Una noche en París III

Sintió unas vocecitas animadas y risueñas que provenían desde la entrada. Aquello lo acababa de despertar pero aún estaba en un limbo entre el sueño y la vida que no le permitía saber ni siquiera su nombre ni dónde es que estaba.

Bueno, la última era fácil: estaba enredado entre las suaves sábanas de una cama. Pero no recordaba demasiado el momento en que llegó hasta allí siendo que sus recuerdos más lúcidos rememoraban haber estado en el sofá.

Teniendo sexo con Otabek.

Su corazón dio un vuelco ante el pensamiento. Todo su cuerpo, incluida la mente y lo más profundo de ser, se sentían distintos. Como nuevos, o como una pieza que llevaba demasiado tiempo queriendo ser encontrada por alguien. Era como si flotara en una pequeña nube, así de etéreo y ligero se sentía.

-No estoy borracho -dijo una de las voces en el pasillo entre carcajadas que confirmaban que estaba borracho.

-Seguro. Casi te besaste al portero. Es algo que harías totalmente sintiéndote sobrio -contestó con ironía otra de las voces.

-¿Portero? ¡Pero si tenía cabello largo! ¡Es una bonita portera! -siguió riendo frenéticamente- Mila, luces muy sexy esta noche.

-¿Qué mierda te pasa? ¿Estás cachondo?

-Tal vez -su risa se apagó en un suspiro soñador-. Leo, la cama de mis tíos es muy grande por si quieres compartir...

-¡JJ, basta! ¡No te llevarás a nadie a la cama!

-Al menos me podrían llevar u-ustedes a mí -otra estridente carcajada.

Yuri no pudo seguir escuchando lo que decían los recién llegados ya que sintió a algo deslizarse a su lado, justo encima de su espalda ya que él estaba acostado boca abajo contra las suaves sábanas. Unas frías manos lo rodearon por la cintura y pegaron sus labios justo en el espacio entre sus omóplatos, sobre su espina dorsal que sentía una corriente eléctrica recorriéndole a través de ella.

-Beka -murmuró adormilado con algo de sorpresa- ¿Estás llorando?

No lo había notado primero, pero la humedad en su piel no podía deberse solo a la boca de Otabek. Un pequeño camino de calientes lágrimas tatuaba ahora su espalda, y miraba por el rabillo del ojo que las mejillas del otro estaban exactamente igual.

-No es nada, Yura. Me pasa cuando apenas me levanto a veces -volvió a besarle-. Anda, duerme un poco más, es temprano.

Yuri no opuso resistencia, sino que giró sobre sí mismo hasta quedar de frente al cuerpo desnudo de Otabek. Él seguía boca abajo pero su brazo encontró su lugar a través de su pecho hasta descansar sobre uno de sus costados para acariciar uno por uno los músculos y huesos que podía sentir del kazajo.

Yuri sabía que nada no era. Pero no quería arruinar el todo que estaba sintiendo por culpa de esa misma nada.

Cuando Yuri volvió a despertar fue otra vez a causa de las voces que reían pero solo eran dos y ya no susurraban.

Su brazo estaba estirado y frío contra las sábanas, sin ningún cuerpo al cual acariciar. No necesitaba pensar demasiado para darse cuenta que Otabek no estaba ya allí ni tampoco en el cuarto ya que allí dentro no se sentía más que su respiración.

-Mila, dime la verdad -dijo alguien que reconoció como Leo- ¿JJ quería llevarme al cuarto o son solo recuerdos de borracho?

-Quisiera poder confirmarte eso último. Pero no le culpo, cariño. Eres muy ardiente.

¿Qué les pasa a todos ustedes que de repente quieren meter sus manos en mis pantalones?!

Escuchó a Mila reírse a carcajadas. Poco después, Leo la hizo callar.

-Yuri aún está durmiendo, calla. O al menos eso creo...

-¡Oye, es cierto! Nuestro gatito no ha enseñado las narices en toda la mañana.

-Beka tampoco ha mencionado nada de él, ¿no?

Un pequeño silencio sepulcral luego de aquella frase, solo para escuchar entonces unos fuertes pasos que intentaban acercarse de puntillas hasta el cuarto donde Yuri descansaba.

La puerta se abrió muy, muy despacio y Yuri no podría haber dicho cuál de los dos estaba allí o si ambos estaban observando la escena. Él estaba quieto debajo de las sábanas y el rostro enterrado en la almohada. Por suerte, pensó, ya que empezaban a arderle las mejillas por la vergüenza de que vieran un pedazo de su espalda desnuda.

-Joder -escuchó susurrar a Mila con completo asombro- ¡Leo! ¡Leo!

A pesar de que su voz sonaba enérgica y ansiosa, no elevaba el tono de voz. Y dado que Yuri aún estaba en su posición de fingir que seguía durmiendo, no tenía motivos para pensar que el chico había despertado con sus gritos.

-¿Qué ha pasado? -murmuró el otro muchacho. Dado la falta de palabras que le siguieron, Yuri supuso que Mila estaría zarandeándolo.

-Yuri está desnudo en el cuarto del que salió Otabek.

Leo ahogó un jadeo de estupor.

-Se han acostado ¡Esto es terrible!

El corazón de Yuri se desbocó al escuchar esas palabras.

-Duh, Sherlock. Eso es lo que hace la gente cuando se gusta, ya aprenderás tú con Guang Hong.

-No, no. Pero Mila... ¿Cómo puedes lucir tan emocionada?

-Porque se gustan -declaró pegándole un golpe, o eso deducía por el ruido de piel chocando contra otra- ¿Qué te pasa?

-¡Yuri se va a ir! ¡Y Beka igual! Se les va a romper el corazón...

-Leo, ¿qué no lo entiendes? Esto era lo que Beka necesitaba. Si se ha enamorado de Yuri entonces no querrá regresar a Kazajistán. Quizás quiera irse a Moscú con Yuri y aún así vamos a extrañarlo, pero... ¡Eso es muchísima mejor opción para todos!

Leo no le respondió al instante. Y eso, para Yuri era la peor de las señales. Leo, quien solía ser optimista y dulce con todos y en cualquier nefasta situación. Leo, que debía estar hablando muy en serio si iba a comportarse de esa forma.

-Tú sabes que Otabek no cambiará de opinión por nada -su tono fue tan sombrío que le estrujó el pecho a Yuri.

Pero lo que más rompió su interior no fueron las palabras de Leo, sino el sollozo que se escapó de Mila poco después de que fueran pronunciadas.

-Lo sé -gimoteó-. Dios, lo sé. Y yo los he alentado a que siguieran con esto ¿Por qué lo hice? Oh Dios, Leo...

Yuri alzó la cabeza y su cuerpo con cuidado, envolviéndose con las sábanas mientras pisaba muy despacio en el piso de parqué. Dio unos cuantos pasos hasta que ya podía observar el cuadro detrás del marco de la puerta: Mila, encorvada en su lugar y Leo estirando los brazos a ella.

-Mila, no llores. Ven aquí.

Ella no dudó y se prendió de su amigo en un abrazo, escondiéndose la cabeza contra su pecho y sus cabellos siendo acariciados por los largos dedos de él. No pasó mucho tiempo hasta que los ojos de Leo se percataron de la presencia silenciosa de Yuri y se abrió con asombro y horror.

-Yuri -pronunció con un hilo de voz.

Mila se separó del abrazo y giró sobre sus talones para enfrentar a Yuri, que lucía totalmente neutro por fuera pero en sus ojos cruzaban tal vez un millón de emociones. Ella se secó las lágrimas que le corrían ligeramente los restos de delineador que no se había quitado del todo en la noche y dio vacilantes pasos hacia él.

Yuri se alejó.

-Me van a decir ahora el motivo por el que Otabek se va -dijo como una orden. Casi estaba esperando que se le rompiera la voz pero sonaba más firme que nunca.

-Yuri, no podemos...

-Dímelo -suplicó-. Dime ahora el motivo, Mila.

Los labios de Mila temblaron, abriendo la boca varias veces pero ninguno sonido salía de ella. Leo parecía estar hecho de piedra atrás suyo.

-Te lo tiene que decir Otabek -habló finalmente-. Deja de insistirnos.

-¿Y cómo no quieras que insista si los estoy escuchando decir...?

Se calló. La voz empezaba a elevársele gradualmente y no era lo correcto depositar la frustración que estaba sintiendo en ellos dos.

La noche anterior se sentía lejana y borrosa, o tal vez fueran las lágrimas acumulándose en sus ojos los que le hacían ver todo difuminado. No había parado de sentirse muy sensible, con las emociones a flor de piel que se encendían tan rápido como si Otabek le estuviera besando el cuerpo.

-Yuri -volvió a decir Mila intentando acercarse otra vez-. Nos frustra a todos. Amo a Otabek. Leo y JJ lo aman. Ninguno quiere que vuelva a reabrir sus viejas heridas pero él es un adulto. Nosotros no podemos atosigarlo o ponerle trabas en el camino ya que es su decisión.

-Le han quitado muchas cosas a Otabek en la vida -intervino Leo-. Nosotros no le quitaremos el poder de decidir por sí mismo.

-Pero ¿de qué puñetas hablan? -preguntó Yuri con un chillido. La sábana se le quería escurrir de los dedos pero no era el momento ideal para que se le cayera.

Mila tragó saliva pero parecía que acabara de comerse un yunque. Se veía abatida y cansada, cansada ya de tal vez intentarlo todo.

-Ve y pregúntale -repitió con cuidado-. Luego entenderás de lo que hablamos.

Otabek había salido con JJ a tomar el desayuno y conseguir algo para los que quedaron el departamento. Yuri nunca se había vestido tan rápido, sin importarle que estuviera usando una sudadera de Otabek que resultó ser lo que más a mano tenía. Esa mañana en París se sentía más fresca de lo que debería.

Mila preguntó a JJ en dónde es que estaban y pudieron averiguar que pasaban el rato pacíficamente en un café en el corazón del Barrio Latino por lo que no sería un problema ir a pie. Yuri caminaba desganado pero con la rabia pesándole encima de los hombros así que trataba de mantenerse alejado de los otros dos que se movían en completo silencio.

Sentía el corazón como si se lo apretaran con un puño. Tal vez fuera culpa de la noche anterior donde se había expuesto en cuerpo y alma a Otabek que le dolía mucho pensar que el kazajo aún tenía un importante secreto que afectaba a los dos.

Los encontraron sentados afuera de un bar muy vintage, JJ narrando algo a los gritos como era común en él y Otabek asintiendo con una pequeña sonrisa. Yuri se sintió muy mal porque Otabek se veía más hermoso que nunca, más radiante y más vivo.

-¡Mira quiénes han llegado! -exclamó Jean haciéndoles una seña.

Yuri se obligó a poner buena cara ya que no quería armar una escena, y en parte porque a pesar de que Otabek le estuviera guardando un secreto, no se merecía un desplante. Pero claro que le dolía y le molestaba. Hubiese deseado ser menos transparente.

La situación se puso tensa al instante de todas formas. Mila tenía los ojos un poco hinchados y Leo no tenía su boba sonrisa en el rostro. Si bien JJ en la nube fantasiosa en la que vivía no notó nada extraño, Otabek sí que lo hizo. Hizo una mueca de preocupación al instante pero al parecer no se atrevía a preguntar.

-Siéntense y pedimos más comida -propuso JJ enseñando las migajas que quedaban de su desayuno-. El día es joven, nosotros jóvenes... ah, qué bonito es vivir en París.

-Ya tomamos café en la casa -contestó ella tras carraspear- ¿No quieren salir a pasear todos juntos? No lo hacemos desde hace varias ciudades.

-Ah -el labio de Jean tembló-. Y quieres hacerlo porque esta es la última.

Mila no le contestó pero la respuesta quedó colgando en el aire. Ni un despistado como él no podía no notarlo. Se dispuso a llamar al camarero para pagar por lo consumido, mientras tanto Otabek se levantó de un salto y se acercó hasta Yuri.

Intentó no mirarlo muy de frente ya que temía que él lo descubriera, lo que le aquejaba. Otabek acabaría sabiendo la verdad de todas formas porque Yuri también quería una verdad. Le tomó suavemente del codo para llamar su atención.

-Yuri, hola -dijo con dulzura-. Lamento no haber estado cuándo despertaste.

-Está bien. Estabas allí la primera vez que desperté -se encogió de hombros restándole importancia.

Que lloraste encima de mi piel.

-¿Tú cómo estás? -le preguntó vacilante- ¿Está todo en orden?

Yuri se sonrojó.

-¡C-claro que sí, Otabek! Nada podría salir mal después de... -bajó considerablemente la voz- ya sabes.

Excepto por una sola cosa.

-¡Listo! ¡Tiempo de volar para que París nos conozca a todos juntos!

-Ajá -murmuró Leo algo desganado. Los demás no hicieron comentarios.

-¡Hey! ¿Por qué tan así? Te prometo que hoy iremos a la Plaza de la Bastilla, colega -le puso una mano en el hombro- ¿Qué te pasa? ¿Ha sido Guang Hong?

-No tiene nada que ver con él ni conmigo -dijo encogiéndose de hombros.

Yuri aceleró el paso, y por ende Otabek también lo hizo, así caminaba a su lado. Él ya estaba notando que algo mal andaba con los ánimos de la mitad del grupo y se veía decidido a averiguarlo.

-Yuri, mírame -dijo suplicante, casi llevándose una farola por encima ya que estaba concentrado en el ruso- ¿Qué está mal con todos?

Yuri negó rápidamente.

-Nada, Beka.

Pero Otabek no dejó que aquello quedara en un simple nada. Tomó algo brusco la mano de Yuri, quizás esperando a ver la reacción que tenía a dicho gesto.

Y simplemente se dejó que anduvieran así. Él no que Otabek pensase que tenía algo que ver con la noche anterior porque lo último que necesitaba es que creyera que Yuri lo sentía como algo malo. Había sido maravilloso, una de las mejores cosas que había sentido en su vida y también la más intensa de ellas.

Yuri hubiese querido rebobinar horas atrás, una y otra vez. No necesitaba la desolación que estaba sintiendo.

Tú sabes que Otabek no cambiará de opinión por nada.

No tenía razones para desmentir aquello. No había prendido que ese tema regresara tan pronto para lastimarlo. Se suponía que les quedaban aún días que disfrutar al lado del otro.

La Plaza de la Bastilla no era en realidad una plaza. Era solo un inmenso monumento dispuesto justo en el centro de un cruce de anchas avenidas. Una colosal columna con un ángel de oro en la punta. Lo importante de aquel lugar era más que nada el valor histórico, ya que se situaba en el emplazamiento de la antigua fortaleza de la Bastilla, icónica para la Revolución francesa. Años más tarde de ello, Napoleón Bonaparte había intentado construir un elefante de bronce pero jamás lo concretó, les contaba Leo con algo de desgano. Yuri pensó que un elefante era mucho mejor que una aburrida columna.

-Me aburro -canturreó JJ.

-Entonces vete -le gruñó Mila, que ya tenía calzados sus anteojos de sol para encubrir los ojos llorosos.

-¡Uy, pero qué carácter...! Yo no sé si han puesto de acuerdo para tener un humor de perros.

-Me pregunto lo mismo -soltó Otabek sin dejar de mirar a Yuri.

-No se puede sonreír todos los días porque no siempre tenemos motivos para ello -bufó Leo fingiendo prestar atención en su mapa.

-¿Qué estás queriendo decir? -exclamó Jean, que luego se dirigió a Mila y a Yuri- ¿Me estoy perdiendo de algo?

Yuri rodó los ojos, ignorándolo por completo mientras fingía lo interesante que era la columna de la Bastilla.

-Miren, ¿saben qué? Así no se comportan las familias. Jovencitos, nos iremos ahora a un café y hablaremos de nuestros problemas como adultos -dijo JJ alzando sus dedos índices para señalar a los tres de gestos exasperados.

-No -intervino Mila-. Nosotros no tenemos nada que hablar contigo. Es por otro lado dónde viene la cosa, y los involucrados lo saben.

-¿Puede alguien decirme de una puta vez de que están...?

-¡Otabek me tiene que decir el motivo por el que se va!

Yuri se dio cuenta demasiado tarde que había chillado en voz alta. Los otros lo miraban con diferentes gestos entre sí, desde horrorizados a espantados a molestos.

Otabek era el único que no lucía de ninguna manera. Simplemente lo vio tragar saliva, ya listo para algo que debía llegar en algún momento.

Ofreció su mano hacia Yuri, quien dudó un par de segundos hasta que acabó por tomarla luego de ver la resignación en él. A Yuri se le apretaba la garganta el verlo así.

-Tienes razón, Yuri. Hablaremos ahora.

Yuri y Otabek caminaron, juntos y muy cerca pero en completo silencio hasta la parada del autobús. Por detrás venía el resto del grupo pero les estaban dando la necesaria privacidad, lo cual era tanto un alivio como un calvario.

Se escogieron un asiento doble en el que cada uno se agazapó en su lado, bastante temerosos de hablar o al menos rozar al otro. Era como una verdadera pesadilla.

-Tengo miedo -murmuró Otabek de repente-. Mucho, mucho miedo.

-Beka, yo... -Yuri cerró los ojos- odio esto.

-Temo que me incluyas en ese odio luego de que sepas toda la verdad.

-¿Cómo podría odiarte?

En serio, ¿cómo?

Pero quizás él y los demás tuvieran razón. Aquel miedo que Otabek sentía no podía ser por nada, y Yuri más que nada no se fiaba de sus propios impulsos.

El autobús los dejó cerca del Panteón de París, de regreso en el Barrio Latino. Mientras Leo, Mila y JJ quedaron deambulando por allí, él y Otabek caminaron hacia lo que descubriría poco después que eran los Jardines de Luxemburgo.

Era un hermoso espacio verde, lleno de canteros con rosas y flores del pensamiento en amarillo, rojo, rosado, púrpura o naranja. El centro tenía otra columna que se alzaba en lo alto y servía de antesala al Palacio de Luxemburgo, la gran sede del senado francés.

No solo tenía bancas y sillas dispuestas entre la vida silvestre sino que tenía varios caminos que conducían al palacio, uno de ellos entre unos preciosos árboles podados que parecía tomado de un cuento de fantasía mientras que el otro desembocaba en una fuente rectangular construida por María de Médici en cuanto enviudó de su esposo el rey. Fue en dirección hacia esa fuente que Otabek lo condujo, alejados de los niños correteando y los jóvenes chillando emocionados por la belleza del lugar.

Se recargó sobre las pequeñas vallas que separaban la fuente de los turistas, obligando a Yuri a hacer lo mismo si quería mirarle el rostro mientras le confesaba la verdad.

-Antes que nada quiero que sepas que lo de anoche fue uno de los momentos más especiales que he tenido en mi vida -confesó Otabek-. Nunca me sentí tan querido, venerado y apreciado mientras compartía cama con alguien.

Yuri sintió que se le sonrojaban hasta las orejas. Bajó la cabeza en un intento de que sus mechones dorados le taparan.

-Me pasa igual -musitó con cuidado, algo brusco pero con mucha honestidad-. No sé qué es lo que esperaba de este viaje pero no era algo como eso. Todavía siento como si no hubiera pasado más que en mi cabeza.

-Fue real -le sonrió Otabek-. Más que eso. Espero que inventen una palabra superior algún día, Yuri.

-Otra persona podría decir que somos unos tontos -arrojó una pequeña piedra a la turbia agua de la fuente.

-A veces solo toma una noche para dar vuelta la vida de alguien, Yuri. No todos van a entenderlo pero no quita que ocurra.

-Entonces si es tan como dices, ¿por qué diablos te vas? -gruñó- ¿Por qué, Otabek? No pretendía que te fueras conmigo a Moscú pero estás dañando a otras personas que te aman.

Estás desechando todo por lo que luchaste, hubiera querido decirle.

-Como he dicho, Yura: no todas las personas van a entender las decisiones de otros. Sé que no lo harás, así como Mila y los demás no lo hicieron en su momento ni mucho menos ahora.

Yuri ya podía sentir el corazón martilleándole contra el esternón. Le daba esa sensación de tener un nudo a través de toda la garganta que no le permitiría hablar.

-Debo volver a Almaty porque... -se quedó en silencio unos segundos.

Sus uñas raspaban la tierra de las barandas metálicas. La respiración se le había hecho un poco más pesada.

-Mi padre se está muriendo -dijo en un tono que indicaba que eso era solo el comienzo-. Tiene complicaciones desde siempre a causa de su diabetes, entre otras cosas y él... Yuri, él necesita un trasplante renal...

Yuri sintió que el aire ya no entraba en su cuerpo, que la vida entera se detenía en el instante que procesaba la información.

-No -masculló con los puños apretados-. No.

-Yo espero que me entiendas... -trataba de justificarse pero la voz le salía rota.

-Deja de hablar -exclamó autoritario. La furia comenzaba a subirle- ¿Quieres que entienda que irás a Almaty a someterte a una operación muy peligrosa y que condicionará tu vida por alguien a quien le ha importado una soberana mierda la tuya? Y no me voy a disculpar por tratarse de tu padre, ¡Dios santo, por eso nunca bebías alcohol! Te estabas cuidando para él.

Yuri estaba sin poder creérselo aún. Eso, tenía que ser una verdadera pesadilla.

Otabek volvió a cerrar los ojos, sintiendo todo el dolor en sus gestos por las afiladas palabras de Yuri. A él no iba a importarle lastimarlo si eso significaba que viera las cosas como realmente eran. Se trataba de un intento desesperado pero era mejor que nada.

-Si mi padre se muere, Yuri... yo tendré que tomar su lugar en la empresa familiar para mantener a mi madre y hermanas, al menos hasta que se casen. Solo tengo un hermano y apenas ha cumplido los 14 años...

-Ya para -le pidió.

No podía seguir escuchando aquello. Sus palabras se le clavaban más hondo que puñales. Otabek, ¿de verdad iba a abandonar a las personas que lo amaban con toda la honestidad de sus corazones para dejar toda su vida allá en Almaty con personas que no lo apreciaban?

El ser familia de sangre no significaba una mierda. Yuri más que nadie se sabía aquello. La familia era quienes se preocupaban por ti, en tus peores y mejores momentos. Ciertamente no eran aquellos que te despreciaban por ir contra sus ideales y te llamaban cuando necesitaban que dieras un salto mortal por ello.

Yuri ordenó un poco sus ideas antes de volver a hablar:

-¿Y entonces qué, Otabek? ¿Irás a Almaty, le darás un riñón a tu padre que seguramente se morirá muy pronto -y no, no lamento decirlo- y te quedarás a atender un negocio familiar para mantener a otras personas? ¿Dejarás tus años en arqueología, a tus mejores amigos, a tu hogar en Toronto...?

-Si mi padre vive el tiempo suficiente hasta que Sanzhar, mi hermano, cumpla la mayoría de edad y aprenda a manejarlo.

A Yuri le salió una carcajada completamente amarga. Era la única manera que tenía para bloquear las lágrimas que se le agolpaban detrás de los ojos.

-¿No lo entiendes, Beka? Una vez que regreses ya no te dejarán ir. Te harán establecer tu vida allá, "restaurar" tu honor, conseguirte una bonita y muy sumisa chica musulmana...

Y nunca más, ni yo ni los demás, sabremos de ti.

-No puedo no ir -seguía diciendo-. Yo sé que mi padre no se lo merece pero no quita que es el hombre que me ha dado la vida, criado y mantenido; no puedo vivir pensando que tal vez muera por mi culpa. Que mi madre, mis abuelos y mis hermanos se quedarán en la nada por mi culpa.

-¡Y que se muevan ellos! Por Dios, lo único que le faltaba a esta vida es que tengas que ir a hacerte cargo tú.

Pero Yuri ya sabía la respuesta de Otabek luego de recibir un silencio de su parte y ni siquiera una mirada, ya que estaba muy ocupado con los ojos perdidos en la Fuente Médici. No quería responderle ya que decirlo en voz alta sería doloroso.

A veces, un silencio decía mucho más.

-¿Tuvimos sexo... para nada, entonces?

No obtuvo respuesta.

-Todos los beso, lo que hicimos, ¿no significó nada? ¿Fue por capricho? -la voz se le atoró- Si tú igual sabías que ibas a irte.

-Nada de lo que yo siento por ti ha sido mentira -susurró girándose hacia Yuri.

Sus pequeños ojos rasgados brillaban bajo la luz que se filtraba entre las ramas de los árboles. Yuri no podía dejar de mirarlos incluso si eso significaba que la desolación lo abofeteara una y otra vez en las mejillas.

-Pero lo que sientes no alcanza para hacer que no vayas.

Yuri nunca lo había dicho ni tampoco se atrevía a pensarlo, pero tenía una pequeña fantasía en su corazón. Una en la que él regresaba a Rusia y Otabek a Canadá pero ellos hablaban todos los días, nunca dejando que la chispa muriera. Esa chispa se convertía en una llama que obligaba a Yuri a viajar a Toronto a pasar las fiestas con ellos y besaría a Otabek en el exacto momento en que se bajara del avión a verlo. Se besarían y querrían tanto que las llamas se transformarían entonces en una hoguera de pasión que no tenía forma de ser controlada. Otabek se iría tal vez con él a Rusia luego de ese viaje, o podría esperar a terminar su carrera como arqueólogo. Podrían haber andado juntos por el mundo, por Asia, África o Sudamérica, en busca de más excitantes aventuras como aquellas en las que se habían conocido. Visitarían a Leo en el hogar que compartía con Guang Hong o cruzarían caminos con JJ, que de seguro también saldría a explorar, hasta vivir locuras con Mila en algún pasaje exótico.

Pero ahora ese sueño se había vuelto cenizas.

Porque después de todo, ¿quién fantasea con esas cosas por un enamoramiento de verano?

Yuri no había querido ver la verdad pero allí tenía a Otabek dándosela. A veces los sentimientos de uno eran suficientes para combatir los obstáculos, al igual que Yuuri y Viktor en su pequeña Budapest.

Otras veces se quedaban a medio camino, al igual que Otabek y Yuri en la hermosa París.

-No es suficiente -volvió a decir Yuri, en un último intento de súplica para que Otabek lo contradijera.

Más no lo hizo.

Yuri se mordió el labio, dando cortas respiraciones para que no lo vieran llorar por aquello. No iba a hacerlo. Otabek no estaba soltando lágrimas y él tampoco lo haría.

-Muy bien -habló Yuri dando cortos asentimientos de cabeza-. Supongo que tengo todas las respuestas que hacían falta.

Giró sobre sí mismo para correr en dirección a cualquier lado -ya que Yuri aún no se ubicaba en París- pero sintió que la fría mano de Otabek se cerraba en torno a su muñeca.

No quería voltearse a verlo. Pero fue lo suficientemente débil para hacerlo, chocando su mirada con aquella que tanto le llamó la atención de él cuando la vio por primera vez en Londres, aquel lejano día en que su vida había cambiado para siempre.

Dime que estoy equivocado. Dilo. Te reto, Otabek. Te reto a que me contradigas y te juro que mientras estemos juntos no permitiré que otra cosa nos separe.

Otabek también lucía perdido en la suya, en los ojos verdes que tanto decía que le gustaban. De su boca no salió ni una sola palabra. Y, finalmente, lo soltó.

Yuri no vaciló entonces cuando apresuró el paso, cada vez más rápido y con más ansias de alejarse no solo de Otabek y los Jardines de Luxemburgo sino de toda Francia.

Yuri ni siquiera notó que Mila estaba acercándose a él en cuanto pasó por la fachada del Panteón dando largos pasos. Primero estaba yéndose a quién sabe dónde y luego tenía su pelirroja cabellera ondeándose frente a su rostro. Hubiese querido apartarla de un manotazo.

-¿Qué ha pasado? -cuestionó en un susurro.

No le preguntó por Otabek porque no hacía falta. Mila sabe que algo ha ocurrido, sabía que tarde o temprano estallaría. Solo estaba queriendo averiguar qué era exactamente para quizás darle su apoyo a Yuri. No a Otabek, su amigo de la infancia; sino a Yuri, el muchacho temperamental que conoció en medio de una gira por Europa.

-Nada que merezca ser contado -respondió Yuri-. Te apreciaría que me dejaras pasar. Debo encontrar a JJ y pedirle la llave del apartamento.

-¿Por qué? -inquirió Mila completamente horrorizada.

Yuri no quería mirarla ya que todo se volvería más difícil. Pudo ver detrás del hombro de ella cómo los otros dos se iban acercando hasta él igual de preocupados.

-Me regreso a Rusia.

-¡No! ¡Aún te quedan dos días!

-El viaje ha terminado para mí, Mila. Ya no tengo más que hacer aquí.

-¡No puedes decir eso! ¿Te das por vencido tan rápido?

-¿Que yo me doy por vencido? Es de lo más injusto que a mí me digas esto.

-Otabek está confundido, y aún tienes tiempo de arreglar las cosas...

-Ustedes lo han dicho: él no cambiará de opinión. Y aunque no hubieran estado cuchicheando al respecto lo hubiera sabido al instante luego de hablar con Otabek. Si no ha cambiado de opinión hasta ahora...

Si no ha decidido no ir a Almaty luego del mejor momento de nuestros viajes, ya nada lo hará cambiar de opinión.

Pero no podía decirle eso a Mila.

-¿Qué tanto hablan? -intervino JJ poniéndose a un costado de ambos, justo en el medio para así poder deslizar sus ojos de uno al otro.

-Yuri se quiere regresar -contestó Mila por él con voz ronca.

-¿Cómo? ¡¿Ahora?! ¡No te puedes ir! ¿Otabek ya lo sabe...?

-No sé si Otabek está al tanto pero estoy seguro que no le interesa -agregó tosco-. Ahora, ¿me das la llave del apartamento? Te la voy a dejar con el portero.

-Yuri, no hay que tomar decisiones apresuradas... -quiso convencerlo Leo.

-Si es por lo que nos escuchaste decir, Yuri, por favor no te vayas por eso -siguió diciendo Mila.

-Lo iba a saber de una manera u otra. Ya me lo dijo Otabek y se ve muy decidido a seguir adelante. Así que lo siento, Mila, por no haber servido para retener al necio de tu amigo.

-Wow, wow, alto ahí -JJ le puso la palma de la mano muy cerca del rostro-. No dejaré que llames necio a Otabek.

Pero aunque JJ intentara defenderlo, Yuri podía ver en sus ojos que un poco pensaba igual que él. A ninguno le gustaban las medidas tomadas por Otabek, pero no quedaba más que acoplarse a ellas.

Y Yuri lo estaba haciendo en ese mismo momento.

-Por favor -dijo totalmente serio-. Déjenme ir. No sé que soy capaz de hacer si me quedo.

Mila se cubrió el rostro con las manos, soltando un pequeño sollozo. Fue JJ quien la tomó del hombro con uno de sus brazos y la atrajo hacia él, mientras que con la otra mano hurgó adentro de su chaqueta hasta encontrar el pequeño mano de llaves del apartamento de sus tíos.

Yuri se la arrancó de las manos.

-¿Podrías al menos pensarlo? ¿De camino al apartamento? -rogó Leo con las cejas caídas, intentando acercarse a Yuri.

Lo alejó de un manotazo. Leo se veía dolido pero al igual que sus amigos, dejó de insistir.

Y quizás el hecho de que nadie insistiera era lo que más dolía. Pero era también una forma de seguirle confirmando a Yuri que las cosas debían seguir el camino que estaba planeando.

No giró a verlos a ninguno de ellos. No trató de despedirse. Era probable que no confiaran demasiado en que Yuri se iría de repente solo porque tenía los sentimientos alborotados.

Qué poco lo conocían.

Lo que Yuri más sabía hacer después de arruinarlo todo, era huir.

El apartamento estaba frío y silencioso, nada como la calidez de la noche anterior sumida en los jadeos de deseo que escapaban de las gargantas de él y Otabek. Ahora todo se veía sin vida, aburrido.

Ignoró la ropa de Otabek que no había levantado del suelo. Las tazas de café a medio beber de Mila y de Leo. La maleta llena de estampas de JJ. No necesitaba ver todas esas cosas porque temía que lo hicieran desistir, de quedarse un par de días más a intentar buscar una solución que no llegaría.

Otabek ya había dicho su última palabra. Él regresaría a Almaty y quizás armaría una nueva vida que complaciera a sus padres. Poco le importaba su dolor interno y el rechazo con el que tendría que vivir luego de ya no lo necesitaran.

Armó su maleta con toda la rapidez que pudo, arrojando las prendas hechas bolita en el interior. Apenas sí podía observar el fondo por las lágrimas que le nublaban la visión.

Estúpido Otabek, estúpidos todos. Estúpido grupo que se las había ingeniado para hacerse un lugar en su deshabitado corazón. Debería haberlo sabido en Londres, cuando entraron tan risueños y listos para devorarse el mundo. Yuri había envidiado un poco aquello y, por un breve período de tiempo, pensó que podía ser igual.

Y se regresaba a Rusia como una rata cobarde.

Pero era la única opción lógica en su cabeza. Dos días podían hacer mucho la diferencia y él no podría tolerar el estar al lado de Otabek luego de saber que lo abandonaría. Los ánimos del grupo tampoco estarían en su auge.

Ya tenía una mano en el pomo de la puerta cuando una profunda oleada de tristeza y nostalgia volvió a golpearlo.

Eso era todo. No había vuelta atrás en cuanto cruzara esa puerta. No más Mila dándole un abrazo ni Leo riendo soñadoramente ni JJ haciéndole la vida imposible.

Tampoco habría más Otabek siendo él. Con sus ojos, su sonrisa, su voz, su todo.

Yuri se derrumbó contra la puerta, apretando sus puños con fuerza sobre la madera. Mordía sus dientes tan fuerte que casi podía sentir el sabor metálico de la sangre en su boca.

En la mesada de la entrada había un pequeño anotador y un par de lapiceras negras que Yuri terminó volcando en cuanto se apresuró por agarrar una. Con letra temblorosa empezó a escribir:

Gracias.

Aunque esto termine como la mierda, gracias.

Por favor no le digan nada a Otabek hasta que ya sea inevitable.

A veces es mejor cortar las cosas de raíz. Pero fue bueno mientras duró. Demasiado para ser de verdad.

Quizás el futuro nos vuelva a encontrar, pero mi presente no puede soportarlo.

Yuri P.

Arrancó la hoja del anotador y la dobló torpemente mientras se dirigía a las pertenencias de quien planeaba leyera sus cortas líneas. Esperaba las encontrara y leyera en silencio para así poder sentir el dolor que tenía.

Luego tomó sus cosas otra vez para abandonar el apartamento del Barrio Latino, dejando atrás el viaje de su vida que había matado al antiguo Yuri Plisetsky.

Era una persona totalmente diferente. Solo que no estaba seguro si para mejor o peor.

El aeropuerto Charles de Gaulle estaba abarrotado de gente. Siempre lo estaba. Personas que iban de aquí para allá arrastrando valijas o cargando maletines mientras aguardaban que se les diera la señal de embarcar en sus vuelos que tal vez los llevarían muy lejos de casa o tal vez a ella.

Yuri había hecho la segunda. Ahora le tocaba la primera.

Cuando metió la mano en el bolsillo de la sudadera para sacar tu teléfono, notó que llevaba puesta la de Otabek. Otra bofetada. Solo entonces se había hecho consciente del ligero aroma a la piel del kazajo que desprendía y estaba tentado de quitársela para arrojarla al basurero pero no tuvo el corazón para ello.

Desbloqueó el modo avión de su teléfono y se dispuso a marcar un número que se sabía de memoria, incluso con la característica del país. Esperó uno, dos, tres toques hasta que una dura pero ansiosa voz femenina respondió al otro lado.

-¿Yuri? -dijo Lilia a modo de saludo- Debo decir que me sorprende que me llames siendo que ayer recibí tu mensaje, ¿ha ocurrido algo, hijo?

-Mamá -musitó con el hilo de voz que le salía.

-¿Yurachka?

-Quiero volver a casa. Ahora. Estoy en el aeropuerto pero no he comprado el boleto aún. Quiero ir pero no me da pena volver a pisar Moscú.

Inspiró con fuerza luego de aquella retahíla de oraciones. Lilia no dijo nada al otro lado.

-¿Puedes...? -carraspeó- ¿Por favor puedes esperarme en San Petersburgo?

San Petersburgo. Con su padre. El lugar que tanto Yuri había repudiado pero que le servía de asilo para no regresar a Moscú como un cobarde. No podía hacerlo. No se atrevía.

Casi esperó que Lilia empezara a chillarle al otro lado.

-¿A qué hora sale tu vuelo? -fue todo lo que preguntó.

-No he comprado nada aún -Yuri se talló los ojos-. Mamá, no quiero ir a Moscú...

-Calla -masculló Lilia-. De todas formas, así me ahorro el tener que alojar a tu padre en nuestra casa.

Hizo una pequeña pausa.

-Tú y yo tenemos muchas cosas de las cuales hablar, Yuri Plisetsky. Tu pequeña odisea es solo una de ellas.

-Papá pondrá el grito en el cielo -intentó bromear.

-Puedo prometerte que no se hará el loco en mi presencia. Él sabe muy bien lo que pasa cuándo lo hace.

-Mamá -volvió a decir Yuri.

-¿Ahora qué?

-¿Puedes llevar a Armani también?

Se sentía como un niño pequeño y temeroso. Qué grande se había sentido un día atrás y que diminuto era ahora.

Lilia suspiró resignada.

-Tienes unas tres horas de vuelo más las dos de espera, eso si consigues uno pronto. Haré que Galina me consiga un boleto en tren. En cuanto te vea, Yuri Plisetsky, te juro...

-¿Qué? -la interrumpió. Un poco sonaba desafiante, pero siempre había sido su manera de hablar con Lilia.

Ella soltó un suspiro amargo, pero no intentó completar su frase.

-Avísame cuando tengas el boleto.

Entonces colgó. Yuri dejó caer su temblorosa mano al hueco entre sus piernas ahora que estaba sentado en el suelo.

La vida en el aeropuerto seguía igual de viva y enérgica, nada a como él se estaba sintiendo.

Definitivamente ya no se sentía tan grande y poderoso.

Su vuelo fue tranquilo y cómodo. Ni una sola turbulencia o malestar, el cielo tan despejado que parecía una horrible ironía en su vida. Se la pasó mirando a las nubes, a las alas del avión y el pequeño aleteo que hacían sus partes mientras surcaban el cielo por encima de toda Europa.

Yuri intentaba adivinar por dónde estaría yendo, ¿Holanda? ¿Polonia? ¿Noruega? ¿O tal vez Austria y Hungría? Todos los lugares en los que había dejado una partecita de él pero que inevitablemente tomó una para sí mismo también.

El Aeropuerto Internacional de Púlkovo no era tan grande como Charles de Gaulle o Sheremetyevo. Yuri se lo conocía bastante bien de todas esas veces que tuvo que pasar los veranos irremediablemente en la casa de Yakov o con la familia Feltsman cuando aún estaban casados sus padres.

Estaba de vuelta en casa. O al menos eso era verdad en partes. Lo que sí era cierto es que para Yuri, Rusia se sentía demasiado pequeño ahora que estaba de regreso, sin importar que fuese el país más grande del mundo.

Recuperó su maleta y se dirigió a la salida del aeropuerto. Los ventanales inmensos que cubrían la estructura le indicaban que ya estaba anocheciendo allí en San Petersburgo. No le sorprendió en absoluto, pero no estaba muy seguro de en qué día de la semana se encontraba. Todo parecía tan reciente y lejano a la vez.

Una esbelta figura estaba descansando erguida sobre uno de los asientos. Era imposible no reconocer su moño perfectamente arreglado o las botas de tacón que usaba sin ningún pudor.

Lilia Baranovskaya se veía tan fría y dura como siempre. De eso Yuri no tenía dudas.

Pero fue en el momento en que ella se levantó casi de un salto de su lugar al ver que Yuri estaba acercándose lo que le hizo notar una pequeña cosita diferente. Quizás ella fuera fría, dura y distante pero si tenía algo indudable es que la cosa que más quería en el planeta era a su hijo Yuri.

Por eso, cuando ella lo tomó de los hombros y lo rodeó con sus huesudos brazos y los ojos anegados en lágrimas, Yuri también se dejó descargar de todas las cosas que estaba sintiendo.

-No puedo creer que estés aquí -dijo encima de su cabello, acariciando las doradas hebras que tanto luchó por recortar en sus años de mayor rebeldía.

-Ni yo -coincidió Yuri, suspirando y con la mirada perdida encima del hombro de su madre-. Un poco siento que me dejé algo por allá y por eso no estoy del todo aquí.

El problema era que estaba mintiendo: Yuri se había dejado más que un simple algo.

Un poco estoy preparada para que me quieran matar luego de este capítulo.

¡Pero a no desesperar! Las cosas ocurren por algo y puede que Yuri aprenda mucho más de sí mismo ahora que está solo otra vez. Yo solo les pido que tengan paciencia, la trama ahora dará un giro importante pero eso no quiere decir que perderemos de vista a ninguno de los otros personajes ;)

¡Solo esperen y verán!

Por cierto: ¿a quién creen que le dejó Yuri su nota?

Quería agradecerles porque este fic ha llegado a los 4K votos y yo estoy que no me lo creo TuT me pone tan feliz ver el amor que esta historia ha recibido. He sentido (y siento a veces) que es la más sosa de todas mis historias pero esto me hace sentirme plena. Ojalá pudiera nombrar una por una a las personas que permitieron que esto pasara.

Gracias, desde lo más profundo de mi alma <3

Puede que vengan capítulos dramáticos pero veremos muchas cosas estoy seguras les gustarán. Yuri va a tener que madurar de pronto. Y estoy planeando hacer otro extra muy pronto, aunque no de Leoji sino de otros personajes ;)

El finde estará el próximo capítulo, quizás un poco más corto de lo que veníamos viendo por el giro de los hechos :c

¡Besitos!

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