Copenhague, la ciudad de la felicidad

Porque es hora de regresar con mi familia, aunque a mí y a ellos les pese.

Esa había sido la respuesta de Otabek en el planetario de Ámsterdam. Ahora habían abandonado la ciudad pero Yuri no podía dejar de darle vueltas al tema ya que esa frase se repetía una y otra vez en su cabeza.

Ámsterdam fue divertida pero duró poco. El grupo se encontraba recorriendo Copenhague, en Dinamarca, deleitándose de la belleza nórdica. Aquella ciudad había sido elegida por Otabek y la verdad es que no le sorprendía a Yuri. Era hermosa y calmada, exactamente igual que él. Y su vida nocturna no parecía ser tan salvaje como en Holanda a pesar de las inhumanas cantidades de cerveza que se bebían y las drogas blandas consumidas.

El grupo estuvo paseando la primera parte de la mañana por la famosa peatonal Strøget. Yuri fue secuestrado por Mila para que la acompañase a un sinfín de tiendas de lencería y otros artículos que él no tenía interés de adquirir. La chica insistió en regalarle unos bóxers con estampados de animal print. De allí, consiguió zafarse de esa loca por las compras y así dirigirse con el resto del grupo hasta la bahía del puerto para ver lo que debía ser la atracción más famosa de toda Dinamarca.

-Así que... esta es la sirenita de Copenhague -declaró JJ.

-Pues sí -le contestó Leo-. Sé que no es tan asombrosa como se piensa.

En efecto, no lo era. Ninguno tenía mucha idea de Copenhague pero en lo que sí coincidieron los cinco fue el de ir a visitar la dichosa sirena que había sido inspirada en el cuento homónimo de Hans Christian Andersen. Ahora descubrían que ni lucía como sirena y mucho menos era imponente.

-Tiene piernas -notó Yuri- ¿Dónde está la cola de pescado? ¡Esto es una estafa! Que Dinamarca me rembolse los pasajes.

-Yuri, cálmate -pidió Otabek.

-No, Yuri tiene razón -coincidió JJ- ¡Vamos a vengarnos contra esta estatua infernal haciendo vandalismo!

-Ah, no ¡Eso sí que no! -chilló Leo.

Los siguientes minutos consistieron en una pequeña pelea entre los hombres presentes. Mila, en lugar de sumarse como solía hacer, se dispuso a agarrar su teléfono para tomar algunas divertidas selfies con La Sirenita de fondo. Yuri chasqueó la lengua.

-¿Qué? Me gusta Ariel. Es pelirroja.

Para apaciguar las aguas, Otabek propuso ir a almorzar. Era increíble como todos se calmaron de repente; la comida de verdad era un nexo que unía gente alrededor de todo el mundo, pensaba Yuri.

Compraron algo llamado smørrebrød y que, a pesar del extraño nombre, tenía una muy buena pinta. Consistía de una rodaja de pan negro de centeno cubierto de mantequilla y coronado con muy diversos y frescos ingredientes: vegetales en hoja, tomates, fetas de salmón o arenque, mariscos o queso frío. Yuri acabó lamiéndose los dedos cuando nadie lo veía. O al menos, eso pensó antes de escuchar la risita de Otabek.

-Yuri, si tanto te gustó te puedo ir a conseguir otro.

Yuri, que tenía el dedo índice entre los labios, corrió el rostro completamente avergonzado del campo de visión de Otabek. No quería quedar como un glotón pero la verdad era que se había quedado con ganas de más. Lo vio tomar la mitad que le quedaba de su smørrebrød y partirlo, extendiendo un pedazo hacia él.

-¡Eh! Así no se vale -se quejó JJ con la boca llena.

-¡Ni siquiera has acabado el tuyo! -le recalcó Mila.

-Bueno, pero es que yo sé que voy a querer más cuando lo acabe.

Leo, el único absorto en su actividad, acababa de apoyar sobre la bandeja plástica el último pedazo que le quedaba del bocadillo pero ese fue el inicio del horror. Como estaban cerca del puerto de Nyhavn era obvio que revolotearían por allí un montón de gaviotas. Algunas inofensivas, otras mucho más descaradas y violentas.

Y una de ellas sobrevoló sobre la cabeza de Leo hasta que consiguió arrebatarle la comida.

-¡No! -lloriqueó el chico después de pasado el shock inicial.

Tanto Mila como JJ se desarmaron en crueles carcajadas. Otabek tuvo que desistir de dar parte de su porción para ofrecérsela al pobre y desconsolado Leo.

-Con la comida no se juega -dijo enfurruñado.

Yuri le daba la razón. Pero eso no quitaba que lo hiciera sentir algo mejor el ver que no era el único con una mala suerte nivel cósmico.

Dinamarca no tenía una sede del Ice Castle, la cual era una ironía según Yuri ya que no podía concebir que en un país nórdico no existieran. En cambio, acabaron en un hotel de mejor lujo en el que consiguieron descuentos debido a que era donde los pilotos de Air Canada se alojaban cada vez que viajaban a Copenhague. La habitación esta vez era una quíntuple, para su suerte y desgracia.

¿Lo mejor de todo? Le había tocado la cama que quedaba al lado de la de Otabek. De Otabek y JJ, en realidad, ya que los dos mejores amigos compartían la cama matrimonial. Yuri intentó no sentir envidia de ese gigante.

-Creo que ya sé a dónde podemos ir mañana -justo dijo el chico.

-Estoy teniendo un horrible déjà vu tras oír esas palabras.

-¡Les juro que les va a gustar!

-Esa también la he escuchado -complementó Otabek.

La noche siguió, no tan tranquila como quizás Yuri hubiese querido. El problema del baño privado era que todos los hombres presentes se pavoneaban en toalla y no tenían decoro en vestirse en frente de los demás. Yuri se puso a chillar cuando JJ dejó caer la toalla en el suelo, enseñándole las nalgas al mundo.

-¡Hay una mujer presente! -exclamó Yuri, molesto y horrorizado.

-¿Hm? ¿Yo? -inquirió Mila quitando la vista de su teléfono- No te preocupes por mí, igual no me gustan los penes. O no todos. El de JJ puedo asegurarte que me da asco.

-¡¿Cómo?! -masculló el nombrado mientras se terminaba de poner los bóxers- Eso porque no lo has visto en batalla.

Yuri estaba sintiendo demasiada vergüenza ajena de ese tipo. Todos los días la sentía pero a veces se pasaba de la raya.

-Y difícilmente lo haga considerando que se muere antes de entrar a la lucha.

-¡No soy...! Ugh -gruñó. Tomó una remera y pantalones para entonces dirigirse a la puerta- Me voy a conseguir un bocadillo. No tengo ganas de estar con ninguno de ustedes.

-¡Adiós! -canturreó Mila.

JJ se fue dando un leve portazo, pero Yuri seguía sintiendo un profundo malestar a causa de su trasero al viento. Pensó que necesitaría ver mil imágenes de gatitos adorable para borrar aquello de su mente. O quizás...

Ver a Otabek en toalla podría ayudar. Yuri ahogó un ligero jadeo al verlo salir del cuarto de baño, limpio y goteando. El kazajo se dirigió hasta su maleta por un poco de ropa y regresó a encerrarse, ignorando por completo la mirada de Yuri que lo perseguía.

-Podrías inundar el atlántico con toda esa baba.

-Cállate, bruja estúpida -espetó sonrojado-. La baba es culpa de la muerte cerebral que me causó tu amigo idiota.

-¿Cuál de los dos? -rió ella.

En ese momento Otabek regresó al cuarto, ya con una camiseta y un pantalón de dormir. Su cabello estaba húmedo y despeinado, y desprendía un delicioso aroma a shampoo. Antes de meterse en la cama le dedicó una dulce sonrisa a Yuri que le hizo olvidar el trauma de ver a JJ desnudo.

Y ahora esa nueva imagen era una que le costaría bastante olvidar.

Durante la mañana y la siesta del día siguiente se dedicaron a recorrer los palacios que se encontraban en la capital danesa. Christiansborg, Rosenborg, Amalienborg... Yuri casi esperaba que el próximo se llamase el Palacio del Cyborg pero solo estaban esos tres, para su pesar. Leo y Otabek, amantes de la historia, consiguieron convencer a los demás de visitar la Gliptoteca de Carlsberg -los daneses tenían algo con esa última sílaba- que se trataba de un museo lleno de esculturas y piedras grabadas que no le resultó tan aburrido. Podía ser que fuera Otabek él que lo hacía sentir que cualquier cosa que antes odiaba ahora se viera irremediablemente atractiva e interesante.

-Ahora, ¿me dejarán llevarlos a dónde yo quiero ir? -preguntó JJ.

-Creo que hoy tengo ganas de conservar mis pantalones -contestó Leo acomodándose la correa de la guitarra. Había insistido en cargarla alrededor de una ciudad del tipo que era Copenhague.

-Esto no es nada como el Barrio Rojo pero les encantará. Especialmente a ti, Leo. Ahora, por una vez en la vida confíen en mí.

JJ se había tomado muy en serio la visita a dicho lugar ya que sabía exactamente dónde tomar el bus que los llevaría. Tenía una sonrisa pícara y emocionada en su rostro, lo que hacía a Yuri deducir que aquella aventura probablemente incluiría cerveza y mucho descontrol.

Como el transporte iba lleno todos tuvieron que permanecer parados y agarrados del techo, a excepción de Mila que había conseguido un asiento. El problema era que Yuri no alcanzaba el techo y se sintió bastante estúpido. Apenas le faltaban tal vez dos centímetros para poder agarrarse. Sintió que Otabek, atrás suyo, le cogía fuertemente de la mano.

-Prometo no dejarte caer.

-Igual no lo necesitaba -dijo Yuri fingiendo desinterés-. Pero ya, si te ofreces...

El trayecto en bus siguió por unos cuantos minutos más hasta que JJ casi se desesperó al enterarse que estaban en su parada. Luego procedió a echarle la culpa a los otros por no decirle nada pero Yuri estaba muy tentado de golpearlo.

-No es como si hubiéramos sabido.

JJ comenzó a caminar en dirección a unos árboles, donde yacía un arco de madera no tan alto como se podría esperar de una entrada. Mientras se acercaban, Yuri notó que los mástiles eran en realidad troncos con rostros tallados como si fueran tótems -recordó el tótem robado e hizo una nota mental acerca de averiguar sobre eso- y un cartel en rojo bastante torcido rezaba:

CHRISTIANIA

Yuri -y los demás- hicieron una mueca algo extrañada al ver... eso a lo que JJ los había dirigido. Ni siquiera tenían un pie en ese barrio o lo que fuere y ya podía ver las casas dispuestas a modo de cabaña y tapadas de graffiti sobre el medio ambiente, el anarquismo y la libertad. El suelo era adoquinado y crecían todo tipo de exóticas plantas entre las grietas así como las casas iban tapadas de las grandes copas de los árboles.

Pero, por sobre todo, Yuri no podía evitar notar aquel dulzón olor que invadía el ambiente. Y estaba seguro que no se debía a pasteles o azúcar.

-¿Se puede saber qué es este lugar, JJ?

-¡Pues bienvenidos a la Ciudad Libre de Christiania! Un pequeño lugar cuasi independiente dentro de Copenhague... no pueden decir que no es toda una experiencia -dijo con orgullo.

-Me suena un poco al lugar en que los estudiantes de artes y filosofía se sentirían como en casa -Mila arrugó la nariz- ¡Entremos!

-¿Q-qué? Ugh... -exclamó Yuri al verla corretear junto a JJ. Leo se encogió de hombros y también los persiguió.

-Podría ser divertido -dijo Otabek a su lado, mirándolo de reojo.

Yuri simplemente rodó los ojos y lo tomó del codo, apresurándose a entrar en ese nuevo y extraño mundo que parecía ser Christiania.

Ahora podía decir que entendía la razón de que llamaran a Copenhague "la ciudad más feliz del mundo".

Y le atribuía la mitad de ese título a las drogas.

No permitiría que nadie le dijese lo contrario ahora que veía el libertinaje que se manejaba en dicha ciudad libre. La gente fumaba -y no tabaco- relajada en las banquetas dispuestas en las veredas mientras que otros yacían borrachos sobre la calle, en la cual no circulaba ningún auto. La vena principal de Christiania era una angosta callejuela llamada Pusher Street y desembocaba en una plaza de considerable tamaño que tenía dispuesto un escenario donde unos cuantos hippies estaban tocando la guitarra o rayadores de queso con un palillo. Yuri pensó que Leo iría perfecto allí.

A pesar del aroma a drogas, la ciudad era de un verde muy puro, lo cual ya era decir mucho considerando lo impecable que era el resto de Copenhague. Las casitas eran de muchos colores -rojo, amarillo, verde, azul claro- y ninguna de ellas estaba libre del arte callejero. Tenía un aire bohemio que le recordaba a los barrios estudiantiles de Moscú.

JJ desapareció unos minutos -una mala señal, como siempre- y regresó al cabo de unos segundos con algo escondido detrás de las manos. El canadiense les propuso sentarse en la azotea de una cervecería tradicional para que también pudieran picotear algo de comida. Nadie se negó, pero podía notarse la sospecha con la que todos miraban a Jean.

Una vez ya ubicados y con una vista que daba a toda la diminuta Christiania, Yuri se sintió pequeño. No pequeño de edad o tamaño sino más bien insignificante para el mundo. Casi como esa ciudad libre debía sentirse al estar ubicada en el corazón de una importante capital europea.

-Así que... ¿qué nos has traído? -curioseó Mila.

-Ah, nada muy extraño. Traje algo de hachís porque estaba más barato. La traen directo desde Marruecos.

Yuri giró la cabeza con estupor al escucharlo decir aquello. JJ dispuso entonces un pequeño paquetito transparente del cual podía observar su pastoso color así como un montoncito de finos papeles en forma de pequeños cuadrados.

Ninguno parecía darse cuenta de nada ya que hábilmente Mila comenzó a armar los pequeños cigarrillos, echando en cada uno un poco de las hierbas. Armó cuatro de ellos y los dispuso para ella, Leo y JJ. Pensó que el último se lo entregaría a Otabek pero a quien se lo ofreció fue a Yuri.

-¿Quieres?

-Eh...

-No estás obligado a hacerlo -intervino Otabek al mirar los ojos desorbitados de Yuri pegados al cigarrillo-. Si no quieres...

-¿Y quién dice que no quiero? -gruñó.

Lo arrebató entonces de los dedos de Mila. No estaba muy seguro de cuál de las dos puntas debía sostenerlo pero la chica rió mientras lo ayudaba. Yuri no quería ser un tonto niño inexperimentado. Sabía que ese motivo era la razón de un montón de locuras adolescentes que terminaban en tragedias pero él estaba allí, fuera de casa y lejos de sus padres, viviendo un poco del mundo exterior. Se sentiría un estúpido si no lo hiciera.

Fue Mila quien le encendió el papel y Yuri dio una bocanada corta para no arriesgarse a que el humo lo ahogara. Era distinto al tabaco, menos amargo. Yuri había probado de los cigarrillos comunes un par de veces a la salida de la escuela con los buscaproblemas de su grado. Él había deseado tanto formar parte de ese grupo que acabaron por invitarlo un par de veces pero parecía que su personalidad los había cansado con el tiempo. Durante años lamentó el no poder juntarse con la gente que creía era su tipo y solo ahora se daba cuenta que no lo eran en absoluto.

Esperó varios minutos que le hiciera algún efecto, dando cortas caladas para que no se le acabara antes de sentir al menos una cosa extraña en su cuerpo.

Nada.

JJ soltó una carcajada al ver su rostro de frustración, y a Yuri le molestaba que él ya pareciera estar entrando en aquel trance. Mila le dio una palmada en la rodilla.

-La primera vez es una porqueria igual. No sentirás poco más que cosquillas.

-Que puta mierda -exclamó mientras apretaba la punta quemada sobre la mesa. Ya se le habían pasado las ganas.

-Yo te dije que no era necesario hacerlo -murmuró Otabek cerca de su hombro.

-Ay, ya calla, Otabek. Tú porque tu religión no te lo permite -espetó JJ, lo que hizo reír a Leo.

-Sabes que esa que dices no es más religión. Y prefiero no hacerlo, realmente. O al menos no en público.

-Igual en privado tampoco lo haces -le dijo Mila-. Pero te queremos, Otabek.

-Sí, lo queremos -coincidió Leo como si fuera lo más divertido del mundo.

-Colega, eres el peor acompañante para fumar. Siempre caes demasiado rápido.

Yuri los observó lentamente mientras eran apresados por el efecto del hachís. Primero estaba la calma y luego las bobas risitas sumados a los comentarios sin filtro. En un momento JJ dijo que ya no podía soportar estar sentado ya que sentía que cientos de hormigas le caminaban por su parte trasera y prácticamente los obligó a abandonar la azotea en dirección norte por la Pusher Street.

Caminaron los cinco juntos, en línea, con JJ caminando en zigzag y Leo jugando a saltar sin pisar las grietas. Otabek iba casi pegado a Yuri pero en lo único que podía concentrarse era en que no sentía absolutamente nada diferente. Tal vez podía decir que tenía más calor que de costumbre pero eso no evitaría que se alejase de la calidez que emanaba del kazajo.

El paso duró largo y tendido, dejando atrás el bohemio urbanismo de Christiania y adentrándose más en el paisaje silvestre que ofrecían los límites de la ciudad libre, con sus árboles y la vista lejana de uno de los canales.

-¡Uy! -exclamó JJ con emoción- Justo que me moría de calor...

-Ni lo pienses -dijo Mila entre risas ahogadas haciendo que sonara poco como una amenaza.

-Me voy a meter -declaró.

Mila simplemente se encogió de hombros y se echó sobre la fresca hierba, Leo a su lado tocando unos acordes muy desafinados en la guitarra. Yuri también se sentó con toda la furia y Otabek a su lado mientras observaban a JJ quitarse la camiseta y arremangarse los jeans. Dio unos saltitos hasta que tuvo las rodillas tapadas de agua. Alzó las manos a sus amigos.

-¿Ese subnormal no se da cuenta que se ha metido en un canal?

-Que se entere cuando esté sobrio -dijo con maldad-. Ahora déjame cerrar los ojos un momento porque creo que te estoy viendo con orejas de gato.

Durante unos minutos, la diversión de Yuri fue ver a JJ chapotear en el agua sucia del canal hasta que el chico al parecer pisó un pozo y se hundió a fondo con solo sus brazos intentando aletear en la superficie.

Yuri quiso reírse pero no pudo hacerlo al ver el preocupado rostro de Otabek. Se paró de repente, de manera automática y listo para arrojarse en busca del subnormal de su mejor amigo. JJ entonces salió del agua -solo se veía su cabeza- y nadó como pudo hasta la orilla. Una vez afuera del canal, fue arrastrándose hasta donde estaban sus amigos y se dejó caer en el espacio que había entre Mila y Otabek.

-He visto... la luz -jadeó.

-¿Y por qué no la seguiste? -preguntó Yuri con malicia.

Entonces JJ se echó a llorar. No sabía si la experiencia había sido traumática en verdad o era el efecto del hachís lo que lo ponía tan melodramático. Mila se burlaba de él, lo que le indicaba que seguramente se trataba de la segunda opción.

JJ entonces estiró sus brazos y atrajo a sus dos amigos a sus brazos, para luego chillarle a Leo que se acercara. Sus extremidades eran largas lo que no le dificultaba para nada tener apresados a los tres.

-Yo los quiero tanto -lloriqueó-. Tanto, tanto... ¡Y Otabek se tiene que ir! ¿No me aceptarán a mí en tu casa?

Yuri sintió que esa escena lo apuñalaba en el pecho por muchas razones. Ni siquiera se había puesto a pensar que el regreso de Otabek a su natal Kazajistán afectaba a sus amigos más que a ninguna otra persona.

-Yo no quiero que Otabek se vaya -lloró ahora Leo-. Otabek me consolaba después de los chanclazos de mi mamá.

-Y me alojó en su casa cuando me escapé al darme cuenta que me gustaban las mujeres -agregó Mila-. Ni que decir de todas las veces que me ayudó a pasar de grado.

-Chicos... -habló Otabek pero la voz se le murió al escucharlos llorar.

Quizás normalmente no se hubiesen puesto tan teatrales, pero Yuri sabía que la partida de Otabek los iba a trastornar demasiado. No necesitaba conocerlos de toda la vida para ver lo especiales que eran uno para los otros.

JJ se separó de sus llorosos y arruinados amigos para arrastrarse como gusano hasta donde Yuri estaba. El ruso dio un salto hacia atrás logrando que le doliera todo ya que se encontraba sentado.

-A ti también te quiero.

-Me conoces desde hace una semana, zopenco -espetó.

-¡No importa! Tengo mis motivos para tenerle cariño a tu cara de hada aniñada.

Yuri rodó los ojos. Vio entonces que el canadiense quiso arrojarse para darle también un abrazo pero al parecer no logró dar con el blanco ya que se estampó contra la hierba, quedándose un buen rato allí tirado con la cara en el suelo. Se acercó un poco para asegurarse que no había muerto y fue entonces que JJ se levantó y consiguió abrazarlo por las caderas.

-¡Quiéreme!

-¡Ni hablar! ¡Quita! -trató de deshacerse sin éxito de él.

-¡Al menos quiere a Otabek! ¡Él quiere que lo quieras!

Yuri se quedó de piedra. Otabek también se veía sorprendido ante las palabras de su amigo. Sabía que los borrachos decían la verdad pero ¿y los drogados?

Si quiso distraerlo para así poder abrazarlo sin problemas, entonces JJ había dado en el clavo con su idea.

Como solía ser normal entre sus compañeros de viaje, nunca se hablaba a la mañana siguiente acerca de las locuras cometidas el día anterior sin importar su gravedad. Al día siguiente, aquellos que fumaron el hachís en la libertina Christiania se veían de maravillas. Excepto, claro, Yuri.

No tenía ataques de risa o llantos ni visiones pero se sentía bastante ansioso y sin la posibilidad de controlarse. Se dio cuenta durante el desayuno cuando Mila notó que no dejaba de mover una de las piernas, golpeteando el suelo con la suela de sus zapatillas sin parar.

-Guarda esa energía para las montañas rusas -le dijo JJ-. Espero no le temas a las alturas, hadita.

-¿Temerle? ¡Ja! Cuando tenía cinco años lloraba porque no me dejaban subir debido a la altura.

Frunció entonces el ceño al recordar un dato completamente irrelevante y al azar.

-¿Montañas rusas? Nosotros le llamamos montaña americana.

-¡Esa es la peor de las ironías!

-Pues sí. Yo no sé de dónde salió tan estúpida idea de que las inventamos nosotros. Simplemente nos deslizábamos en toboganes de gran altura a causa del hielo que se formaba.

-De hecho, las inventó un francés que se robó dicha idea -completó Leo.

-¡No me jodas! Ahora siento que mi vida ha sido toda una mentira...

Todo el trayecto en tren de Copenhague hasta la ciudad de Billund -que fueron aproximadamente las tres horas más largas que Yuri vivió en su vida- se trataron de JJ contando todas las veces de su vida en las que sintió que nada tenía sentido.

Así que en el momento en que pisaron la ciudad y Yuri pudo ver a lo lejos el cartel que rezaba Legoland se sintió no solo salvado sino como un niño pequeño otra vez. De vez en cuando no quería esforzarse tanto por ser un adulto y menos si había un parque de diversiones involucrado.

El grupo se dispersó rápidamente al poner un pie adentro. No tenía idea a dónde decidirían ir Mila, Jean o Leo pero lo único que le importaba era que Otabek estaba a su lado.

-¿Vamos al Miniland primero? -le preguntó.

-¿Para qué quiero ir a ver una pequeña Dinamarca si ya estuve en la grande? ¡Vamos a la montaña americana!

Otabek rodó los ojos y tomó a Yuri de la muñeca hasta uno de esos inmensos mapas del parque que estaban por todas las esquinas para que los tontos -como JJ- no se perdieran por mucho que lo intentasen. Los dos se pusieron a observar seriamente las indicaciones pese a que no entendían absolutamente nada de lo que estaba allí escrito. Al final, decidieron que la tierra de los dinosaurios estaba lo suficientemente cerca. Mientras tuviera paseos con largas caídas, Yuri estaría feliz.

Al final se perdieron de camino a la isla de los dinosaurios. Tampoco ayudaba que se sintiera demasiado acelerado y que se le diera por meterse en cualquier intersección que se les presentaba. Pataleó contra el suelo con frustración. Otabek lo agarró del brazo entonces.

-Mira -le señaló un poco más adelante.

Allí se encontraba una montaña americana de gran tamaño. No parecía tan monstruosa como pintaban ser las de los dinosaurios pero lo bueno de aquella era que los carriles pasaban por en medio del agua, salpicando todo a su alrededor.

Tanto Yuri y Otabek se acercaron con emoción. El kazajo comenzó a teclear un mensaje en su teléfono para que los otros los encontraran allí probablemente antes de que tuvieran que guardar las pertenencias en una de las taquillas. La fila parecía moverse con mucha velocidad pese a que era larga y lo único que conseguía era que el corazón de Yuri se acelerara con emoción.

-No vayas a gritar como niño -se burló de Otabek.

-Pues más te vale no estar colgándote de mi camiseta cuando bajemos.

A Yuri no le molestaba nada tener que colgar de su camiseta. Tomó nota mental de aquello.

Se metieron en uno de los carritos junto a unos turistas latinos que se atrevieron a no dejar dos asientos que estuvieran al lado del otro. Yuri tuvo que aterrorizar a uno de ellos para que nadie más que él tuviera la dicha de estar junto a Otabek.

-Espantas a los niños, a los turistas... ¿Qué sigue? ¿Patear perritos?

-Si el perrito mide casi dos metros y se llama JJ, entonces sí.

Otabek sonrió con diversión.

-¿Sabes? Debería enojarme que digas esas cosas de mi mejor amigo. Pero viniendo de ti...

No completó lo que iba a decir ya que el paseo arrancó. Yuri dio un salto de sorpresa sobre su lugar ya que un segundo antes y no llegaba a tener el cinturón abrochado.

La ida por los carriles comenzaba tranquila, aumentando apenas gradualmente la velocidad y decreciendo en la parte de los giros y las caídas. Los turistas latinos ya estaban gritando. Yuri sentía ya la adrenalina por su cuerpo, quién sabía si por la velocidad, el efecto tardío del hachís o la mano de Otabek que acababa de tomar la suya en el aire. Pensó que nunca se cansaría de sentir ese calorcito en su mano.

El paseo continuó un par de minutos más hasta que Yuri vio a lo lejos la caída. La más pronunciada del paseo y que haría chillar hasta a su estoico acompañante. La velocidad se fue deteniendo hasta ser casi nula, a paso de hormiga mientras se acercaba hasta el abismo.

Yuri contó los segundos. Uno. Dos.

No llegó a decir tres porque su garganta soltó un grito de euforia. No podía distinguir entre tantos chillidos a su alrededor pero estaba seguro que también podía sentir el grito de Otabek retumbando en su pecho. Fue en ese momento de la caída también que el carril pasó sobre los rieles tapados de agua helada que los bañó a todos. Sintió a la gente vociferar en el suelo a causa de las gotas que los habían alcanzado.

Le fue casi imposible contenerse y mirar a su costado. Otabek se veía divertido, con el rostro estirado y una espeluznante risa que quería escaparse de su boca. Yuri sintió que su pulso rugía en sus oídos más fuerte que todos los gritos.

Se detuvieron. El carril anduvo un par de metros con lentitud hasta posicionarse otra vez en la puertecilla de entrada, donde los empleados del parque esperaban para bajarlos y hacer subir otra tanda.

Con algo de mareo y la excitación a mil, Yuri bajó con un brazo posado sobre la cintura del kazajo. Se reía de la emoción y no paraba de recitarle a Otabek las cosas que sintió pese a que ambos habían estado en el exacto mismo recorrido.

-¡Y luego BAM! ¡Caída! Casi sentí que se me volaban los calzones -rió Yuri-. Y después el agua que te calaba los huesos más que un invierno ruso.

-Lo sé -jadeó Otabek. Se quedó mirándolo en silencio unos segundos-. Te ha dejado un peinado divertido.

Yuri chilló al llevarse las manos a la cabeza. Sentía el cabello en todas las direcciones, tratando de alisarlo como pudiera. Era imposible ahora que ya estaban prácticamente secos por las corrientes de aire que los golpearon a causa de la velocidad de la montaña.

Se echó a reír con ganas, sujetándose el estómago ya que tantas vivencias le habían quitado el aire de los pulmones. Otabek lo miró divertido, acomodándole detrás de la oreja los cabellos rubios que se le escapaban hacia el rostro.

El momento se vio arruinado ya que otra vez fueron bañados en congelada agua. Otabek simplemente gruñó y Yuri soltó un grito de indignación. Apenas acababa de darse cuenta que estaban justo al lado de los rieles sobre el agua. Ahora ambos estaban temblando.

-Mírale el lado bueno -empezó Otabek-. Te podrás peinar con más facilidad.

-¡Tú...!

Yuri quería gritarle que no había un lado bueno pero de inmediato se dio cuenta que se equivocaba. Otabek estaba otra vez ante sus ojos goteando agua, la camiseta de color claro pegándose sobre sus marcados abdominales. Lo miró con mucha sorpresa y probablemente la boca abierta como idiota.

Otabek notó aquella mirada y también echó una hojeada al cuerpo flacucho de Yuri. Ninguno decía nada y no estaba seguro de si eso era mejor o peor. Tenía el cuerpo lleno de adrenalina contenida más los pies que no podía controlar, dando un par de vacilantes pasos hacia Otabek.

El kazajo casi parecía haberle leído la mente. Estiró su brazo para rodear el cuerpo de Yuri y acercarlo de a poco hasta el suyo. Ninguno de los dos quitaba la vista del otro, los irises danzando por cada punto de sus rostros hasta detenerse en la curvatura de los labios.

Por favor, suplicó Yuri a alguien, quien sea que lo escuchara allá arriba. Otabek respiró fuertemente, su cálido aliento a menta incitándolo a quitárselo.

-¡Mira! ¡Ahí están!

Yuri nunca fue tan veloz en su vida cuando se separó de Otabek. El otro no se quedó atrás, prácticamente arrojando a Yuri lejos en cuanto la odiosa voz de JJ les llamó la atención.

Podía escuchar las voces de los demás pero Yuri no se atrevía a mirar al rostro a ninguno porque debía tener las mejillas del color de un tomate. Mucho menos a Otabek, porque ahora no podría sacarse de la cabeza sus ojos cerrados y sus labios listos para tomar los de Yuri en un beso.

Bueno, se suponía que quedaría un poquitiiiin más largo pero debia terminar el capítulo esta mañana y adivinen que... su autora enloqueció con el video filtrado de Welcome to the Madness c: ¡Así que cuéntenme las reacciones que han tenido todos para que enloquezcamos en los comentarios!

Les juro que en alguno de los capítulos venideros haré un guiño a ALGO de todo lo que ocurrió allí, ¡Solo hay que esperar y veremos!

La próxima ciudad es otra nórdica :D Reikiavik, Oslo, Helsinki, Estocolmo... puede ser cualquiera de ellas <3 Por cierto, el Legoland de Billund no tiene esa montaña rusa de agua que menciono, pero era necesario usarla jeje

~Pequeña noticia~ A las que leyeron Sleeping Heart el lunes, les cuento que ya está disponible el capítulo 1, y mañana al mediodía de Argentina estará el 2 :D

Muchas gracias por todos los votos y comentarios, ahora me despido porque tengo cita con LA LOCURA Y LA DEMENCIA a causa de WTTM... ¡Nos vemos el sábado o domingo! ¡Besitos!

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