Una noche en París II
Yuri y Otabek se movieron a través de la noche parisina en sincronía, deleitándose de la música callejera -que podía ser jazz en una esquina o un mini concierto de violín en la siguiente- mientras elegían el lugar perfecto para cenar.
Era un poco difícil, sin embargo. Todos los lugares se veían igual de tentadores y los deliciosos aromas se volvían irresistibles para el rugido en su estómago. Otabek le regaló una sonrisa divertida en cuanto lo escuchó.
-¡Tengo hambre, deja de mirarme así! -chilló luego de que lo hartaran sus miraditas molestas.
-Es normal, e incluso algo adorable imaginar que alguien tan delgado coma como si fuera una bestia.
-No es mi culpa si hay tanta comida buena por aquí -chasqueó la lengua dándole una hojeada al menú desplegado sobre un atrio en el siguiente restaurant- ¿Cuánto dinero nos queda?
-No demasiado, así que no ostentes. A no ser que quieras que llame a...
-Prefiero comerme una hoja de lechuga antes que eso -lo cortó.
Otabek entonces le señaló un pequeño lugar que, a simple vista, lucía como los bares tradicionales de Alemania, por su techo a dos aguas y la facha decorada con líneas que se entrecruzaban en muchas direcciones, sumado al pequeño cantero a rebosar de coloridas flores que yacía debajo de cada ventana. Descubrió que no era alemana sino de Alsacia, una región muy importante del este de Francia y que compartía frontera con el otro país. Era bastante obvio ya que el nombre del lugar era La Petite Alsace.
-Sigue siendo francés -dijo Otabek para persuadirlo.
-Pues el olor que viene de allí es demasiado bueno, no me pienso negar.
-Quizás no sea lo más romántico... -murmuró Otabek, provocando que el corazón de Yuri diera un vuelco.
¿Romántico?
Se dejó arrastrar adentro del bar alsaciano, que lucía igual de pintoresco y como de cuento de hadas, con sus ventanales pintados y los manteles con bordado delicado. Yuri y Otabek tomaron una de las mesas debajo de la ventana que tenía una preciosa pintura que representaba el río Sena y muy al fondo, la Torre Eiffel.
Luego de que uno de los mozos les dejara el menú, para posteriormente tomar los pedidos -decidieron que probarían algo llamado tarte flambée junto con una copa de vino blanco-, Otabek deslizó su mano sobre mesa, dejándola descansar peligrosamente cerca del puño cerrado de Yuri contra el mantel.
-Este día ha sido de lo más extraño -dijo Yuri para romper el hielo.
-Opino igual, solo que siento que ha sido extraño para bien -respondió recargando su mentón sobre la palma de la mano.
-¡Oye! No me malinterpretes porque no he dicho lo contrario... solo que es raro no haber tenido a los otros alrededor. Me hace preguntarme cómo es que aún no hemos escuchado las sirenas de que París está ardiendo en llamas.
Otabek esbozó una sonrisa a la vez que desviaba la mirada hacia abajo. Yuri pensó que tal vez era de las personas que les avergonzaba un poco que el resto los viera reír. Puede que por eso Otabek fuera tan estoico y sus escasas risas tan controladas.
-Y no es que me esté quejando -acotó Yuri al incomodarse por el silencio de Otabek-. Tú sabes... yo, eh, la pasé muy bien contigo hoy.
Otabek frunció las cejas con suavidad. La punta de su dedo meñique le rozaba la comisura del labio, un gesto tan simple que parecía enviar chispazos por todo el cuerpo de Yuri. Yo también quiero rozarlo, se encontró traicionándolo su mente.
-¿Por qué me dices esto tan pronto? ¿Pretendes que nuestra noche acabe ahora luego de la cena?
-Eh, Beka... -balbuceó un poco ante su tono tan firme y un poco autoritario. Otabek ablandó su semblante, pero tampoco es que eso estaba ayudando.
-¿O tal vez no?
Yuri se irguió de hombros, tratando de lucir más maduro e incluso decidido.
-Por mí, no querría que acabe -carraspeó-. Mientras tu plan no sea salir de fiesta, me siento perfecto.
-¿Qué tienes en contra de las fiestas? -rió Otabek.
-Solía no tener nada en contra hasta que JJ llegó a mi vida. Ahora siento que una fiesta en la que no haya descontrol es una fiesta a la que no vale la pena ir...
Giró su cabeza a ambos lados fingiendo descontracturarse pero la verdad es que estaba tratando de ganar un poco de tiempo.
-Y hoy no tengo ganas de descontrolarme de esa forma.
-Conozco otras maneras -se apresuró a decir Otabek con la mirada iluminada-. No hay que dejar que la noche muera tan pronto. En París no existe la noche como tal, ya que quedarse a dormir en un momento tan precioso sería un crimen.
Yuri alzó la copa de vino blanco que les habían traído momentos antes. Otabek miraba la suya con un sentimiento indescifrable, pero lucía bastante dispuesto a bebérsela para compartir un pequeño momento con él. No dudó en levantarla también.
-Por una noche mágica en París -le dijo Otabek con los labios curvados hacia arriba.
-Y que sea para no olvidar -susurró Yuri.
Luego hicieron tintinear sus copas, sellando así la promesa que ambos estaban ansiosos por cumplir durante las horas nocturnas de la capital francesa.
La cena había sido la mejor que Yuri tuvo a lo largo del viaje, superando los pirozhki en Minsk y la deliciosa pasta italiana. Otabek también lucía bastante satisfecho mientras devoraba la tarte flambée y bebían los sorbitos de vino como si fueran un viejo matrimonio que celebraba un aniversario. Le halagaba y le dolía que sus tiempos juntos fueran tan de pareja en muchos casos, porque la realidad venía a golpearlo cada vez que recordaba que estaba a nada para volver bajo el ala de sus padres.
Y es que ni siquiera había pensado qué sería de él al volver. Que Lilia hubiese aceptado el tema del viaje no quitaba que acabaría castigándolo. Y estaba Yakov, que no sabía nada y le entraban sus mensajes o llamadas perdidas cada vez que quitaba el modo avión del celular para comunicarse con su padre. El final del viaje podría traerle muchas más desgracias que separarse de Otabek y los demás.
Pero ninguna de esas opciones era más dolorosa que la última.
-¿Quieres subir a la Torre? -preguntó Otabek tomándolo de la muñeca- Tenemos tiempo hasta medianoche y es algo temprano.
-¡Esas cosas no se preguntan! -exclamó emocionado pero una fresca brisa lo hizo tiritar de repente.
Otabek abrió los ojos como platos y no vaciló en quitarse la chaqueta para ponerla encima de Yuri. No se tomó el tiempo de esperar a que replicara o le dijera un simple gracias -no obtendría tan fácil algo como eso de Yuri- sino que lo alentó a que siguieran caminando en dirección al Champ-de-Mars, que unía la Torre Eiffel con unos preciosos e iluminados jardines que se extendían por más de 2 kilómetros a sus lados.
Las luces amarillentas de la Torre ya podían cegarlo, si antes lucía como un típico monumento en la distancia, ahora Yuri la sentía como un gigante de acero que se alzaba imponente en el centro de París. Era tan grande y tan magnífica, y su corazón se encogía por cada paso que lo acercaba al interior de la famosísima Torre Eiffel.
-Así que aquí estamos -dijo Otabek en cuanto encontraron su lugar en la fila.
-El corazón de París -completó Yuri metiéndose las manos en los bolsillos. No sus bolsillos, ya que era la chaqueta de Otabek. Le daba un nuevo aire de confianza.
-A pesar de que llevamos casi veinticuatro horas aquí, siento que la magia francesa me está golpeando otra vez.
-Otabek, no vayas a llorar.
La fila no se veía insoportablemente larga y además se movía a una velocidad considerable. Yuri podía escuchar muchísimos idiomas allí en la espera, desde español a árabe hasta algunos otros asiáticos que no podía distinguir. Ojalá hubiese tenido más de dos oídos para poder deleitarse con todas las lenguas del mundo.
Delante de ellos dos había una pareja de dos chicas que hablaban animadamente en español. Yuri no podía entenderlas pero no por eso les quitaba la vista de encima. Otabek parecía haber notado lo que estaba haciendo ya que se acercó para hablar en su oído:
-Son mexicanas -murmuró.
-¿Y cómo podrías saber tú eso?
-Están diciendo algunas groserías que he escuchado a Leo decir en varias ocasiones.
¿Groserías? Yuri no quería creérselo. Estaban riendo a carcajadas pero si lo pensaba bien, eso no significaba nada a la hora de decir groserías. Podían usarse en muchos contextos.
-Todo un erudito de los idiomas -rodó Yuri los ojos.
-No te creas -rió-. No sé español, solo puedo reconocer alguna cosas gracias a Leo.
-¿Pero y que hay del francés? ¿Y el kazajo y el ruso?
-No es que sea tan fluido en ruso -se encogió de hombros-. El francés nos obligaban a aprenderlo en la escuela a la perfección, y el kazajo no me sirve para absolutamente nada fuera de Kazajistán. Fin. Mila sabe muchos idiomas más.
-No digas fin como si no fuera un mérito, porque lo es -Yuri agitó el cabello hacia atrás-. Dime algo en francés.
-¿Disculpa? -preguntó Otabek fingiendo desentendimiento.
-Que me digas algo en francés, lo que sea.
Otabek miró hacia la fila, golpeando nerviosamente el suelo con la suela de sus zapatos. Lo miró entonces otra vez de repente mientras se mordía el interior de la mejilla.
-Tu as de très beaux yeux -dijo con las mejillas cubiertas de un muy ligero sonrojo.
-Pardon? -replicó Yuri con exagerado acento francés.
-Qu'est-ce que je ferais sans toi? -siguió diciendo con los ojos clavados en los suyos. A Yuri se le escapó una risita nerviosa.
-Beka...
-Tu me rends fou.
Yuri agitó las manos por delante del rostro de Otabek.
-Je suis no entender french -chilló ante la mirada ahora estupefacta de Otabek.
-¿Qué? -preguntó a punto de estallar en risas.
-¿Qué? -lo interrumpió Yuri con las palmas extendidas a sus costados.
Los dos se miraron por un par de segundos antes de soltar una risotada que hasta llamó la atención de las muchachas latinas de adelante, las cuales susurran algo en su idioma entre pequeños grititos.
-No he entendido nada -Yuri fingió secarse una lágrima.
-Tú has dicho que diga algo en francés, no que lo traduzca.
-¡Pues tradúcelo!
-Ya no me acuerdo que significaba, Yuriyim -contestó sin mirarlo.
-¿Yuriyim? -repitió.
-Es una forma de poner motes en Kazajistán -dijo sin vacilar.
-¿Y qué significa?
-Nada en particular -trató de cambiar el tema de conversación-. Mira, ya casi nos toca subir.
-Más te vale esta sea la fila para el ascensor -masculló Yuri cruzándose de brazos.
Por la mueca que Otabek hizo, Yuri se temía que no fuera la fila para el ascensor.
Y no lo fue. Tuvo que subir los infernales escalones a través de uno de los pies de la Torre en dirección al segundo piso, el que estaba habilitado para todos los turistas de forma gratuita. Otabek le contó acerca de una vieja leyenda urbana que decía que Gustav Eiffel, el ingeniero que diseñó la Torre, hizo construir un apartamento secreto que nunca quiso poner en venta en el mercado.
-Apuesto a que muchas parejitas morirían por usarlo -dijo Yuri agitado por todos los escalones que ya iban recorriendo.
-A mí en lo personal no me gustaría estar en un lugar tan alto -torció la boca con algo de desagrado.
Yuri se contuvo de dar un respingo. Recordó la confesión de Otabek y lo que había pasado en la cima de su edificio en Toronto. Le echó miradas de reojo para captar los gestos que hacía.
Y la verdad era que se sintió anonadado de que Otabek hubiera insistido en subir a un punto tan alto como la segunda planta de la Torre Eiffel. No sabía si lo hacía por Yuri o como una manera de superar los malos recuerdos, pero antes de cruzar la puerta que los llevaba al balcón y al mirador, le tomó de la mano.
Afuera se desplegaba el mismo París de la tarde, el que ambos habían apreciado desde la torre sur de Notre Dame. Pero era distinto. Yuri pensaría que en la noche los detalles se notarían menos pero los inmensos puntos luminosos, de las casas, las farolas o los monumentos ayudaban a que acentuara todo su esplendor.
El balcón empezó a llenarse de manera que se hacía un tanto imposible mantener las distancias. Otabek se posicionó entonces por detrás de Yuri, su pecho chocando contra la espalda del más joven de forma que sus rápidos latidos golpeaban contra su cuerpo. Los dos brazos del kazajo se posicionaron en el barandal alrededor de Yuri casi de manera protectora y uno de sus pies acabó apoyado contra los fierros.
Yuri estaba prendido del barandal, atrapado entre este y el cuerpo de Otabek. Pero no era molesto ni sofocante. Podía sentirlo respirar detrás suyo, su pecho llenándose de aire y apretándose contra la espalda de Yuri cada vez que inspiraba.
-Je ne sais quoi -murmuró cerca de su oído-. Este lugar tiene un no sé qué que lo hace el más especial.
-Creo que yo sí sé qué es lo que tiene -contestó Yuri girando su cabeza para tener una vista panorámica de París.
Otabek no respondió a sus palabras. Solo dejaron que la brisa nocturna les despeinara el cabello y los sonidos de asombro de los turistas les llenaran el alma. Era como si las decenas de personas allí amontonadas pudieran compartir todas un mismo sentimiento.
-Sortable -dijo de repente también en francés-. Ese eres tú.
-Me suena a sorteo -intentó bromear pero la voz le temblaba ligeramente.
-Significa, Yuri -arrastró los manos a través de las suyas hasta tomarlo por debajo de los hombros- una persona que podrías llevar a cualquier lugar del mundo porque no temes pasar vergüenza a su lado.
Yuri quiso hacer el comentario de que todos eran sortables para su grupo de amigos ya que a ninguno le molestaban los papelones, pero en cuanto sus ojos se encontraron con los de Otabek, todas las palabras se le murieron en la garganta.
¿Cómo es que había pasado tanto tiempo del viaje separado de él? Si ahora lo tenía al frente y apenas sí podía ordenarle a sus músculos que se quedaran en su lugar.
-Yuriyim -murmuró sin quitar la vista de la curva de sus labios-. Significa mi Yuri.
Yuri no quería hacer las cosas apresuradas. No importaba que el pulso estuviera galopándole como caballo de carrera o que Otabek se acercara peligrosamente hasta su boca. Solo dejaría que las cosas fluyeran, tal cómo debería haber permitido que pasara semanas atrás.
La nariz de Otabek le rozó el rostro antes de depositar un suave beso en la mitad de sus labios. La gélida brisa a pesar de ser verano le daba escalofríos en su cálido cuerpo, que buscaba amoldarse lentamente al espacio en que encajaba entre los brazos de Otabek.
Fue despacio, pero no por eso menos pasional y cargado de deseo. Volver a besarlo se sentía como quitarse un parásito de encima, que lo debilitaba y se robaba sus fuerzas. Parecía como si fuese el mismo Otabek el que lo recargaba de energía y anhelo por más, más y más.
Bajar de la Torre Eiffel fue algo menos tedioso, pero el ambiente entre ambos también era más ligero y dulce, lo que hacía todo mucho más soportable. El rubor no escapaba de las mejillas de Otabek y eso para Yuri era algo demasiado adorable e irresistible, en la forma en que no podía esperar para volver a saborear sus dulces labios mientras sus manos acariciaban sus cálidos pómulos o tironeaban de su corto cabello.
Con la mano que no sujetaba fuertemente la de Yuri, Otabek iba tecleando algo en su celular. Lento, porque usaba un solo dedo, pero también con repentina emoción. Se detuvo de repente al tiempo en que giraba para mirar hacia él.
-JJ y los demás irán a una fiesta privada.
Yuri frunció las cejas y le hizo una sonrisa un poco confundida.
-¿Cómo es que JJ ha conseguido ser invitado a una fiesta privada?
-JJ consigue absolutamente todo lo que se propone. O casi todo, al menos. La cosa es que lo intenta.
-Entonces supongo que querrás si quiero ir a la fiesta...
-No realmente. Recuerdo lo que me has dicho en La Petite Alsace.
Ambos empezaron a caminar otra vez, aunque ahora el silencio era un poco más tenso.
-¿Y cómo entraremos al apartamento si los demás ya se han ido? -preguntó Yuri de repente.
-Me ha dicho que nos dejaron la llave con el portero y que mantengamos la puerta destrabada en la madrugada cuando regresen.
-Eso es una enorme tentación para no dejarla destrabada.
-La van a derribar. Sabes de las muchas cosas que son capaces.
La sonrisa de Otabek se volvió un tanto nostálgica. Yuri realmente no quería preguntarle ya que podía imaginarse los mil motivos para que se viera así.
-Aún no quiero volver -dijo Yuri en un tono de voz bajo.
-Ah, pero yo tenía algunas ganas ya...
-¿Es que tienes sueño? -gruñó. Otabek se sorprendió ante sus palabras.
-No realmente.
Yuri apretó más fuerte la mano de Otabek de manera inconsciente. La verdad era que le daba igual que fuese lo que iban a hacer, siempre y cuando quedaran los dos solos sin molestas presencias.
Su cabeza daba vueltas aún con el tema del beso. Hubiera querido decir que era el más mágico que ambos compartieron hasta el momento pero Yuri se encontraba pensando eso cada vez que sus labios tocaban los de Otabek.
Caminaron juntos a través de las calles de París hasta el Barrio Latino, el lugar donde el apartamento con buhardilla de los tíos de JJ se encontraba. La vida nocturna allí era incluso más animada, con muchos jóvenes saliendo a fiestas en grupos de amigos, parejitas que se besaban bajo la luz de la luna o solitarios que no necesitaban más que un café y un libro que leer en aquella noche tan estrellada. Todos tenían su toque y su belleza, aportando al paisaje parisino lo que lo hacía tan único y que lo diferencia del resto de ciudades del mundo.
Era la ciudad del amor. Y podías encontrarlo hasta debajo de las piedras, todo tipo de amor que pudieras imaginarte. Al arte, a la vida, a las personas, a la ciudad, a absolutamente todo. Podías respirar el amor allí, y nada que fuera menos puro que eso.
Yuri recordó entonces los cuatro tipos de amor según los griegos. Desde Philia, el amor por la familia que veías en aquellos padres que alzaban a sus hijos pequeños para que mirasen al río Sena; por Storgé, en esos amigos que cuidaban del otro para que no se lastimaran al caminar ebrios; a Ágape, en cada persona que tomaba una fotografía y suspiraba luego de verla o dibujaba con sombras en un intento de capturar la belleza de la ciudad... hasta Eros, en el deseo que envolvía a los enamorados cuando rozaban la piel de la persona amada, que sus ojos por fin encontraban los del otro o en cada te amo silencioso que más de uno decía con sus acciones.
Todo eso era París. Era Philia y Storgé, era Ágape y Eros.
Era amor.
Y Yuri y Otabek formaban parte de todo ello. A su manera, pero lo hacían.
-¿Subimos? -preguntó Otabek señalando al pequeño edificio.
Yuri sacudió la cabeza. Ni siquiera había notado el momento en que llegaron, sus pies simplemente siguiendo a Otabek mientras sus pensamientos saltaban entre las estrellas.
-Vamos -dijo Yuri tras inspirar con fuerza.
El portero estaba bebiendo animadamente una copa de vino tinto y hojeando una revista pero aún así esbozó una sonrisa en cuanto los vio entrar. De seguro tenías algunas instrucciones de parte de JJ, Yuri pudo adivinarlo en la muy macabra sonrisa que les regaló.
Se veía como si supiera un secreto que ellos no.
-Bonsoir -los saludó animadamente mientras se acomodaba el cabello rubio. Yuri notó que estaba muy bien vestido para ser un portero- ¿Se divirtieron? -preguntó con un acento muy marcado.
-Bonsoir, Monsieur -contestó Otabek con su magnífico francés-. París fue de lo más hermosa. Tiene mucha suerte de vivir aquí.
El hombre aplaudió animado, los ojos brillándole al escuchar tales palabras de su ciudad.
-Très bien! París tiene mucho que ofrecer a los turistas -Yuri quería burlarse de sus r que sonaban como pequeños gorjeos- ¡Amamos a los turistas!
-Yo había leído otra cosa -arrugó las cejas interviniendo en la conversación. El portero chasqueó la lengua.
-No creas eso. Hace falta con solo caminar por ma belle Paris y podrás ver que turistas y locales saben cómo disfrutar en conjunto de la ciudad -el portero alzó un dedo como si acabara de recordar algo-. Petit Jean les dejó la llave. Adorable niño, su tía Charlize lo adora más que a nada.
-Nosotros igual -contestó con una sonrisa. Yuri rodó los ojos y fingía una mueca de disgusto a su lado-. Bueno, que la pase bien esta noche, Monsieur.
-Ah, lo mismo digo para ustedes -les guiñó el ojo-. Bonne nuit!
El portero de cabello rubio los saludó con la mano hasta que desaparecieron por las escaleras. A Yuri le incomodaba que los mirara de esa forma, aunque era muy similar a los gestos que hacía JJ cuando tramaba algo horroroso. Podría ser que fuera cosa de francoparlantes.
En cuanto entraron al apartamento, Yuri sintió que el frio lo azotaba pese a tener la chaqueta de Otabek. Tiritó irremediablemente.
-¿Qué mierda ha p-pasado aquí? -le castañearon los dientes.
Otabek también estaba temblando del frío, más incluso que Yuri ya que no tenía más que su fina camiseta encima. Podía ver los músculos de sus brazos tensarse.
-La ventana -dijo con un suspiro-. La han dejado abierta.
-Estúpidos idiotas...
Se dirigió a cerrarla mientras Yuri se hacía bolita en el sofá. Escuchó que Otabek le decía algo de buscar alguna pequeña estufa para elevar la temperatura. Apareció con el pequeño objeto al cabo de unos minutos, instalándolo en una esquina cerca de la entrada, justo debajo de las típicas repisas que se usaban para depositar llaves, boletas de servicios u otras cosas que quisieras arrojar al entrar cansado a la casa.
Otabek se quedó mirando unos segundos a la repisa hasta que tomó un papel perfectamente doblado y comenzó a leerlo. A Yuri eso lo descolocó.
-¡Oye! ¿Qué estás leyendo?
El kazajo se giró de repente, arrugando el papel con todas sus fuerzas en el puño. Lo arrojó en el cesto de la basura que estaba al lado y caminó con una temblorosa sonrisa hacia Yuri.
-Nada importante. Algunas instrucciones de JJ.
-¿Seguro? -preguntó desconfiando.
-Muy seguro -carraspeó- ¿Quieres algo para beber? Deben haber quedado de las cosas que compramos con Mila, todavía.
-De hecho...
Yuri metió la mano en el bolsillo de la chaqueta de Otabek y sacó la cajita de los chocolates que le había regalado más temprano. Las puntas estaban algo aplastadas pero los bombones, envueltos en papel brillante y metálico, se veían intactos. Era lo único importante.
Rasgó el plástico de afuera y abrió la caja con impaciencia, tomando dos bolitas de chocolate. Extendió una de ellas hacia Otabek, que la tomó con la punta de los dedos de manera que rozó la piel de Yuri.
-Gracias -dijo sonriente.
-¡Tú los has pagado! No es como si tuvieras que agradecer, ¿lo sabes?
-Era un regalo para ti -se encogió de hombros-. Aprecio que quieras compartirlo conmigo.
Yuri se dedicó a comer tranquilamente su bombón, procurando no mirar a Otabek a los ojos. Era tan caballeroso, tan cortés, tan... él. No sabía si intentaba demasiado o si le salía de forma natural. Por la mirada sorprendida que le daba cada vez que Yuri reaccionaba de alguna forma a sus buenos tratos, estaba seguro que eran cosas que le nacían de lo más profundo del alma.
Les prosiguió un silencio mientras se comían los seis bombones que quedaban. Ninguno de los dos quería observarse, pero Yuri era evidentemente el más débil de los dos ya que sus ojos a veces se desviaban al sereno rostro de Otabek mientras se comía el chocolate, el pequeño gesto de placer cada vez que el dulce sabor encontraba su lengua.
Apretó con fuerza los dientes. Sus dedos se movían intranquilamente sobre el envoltorio de los bombones, buscando destrozarlo con los dedos como forma de canalizar los nervios que sentía. Otabek empezó a notarlo ya que hacía demasiado ruido.
-Tú... ¿todo bien? -preguntó dudoso.
-Por supuesto -contestó Yuri con un bufido de obviedad-. Ha sido un día excelente. No podría pedir realmente más, Otabek...
-Temía que te espantaras un poco. No sé, con todo esto de que ya debes irte y yo también -se arrojó contra el sofá-. Pero no podía permitir que no tuvieras un día especial.
Yuri sintió que los ojos se le aguaban sin razón. Últimamente estaba más sensible de lo normal, pero nadie más que el fondo de su corazón se sabía aquello.
-Beka, tú no tienes que hacer nada -masculló-. Nada. El tiempo que paso a tu lado... es lo más especial que tuve en este viaje.
Hizo una pequeña pausa para tomar aire.
-Tú no tienes idea de lo solo que yo estaba antes de irme. Y nunca me había importado realmente: estaba más que acostumbrad a ser yo contra mis padres, la sociedad, el mundo. Siempre pensé que era fuerte y que podía. Pero nunca fui tan consciente de lo necesario que es tener gente a tu lado. Te ayuda a reforzar tu fortaleza. Te da incluso más.
Otabek inclinó la cabeza para observarlo mejor. Yuri podía ver su alma reflejada en aquellos oscuros ojos.
-Quizás no he pasado por las cosas que tú, pero la he tenido difícil a mi manera. Puede que yo nunca haya contemplado la última de las soluciones pero sí que he pensado cosas muy drásticas a veces -desvió la mirada-. Todo por conseguir un poquito de atención.
-Yura -se acercó para tomarlo del mentón y girarlo hasta él-. Que yo o cualquier otra persona la haya tenido "peor" no minimiza el dolor que puedas haber sentido.
Le tomó la palma de la mano y la acercó contra su cuerpo. Sonrió al ver el gesto perdido de Yuri.
-Esa es la magia de estar vivo. Las diferencias que nos vuelven seres únicos pero que nos unen a otras personas. Yo nunca pensaría que no eres válido, o que tus sentimientos no lo son.
-¿Mis... sentimientos? -balbuceó.
Yuri, con la mano sobre el pecho de Otabek, lo tomó de la camiseta. Se acercó muy de a poco, entrecerrando sus ojos a medida que acortaba las distancias.
Otabek no opuso resistencias, sino que lucía tan ansioso como él. Sus grandes manos se deslizaron a través del cabello de Yuri hasta detenerse en su espalda, tomándolo con cuidado mientras buscaba arrastrarlo hasta que tocara su cuerpo semi acostado en el sofá.
Se detuvo solo para observar detenidamente su rostro. Sus afiladas y duras facciones, la muy pequeña cicatriz arriba del labio que seguramente se había hecho al afeitarse. Podía ver las pequeñas manchitas e imperfecciones típicas de cualquier rostro pero a Yuri solamente le servía para sentir a Otabek como un ser más real. Como si estuviera muy consciente de cómo se veía, su aroma, su temperatura, los sonidos que producía.
Cuando volvió a besarlo, el mundo desapareció de la mente de Yuri. Ya no estaba en París, en medio de un viaje después de escaparse de casa. Lo único que le importaba eran las manos de Otabek firmes en su espalda y su boca moviéndose entre la suya.
Era, y a la vez no, como el beso en la Torre, en el festival vikingo, en Praga antes del desastre o como sus pequeños roces en Venecia. Yuri recordaba el rechazo aún como un pequeño aguijonazo en su pecho, lo que lo hacía tensarse entre los brazos de Otabek.
-¿Está todo bien? -le preguntó preocupado.
-Por mí, seguro -respondió agitado.
No dijo nada más. Estaba esperando que una vez más, Otabek detectara lo oculto en sus palabras. Quiero, pero no si tú no quieres. Por favor dime qué quieres.
Otabek lo miró con sus ojos almendrados, que siempre se habían visto pequeños para Yuri pero de tan cerca lucían como todo un mundo.
-Por mí está todo perfecto -dijo al final.
No sonaba dudoso ni tampoco vacilante. Para Yuri eso era como una confusión, pero casi que se olvidaba de todo mientras sentía los húmedos labios de Otabek abandonar sus labios para besarlo en la mejilla, en la quijada, en el cuello al tiempo que lo hacía girar sobre sí mismo, de manera que ahora la espalda de Yuri descansaba sobre el sofá y el kazajo quedaba apenas recargado contra él.
Y se sentía tan bien. Yuri no quería atribuir aquellas hermosas sensaciones a su falta de experiencia. En su cabeza y en su corazón, estaba seguro que no importaba el número nulo de amantes que había tenido o que si hubiese contado una centena de ellos, nada podría compararse al momento que estaba sintiendo al lado de Otabek.
Otabek no se detuvo si no que siguió bajando hasta el espacio que la camiseta dejaba libre mientras que con sus manos se atrevía a levantarla para dejar al aire el estómago de Yuri y colmar todo su pecho con un rastro de húmedas caricias, sintiéndose estallar cuando puso mayor énfasis encima de su desbocado corazón.
Yuri no pretendía quedarse atrás sino que buscaba acariciar también la suave piel de Otabek. Estaba tensada a causa de sus firmes músculos pero era como tocar una superficie lisa y perfecta, como una tela recién planchada en la que podía sentir aún el calor mientras pasabas tu dedo por la perfección que poseía.
Pero no le daba tregua, ya que Otabek bajó más y más con sus dulces besos, justo arriba del borde de sus pantalones que comenzaba a desabotonar con cuidado.
Yuri soltó un jadeo de asombro. Él lo había estado buscando, ¿no? Pero no es que no quisiera hacerlo con Otabek sino que no podía evitar sentirse como un inútil, un niño que no sabía cuál camino tomar.
-Espera -murmuró con turbación-. Alto.
Otabek alzó su rostro, con la boca temblándole en cuanto la despegó de su piel. Se veía un poco desorientado.
-¿No quieres...? -se atrevió a preguntar.
-No es eso -masculló ligeramente mientras apoyaba la cabeza sobre el borde-. Otabek...
Yuri sintió que enrojecía, y no precisamente por dejar su flacucho pecho desnudo en frente de aquel hombre. No. No era eso lo que le avergonzaba de verdad.
-¿Recuerdas Praga? ¿El día del cumpleaños de JJ? -dijo, esperando que de esa manera sonara menos brusco.
-¿Por qué es que su nombre sale en los momentos más inoportunos? -preguntó Otabek con una risa nerviosa. Yuri lo imitó.
-Es... sobre el juego. El que Emil propuso.
-El yo nunca -completó Otabek.
Yuri asintió. Otabek no se movía de su posición, su rostro casi encima de la parte baja de Yuri y su mano contra el botón y cierre de los pantalones. Yuri necesitaba apurarse ya que estaba muy seguro que Otabek estaría sintiendo lo que empezaba a ocurrir ahí abajo.
-Mentí. En todo, o casi todo al menos -se mordió el labio con un poco de culpa-. Esta es mi... -carraspeó- bueno, eso. La primera. Dios, que estúpido suena decirlo.
Desvió la mirada al instante. No podría ver con sus propios ojos el momento en que el rostro de Otabek se transformaba. Con burla, con desagrado o lo que fuera.
-¿Mentiste? -replicó algo perplejo.
-Joder, sí... ¡No me hagas repetirlo!
Se quedaron tal vez diez segundos en silencio que Yuri los sintió como diez horas. Finalmente, el brazo de Otabek volvió a estirarse encima de su abdomen para acariciarle el mentón con un dedo buscando llamar su atención.
Cuando Yuri volvió a verlo, descubrió que estaba sonriendo.
-A mí no me importa. Ser el primero, el último, o el del medio -dijo con cuidado-. Lo único que importa es que estamos aquí y ahora, los dos. No importa el pasado o el futuro.
Se levantó, apoyado en sus rodillas, las cuales rodeaban el diminuto cuerpo de Yuri. Llevó sus manos a las espaldas y con los dedos tironeó de su propia camiseta hacia arriba. Pronto, quedó a la vista su pecho bien formado, el cual hacía un increíble contraste con el de Yuri.
-Eso es pavonearse -atinó a decir. Se iba a maldecir mentalmente por tan innecesario comentario pero Otabek soltó una risotada.
-Si a ti te gusta, yo no tengo problema en hacerlo.
Entonces volvió a acostarse, capturando otra vez la boca de Yuri, con muchísima más ferocidad que antes. Ahora que sus pieles estaban en contacto, calor contra calor, parecía que sus cuerpos se prendían más rápido y con más intensidad.
Las inexpertas manos de Yuri buscaron el cinturón de Otabek, desprendiéndolo como podía y sintió los pequeños metales incrustarse sobre los bordes de las uñas. Si estaba viéndose como un imbécil, Otabek no lo dijo ni tampoco trató de quitarse él sus propios pantalones. Quizás quería que nadie más que Yuri lo hiciera. Apenas terminó -una eternidad después para su gusto-, Otabek procedió a quitarle los suyos, al mismo tiempo que Yuri frotaba el talón contra el apoyabrazos así sus botas salieran volando.
Los dedos de Otabek también se veían nerviosos cuando desprendía el cierre y el botón. Para Yuri era adorable, y solo podía sentir que el pecho se le ensanchaba al ver aquel gesto tan concentrado en una tarea cotidiana como lo era desabrochar una prenda.
Yuri se elevó para besar el cuello y los pectorales de Otabek. No sabía de dónde salía aquel espíritu tan pasional pero no le desagradaba nada sino que quería quedarse pegado a su cuerpo por todos los días que pudiese. Mientras se iban recostando, las telas de los bóxers de ambos se rozaron sin descaro, enviando la chispa final que Yuri necesitaba para simplemente arrojarse a sus brazos y que le hicieran lo que quería.
-Te los voy a quitar -susurró en su oído mientras Yuri succionaba en la vena de su cuello. Esperaba que quedara alguna marca. Quizás se moriría de vergüenza la mañana siguiente pero valdría la pena el recuerdo.
-No necesitas narrar lo que harás, ¿sabes?
Otabek le dio una sonrisa maliciosa. Depositó a Yuri encima de sus caderas y lo obligó a elevarse un poco para que su rostro quedara a la altura de su cintura.
Yuri respiró pesadamente en cuanto sintió las congeladas manos de Otabek hacerse con el borde de los bóxers. Miró una última vez a sus ojos brillantes y llenos de picardía, y fue una última vez ya que era Otabek quien se apartó solo pegar sus labios, su nariz, su mejilla a la parte baja de su estómago. Bajó y bajó con sus labios hasta que los dientes encontraron la tira y, con la ayuda de sus manos, deslizó la prenda hasta el final y ya nada quedaba para ocultar a aquel kazajo.
Pronto no quedó ninguna barrera entre ambos, ni física ni sentimental. Así lo sentía Yuri y esperaba que Otabek también, ya que tenía su propia alma al descubierto y no sabía cómo el kazajo se fuera a tomar aquello.
-¿Te han dicho que eres hermoso? -se le escapó a Yuri entre suspiros mientras Otabek lo besaba en la clavícula y sus brazos descansaban en sus firmes músculos- Otabek Altin, no eres solo la persona más fuerte que conozco y también la más hermosa.
-Yuriyim -dijo contra su piel-. Tú eres tantas cosas que no sabría ni por dónde empezar.
Y la noche siguió. Por segundos, minutos y horas. Con los labios de Otabek explorando cada punto de Yuri, colonizando con su tacto aquella piel tan suave y nueva para el mundo. Probablemente no quedaron puntos sin acariciar. Cada vez que sus manos lo tocaban en sus zonas más sensibles, sus labios estaban allí para devorarse los suspiros y pequeños gemidos que Yuri amenazaba con soltar. Como si quisiera que todo, todo fuera suyo.
Al final, JJ nunca tendría sus condones de la Torre Eiffel. Y fue una bonita broma compartida entre ambos mientras imaginaban los sucesos de esa noche al día siguiente.
Yuri contó hasta diez, pero antes de llegar a su meta, su mente dejó escapar un cien, un mil, un millón porque las horas a su lado eran infinitas y perdía la noción real del tiempo. Una cosa curiosa, el tiempo. Como una noche en París entre los brazos y el amor de Otabek podía durar una eternidad en su corazón pero pasarse volando en su mente.
Ya no estaba pensando cosas lógicas. Yuri simplemente dejó que su mente se escapara ya que no la necesitaba. Mientras Otabek y él pudieran usar sus corazones esa noche, ninguna otra cosa hacía falta.
Y un poco esperaba que así fuera para siempre. Pero, esa noche, no tenía certezas de nada.
Solo el allí y el ahora eran lo que le importaba.
Traducciones: Me esforcé con un poco de internet (No traductor de google, lo juro), diccionarios y consultas a gente que dice saber francés. Cualquier error me lo avisan <3
- Tu as de très beaux yeux: Francés; "tienes unos bellos ojos".
- Qu'est-ce que je ferais sans toi?: Francés; "¿qué haría yo sin ti?".
- Tu me rends fou: Francés; "me vuelves loco".
- Yuriyim: Kazajo; apodo cariñoso que se traduce a "mi Yuri". A los varones se les agrega el sufijo -yim y a las mujeres, -am.
Bueno, no hay mucho para decir (ʘ‿ʘ✿)
Y lo digo en serio. Este capítulo me ha dejado un poco muda por la cantidad de sentimientos que tuve que escribir en él. Un poco temo que haya quedado muy cursi y no tan hard como muchas querían pero se rompería el estilo "light" del fic. No sé, se me hacía más significativo. No soy de escribir cosas taaan gráficas porque siento que le quita la esencia ;-;
Así que de verdad espero lo hayan disfrutado <3
Y me disculpan si ven errores de tipeo o dedazos. Ya me retrasé mucho con este fic y pues lo terminé durante mi hora de estudio (?) y ya no llegaba a corregirlo :c igual mientras vaya encontrando errores los corregiré.
La parte en el bar alsaciano tiene un poco de carga emocional para mí ya que Alsacia es como mi segundo hogar :') tenía que mencionarlo en alguna parte.
Próximo capítulo: a mitad de semana <3 ¡La última parte de París!
Muchísimas gracias por todos sus votitos, comentarios y amor c: saben que siempre es muy bien recibido y me alegran el día.
¡Besitos!
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