Tan solo queda París

Yuri no regresó aún a Rusia. No. Quedaba mucho por hacer antes de volver a su antiguo hogar.

Lo que sí hizo fue asentarse en Budapest. Primero planeó que fuesen solo dos meses, pero luego fueron tres, cuatro, y cuando se dio cuenta ya había pasado más de medio año. El tiempo se le escurría de las manos pero era tan lento a la vez que Yuri casi ni se daba cuenta de sus días.

¿Quién diría que iba a terminar trabajando al lado del Yuri falso en un Ice Castle?

-Lo haces muy bien -le alabó Yuuri una mañana, cuando ya casi se cumplirían ocho meses de su estadía en la capital húngara.

Le respondió con un gruñido, por supuesto. Algunas cosas no cambiaban en él.

-Lo hago mejor que el vago de tu marido -contestó con molestia. Yuri se acomodó el flequillo drásticamente- ¿A dónde es que dijo que se iba?

-Me dijo que estaba preparando una sorpresa para nuestro aniversario -suspiró Yuuri con las mejillas algo sonrosadas.

-Qué asco.

Yuuri ignoró su comentario desdeñoso. Ya tenía bastante experiencia en tratar con alguien tan complicado como Yuri.

-¿Tú que harás? Recuerda que cerraremos el hostal esa semana -siguió diciéndole-. No quiero dejarte toda la presión a ti.

-A mí no me molesta -Yuri se encogió de hombros-. Pero no sé, tal vez visite Alemania que no conozco. O Eslovenia, ahí está un chalado que conocí una vez.

Yuri repasó en su mente los recuerdos de Austria, de aquel tipo loco con un maletín que tenía que entregar a su ex novia. Recordó lo mucho que había despotricado hacia él, pero al final del día casi había terminado entendiéndolo.

Jamás había podido decirle acerca del momento en que Anya vio el contenido de la maleta. Probablemente a Georgi no le importase. Andaría con esa otra novia suya o planeando alguna otra teatralidad.

A veces le gustaba fantasear acerca de todas las personas que se habían cruzado en su camino. Qué estarían haciendo o si seguían en esa misma parte del mundo. Recibía mensajes semanales de Phichit, con muchos emojis y fotos de Seung que le alcanzaban para toda una vida. Descubrió que la hostelera de Venecia era la hermana de Yuuri. Emil estaba en la universidad y viajaba mucho a Italia, donde Michele lo recibía en su pequeño apartamento y descubrían Roma a través de un floreciente amor.

La vida seguía para todos. Con altibajos, pero seguía.

Mila y Sara se habían peleado por varias semanas. Las cosas estaban bien ahora pero Yuri había tenido una intensa sesión de Skype con Mila, una de corazón a corazón.

Luego estaba la noticia de que JJ e Isabella iban a ser padres -sin planearlo, pero no por eso menos emocionados-, pero las cosas se cortaron abruptamente. Isabella tuvo un aborto espontáneo, y eso quebró un poco espíritu juvenil y travieso de JJ.

Yuri había volado hasta Nueva York una vez más con los pocos ahorros que tenía. No se había quedado más que cinco días pero él no podía dejar solo a JJ, aunque en voz alta nunca admitiría eso. Fue duro, muy duro. Pero sabía que el chico era fuerte y que tenía una vida por delante, que no por una caída significaba que no se volvería a levantar.

Él mismo se lo podía confirmar.

Con Leo y Guang las cosas eran un poco más luminosas. Cinco meses atrás, Leo había terminado su tesis en Ciudad de México y montó una gran fiesta por su graduación. A Yuri le hubiese encantado asistir, pero se contentó con darle una felicitación a su manera -"sabía que hasta un tonto como tú podía hacerlo"- y mirar las fotos en las redes. Guang Hong luego decidió que quería tomarse un año sabático de medicina.

A ninguno le importó lo que los demás dirían y se fueron de viaje como mochileros por Sudamérica. Si bien tuvieron percances y demás, Yuri sonreía cada vez que una de las fotos saltaba en su inicio de Instagram. En Chile, en Perú, en Brasil, en Argentina y en Ecuador. Trataron de colarse a Paraguay a través de la Triple Frontera pero acabó con ellos perdidos y Guang Hong llorando.

Eran historias que en un futuro podrían contar cuando se reunieran todos alrededor de alguna mesa llena de cerveza en quién sabe qué ciudad del mundo. Algún día, se repetía a sí mismo.

Más aún cuando veía las pocas fotos del perfil de Otabek.

Ya no estaba en Almaty desde hacía un par de meses, podía decirlo porque subía fotos con frecuencia y, aunque tuviesen poco detalles que revelasen su ubicación, Yuri sabía exactamente de dónde se encontraba el muchacho.

Murmuró aquella ciudad entre sus labios, casi sin darse cuenta. Notó que ya no le pinchaba en el pecho cuando pensaba en sus bulevares y su olor a azúcar quemada y café bien amargo.

Ahora cuando lo hacía, Yuri sonreía.

Quizás ya sabía a dónde dirigirse cuando Yuuri y su horrible marido se tomasen su segunda luna de miel. No tenía necesidad de un lugar nuevo.

Existía otro mucho mejor para redescubrir.

Hacer click en la pantalla del celular para comprar el boleto de avión fue sencillo. Subirse, no tanto.

Yuri había pasado toda la noche en vela preguntándose si era lo correcto. No estaba seguro de que fuese lo incorrecto pero tampoco sabía si sería algo provechoso. Era probable que echase para atrás todos los esfuerzos que había puesto en más de un año, desde la última vez que vio la ciudad del amor.

Pero las cartas estaban barajadas y también la suerte. Hacerse para atrás ya no era algo que existía en su vida, solo podía mirar para adelante y luego trabajar con lo que le tocase. Si era bueno, perfecto. Y si no lo era, se levantaría una vez más. Porque las caídas son proporcionales a las veces que te levantas, nunca debían superarlas.

Así que Yuri se decidió a meterse en aquel gigante de acero y soportar un vuelo de poco más de dos horas que se sintieron como la misma eternidad. El despegue se sintió lento y Yuri empezaba a creer que nunca aterrizarían.

Pero finalmente lo hizo. Y Yuri Plisetsky estaba, una vez más, de regreso en París.

La ciudad siempre te recibía con sus brazos abiertos: hermosa y única, pero con un toque que te hacía sentir como en casa. Quizás solo fuese él quien pensaba eso, pero era un sentimiento hermoso.

Lo más probable es que fuesen solo los recuerdos de los días dulces y los que no lo fueron tanto. Para Yuri, era la ciudad que marcaba un antes y un después en su vida, sin importar cuánto hubiese aprendido en todas las demás. Ya había visitado tres continentes pero nadie te advertía que la ciudad más cliché y trillada del mundo podía cambiarte para siempre.

-París -le dijo Yuri a la ciudad en su tono gruñón, como si le hablase más a una persona-, más te vale que ésta vez sea mejor.

Una respuesta hubiese sido genial, pero la musicalidad que le daban de regreso los sonidos urbanos podían actuar como una. Te estábamos esperando, podía fingir que le decían. Tu historia aquí no ha terminado.

Yuri hizo una sonrisa ladina, orgulloso de sí mismo de animarse a transitar solo, recordando las ubicaciones de tiempo atrás. Todo era lo mismo, pero a la vez lo veía distinto.

Una noche no es suficiente, seguía diciéndole París. Pero era su cabeza que ansiaba conocer todo lo que faltó; su alma de viajero que anhelaba por perderse de verdad en la capital francesa, en la gran ciudad del amor.

Las cosas pintaban bastante bien en ese momento.

Visitó el Museo del Louvre y se tomó una selfie con la Gioconda -pese a que estaba prohibido y más aún porque le enseñó el dedo medio-. También se coló en el museo de artes asiáticas de París, el Guimet y le mandó fotografías de todos los cuadros japoneses al otro Yuuri.

Nunca recibía una respuesta de él, sin embargo. Era Viktor quien contestaba con demasiados emojis o fotos del paisaje que estaban visitando en Madagascar.

-Estúpidos -se encontró musitando al teléfono.

Ellos y su tonto amor. Yuri agradecía no ser así de baboso, pero muchas veces se había encontrado envidiándolos, muy en el fondo.

También se acercó al Palacio Nacional de Les Invalides, donde estaba la tumba de Napoleón Bonaparte y que poseía unos curiosos jardines en su entrada.

Otras atracciones incluyeron la pequeña Isla de la Cité y cruzar una y otra vez los diminutos puentes que separaban el Sena del resto de París. Le trajo recuerdos, del único puente que no se atrevía a cruzar, al menos él solo. El ver los candados, en algunos por toda la valla metálica y en otros dispersos por ella, le rememoraron a una antigua promesa que, aunque pareciera que sí, él no se la olvidaba.

No dejó de hacer cosas que ya hizo en su primer y único día completo en Francia, como la Catedral de Notre Dame y también trepar a la Torre Eiffel -solo que en pleno día, de noche tenía todo un significado diferente.

Los Campos Elíseos seguían tan cool y costosos como esa vez, pero Yuri se dio el lujo de comprar algo en la tienda Armani, una de sus marcas favoritas. No era una sorpresa considerando el nombre de su gata. Más bien, debería llamarla la gata de su madre, ya que era con ella que vivía ahora y quien la cuidaba, rol en el cual Yuri falló estrepitosamente.

Tal vez cuando decidiera donde quedarse podría conseguir un nuevo gato -lo que no significaba que perdería el cariño por la suya, pero él soñaba con tener uno un poco más, bueno... feroz. Podría empezar con un nombre bien extremo.

-Tal vez Puma -se dijo a sí mismo mientras paseaba de regreso por la gran avenida, dejando atrás el Arco del Triunfo-. Aunque los tigres me gusta más. Pero...

Los escorpiones también molaban bastante. Bah, se regañó. Ya cuando tuviera el gato pensaría el nombre; ¿qué tanto problema? Si hasta podría nombrarlo Puma Tigre Escorpión y nadie estaría allí para decirle que era estúpido.

De cualquier forma, París, por su cuenta, se sentía increíble. Yuri miraba la ciudad con los ojos más abiertos y consciente de los detalles. Antes tenía otros en los cuales fijarse que, fundidos con el paisaje parisino, no hacían más que acrecentar la belleza que tenía en frente.

Pero ahora todo eso le pertenecía a la ciudad. Y lo agradecía, pero ese no había sido su único plan en la corta semana que pasaría en París.

Su mente divagó a otros lugares; ¿se estaría él imaginando lo que Yuri tramaba? No estaba ni seguro de que se preocupase por su paradero, pero sí que confiaba en que no imaginara que ambos caminaban bajo el mismo pedazo de cielo en esos momentos.

¿Cómo buscarlo sin ser demasiado obvio? Yuri no era un experto en la sutileza. Tampoco quería montar algún espectáculo, pero sí una sorpresa.

Su última visita lo había sido y el gesto desencajado en la mirada del otro le gustaba. No solo porque le daba cierto poder sobre la situación sino porque podía fantasear que una parte de él todavía zumbaba ante su presencia.

Tuvo una pequeña idea.

Una foto; un lugar del que casi se había olvidado pero que se bañó con el recuerdo en cuanto notó que estaba muy cerca de allí.

¿Serviría para enganchar la atención de él? Yuri quizás era muy confiado en ese aspecto. El otro podía simplemente pasar de largo.

Pero ya qué más daba. Si pasaba de largo, Yuri podía hacerlo también. No es que esperase algo más que un sorpresivo reencuentro para conmemorar la noche más significativa de su vida. Solo le quedaba esperar por ningún arrepentimiento en cuanto volviese a ver el rostro de Otabek. Lleno de juventud, una que le habían arrebatado en esa cama de hospital que lo vio por última vez.

¿O cuando fue la última vez que se vieron? ¿Cuándo le dio la espalda en esa misma ciudad? ¿O cuando se miraron a los ojos entre las sábanas perfumadas luego de una cálida medianoche enredados en la piel del otro?

Había tantas cosas por decir. Tantas cuentas por saldar. En ese momento podía decir que estaba pagándole su deuda a París, pero todavía quedaba la incalculable cuenta a la noche.

Ojalá no fuese lo suficientemente tarde para ello.

Mientras Yuri esperaba y los minutos pasaban en una mesa de La Petit Alsace, se empezó a impacientar y una pequeña parte de él, a arrepentirse.

Por supuesto no aparecería. Qué idea más tonta tuvo, ¿por qué tendría que haberlo hecho? Ya nada los ataba. Y, aunque se hubiese prometido no amargarse si las cosas salían mal, ahí estaba sintiéndose más molesto que en muchos meses.

Yuri quiso arrojar la carta del menú que le dejaron casi una hora atrás sobre las lujosas copas de cristal, a ver si observarlas resquebrajarse lo ayudase a sentirse menos frustrado.

Pero no lo hizo. Porque cuando estaba debatiéndose internamente -pero casi lo arrojó-, una figura le obstruyó la visión periférica, a la cual tenía acceso por el rabillo del ojo.

Se ahogó un jadeo de sorpresa, ya que poco a poco se había hecho la idea de que no aparecería y que todo fue en vano.

Pero llegó, y Yuri estaba sin atreverse a buscar su mirada porque no quería saber qué es lo que los ojos del otro reflejaban; ¿era acaso miedo?

No. Yuri Plisetsky ya no tenía miedo. Y no escapaba tampoco.

Así que, lentamente, alzó sus verdosos irises en busca del contacto de los pequeños ojos almendrados que tanto le habían gustado. Mientras lo hacía, observó su vestimenta: perfectamente ataviado para la ocasión, con un traje no muy formal pero que tampoco llegaba a ser tan casual. Lucía como si de verdad se hubiese querido arreglar, desprendiendo un aroma a loción y su cabello salpicado de la humedad típica de alguien apenas salido de la ducha.

La sonrisa sí que era natural, y se sentía como si Yuri la hubiese conocido de siempre. No era una persona que sonriera usualmente pero ahí estaba, dedicándole la curva en sus labios luego de tanto dolor y sacrificio.

Yuri sintió derretirse ante la presencia de Otabek Altin. Pero su exterior era firme y no se dejaba intimidar, mucho menos cuando el otro habló primero.

-Mis sospechas eran ciertas -dijo, su voz tan aterciopelada como un año atrás. Nada de la ronquera y la tristeza de Almaty.

Otabek lucía más vivo y radiante que nunca.

¿Cómo se vería Yuri a sus ojos? Esperaba que igual, solo que más feroz y seguro. Ya no quería ser el gatito adorable que enseñaba las garras ante la mirada de los otros. Había visto demasiado del mundo como para seguir siendo el indefenso.

-Pero qué casualidad -respondió Yuri, con la voz casi en un gruñido pero una sonrisa socarrona-. No imaginaba que te aparecerías por aquí.

Otabek arqueó una ceja y curvó la comisura de su boca, todo mientras tomaba el lugar en frente de Yuri. Se veía tan seguro, como si supiera que ese asiento estuvo destinado desde un inicio para él.

No era difícil discernirlo, tampoco. Yuri a veces era el rey de la obviedad.

-El mundo es un lugar tan curioso, en realidad -habló Otabek, sin ninguna necesidad de recalcarle a Yuri que fue él quien lo convocó; que el desesperado era el ruso y no el kazajo.

Pero probablemente no pensase eso. Después de todo, Otabek había respondido a su silenciosa invitación sin vacilar tanto. Y lucía casi como si hubiera estado esperando ello por siglos.

Un mozo se acercó rápidamente para tomar los pedidos, pero Otabek y Yuri estaban demasiado enfrascados en hablar sobre la curiosidad del universo -con toques de ironía, otorgados por el segundo- por lo que ni siquiera recordaba qué habían ordenado. Lo único que rescataba era la boca de Otabek moviéndose un par de segundo antes de que el mozo se fuera por completo.

-Y una botella de vino blanco -le dijo, en francés.

Ahora Yuri podía entenderlo. No, no tenía nada que ver con que había estado mirando una que otra película francesa u hojeando los viejos diccionarios de Viktor Nikiforov. De todas formas, seguro ese anciano calvo ni siquiera recordaba tenerlos.

-No he dicho que voy a beber -Yuri se cruzó de brazos, con una ceja arqueada- ¿Quién te ha dejado decidir por mí?

Otabek se encogió de hombros, con la boca curvada en una sola y pícara línea.

-Pues entonces te la podrás llevar a tu casa -suspiró el kazajo-. Yo ni siquiera debería beber un sorbo.

Yuri se regañó al instante por no recordar el pequeño detalle en la condición de Otabek.

-Pero aún así pediste la botella.

-Digamos que soy un poco sentimental -dijo calmado-. O me he vuelto un tonto llorón en los últimos meses. Estoy un poco sensible a todo.

Yuri esbozó una sonrisa incrédula.

-No mientas -lo retó-. Haré una denuncia si no regresan al Otabek estoico y que podía asesinarte con la mirada.

-¿A quién denunciarás? -trató de reír Otabek, tomando un pedacito minúsculo de pan de la panera frente a ambos.

-No sé, ¿a la vida?

A quien sea que te haya quitado lo que eras, casi completó Yuri. Pero él no podía estar del todo seguro.

El Otabek que tenía en frente, ¿era el mismo? Y si no lo era, ¿acaso le molestaba haber cambiado? Yuri lo había hecho. Y eso era algo de lo que nunca se arrepentiría en su vida.

Quizás no todos los cambios eran malos, así como no todo lo viejo era siempre bueno. Las cosas nuevas, después de todo, siempre eran una versión mejorada de todos los errores del pasado.

Por más de que extrañases lo de antes, nadie decía que no podías apreciar lo de ahora.

-La vida no tiene la culpa de todo lo que me pasa, Yuri -dijo Otabek con una sonrisa nostálgica-. Soy yo quien se lo busca. Y lo que no me busco, sigo siendo yo quien toma una postura ante ello.

Se removió sobre su asiento, algo incómodo ante aquellas ciertas palabras.

-Supongo que tienes razón -no le quedó más que coincidir-. Pero eso también significa hacerse cargo de las cosas malas que a uno le pasan.

-Pues no me arrepiento de nada -Otabek desvió la mirada-. Digo... todas mis decisiones me han conducido a este momento ¿por qué arrepentirme?

Yuri no quería hablar de decisiones arrepentidas ni tampoco de decisiones buenas. No estaba tan seguro de algunas de las suyas, por muy seguro que ahora se encontrase de la vida.

Así que decidió cambiar el tema a París, la vieja París y los lugares que había conocido. Otabek lo escuchó, largo y tendido, solo para hacer pequeñas acotaciones o recomendaciones a lugares recónditos de la ciudad, la cual ahora conocía gracias a que trabajaba allí desde hacía unos meses.

Tenía muchas preguntas para hacerle: por ejemplo, si su familia lo había dejado ir o fue Otabek más fuerte que ellos y se marchó para seguir con su vida, o qué tan solas pasaba sus noches. La última no era más un capricho suyo, una curiosidad que buscaba saciar con respuestas que no sabía si le gustarían.

La comida estaba deliciosa, y Yuri creyó recordar que habían pedido lo mismo la última vez. Él no era un experto en platos alsacianos, de todas formas.

Una vez que terminaron, sin hacer un brindis como la última vez -un poco para su pesar-, abandonaron la Pequeña Alsacia y se adentraron en la noche parisina, caminando lado a lado pero cada uno en su espacio.

Estaba fresco, o puede que algo más lo estuviese haciendo temblar.

-¿Quieres ir a la Torre Eiffel? -inquirió Otabek-. Nunca viene mal la vista desde arriba.

Yuri sacudió la cabeza. No, no venía mal una hermosa vista de París pero había otro detalle que quería saldar primero.

Una vieja promesa que había cumplido, casi sin darse cuenta. Solo le quedaba el último detalle.

-Vamos a Notre Dame.

Si bien Yuri no se sabía el camino de memoria, era inevitable reconocer los diferentes puntos que lo llevaban hasta la Catedral de Notre Dame. Detalles, apliques o viejas memorias que no recordaba pero que al parecer las tenía grabadas a fuego. A pesar de la oscuridad, podía verlo todo.

Otabek iba casi a su lado con un paso un poco apurado, probablemente ansioso. No dijeron palabra más que algún que otro intercambio tribal, ni tampoco cruzaron miradas. Cualquier persona que los viera podría haber dicho que no eran más que dos desconocidos.

¿Lo eran? Tal vez sí, ya que los dos estaban cambiados. Pero puede que esos cambios fuesen los que los unieran más que antes.

-Es una hermosa noche -escuchó suspirar a Otabek.

Yuri lo miró de reojo, pero el kazajo no le devolvía la mirada.

-Las noches en París parecen ser siempre hermosas.

Intentó que el énfasis en la palabra noche no sonase tan odioso. Otabek eligió no responderle a ello, si no que siguió su paso, adelantando incluso un poco a Yuri. Mejor, así sus ojos solo se encontraban en la espalda de Otabek y no en su profunda mirada, la que tan distinta y familiar se le hacía ahora.

Solo podía concentrarse en París, tan mágica e iluminada como antes. Quizás más que antes. Un año atrás, Yuri había tenido una sola estrellase que encandilase su mundo. Ahora eran cientos, millones, y no tenía vergüenza de admitir que él también podía brillar en la exótica noche parisina.

Eso era lo que te hacía el viajar, el conocerte, el correr y caer, experimentar y aprender que uno se tiene a sí mismo y nada más. Que todo, todo es pasajero como las ciudades que visitas durante unas tan ansiadas vacaciones, tan efímero como un anochecer y veloz como una estrella fugaz.

Si no era Yuri Plisetsky quien cuidaba de Yuri Plisetsky, ¿acaso otra persona lo haría?

De pronto, las dos torres de diseño gótico de la Catedral de Notre Dame, se alzaron frente a ellos. Primero algo lejos, luego más y más cerca. Yuri casi podía ver todos los detalles, desde las gárgolas hasta los diseños en el arco de entrada, aunque no estaba seguro si de verdad podía verlos o era su memoria la que completaba las piezas.

Otabek se movía delante de él, exactamente sabiendo hacia dónde quería ir Yuri. Y es que no había tampoco muchas opciones para visitar en plena noche.

Había unos cuantos turistas, la mayoría de ellos apostados a los costados del Sena; tomando fotos, besándose, riendo. Yuri se preguntó si sería la primera vez de algunos, y si otros solo estaban rememorando París con la mejor compañía.

-Yuri -escuchó la voz de Otabek-. Aquí.

No estaba rodeado de turistas ya que apenas se distinguía la inscripción en el suelo, pero para aquel que ya la conociese era inconfundible: Point Zéro des Routes de France.

Yuri sonrió sin darse cuenta.

-Al final, cumpliste tú mismo la promesa -Otabek le estaba devolviendo la sonrisa-. Tal y como querías.

-No iba a dejar que el tonto destino me robase todo el crédito.

-¿Estás seguro que no fue el destino el que nos trajo aquí en primer lugar y quien nos puso aquí ahora?

Yuri trató de rememorar: desde su escapada de Moscú hasta la canción en el aeropuerto que lo llevó a Londres, a un viejo hostal donde cuatro jóvenes adultos buscaban disfrutar de la vida y se metieron en su camino.

Tal vez Otabek tuviera algo de razón en sus palabras.

-Puede que el destino nos trajo la primera vez -empezó Yuri, bajando la vista al gastado punto cero-. Pero estoy seguro que ésta ha sido nuestra elección. Yo por venir y tú por responder.

Otabek ensanchó su sonrisa.

-Dijiste que fue una casualidad -trató de bromear.

-¿Eso dije? Seguro me confundí -Yuri agitó una mano sin darle importancia.

-Las casualidades son solo otra forma de llamar al destino.

-O tal vez son solo casualidades -bufó Yuri- ¿Qué importa cuál haya sido el motivo?

Otabek quedó en silencio unos segundos antes de volver a hablar:

-Tienes razón -coincidió con un asentimiento-. Casualidad o destino, he sido afortunado que te cruzases en mi camino cuando más lo necesitaba.

Yuri hizo un gesto altanero.

-Oh, puedes apostar qué es así, Otabobo.

El kazajo alzó las cejas con bastante sorpresa. Aquella mueca era impagable, y también bastante chistosa. Yuri se empezó a desternillar de la risa.

-¿Otabob...? -intentó replicar pero Yuri lo cortó.

-Ven aquí, Otabobo -movió sus dedos para que se acercase-. Te quiero decir algo.

Algo dudoso, Otabek dio un par de pasos al frente, justo para encontrarse con Yuri que también estaba acercándose. Verlo tan de cerca le alborotaba un poco más los pensamientos, pero ese no era su plan.

Otabek lo miraba con interrogación en su rostro, pero luego siguió la mirada de Yuri, que ya estaba clavada en el suelo.

Lo entendió al instante.

-Estamos parados en el punto cero -dijo con voz temblorosa- ¿Por qué?

Yuri se encogió de hombros.

-Quiero ver si el destino tiene una voluntad más fuerte que la mía propia.

-Eso es querer desligarte de las decisiones -Otabek se cruzó de brazos, juguetón.

-Tal vez. Me merezco un maldito respiro, ¿sabes?

-Esto ha sido un engaño.

-¿Y te vas a quejar? ¿Acaso te llamas Yuri Plisetsky?

Otabek rió, y Yuri tuvo que quedarse estático en su reducido lugar en el pequeño punto cero. Aquella risa le daba una calidez extraña, pero que no se le hacía tan mala.

-Y no te he engañado. Si hay algo que debo decirte... o pedirte, más bien.

Los ojos de Otabek brillaban ahora, y joder, brillaban más que la jodida París en todo su esplendor.

-Sea lo que sea, estoy dentro.

Yuri tuvo un déjà vu ante su respuesta y su pícara mirada. No estaba seguro de cuál momento en particular o si era de muchos, tantos que ni podía contarlos con la mano.

¿Lo bueno? Es que ya no dolía ni generaba nostalgia.

Se sentía jodidamente bien. Por primera vez en mucho, mucho, mucho tiempo.

Epílogo a continuación ->

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