Algunas historias empezaron en Toronto

Nadie lo recibió en el aeropuerto. No había un Guang Hong esperándolo tímidamente ni un Seung malhumorado ni tampoco un ruidoso JJ con sus carteles.

Nada.

Pero no era una sorpresa, ya que él tampoco había querido que ella lo supiera. Puede que muy en el fondo estuviera esperando que se apareciera por culpa de que Jean hubiese abierto la boca. Más no lo había hecho y era su tarea desaparecer entre el gentío para buscar la manera de llegar a la dirección que los otros dos le habían propiciado.

Sentía como se le cerraba el corazón en un puño en cuanto cruzó la puerta del aeropuerto Pearson. Allí era donde todo había comenzado. Si bien no para él, sí que lo hizo para Otabek y los demás.

Trataba de imaginarlos sonrientes, animados y ruidosos mientras esperaban abordar el avión que los dejaría en Londres. En la ciudad donde había comenzado la aventura.

Pero las aventuras a veces comienzan mucho antes de lo que uno cree. Las cosas no habían comenzado en Londres donde todos se vieron por primera vez.

Empezó en Toronto, cuando un grupo de amigos de toda la vida quiso recorrer el mundo para despedir a uno de sus pilares. Y empezó en Moscú, cuando un niñato rebelde se escapó de casa para sentir lo que era ser libre.

El edificio al que debía dirigirse se encontraba en la zona universitaria de Toronto. Lo cual era una ironía considerando que la persona que estaba visitando no asistía a la universidad, ¿o ahora lo hacía? No tenía idea de su vida en los últimos meses. Era una persona bastante irónica en su totalidad y tal vez le había parecido divertido tener que vivir en medio de universidades, enseñándole el dedo medio a todos aquellos que le decían que no sería nadie en la vida por no estudiar una carrera.

Toronto era una ciudad pacífica y relajada, lo suficientemente grande como para pasear a tus anchas pero con la cantidad justa de locales y turistas perdiéndose por sus calles. Yuri pensó que podría acostumbrarse a ella pero no eternamente: estaba seguro que en cuanto pasara su mala racha necesitaría de un lugar algo más ruidoso y salvaje. No tanto como Londres o Nueva York, pero algo en el medio podría funcionar para él.

No encontró el edificio al instante según las vagas indicaciones de JJ, acerca de que no era tan alto y de un color beige, lo que significaba: más de la mitad de edificios de la zona. Fue en cuanto se puso a inspeccionar los números de cada uno que dio con el que estaba buscando; uno de lo más bonitos de la zona y que se veía bastante animado para ser enero, en pleno gélido invierno canadiense.

Yuri revisó en el portero hasta que finalmente dio con el piso que buscaba. Miró el nombre allí escrito durante varios segundos y con el dedo tembloroso antes de apoyarlo contra el timbre que le avisaría a la dueña de casa de su presencia.

No tuvo tiempo de armarse de valor para hacerlo: alguien se apareció al otro lado de la verja y lo hizo saltar del susto en cuanto habló en voz alta.

-¿Qué quieres aquí? -preguntó con un tono ácido- ¿Se puede saber a qué has venido?

Yuri la miró unos instantes. Sus ojos estaban prendidos en llamas igual que su cabello, ahora mucho más largo y sujeto en una coleta improlija. No se veía feliz ni tampoco muy preparada para verlo.

-Un simple hola alcanzaba -musitó Yuri entre dientes.

Ella se cruzó de brazos, desafiándolo con su aterradora mirada. Yuri, que en el fondo estaba hecho un alboroto, no se dejó intimidar.

-No creo que te lo merezcas siendo que jamás dijiste adiós.

-No te pongas toda filosófica conmigo. Sabes que no tengo paciencia -le espetó-. Joder, me estoy congelado, ¿podemos hablar adentro?

-Pues te jodes -le gruñó ella-. No sé por qué pensaste que te iba a dejar pasar.

Fue el turno de Yuri de mirarla con una pequeña chispa de enojo. Se estaba empezando a cabrear de esa bienvenida que le daban. Sí, él se había ido sin avisar; sí, nunca fue capaz de enviar un mensaje. Pero estaba dolido y molesto y se sentía traicionado, no solo por Otabek, sino por todos aquellos que había considerado como sus amigos y hermanos de viajes.

Mila no parecía ver ese lado de la situación.

-¿Y tú qué? ¿De verdad adoptarás esa posición de amiga víctima y molesta? -soltó Yuri- Porque si no sabes, al que hirieron es a mí.

La muchacha dio algunos pasos hasta Yuri, acechándolo como si de un felino se tratara. Le salió una risotada algo amarga.

-¿Otabek no fue herido? -fue lo que ella preguntó- ¿No le dolió que te fueras? Sí, se equivocó. Sí, que haya tenido una vida de mierda no es una justificación, ¿pero acaso te detuviste a pensar en lo abrumadores que podían ser sus sentimientos?

Yuri se quedó callado, tragando saliva fuertemente pero sin poder desviar la mirada de sus gélidos ojos azules.

-¿Por qué te empeñas en hacerme el malo de la película? -le dijo él tras un insoportable silencio- ¿Quién te piensas que eres? ¿O quién se cree Otabek que es?

Los ojos de Mila sí se quitaron de los de Yuri, pero poco después entendió el por qué: se le estaban llenando de lágrimas.

Sus labios, resecos y sin labial, muy distinto a como ella los usó durante todo el viaje -en donde se la notaba feliz y emocionalmente estable-, temblaron un poco mientras se abrían y cerraban sin que un solo sonido saliera de ellos. Yuri estaba retándola silenciosamente a que le respondiera.

-Creí que podrías salvarlo -respondió Mila con cuidado-. Casi pensé que... eras la salvación de Beka y de todos nosotros.

Él cerró los ojos para no estallar en gritos ante aquella afirmación. No serviría de nada gritarle a una mujer llorosa en medio de la calle.

-O sea que estás decepcionado de la jodida idealización que te hiciste de mí -dijo Yuri finalmente.

Mila no contestó ni miró hacia su lado. Estaba muy ocupada mordiéndose el interior de la mejilla.

-Creías que sería un estúpido héroe.

¿No es eso lo que pensabas de ellos y Otabek? le dijo su mente en susurros. Ahuyentó esos pensamientos.

-Lástima que no soy un puto héroe, Mila -exclamó dolido-. Ni quiero serlo. Los héroes se preocupan por el final feliz de todos pero nadie piensa en el de ellos.

Ahora ella sí giró la cabeza, rabiosa y con rencor brillando en sus pupilas. Pero Yuri no tuvo miedo ni dejó que eso le afectara.

-Pues parece ser que aquí nadie tuvo uno de esos, ¿no? -inquirió con sarcasmo.

Yuri no respondió. Ni siquiera era necesario. Solo se dio la vuelta y se alejó dando zancadas, escuchando como el portal del edificio se abría con violencia y se cerraba detrás de él.

Se consiguió un cuarto en un hostal que al menos no apestaba demasiado y servían desayuno. Si bien no estaba quedándose sin dinero, tendría que empezar a considerar la idea de generar algunos ingresos. Pero para eso debía asentarse en una ciudad. Ir de aquí para allá no era algo que podría durarle para siempre.

-¡Podrías empezar un blog o canal de YouTube y cobrar con la publicidad! -propuso Phichit al teléfono esa misma noche.

Yuri de verdad que no tenía ganas de hablar con nadie pero al menos la ruidosa voz del tailandés lo hacía estar ocupado en la conversación en lugar de perderse en la que tuvo con Mila en la tarde.

-Esa mierda solo le funciona a los ñoños felices como a ti -Yuri chasqueó la lengua- ¿Te crees en serio que podría tener un canal y hacer videos?

-¡Solo está en la voluntad de cada uno! -rió el otro.

Yuri rodó los ojos antes de responder:

-¿Te crees que Seung podría tener un canal entonces?

Phichit soltó una muy incómoda risotada al escuchar esas palabras. Yuri también quiso reír al haberlo atrapado con sus propias palabras.

-Es... distinto -carraspeó-. Vamos, Yuri. Tú tampoco pones de ti mismo. Aunque, primero lo primero: deberías ir a la embajada a solicitar una visa para poder trabajar.

-Pensar en eso suena aterrador.

-Yuri, Yuri... la vida es aterradora pero eso es lo maravillo-... ¡Oh! ¡Llegó Seung! ¡Amor, ven a decir hola! -lo escuchó chillar al lado del auricular.

Yuri tuvo que alejar el teléfono pero eso no le impidió escuchar un odioso no seguido de un portazo. En idioma Seung era casi una muestra afectiva y de cariño; de no haberlo sentido, simplemente hubiera ignorado a Phichit.

-Dile que yo también creo que es un amor -ironizó Yuri rodando otra vez los ojos. Phichit se rió.

-Como sea, Yuri... quizás asentarte en un lugar te haga bien. Tailandia funcionó, ¿no?

-Supongo -dijo muy dudoso.

Pero en Tailandia no estaba solo en la ciudad de Otabek, teniendo a Mila al alcance pero estando molesto y desesperado por estar con ella al mismo tiempo.

Soltó un suspiro, seguido de un gemido de frustración. Phichit trató de animarlo contándole cosas estúpidas de Seung y el viaje a Australia que estaban planeando ya que una agencia de modelos requería a Phichit como uno de los fotógrafos ayudantes.

Todos parecían encaminar sus vidas maravillosamente excepto él. Y tal vez Mila tampoco, considerando lo molesta y descuidada que se veía.

Ya no quería pensar en ella porque se sentiría otra vez molesto. Mucho menos pensar en Leo y JJ, los dos idiotas que lo animaron a abandonar Nueva York -a la cual le agarraba el gusto, además de que Isabella era una persona decente y lo soportaba- para llegar a la infame Toronto en busca de Mila. A ninguno de los dos se le ocurrió mencionar que al parecer odiaba a Yuri.

-¡Estoy seguro que querrá verte de nuevo! -le chilló JJ minutos antes de convencerlo- Tú y ella se habían hecho muy cercanos, ¿no? Mila de verdad estuvo deprimida cuando vimos que te fuiste.

-Ugh, no sé -musitó Yuri entre dientes.

¿Había sido todo una trampa? O tal vez de verdad esos dos no lo sabían. No le sorprendería, considerando que eran dos idiotas con la cabeza en las nubes. Puede que Mila tomara todo el dolor y convertido este en rabia. Era algo más común de lo que pensaba.

De momento, solo quería dormir. Y si tenía suerte, despertar para encontrar su vida completamente arreglada, estabilizada y encaminada hacia el progreso por arte de alguna magia.

Decidió que al menos iba a disfrutar de Toronto. La ciudad tenía mucho para ofrecer, aunque no fuera con grandes y famosos monumentos como en otros lugares -que igual los tenía, pero no podían considerar íconos a nivel mundial.

La magia de Toronto estaba en los rincones que nadie daba una segunda mirada. En los cafés que vendían bollos dulces con jarabe de maple y en los asientos húmedos de High Park donde podías sentarte a ver el mundo seguir girando como si nada. También en la vista del puerto del Lago Ontario, donde algunos pescadores salían cada mañana en sus barcazas o veleros, ya fuese por ocio o trabajo; así como en las luces rojizas y de un azul purpúreo que la CN Tower encendía cuando el sol comenzaba a ponerse.

Y así le pasaron los días hasta que se cumplió una semana. Luego fueron dos.

Yuri trató de que el dinero no empezara a escasearle pero se notaba cada vez más su poca cualidad sempiterna. Recordó las palabras de Phichit acerca de asentarse y conseguir tal vez algún pequeño trabajo. Era eso o regresar con la cola entre las patas hasta la casa de su madre.

Todavía no era el tiempo de aquello.

Fue al consulado ruso en Toronto, los cuales le tramitarían algunos permisos con la embajada en Ottawa. No era un trámite difícil y más porque solo quería extender su visado. Fue allí mismo que le ofrecieron algunos folletos sobre clases universitarias y terciarias, carreras que podría seguir ahora que se quedaría más tiempo en el país norteamericano.

Por primera vez lo dudó.

Había pasado tanto tiempo aborreciendo la universidad, que nunca se había detenido a pensar si eso era solo para llevar la contraria a sus padres o porque de verdad nunca quería ir. Tal vez el problema no eran los estudios si no que se lo impusieran.

Pero, ¿qué podría estudiar? No le gustaba ninguna de las carreras clásicas como derecho, medicina o psicología. Tampoco quería ser periodista como Phichit ni historiador como Leo.

Una de las carreras le llamó la atención. Quizás fuera estúpida y no tuviera tanto trabajo, además de que en otro momento de su vida jamás le habría llamado la atención.

Aún así, Yuri se prometió a sí mismo que averiguaría al respecto cuando estuviera listo. No quería descartar opciones. Al menos, podía decir que tenía bastante experiencia en el campo del turismo para su corta edad.

El único trabajo que se pudo conseguir fue en un bar de copas en un barrio estudiantil de Toronto. La paga no era la gran cosa -Yuri no tenía derecho a quejarse- pero había propina, y esta sumaba a sus ahorros de viajero, además de que le daban su sueldo por día y no semanal o mensual.

Durante una semana y media, Yuri pudo fundirse en su aburrida rutina de mesero. Al menos podía alzar el puño en quejas hacia los clientes con sus demás compañeros de trabajo. Eso le llenaba el alma y le hacía sentir que no estaba perdiendo su esencia.

Una madrugada, volviendo a su cuarto rentado en el hostal -no pretendía buscarse un piso todavía- le llegó una gran cadena de mensajes de texto. Dedujo que eran de JJ, molestándolo con alguna estupidez, lo cual no sería una novedad. Fue por eso que Yuri decidió tomar el móvil en cuanto tuviera un pie adentro del hostal, ya que no iba a arriesgarse a que lo asaltaran en medio de la noche -él estaba dispuesto a luchar con cualquier ladrón, pero una persona inteligente sabía cuando cuidarse.

El número era desconocido, pero pudo reconocer la característica de Canadá al instante. El corazón se le detuvo unos segundos ya que solamente podía ser una persona.

Una dirección. Una hora, la cual se pactaría en poco menos de treinta minutos. Un par de instrucciones sobre lo que tenía que hacer. Una súplica de que no ignorara su pedido a pesar de todo.

Por alguna razón, ni lo dudó. Yuri arrojó su mochila en el cuarto rápidamente y tomó solo algo de dinero antes de correr a la oscura calle de Toronto, sin tener la más mínima idea de a dónde dirigirse realmente.

Con ayuda de algunos estudiantes borrachos, consiguió llegar a lo que parecía ser el edificio que indicaban los mensajes de texto. Yuri sintió que la garganta se le cerraba y apenas fue capaz de explicarle al portero de parte de quién venía para que lo dejase pasar.

-Chaval, más te vale tengan cuidado ahí arriba -dijo el hombre tragando saliva-. Espero no estén planeando una fiesta ni tampoco bebidos. El dueño del edificio lo prohíbe.

-Estoy cuerdo -contestó Yuri con la voz ronca.

Pero no podía culpar al portero ni al dueño del edificio. Era completamente entendible que estuvieran paranoicos cada vez que un jovencito atolondrado quería meterse en la azotea en plena madrugada.

Yuri se conocía una historia muy parecida.

Subió por el ascensor, retorciéndose las manos y esperando el dichoso reencuentro. No quería hacerse ilusiones y comenzaba a pensar que podría haberse hecho de rogar más.

Pero Yuri quería avanzar y arreglar las cosas con todos.

Ella ya estaba esperándolo, sentada cerca de la cornisa y con el viento azotándole el cabello. No podía verse que era rojo pero su figura era inconfundible. Yuri no se molestó en ser silencioso, pero aún así ella no giró a verlo. Porque estaba esperándolo.

Yuri ralentizó su paso hasta que quedó a su lado, solo un par de metros separándolos. Aún no cruzaban miradas, si no que ambos estaban concentrados en la vista aérea de Toronto, con sus luces y sus ruidos urbanos que se iban apagando.

-¿Sabes qué lugar es este, no? -preguntó Mila casi en un susurro.

-Me lo puedo imaginar -contestó Yuri tras un silencio.

Hubo otro luego de su respuesta. Mila estaba llorando por el tono en su voz, pero lo cubría con sus largos mechones que volaban sobre su rostro.

-Aquí empezó la nueva vida de Otabek -dedujo él.

Mila entonces sí lo miró, entre curiosa y algo dolida por los recuerdos. Fue apenas unos segundos, antes de que volviera a negarle la mirada.

-Yo no pude estar para él.

-No creo que él piense menos de ti por eso -trató de consolarla Yuri. Qué irónico, pensaba.

-Solo quiero lo mejor para Beka -siguió diciendo ella-. Lamentablemente, me equivoco la mayoría de las veces.

-No te creas tan especial. Todos nos equivocamos y no eres ni la mejor ni la peor persona. Solo una más -gruñó Yuri.

-Creí que le hacía un bien. A él y a ti -continuó-. Y al final lastimé a todos, de una forma tal vez irremediable.

-Mila, por Dios -la cortó con brusquedad-. Ya para.

-Es que, Yuri... te estuve culpando todo este tiempo por no hacer nada por recuperar a Otabek y... he sido yo la que te ayudó a embarrarte en este lío.

No es como si quisiera cambiarlo si pudiera regresar el tiempo atrás.

Mila dio unos vacilantes pasos hasta Yuri. Él pudo ver las lágrimas secas en su tersa piel de porcelana y las ojeras. No parecía la Mila confiada de siempre, pero tenía una nueva sonrisa determinada.

Ella le envolvió los brazos al cuello y se hundió en el hueco entre su hombro. Yuri estaba de piedra, sin saber si tomarla también con sus brazos. Todavía se le hacían incómodos los abrazos.

Pero al final lo hizo. Olía a colonia floral que se desprendía de la bufanda y a shampoo.

-Solo uno mismo puede ser el héroe de su historia -murmuró Mila en su oído.

-No todos los héroes trabajan solos -dijo Yuri separándose para mirar a sus ojos azules.

Mila asintió una sola vez con los labios apretados.

-Empecemos de nuevo, Yuri -suplicó Mila con una sonrisa que demostraba lo rota y feliz que se encontraba-. Por favor.

A la ecuación de Yuri acabó por sumarse también Sara, la cual ya no estaba en Italia disfrutando -sarcasmo- con su adorable -más sarcasmo- hermano. De hecho, pasaba tanto tiempo con ella como con Mila, muchas veces saliendo los dos solos a causa de los trabajos de la muchacha pelirroja. A la italiana le agradaba Yuri y los recibió cálidamente, recordando a su lado los pocos pero buenos días que compartieron en Europa.

Le habló de Emil y sus tontas visitas fantasmagóricas por Praga así como de Michele y sus días en Roma. También le contó sobre sí misma, sus estudios y otras cosas comunes en la vida de una persona promedio de ciudad grande. Yuri se sentía más alejado de eso que nunca.

Sara lo llevó una tarde al Acuario Ripley, en donde ambos se dispusieron a pasear entre los túneles que tenían los gigantescos estantes como muros. Mila llegaría más tarde.

-Yuri, ¿cuál es tu pez favorito? -le preguntó Sara con su dulce vocecita, apretando el agarre que tenía de su brazo.

A Yuri se le iluminó el rostro.

-Las anguilas -dijo con una sonrisa macabra-. Y las mantarrayas. O los tiburones.

-¡Uf! -exclamó ella con el ceño fruncido- ¿Por qué te gustan los animales tan letales?

-Para poder acabar con mis enemigos -respondió, encogiéndose de hombros como si nada.

Eso sacó una sonrisa a Sara.

-Me recuerdas a Micky.

-No me compares con tu vil hermano -la cortó, mientras apuntaba en su dirección con el dedo índice.

-¡Vayamos a ver a los pingüinos!

Yuri no pudo negarse al tirón de Sara mientras se apresuraban para salir otra vez a la superficie. La muchacha parecía conocerse el lugar de memoria e iba a un apresurado paso entre las tiendas de regalos, turistas y los diferentes guías que vociferaban acerca de las atracciones de la zona.

La alberca de los pingüinos parecía ser una construcción natural y muy realista, pese a que Yuri sabía sobre lo artificial que era. Les ofrecían a los visitantes la posibilidad de meterse en un cilindro de cristal que se encontraba adentro del recinto de los animalitos, para así permitir que pudieras ver a los animales en su territorio sin que tuvieras la oportunidad de hacerles daño.

Sara y Yuri no dudaron en hacer la fila. Cuando fue su turno y se aproximaron a la plataforma que los subiría un par de metros hacia la superficie de la alberca, no podía evitar sonreír como dos niñitos. Pronto, el cristal se empañó un poco debido a la humedad de afuera y a las pesadas respiraciones de los dos chicos.

-¡Mira ese de allá! -exclamó Sara mientras apretaba el rostro contra el vidrio- ¡Está golpeando con su pico al que trató de robarle el pescado!

-No tengo dudas que ese pingüino es la versión salvaje de Mila.

En efecto, lo parecía. Si bien no era un pingüino de gran tamaño a comparación de los demás, se veía bastante brutal mientras trataba de picotear a otro de su mismo tamaño y que se veía muy distraído.

-¿El otro es JJ? -preguntó Sara en un tono burlesco.

Yuri se llevó la mano al mentón, escaneando a cada pingüino presente. Eligió uno que acababa de rodar hasta el agua por querer rascarse las partes bajas con el pico.

-Creo que este es definitivamente JJ -señaló al pobre animal que ya estaba sacando la cabeza del agua sin entender nada.

-¡Esos de allá son tan adorables! -suspiró la chica, con las palmas de sus manos contra las mejillas.

Yuri los pudo ver. Eran una parejita de pingüinos que estaba acurrucada y con los ojitos cerrados, como si en serio estuvieran disfrutando de su amor como un humano lo haría. Pero era ridículo pensarlo.

-Los pingüinos se consiguen parejas para siempre -acotó Sara, aún con su aire soñador.

-No te creas -Yuri la interrumpió-. La otra vez vi una batalla campal de dos pingüinos por internet ya que la pingüina superó demasiado pronto a su pareja desaparecida.

Sara le chasqueó la lengua molesta.

-No mates el romanticismo -dijo mientras cruzaba los brazos-. Los animales son más románticos que nosotros, muchas veces.

-Hablas tonterías.

La verdad era que Yuri solo quería desviar la conversación. Lo cual logró con éxito, sin embargo. El turno de ambos en el cilindro terminó y decidieron ir por algunos dulces o bocatas antes de continuar con el recorrido.

Sara recibió un mensaje de su novia, la cual ya estaba en el acuario y se les unió a los pocos minutos. Dio un corto beso sobre la comisura de la boca de Sara y despeinó el cabello de Yuri, que se lo devolvió con un manotazo.

-¿Qué tal estuvo la cita? -bromeó tras robar una patata frita de Yuri.

-Terrible, Yuri sí que sabe envenenar la vibra romántica -se quejó Sara con la boca apretada de forma fingida.

-Sí, puedo creerte eso -Mila le dio otro beso a Sara.

-Las estoy viendo -se quejó él, rodando los ojos. Mila le arqueó una ceja.

-Bien. Te dejo que nos observes y pienses cosas pervertidas -ella se encogió de hombros.

-Oye, no seas asqueros-...

-¿A dónde quieres ir, linda? -inquirió Sara, haciendo caso omiso de los gruñidos que Yuri soltaba- Nos queda el Bosque de Algas.

-Pues el Bosque de Algas será -declaró Mila con una sonrisa enternecida-. Vamos, Yurito.

-¿Acaso JJ te ha dicho ese apodo? -masculló él, dando un salto para levantarse mientras las seguía, cabizbajo.

-Es que eres todo chiquito y adorable. Yurito.

Él le soltó una dentellada a la mano de Mila que le quiso acariciar uno de los mechones del cabello.

El Bosque de Algas -Kelp Forest- era una inmensa sala que estaba rodeada de barreras de cristal que te separaban de los tanques. Y, aunque fuera una redundancia, de verdad te podías sentir como si estuvieras en un bosque.

Las luces eran tenues y lo único que no perdías de vista eran las kilométricas algas que se alzaban hasta el techo, ondeando en diferentes tonos de verde. Solo si te acercabas lo suficiente y mirabas largo rato, podías observar los cientos y cientos de especies de peces que nadaban tranquilamente en aquel hábitat.

El agua era de un profundo azul, que se iba oscureciendo hacia el centro y no te dejaba ver casi nada. Parecía de esos abismos marinos donde se ocultaban cientos de misterios y horrores.

Como muchas personas que conozco, pensó Yuri.

Imaginó a cada una de las personas en su vida, e hizo una pequeña lista mental. Todos ellos eran más misterios que cosas reveladas.

Se preguntó si él sería un misterio para alguien más.

Mila no lo había invitado a abandonar el hostal, pero sí que le dijo una noche que se quedara con ella sola; un día que no tuviera que trabajar. Para tener una noche de tonterías de amigos, como las que tuvieron infinitamente en los cuartos de hotel.

-¿Trajiste snacks? -preguntó ella echándose al sofá tras abrirle la puerta.

-Traje unas patadas y unas cuantas ganas de gritar.

-¡Oh! ¿Trajiste patatas? -se burló Mila, ignorando lo que de verdad había dicho.

-No, patadas. Como con mi pie en tu rostro.

Mila solo se limitó a agitar la mano. Luego, se aproximó a la bolsa de papel madera que Yuri había dejado en su mesa y se puso a hurgar en ella. Encontró varias cosas interesantes y sonrió a Yuri, el cual se encogió de hombros con autosuficiencia. Mila le arrojó un beso.

-Tengo algo de vodka si quieres -agregó ella-. Tengo planeado que veamos muchas películas malas de terror y no hay maneras de que puedas evitarlo. Por eso te estoy dando la opción de emborracharte y salvarte del suplicio.

-¡Pero si me emborracho no podré quejarme como se debe, bruja!

-Por cada queja que hagas, te meteré un puñado de caramelos duros en la boca.

-Y yo te los voy a escupir en el ojo.

-Yo cambiaré el sonido de tu alarma por la risa de JJ.

Yuri tuvo que apretar los labios al verla sonreír. Sabía muy bien que no podía competir contra eso, y le molestaba tener que perder contra Mila. Ya pensaría alguna manera de vengarse de esa mujer demonio.

Los dos se acomodaron en el sofá, cada uno en su costado pero con las piernas enredadas entre sí en el medio. Mila iba recuperando la confianza hacia Yuri con pasos agigantados, o puede que esa fuera su manera de demostrárselo. Él era más reacio pero le gustaba estar así con ella.

Recordó a su vieja jefa, Sasha, y lo parecida a Mila que podía ser -de hecho, parecía una hija de la pelirroja y de JJ; un verdadero horror-, pero sin llegar a tener punto de comparación. Mila podía ver en el fondo de su alma, y ella intentaba comprenderlo como si de una madre o hermana mayor se tratase.

-Bueno, ya, ¿qué tipo de terror te gusta? Podemos ver algo de zombies o tal vez Annabelle... ¿o eres muy gallina? -lo retó Mila mientras pasaba por la carpeta llena de películas en su laptop.

Yuri golpeó el suelo con la punta de su zapato.

-¡¿Me lo estás haciendo a propósito?!

Mila no respondió, pero Yuri podía entender lo que ese silencio significaba: lo estaba retando a no ser un cobarde.

Pero Yuri terminó siendo un cobarde. Más que nada porque Mila, que al parecer ya había visto la película y no se lo dijo, le pellizcó en el costado en el momento donde uno de los personajes también vivía una situación traumática. Lo hizo gritar. Mila, rió.

-Tú quieres que yo muera, ¿no? -dijo una vez que terminó de chillar incoherencias- ¿O quieres terminar muerta ?

Mila casi se cayó del sofá por las carcajadas que profería. Terminó de caer luego de que Yuri la empujara con la planta del pie, pero eso no la detuvo de continuar burlándose.

-¡Es lo que los amigos hacen!

-Tienes un concepto muy raro de amistad -Yuri chasqueó la lengua-. Con razón estás sola.

Mila le tiró con uno de sus zapatos en el exacto momento en que Yuri terminó de pronunciar sus palabras. La punta le dio justo en el pómulo.

-No digas eso -musitó más molesta-. Los extraño, tú lo sabes.

Yuri tuvo que suspirar, rendido.

-Ya, lo siento. Sí que lo sé -murmuró, pegándose las rodillas al pecho.

Mila lo miraba algo curiosa, pero Yuri podía ver el nerviosismo en ella desde que entraron en ese tema de conversación. Se maldijo a sí mismo por ser tan atolondrado.

Ella se levantó de un salto, sacudiendo sus pijamas mientras se dirigía a Yuri con una sonrisa y la mano extendida.

-Durmamos, ¿sí? -le pidió, más bien suplicó silenciosamente- Mañana podemos hacer una maratón durante el día así no tienes que ser una gallina.

-Oh, ¡yo te voy a demostrar lo que es ser una gallina, niñita!

-Niñita y a mucha honra -ella se llevó las manos a la cadera- ¿Tu mamá no te enseñó a desafiar a las mujeres si no quieres acabar con la cara contra el piso?

-No me das miedo...

Pero el grito que volvió a proferir, desmereció todo la valentía que quiso demostrar.

Una cosa peluda caminó -no, corrió- entre sus piernas a gran velocidad y se perdió en el oscuro pasillo del hogar de Mila. Todo lo que pudo escucharse luego del ataque fue el jadeo asustado de Yuri, el cual aún no podía recuperarse del susto.

Sintió la mano de Mila encima de su hombro.

-Yuri, te presento a Minerva -dijo Mila con un gesto malicioso.

-¡Un monstruo, igual que tú, seguro...! -chilló sin darle tiempo a hablar más.

A Mila todo aquello le parecía demasiado divertido, pero se compadeció de Yuri y lo condujo hasta su propia habitación, donde ambos dormirían en la misma cama. No era ninguna cosa inusual para ambos.

-Me gusta dormir contigo porque no roncas ni hablas de noche -le comentó Mila una vez ya acomodados-. Pero metes muchas patadas hasta en dormido. A la primera te mandaré a dormir con Minerva.

-Y tú dormirás con los peces -gruñó él, dándole la espalda. La escuchó reír.

-Buenas noches, Yuri -tras decir eso, escuchó un bostezo.

Él esperó hasta que su respiración se apaciguara, dándole así a conocer que ella ya estaba dormida.

-Buenas noches, Mila.

Esa noche, Yuri no tuvo sueños como era de costumbre. O más bien los tuvo, pero no podía recordar exactamente de qué se trataba. Un poco lo asfixiaba el no poder recordar las cosas que su inconsciente quería mostrarle, y estaba seguro que era por algún mecanismo de defensa de su propia mente.

Cuando abrió los ojos, estaba muy concentrado en tratar de forzar a su cerebro a recordar los sueños. Lo frustraba no tener éxito.

Había estado tan absorto, que apenas se dio cuenta de que no estaba solo en la cama cuando escuchó un pequeño sollozo a su lado. Mila.

¿Y por qué estaría llorando Mila?

Tenía el teléfono móvil en mano, mirando a la pantalla con estupor. Una mezcla de tristeza, ansiedad e impotencia. Si bien Yuri no quería hacerlo, no pudo evitar asociar esas emociones con una única cosa en particular.

-Yuri... -murmuró ella al verlo que estaba despierto.

-No lo digas -suplicó él negando con la cabeza.

Pero esa súplica era más bien para él. Estaba pidiéndose a sí mismo que no fuera lo que se estaba imaginando, porque la sola mención le derrumbaría todo por lo que había luchado en esos últimos meses.

-Es Otabek -siguió diciendo ella.

Yuri se levantó de un salto, algo mareado por estar recién despertándose. Trató de alejarse de la cama pero en realidad estaba más bien tambaleándose. Se tuvo que agarrar de la pared, apoyando su frente contra el frío material a ver si podía calmarse.

-Ya para -siguió rogando Yuri-. No me digas nada de él.

Pero Mila lo ignoró. Yuri trató de hacerse la cabeza para lo que vendría, apretando los puños como una manera de que la rabia no se escapara de su cuerpo y desatara un huracán encima de ellos dos.

Y lo que salió de los labios de Mila era exactamente lo que estaba esperando, con horror:

-La operación está programada para dentro de dos semanas.

¡Al fin nuevo capítulo!

En serio, he estado súper liada y seguiré estándolo hasta mínimo el lunes de la semana que viene :c (en el cual me desocupo de UNA sola cosa). Además que tuve un pequeño accidente en el cual no entraré en detalles (?) y se me hizo algo dificultoso el sentarme a escribir. Solo pude corregir la mitad del capítulo.

Pero sé que no es excusa, y más considerando lo cerca del final que estamos :'v espero que el otro no quede tan fome, y puede que ese me demore un poquitito más ya que quiero hacerlo laaargo largo y no dividirlo en dos; peeeero no garantizo nada porque depende el ritmo que vaya viendo que tiene el cap. Luego viene el último capítulo y el epílogo, los cuales no son largos y quisiera subirlos seguidos <3 es decir, un día uno y al siguiente el otro jeje

¡Ya no queda casi nada! TnT así que, como suelo hacer en varios de mis fics, hagamos algunos tops: ¿cuáles fueron sus cinco destinos favoritos? ¿algún motivo en particular para ello?

NOTICIA: Como lo había prometido y como sé que me demoré, dejo AL FIN el prólogo del fic que elegí para seguir. Y este es...

La sombra del desierto... ¡El AU árabe! Vuelvo una vez más haciendo fantasía y con tintes políticos (?) y angst, obvio. Acabo de subir el prólogo así que, a aquellos que le den un vistazo, espero lo disfruten <3 recuerden que este fic empezará oficialmente cuando UNEP termine.

Muchísimas gracias por todos sus comentarios, votitos y apoyo <3 me hace feliz ver que acompañan todavía a UNEP, de verdad c:

Nos veremos muy pronto... ¡Besitos!

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