Bienvenido a Ciudad de México
Mientras Yuri salía del aeropuerto luego de un muy tedioso viaje a través del inmenso Océano Pacífico, se preguntó si había tomado una buena decisión.
¿Por qué seguía dando tumbos a través del globo terráqueo? Ya iba más de un mes fuera de casa, sin tener una sola comunicación con sus padres a excepción de los mensajes que le mandaba a Lilia avisándole que sí, que seguía vivo e igualito como siempre.
Pensó que tal vez finalmente había decepcionado a su madre. Quizás Lilia en el fondo había deseado tanto que Yuri pusiera los pies sobre la tierra luego de que acabara su viaje por Europa para que así fuera a la universidad, sin imaginarse que ese sería el desencadenamiento para que Yuri nunca más se quedara quieto.
Al menos, eso pensaba en esos momentos.
-¡Yuri! -lo saludó la angelical voz de Guang Hong un poco a lo lejos, trotando hasta donde el muchacho ruso estaba clavado y apretando con nudillos blancos la agarradera de la maleta.
Guang Hong le dio un corto abrazo que Yuri ni siquiera tuvo tiempo de corresponder. No se lo había esperado, no de un chico que parecía tan tímido, correcto y que apenas lo conocía. Pero no le evitaba el hecho de preguntarse si tal vez Guang daba abrazos por otros motivos que no tuvieran nada que ver con el reencuentro.
-¡Parece que fuera ayer cuando estuvimos en Atenas! ¡Y en Venecia...! -suspiró el chico- El tiempo pasa tan, tan rápido.
-Eso es un decir -dijo Yuri encogiendo los hombros con gesto desinteresado- ¿Para mí? Es como si hubiera pasado toda una puta vida desde ello.
Guang Hong se rió ante sus palabras, bajando la cabeza. Jugueteó un poco con la punta de su zapato hasta que se atrevió a hablarle otra vez.
-Leo no sabe.
-¿Cómo? -preguntó Yuri con una sorpresa no tan grata.
-Que Leo no sabe que has venid-...
-¡Pues sí me iba a imaginar que eso es lo que no sabía! -exclamó para agarrarse el puente de la nariz- Me dijiste que ibas a decirle.
-¡Y lo intenté! Pero Leo ha estado tan ocupado con su tesis...
Los dos quedaron en silencio. Yuri no sabía qué decirle exactamente a Guang Hong. Ya no tenía ni ánimos de ponerse a insultarlo o algo parecido. En lo único que podía pensar era en Leo, el bobo de Leo mirándolo por primera vez luego de todos esos meses, después de que Yuri los abandonara sin decir ni siquiera adiós.
Comenzaba a arrepentirse de sus ideas. Todo era culpa de Phichit, que lo había animado a irse a un continente tan lejano como América en busca de una de las cuatro personas que le habían marcado en su vida.
Yuri no estaba seguro de estar listo para ello. Pero estaba allí y no le quedaba más opción.
-Ha sido duro -siguió dijo Guang con gesto triste-. Leo se ha sentido tan, tan solo, no importa que yo llegara hace poco para estar con él. No ha vuelto a ver a los demás desde que regresaron sin...
Ambos quedaron en silencio, allí en medio del ruidoso aeropuerto. Yuri estaba tratando de sobrevivir al repentino pinchazo que hería su alma sin piedad.
-Sin Otabek-completó con la voz baja y tranquila, ya que sabía que se le iba a romper si hablaba más fuerte-. Han vuelto sin él. Puedes decirlo.
Guang asintió varias veces.
-Luego de París hicieron un último viaje juntos a Alemania, pero Leo me dijo que nada fue lo mismo. Todo era muy triste y melancólico. Allí, él tomó un avión derecho a Kazajistán y al resto no le quedó de otra que volver a Toronto.
-Y ahora Leo está aquí. En México -agregó Yuri, un poco ocultando la confusión que sentía-. Y me invitaste a venir, pero no le has dicho que estaría aquí.
-No -respondió Guang tras soltar todo el aire que estaba conteniendo-. Mira, sé que Leo no se va a enojar... pero él extraña mucho a sus amigos. Y dada la situación actual entre ellos no puedo ostentar con la presencia de ninguno. Sería injusto para todos.
Yuri frunció las cejas ante esas palabras. No era algo que él estuviese esperando pero tampoco quería preguntar al respecto. Prefería seguir yendo con cautela en la búsqueda de información sobre lo que pasó tras su abandono en París.
-Espero no haber tomado una decisión equivocada -le confesó Guang Hong de camino a la salida mientras esperaban por algún taxi. Yuri le había dicho que no tomaría el metro en un país latino. Estaba bastante informado para saber cómo era la cosa-. No quiero que Leo se enoje conmigo, y tampoco quiero pensar que has venido para nada...
-Mi viaje no depende solamente de Leo y pues yo planeo disfrutarlo, esté ese patán conmigo o no -contestó Yuri totalmente serio-. Y si se llega a enojar contigo, deberías golpearlo.
-¡No golpearé a Leo! -chilló alterado.
-Entonces lo haré por ti.
-¡Yuri, no...! ¡Promete que no lo harás!
Yuri tenía bastante rabia contenida, así que no podía hacer promesas de las cuales no estaba seguro si podría cumplir.
Deseó haber tomado unas cuantas clases de boxeo en San Petersburgo. Lo habrían ayudado a descargarse y, ciertamente, era más económico que salir de viaje.
Yuri casi no prestó atención a la vista que tenía de Ciudad de México. Ni siquiera escuchaba a Guang Hong parloteándole cada tanto sobre la avenida por la cual estaban cruzando o el monumento que se podía ver allá a lo lejos.
-¡Y mira! Ese de allá es el Museo de... -Guang Hong se detuvo al ver el rostro de Yuri estamparse contra el vidrio- ¿Está todo bien?
-Por supuesto -respondió con sarcasmo mientras alzaba las manos-. Está todo perfecto y no me molesta escuchar sobre museos de Frida Kahlo mientras estoy pensando en que le voy a decir al idiota de tu novio cuando lo vea luego de siglos... ¿Ya ves lo genial que va todo?
El taxista, que lucía un poco confundido ante el monólogo de Yuri en inglés, lo miró de reojo a través del retrovisor.
-¡¿Y le puedes decir al tipo que no me haga esa cara?! -chilló Yuri pero hacia Guang, quien dio un salto por la sorpresa.
-Primero que nada, el museo no era sobre Frida Kahlo, eso está en un barrio más lejano -le corrigió con algo de timidez. Yuri bufó-. Y segundo, te sugiero que no intentes insultar a la gente de aquí ni a ningún latinoamericano con el que te cruces: te meterán una patada sin problemas.
-¿Crees que les tengo miedo? -preguntó desafiante como si fuese el chico a su lado el que lo incitaba a pelear.
Los ojos de Guang Hong zumbaron hacia los anchos hombros del taxista. Si quisiera, podría haber aplastado las cabezas de esos dos flacuchos parlanchines -y quejumbroso, en el caso de uno.
-Deberías -terminó de decir Guang Hong.
-¿Problemas con el güerito? -habló el taxista hacia Guang en un tono que parecía ser una pregunta. Seguido de ello, soltó una risa bastante socarrona.
-Ah, está abrumado por la belleza de la ciudad -contestó el muchacho chino con un acento completamente diferente.
De todas formas, Yuri no estaba entendiendo nada de lo que decía. El taxista volvió a reír.
-Puedo reconocer a un niño fresa cuando lo veo. No es por ofender pero se lo van a comer vivo si lo único que hace es chillar.
-¿Qué tanto te está diciendo? -preguntó con el ceño fruncido hacia Guang y una mirada amenazante hacia la nuca del taxista.
-Dice que te va a encantar Ciudad de México -respondió Guang Hong con una risa nerviosa.
No le creyó ni una palabra, pero llegaron a su destino muy poco después y tuvo que quedarse callado mientras el otro pagaba con algunos pesos. Se recordó mentalmente que debía visitar una casa de cambio ya que lo último que quería hacer era aprovecharse de Guang Hong.
-¿Listo? -le preguntó mucho más jovial- Vivimos en el edificio de allá.
Guang señaló una colorida construcción de varios pisos, o puede que fuera un efecto del azotador sol de casi mediodía lo que hacía que todo se viera de colores fuertes y vibrantes.
-Era de los abuelos de Leo, pero murieron hace varios años -dijo con algo de pena-. Pero ya que todos sus tíos viven en otros estados le permitieron que lo usara mientras preparaba la tesis.
¿Acaso he preguntado? se contuvo Yuri de decir. No era correcto y ciertamente se oía más grosero de lo habitual. Quizás fueran los nervios los que hacían que la parte más horrible de su personalidad saliera a flote.
-Y a todo esto, ¿qué haces tú aquí? -preguntó Yuri fingiendo desinterés- Hasta donde sabía, apenas estabas en segundo de medicina. Y no tienes que hacer tesis.
-He pedido un intercambio -dio un suspiro soñador-. Podría haber ido a Estados Unidos, Australia ¡O incluso a China! Pero pensé que México me daría una mejor experiencia.
-Me pregunto la razón -murmuró Yuri tras sus espaldas mientras el chico abría el portal del edificio.
-No es solo por Leo. América Latina es fascinante, en todas partes... Quizás algún día decida viajar por todo el continente, desde el norte de México al sur de Argentina; pasar por la selva amazónica, conocer Machu Picchu, bucear en Cuba, hacer trekking en un volcán de Costa Rica, comerme una arepa en...
-Suenas muy preparado -lo interrumpió-. No imaginaba que te gustara tanto todo este oficio de viajar.
-Lo he hecho bastante pero solo con mis padres -contó con algo de pena- ¡No tienes idea lo mucho que me hubiese gustado acompañarlos a todos ustedes a través de Europa!
Yuri desvió la mirada al instante. Tuvo que tragarse el nudo en la garganta y parpadear con furia así no se pusiera a llorar como un imbécil. Desde sus últimos días en Tailandia que andaba un tanto sensibilizado; todo culpa de Phichit que lo alentaba a que hablara de sus sentimientos, que no se guardara todo para sí mismo y se dejara soltar algunas lágrimas a modo de descargo.
Phichit era una espina en su trasero, más nunca admitiría abiertamente que desde que subión al avión que lo extrañaba solo un poquito. Hasta la vida sin Seung y su acidez empezaba a hacerse intolerable para Yuri. Su vida debía ser una completa miseria como para llegar a ese punto.
No quería darle con el gusto, ¿a quién, exactamente? Yuri no sabía. A la vida, a su orgullo, a Otabek. A quién fuera. Le daba igual. No iba a llorar, al menos no frente a personas de carne y hueso.
El viaje en ascensor se le hizo semi eterno pero hubiese deseado que durara más en el momento en que vio a Guang Hong deslizar la puerta del elevador y hacerle un lugar para que se metiera en el piso siete, el mismo en que se encontraba Leo de la Iglesia en esos momentos.
Yuri entró en pánico.
No tenía ni la más mínima idea de lo que iba a decirle, o si Leo si quiera le permitiría que le dijera algo. No se había molestado en pensar algún discurso de bienvenida ya que tenía más que aceptado que acabaría soltando la primera cosa que su cerebro creyera que estaba correcta. Lo cual sería alguna embarrada de pata.
-Espera un segundo aquí -le dijo Guang en un susurro-. Me aseguraré que no está haciendo algo peligroso, no vaya a ser que se infarte o se caiga de alguna silla.
-Eso facilitaría mi vida -comentó tragando saliva. Al menos no se tendría que preocupar de qué decirle o qué hacer después de todo ese tiempo.
-Tú solo espera.
Guang Hong metió su llave en la cerradura y la abrió velozmente, dando un empujoncito suave a la puerta mientras metía solo la cabeza por una pequeña rendija.
-¿Leo? -lo llamó- ¿Sigues en la casa?
-¡Lindo! -respondió un eco lejano- ¡Estoy aquí cocinándote!
Yuri quiso lanzarse de alguna ventana en cuanto escuchó su voz. De repente se sentía como la gallina más cobarde del universo y no le daría ninguna vergüenza huir.
Pero Guang Hong lo tenía apresado por la muñeca con un agarre de acero. O puede que Yuri estaba demasiado manipulable por culpa del pequeño shock luego de caer en cuenta que en serio estaba a solo unos pasos de Leo. Su amigo. Uno de sus primeros y únicos amigos.
-¿Guang? -volvió a preguntar divertido- ¿Qué tanto haces que no entras?
Sus pasos entonces resonaron a través del pequeño, acogedor y muy juvenil apartamento -o esa fue la primera impresión que Yuri tuvo ya que no estaba muy concentrado en analizar la decoración-. Él y Guang estaban estáticos delante de la puerta sin cerrar, observando cómo aparecía desde un pasillo con luz muy tenue una figura bastante conocida. Tenía un ridículo delantal de cocina que decía "¡Peligro! Hombre cocinando" y ni siquiera iba muy concentrado en mirar al frente si no que se estaba secando las manos mientras hablaba en voz alta:
-Guang, ya vente que casi está la comid-... Ay.
Leo quedó hecho de piedra en su lugar, con los dedos de la mano derecha yéndose instintivamente a su boca para tapar el hecho de que estaba completamente desencajada por la sorpresa.
El efecto fue casi instantáneo. Yuri llegó a ver el desconcierto en los ojos de Leo al mirarlo por primera vez, casi como si tuviera a la mismísima Llorona en frente de él. Tampoco podía culparlo ya que Yuri sí que era como un fantasma en su vida, en la de él y todos los demás.
Guang miraba de su novio a Yuri sin parar, bastante nervioso de ver quién daría el primer movimiento en aquel loco reencuentro.
Yuri no sabía muy bien qué hacer en un momento así ya que no estaba seguro de cómo se llamaba eso que estaba sintiendo en su pecho.
Así que solo optó por ser él mismo.
-Tu delantal te hace dar pena -le dijo sin ninguna vergüenza.
Aquello lo hizo abrir los ojos como platos. Leo lucía como si acabaran de sacarlo de su estupor inicial, apenas dándose cuenta que lo que tenía en frente no era ninguno sueño -o pesadilla-.
-Yuri -fue lo primero que salió de su garganta, seguido de una genuina sonrisa y unos pasos apresurados hacia él.
Después, se colgó de su cuello para darle un abrazo.
Yuri no soportó el abrazo demasiado tiempo, pero sí el suficiente para tener que morderse la lengua y aguantarse todas las cosas que estaba sintiendo en ese momento.
Era como si cientos, miles de recuerdos lo acariciaran en la mejilla. Otros se sentían como una bofetada, pero por muy extraño que pudiese escucharse, él lo disfrutaba.
Casi creyó que se levantaría de aquel sueño. Pero no podía ser uno, porque en sus sueños no podría faltar Otabek. Y verlo otra vez se sentiría como una verdadera pesadilla. Un círculo vicioso del que no sería capaz de escapar.
Cuando intentó separarse de Leo, este se apresuró a tomarlo por las mejillas y mirarlo directo a los ojos; buscando quizás una prueba de que Yuri era real.
Puede que estuviera confirmándolo, ya que Leo le dio otra sonrisa en cuanto volvió a abrazarlo.
-Ha pasado bastante -le dijo cerca del oído- ¡Mira que Guang se lo tenía bien guardado...!
-Leo -lo detuvo-. Quítate.
-Yuri, hay tantas cosas de las que tenemos que hablar -siguió parloteando- ¡Tanto por lo cual disculparse! De verdad que yo quería hablarte una última vez pero se me hizo algo contraproducente y...
-Ya detente -exclamó consiguiendo poner una mano en su rostro- ¡Deja de querer disculparte! Las cosas ya pasaron y de nada sirve ahora.
Leo se alejó un poco, los hombros encorvándosele con un poco de tristeza.
-Se puede al menos intentar.
-El perdón no existe -dijo Yuri con firmeza-. Solo se puede seguir adelante y ya. Por eso estoy aquí luego de estos meses.
Leo quiso abrir la boca para hablar pero Yuri volvió a detenerlo. Al parecer, recordaba lo testarudo que podía ponerse ya que no volvió a insistir en seguir hablando del tema.
-¿Tienes hambre? -inquirió Leo de repente- ¡Oh Dios...! No puedo hacerte comer lo que estaba preparando, es una porquería.
-¿Pero me lo iba a tener que comer yo? -intervino Guang algo confundido.
-De hecho, me muero de hambre -contestó Yuri-. La comida del avión me da ganas de abrir la puerta y arrojarme sin paracaídas.
-Un poco extrañaba esto -rió Leo-. Salgamos a degustar lo mejor de Ciudad de México. No pasarás mal momento con un guía como yo.
Leo fue rápidamente hasta el interior del pasillo, regresando con un par de calzados en mano que se los puso un poco a las apuradas para poder pegar un salto en dirección a la puerta, justo en frente de los asombrados ojos de Yuri y Guang Hong.
-Cariño, te estás olvidando de algo -le habló su novio con una risa enternecida.
-Déjalo, hubiera sido humillante y muy placentero verlo salir así -se quejó Yuri pero en el fondo estaba intentando bromear con el otro.
-¿Eh...?
Leo se dio cuenta varios segundos después, pero a Yuri no le sorprendía que tuviera la cabeza en cualquier lugar menos el planeta tierra. Se palmeó la frente en cuanto descubrió que estaba a punto de salir a la calle con el delantal de cocina y un manchón de harina en la frente y parte del flequillo.
En cuanto Leo se lo quitó, los tres se apresuraron a tomar el elevador y salir a conquistar las calles mexicanas. Yuri recordaba con mucha claridad las épocas en que recorría los rincones europeos en busca de nuevas experiencias de la mano de Leo y todo su grupo de amigos.
Pero no podía decir que todo fuera igual. Si bien Leo seguía siendo... bueno, Leo, era como si una parte de él no funcionara de la misma manera en que lo hizo meses atrás. Casi podía decir que tenía una mitad de su ser apagada, o quizás en mantenimiento hasta que algún día las cosas pudieran ser igual que antes en su vida.
Si Guang Hong tenía razón, hacía más de dos meses que todo el grupo se había separado, no solo Yuri. Y él estaba más que acostumbrado a estar solo, pero no quería ni imaginarse lo que esa soledad era capaz de provocar en los otros cuatro.
¿Cómo estará tratándolo a Otabek? Tal vez era el que más podía sobrevivir solo de todos ellos, pero aún así era el que más los necesitaba a largo plazo. No quería, no debía pensar tanto en él y su bienestar pero era imposible.
-Te llevaré a probar los tacos de verdad -le dijo Leo sacándolo de sus pensamientos-. Y no tanto esas copias baratas que venden en el resto del mundo.
-Bueno, eso pasa con todas las comidas -se cruzó de brazos Guang-. Como las tontas galletas de las fortunas que inventaron los norteamericanos y las comercializaron como chinas. Sin ofenderte -dijo a su novio mientras se estiraba para besarle la mejilla.
-Qué suerte que a nadie le interesa inventar esas mierdas en nombre de los rusos -fue lo único que Yuri acotó.
-¡Oh! Pero los estadounidenses se han encargado de inventar cosas acerca de los rusos, igual. Como que son fríos y brutales...
-Y pues tienen mucha razón -coincidió Yuri con gesto solemne-. De hecho, somos peor de lo que nos pintan. Es un buen factor sorpresa.
Leo susurró algo cerca del oído de Guang Hong, lo que provocó que se riera. Yuri no quería tener que golpearlo pero si descubría que estaba diciéndole algo acerca de Yuri no siendo brutal y frío, iba a tener que darle una advertencia. Con su puño.
Caminaron a través del vivo mediodía en la ciudad, con la gente caminando a paso veloz y parloteando cosas en español como si se les fuera la vida en ello. Era un lugar tan ruidoso como Londres, Moscú o Bangkok pero tenía más calidez. Incluso familiaridad, de una forma en que sentías que formabas parte del cuadro general y no eras un mero espectador.
El olor a comida empezó a inundar las fosas nasales de Yuri en cuanto se acercaron a lo que lucía como un muy acogedor bar de tacos. Le maravilló que existieran lugares tan específicos, deseando que Rusia tuviera algo como eso pero para los pirozhki.
-Mira, los tacos al pastor son lo mejor que te encontrarás pero, debes elegir qué quieres ponerle encima.
Leo señaló hacia el tubo metálico en donde se asaba la carne, la cual era girada cada tanto sobre su eje para que el calor de la máquina pudiera darle a todo el trozo. Luego, le mostró la variedad de salsas y vegetales dispuestos para usar.
-Odio este tipo de decisiones -dijo enfurruñado- ¡No se puede elegir esta mierda!
-Yuri, relájate -rió Leo dándole una palmada-. Elige tranquilo, no hay apuro. Podremos charlar y todo eso después.
Se fue entonces con su novio mientras encargaban los tacos de la manera que más les gustaba a ambos, de memoria y sin vacilar. Yuri no entendía nada más que la palabra picante.
Y aunque lo odiara, debía admitir que sentía ciertas ganas de probarse a sí mismo con lo más extremo de la comida mexicana. Él no sería una gallina ahora que estaba allí.
Así que cuando terminó de elegir lo que agregaría encima de su tortilla de maíz, y el empleado le preguntó en español qué tipo de picante quería agregarle encima, dijo con decisión en español:
-Que pique.
No solo el empleado lo miró con algo de sorpresa sino que un creciente horror se instaló en el rostro de Leo.
-No, no quieres que pique -le espetó en inglés antes de dirigirse al que preparaba los tacos-. Dale uno que no pique.
-Pero él quiere que pique -respondió con una sonrisa. Yuri no entendía demasiado-. Permita a su amigo que pruebe.
-Es su primera vez -siguió tratando de disuadirlo-. Créame: no queremos que le pique.
-Deja de berrear tanto -chilló Yuri en inglés-. Dile que ponga uno que pique y ya.
-Uno que no pique -le habló otra vez al empleado-. Me está diciendo eso.
-Bien, bien -rió el hombre mientras elegía una salsa verdosa-. No picará... tanto. Él lo quería picante, yo cumplo con mi deber.
El empleado terminó de armar el taco luego de verter unas cuantas gotitas de aquella salsa y se lo tendió a Yuri, que tenía un gesto bastante autosuficiente mientras se dirigía a una de las banquetas altas donde ya los esperaba Guang Hong.
-¿Estás seguro? -le preguntó con una sonrisa nerviosa.
-Muerde despacito -le propuso Leo-. En serio, nunca te vayas a fiar de un mexicano si dice que no pica.
-Deja de tratarme como a un bebé -exclamó Yuri dándole un manotazo no tan fuerte-. Compórtate como el medio mexicano que eres y no tanto como un gringo.
Leo dio un respingo en su lugar ante la sorpresa de sus palabras. Acto seguido alzó sus manos como diciéndole que no iba a detenerlo, pero que probaba bajo su propio riesgo.
Yuri olisqueó un poco su taco y trató de que el hambre no hablara tan pronto. El estómago le rugía ante el aroma de la carne especiada y los vegetales cocinados, haciendo un mix perfecto en el que sentías que todo estaba en armonía.
Pero debía admitir que estaba un poquito nervioso. Aún recordaba la vez que Phichit lo engañó una noche en Chiang Mai para que probara uno de los currys altamente picantes de su país. El hecho hizo reír a Seung, al cual Yuri le devolvió la jugarreta intercambiando sus platillos en un momento que se distrajo.
No podía ser malo, ¿no? La comida del sudeste asiático tenía mala fama y si bien, sí, la mexicana la tenía peor en cuanto al tema de los picantes, Yuri ya podía decir que se acostumbraba a que la lengua le ardiera.
-¿Vas a probar? -lo retó Leo con una mirada que se veía repentinamente asesina. Le dio un bocado a su propio taco y habló con la boca llena-. Efstá buy shrico.
-¡Pues mírame!
Yuri inspiró aire y cerró los ojos unos segundos, abriéndolos una última vez para contemplar la comida en sus manos.
Estaba listo. Dio un rápido y bastante grande mordisco, sintiendo la suavidad de la tortilla y la delicia de la carne en su paladar al instante. Sabía delicioso, Yuri no iba a mentir. Era un sabor único, incomparable a cualquier otra comida extranjera que hubiese tenido oportunidad de degustar.
Pero no duró demasiado, así como tampoco la mueca ganadora.
Yuri terminó escupiendo su bocado con el rostro contorsionado de furia y malestar al sentir la punta de la lengua empezar a quemarle, extendiéndose a su garganta como si de una hoguera se tratara.
Por supuesto que Leo se rió, y estaba bastante seguro que el cocinero también debía estar deleitándose. Yuri les hubiera soltado un chillido de no ser porque no podía mover la lengua sin que le saltaran lagrimitas.
La vida estaba llena de humillaciones, y muchas de ellas se concentraban en su persona.
-Te odio -fue lo primero que su lengua pudo decir después de dar otro trago de agua. Sus ojos seguían acuosos.
-¡Yo te lo advertí! -exclamó Leo dándole una palmada en el hombro- Pero me disculpo por no haber insistido más.
-¿Qué les pasa en este país? ¿Acaso tienen tantas ganas de morir? -preguntó Yuri con la voz algo ronca.
-Les gusta vivir al límite -respondió Guang con un encogimiento de hombros-. No te creas que Leo sea un profesional, la primera vez que salimos a comer algo con picante...
Dio una mirada de reojo a su novio, que intentaba fingir que no lo escuchaba.
-Se ablandó demasiado en Canadá.
-No, aquí ya se pasan -contestó Yuri tratando de rascarse la lengua para sentir algo, lo que fuera-. En serio, ¿estás seguro que el picante no es la principal causa de muerte?
-El picante es el rito de iniciación de todo mexicano -agregó Leo con una sonrisa tierna y simpática pero su tono estaba cargado de malicia.
Guang entonces revisó la hora en su teléfono y se sobresaltó al descubrir que estaba algo tarde para su clase de anatomía. Se despidió rápidamente de Leo con un beso y un grito hacia Yuri mientras corría por la calle hasta la que sería su parada del autobús.
Yuri empezó a retorcerse las manos. No había contado con quedar tan pronto a solas junto a Leo pero no tenía manera de escapar, a menos que diera la vuelta y se zampara todas las salsas picantes para ver si podía quedar mudo o, en el mejor de los casos, morirse.
Se hubiera salvado de muchas cosas.
-¿Quieres pasear? -inquirió Leo con una sonrisa- Si gustas podemos volver a mi casa así descansas o... podría mostrarte cosas, en honor a los viejos tiempos.
-¿Aburridas lecciones de historias? -arqueó una ceja. Sus brazos estaban cruzados.
-Oh, muy aburridas. Y soporíferas. Tendrás asegurada una buena noche de sueño de lo mucho que te van a cansar -contestó con diversión-. Así como casi te dormiste en el Museo Británico.
-¡Yo no...! -soltó un gruñido- ¿Cómo iba a poder dormirme si JJ andaba dando vueltas como infante hiperactivo?
-Ah, en eso te doy la razón -coincidió con una carcajada-. Debes tener un ojo abierto si no quieres que acabe herido, preso, al borde de la muerte o deportado.
-O todas juntas -musitó Yuri.
Caminaron lado a lado, a una distancia prudente pero sin perderse de vista. Leo le narraba algunos datos específicos de cada punto por el que pasaban, y Yuri podía ver con la pasión que hablaba de su país. Puede que Leo no tuviese demasiados recuerdos, ya que desde que era muy pequeño que residió en Estados Unidos y Canadá, pero eso no evitaba que el amor por sus raíces le corriera por las venas.
Lo llevó primero al centro histórico de la Ciudad de México, un lugar al que Leo describió -citando a un poeta o lo que fuere; Yuri no estaba del todo escuchándolo- como una ciudad de tonos rojizos y grises, todo debido a que en la época colonial estaba todo construido en cantera y una especie de piedra volcánica. Se preguntó cómo es que recordaba esas cosas.
Adentrándose más en dicha zona, Leo lo condujo al punto más céntrico -al que llamaban el Zócalo-, en el cual se concentraban una inmensa catedral y otras construcciones que parecían ser de gran importancia.
-¿Sabías que es la tercera plaza más grande del mundo? -le preguntó con emoción- ¡Es un ícono en toda Latinoamérica!
-Ajá -respondió Yuri con los ojos achinados a causa del sol. Comenzaba a molestarle demasiado.
-¿Y sabes cuál es la más grande? -canturreó en un tono misterioso.
-No sé, ¿la bocaza de JJ? Ni idea -intentó que aquel comentario desdeñoso no le trajera recuerdos dolorosos. Si a Leo le afectó, no se lo dejó saber.
-La Plaza Roja, por supuesto -dijo con un encogimiento de hombros.
-Ah, ese lugar -apretó los dientes-. Sí, no está mal.
-¿No está mal? -replicó casi chillando- Pero si es uno de los lugares más increíbles del mundo entero.
Yuri solo hizo un gesto con las manos para que se callara. No tenía ganas de pensar en el estúpido Moscú, porque le recordaba a su madre y lo que sea que estuviera haciendo desde que Yuri la dejó por segunda vez. Ella aún no lo llamaba y él había dejado de insistirle.
A veces, por la noche antes de caer rendido ante el sueño o durante los solitarios vuelos nocturnos, Yuri se veía tentado de regresar. Y era esa misma duda la que lo hacía sentir como si estuviera cometiendo un terrible error el andar de gira por el mundo.
-Lo que sea -masculló-. Es una plaza y ya. Igual que ésta.
-Por cierto, Yuri -preguntó Leo tras unos momentos de silencio- ¿Hasta cuándo te quedarás?
Se encogió de hombros como respuesta.
-Hasta que mi bolsillo lo permita. O mi dignidad, ya que en cuanto carezca de ella llamaré a Sasha para que me socorra. Lo primero que pase.
-¿Quién es Sasha? -interrogó con algo de seriedad. Yuri chasqueó la lengua.
-Mi antigua jefa ricachona. Nadie importante -contestó velozmente.
-Ah, casi creí que... bueno, no es relevante. Solo me daba curiosidad.
Yuri tragó saliva al entender sus palabras. Tenía naciéndole en la garganta una pregunta que moría por hacer a Leo pero no sabía si podría perder así el orgullo.
-¿Cómo está Mila? -preguntó en cambio- ¿Y JJ? ¿Están en Canadá?
-Mila, sí -fue todo lo que Leo dijo, luciendo más nervioso-. He hablado hace un par de días con ella.
-¿Un par de días? -repitió Yuri confundido- Creí que tendrían un grupo de WhatsApp en el que se mandaban fotos vergonzosas de JJ las veinticuatro horas al día.
Leo rió con ganas ante aquello, pero Yuri no pudo evitar ver el brillo melancólico en sus ojos.
-Hablamos, pero no tanto desde que nos separamos. Yo me vine aquí una semana después de que volvimos de Europa. JJ creo que dejó Canadá hace poco.
-Ah -musitó entre dientes-. Imaginaba otra cosa...
-Las cosas cambian aunque no lo quieras -dijo Leo mientras se sacudía pelusas imaginarias de la ropa-. Tú lo sabes muy bien.
-Sí -no le quedó más que asentir-. Sí, lo sé.
Los dos encontraron un lugar en un par de escalones allí en medio de la plaza, y se quedaron simplemente observando a los cientos de personas que iban de aquí para allá. Yuri quería imaginar que sus vidas eran más fáciles y no tan dolorosas. Era una estupidez pensarlo, pero al menos le hacía sobrellevar su propio dolor. Era más fácil imaginar que solo él sufría las cosas, ya que así no tenía que perder el tiempo en sentirse mal por los demás.
-¿Qué sabes de Otabek? -preguntó de repente, mirando las yemas de sus dedos.
-¿Es importante? -suspiró Leo con algo de molestia. Yuri no podía determinar hacia qué.
-No me voy a disculpar por lo que pasó.
-Tampoco pretendía que lo hicieras -se defendió Leo rápidamente-. Era tu manera de protegerte, y supongo yo que fuimos unos egoístas al querer retenerte.
-Tan solo querían protegerlo. No es egoísta -dijo Yuri pese a que su tono se escuchaba dolido.
-Lo fue. Tú fuiste mucho más que una estrategia para retener a Otabek -confesó con la voz más débil-. Estuviste para mí allá en Praga y mira cómo te lo pagué.
-Ya da igual -lo cortó Yuri-. Ya me quejé tanto del pasado que no me quedan más energías para ello, así que no me queda más que seguir adelante.
-Lo extraño -soltó. Se llevó las rodillas a la altura del pecho y se las abrazó-. Me da miedo esta nueva vida sin mis amigos. Sé que tengo a Guang Hong y todo eso...
-Pues tus tontos amigos deberían seguir siendo tus amigos y tú el de ellos -masculló Yuri dándole un golpe ligero en la cabeza-. Sé que están todos dolidos pero separarse y alejarse no es una solución.
Mira qué bonitos consejos sabías dar, Yuri.
Leo intentó mirarlo a los ojos, con los irises oscuros luciendo completamente atormentados por el pasado.
-Lo siento -susurró de igual manera-. Sé que no quieres que lo diga... pero lo siento tanto, Yuri.
Yuri no había sabido cuánto quiso escuchar esas palabras en su debido momento. Cuánto se había convencido que pedir perdón era un caso perdido mientras en el fondo solo podía rogar por unas simples palabras.
Pero era un poco tarde, y ya no podía hacer mucho con ellas.
Al principio, Yuri trató de rehusarse a la invitación de Leo y Guang de alojarse en su pequeño departamento. Ya le había pasado el tener que sentirse como la rueda de sobra junto a Phichit y Seung-Gil en Bangkok por lo que no estaba dispuesto a que le ocurriera otra vez.
Pero luego contó el dinero que tenía y tuvo que aceptar a regañadientes.
Aún así acababa ayudando con algunos gastos de la casa, como la compra de la comida o artículos de baño. No participaba demasiado en la limpieza, pero Guang Hong se dedicaba ceremoniosamente a que todo quedara impecable ya que tenía una pequeña obsesión con el orden -lo cual le recordaba bastante a Seung-Gil.
-Voy a salir -era lo más frecuente que escuchaban decir a Yuri, tan rápido que era imposible darle una respuesta.
Usaba un par de patines que Guang Hong había comprado en una venta de garaje y salía a recorrer las calles de Ciudad de México. Yuri no podía afirmar que era un experto en español pero sí entendía un poco de los parloteos del día a día, así como los halagos que algunas señoras le vociferaban en cuanto veían su rubio cabello.
-No entiendo -les respondía mientras se escapaba de allí con las mejillas sonrosadas.
Gracias a los patines pudo llegar fácilmente a puntos clave de la ciudad, como el Monumento a la Independencia o el Alameda Central, un parque muy antiguo en el cual se sentaba a descansar con los pies descalzos y las mejillas sonrosadas mientras el viento otoñal le despeinada el cabello sudado.
-Esto debe ser a lo que algunos llaman paz -murmuró para sí mismo-. Lástima que cuando me concentro en ello es que mi mente ataca otra vez.
Y esa era su triste verdad. Mientras Yuri se preocupaba en mantenerse el equilibrio y dejar que la brisa lo ayudara a moverse, ni siquiera era consciente de todas las cosas horribles que acaparaban sus pensamientos. Solo era un muchacho ruso que estaba descansando en una ciudad latina, muy lejos de casa y de las responsabilidades. Más en el momento en que se sentaba a tomar un poco de aire es cuando empezaba a sentir todo el peso del mundo y del dolor otra vez encima de sus flacuchos hombros.
A su alrededor todo se sentía más vivo y festivo que nunca. Llevaba poco más de una semana en Ciudad de México pero el ambiente parecía haber cambiado drásticamente. Podía observar muchos puestitos que vendían curiosos artilugios o flores anaranjadas empezaban a cubrir los rincones de cada plaza que visitaba, y también mucha gente que se disfrazaba de estrambóticas calaveras paseaba con tanta decisión como si de una pasarela se trataba.
¿Acaso era Halloween? Si no se equivocaba estaban muy cerca de la fecha, pero hasta donde él sabía no era más que una tonta fecha comercial en Estados Unidos.
Regresó algo tarde a la casa por culpa de su embelesamiento entre tanta preparación para lo que fuera. Allí solamente estaba Leo; Yuri recordó las clases por la tarde-noche que Guang Hong tenía. Todavía sentía cierta tensión y ganas de insultar cuando les tocaba quedar solos pero de verdad estaba intentando que las cosas fueran menos insoportables.
-¿Qué tal tu recorrido? -preguntó Leo tras levantar la vista de un polvoriento libro- ¿Viste algo bonito?
-Nah, fui al mismo lugar aburrido de siempre -se encogió de hombros.
-¡No puedes desaprovechar tu estadía en una ciudad nueva de esa forma! -exclamó en un tono divertido pero que dejaba entrever cierto regaño.
-Mira si no puedo -lo retó-. Si yo quiero puedo ir a dormirme a Alameda Central y pasar todos mis días allí.
-Yuri, te creí más rebelde y osado... ¡Ouch! -se quejó tras recibir un golpe que le rozó la oreja con una pantufla- ¡Oye! ¡No juegues sucio!
Yuri se alejó hacia la cocina, con una pequeña sonrisa triunfal en el rostro. Escuchó los pasos de Leo que lo seguían a gran velocidad, provocándole que sacara un suspiro exasperado mientras atacaba el tarro de galletas.
-Oye -lo llamó tras meterse un pedazo de galleta a la boca- ¿Por qué la gente se viste de calaveras? ¿Son fanáticos del Halloween?
-Dios, no -espetó Leo con cierto horror-. Que no te escuchen decir eso... Aquí festejamos Día de Muertos.
-¿Hm?
-El día de los fieles difuntos, ¿no te suena? Creo que la fecha es conmemorativa a nivel mundial o algo... ¡Aunque ellos no tienen una festividad como la nuestra! -dijo con una sonrisa orgullosa.
-¿Y que no es lo mismo que el tonto Halloween?
-Por supuesto que no. Tiene un significado completamente diferente, aparte que ni siquiera es el mismo día. Aunque debo decirte que ser mestizo me ha traído beneficios ya que puedo festejar doble -Leo se tomó su propia galleta-. Bueno, en realidad yo festejaba triple.
-¿Tienes alguna tercera nacionalidad oculta? -preguntó Yuri tratando de sonar amigable. No le funcionó.
-Pues... -soltó un fuerte suspiro, bajando la cabeza- En realidad es también el cumpleaños de Otabek.
-Ah -musitó Yuri tras ahogarse con su galleta.
Tenía la garganta cerrada y eso le imposibilitaba tragar, provocando que se le pusieran rojos los ojos. Al menos quería atribuirlo a eso.
-O sea pasado mañana -dedujo Yuri con la voz ronca.
Leo asintió. Yuri se cruzó de brazos mientras respiraba fuertemente. No quería que se le notara la turbación.
-¿Vas a hablarle? -volvió a hablar Yuri.
-Supongo -contestó Leo algo desconfiado. Se quedó en silencio unos momentos, mirándolo varias veces con ganas de decirle algo hasta que se animó-. Tú... ¿quieres hacerlo?
Yuri apretó los puños y se mordió con fuerza el interior de su labio. Se había estado esperando la pregunta pero realmente no pretendía que doliera de aquella manera.
-No -fue lo último que dijo antes de encerrarse en su dormitorio.
Yuri se la pasó todo el 31 de octubre afuera. No era capaz de quedarse en la casa ya que a cada rato se imaginaba a Leo hablando por teléfono con Otabek, enviándole mensajes o cualquier cosa que pudiera avisarle de su presencia en México, en la misma casa de su amigo.
No estaba seguro de si Leo era capaz de reverla aquello considerando el pobre estado mental de Yuri pero no iba a quedarse a comprobarlo. Tal vez fuera un pequeño miedo a que Otabek quisiera hablar con él tan solo para preguntar cómo le iba en la vida, fingiendo una cotidianeidad que no tenían y que tendrían que haberse merecido.
Pero nada de eso iba a pasar más que en su cabeza. Así que prefería estar lejos, muy lejos y no tener que soportar una posible indiferencia de Otabek.
Los ánimos por el Día de Muertos parecían avivarse con cada segundo, si es que le permitían la ironía de aquello. Se conseguían dulces y todo tenía un aspecto más colorido del normal. Era bonito, tal vez también tétrico, pero ¿quién decía que lo macabro no podía tener también su belleza?
Esa tarde se la había pasado leyendo acerca de las costumbres de dicho día, las cuales lo tenían aun algo confuso. No entendía el tema de los diferentes niveles de los altares ni tampoco la necesidad de tener tantos elementos sobre él. Le recordaba a los ritos que haría alguna religión pero Leo no había parado de mencionarle que no era algo como eso sino más bien una tradicional nacional en honor de los que ya no estaban.
Quizás Yuri no lo entendía ya que nunca tuvo que enfrentar a la muerte cara a cara. Si bien era un chico huérfano del cual no tuvo conocimiento acerca de su pasado hasta que el abuelo Nikolai llegó a su vida, él jamás se preocupó de imaginar que sus padres biológicos podrían haber estado muertos. Si esa hubiera sido la verdad no podía decir que le afectaba.
La mujer que lo vio nacer no se preocupaba en lo más mínimo, así que estaba prácticamente muerta en su vida. Y de su progenitor tampoco tenía muchas pistas lo que le daba un paradero aún más desolador. Yuri no los hubiera honrado en el caso de que estuvieran fallecidos.
De regreso en el departamento, Yuri sintió la vibra diferente que desprendía toda la decoración, así como el altar de tres niveles que armaron Guang Hong y Leo con tanto ahínco en medio de la sala de estar. Sus colores eran bonitos pero le hacían sentir muy extraño a Yuri.
-¡Guang, llegó Yuri! -exclamó Leo desde la cocina- ¡Hora de cenar!
-No tengo mucho hambre -le chilló de regreso en un tono medio sombrío mientras se arrojaba al sofá.
Guang Hong apareció por el pasillo con el rostro bastante adormilado y se acomodó en la mesa, donde ya estaban dispuestos tres platos y algunas bebidas. Leo llegó poco después, con su tonto delantal, unas manoplas y una humeante cacerola.
-Tonterías. He cocinado tamales rojos. No te puedes negar.
-No sé ni qué es eso -gruñó Yuri, todo despatarrado por el sofá.
-¡Pues ven a la mesa y prueba! -trató de convencerlo en tono cantarín- ¡Te juro que no está picante!
-O sea que sí pica -dedujo Yuri con los ojos achinados, pero de igual forma se arrastró hasta la mesa, justo al lado de Guang.
-No como para hacerte llorar -Leo se encogió de hombros-. Tienes que saber que si atacas mi identidad mexicana, pues te las tendré que hacer pagar.
-Qué tétrico -masculló mientras tomaba uno de los tamales para depositarlo en su plato y tratar de descubrir cómo devorarlo.
Leo lo miró de reojo, con las manos incómodas sobre su regazo, mientras Yuri daba vueltas al tamal envuelto en lo que parecía ser una hoja de mazorca. El chico a su lado carraspeó.
-Solo corta el hilo y ya -le dijo tratando de de sonar amable. Yuri le chasqueó la lengua.
-Claro que lo sé.
No, Yuri no lo sabía. Pero con algunos segundos más podría haber deducido aquello. Se dispuso a quitar toda la hoja de su tamal y mirar con algo de recelo a la humeante pasta rojiza que yacía en su interior.
Al final acabó decidiendo que estaba delicioso. Y que no picaba demasiado, o puede que su lengua y paladar se estuviesen volviendo de acero.
Para cuando terminaron la pequeña cena, Guang Hong desapareció velozmente y regresó con varias chocolatinas con motivo de Halloween para tomar como postre.
-No había nada que no tuviera la temática -trató de disculparse ante su novio. Leo le sonrió.
-Descuida; no es como si pudiéramos luchar nosotros contra las costumbres hegemónicas -dijo con un tonto algo grave y exagerado. Suspiró-. Es solo triste imaginar que quizá con los años muchas tradiciones nativas se pierdan. Ojalá hubiese sido más consciente de estas cosas cuando aún estaba en Toronto.
-Es solo un día festivo -intervino Yuri tras dar un mordisco a su chocolatina- ¿Tú te crees que yo festejo alguna de las porquerías que hay en Rusia?
-Ya, solo es feo ver que suceda -terminó de decir Leo-. Por eso este año me gustaría hacer las cosas como se debe. Eso sin mencionar...
Sus ojos se desviaron a su altar sin terminar, posándose apenas unos segundos antes de regresar a enfocarse en sus dos acompañantes.
-Que tengo varias personas a las que quiero recordar -suspiró.
-Leo, en serio, si vas a honrar al malnacido de tu padre... -empezó a decir Yuri tras recordar la confesión del muchacho en Praga.
¿Cómo es que los mismos padres podían ser así? Yakov no era una maravilla y hería a Yuri en muchas maneras que posiblemente no era consciente pero el padre de Leo había sido un bastardo que jugó con los sentimientos de su hijo y trató de separarlo de su madre, luego de años de haberle mentido a ambos.
Ineludible, pensó en Otabek y en su padre. En el silencio que el patriarca de los Altin tuvo luego de enterarse de la sexualidad de su hijo. Y peor aún en su intento desesperado de manipular la mente de Otabek para que le salvara la vida. Intentó no imaginarse a Otabek, el día de su cumpleaños, pasándolo al lado de ese hombre y otras personas que le dieron la espalda cuando más los necesitó.
Pero eso lo hacía pensar también en sus repentinas acciones y decisiones tomadas en París. En la crueldad de sus palabras y la frialdad con la que no se dio la vuelta cuando tuvo que subir al avión que lo llevaría lejos de allí.
Yuri no quería sentirse así, pero ¿acaso no le había dado él también la espalda a Otabek?
La noche por el festejo de Día de Muertos llegó más rápido de lo que esperaba. Yuri casi ni había sentido el paso de las horas ya que su cuerpo y mente se encontraban en un estado automático, mucho más lejano a la realidad en la que coexistía.
-¿Yuri? -preguntó Leo por él- ¿Vienes?
-Que sí, ya no insistas -contestó algo brusco desde la cama-. Déjame prepararme.
Leo lo abandonó para que terminara de prepararse. Yuri solo tomó una de sus camisetas sin lavar y se quedó un par de segundos sentado en la esquina del colchón, la mirada perdida hacia la ventana con cortinas descorridas.
Se podía ver la procesión de camino a los cementerios u otros lugares de descanso. Un sinfín de puntitos que brillaban, la llama ardiente de las velas que se encendían por todos esos que no estaban; los injustamente caídos y también aquellos que eligieron irse por cuenta propia. No importaba en un día como ese el verdadero motivo.
Él no podía vivirlo del todo en carne propia. Nunca había tenido que reponerse a la muerte de un ser querido y no es que le molestara tampoco. Pero en los últimos tiempos, Yuri contempló de una manera más cercana la muerte, ya fuera por la vejez de su recién encontrado abuelo o por otras circunstancias totalmente diferentes. Como lo era la historia de vida de Otabek.
Eso le ponía los pelos de punta cada vez que lo recordaba. Y, sin importar la situación de las cosas en ese momento de su vida, Yuri nunca había dejado de pensar en él como una persona fuerte. Manipulable, seguro. Pero Otabek era alguien fuerte que sobrevivía todo el tiempo en un entorno que no le abría los brazos y no huía de ello.
No podía dejar de pensar en Otabek desde que estaba en México. Había sido mucho más fácil cuando no tenía tantas cosas a su alrededor que le recordaran a él.
El departamento también estaba solo iluminado con la luz de las velas y olía a azúcar e incienso, opacando el aroma de la comida que comenzaba a enfriarse. Yuri divisó varios platos mexicanos que no reconocía pero otros lucían más bien... estadounidenses. Pensó en el fallecido padre de Leo.
Incluso había un platillo con unas empanadillas de estilo chino y un poco de arroz, justo al lado de un viejo abanico de diseños orientales y un anillo.
-Era un cabrón pero creo que debo perdonarlo y honrar por su descanso eterno -escuchó que Leo le decía a Guang Hong mientras encendía una última vela-. Tal vez así deje de doler.
-Lo que sea que decidas, por mí está bien -Guang Hong atrajo a Leo hacia sí para besarlo en la frente.
-Ya estoy -interrumpió Yuri con un carraspeo.
Guang y Leo se giraron rápidamente hacia él, ambos con una sonrisa melancólica.
-¡Ah! Yuri, ven -le hizo señas animado-. Te enseñaré un poco de la tradición.
Con pasos vacilantes, se acercó. Yuri tuvo un vistazo más cercano del altar ya terminado, con sus tres niveles que representaban el cielo, la tierra y el Inframundo, tapados con coloridos manteles de fino bordado pero que podía decir claramente eran antiguos. Tal vez pertenecieron a los difuntos abuelos de Leo. Las flores junto a las calaveras multicolores le daban un aire lleno de viveza al altar sin importar el ambiente sereno y un poco lúgubre.
Fue entonces que Yuri pudo reconocer un objeto al costado del altar. Recordó que fue una de las primeras cosas que distinguió de Leo aquella vez que se conocieron en Londres, provocándole varios percances al grupo por su culpa.
-¿Por qué has puesto tu guitarra? -preguntó Yuri confundido.
-Era de mi papá -contestó con un atisbo de tristeza-. Pese a que ha sido mía por años, él fue quien me la dio cuando era un pequeñito y gracias a esto... es que adoro la música.
-Qué irónico, ¿no? -respondió Yuri sin mirarlo- Lo que más amas ha sido gracias a alguien que te causó dolor.
-Pero es que esa es una de las maneras más fuertes del amor: que llega hasta ti para sanar una herida enorme. No importa de qué amor estemos hablando. Solo debe ser amor.
-Quisiera coincidir con tus palabras -susurró Yuri.
-Quizá... -intervino Guang Hong con su dulce voz- Quizá está esperando el momento justo para aparecer en tu vida.
-El problema no es ese -Yuri chasqueó la lengua-. Dices que el amor llega después de las heridas, pero ¿qué sucede con las heridas que vienen después del amor? ¿Quién sana esas?
Leo le dio una mirada de aquellas que solo una madre hacía. Yuri quería enfocarse en otra cosa, en cualquiera de la infinidad de cositas que componían el altar y que podrían haber llamado su atención. Pero no podía.
Se sentía como un gatito contra el mundo, que aunque usara sus colmillos y sus uñas para defenderse de todo el mal a su alrededor, a veces no era suficiente. Y como él era terco entonces seguía y seguía tratando de protegerse de algo que era más grande que él.
-Es el perdón, Yuri -contestó Leo con su tono calmado, su mano posada de forma protectora contra su hombro-. Cuando aprendemos a perdonar a aquellos que amamos y nos lastimaron, es cuando sanan las heridas hechas después del amor.
Ciudad de México era precioso en noviembre. El otoño comenzaba a hacerse notar y al menos no era como en San Petersburgo o Moscú, que para esa época ya estaba congelándote el trasero.
Yuri se dedicó a conocer un poco más de la historia, de los museos y también se tomó todo un día para visitar la vieja ciudad prehispánica de Teotihuacán, donde se encontraban las famosas Pirámides del Sol y de la Luna. No pudo evitar que Leo y Guang Hong lo acompañaran, lo cual era un poco bueno ya que podía seguir aprendiendo acerca de la historia, recordando sus visitas por los casos históricos de cada ciudad europea.
Otra cosa que pasó a lo largo del mes de noviembre, fue que su madre se dedicó a llamarlo. Tuvieron una gran charla acerca del futuro, de los miedos y muchas otras cosas que a Yuri le molestaba decir en voz alta. Al final Lilia tuvo que entender que su hijo estaba algo perdido en el camino y ésta era su manera de intentar posicionarse en él otra vez.
-Sasha me ha prestado dinero -le confesó-. Juro que... no sé, joder. En cuanto pueda regresaré y trabajaré duro para devolvérselo. Sé que será una puta mierda pero no puedo volver a casa ahora. Y seguro no me crees, pero qué más da.
Lilia suspiró al otro lado; Yuri no podía decir si estaba decepcionada por cómo se oía.
-Voy a depositar algo en tu cuenta, ¿llevaste la tarjeta, no?
-No hace falta -Yuri chasqueó la lengua-. En serio, déjame lidiar con mis problemas y arruinarme la vida solo. No tienes que hacerlo.
Pero de igual forma Lilia lo haría. Quizás a ella le dolía más que a él verlo en esa situación, por más de que no le dijera tan abiertamente. Yuri estaba con un pie colgando del abismo, y nada bueno se veía allí abajo si es que se dejaba caer.
Nikolai también insistía con enviarle un poco de dinero. Yuri se sentía un vago abusivo -y es que lo era, en serio- pero tampoco quería regresar. Estaba disfrutando de su tiempo en México, así tanto como había disfrutado en Bangkok. Puede que no fueran los viajes con los que los adolescentes soñaban -fiestas, tragos, algunos ligues con sexys extranjeros y muchas compras- pero le alcanzaba con lo que tenía.
Una tarde en que Guang Hong le pidió que lo acompañara a comprar unas cosas para sorprender a Leo por su aniversario -el 26 de noviembre, para ser exactos-, el teléfono del segundo comenzó a vibrar insistentemente.
-¡Ah, justo que tengo que irme a la asesoría de la tesis! -escuchó a Leo quejarse cerca de la puerta, buscando el móvil entre sus bolsillos y sin siquiera fijarse el nombre en pantalla- ¿Hola?
Yuri, que estaba tirado mirando la televisión, decidió espiar un poco la conversación que Leo estaba teniendo. Su rostro había cambiado por completo y eso no estaba seguro de si era o no una buena señal. Si bien se veía sorprendido y un poco cansado, Leo no estaba del todo atónito ante su interlocutor.
No era quien Yuri pensó primero, al menos.
-Ya te dije que... -Leo suspiró, quitando su mano del picaporte y adentrándose otra vez a la casa- Mira, sabes que no querrá hablar contigo.
Eso captó aún más su atención e incluso de Guang Hong, que intercambiaba miradas cómplices y confundidas con Yuri.
-¿Y eso? Igual te colgará el teléfono por más de que no le diga quién eres -exclamó Leo-. Fue un error, ¿vale? Sé va a enojar mucho en cuánto se dé cuenta que subí una foto suya a Instagram revelando su ubicación...
-¿Con quién infiernos estás hablando? -chilló Yuri sentándose erguido de repente.
No le quedaban demasiadas dudas de qué se estaban refiriendo a él y eso lo comenzaba a alterar. Leo alzó una mano para que no hablara.
-Por favor, no insistas -suplicó Leo bajando la voz-. Sé que debería habértelo dicho... ¡Y ya me disculpé en el mensaje de anoche! No hacía falta que llamaras exigiendo hablar con él. Oye, te estás pasando de la raya, no me digas esa palabrota.
-¡Dame ese teléfono ahora!
Yuri dio un salto desde el sofá y se encaminó dando zancadas hacia Leo, que giraba sobre sí mismo mientras luchaba contra él para que no le arrancara el móvil de las manos.
-¡Yuri, no!
-¡Que me lo des!
Podía escuchar un murmullo desde el auricular del teléfono, una voz que no era capaz de reconocer del todo y mucho menos lo que estaba diciendo. Pero pronto iba a saberlo.
Guang Hong intentó meterse varias veces para detener el forcejeo pero Yuri le dio un manotazo suave para que se alejara. No era capaz de gritarle o golpearle más fuerte pero eso lo mantuvo apartado mientras finalmente le quitaba el teléfono a Leo, que no intentó recuperarlo pero miró con expectativas y algo de horror el que Yuri estuviera por contestar al otro lado.
-¿Quién quiere hablar conmigo? -preguntó algo tosco, arreglándose el flequillo que se le salió de lugar por culpa de luchar con Leo.
-¿Yuri? -exclamó la persona del otro lado, fuerte y claro, en un timbre de voz que se le hacía imposible no reconocer al instante- ¿En serio eres tú?
Yuri inspiró hondo, cerrando los ojos unos segundos mientras su cerebro lo procesaba todo. Lo había estado esperando en el fondo. No había demasiadas opciones, y la mitad de ellas apuntaban a una persona en particular.
Su voz era la misma pero estaba sereno. Quizás fuera la sorpresa de encontrar a Yuri tras todos esos meses. O el shock de que Leo le estuvo dando asilo y no se lo dijo a él ni a los demás. Podía entender que el otro estuviera molesto pero no podía más que agradecer al bobo de Leo por su silencio.
-Soy yo -musitó con los labios casi apretados por los nervios- ¿Qué hay, JJ?
¡He regresado!
Oficialmente, mi huelga ha acabado. Los días han estado tranquilos y la verdad es que esto me vino muy bien ya que yo estaba muy molesta (lo sigo estando) pero al menos puedo ver las cosas con la cabeza más fría. Y no me arrepiento de mi decisión ya que tampoco hubiera sido justo que mi enojo y desánimo se viera plasmado en las líneas del fic.
Les quiero agradecer mucho por su paciencia, a quienes apoyaron a la iniciativa y especialmente a aquellas que estuvieron en contra pero de igual manera respetaron mi decisión y la de otras autoras. Sepan que de verdad es muy apreciado y me alegra estar de regreso y espero que todo en el fandom siga tranquilo ♥️
Y tengo un pequeño mensaje para todas esas personas que he visto hablando pestes de las autoras en huelga, quejándose de que no tenían la culpa y que se quedaban sin fics. Me da mucha pena ver tanta falta de empatía y solidaridad con lo que ha pasado. La huelga nos ha servido a muchos para reflexionar y también para mandar un mensaje a algunas personas en el fandom (aclaro: NO son todos ni la mayoría) que dan por sentado a los autores y sus fics. Esto no es un "trabajo" que los lectores nos mantienen como vi que decían; esto es un hobby. Uno escribe porque le gusta, cuando le da el tiempo y las ganas y también cómo le plazca (por supuesto eso no justifica que nos vayan a traer una obra con miles de errores y cero planteamiento). Me alegra haberme dado este descanso ya que estaba molesta no sólo por lo que le hicieron a mi Ziall si no que me dio mucha tristeza ver que hay gente que nos consideraba como meras máquinas de escribir, que solo deben dedicarse a hacer fics y que para colmo tengan finales de su gusto.
No quiero que lo vean como una reprimenda porque no es el caso. Yo estoy muy feliz de las lectoras que tengo, que sean buenas y comprensivas. Son la mejor parte de mi estadía aquí en Wattpad y nunca podré terminar de agradecerles. Solo necesitaba descargarme c:
Pero dejando de lado todo esto... ¡Yuri llego a México! Y en una fecha muy especial TuT como ya la mayoría sabe, yo no soy mexicana. Tampoco he estado en México. Ha sido un gran desafío hacer este capítulo y espero les haya gustado y que no tenga errores garrafales (alguno hay, seguro). Quería mostrar otro lado de México y no ir siempre por el cliché cómico con el que se relaciona al país o a cualquier otro latino.
El próximo capítulo ya está bien avanzado, así que lo traeré estos días :D la huelga fue corta y este cap fue largo así que no me dio tiempo a hacer maratón, pero tienen casi 10 mil palabras para divertirse ahora.
Otra vez, les agradezco por la paciencia y no abandonarme, por no hacer berrinches y por repudiar (y no decir "meh") a lo ocurrido la semana pasada. Son las mejores del mundo mundial ♥️
¡Besitos!
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