Una noche en París I
Era plena madrugada cuando aterrizaron en el aeropuerto Charles de Gaulle de París, aunque eso no evitaba que la mitad del grupo tuviera tantas energías como si acabaran de despertarse de una rejuvenecedora siesta.
Mientras esperaban a que la cinta de las maletas les devolviera sus pertenencias, JJ empujaba un carrito de equipajes con Mila y Leo adentro por los alrededores de la habitación de espera. Yuri estaba esperando el momento en que apareciera alguno de los guardias para que se llevaran otra vez esposado al canadiense.
-A veces me pregunto si se cansan -dijo Otabek casi leyéndole los pensamientos a Yuri.
-Quizás funcionan a batería y tendremos mucha suerte cuando se les agoten.
-Lo peor de eso es la parte en que las recargan.
Yuri sólo rodó los ojos mientras observaba a lo lejos a los otros desquiciados miembros de su grupo. Cualquiera pensaría que Mila o Leo iban a estar tristes por abandonar a sus parejas pero se los veía más animados que de costumbre.
Una vez que ya tuvieron todo el extenso equipaje, salieron del aeropuerto en dirección a la estación del metro más cercana. A Yuri le entristecía un poco no poder tener su pantallazo a París -además porque era plena noche- pero esperaba los días que siguieran pudiera conocerla a fondo.
Quizás era la nostalgia y el miedo al final del viaje lo que le hacía tener mucha incertidumbre sobre los siguientes días. Yuri temía que no fuera tan maravilloso como los demás días, o que todo se fuera al garete en tan pocas horas.
Esperaba él no cagarla. Por mucho que se dijera a sí mismo que estaba intentando cambiar, si la situación lo ameritaba no siempre podía contener su lengua o sus estúpidas acciones que lo arruinaban todo, muchas veces.
Los tíos de JJ tenían un departamento con buhardilla en el corazón del Barrio Latino. La razón se debía a que Charlize Leroy, la hermana de su padre, se casó muy joven con un hombre francés mientras hacían el doctorado en la universidad La Sorbona. No tenían hijos y viajaban por el mundo la mayor parte del año por lo que el pequeño piso que compartieron en su juventud les era suficiente.
Yuri sentía un pinchazo con todas esas historias de romances internacionales: los ancianitos en Dublín, Yuuri y su marido Viktor en Budapest más ahora sumado los tíos de JJ. De alguna manera eran tanto esperanzadoras como desoladores: porque te hacían creer que era posible pero te llenaban de miseria si no eras capaz de superar los obstáculos como ellos.
JJ tuvo que hablar con el portero del edificio unos momentos y contarle sobre quién era pero no tuvo problemas con ello. Su tía ya estaba al tanto de la visita -y la pobre al parecer no tenía mucha idea de cómo era su sobrino- por lo que dejó instrucciones al portero de la noche así les entregara la llave de repuesto.
Tenían un pequeño supermercado 24 horas justo en diagonal al edificio por lo que Mila y Otabek se cruzaron para comprar un poco de comida chatarra antes de echarse a dormir para empezar el día. Aunque para Yuri la noche se contaba ya casi perdida porque entre retirar las maletas y viajar en metro, ya se habían hecho las cuatro de la madrugada.
Con las llaves en alto, JJ regresó hacia donde estaban amontonados sus amigos y con los brazos extendidos mientras inspiraba fuertemente como si quisiera oler toda la esencia de París en aquella bocanada de aire.
-Hacía tantos años que no la visitaba. Es mi ciudad favorita en el mundo -dijo sonriente.
-Puede que lo sea para todos, al final del viaje -agregó Mila mordisqueando unas patatas saborizadas de tubo.
Yuri, más que ninguno de los otros, lo esperaba también. Tenía la sensación de que las cosas podrían salir muy bien... o muy mal.
Pasaron rápido las horas hasta que salió el sol, entre risas, snacks y algunas dormitadas que acabaron en bromas pesadas. Se sentía como algo con lo que Yuri había vivido siempre, ya ni siquiera siendo capaz de imaginar cómo era su vida antes de tener un grupo de amigos.
Mila, Leo y JJ decidieron quedarse a dormir un poco más, pero Otabek propuso a Yuri el salir a desayunar por algún lugar con vista al río Sena, comiendo croissants y bebiendo un muy azucarado café. Yuri no iba a negarse a ello por ninguna razón.
Cada uno se dio una rápida ducha -Yuri muriendo por unos segundos en cuanto vio a Otabek salir en toalla- y se dirigieron a recorrer lo más hermoso de París, juntos y sin soltar la mano del otro.
-Hay muchos lugares que quiero visitar contigo -dijo Otabek con una sonrisa hacia Yuri.
-Hay muchos lugares que quiero visitar y tan poco tiempo...
-Descuida, haremos valer el tiempo. Montmartre, la Torre Eiffel, Notre Dame, el Jardín des Tuileries, el Louvre, los Campos Elíseos... -a Yuri le conmovió demasiado la pronunciación francesa de Otabek. Después de todo, vivía en Canadá; un país bilingüe.
-El Moulin Rouge -completó Yuri con un gesto malicioso.
Otabek arrugó las cejas divertido.
-¿Algo en especial que quieras ver ahí?
-Ah, no sé. Tú sabrás...
Yuri estaba recordando la noche en Ámsterdam, cuando el stripper Chris había convencido a JJ de desnudar a sus dos amigos para ofrecerlos en la vitrina de un club. Era divertido y nostálgico, como recuerdos de algo que ocurrieron hacía tan poco se sentían a la vez tan lejanos de su alcance.
Lo primero que hicieron fue lo prometido, es decir: desayunar de manera abundante. A pesar de que habían comido como animales durante la madrugada, ninguno tuvo problema en probar varias de las delicias francesas que eran ofrecidas en un diminuto bar muy vintage, decorado con flores adentro y afuera.
Por primera vez también a lo largo de todo el viaje, Yuri y Otabek consiguieron unos pases para el autobús turístico que te dejaba en los puntos más importantes de la ciudad además de ofrecerte una audioguía en muchos idiomas disponibles.
Yuri presionó la que estaba en japonés al azar. Empezó a reírse de la nada mientras Otabek lo miraba con cierta confusión.
-Oh Dios, siento que toda la hora dicen sushi, arigato, kawaii... -exclamó con un bufido de burla.
-¿Kawaii? -replicó Otabek.
-Sí, ya sabes... como lindo y tierno.
Otabek parpadeó unos segundos, pensando lo próximo que saldría de sus labios.
-¿Así como tú?
-¡Oye, no! ¡No soy kawaii! -chilló dándole un golpe en el hombro.
-Seguro, Yuri.
-¡Otabek!
La pelea no pudo prolongarse mucho ya que desde el piso de arriba sin techo del autobús podía observar a lo lejos el Jardín de las Tullerías, que desembocaba exactamente en la pirámide de cristal del Museo del Louvre.
El corazón de Yuri latía con excitación por bajarse y recorrerlo todo. No dudó en arrastrar a Otabek hacia abajo y presionar impacientemente el botón así el conductor frenara. Dio un salto mientras el vehículo seguía en movimiento, que pudo clavar victorioso gracias a sus piernas larguiruchas.
Otabek, pese a que era apenas unos centímetros más altos, tenía las piernas cortas. No le era tan fácil seguir el ritmo emocionado de Yuri que casi iba trotando a través del Jardín, de un verde tan intenso que podía sentir la vida rebosando de él.
-¡Apúrate, Otabek! ¡No seas abuelo! -exclamaba Yuri a una buena distancia.
Aquello pareció molestar al kazajo, para su sorpresa, que aceleró considerablemente la velocidad hasta que Yuri ya no pudo quitárselo de encima cuando sintió sus brazos rodearlo por la cintura, su pecho apretando su espalda y sus labios cerca de su oído, enviándole un escalofrío que le erizó los vellos de la nuca.
-Si no te derribo es porque estamos en público.
Yuri trataba de ocultar su turbación con una sonrisa arrogante. Al menos Otabek no podía verle las orejas sonrojadas.
-¿Es que París te ha transformado de repente? -le preguntó con un tono sugerente.
Pudo escuchar la risa de Otabek mientras su mano se deslizaba de su cintura hacia su estómago. Parecía un abrazo simple y amistoso para cualquier otro, pero a Yuri lo estaba prendiendo en mil llamas el contacto. Recordaba la noche del cumpleaños de Leo en la discoteca de Venecia, donde habría desnudado a Otabek de no ser por la gente que los observaba.
En ese momento se sentía exactamente igual.
-No me ha cambiado sólo París, Yuri. Ese has sido tú.
Se separó entonces de su cuerpo y comenzó a caminar en línea recta hacia el Louvre. Yuri estaba maldiciéndolo mentalmente ya que, luego de su pequeño lapsus, se dio cuenta que todo, todo había sido adrede de parte de Otabek para poder avanzar más que él.
No se iba a quedar sin su venganza.
Se tomaron muchas fotos en el Jardín y también con la pirámide de cristal, Yuri fingiendo que la tomaba por la punta y luego obligando a Otabek a que hiciera lo mismo. Las mejillas ya le dolían de tanto reírse a carcajadas maliciosas por los intentos fallidos del kazajo por conseguir la pose ideal.
-Debo darle la razón al idiota de JJ sobre que eres pésimo con las fotos -dijo mientras se secaba una lágrima.
-No es que sea pésimo... él es muy fotogénico -frunció las cejas-. De hecho todos lo son. A veces temo arruinar sus fotografías.
-Yo creo que le das el toque especial.
Otabek no dijo más nada sino que ofreció su brazo para que Yuri se lo enganchara mientras caminaban por los alrededores del Louvre. Habían coincidido en que los museos quedarían para el final ya que tomaba demasiado tiempo recorrerlos y París tenía un sinfín de maravillas que ofrecerles.
Siguieron su camino de regreso por el Jardín de las Tullerías hasta la Plaza de la Concordia, el punto de inicio de la avenida más famosa del mundo: los Campos Elíseos.
-Ese obelisco de allá fue traído desde Luxor, Egipto -le contaba Otabek con los ojos brillantes señalando al monumento con la punta y jeroglíficos en color oro-. Bueno, en realidad lo tomaron pese a que el pueblo no estaba de acuerdo. Pero a los franceses les gusta decir que fue un regalo del gobernado Mehmet Alí.
-No me sorprende para nada -gruñó Yuri-. A los europeos les encantaba robar cosas.
-Yuri, tú eres europeo.
Yuri quedó en silencio, abriendo la boca varias veces e indignándose por no saber que responder.
-¡Solo a medias!
Tenían varias calles que recorrer a través de la avenida antes de llegar al Arco del Triunfo, el punto donde ésta culminaba. Mientras más se acercaban al lugar clave, Yuri pudo observar como las tiendas y las marcas que estas ofrecían se hacían más y más lujosas. Chanel, Louis Vuitton, Versace, Gucci, Dior, Hermès, Giorgio Armani -Yuri volvió a llorar internamente por su gata- y muchas otras que no eran de ropa sino de rubros orfebres como Swarovski y Rolex.
-Ah, lugares en los que jamás podré comprarme algo -suspiró Yuri de forma soñadora.
-Te podrías casar con algún heredero millonario -propuso Otabek con voz burlona pero los gestos estoicos. De alguna manera eso divertía más a Yuri.
-¿Me estás diciendo que me case con JJ? -preguntó asqueado.
Otabek soltó una risa incontenible, que parecía habérsela estado guardando. Sus risas solían ser así: tranquilas y más placenteras porque eran del tipo que se le escapaban cuando ya no podía más.
-Tú lo has dicho, no yo.
-¡Ew, Otabek!
A pesar de todo, fue Otabek el que convenció a Yuri de que entraran en alguna de las costosas tiendas a observar la ropa o simplemente probársela porque sí.
La primera tienda fue Versace, donde Yuri encontró algunos sacos y chaquetas de los más curiosos que le hacían querer llorar mientras tiraba su triste billetera por alguna ventana. Tuvo que suplicarle a Otabek que le tomara fotos mientras posaba cerca del espejo con una chaqueta magenta y púrpura con los bordes llenos de brillos negros. Yuri sintió que el corazón le latía más fuerte pero de amor por esa prenda.
-Algún día -se dijo mientras volvía a colgarla en el perchero.
Quizás si hubiese llevado a JJ lo convencería de que la tomase por él. Después de todo, el mismo Otabek fue el que dijo que robar el tótem no había sido ni de cerca su acción más estúpida u osada -Yuri no necesitaba pruebas para creérselo, igual-.
Luego entraron a Armani por pedido especial de Yuri, a pesar de que el estilo se le hiciera muy sobrio para su gusto. Tiempo atrás le encantaba gracias a la influencia de Lilia y era por ello que la estúpida felina llevaba el nombre, pero en ese momento Yuri se sentía más alocado como para usar esos aburridos trajes oscuros.
Esos aburridos trajes oscuros que a Otabek le iban de maravilla, se corrigió.
No importaba que abajo llevara una triste camiseta blanca o que su cabello se hubiera despeinado un poco de tanto andar a pie a través de París: el traje le quedaba bien igual. Yuri hubiese usado todo su dinero para comprarle esa chaqueta si significaba que la usaría por el resto de su vida.
-¿Me queda bien? -preguntó algo tímido.
-Estás pasable -le contestó con desinterés. Otabek sonrió ya que parecía adivinar los verdaderos pensamientos de Yuri.
Salieron del local de la mano, ignorando por completo el gesto exasperado de la pobre empleada que miraba a la pila de ropa que esos dos ni se habían molestado en al menos tratar de doblar y mucho menos comprar.
Le siguió la tienda de chocolates suizos, Lindt, donde Yuri y Otabek solo entraron para tomar las muestras de bombones gratis. Yuri sintió que hizo una mueca bastante sugerente al sentir al sabor del chocolate explotar en su paladar, lo que causó que Otabek se aventurara a conseguir una pequeña cajita para él.
Bajó la vista para ocultar la sonrisa que quería regalarle. Estaba seguro, además, que si miraba a Otabek expectante se le enrojecería hasta el cuello.
-Gracias -musitó tras carraspear-. Si quieres uno...
-Los compartiremos esta noche -dijo Otabek rápidamente tomándole otra vez de la mano.
Faltaba demasiado para la noche, pero Yuri ya estaba emocionándose como un niño pequeño. Se encontraba suplicándole a los astros y los dioses que JJ quisiera salir de fiesta y arrastrara a los otros dos. No es que no quisiera aprovechar sus últimos días con ellos, pero se le hacía mucho más tentador pasar una noche a solas con Otabek aunque fuera jugando al parchís.
Solo tienes que controlarte, se decía a sí mismo.
Será pan comido, le gustaba mentirse.
Después del paseo en la avenida de los Campos Elíseos y el Arco del Triunfo, Yuri y Otabek se tomaron el autobús turístico en la parada que le pertenecía a dicha zona para dirigirse a una un poco más singular.
Mientras se dirigían a la zona roja de París, Yuri se dio cuenta que era un poco diferente a la de Ámsterdam: era mucho más sutil. Tal vez fuera porque era plena mañana pero no había vitrinas o escaparates con tarimas que esperaban ser usadas por personas con poca ropa. Aunque era innegable darse cuenta que acababan de llegar ya que la imponente construcción del Moulin Rouge se alzaba en frente de la plaza Pigalle.
-Así que este es el Moulin Rouge -dijo Otabek alzando las cejas-. Me imagino que se verá más imponente de noche.
-¿Por qué lo dices? ¿Estás planeando ofrecer un show?
Vio que Otabek lo miraba por el rabillo del ojo.
-¿O solo haces shows privados?
Yuri sabía que no tenía que provocarlo de esa manera, pero le era casi inevitable. Otabek no había vuelto a alejarlo y no sabía si eso era algo bueno o malo, pero también recordaba las palabras de Mila acerca de que Otabek sí quería estar con Yuri de aquella manera. Pensó que tal vez podría ser un pequeño incentivo.
Otabek se dio la vuelta y comenzó a caminar en dirección a la colina de Sacre-Coeur, que ya podía ser vista desde donde estaban. Tenía unas escaleras que se veían tan infernales como las del Partenón y Yuri no dejaría que lo engañaran a subir a pie otra vez.
Pero en el camino empezó a toparse con cosas un poco extrañas. Tienda tras tienda empezaba a ofrecer productos más eróticos que la anterior, con nombres y publicidades muy sugerentes en sus entradas. Y no era solo sino que también descubrió un cine triple X justo al lado de un McDonald's. Cayó en cuenta de que estaba en una calle llena de sex shops por donde mirase.
No había notado que estaba anonadado en su lugar observando hacia los locales de varios pisos en los que ofrecían todo tipo de juguetes u otros objetos destinados al placer. Se sentía un poco ingenuo o inocente ya que nunca en su vida había puesto un pie en uno de ellos.
-¿Yuri? -preguntó Otabek dándose la vuelta al percatarse de que no lo seguía.
Se giró hacia Otabek en el exacto momento que escuchó su nombre para que Otabek no observara hacia donde es que se dirigía su mirada. Por supuesto falló en el intento ya que los ojos se le desviaban hasta aquellas tiendas que tanta curiosidad le causaban.
A Otabek se le iluminó el rostro.
-Entremos a una -propuso.
-Uf, no es necesario, Beka...
-No seas tímido. Vamos.
Lo hizo entrar en la que parecía ser más grande de todas las tiendas disponibles, con tres pisos y ocupando a lo ancho el espacio de dos tiendas más pequeñas.
La mandíbula de Yuri se desencajó al ver todas las cosas que estaban ofrecidas.
Ni siquiera se imaginaba que podía existir tanto.
¿Por qué había tantas formas y colores de consoladores? Era un poco aterrador y, más que nada, perturbador. No quería comportarse como el niño virgen inexperimentado que era pero se le hacía inevitable imaginarse cosas muy extrañas que involucraban todos esos juguetes sexuales estrambóticos. Algunos parecían cuernos multicolor de unicornios, otros tenían dibujos animados en uno de los extremos.
Otabek tomó uno de ellos en sus manos, pero antes de que Yuri pudiera chillar algo quedó enmudecido al ver que de la punta opuesta salía algo lago y peludo, que identificó como una cola de gato.
Una maldita cola de gato. Estaba seguro que saldría de ese lugar dando una patada.
Incluso Otabek se había algo sorprendido ante ese objeto. Miró de reojo a Yuri pero las orejas se le colorearon tanto que tuvo que dejarlo de regreso apresurado en su lugar. Casi tiró todas las otras cosas del estante.
-Yo creo que mejor nos vamos al otro pasillo -carraspeó.
-Gran idea -coincidió Yuri apresurándose en irse.
Que tampoco es que fuera una buena idea, ya que ese otro pasillo estaba lleno de revistas y libros pornográficos, desde manuales informativos a historias muy gráficas y explícitas sobre cómo tener mejor sexo, probar nuevas posiciones o aprender sobre la estimulación de tu propio cuerpo.
¿Qué es este lugar infernal? casi gritaba.
-Creo que a Mila le gustaría mucho este lugar -dijo Otabek con las cejas fruncidas mientras hojeaba una de las revistas.
Yuri no se atrevía a observar el contenido de la revista. No tenía el suficiente valor porque no estaba seguro a la reacción involuntaria que tendría. Todo aquel tiempo sintiéndose mayor y preparado para que ese sex shop le quitara de un puñetazo esa idea.
-Los franceses están locos.
-¿Tú crees? En Canadá son igual de... exóticos -dijo finalmente Otabek. Yuri lo miró perplejo.
-¿Ya habías entrado a uno? -carraspeó para no quedar con un imbécil.
-Fui con los muchachos. Leo salió gritando. Teníamos como dieciséis...
-Puedo entender sus razones para hacerlo -habló Yuri. De repente estaba sintiéndose acalorado.
Otabek se veía entre burlón y enternecido.
-Estoy tan sorprendido como tú.
-Mira si te voy a creer -masculló cruzándose de brazos-. Te ves muy a gusto aquí -hizo un gesto despectivo hacia su alrededor.
Otabek alzó una ceja.
-Entonces no te molestará si me llevo alguna cosa.
Yuri trató de fingir un poco de arrogancia y superación. Él confiaba en que su actuación se vería convincente.
-Claro que no me molesta -agitó su cabello mientras se iba a otro pasillo.
Sintió los pasos de Otabek perseguirlo hasta un sector un poco más tranquilo. Allí había lubricantes y preservativos, de todos los sabores e ingredientes que uno pudiera imaginarse. Y mucho más aún.
Trató de calmar a sus impulsos mientras leía los gustos: chocolate, fresas, coco y banana, durazno, uva, nutella, caipirinha, whisky escocés, cigarrillo de menta, marihuana... ¿Quién se atrevía a comprar todas esas cosas? ¿Quién? Casi lo mismo pasaba con los lubricantes, aunque Yuri no encontraba tanto. Eso, sin mencionar los que tenían dibujos extraños.
-Yuri -lo llamó Otabek un par de metros más adelante-. Quiero que vengas a ver esto y me digas una cosa.
El corazón de Yuri se aceleró, pero no se dejó flaquear. Caminó a través de los tubos de gel lubricante y los paquetes de condones hasta donde estaba Otabek observando unos cuantos de ellos en particular.
Usó el dedo índice para señalar los que estaban más arriba, y a Yuri no le quedó de otra que ponerse en puntitas acercándose hasta el cuerpo de Otabek para poder leer. El calor que desprendía lo estaba martirizando pero aún así pudo leer las inscripciones en los paquetes.
Y no sabía si reírse o echarse a llorar por lo patético que sonaba: una de ellas rezaba come mi baguette, junto con un pan hacia arriba de forma muy sugerente u otra con ¿Quieres ver mi Torre Eiffel?
Era la clase de cosas que te darían vergüenza ajena o te maravillaría por completo. Y se imaginaba alguien que pensaría exactamente lo segundo.
-¿Te suena a alguien? -preguntó Otabek.
Yuri negó con exasperación. Al menos aquella estupidez lo había hecho olvidarse un poco de la turbación que sentía -más culpa de su acompañante que del lugar-.
-A tu nefasto y amado JJ -dijo con ironía. Otabek le sonrió.
-Se los voy a llevar.
-Fíjate si no hay algo por ahí para su única bola.
Otabek, que ya había tomado los paquetes de condones, se detuvo y giró hasta Yuri.
-¿Sí sabes que no tiene un solo testículo, verd-...?
-¡¿Qué?! ¿Ha sido todo una mentira...? -chilló Yuri- ¡Me niego a creerlo! ¡En mi mente ya tiene una sola!
-¿Tienes una imagen mental de sus bolas? -Yuri agitó las manos frenéticamente sobre su rostro.
-¿Por qué es que todos lo molestan con eso? ¿Y él incluso se ofende?
-Pasa que cuando éramos adolescentes, JJ quiso ligarse a una compañera nuestra antes de empezar a salir con Isabella. No estoy seguro de que le hizo o dijo a la chica... pero le pegó una patada ahí abajo tan fuerte que lo tuvieron que operar.
Yuri estaba que no podía salir de su estupor.
-Según los médicos no había pasado nada y seguía teniendo ambos... -no podía creer que Otabek mantuviera un gesto tan estoico mientras decía aquello- pero Mila lo encontró desnudo una vez y dice que le había quedado tan feo que parecía que tenía uno sólo.
No quería echarse a reír de la desgracia ajena, pero las risas estaban buscando ya derribar las puertas. Yuri acabó estallando en carcajadas maliciosas.
-Sé que es cruel, lo siento... incluso para JJ -se tapó la boca-. Pero oh, cielos... ni yo tengo esa puta mala suerte.
Otabek inclinó la cabeza y lo miró de forma divertida.
-Es bastante enriquecedor que hablemos de las bolas de mi mejor amigo en un sex shop.
-¿Sabes qué? Paguemos y salgamos de aquí. Me urge conocer París, no las bolas de tu mejor amigo.
Yuri había tenido suficiente por aquel día, el año y toda la vida. Demasiados tópicos sexuales, eróticos e íntimos para lo que estaba acostumbrado, así que antes de que Otabek pagara por los benditos condones él ya tenía un pie afuera.
Necesitaba mucho aire fresco.
Hicieron una pequeña parada para almorzar unos sándwiches hechos de verduras y varios tipos de queso francés con pan de baguette -Yuri recordó el condón a medio comer y casi se atragantó- para encontrar las energías antes de subir la colina de Montmartre donde yacía la bella basílica de Sacre-Coeur, que brillaba de un blanco perlado a la luz del sol.
Otabek accedió a que usaran el funicular para que Yuri no se agotara siendo que quedaban muchas cosas por hacer en el día. Apenas era de mediodía y no habían visto ni la mínima parte de la ciudad.
-Atrás de la basílica está el barrio de Montmartre -le contaba Otabek-. Es uno de los lugares más bohemios de París, casi como el Barrio Latino.
-Supongo que a ti y a tu amiguito Leo les encanta.
Otabek se rió con culpabilidad. No podía negar que tenía una vena artista: lo había comprobado ya en Londres la vez que lo vio actuar de Orsino, o las veces que habló de Shakespeare e incluso en Dublín mezclando su música. Llevaba el arte pintado por todo el cuerpo.
-Tú y JJ son más de los Campos Elíseos y sus grandes tiendas comerciales.
-¡No sé cuántas veces te he dicho que no me compares con ese imberbe!
Aunque, técnicamente, el imberbe del grupo era el mismo Yuri. Pero JJ se llevaba el premio a idiota inmaduro de todas formas.
-Él me ha dicho que pasaron una linda noche de colegas en Atenas. Fueron sus exactas palabras.
Yuri se mordió la lengua ya que no tenía forma de negar eso. No podía mentir que no le había gustado su noche amistosa al lado de ese tonto porque la verdad era otra.
-No estuvo mal... ¿Feliz? Mira que ya hemos llegado arriba.
-Para la bajada iremos por escaleras -lo regañó Otabek-. Me gustaría pasear por el pequeño mercadillo.
Ambos se bajaron del funicular junto a otro grupo de turistas que entraban y salían del interior de la basílica. A pesar de que Otabek no fuera cristiano, supo deleitarse con la belleza arquitectónica y visual de todo el interior de esta. Yuri igual pensaba que cualquier persona sin importar su religión debía maravillarse por la belleza que derrochaban en cada uno de sus rincones y huecos.
El resto del barrio de Montmartre y el mercadillo debajo de la colina eran tal como Otabek decía: bohemios y juveniles. Yuri no podía explicarlo pero se sentía ese toque en el aire y en cada objeto que veían dispuesto para vender. Hasta los bares se veían del mismo estilo, entre antiguo pero con su toque de modernidad.
Yuri iba con los ojos zumbando por todos lados hasta que sintió la mano de Otabek posarse cerca de su cintura y atraerlo protectoramente hacia sí. Casi dio un salto ante su toque y más aún cuando habló cerca de su oído.
-Es un barrio algo peligroso -se excusó.
-¿Y cómo es que sabes eso? -preguntó un poco agitado pero sin alejarse de Otabek. Él lo miró sorprendido.
-Porque me he informado un poco de la ciudad y todas sus zonas. He hecho en todos los destinos, ¿tú no...?
Yuri se sentía un bruto e ignorante por decir que no. Un mes fuera de casa y aún seguía sin dimensionar los peligros del mundo exterior.
Incluso cuando abandonaron Montmartre en dirección a la próxima parada del autobús turístico, Otabek no dejó de agarrarlo de manera que luciera como suyo, protegido. Yuri no estaba seguro si le gustaba o no. Él no quería ser visto como alguien débil que necesitaba de otro más fuerte que lo cuidase pero también era bonito que Otabek se preocupara por su seguridad, ya que de alguna manera le estaba diciendo que le importaba su bienestar.
Aquel último pensamiento fue el que ganó, que lo mantuvo hasta que tomaron asiento en el techo sin cubrir del autobús con destino hacia la iglesia de Notre Dame, la catedral de Nuestra Señora de París.
Notre Dame, como todos los monumentos de París, estaba lleno de turistas. La fila para entrar era casi kilométrica y cada vez que Yuri la observaba se le pasaban un poco las ganas de conocer la catedral por dentro, pero Otabek lucía bastante ilusionado por hacerlo y se sacrificaría entonces por él.
Yuri se detuvo en observar las gárgolas que decoraban la fachada gótica, desde poco más arriba del intrincado arco de entrada hasta arriba, a los 69 metros de altura que poseía -aunque esas no podía observarlas ya-. Las criaturas eran de lo más espantoso, quimeras y trasgos, diablos y aves de rapiña, todas en posición o gesto burlón, como si se mofaran de los pobres turistas que no podían observar la bella París desde la posición en que estaban.
Otabek también las observaba; las gárgolas eran probablemente la primera cosa en que posabas tus ojos al momento de llegar a Notre Dame.
-Solía decirse que las gárgolas servían para ahuyentar a los pecadores y a los malintencionados -le contó Otabek-. Aunque la verdad es que sirven para evacuar agua de los tejados cuando llueve. Por eso todas llevan la boca abierta.
-Pues qué manera de matar el misticismo...
Aunque eso no quitaba que siguieran viéndose peculiares y muy aterradoras para los niños. Esa era la magia del estilo gótico que parecía abundar en París.
-Todavía no puedo creer que esté aquí -le susurró Yuri en el momento de entrar a la catedral-. Uno la ve en fotografías, en las películas y... cuando llegas te sientes parte de una de ellas.
-Es casi como un sueño -completó Otabek-. Pisar París se siente como flotar en la fantasía misma.
-Supongo que para los parisinos no es la gran cosa -se encogió de hombros-. Solo una catedral polvorienta con unas gárgolas aterradoras.
-Ah, es que no saben ver la magia de su ciudad, o sienten que se ha perdido entre la cotidianeidad. Para ti debe ser así cada vez que atraviesas la Plaza Roja de Moscú, observar las cúpulas multicolores de San Basilio ya no debe sentirse como un sueño hecho realidad.
-La verdad es que jamás lo fue -confesó apenado-. Moscú es como una extensión mía, o de cualquier moscovita en general, y es extraño pensar que alguien pueda verla de forma mágica ya que se siente como si me vieran a mí de esa manera.
-¿Y crees que no hay gente que podría hacerlo? -preguntó en un tono indescifrable.
Yuri ya podía imaginarse un poco para dónde es que apuntaba la conversación. Decidió no responderle y observar con ahínco a la estatua en conmemoración de Santa Juana de Arco, la joven muchacha que luchó por su país contra los ingleses y acabó siendo condenada por ello. Trató de imaginársela. Tenía poco más que Yuri al momento de morir y su edad a la hora de salir a la batalla en nombre de Francia.
Era extraño, como algunos se animaban a morir por la patria y otros como Yuri la observaban casi como una cárcel. Tan ansioso por irse y jamás volver de Rusia, ¿eso lo hacía peor persona? Sabía que no tenía punto de comparación, ni la época ni nada pero estaba seguro que el amor que Juana de Arco sentía hacia su lugar era lo mismo que a Yuri le faltaba. Ella también podría haber visto a su país como una cárcel que no la dejaba luchar por sus ideales pero se hizo su propio camino a la libertad.
Yuri, en cambio, había tenido que escapar para poder apenas rozar ese sentimiento de liberación. Se preguntaba si Otabek también se sentía de esa forma estando lejos de Kazajistán. O si tal vez tendría la determinación de Juana de Arco para hacerse libre a sí mismo en medio de los barrotes invisibles.
-Estás muy pensativo -dijo Otabek mientras empezaban a subir los escalones hacia la azotea.
-No es nada -bufó de manera divertida así no desconfiara-. En las iglesias se hace silencio, ya sabes.
-¿Tú llamas silencio a lo que había allí abajo? -arqueó Otabek una ceja- Las mezquitas son verdaderamente silenciosas, y eso que también están llenas de turistas en muchos casos.
-Es que es distinto. Nadie toma en cuenta al cristianismo en los últimos días y se lo ve más como un monumento turístico que un lugar de respeto.
A Yuri le apenaba admitir que era de ese tipo, pero la verdad es que no mentiría acerca de sus creencias o intereses.
-Ahí tienes razón -Otabek se rascó el mentón-. Debo admitir que me gusta más el ruido de esta catedral que la avasallante quietud de la mezquita a la que solía ir en Toronto. A veces es el silencio el que molesta más ya que deja que sea tu cabeza la que te aturda.
El celular de Otabek comenzó a sonar con algo de insistencia. No era la primera vez en el día pero el kazajo colgaba sin importarle quien fuera el interlocutor. Yuri pudo husmear esta vez que se trataba de JJ.
Otabek volvió a colgar, antes de guardarse el teléfono en el bolsillo de la chaqueta.
-Algunos no entienden el mensaje a la primera -dijo con un poco de complicidad hacia Yuri.
-No me hagas decir algo ofensivo respecto de tu amigo, porque sabes que lo haré.
-El pobre no capta las indirectas. Supongo que acabará cansándose o encontrará algo que hacer con los otros dos.
A Yuri le halagaba y mucho, que Otabek decidiera pasar sus horas en París solamente con él. No sería tal vez lo mismo con las molestas presencias del resto, hablando sin cesar o acotando cosas sin sentido. Quizás se formaran más silencio y baches en la conversación pero ciertamente era del tipo que le gustaban.
Al parecer a Otabek también.
París se desplegaba ahora ante su campo de visión. La Torre Eiffel a lo lejos, como una diminuta construcción que pinchaba las esponjosas nubes del cielo. El río Sena, mucho más imponente y cortando al medio la ciudad pero uniéndola a través de sus preciosos puentes.
-Se siente como si aquí comenzara todo -dijo Otabek mirando con los ojos llenos de anhelo. Se sacudió la cabeza como si acabara de recordar algo-. Aunque, en realidad...
Sin dudarlo, tomó la mano de Yuri y los condujo a las escaleras de regreso. Yuri quería mascullarle que qué estaba haciendo, que aún no acababa de admirar París y que encima seguía cansado de pasear por tantos escalones.
En unos cuantos minutos estuvieron otra vez en el interior de la catedral y caminaron a paso veloz entre los turistas hacia una de las salidas, que los llevaba al lado izquierdo de toda la construcción. Allí afuera había apenas menos turistas que en la entrada pero Yuri se percató de que había varias estatuas: el fallecido papa Juan Pablo II la más notable de ellas, que congregaba a un pequeño grupo de señoras rezándole con lágrimas en los ojos.
Otabek lo dirigió entonces hacia el lado de atrás de la catedral, que también poseía una entrada -¿o salida?- y la puerta de acceso para el personal de mantenimiento o de la iglesia. Era como una pequeña plaza de adoquines y una estatua de Carlomagno a caballo en uno de sus límites.
Su acompañante empezó a investigar las inscripciones del suelo, frunciendo el ceño al no encontrar lo que parecía que estaba buscando. Yuri quería preguntarle qué diablos le pasaba pero no se veía tan amigable en ese momento.
-Tal vez esté adelante -masculló-. Vamos, Yuri.
Yuri soltó un resoplido y lo siguió de regreso al lado de la fachada, que aún tenía una fila kilométrica para entrar y muchísimos turistas -más que nada asiáticos- tomando fotografías desde cualquier ángulo.
Otabek parecía haber encontrado lo que buscaba porque empezó a dar zancadas hasta una placa en el suelo con forma circular que tenía una estrella de bronca en el suelo, con la inscripción alrededor de su forma:
Point zéro des routes de France
A Yuri se le escapó una risa asombrada.
-El punto cero -dijo finalmente.
-Exacto. Aquí es donde nacen las arterias de París y toda Francia -terminó Otabek-. El lugar donde comenzó todo.
-¿Qué no dicen que visita el punto cero significa que regresarás algún día a la ciudad? -preguntó recordando las palabras de Mila en Minsk.
-Solo hay una forma de averiguarlo.
Otabek alzó su pie para posarlo sobre aquel pedazo de suelo pero Yuri lo detuvo justo a tiempo. Los suyos no se habían movido ni un solo centímetro. El otro lo estaba mirando con un poco de estupor.
-No necesitamos eso. Podemos hacer nuestra propia suerte y regresar por nuestra cuenta a París.
Otabek parpadeó unos segundos ante aquellas palabras. Lentamente quitó su pie del aire por encima del punto cero. Yuri pensó que tal vez lo había herido de alguna manera, pero esperaba que comprendiera sus palabras.
No se necesitaban de leyendas o mitos que te ataran a hacer algo. Yuri y Otabek podían volver, tal vez en muchos años, a la ciudad que lo había comenzado -o tal vez terminado- todo.
Dependía ahora de ambos el cumplir las palabras. Y eso significaba mucho más para Yuri.
Especialmente cuando Otabek le regaló una última sonrisa, sin apoyar ni un centímetro de su pie sobre el punto cero.
Empezaba a atardecer mientras caminaban por las orillas del Sena. Como la luz bañaba todo en tonos anaranjados y rojizos, Yuri lo sentía parte de algún portarretratos vintage de esos que vendían por toda la ciudad. No le hacían la justicia necesaria, pero no había tampoco ninguna exageración sobre la belleza de la ciudad que intentaban plasmar.
Los aromas empezaban a inundar sus fosas nasales, desde las carnes asadas de los puestos callejeros, con el queso fundido y al pan recién horneado que se serviría junto a las cenas de los lujosos restaurants. Incluso quedaba un poco del olor dulzón de la infinidad de patisseries que colmaban las calles parisinas con sus preciosos escaparates llenos de postres y pasteles.
-¿Qué vamos a cenar? -preguntó Yuri en un tono que se escuchó como un gruñido- En serio que me muero de hambre. Ésta condenada ciudad...
-No creas que no estoy igual -dijo Otabek-. Pero hay un último lugar al que quisiera que vayamos.
-Júrame que no tiene escalinatas o me voy a arrojar por ellas a ver si llego rodando.
Otabek hizo una sonrisa mientras negaba con la cabeza.
-No tienes que hacer demasiado, de hecho. Estamos cerca.
-Ah, ¿así que ya estabas llevándome sin mi permiso, pedazo de descarado...?
Era solo un poco divertido molestar a Otabek, aunque no tanto como hacerlo con JJ, que siempre intentaba mantener la dignidad de alguna manera totalmente opuesta. A Otabek no le hacía falta. Y a Yuri le gustaba eso.
Caminaron enganchados por las veredas en donde los vendedores ambulantes comenzaban a levantar sus puestitos de artesanías o retratos. Las luces también se estaban encendiendo de a poco: primero los faroles, luego las casas y puentes, los monumentos al final. Ya podía observar la luz dorada con la que bañaba la Torre Eiffel a lo lejos. Su corazón anhelaba en secreto el visitarla cuanto antes. Nadie podría haberse negado a caminar entre la que fue la construcción más alta del mundo en su momento y que actualmente poseía el título de lugar más visitado en todo el mundo. Más que la Estatua de la Libertad o el Big Ben.
-Dobla en este puente -le dijo Otabek de repente.
Yuri iba tan absorto en sus pensamientos que casi tropezó con el primer escalón hacia el puente que Otabek le señalaba. Se tragó el insulto, aunque ahora que estaba en Francia se le daba un poco por aprender un poco de las palabras obscenas de aquel país.
El río Sena se veía precioso con la iluminación. Con Otabek se detuvieron a la mitad del puente y Yuri se soltó solo para acercarse más al barandal, apoyándose en este para mirar con más detenimiento al paisaje.
Fue entonces cuando lo notó, o más bien fueron sus piernas las que sintieron algo extraño al rozar con la pared metálica del puente. No era lisa sino que tenía una extraña textura irregular.
Eran candados. Cientos, tal vez miles de ellos incrustados en el enrejado del puente. De diversos tamaños y colores, algunos pintados y otros solamente llevaban letras entre sí.
-Es el Pont des Arts -dijo Otabek con su exquisito acento francés de Canadá-. Tal vez conozcas la pequeña tradición de este lugar.
-No, pero me la puedo imaginar -contestó con los ojos abiertos como platos hacia los candados.
-Aquí vienen todos los días cientos de parejas, amigos, familias... dejan un candado con sus nombres o algo que lo representen para luego arrojar la llave al río Sena.
Yuri empezó a respirar entrecortadamente.
-¿Por qué no has traído a los otros tres, entonces...?
-Quería hacerlo solo contigo.
Del bolsillo sacó un pequeño candado que sostuvo con la mano derecha, así como un marcador negro que tomó con la izquierda.
-Entiendo si no quisieras -dijo lentamente-. Quizás es injusto pedirte esto de mi parte, pero... no pude evitarlo en cuanto vi que los ofrecían en la caja del sex shop.
-¿Conmigo? -repitió con un hilo de voz, mostrándose lo más fuerte que le era posible.
-Solo si tú estás de acuerdo.
Yuri podía entender la inseguridad de Otabek sobre el tema. Dejar el candado podía ser una nimiedad pero su significado iba más allá de eso. Entendía que pudiera generar dudas ya que Yuri se iría en un par de días. Luego Otabek se iría. Y ya nada quedaría de ese mes recorriendo juntos por Europa más que los recuerdos.
Y el candado. Nadie podría quitarles eso.
Yuri se acercó hasta Otabek con decisión y le arrebató de las manos ambos objetos. Tenía los dos temblorosos pero no le costó demasiado escribir de manera descifrable una sola palabra antes de tenderle al kazajo para que completara la inscripción. Con una sonrisa, Otabek lo tomó e hizo lo suyo.
Yuri leyó entonces la obra final. Yura & Beka. Si no hubiese sido un terco orgulloso tal vez le hubieran saltado las lágrimas. Al menos en su cabeza podían hacerlo con tranquilidad.
Fue Otabek el que encontró un pequeño hueco entre un candado negro y otro rosado que llevaba varios nombres femeninos. Lo enganchó entonces para siempre, quitando la pequeña llavecita que se la tendió a Yuri sobre su palma extendida.
-Quiero que lo hagas tú -le pidió con una repentina timidez.
Yuri no se negó ya que asintió una vez hacia él. Sus dedos rozaron la tela de los mitones de Otabek cuando tomó la llave pero aún así sentía el calor que traspasaba de su piel en contraste con el congelado metal. Era tan pequeña, pero eso no evitaba que guardara todo un mundo de significados en ella.
No le dio una segunda mirada antes de dejarla caer en el agua del Sena. Ni siquiera supo dónde fue que ésta cayó ya que estaba bastante oscuro; solo esperaba que la mala suerte no hubiera hecho de las suyas haciendo que el objeto no cayera en el río sino sobre tierra firme. Al menos no lo sabría.
-Ahora, Otabek, vamos a cenar.
Le regaló una sonrisa, y antes de ofrecerlo su brazo para caminar fuera del Puente de las Artes, Yuri le echó un último vistazo al pequeño candado con sus nombres.
Le agradaba haber podido dejar su pequeña marca en París. Y, lo mejor de todo, es que era una compartida con Otabek Altin.
¡Primera parte de París! ¡Estoy tan emocionada! :'D
En este pequeño pedazo quise enfocarme más en que no solo los protagonistas descubrieran la ciudad (y algunos de sus sentimientos) sino también los lectores. Es imposible captar la esencia de esa mágica ciudad y se me hacía aún más difícil plasmar todo lo que en mi mente podrían estar sintiendo Yuri y Otabek.
Hice el intento, al menos c': con su toque de fluff y su toque de comedia... Porque ya conocemos la historia de las bolas de JJ jeje
Lamento haberme tardado un día más de lo que suelo hacer pero quería dar un toque especial al capítulo. De verdad espero les haya gustado. Y ya no puedo esperar de que vean la parte II, que por cierto:
¿Qué les gustaría que ocurriera en el próximo capítulo? Todo transcurrirá al anochecer y será la tan ansiada NOCHE en París. La respuesta de la Torre Eiffel se descarta ya que les digo desde ya que la veremos ya en ese capítulo.
Muchísimas gracias por todos los votos y comentarios <3 ¡No puedo creer que lleguemos ya a esta parte! Se siente como si fuera hace tan poco que la historia solo era un borrador en mi computadora...
Nos veremos muy pronto con el próximo capítulo c:<
¡Besitos!
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