Con amor, desde Almaty
Poner un pie en Almaty se sintió mucho más fácil de lo que Yuri esperaba. Puede que se sintiera cansado y con la mente en un estado de euforia a causa de las horas de viaje -y los letales trasbordos de avión- pero no se sentía como si quisiera saliera huyendo fingiendo que lo hacía por su propio bien y no por ser un cobarde.
El lugar era demasiado hermoso. Se sentía abrumado.
No recordaba mucho de lo que le enseñaban en la escuela sobre Kazajistán pero sí que oía a los niños hablar de que eran unos salvajes que comían carne de caballo y que vivían en chozas. Nada más alejado de la realidad que aquello.
Almaty era una ciudad, con todas las letras. Tenía sus edificios, no tan altos como en Moscú, pero sus paredes espejadas brillaban con el sol de media mañana. No se podía ver el verde de los árboles ya que allí todavía era invierno, pero estaba seguro que en poco más de un mes comenzarían a florecer los hermosos colores de la ciudad.
Yuri notó que, por cada lugar que pasaban, había una fuente. Sobre los escalones, en el centro de la plaza, en alguna esquina que pasaba desapercibida. El agua corría como si danzara solo para la ciudad. Incluso tenían otras con formas más divertidas, como una manzana inclinada que vertía agua desde el orificio de donde salía el cabo.
-Vaya, es mucho mejor de lo que Otabek lo pintaba -notó alguien a su lado, rascándose ruidosamente la cabeza.
Era Leo. Y a su lado estaba JJ, y al otro costado de este iba Mila. Los tres tenían solo mochilas -no hubo tiempo para las maletas y Yuri lo agradecía- y estaban mirando todo igual de anonadados.
Fue un viaje rápido, una locura del momento luego de las palabras infames que recibió Mila por parte del mismo Otabek.
Habían tenido dos semanas. O, mejor dicho, una semana y seis días. Entre conseguir los permisos y las conexiones de vuelos, ya que no tenían ningún lugar cercano para volar directamente al suelo kazajo. Entre tanto trajín, los amigos llegaban solo con pocas horas de ventaja para la operación programada de Otabek.
¿Y qué haría Yuri en cuanto lo viera?
Ni siquiera había pensado en todo lo que estaba detrás de ellos. La separación en París, la mentira, el silencio. Yuri casi estaba empezando a hacerse la idea de que entre Otabek y él ya ninguna esperanza quedaba. Y todavía la conservaba, pero nunca iba a perdonarse a sí mismo si algo ocurría en esas horas dentro del quirófano. Uno hubiera pensado que el muchacho desistiría de aquella decisión peligrosa pero al parecer, había seguido adelante con ella.
-¿Y nos vamos a aparecer en el hospital sin más? -preguntó Leo, arrugando la nariz- No creo que Otabek quisiera eso.
-¿Por qué Otabek no querría verme? -contestó JJ automáticamente, con una sonrisa tonta- ¡Digo...! Vernos. Otabek sí que querría vernos a todos.
-Se sentirá intimidado -pensó Mila, escondiendo la boca en la bufanda color azul marino que usaba.
-Oye, si Otabek no quisiera que viniésemos, ¡¿Para qué te mandaría el mensaje?! -exclamó Jean a un tono bastante alto- Él sabe cómo somos. Sabe que hemos hecho locuras mayores por menos que un mensaje.
-Bueno, puede que tengas razón...
-Pero -intervino otra vez Mila, mirando de reojo a Yuri-, ¿querrá vernos a todos?
Yuri no quería culparla, pero sabía que en el fondo era normal que estuviese preocupada. Si Otabek no quería ver a Yuri ni pintado, la única culpable sería ella; la que llevó a Yuri explícitamente hasta Kazajistán.
-Todos o nada -musitó JJ con una sonrisa algo aterradora-. Somos un equipo. El equipo no se divide porque dos partes tambalean. Al contrario, es la tarea del resto el tener que mantenerlos erguidos para que no se derrumbe todo.
-JJ, estúpido... a veces me haces querer llorar.
-¡Quiero que me devuelvan al JJ descerebrado! -exclamó Leo.
Jean soltó una risotada, consiguiéndose un golpe instantáneo de Mila que solo lo hizo carcajear más fuerte.
De repente se quedó quieto, mirando a la nada. Yuri le frunció el ceño antes de hablar:
-¿Qué tanto piensas? ¿O ya colapsaste?
JJ se llevó una mano al mentón en un gesto casi pensativo.
-Es que creo que ya sé a quién podemos buscar para averiguar en dónde está Otabek -Yuri vio como se le iba formando una sonrisa al canadiense- ¡Vamos!
Les tomó un rato conseguir un taxi y otro bien grande el hacerse entender al conductor. Si bien el hombre hablaba un ruso bastante bueno, permitiendo a Yuri lucirse en su lengua materna, eran las direcciones que JJ otorgaba las que hacían el asunto un tanto difícil.
-Dile que queda a dos calles de la avenida Al-Farabi -le dijo JJ sin mirarlo, la vista clavada en la pantalla del celular.
-¿Qué tipo de indicación de mierda es esa? -gruñó Yuri dándole un manotazo desde el asiento de atrás.
Mila se apresuró a acercarse al hueco entre los asientos de adelante. No era fácil con las mochilas que los apretujaban en ese pequeño asiento, además de los pesados abrigos que todos llevaban.
-¿Nos deja en la avenida Al-Farabi? -pidió la chica en un amable ruso.
-Pero dime a qué altura, muchacha -suspiró resignado el taxista.
-Dice que a la altura del centro comercial -volvió a intervenir JJ con la vista en su teléfono.
Leo estaba rezongando en su lugar, respirando fuertemente por culpa del calor que el encierro les provocaba. Yuri chasqueó la lengua. No podía soportar un estrés más.
-¿Quién dice qué? -espetó cerca del oído de JJ en inglés. Se vio tentado de arrancarla la oreja y arrojarla por la ventanilla.
-Ylena -contestó despreocupado.
Ylena. Ylena.
¿De qué le sonaba a Yuri el nombre Ylena?
Esperaba que el fuerte reconocimiento que sentía, no fuese por alguna cosa mala en particular.
Al parecer, el taxista sí que comprendió las indicaciones y avanzó su coche en medio de las tranquilas calles de Almaty. La mayoría estaban arboladas y las inmensas ramas muertas no le permitían ver mucho de las construcciones. Se imaginó aquello en plena primavera, con las inmensas copas de los árboles -quizás incluso con algunos pimpollos- llenado el paisaje de un hermoso verde y aire puro.
Se veía como una hermosa ciudad.
Lo podría haber sido incluso más en otras circunstancias. Ahora se sentía nostálgica pero también llena de miedos y ansiedades: no tenía idea de qué podía ocurrir a partir de ese momento.
Yuri había decidido que no sería ni se sentiría como un cobarde. Él abogaba por el bienestar propio cuando cometía sus imprudencias de huir de casa o de la persona que quería y lo había lastimado sin remedio. Así que...
¿Era temerario darle esa visita luego de tanto? Puede ser la última, se repetía Yuri. Por tantos, tantos motivos es que podía serlo.
Y era una forma de cumplir su promesa, aquella hecha en Nueva York antes de que el 2018 empezase, acerca de las nuevas oportunidades. Tal vez no para él y Otabek, pero sí para Yuri Plisetsky y el futuro que se merecía. Sin rencores, sin dolores y sin incertidumbres del pasado.
El auto se detuvo en una casa bastante bonita y colorida, algo llamativa para el resto de hogares allí en el invernal Almaty. Yuri la observaba con mucha curiosidad mientras era Mila quien se encargaba de pagar por el viaje; Leo y JJ ya estaban apresurándose en bajar, el segundo gritándole a Yuri desde afuera.
-¡Apúrate, hadita! -le exclamó JJ ya cerca del pórtico de la casa.
Yuri chasqueó la lengua y bajó como pudo, batallando con su abrigo y la única mochila que llevaba como equipaje. Mila le puso una mano en el hombro, con una media sonrisa que intentaba ser alentadora.
-Tengo miedo -confesó ella.
-Mila, ¿a quién se supone que veremos? -susurró Yuri, ignorando un poco las palabras de la chica. Suspiró.
-Es la única persona que se preocupa de verdad por la salud emocional de Otabek -dijo Mila-. Aunque, es justamente por eso que no sé cómo nos recibirá.
-Entiendo -asintió Yuri-. Si ha visto a Otabek pasarla mal estos meses...
-Que seguro lo ha hecho -intervino Mila. Yuri prosiguió pese a la interrupción.
-Probablemente nos odie.
Los dos ya habían llegado a la entrada, justo donde JJ y Leo estaban observándolos, esperando que se acercaran. Leo les guiñó el ojo y dio algunas palabras animadas. Jean estiró una sonrisa.
Luego, tocó el timbre de la casa.
Yuri no se había dado cuenta que su corazón estaba latiendo desbocado, resonando con el silencio que provocó la espera hasta que alguien se dignase a abrir la puerta.
Fue una muchacha quien lo hizo, no muchos segundos después. Al principio Yuri pensó que era una monja algo moderna -y se sintió un capullo por ello- pero luego recordó acerca de la vestimenta de las mujeres musulmanas.
Tenía un pañuelo colorido en la cabeza, que le cubría todo el cabello y no dejaba ver ni un solo mechón. Su semblante era duro, con la mandíbula cuadrada que irremediablemente le daba la señal de que estaba relacionada a él. Sus ojos rasgados se apretaron aún más, observando a todos esos extranjeros que estaban en su puerta.
Yuri no lo supo en ese momento, pero la dueña de casa reconoció quiénes eran al instante.
-¡Esperaba que llegasen antes! -exclamó ella en un tono calmo, pero que aún así se escuchaba como un duro regaño. Entonces empezó a farfullar entre dientes- Europeos sin sentido de la puntualidad...
-Buenos días, Ylena -saludó JJ en un tono demasiado cortés para tratarse de él-. Nos hubiese gustado poder arreglar todo esto antes pero se nos hizo imposible.
Ylena -la famosa Ylena- fulminó a Jean con la mirada. Luego, sus ojos zumbaron de Leo hacia Mila para terminar finalmente en Yuri. Se detuvo una milésima de segundo más en él. Quizás ella esperaba que no lo notase, pero sí que lo hizo.
JJ captó la indirecta, y presentó uno por uno a los presentes. Ylena no se veía aún contenta pero eso no evitó que fuera cortés, saludándolos a todos en un inglés bastante acentuado pero prolijo.
-Muchachos, esta es Ylena -presentó el canadiense, enseñando hacia la chica con la mirada, como si no fuera lo más obvio-. Es la prima de Beka.
El hogar de Ylena era grande y acogedor; eso fue en lo que Yuri se enfocó mientras los demás tenían las típicas charlas triviales de introducción. La decoración sobria y también todos los detalles que daban a entender que se trataba de un hogar kazajo y también musulmán. Estaba claro que la muchacha no vivía sola, pero Yuri no podía determinar si convivía con sus padres, un marido o qué más.
-¿Tienen hambre? -inquirió Ylena dirigiéndose a la cocina- Es una suerte que mis padres no estén ahora o no creo que hubiesen aprobado que tantos hombres solteros estén en el mismo cuarto conmigo y sin chaperón.
-No estamos solteros -dijo JJ con las cejas fruncidas. Mila le dio un codazo.
-Pero no estás casado -le refunfuñó ella-. Discúlpalo, Ylena. Aunque ya hablaste un par de veces con él, supongo que te ibas haciendo una idea.
Ella le sonrió de una manera divertida. Su gesto era pequeño y estaba muy claro que no era algo que hacía a menudo.
-Veré si consigo una bocata -Ylena asintió antes de quedarse en silencio.
Fue incómodo un momento, pero se puso peor en cuanto ella posó su visión en Yuri. No le quedaban dudas ya: Ylena sabía muy bien quién era y lucía determinada a hacer algo al respecto con él. Tragó saliva. La chica era aterradora; mucho más altas que él y de hombros fuertes. Podía patearle el trasero si ella quería y Yuri no podía hacer nada para evitarlo.
Si la chica quería pelea, no le quedaba más opción que dársela.
Terminó sorprendiéndole el momento en que ella abrió la boca para llamarlo, usando por primera vez un tono cortés y dulce, que no parecía esconder ningún tipo de resentimiento:
-Yuri, ¿cierto? -preguntó, aunque ella ya lo sabía- ¿Me ayudarías con las bandejas?
Sabía que Ylena rompía varias reglas al invitarlo a estar a solas en la cocina sin una figura que vigilase pero él no quería dejar de ir. Tenía miedo, curiosidad y muchas ganas de averiguar qué es lo que ella tanto necesitaba decirle acerca de Otabek.
Porque era obvio que se trataba de Otabek.
La siguió a través de un pasillo que daba a una bonita y tradicional cocina, nada como el moderno mobiliario que tenía en su casa con Lilia. Le recordaba un poco a la cocina del abuelo Nikolai, solo que esta era su versión kazaja. Empezó a sentirse más y más curioso por aquella cultura, vecina a la suya y de la que no sabía casi nada.
-Ah, mucho mejor ¿no crees? -preguntó Ylena en ruso tras dar un suspiro de alivio- No me gusta el inglés pero sé que es necesario.
-El inglés no está mal -Yuri se encogió de hombro-. Pero no hay nada como insultar en ruso.
Ylena soltó una risa sincera mientras rebuscaba cosas para hacer el té en la alacena; terrones de azúcar, hebras de té, miel. Un poco de leche del refrigerador y luego calentó agua.
-Eso es porque no escuchaste cómo es que suena en kazajo -le contó ella-. Otabek soltaba muchos tacos cuándo éramos pequeños. Por supuesto, todo esto fue antes de que se hiciera políticamente correcto allá en Canadá. Por muy irónico que eso suene.
Intentó imaginarse a un Otabek más joven insultando en un idioma del que no tenía idea y el pensamiento le dio mucha risa. Ylena lo estaba observando, sonriendo orgullosa al adivinar lo que su mente divagaba. O puede que la sonrisa de Yuri fue la que lo delató.
-Él hablo bastante sobre ti -confesó sin observarlo.
El corazón de Yuri martilleó contra sus costillas. No dejó que el nerviosismo se le notase por fuera.
-Define bastante -pidió él con seriedad. Ylena se llevó un dedo al mentón, pensativa.
-Pues bastante, considerando que Otabek no es alguien de hablar mucho. Y muchísimo menos acerca de lo que siente. Supongo que era una carga pesada que ya no podía llevar solo o tendría otra recaída.
La palabra le envió un escalofrío por todo el cuerpo. Yuri ni siquiera había querido pensar en la posibilidad.
-Entonces estarás al tanto de lo que hizo -dijo Yuri, algo brusco-. Todo lo que hizo en Europa.
-Lo estoy -respondió Ylena con mucha seriedad mientras preparaba las tazas-. Creo que si fuera tú no lo perdonaría nunca. Ni hablar de venir hasta aquí para verlo tomar una decisión estúpida.
Yuri no le respondió.
-Pero asumo que no eres como yo -suspiró ella-. Y es admirable, en serio. Pero no sé qué cosas buenas podrán salir. No tenemos idea si mi tío dejará que Otabek se vaya luego de haberlo exprimido. Maldición, ni sabemos si mi tío va a sobrevivir. Y supongo que ahí Beka no tendrá más opciones.
-Siempre tienes opciones -la interrumpió Yuri, con la mirada sombría clavada en algún punto fijo de la pared-. Era libre de no regresar y lo hizo. También es libre de irse y no sabemos qué es lo que hará, lo que nos tiene a todos pendiendo de un hilo, ¿no? Jodido Otabek.
-Tienes razón -coincidió Ylena-. Él puede elegir, pero hay veces en que tomar la decisión que más nos gusta no nos traerá paz a nuestras vidas. Puede que hoy te sientas bien por haber cruzado el sendero de la libertad, pero ¿qué pasará mañana cuando las consecuencias de tus actos te pasen factura? ¿Podrás seguir llamándolo libertad, cuando la verdad es que tu mente nunca va a dártela?
-No estoy juzgando lo que ha elegido -se apresuró a decir Yuri-. Es grande y, aunque sea tonto, no me concierne.
-Ah, pero sí lo hace -dijo Ylena con cuidado-. Por como Otabek habla de ti y por el pequeño resentimiento en tu voz, presiento que ambos imaginaban un camino distinto.
-Imaginar un camino distinto está bastante lejos de la realidad, así que de nada sirve que lo hayamos hecho.
Ylena entonces se giró para enfrentar su mirada. Era feroz, pero no acusadora. Solo era alguien muy firme en lo que pensaba, que buscaba respuestas al igual que Yuri. Ninguno desvió la cabeza por varios segundos; era el tiempo suficiente para que los dos confirmasen lo serio que iba el otro.
Al final, fue Ylena quien terminó volteándose porque el pico de la pava ya estaba silbando demasiado. Yuri aprovechó el momento para carraspear la sequedad de su garganta.
-¿Por qué no estás hoy con él? -inquirió Yuri, sin importarle si sonaba intrusivo o metiche- Espero no sonar muy errado si me atrevo a decir que debes ser la única persona que probablemente quiera tener hoy a su lado.
-Beka me pidió que no fuese -respondió ella con naturalidad-. Algo sobre que no quería que sus padres lo viesen vulnerable.
-Entonces es una pérdida de tiempo que los demás vayan. También se pondrá así al ver a sus amigos.
Ylena le dedicó una curiosa mirada al percatarse de sus palabras, en las que no se incluía a sí mismo como alguien que pondría sensible a Otabek. Cuando Yuri sabía que algo, aunque sea una minúscula parte de Otabek se rompería al verlo otra vez.
La última mirada que le dedicó allá en París la tenía grabada a fuego.
-Pero, de alguna manera, los debe querer allí -pensó Ylena-. Por algo es que decidió enviar los mensajes a sus amigos sobre la operación. Tal vez no esperaba que llegasen.
-Por supuesto que Otabek esperaba que llegasen -bufó Yuri-. Él sabe muy bien lo dementes que están.
Ylena sonrió cálidamente. Él se dejó envolver por esa sonrisa que le generaba nostalgia pese a no haberla visto nunca. Le hacía recordar hermosas épocas, en ciudades lejanas a Almaty y en tiempos cercanos que se sentían como de muchos siglos atrás.
-Entonces no tienen nada de qué preocuparse.
Ylena les dio los algunos detalles que Yuri ya ni siquiera prestó atención por tener la cabeza saltando entre nubes de incertidumbre. También les comunicó que, posiblemente, la operación empezaría en cualquier momento.
-No estamos aquí para detenerlo -respondió JJ por todos-. Ninguno va a interferir en las decisiones que tome, siempre y cuando no sea un riesgo directo para su vida.
-Bueno, técnicamente es un riesgo -suspiró Mila con resignación-. Pero si Otabek ha decidido esto es por motivos que solo a él le conciernen.
Leo se levantó del viejo sofá de Ylena y se plantó ante todos. Incluso Yuri se encontró algo sorprendido.
-Pero todos queremos verlo antes de entrar -dijo con voz firme-. Ylena, por favor danos una dirección.
La muchacha asintió y escribió, tanto en inglés como en kazajo -y también su pronunciación- el nombre del lugar donde Otabek Altin entraría a una sala de quirófano para salvar la vida de su padre. Esa afirmación hizo el pulso de Yuri se acelerase.
Fue el canadiense el que tomó el papelito con sus manos y lo releyó durante unos segundos, quién sabe con qué motivo. Luego sonrió a sus amigos.
-Bueno, es hora de ir a hacer destrozos en el hospital -JJ se encogió de hombros- ¿Qué me dicen?
No hacía falta responder a aquello. Era ya más bien un hecho.
Decidieron ir a conseguir un taxi a un par de calles del hogar de Ylena, pero antes de que abandonasen el lugar ella se detuvo a saludar a cada uno dándoles la mano; un saludo bastante occidental. Yuri comprendió su accionar en cuanto sintió un pequeño papelito doblado que se depositaba contra la sudorosa palma de su mano. Los labios apretados y el asentimiento de Ylena le confirmaba quien era el remitente de aquello.
-Denle un abrazo y un beso a mi primo por mí -fue lo último que ella dijo-. No importa quién de ustedes lo haga.
-Bueno, si nadie se ofrece supongo que tendré que ser yo -exclamó JJ alzando las palmas- ¡Allá voy por Beka!
-Estúpido -musitó Yuri. Fue inconsciente, ya que su cabeza estaba en otro lugar en ese momento.
El papel quemaba a través de su bolsillo y se moría por tomarlo en ese momento. Según el vistazo que pudo dar, era más bien un paquete y podía sentir algo ligeramente duro adentro, aunque también parecía ser pequeño. La curiosidad lo iba a matar.
Mientras viajaban a través del tráfico de Almaty, Yuri iba pensando en qué pasaría tras el reencuentro con Otabek. Porque... no pasaría nada luego de eso, ¿no? Su mente, inquieta y también a veces algo inocente, imaginaba cientos de escenarios que no podía simplemente borrar.
Y por más de que su lado racional le dijese que era el reencuentro que finalmente necesitaba para seguir adelante, tenía algo de miedo que todo pudiese empeorar.
El taxi frenó y Mila arrojó los billetes kazajos hacia el conductor, obligando a todos a que corriesen en dirección al Hospital SEMA de Almaty, una clínica de paredes blancas y ventanas de cristal celeste que brillaban como la tela de su bandera bajo el sol. Yuri tuvo que ser arrastrado de la muñeca por JJ.
-¡No hay tiempo que perder! -lo escuchó que exclamaba mientras seguía tironeando de él.
Mila y Leo ya estaban esperando con la puerta de vidrio abierta. Yuri ya podía ver la entrada llena de algunos pacientes en espera, la recepción, los médicos en bata que iban de aquí para allá. Tuvo que contenerse de hiperventilar.
-¡Espera...! -trató de zafarse- ¿Acaso has pensado que le vamos a decir a sus padres? ¿De por qué estamos aquí?
-¿Importa? -preguntó JJ tras chasquear la lengua-. Somos sus amigos y ellos no pueden detener eso.
-Pueden meternos una patada y decirnos que regresemos por dónde vimos -Yuri frunció las cejas-. De todo lo que me han contado, ya no me sorprendería.
-¡Por algo te trajimos aquí! Anda, Yuri. No podemos acobardarnos justo ahora.
-Piénsalo como otra de las aventuras que todos vivimos durante las vacaciones -intervino Leo con una sonrisa, acomodando las correas de su mochila- ¡Y puede que luego de esto podamos tener más!
-Bueno, quizás las aventuras consistan en jugar a las cartas alrededor de una camilla de hospital mientras apostamos que tan feas son las bolas de JJ -rió Mila desacomodando el cabello de Leo y sacando la lengua a JJ.
-¡Oye...! -quiso quejarse el afectado pero no lo dejaron.
-El punto es, Yuri... todos cometimos un error. Bueno, algunos cometimos más de uno -Mila bajó la mirada-. Pero si para intentar solucionar o al menos curar las heridas que ese error causó, hay que enfrentar a los padres de Otabek. Al diablo que no lo haré. Ya me cansé de esperar que sean otros los héroes.
Yuri entendió sus palabras mientras se mordía el labio interno. Admiraba la entereza de Mila en esos momentos, y casi tuvo deseos de abrazarla.
Leo carraspeó para llamar la atención de todos.
-No quiero sonar como aguafiestas, pero... se está haciendo tarde para la hora que Ylena dijo que estaba pactado.
Los cuatro intercambiaron miradas entre sí antes de apresurarse a entrar al hospital, casi atropellando a una enfermera que pasaba con unos papeles. Era una muchacha bajita y que chocó contra el pecho de JJ, que la detuvo de estamparse contra el suelo pero no evitó que volase todo lo que llevaba encima.
-¡Ups! ¡Lo siento! -exclamó en inglés-. Keşiriñiz!
Ninguno se detuvo a ayudar a la pobre enfermera, que miraba entre confundida y asustada a esa estampida de extranjeros que trotaba en dirección a la recepción. Yuri fue el primero que llegó hasta allí, gracias a que era flacucho y de piernas largas. Estampó el puño contra el mesón, aunque no es que pretendiese lucir aterrador.
-¡Dime en donde está la habitación de Otabek Altin! -pidió en un tono demasiado alto. Tuvo que repetir la oración en ruso al darse cuenta que la había pronunciado primero en inglés. Lo que me hace andar por todo el mundo.
La mujer de la recepción lucía en sus cincuenta y tantos, con una mirada seria y que no estaba dispuesta a aceptar a jóvenes ruidosos. Se acomodó las gafas antes de responderle en un severo tono:
-Señor -contestó la mujer-. Por favor le pido que baje la voz. Esto es un hospital.
-Ya sé que es una hospital, para eso he venido -Yuri rodó los ojos para no seguir divagando-. Necesitamos la habitación de Otabek Altin. Está a punto de hacer un trasplante...
-¿La familia Altin? -repitió ella el apellido con curiosidad- Han entrado hace tres días para empezar con todo el proceso pre-operatorio. Déjame chequear un segundo...
El sonido de las teclas del computador -un tanto arcaico- estaba estresando a Yuri, y ni que decir de todos sus acompañantes. Podía sentir las uñas de Mila clavándose en la tela de su abrigo.
-Piso número 5, habitación 508 -dijo la mujer sin quitar la vista de la máquina-. Yo les diría que se apresuren, porque la operación está programada para dentro de media hor-...
Nunca pudieron escuchar el final de su oración. En menos de un segundo, los cuatro ya estaban buscando desesperadamente un ascensor o escaleras para llegar al destino común que tenían.
Por supuesto se perdieron al subir por las escaleras equivocadas. Yuri tendría que haberlo previsto si era JJ quien los guiaba, pero al menos estaba teniendo la decencia de intentar solucionar su error.
-Creo que es en la otra ala... ¡Vamos, dejen de quejarse! -exclamó JJ tras verlos refunfuñar. Ya estaba trotando en dirección opuesta.
Yuri empezaba a marearse. Si era por el reencuentro, el olor a desinfectante o las vueltas que estaban dando, no podía decirlo con seguridad. Sentía que en cualquier momento se le engancharía el tacón de la bota y saldría volando por aquel piso tan reluciente. Luego, tendría que ponerse a despotricar y acabaría por ser echado del hospital por armar un revuelo innecesario.
No podía darse ese lujo.
-Oigan, ¿alguno se acuerda de cómo luce la madre de Otabek? ¿O sus hermanas? -preguntó Leo sin dejar de trotar- Temo que nos terminemos pasando de pasillo.
-Probablemente piensen que somos las malas influencias de su hijo -suspiró Mila-. Pero, ¿ya qué? Estoy acostumbrada a ser la mala influencia.
Escuchó a JJ soltar un aullido de victoria. Las enfermeras desde sus puestos ya estaban mirando mal a ese grupo de muchachos parados en la intersección de los pasillos.
-¡Pasillo número 500! ¿Qué harían ustedes sin un genio como yo? -dijo JJ con orgullo.
Jean empezó a enfilar para el lado izquierdo pero Yuri lo tomó del cuello de la chaqueta que estaba usando. Tenía las cejas fruncidas porque él ya no podía tolerar más estupideces.
-Ese va para el 510 en adelante, genio -le gruñó-. Apúrate de una jodida vez.
JJ se acomodó el abrigo con gesto autosuficiente y siguió a sus amigos mientras pasaban por las habitaciones con números crecientes. Algunas estaban abiertas y podías mirar la intimidad de los pacientes y sus familias; otras no. Yuri sentía que el corazón se le iba a salir del pecho con cada paso que daban, buscando la habitación correcta.
504. 505. 506.
Solo un par de pasos más. Tuvo que secarse el sudor que se le apelmazaba abajo del flequillo con el dorso de la mano. Estaba respirando por la boca ya que los olores de aquel hospital no paraban de marearlo.
507. Un poco más.
Y entonces la 508.
La puerta estaba abierta, dejando ver al menos a media docena de personas que se agrupaban en el pasillo y el interior del cuarto. Yuri temió lo peor cuando vio que las camas del inmenso cuarto estaban vacías.
Contuvo un respingo. Era demasiado tarde: se habían llevado a Otabek ya al quirófano para ser abierto como una rana que fuesen a diseccionar. Yuri sabía que la cosa no era tan así pero la decepción le cayó como un yunque, y solo ponerse a pensar incoherencias podría ayudarlo a no desmoronarse.
-Mierda -escuchó maldecir a JJ, que se tapaba la boca y miraba al techo con parpadeos rápido- ¡Mierda!
Una mujer con velo se les acercó cuidadosa. No era joven como Ylena, si no al contrario, ya que lucía como si pudiera ser su madre. El gesto de reconocimiento que vio en Leo y Mila -JJ seguía dando vueltas mientras insultaba en voz baja- le confirmó a Yuri quién era esa mujer.
-Señora Altin -exclamó Mila tratando de escucharse cortés- ¡Hola! ¿Me recuerda? Soy Mila Babicheva. Amiga y compañera de secundaria de Otabek.
Para sorpresa de Yuri, la mujer sonrió hacia ella y le dedicó un asentimiento de cabeza. Tuvo la loca idea de qué tal vez, en el pasado, ella habría soñado que su hijo se casase con una mujer bonita como Mila y no que anduviese a los besos con hombres en las discotecas.
-Mila, por supuesto te recuerdo -dijo ella con voz solemne en inglés-. Los recuerdo a los tres.
Y, por la mirada que dedicó a Yuri, se dio cuenta que no solo no lo reconocía, si no que no tenía buenos ojos para él.
¿Acaso lucía tan gay y desesperado?
Leo tuvo su torno de saludar a la madre de Otabek, y tuvo que arrastrar a JJ para que lo hiciera. De hecho, fue a quien trataron con algo más de calidez. Era una escena surreal; Yuri no estuvo esperándose nada de eso.
-Este es Yuri -comunicó Mila mientras lo tomaba de los hombros y lo depositaba a su costado. Le dio un pequeño masaje cariñoso para que se calmase-. Yuri Plisetsky. Es amigo de todos nosotros.
-Es un placer conocerla -respondió Yuri en inglés. No se atrevería a usar el ruso con ella; no todos los kazajos respondían bien a su uso.
Ella solo le dedicó un asentimiento de cabeza. Rápidamente regresó la vista hacia Mila.
-Acaban de llevarse a Otabek y a mi marido. No hará ni siete minutos que bajaron a la sala de operaciones.
Eso encendió nuevas esperanzas en el grupo, que al parecer estaban todos pensando en lo mismo ya que intercambiaron miradas al instante. Se excusaron con la madre de Otabek y emprendieron una carrera de regreso a los elevadores.
-¡El quirófano está en el subsuelo! -les gritó JJ con emoción- ¡Podemos llegar rápido!
Yuri ya estaba de pie al lado del elevador, apretando el botón con impaciencia.
-Si dejas de ponerte a chillar, tal vez llegamos -jadeó Mila.
-Me haré pasar por doctor -dijo JJ como si fuera la idea del año.
-JJ, no.
-Bueno, me haré pasar por enfermo entonces -siguió diciendo-. Fingiré que me ha explotado el apéndice.
Se agarró el estómago y empezó a retorcer su rostro en el gesto más exagerado que Yuri le había visto hacer. Por no decir ridículo, también.
-¡A-ayuda! -balbuceó lastimeramente- ¡Un médico...!
-Detente, parece que tienes estreñimiento más que apendicitis -dijo Leo mirando hacia sus costados con preocupación por si alguien se aparecía.
El ascensor soltó un pitido y sus puertas se abrieron, lo que provocó un sobresalto en todos. JJ y Yuri se atascaron al intentar pasar al mismo tiempo.
-¡Oye, animal...! -le gritaba Yuri mientras lo codeaba- Yo estaba antes que tú.
-Ay, sí, discúlpame -dijo JJ con exagerada cortesía. Dejó pasar a Yuri, que se trastabilló por su salida brusca-. Las damas primero.
-Serás...
-¡Silencio! -chilló Mila al tiempo que las puertas se cerraban.
Yuri pudo ver a lo lejos a las enfermeras a punto de ir a insultarlos, pero no llegaron a ello. Bueno, una preocupación menos.
Ninguno dijo nada durante el viaje, lo cual no ayudaba con la ansiedad y la tensión en el ambiente. Leo zapateaba intranquilo, JJ silbaba desafinado y Mila se acomodaba el cabello en el espejo de una manera casi maníaca. Yuri no podía aguantarlo más.
Hubiese explotado si no fuera porque ya estaban en el subsuelo, pero aún tenían que bajar una pequeña escalera para llegar a la sala de quirófanos.
-Nada de hacer el tonto aquí -los regañó Leo-. Esto es serio, muchachos. Aquí se está jugando entre la vida y la muerte de algunas personas. El mínimo escándalo podría hacer que los doctores cometan un error.
Pese a las advertencias de Leo, bajaron de una manera más ruidosa de la que Yuri estaba esperándose. La mayoría de los quirófanos estaban al fondo luego de pasar por otras habitaciones, por lo que no todo ruido les llegaba al cuerpo médico allí trabajando.
-¡Hey! ¡No se puede estar aquí! -exclamó una enfermera en un inglés muy pobre. Debió haberse imaginado que ninguno hablaba kazajo-. La zona está restringida.
-Lo siento -respondió Mila por todos-. Pero hemos llegado sobre la hora y queríamos ver a nuestro amigo que acaba de entrar en una operación que podría durar más que un par de horas. Nuestro vuelo se retrasó y luego nos perdimos aquí en Almaty, terminando en un hospital que no era.
Yuri casi se creyó las mentiras -o bueno, mentiras a medias- que Mila estaba vociferando. Era una verdadera maestra. No sabía decir si sus lágrimas eran falsas o verdaderas.
-¿Qué amigo? ¿Y de qué operación se trata? -preguntó la joven enfermera con el semblante más calmado.
Mila sonrió como niño pequeño al ver los frutos de su actuación.
-Altin -se apresuró a decir-. Un trasplante de riñón. Él es el donante.
La enfermera supo al instante de quien hablaban; Yuri lo supo por el gesto que hizo. Rápidamente ese se transformó en uno de resignación.
-Lo siento, pero ya los están preparando para comenzar con el proceso -habló con cuidado.
El mundo se vino abajo para todos ellos. Si bien ya sabían que era tarde, ninguno quiso perder las esperanzas hasta agotar el último recurso. Yuri incluso dejó que se le escapase un suspiro.
-Pero... -empezó a decir la enfermera con un gesto indescifrable-. Síganme. En silencio.
Los cuatro intercambiaron miradas y sonrisas mientras perseguían a la enfermera. La mujer se metió por una de las puertas y, en lugar de seguir derecho hasta el quirófano, giró hacia la sala en donde se esterilizaba el instrumental. Yuri se preguntó que hacían en un lugar como ese pero una pequeña ventana interna le respondió su pregunta.
-Tienen menos de un minuto -les habló la mujer-. Pueden mirar a su amigo por ahí, aunque no garantizo que se vea mucho o que la vista sea agradable. Pero... es algo.
Como la ventana estaba algo alta, JJ tuvo que cargarlos en sus hombros para que pudiesen ver. La primera en ir fue Mila, que se encaramó del borde con sus pequeñas manos y lloró en cuanto observó a través del cristal. Tuvo solo un par de segundos hasta que le tocó a Leo, que soltó lágrimas de una manera más ruidosa. JJ lo bajó al instante.
-Tu turno, hadita -le dijo ella con una sonrisa cargada de burla.
-Tú primero -se apresuró Yuri-. Te cargaremos con Leo, así que procura no hacer estupideces cuando estés en lo alto.
JJ no lo contradijo y dejó que entre Yuri y Leo lo tomasen de debajo de las rodillas. Como él ya era alto, por suerte no tenían que elevarlo demasiado. Aquella bestia pesaba más que un humano normal.
-¡Oh, mi Beka...! -lloriqueó con exageración.
-Suficiente -lo cortó Yuri-. No toleraré tu teatro.
Ahora sí ya no le quedaba manera de escapar. JJ no le dio tiempo a prepararse y pasó la cabeza por debajo de las piernas de Yuri, sujetando con fuerza sus pantorrillas. Yuri se dio cuenta que estaba temblando en cuanto sus dedos se acomodaron en el borde de la ventana.
-Santa mierda... -musitó entre dientes y para sí mismo al ver por el interior de la ventana.
La principal vista era la de un montón de doctores en bata y muchísimas máquinas alrededor de dos camillas. Sus ojos zumbaban por todo el cuarto en busca de algo, un mínimo atisbo de lo que estaba buscando e hizo llorar a los demás.
Y finalmente lo encontró. Estaba en la camilla más cercana a la ventana y apenas tuvo un vistazo de su cara adormilándose por culpa de la anestesia -la cual ya deberían haberle inyectado. Yuri sintió que le estaban anestesiando su propio corazón.
Posó una mano en la ventana, como si eso lo hiciese estar más cerca de él y su rostro que no había visto ni en fotografías por tantos meses. Incluso a punto de ser operado se veía perfecto. Todo el cansancio y el dolor le daban una belleza humana, no tan lejana como se había sentido apenas se conocieron.
-Ya es suficiente -interrumpió la enfermera-. Ya está por empezar, por lo que veo. Debo sacarlos ahora.
JJ se agachó, cortándole repentinamente la visión a Yuri. Él ni siquiera podía moverse del shock que le había provocado ver a Otabek en la camilla, con los cables y afilados bisturís apuntando hacia su cuerpo vulnerable. Ni siquiera había visto al padre de éste en la otra camilla ni tampoco le importaba.
Yuri no lloró por fuera. Pero, de alguna manera, en el fondo de su alma se estaba produciendo una tormenta.
Yuri tenía la cabeza enterrada entre las rodillas y no tenía idea cuanto tiempo llevaba así. En cuanto la enfermera los condujo de regreso al pasillo, se apoyó contra la fría pared y se dejó arrastrar hasta quedar sobre el suelo. Luego adoptó su posición defensiva, que parecía casi como si estuviera creando una burbuja protectora del resto del mundo.
Sintió una presencia que se acomodaba a su lado. Por el aroma a colonia para después de afeitar, supo que se trataba de JJ. Luego sintió un fuerte perfume frutal a su otro costado -que no podía ser otro que el de Mila- para finalmente tener una tercera figura postrada a sus pies.
-¿Qué? -dijo Yuri sin mirarlos, su voz retumbando entre las piernas. La manaza de JJ se posó sobre su espalda con un poco de torpeza.
-Todo saldrá bien -trató de alentarlo-. Beka es bien fuerte.
-No es eso lo que me estaba rondando los pensamientos -admitió con un suspiró.
Bueno, siempre estaba la pequeña preocupación cada vez que alguien entraba a una sala de quirófano. Más en una operación tan complicada. Pero Yuri no estaba pensando en el durante sino más bien en el después.
Se obligó a levantar la cabeza luego de que ella le acariciara el hombro, solo para descubrir su apenada sonrisa.
-No lo vemos hace tanto tiempo igual que tú -habló ella-. Tal vez sea un poco incómodo.
-Bueno, será divertido mientras dura la anestesia -intervino Leo tratando de hacerlo sonar como una broma.
El rostro de JJ se iluminó con lo que Yuri pensaba era alguna nueva y horrorosa idea.
-Le diré que soy el fantasma de las navidades futuras y que si no regresa a casa con el rey entonces su vida estará llena de miserias.
Mila trató de regañarlo tirándole del cabello, con la risotada de Leo de fondo. Se sentía todo muy familiar, no como si todos hubiesen estado separados desde hacía meses. Yuri supuso que la sensación sería muy distinta para todos ellos, que se conocían de prácticamente toda la vida.
-Anda, Yuri. Cambia esa cara -siguió alentándolo Mila-. Vamos a conseguir un bocadillo mientras pensamos la mejor manera de darle una sorpresa a un drogado Otabek.
-Tengo tantas ideas -suspiró JJ, con nostalgia y algo de malicia.
Yuri soltó todo el aire que estaba conteniendo en los pulmones.
-Quiero estar un momento a solas -declaró, sin vacilar-. Yo... no sé, joder. Quiero pensar un poco.
-¿Tú piensas? -quiso bromear el canadiense.
Yuri no pudo devolverle el golpe ya que Leo ya lo tenía de las orejas y estaba quitándoselo de encima. Le guiñó el ojo antes de desaparecer al otro lado del pasillo, con Mila pisándoles los talones. Ella no evitó sus deseos de darle una última mirada a Yuri.
-Cualquier cosa estaremos por aquí -dijo, y desapareció.
Yuri la observó irse, los ojos pesándole por el cansancio y un poco por la tristeza. Pero eso no quitaba que la curiosidad no estuviera carcomiéndole y prácticamente arrancó lo que Ylena le había entregado un rato atrás.
Se dio cuenta que era un sobre casi minúsculo, el cual no tuvo ningún miedo de desgarrar. Allí adentro no había más que una hoja rayada y algo arrugada, junto con un pequeño cristal en forma de gota que no supo identificar al instante.
Pero luego sí lo hizo. Era un pedazo de ámbar, Yuri ahora sabía diferenciarlo. Se preguntó por qué es que Otabek le dejaría una gota de ámbar en una carta.
Mejor la leía para averiguar de qué iba tanto circo. El corazón le martilleaba en los oídos y casi se desmayó de los nervios al desdobla la hoja, la cual tenía la tinta emborronada e incluso una mancha de café en el borde. La caligrafía era hermosa y, aunque no fuese muy larga, las palabras eran profundas:
Yuriyim:
No sé cuándo es que verás esto. No sé si quiera si lo harás. Puede que lo recojas de las manos de Ylena o que mi prima decida que es suficiente y te la mande con destino a dónde sea que te encuentres en el mundo.
No sé muy bien qué es lo que quiero expresar. No es un 'lo siento' ya que no me arrepiento de nuestro mes y medio juntos en las calles europeas, bajo una hermosa luna o entre las sábanas con la noche parisina como único testigo.
Sí lamento que esto te haya roto el corazón. También he roto el mío, pero esto no ha sido más que mi propia culpa. En cambio a ti, te lo ha roto deliberadamente la persona que debía cuidarlo. Y me hubiese encantado hacerlo pero las sombras del pasado y del futuro acechaban la luz de mi presente. Estaba todo tan oscuro para mí que ni tú ni tu brillo pudieron iluminar esos momentos.
No es un pedido silencioso, tampoco. No pretendo que las cosas puedan ser tan maravillosas como en julio. Fue casi como un hermoso sueño del que aún no puedo despertar, pero temo que por mi culpa ese sueño se haya vuelto una pesadilla.
No sé que más escribir sin sentirme como un idiota y un capullo ante ti. Las palabras son pocas y sin valor al lado de lo que te mereces.
Por último, te dejo algo que tal vez te traiga recuerdos de una de las ciudades en que estuvimos: Kaunas ¿lo recuerdas? La historia de la diosa del mar que fue apresada en su propio castillo y sus lágrimas de dolor se transformaron en el hermoso ámbar que recolecta el país.
Tal vez esta lágrima de ámbar te recuerde que hay muchas cosas que podemos hacer con las tristezas. Pero siempre, siempre, la mejor de ellas es transformar el dolor en algo bello. Ojalá lo hubiese sabido mucho antes.
Otabek.
Yuri quiso romper la carta. Pero la parte de él que era más débil, prefirió apretarla contra su pecho y guardar en su puño aquella lágrima de una diosa lituana que Otabek elegía regalarle.
Era como si Otabek le pidiese que se alzase de entre las cenizas. Pero Yuri ya lo estaba haciendo por su cuenta.
En algún punto de la tarde, Yuri cayó presa del sueño en medio del suelo del hospital. No recordaba muy bien qué cosas había soñado, si eran buenas o malas o nada en absoluto, ya que fue despertado abruptamente por Mila. La chica lo estaba zarandeando con frenesí; él agradecía no haberle dado alguna bofetada o grito involuntario.
-Hay mucho movimiento -le dijo histérica-. Creo que están por salir.
Eso despabiló a Yuri, que con un salto ya estaba de pie al lado de los otros tres, mirando a los doctores que iban de aquí para allá, abriendo puertas y llamando al ascensor que se usaba para las camillas.
-¡No se puede estar aquí! -exclamó un doctor jovencito, pero no intentó ahuyentarlos- ¡Hagan lugar!
Leo tironeó de Yuri y Mila de JJ; los cuatro se alejaron por las escaleras y se quedaron allí escondidos, mirando desde el espacio entre los barandales. Los nudillos se les estaban poniendo blancos de tanto apretar el metal.
-Mejor vamos arriba -propuso Leo entre susurros-. Si nos vuelven a pillar aquí, podrían vetarnos del hospital por tiempo indefinido.
JJ gruñó algo al unísono con Yuri, pero ambos acabaron haciendo caso a la propuesta. Llamaron al elevador normal y se dirigieron al quinto piso donde la familia de Otabek debía estar esperando aún.
-Todo ha estado bien -decía Mila con una pequeña sonrisa-. He visto que sacaban ambas camillas mientras nos íbamos.
-Bueno, eso es un decir -JJ se cruzó de brazos-. Aunque nada me alegra más ver que Otabek no ha tenido complicaciones por culpa de su horroroso padre.
-Dejen de poner esas caras -regañó Leo-. Otabek no querrá que le tengamos lástima ni tampoco felicidad de que todo salió bien. Seguramente querrá que todo se sienta como los viejos tiempos.
Se hizo un pequeño silencio en que Leo inspiró hondo.
-Al menos por un rato.
JJ palmeó el hombro de Leo y le dio una sonrisa cómplice. Mila también se les unió y todos terminaron por mirar a Yuri, esperando que tomase la misma posición que todos ellos.
-De acuerdo -coincidió él rodando los ojos-. Si es que es posible en medio de toda su familia...
Llegaron finalmente al piso y se apresuraron en ir hasta el pasillo de Otabek, donde toda su familia ya estaba amontonada en torno al elevador para pacientes, el cual tenía las puertas abiertas y estaba dejando salir una camilla.
Por la figura que descansaba allí, Yuri supo al instante que se trataba del padre de Otabek.
Nadie se le arrojó a abrazarlo o llenarlo de besos como él había visto en las películas. Algunas culturas eran más distantes que otras, pero no por eso significaba que eran fríos. Yuri vio a algunos jóvenes -que Mila le comunicó eran los hermanos menores de Otabek- tenían los ojos llenos de lágrimas y los labios curvados en sonrisas. La madre de Otabek incluso estaba murmurando algo al cielo, tal vez un agradecimiento a Alá.
No a los médicos. No a Otabek, el muchacho que le salvó la vida a su padre aunque no tuviera motivos para hacerlo. Definitivamente coincidía ahora con las palabras de Otabek acerca de que las religiones no eran malas precisamente, si no la gente que no sabía ejercerlas.
Eso lo ponía enfermo. Temía verse tan asqueado que tuviese que aparecer una enfermera a internarlo por el malestar que sentía.
No mucho después, el elevador volvió a abrirse y otro par de doctores aparecieron cargando una segunda camilla. Mucho antes de ver quién era, el corazón de Yuri dio un salto en su pecho ya que no podía ser otra persona que la que estaba esperando.
Pero el hecho de verlo otra vez, sin un cristal que lo separase, le dieron ganas de ponerse a gritar en medio del hospital mientras corría a su lado. Y, si bien él no lo hizo, JJ pudo concretar aquellas acciones que él no se animaba a desplegar.
-¡Otabek!
Jean sí que lo abrazó y le importó muy poco la sorpresa que la familia Altin estaba sintiendo ante la escena. Para volver las cosas menos incómodas -o tal vez más, dependiendo de cómo se viese-, Mila y Leo fueron hasta donde la camilla estaba, impidiendo el paso de los gruñones doctores que les pedían que se alejasen así él pudiese respirar.
Yuri sí que no podía respirar, y eso que estaba solo en medio del pasillo.
-¡No veo a mi mejor amigo hace siglos...! -se estaba quejando JJ.
-Señor, por favor. Si no se le quita de encima pasará más tiempo sin verlo porque haré que seguridad lo saque de aquí -comunicó el doctor con seriedad, mirando por el pasillo a ver si algún guardia se acercaba.
-¡Oiga, no...! -chilló el canadiense con preocupación. Luego bajó su rostro hasta donde estaba el de Otabek- ¿Beka? ¿Me escuchas?
Un enfermo tomó de la parte de atrás de la chaqueta de JJ y lo arrancó de encima de la camilla.
-Yo puedo sola -exclamó Mila antes de que la quisiesen tocar.
-Cállense -vio que Leo gesticulaba con los labios-. Compórtense como personas decentes.
-¡Ugh!
Yuri estaba solo ocupado mirando a la figura de Otabek, en su cabello que se traslucía a través de la gorra y en su piel de un gris mortecino. Era aterrador verlo, pero los pequeños movimientos que hacía con la cabeza así como el subir y bajar de su pecho le confirmaban que estaba más que vivo.
Como a él le importaba muy poco lo que unos médicos dijeran, obligó a sus pies a moverse en dirección al cuarto para poder entra detrás de la camilla de Otabek. Él iba detrás de los doctores que la manipulaban y sentía como la boca se le secaba de una manera que le impediría hablar en voz alta. No se detuvo de igual manera.
Un golpe seco lo sacó de su nube de ensoñación. No se había dado cuenta hasta que su nariz rozó con la fina madera de la puerta del cuarto, la cual acababan de cerrar de un portazo en frente de su rostro.
No era bienvenido. Ni él, ni JJ, ni Mila, ni Leo. Las personas que más se habían preocupado por él y recorrido el mundo solo para verlo, no tenían privilegios por encima de la familia.
Sintió que algo se le rompía en el fondo. Pero se rompía por la rabia y la impotencia, no por la tristeza.
¿Acaso era justo? ¿Yuri debía quedarse de brazos cruzados y aceptar aquello? Pensó que quizás no tenía derecho a reclamar nada, luego de los acontecimientos en París. Pero él quería ver a Otabek, y estaba seguro que había sido mucho más importante para él que la mayoría de personas que estaban allí dentro.
-Tendría que haber sospechado de tanta cortesía de su madre -suspiró Mila, apareciéndose a su lado.
-Pues voy a entrar de algún modo -chasqueó la lengua- ¿Qué me harán? ¿Echarme? Igual estamos a un paso de que lo hagan y ambos sabemos que con JJ cerca, sucederá muy pronto.
Mila trató de sonreír a través de las lágrimas agolpadas en sus ojos.
-¿Cuándo te volviste tan feroz?
-Siempre he sido feroz -gruñó él, muy tentado de dar una patada en la puerta.
-Cuando te conocí te veías como un gatito solitario que trataba de sobrevivir en las calles -le dijo Mila-. Ahora eres un verdadero tigre.
-Oye, no digas esas cosas -se quejó con las mejillas teñidas de rojo- ¡Y yo no era un gatito! ¡Pero tú sí eres una bruja!
Mila no le dio importancia a sus palabras y siguió con su monólogo:
-Me pone feliz ver que has aprendido a salir de tu caparazón, Yuri -Una de sus manos se posó en el omóplato del chico-. Más aún, me alegra haber podido ver la evolución. Eres una persona increíble. Que se joda la madre de Otabek. Tú y yo sabemos que, si él pudiese elegir ahora, diría que quiere verte otra vez.
Yuri bajó la mirada; esas palabras lo hacían sentir un poco acorralado. No estaba muy seguro si quería que Otabek pensase que la visita era algo más porque...
Ni él sabía eso.
-Deberíamos avisar a Ylena que todo ha salido bien -propuso Leo, que estaba al lado de JJ; ambos apoyados contra la pared y sentados como indios-. No creo que los otros la tengan en cuenta ahora.
JJ asintió y sacó su teléfono para enviar un mensaje de texto, del cual recibió una rápida y feliz respuesta. Yuri hubiese preferido que al menos tuvieran presente a Ylena, ya que así Otabek tendría una persona de confianza allí adentro.
Pasaron varios minutos en silencio, hasta que fue Jean quien decidió romperlo y recordarles algunas viejas anécdotas que, poco a poco, levantaron carcajadas en los presentes. Primero eran risitas tímidas, pero no mucho después terminó en sonoras risotadas que muy pronto serían acalladas por alguna enfermera.
-Eh, Mila -la llamó JJ secándose una lágrima- ¿Sabías que Yuri casi destrozó un dinosaurio allá en Nueva York?
-Vaya, vaya -dijo ella con una sonrisa maliciosa-. Así que eres un peligro para la sociedad, después de todo.
Yuri escondió su rostro enfurecido tras su mata de cabello rubio. JJ le pasó un brazo por los hombros y lo atrajo hasta su pecho para empezar a frotarle el cuero cabelludo con el puño. Yuri le dio varios manotazos que no se detuvieron.
-¡Oye, imbécil! Y tú casi te fuiste preso por querer sacarte una foto en una zona restringida -gruñó-. Y ni hablemos de que te metiste en un canal apestoso en Dinamarca.
-No sé, no me acuerdo. No pasó si no hay recuerdos -JJ se encogió de hombros tras soltar a Yuri.
-También le arruinaste el cumpleaños a Leo. Tres veces -Yuri alzó esa cantidad de dedos encima de su rostro-. Deberías tener vergüenza de existir.
-Y tú deberías tener vergüenza de...
La última palabra que JJ dijo -y que, honestamente, no le importaba en absoluto- quedó opacada por otro sonido que invadió el pasillo: el de una puerta abriéndose con mucha fuerza. Mila dio un pequeño salto por la sorpresa, mientras que Yuri se quedó quieto con toda la sangre del cuerpo congelándosele.
Los cuatro miraron con estupefacción hacia el cuarto 508. En el marco de la puerta estaba la madre de Otabek, algo cabizbaja pero con las cejas totalmente fruncidas. Intercambiaron miradas, aprovechando que ella no prestaba atención por estar en busca de las palabras correctas que pronunciar. Cuando lo hizo, terminó sorprendiendo a todos:
-Otabek sabe que están aquí y ha pedido verlos -ella suspiró-. Pueden pasar.
Los dejaron solos en la habitación de Otabek. Bueno, solos al grupo. El cuarto en realidad eran dos habitaciones en una; se separaban a través de una pequeña pared y una puerta que les daba privacidad a las dos personas internadas. Por lo que podía deducir, el cuarto al fondo y tras la puerta cerrada era el del Señor Altin.
Yuri iba detrás de JJ, en parte porque su enorme espalda lo tapaba para no ser visto y en otra porque también tenía miedo de mirar tan de repente.
Pero tuvo que hacerlo de todas formas, ya que su escudo protector se arrojó hacia el cuerpo que descansaba en la cama de hospital. Yuri apenas tenía una peque visión de su perfil pero eso era suficiente para tenerlo embelesado.
Le devolvió el abrazo a JJ. Sus manos temblaban y sus movimientos eran toscos a causa de la anestesia, pero eso no lo detenía para abrazar a su mejor amigo en todo el mundo. El apocalipsis podría haber llegado y Yuri estaba seguro que esos dos no iban a soltarse.
-Hola -murmuró su ronca voz.
La respiración se le cortó, para luego empezar a hiperventilar. No dijo más palabras y todo era opacado por los ruidosos sollozos de JJ que se mezclaban con carcajadas de felicidad. Mila y Leo esperaban pacientemente su turno, también con lágrimas en los ojos. Yuri era el único que se mantenía alejado y tan quieto como una estatua.
-¿Creías que podías escapar de mí? -preguntó JJ secándose toscamente las lágrimas- ¡Pues ahora sí que no te podrás librar otra vez!
Otabek se rió en silencio. Sus ojos estaban cerrados y sus labios, desesperados por curvarse hacia arriba a pesar del dolor que debía estar sintiendo.
La vista era como de una fantasía. Yuri se preguntaba si todo era en realidad un sueño y no estaba allí, ya que no podía concebir en su cabeza que ese al frente suyo era de verdad el Otabek que había conocido. No porque se viera débil o más vulnerable sino porque, a pesar de lo diferente que se veía -el desgaste físico era notorio- seguía siendo él. Casi esperaba que se levantase de la cama y lo secuestrase para dar un paseo clandestino a través de Almaty, alejado de los ojos curiosos de sus amigos.
Si se percataba de su presencia, no lo sabía realmente. La siguiente fue Mila, que le besó todo el rostro y prácticamente lo ahorcó con uno de sus brazos mientras exclamaba cosas al igual que JJ. Leo fue mucho más tranquilo, pero no menos emocional, ya que Yuri lo escuchó susurrar cosas cerca del oído de Otabek que le llenaron los ojos de una capa vidriosa. Se apretó los ojos con la mano que tenía el suero, lo cual le hizo soltar un pequeño siseo.
-Te regalaré una correa -dijo JJ de repente, apuntándolo-. Regalo de cumpleaños atrasado.
-Supongo que estoy perdido -suspiró Otabek-. No sé cuánto tiempo duraré vivo si debo ser tu mascota.
-Probablemente se olvide de alimentarte, así como le pasó con todos sus peces -agregó Leo con una carcajada. Mila lo acompañó, solo que con mucha más malicia.
JJ apretó la boca mostrándose ofendido.
-Al menos Pookie sigue vivo. Y los perros son más difíciles de cuidar.
-Pookie debe tener un ángel guardián.
Aquello derivó en una pequeña charla de recuerdos nostálgicos de la vida de todos ellos juntos. Yuri tuvo un déjà vu de cuando apenas los conocía y se sentía como nada más que el intruso en la burbuja de amistad que compartían. Pensó en largarse, pero él ya no era un cobarde y tampoco se permitió sentirse menos por esas nimiedades.
Fue entonces cuando Otabek lo notó. O decidió notarlo, ya que su rostro no denotaba ninguna sorpresa. Era casi como... alivio. Alivio de confirmar que aquella presencia que había visto de reojo sí que era quien él se esperaba.
Yuri quedó paralizado en su lugar, y habría seguido así si no fuera por el empujón que le dio JJ luego de posarse a su lado.
-Ya es la hora -le susurró aquel estúpido.
Tuvo que tragar saliva para ver si podía mejorar la sequedad que sentía en la garganta. Ningún sonido parecía ser capaz de salir de ella, ni mucho menos en la de Otabek. Los dos estaban más que petrificados, mirándose a los ojos como si mirasen de repente un reflejo de sí mismos. Analizándose, escrutándose.
Se desmoronó un poco ante sus ojos oscuros y rasgados. Yuri no era cobarde pero sí era débil. Y más aún, tenía una increíble memoria para las cosas que le habían causado hermosas emociones. Quizás porque no las sentía a menudo; en el fondo las atesoraba como a ninguna otra cosa.
Y Otabek le estaba dedicando aquella misma mirada de siempre: como si fuera una cosa intocable pero que aún así quería intentar alcanzar. Podía decirlo también por sus manos, que temblaban a sus costados, buscando levantar los dedos para deslizarse una vez más entre los de Yuri.
Pero los dos sabían que ese era un límite que no podían cruzar.
-Te ves bien -decidió Yuri romper el hielo-. Creí que saldrías hecho un piltrafa.
Otabek quiso reír ante aquello. La risa no podía salirle -el dolor, seguro- pero pudo ver un gesto de nostalgia en sus rasgos. Yuri se preguntaba si el interior del kazajo estaría tan inquieto como el suyo.
-Hola, Yuri -fue lo que Otabek optó por decir. Su voz estaba ronca aún y salía casi en susurros-. Podría decir que también te ves bien.
-Yuri siempre se ve bien -intervino JJ, que ya estaba sentado en la silla contigua de piernas cruzadas-. Las hadas deben verse hermosas siempre.
-No me hagas que te golpee en pleno hospital -masculló Yuri sin darle mucha importancia.
Volvió a mirar a Otabek, a quien pilló sonriéndole mientras tenía sus ojos clavados en él. Era incómodo pero también placentero. Decidió que no haría comentarios ni pensaría mucho en eso de momento.
-¿Cómo estás? -preguntó en un intento de sonar cortés. Se sintió un idiota al instante, pero nadie más que su cabeza le dio muchas vueltas al asunto.
Otabek soltó un pequeño bufido.
-He estado mejor -le contestó con cuidado.
Yuri pudo ver que la sonrisa, por más minúscula que fuese, no se borraba del todo de su rostro. En todo momento había al menos un pequeño rastro de ella; le daba un poco de calidez ese detalle.
-¿Y tú? -agregó Otabek. Yuri se sintió desconcertado.
-Eh... bueno, no he estado mal.
-Sería mejor si simplemente dijeses que estuviste bien -Otabek volvió a suspirar-. Pero supongo que tus palabras elegidas... son por algo -se detuvo un segundo-. Yuri, escúchame. Yo...
-Oye, ya basta -lo cortó Yuri algo molesto-. No iremos por ahí. No ahora.
Yuri no supo decir en qué momento es que los otros tres lo habían dejado solo. Casi entró en pánico, ya que no sabía cuánto tiempo podría sostener la conversación con Otabek sin que alguno de los dos explotase.
-Supongo que no quieres hablar tampoco de la carta... bueno, si es que la tienes...
-Supones muy bien -dijo tajante-. No quiero hablar de ninguna mierda nostálgica. Ya he tenido suficiente sobre eso para esta vida y todas las que me quedan.
El otro esbozó una sonrisa pícara.
-¿Tus otras seis vidas, dices? -intentó bromear Otabek. Se habría visto seductor de no ser porque retorció una mueca de dolor.
-¿Puedes no esforzarte demasiado? Mira, no andaré corriendo como loca de telenovela pidiendo un médico si empiezas a desangrarte.
-Habla tú, entonces -pidió Otabek con cuidado-. Deja que descanse mi voz y se tú el que hable.
-¿Yo? -inquirió haciéndose el desentendido, el dedo índice apuntando hacia su rostro- Sabes que odio hablar. A menos que sea para quejarme de JJ.
-Pero supongo que tendrás cosas para decir. Y la verdad es que estoy deseoso de escucharlas.
Yuri se encontró dudoso ante la petición de Otabek. Por un lado, ya que abrirse otra vez ante él -aunque fuese solo por esa vez- se sentía como un peligro latente. Por el otro, porque no quería desperdiciar los pocos minutos que tendría con él hablándole sobre cómo cuidó a una elefanta ni tampoco como se quemó la lengua en México.
Pero Otabek quería escucharlo. Y eso era mucho mejor que adentrarse en una charla acerca de perdonar y errar, sobre otras mierdas existenciales y que lo dejaría hecho un charco de lágrimas en el piso. A veces, las conversaciones banales eran la mejor manera de pasar el rato. Te recordaban que la vida era mundana y llena de normalidad. No todo tenía que ser dolor.
Así que Yuri habló. Quizás por minutos, quizás por horas. No estaba contando el tiempo y Otabek tampoco. Parloteó mientras sentía los ojos de Otabek que zumbaban en busca de los suyos; sus dedos a un par de centímetros que lo separaban pero que igual le irradiaban calor. Y, aunque no podía ver su sonrisa, escuchaba el pequeño sonido que su respiración y labios dejaban escapar cada vez que se curvaban hacia arriba.
Estaba seguro que esa manera lo ayudaría a no abandonarlo otra vez con lágrimas. Era la única manera a la vista de volver con un sentimiento de calidez en su alma. Solo así, pensó que no le daría miedo irse.
Después de... ¿casi 20 días? Al fin hay actualización ;v;
La verdad es que no tengo excusa. Este capítulo se me ha hecho difícil de escribir porque tenía miedo de que no quedase como esperaban. Puede que no estuviese lleno de tensión ni es épico pero de alguna manera, quería plasmar un lado más tranquilo y natural.
Es mi manera de resolver los hechos. AUNQUE recuerden que queda aún el último capítulo y el epílogo <3 No está garantizado que Yuri haya perdonado a Otabek al punto de darle una oportunidad. Ya averiguaremos que pasa con eso c:
Quería contarles que ya subí el primer capítulo de "La sombra del desierto" por si lo quieren chequear. Este finde estaré trabajando ya en el segundo <3 y lo subiré apenas pueda
Muchísimas gracias por la paciencia, también por los bonitos mensajes que esta historia recibe constantemente. Además... ¡Ya 9K de votos! ¡Y más de 50K leídos! De verdad me emociona mucho ver lo lejos que ha llegado, estoy eternamente agradecida.
Disculpen si tiene errores de tipeo o dedazos, el capítulo está medio largo y yo estoy cansada de tanto escribir este último par de días y ya no quería esperar más para subirlo jeje
¡Nos vemos pronto con el último capítulo! ¡Besitos!
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