3/4 Reclamo
Esa noche tuve pesadillas.
Vi a aquellos tipos, sentí sus manos en mi piel y mis oídos se ensordecieron con mis propios gritos, que solo sonaban hacia dentro, pero no hacia fuera. Los veía, pero no reaccionaba. Luego vi a Marta, pero no era Marta, o sí, aunque parecía un maniquí como los de su fábrica, con manchas de sangre en las manos. Otros maniquís la seguían y señalaban a mis agresores.
—Ya me he encargado de ellos —me decía—. No volverán a dañarte.
Y luego estaba en mi bañera y el desagüe arrastraba sangre y yo la besaba y ella a mí y yo... No entendía nada, pero la deseaba.
—Todo está bien —susurraba.
Abrí los ojos. Marta dormía junto a mí, respiraba suave y sus labios temblaban. Era tan hermosa...
Pasé los brazos por su cintura, hundí mi rostro en su espalda y sentí su caricia sobre mis manos.
—Estoy aquí, no me iré —me dijo.
Y pensé que qué suerte tenía de que me hubiera encontrado en aquel baño y de que se hubiera quedado a mi lado.
Después descansé mejor, aunque desperté inquieta.
—¿Qué hora es? —grité—. ¡Llego tarde!
Me vestí veloz, casi me caigo mientras peleaba por entrar en las medias. Marta me miraba desde la cama, muy tranquilita.
—Solo son las siete...
—Los lunes tenemos reunión a las ocho.
Salí hacia la cocina, que formaba parte del mismo comedor, preparé el café que me bebí rápida y me dirigí a la salida.
—¿No te dieron la baja? —Recién salía a mi encuentro, con una de mis camisetas y frotándose los ojos.
Me paré con la mano en el pomo.
—No puedo faltar. —Si no iba, pensarían que era por la resaca, perdería credibilidad en la empresa y le darían mi ascenso a Rubén. Yo odiaba a Rubén. Era un cretino que se creía por encima de los demás, de los que hablan por la espalda, lamen el culo al jefe y venden a punta de perfume.
—Irati, tienes que descansar —ronroneó a mi oído. Me abrazó desde atrás y comenzó a besarme por el cuello. Yo me deshice, busqué sus labios y fingió dármelos—. Quédate conmigo —insistió.
Me volteé y la besé con cierta timidez. No sabía bien cómo abarcar la situación, qué había entre nosotras ni qué esperaba de mí, pero quería descubrirlo. Marta, por su parte, me reclamó de forma casi posesiva, me aplastó contra la pared, hundió su lengua en mí. Me temblaron las rodillas y se me escapó un gemido que la hizo sonreír.
—¿Cuánto te gusto? —susurró. Introdujo su mano bajo mi falda y acarició mi intimidad sobre la media—. No necesito ir más lejos para saber que estás húmeda. —Friccionó con gracia, junté las rodillas y cerré los ojos mientras persistía en su empeño.
Asentí como una boba y rematé con otro gemido.
—¿Y yo a ti? —quise saber.
—Lo sabré en un segundo.
Comenzó a bajar, a la par que desabrochaba mi camisa y recorría mi piel descubierta con la lengua.
—¿Qué-qué estás haciendo?
Soltó una risilla traviesa. Ya de rodillas, me subió la falda y humedeció mis medias con su saliva. Yo, contra la puerta, entre jadeos buscaba a qué aferrarme. El perchero fue lo único que encontré. Me temblaban tanto las piernas que creí que perdería el equilibrio en cualquier momento, notaba mis pechos erectos y mi boca sedienta de la suya.
—Para... —rogué con la voz arrastrada por gemido—. No puedo... No...
Marta me miró desde abajo. Con los ojos verdes abiertos de par en par, deslizó sus manos por dentro de la goma de las medias.
—¿Quieres que me detenga?
Eché la cabeza hacia atrás y acaricié el perchero de madera natural, barnizado, suave, con aguas de diversos tamaños. Negué con la cabeza, pero ella no retomó la labor.
—No te oigo —me retó.
Me mordí los labios y negué de nuevo con la cabeza.
—Sigo sin oírte.
—No... —reconocí en voz alta.
Bajó mis medias de forma delicada y me acarició en una fricción suave que se sentía como cosquillas, mientras besaba la zona interna de mis muslos. Cuando empecé a jadear más fuerte, a agarrarme con ímpetu al perchero y pedirle con todo mi cuerpo que fuera un poco más allá, se detuvo. Mi corazón latía fuerte en el plexo, mi respiración se notaba atropellada, sentía el orgasmo cercano, como si fuera el cielo que se queda ante las yemas de los dedos. Y ella quieta me contemplaba desde abajo.
—¿Qué sucede? —pregunté excitada.
—Me gusta tu cara de placer, es expresiva.
Continuó acariciándome, pero lo hizo sin dejar de mirarme y cada vez que yo cerraba los ojos me pedía que los abriera, que le ponía que la mirase. Y así, finalmente, sus dedos dieron paso a aliento y a su lengua abriéndose paso en mí.
Al final yo misma gruñí, la tomé con una mano de la nuca y el perchero se cayó al suelo entre mis jadeos. No se detuvo. Fui bajando, deslizando la espalda por la puerta, ella se acomodó sin detenerse. Se puso más brava y reservó su saliva para el punto del placer mientras me penetraba con sus dedos. Primero uno, luego dos y finalmente tres.
Y llegó el orgasmo, arrollador, mucho antes de lo esperado. Vino y no para irse, porque lo sentí como oleadas bajo las que retorcerme y que regresaban con solo pensar en ellas. Marta intensificó más sus caricias y la intimidad de los besos. Finalmente, trepó por mi cuerpo y me besó, abrazándome por dentro de la camisa.
—Tú también me gustas —dijo.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top