaco?
-No juzguen a un libro por su portada -rió Leo- ¡Entremos!
-¿Cómo haremos para que no quieran dejar a Mila como una de las piezas exhibidas? -inquirió Yuri.
-Yo creo que la tarea se va a dificultar más ya que no sé qué haremos para que no quieran retenerte a ti -intervino JJ.
De verdad la cosa cambiaba de adentro. La luz era más tenue y ya desde el comienzo eras bombardeado con todo tipo de arte inspirado en las más demoníacas criaturas.
Muchos de ellos se veían como el típico diablo: con cuernos de carnero, cola, ojos amarillentos y piel negra o roja. Pero eso no evitaba que sintieras un escalofrío correr por tu espalda en ese lugar.
-Este tiene que ser el museo más original del mundo -decía JJ con la boca abierta.
-Eso porque no has visto la faloteca de Islandia.
-¿Qué es una faloteca? -inquirió Yuri pero es que el término le sonaba desconocido en inglés.
-Un museo de penes.
Decidió guardarse los comentarios. Procuraría que Islandia no estuviera entre los destinos próximos a visitar en lo que quedara del viaje.
De las paredes colgaban cabezas con el pelo pajoso y la piel de un marrón que le recordaba a la podredumbre. Cráneos, murciélagos disecados y una inmensa variedad de demonios de todas las culturas del mundo no faltaban en ningún pasillo.
-Yo creo que el mal se parece más a lo que los humanos hacen que a la misma figura del diablo -acotó Otabek mirando de reojo una terrorífica estatua que lucía como una bruja.
-Colega, eso es muy profundo -JJ se llevó una mano al pecho.
-Si nos guiamos por ese concepto... -quiso intervenir Yuri- Entonces podríamos decir lo mismo del bien; que se parece más a los actos humanos que a lo que todos conocemos como Dios.
Otabek parpadeó un par de veces, casi sorprendido de que eso último no hubiese sido obvio todo para todos.
-Exactamente.
-¡Uy, miren! ¿Qué esos no son Hitler y Stalin?
A Yuri no tendría que haberle sorprendido que incluyeran estatuas de Iósif Stalin y Adolf Hitler en un museo de figuras de demonios. No pertenecían a ningún otro lugar, de eso estaba seguro. Si bien estaban satirizados se notaba claramente que eran ellos realizando algún tipo de danza de la muerte sobre una pila de huesos. Los escalofríos nunca acababan en Europa.
Mila se metió en medio de unos atónitos Yuri y Otabek que no paraban de mirar las esculturas. Pasó sus dos brazos entre ambos.
-Bueno, demasiadas cosas bizarras y devastadoras por hoy -rió- ¿Qué dicen de ir a comer unas papas con crema y unas cervezas de tipo prie alaus?
Y, finalmente, después de aquellos dos días alocados llegaban a Varsovia. Allí quedarían todo aquel día y al siguiente para partir al anochecer hacia la ciudad de Budapest. Yuri podía respirar y estaba bastante feliz de poder dormir en una cama de verdad en el hostal. Viajar había sido más difícil y cansador de lo que creía pero no quería quejarse por eso.
Pero aún no podían reposar. Apenas llegaban y era plena mañana: tenían todo el día por delante. Así que luego de dejar las maletas en un cuarto del Ice Castle local, el grupo partió en busca de nuevas aventuras.
La ciudad vieja se veía maravillosa, todas aquellas coloridos y pintorescos edificios dispuestos alrededor de la plaza Rynek Starego Miasta. Pero llamarla vieja era un decir ya que era una de las ciudades más nuevas de Europa. La verdadera Varsovia había muerto bajo las bombas y la destrucción nazi durante la guerra pero en veinte años erigieron aquella nueva ciudad, resurgida de las cenizas como un ave fénix, como bien lo decía su apodo.
En aquella misma plaza también estaba el deslumbrante Palacio Real, la sede del gobierno, construida con un ladrillo rojo que le daba un toque sedoso de lejos. Yuri quería pasar su mano y ver si era suave tal como aparentaba. Por los alrededores estaban dispuestos unos pequeños puestitos al estilo mercado donde consiguieron algunos dulces polacos -a Yuri le costaba mucho tener que admitir que eran deliciosos siendo él ruso- como las azucaradas alas de ángel, las pasas de ciruela bañadas en chocolate o una porción de Šakotis, el pastel en capas que era típico tanto en Lituania como Polonia.
-¿Cómo volveré a Canadá a comer el asqueroso poutine después de probar tantas delicias por aquí? -lloriqueó Leo con la boca llena.
-¿Qué es el poutine? -quiso saber Yuri.
-Una mezcla asquerosa de papas fritas, queso y salsa de carne.
-¡No es asqueroso!
-JJ, cariño, yo sé que eres un orgulloso canadiense, pero... es asqueroso.
-Creo que me tendré que volver a México para consolar mi estómago con la deliciosa comida de allí -siguió diciendo Leo pero ahora con una sonrisa-. Un poco de pozole, unos tacos al pastor, enchiladas, birria...
-No sigas, que luego recuerdo la comida de Canadá y me echo a llorar.
-Beka debería llorar con la comida kazaja -intervino JJ- ¿Sabían que allí comen caballo?
-No es tan usual -dijo Otabek con las cejas fruncidas-. Eso solían hacer los nómadas cuando pasaban demasiado tiempo en la estepa sin encontrar algo para cazar.
-Bueno, ya -Mila se sacudió las migas del rostro-. Como que ahora se me antoja un helado ¿a ustedes no?
Nadie podía decirle que no al helado.
Fueron Otabek y JJ los que se encargaron de conseguir conos para todos. Tardaron casi diez minutos en regresar, las manos cargando las coloridas y deliciosas nieves. Otabek le entregó a Yuri la suya en mano -de chocolate negro con chispas blancas- y se dio cuenta que estaba dispuesto en forma de flor. Sintió que aquello se sentía más bonito de lo que debería y se enojó un poco consigo mismo.
-¿Por qué el mío no tiene forma de flor? -espetó Mila mirando a su helado con tristeza.
-Porque estaba más costoso -contestó JJ sin vacilar-. Te lo comes igual.
Yuri se dio cuenta que ni siquiera el de Otabek estaba dispuesto en forma de rosa. Cuando el kazajo lo encontró mirándolo le dedicó una tímida sonrisa de costado. Él se la devolvió por pura cortesía ya que le estaba costando controlar las emociones.
-Me he dado cuenta que no terminamos de jugar al Diez preguntas.
-¿Eh? -balbuceó Yuri con la lengua pegada en el helado- ¡Ya ha pasado un montón de eso!
-Oh, desde luego. Pero hay cosas que todavía me dejaron con dudas.
-P-pues...
-Empezaré yo, si no te molesta -lo interrumpió- ¿Estás molesto conmigo?
-¿Quién ha dicho que podías empezar?
-¿Sí o no, Yura? -repitió más serio. Yuri tragó saliva.
-¡Claro que no! -sintió que la voz le salía demasiado aguda- No tengo ningún motivo para estar molesto ¿sabes? Solo he estado muy ansioso de conocer Europa del este y por eso verás que mi atención estuvo dirigida solo al paisaje.
-¿Seguro que es solo eso?
-Te estás abusando con las preguntas -espetó molesto-. Y sí, estoy bien seguro.
Otabek suspiró, luciendo repentinamente culpable. Deslizó su mano hacia la de Yuri que descansaba sobre su pierna.
-Yo... lo siento. Estoy siendo un idiota. No es como si me hubiese comportado mejor contigo.
-Basta -interrumpió Yuri agitando la cabeza- ¿Qué no podemos disfrutar en paz la vista de Varsovia? ¿Sin... preguntas intrusivas de por medio?
Se dio cuenta muy tarde que la elección de esa palabra le había tocado un poco a Otabek. Su rostro se veía más ceñudo y la boca más apretada. Pero Yuri no se arrepentía. No por pedirle algo que de verdad él quería.
Aunque, otra cosa que quería, era regresar al fácil y apetecible sueño que habían tenido un par de días junto a Otabek.
Yuri se había puesto de golpe más enojón y bruto de lo normal. No quería echar todas las culpas a Otabek -porque era estúpido e indigno de Yuri Plisetsky estar molesto por no poder descifrar los sentimientos de alguien más- sino porque estaba un poco paranoico por las calles de Polonia. No era un misterio que los rusos y polacos no solían tener buenas relaciones. Él sentía que cada polaco que pasaba lo miraba de forma acusatoria o con desdén, como si quisieran que él asumiera las culpas de algo que los estúpidos antepasados de su país hicieron por mucho que tratara de lucir superado.
Era ya la última tarde en la hermosa Varsovia y a Yuri le molestaba tener que irse con un recuerdo tan amargo. Tal vez en un futuro podía regresar e inventar nuevos recuerdos.
-Bueno ya. El tren sale a las 10 y llegaremos a las 6 de la mañana a Budapest -dijo JJ metiendo los boletos y otras cosas más en la mochila de Leo.
-Creo que estoy algo harta de los trenes -confesó Mila-. No tienes ni idea de lo que me duele el cuello y la espalda.
No pudo evitar notar que Otabek no se ofreció a hacerle masajes a su amiga -mejor amiga- como se había ofrecido a Yuri en Irlanda. El chico parecía algo absorto en sus pensamientos.
-Nos quedan unas pocas horas para pasear y comer algo por ahí, entonces.
-Extraño beber -masculló JJ- Ya ha pasado ¿cuánto? ¿Cinco días de mi última vez?
-Ya deja de fastidiar.
Como no querían caminar demasiado con las maletas, visitaron el precioso parque de Ujazdów, donde todo era hermosamente verde y vivo. Había muchas estatuas y pequeños cuerpos de agua artificiales que le daban más belleza al lugar.
-Como que me dan ganas de tomar fotos para instagram -dijo Leo mirando a su alrededor-. Mila, ¿vamos?
-¡Eso no se pregunta!
Los dos chicos desaparecieron trotando. Yuri se lamentó de tener que quedarse con Otabek y JJ porque no sabía cuál de las dos opciones le generaba más ansiedad.
-Creo que me echaré una siesta -bostezó exageradamente-. Me despiertan más tarde.
Al instante se puso a roncar. Yuri se quedó mirándolo mientras arrancaba la grava distraídamente, más que nada porque eso le evitaba tener que ver a Otabek.
Era tonto, ser así de terco y orgulloso. Pero si Yuri no velaba por su dignidad ¿quién iba a hacerlo? Ya bastante mal se sentía por haber animado a querer ir más allá con un hombre que apenas conocía como para tener que aguantarse el rechazo. Pero en el fondo sabía que Otabek no tenía porqué soportar todos sus desvaríos de niño inmaduro e inexperimentado.
¿No era todo eso una enorme ironía?
Pasaron tal vez minutos cuando Mila y Leo regresaron agitados, sonriendo y comentando qué tipos de filtros o pie podrían usar para las fotografías. En otro momento Yuri habría estado incluso pensando los hashtags pero de tantos días que pasó sin tocar el internet de su móvil sentía de a poco que ya ni lo extrañaba.
Después de la improvisada cena de tradicional comida callejera de Polonia, prácticamente volaron a la estación porque se les estaba haciendo un poco tarde. Lo malo de ser un grupo de cinco es que siempre debían pedir dos taxis: uno para Mila, JJ y Leo, otro para Yuri y Otabek.
Pero ese día, Yuri se apresuró en meterse detrás de JJ. Mila les siguió poco después con algo de sorpresa, dejando a los otros dos en el taxi de atrás. El canadiense lo miraba algo molesto.
-¿Todo en orden?
-¿Qué te importa? -le contestó de mala manera.
JJ parpadeó con sorpresa. Esa respuesta solía provocar que el canadiense se le riera en la cara pero dadas las circunstancias, solo lo hacía lucir más molesto. Acabó bufando y enterrando el rostro en el cristal, ignorando a Yuri por completo. A él no le interesaba en absoluto.
La estación estaba repleta de gente. Era lógico, considerando que el tren nocturno era siempre el más elegido por los turistas. Eso no evitó que todos, desde Yuri hasta incluso Otabek, se quejaran con fervor hacia la gente que los chocaba. Claramente los ánimos de nadie estaban en el mejor de sus momentos.
-Leo -llamó JJ- ¿a qué andén tenemos que ir?
Leo no contestó de inmediato. A Yuri eso no le dio ninguna buena espina. Por dios, que no se haya escapado otra vez, se encontraba suplicando. Porque no voy a ser tan comprensivo.
-¡Leo! -volvió a decir el canadiense.
Se giraron a ver a Leo, que daba vueltas desesperado sobre sí mismo para luego caminar sobre sus pasos, sin importar que su guitarra golpeara a algunos de los que estaban pasando. Finalmente se volvió hacia sus amigos con las manos sobre la boca.
-He perdido la mochila -musitó con horror.
Nadie respondió al instante pero Yuri vio el momento exacto en que se le deformó la mirada a cada uno.
No. Esto no nos está pasando. No, no, no. Era una cruel broma, incluso si venía del dulce Leo que jamás haría un chiste de aquel tipo.
-No sé ni siquiera dónde es que ha quedado -se agarró la cabeza-. El peso de la guitarra me hace olvidar que en realidad no la estoy cargando... ¡Soy tan idiota!
-Compremos otros boletos -dijo Mila tratando de ocultar el nerviosismo-. JJ, sabes que todos te pagaremos por el daño.
-No es eso -respondió el canadiense, que era quien más espantado se veía-. Leo...
Lo tomó de los hombros para zarandearlo.
-¡He guardado mi billetera con todas las tarjetas en tu mochila!
-¡¿Y por qué has guardado eso ahí?! -le gritó Mila golpeándolo en el brazo- ¡Diablos, Leroy! Agradece que los pasaportes nos los quita Otabek.
-No tenía ganas de quitarme la mochila para guardarla -dijo tras suspirar-. Y dado que pensaba que Leo era alguien confiable...
-Dios, lo siento tanto -seguía balbuceando.
-No perdamos la cabeza -intervino Otabek-. Vayamos a un cajero y sacaré... de la cuenta de mis padres.
-¡No! No necesitamos sacar de ahí. Llamaré a papá para que anule la anterior y le pida al banco más cercano que me habilite un plástico lo más pronto posible. Claro, que si está en vuelo ahora no estoy seguro de qué haremos.
-Usemos mi efectivo de emergencia, el que tengo en la maleta -propuso Leo-. En serio, no me molesta.
-No usaremos el efectivo aún. Podríamos acabar en algo peor con esta mala suerte que nos persigue.
JJ entonces agarró su celular y se alejó un poco para que el ruido de fondo no interfiriera en la llamada que seguramente le darían una buena regañada.
Yuri se acercó hasta Otabek, olvidándose completamente de los rencores de momentos atrás. Seguía siendo la persona en la que más confiaba de ese grupo -aunque también era a la que menos conocía-.
-Yo tengo dinero -dijo con un nudo en la garganta. No sabía si era buena idea hacer algo como eso, pero no podía dejar que los demás se jodieran.
-No es necesario, Yuri -le puso una mano en el hombro con una sonrisa-. Guárdalo para una emergencia.
-Buenas y malas noticias -dijo JJ apareciendo con una sonrisa que ocultaba nerviosismo-. Mi papá no se ha enojado demasiado y llamará de inmediato al banco para tramitar la nueva tarjeta.
-¿Por qué pienso que la mala noticia es muy mala si decidiste decir antes la buena? -balbuceó la chica presente.
JJ ensanchó su sonrisa, de una forma que se veía casi lunática y desquiciada.
-¡Que el Royal Bank of Canada más cercano está en Austria!
Bueno, hay muchas cosas para decir de este capítulo (?)
1- Sé que Yuri está insoportable. Pero entiendan un poco al niño... no está acostumbrado a tener amigos y mucho menos relaciones de ese tipo así que piensen lo que debe sentirse el más pequeño de los rechazos :c
2- El capítulo me quedó demasiado cultural. Pero es que me encanta Lituania y está probablemente en el top 5 de países a los que quiero ir en mi próximo viaje. Así que ya ven, no he estado ahí por lo que tomen con pinzas algunas cosas escritas porque temo que pueda haber uno que otro error.
3- ¡Pequeño cameo de Seung y Phichit! Lo que no quiere decir que no volveremos a verlos después ;)
4- Sip, para las que hayan visto Hetalia, la mención del postre lituano-polaco es por el LietPol, una de mis otps <3
5- También hay una pequeña mención a algo que visitaremos en París :)
Y eso es todo por ahora. Espero tener el próximo capítulo para antes del miércoles que debo cubrir ese evento (pero si no es así intentaré que aunque sea el jueves a la noche esté el cap).
Muchísimas gracias por todos los votos y comentarios <3 no creí que le agarraría tanto cariño a este fic porque me costó más que en otros meterme un poco en la historia por algún motivo pero ahora ya me da pena que acabe. Aunque aclaro: el fic no termina ni de cerca cuando llegan a París. Eso es solo poco más de la mitad de la historia c:
¡Nos veremos prontito! Besitos <3
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