II
SOBRE CÓMO DON PERFECTO Y SEÑORITA IMPERFECCIONES ERAN UN DÚO IMPOSIBLE
«Joke's on you»
Charlotte Lawrence
Esa noche cumplí quince años, estaba despierta y llorando de madrugada en mi habitación por un primer amor no correspondido.
Esa tarde le confesé mis sentimientos al tarado del que estaba enamorada desde pequeña; a cambio recibí un cortante no; una sentencia injusta: nunca, jamás, y un premio de consolación: amistad.
Pudo ser peor, me dije, pude haberme ido con las manos vacías. Seguir siendo amigos debía de ser tan valioso como ser correspondida, aunque no lo era, por supuesto que no. La amistad no puede ser mejor al amor, o eso creía por aquel entonces. Porque más tarde y con una larga lista de idiotas, comprendí que el amor era una ilusión y la amistad, lo real.
Lucas es... ¿cómo podría describirlo? Es infantil. No. Es ingenuo. Cree en una serie de tonterías y cursilerías imposibles. Seguramente él fue quien convenció a Leonardo, mi hermano mayor, para que hiciera la ridícula propuesta de matrimonio. Podría apostar todas mis zapatillas a que Lucas lo ayudó a elegir el anillo de compromiso y lo llenó de ideas para esa propuesta cursi con fuegos artificiales. Sé lo que estás pensando: ¿Quién diablos celebraría con fuegos artificiales? Lucas lo haría y, por lo tanto, Leonardo lo hizo.
Aunque, en realidad, tal vez Leonardo es tan cursi como Lucas y no hay remedio para ninguno de los dos, no se llega a esa edad con todas esas absurdas y ridículas ideas para que alguien les haga cambiar de parecer. Están jodidos, aunque ninguno de los dos quiera darse por enterado.
Por ejemplo, Leonardo cree que Daiana, su prometida, es su gran amor, aunque el único amor posible entre Leonardo y ella es la cartera de él. Pero la chica es una maldita diosa y debe de serlo también en el sexo, solo eso puede explicar lo idiotizado que tiene a mi hermano. Porque eso hace el amor, o la idea del amor, en las personas. Y tal vez a mi hermano va a costarle tarde o temprano un divorcio descubrirlo.
Pero, entonces, ¿por qué estoy tan molesta con Lucas?
No estoy enojada con Leonardo por ser un romántico empedernido. No. Estoy molesta con Lucas. ¿Por qué?
Porque es soltero y atractivo y podría tener mucho más, pero a él le encanta el sufrimiento y las relaciones estables que son solo una pérdida de tiempo y de autoestima. Él representa todo lo que yo evito. Y además cree que tiene la razón, puedo leerlo en su expresión cuando me mira alzando una ceja como preguntándose: «¿Y a ti por qué te gusta meterte en tantos problemas con idiotas?».
Porque soy así. Porque, si no fueran idiotas, la única idiotizada sería yo. No me creo inmune al amor, pero creo que soy una profesional en evadirlo. No como don Perfecto que atrae el romance sin siquiera esforzarse ni eludirlo. Es como si Lucas saliera a la calle cada mañana y se preguntara: ¿de quién me enamoro hoy?
Y, por supuesto, no han de faltar mujeres que se enamoren de él. Sin embargo, por alguna razón sigue soltero. No es un tipo de una noche, a él le gusta meterse de lleno en el romance. Su relación más corta duró medio año. Sigue empeñado en encontrar a su futura esposa. Como si no estuviéramos todos destinados a divorciarnos.
—¿Qué quieres? —pregunta, y estoy a punto de soltarle un «que te pierdas». Pero no quiere saber qué quiero que pase, sino qué quiero tomar. Solo Lucas puede conocer una heladería abierta a estas horas de la noche.
—Un helado de fresa ―contesto.
—Que sean dos.
No es que pensara que Lucas iba a llevarme a un motel después de salir del bar, pero tampoco esperaba que me trajera a un lugar tan ñoño como este. Cualquier atisbo de alcohol se evaporó en cuanto pisamos este local con decoración de arcoíris.
Miro el resto de las sillas vacías, por supuesto; somos los únicos que vendrían a esta hora a un lugar como este.
—¿Seguro que estás bien?
Asiento, e involuntariamente la mano me va a mi muñeca izquierda, como si aún pudiera sentir el agarre de ese imbécil. Los ojos de Lucas se oscurecen cuando siguen el movimiento de mis manos, dejo de moverme y bajo las manos a mi regazo.
—Está todo bien.
—Clare, ¿por qué sales con esos cabrones?
—Solo me divierto, no salgo con ellos.
Sus ojos se mueven en círculos antes de centrarse en mí con exasperación.
—¿Alguna vez has pensado que podrías tener más?
¿Más? Niego con la cabeza.
—No quiero más. Solo un poco de sexo de vez en cuando.
Hace una mueca de desagrado.
—¿Y alguna enfermedad de trasmisión sexual gratuita? —Me mira burlón.
—Yo siempre uso condón. No es que sea de tu incumbencia, pero si eso te ahorra tener pesadillas, pues ya lo sabes.
Ignora mi comentario y sigue con su discursito moral:
—Te conozco desde que tenías diez años, y nunca te he visto salir con alguien de verdad.
—Suenas como mi hermano; mira, estoy bien así. Nada de dramas, celos, ni peleas de novios, eso no va conmigo.
—Parece que estás describiendo el noviazgo de una adolescente.
—Todos los noviazgos son iguales.
—¿Cómo puedes saberlo si nunca has tenido uno? —Una ceja se levanta y tengo que morderme la lengua para no contradecirlo.
Sí que tuve un novio. Lo conocí a los cuatro años, cuando mi madre y Héctor, su pareja en ese momento, se casaron y nos mudamos a la casa de papá. Su nombre era Roberto y tenía la edad de mi hermano, así que ellos dos siempre estuvieron más unidos, pero cuando yo cumplí los dieciséis y él regresó de la universidad a pasar las vacaciones de verano comenzamos a conectar.
Teníamos mucho en común, y yo era una adolescente con las hormonas revolucionadas con un vecino guapo y divertido. Fue la primera vez que Roberto me miró a mí, tal vez porque ya no tenía el cuerpo de una niña, ni las ideas de una niña. Quería más.
Ese verano, Leonardo reprobó una materia así que se quedó en la capital a estudiar. Samuel, otro amigo de mi hermano, también pasaba las vacaciones en casa de mis padres, como siempre; Samuel era amable, muy guapo e inteligente, pero mi objeto de interés no era Samuel, sino Roberto, el vecino guapo de ojos verdes y cabello negro revuelto.
Roberto vino a casa cada día durante ese par de meses. Samuel y él no se caían bien, por lo que, mientras Roberto pasaba un rato conmigo, Samuel se mantenía en la habitación de invitados, lo que nos dio mucho tiempo para estar a solas.
Tal vez si me hubiese preguntado por qué a Samuel no le agradaba Roberto... No lo sé, tal vez...
Pero tenía dieciséis años, y toda la atención del chico que me atraía. Un día, mientras nadábamos en la piscina, él se me quedó mirando y me dijo que era muy guapa, la mujer más guapa que había visto en su vida. Me lo creí todo, como una estúpida niña adolescente.
Y, ya que era una novata en el sexo, decidí ir despacio. Roberto aceptó subir cada escalón conmigo. Cada día aprendí cosas diferentes: chupetones, sus manos encima de mi ropa, debajo de la blusa, encima de la ropa interior, debajo de ella, dentro de mí, mi mano encima de su ropa, debajo, mi boca en su miembro, su boca entre mis piernas. Hasta que finalmente decidí que estaba enamorada y que quería acostarme con él.
—No necesito un novio —digo con firmeza, a la vez que regresa la mesera con nuestros helados. Si para eso sirven los noviazgos, es preferible ir directamente al sexo en lugar de permitir a alguien adentrarse en mi alma solo para que me deje tras jurar que me ama.
—Lo que haces es estúpido y peligroso. ¿Qué habría pasado si yo no hubiera aparecido?
No respondo y tomo helado. Lucas se peina el cabello rubio hacia atrás con desesperación, me encojo de hombros y, como es tan perfecto y correcto, sonrío seductora antes de pasar mi lengua a lo largo de la cuchara, hasta que consigo toda su atención.
Veo su nuez moverse de arriba a abajo mientras traga saliva; sonrío de forma pícara porque sus ojos están atentos a mi boca y no hay nada inocente en mis acciones.
—Lo que no entiendo, Lucas, es por qué tú y yo nunca nos hemos acostado.
—Yo sí lo sé.
Miro a la mesera, que finge limpiar la barra muerta de aburrimiento y sin poder cerrar porque tiene todavía dos clientes a altas horas de la noche. Seguramente, Lucas me dirá que no soy su tipo o que me ve como la hermana pequeña de su amigo. Lo miro de nuevo y le sonrío con cinismo.
—Lo sabes, ¿eh?
—Porque, cuando estemos juntos —cuando estemos, no un: si estuviéramos—, voy a ser el último con el que vas a querer estar.
Y yo que llevo toda la vida pensando que Lucas es el atractivo, misterioso y algo nerd amigo de Leonardo...
—No lo creo. Yo no reciclo hombres.
—¿No «reciclas» hombres? —Arruga la frente.
—No me acuesto con nadie más de una vez —aclaro.
—Bueno, eso es porque, como ya he dicho, no lo has hecho conmigo.
Sonríe engreído.
—Lucas, eres una persona que respeto y de verdad me gustas, no quisiera romper tu ego cuando te dieras cuenta de que no vamos a repetir.
—Clare, no quiero romper tu ego de diosa sexual —sonrío ante el apodo—, pero serías tú quien volvería rogando.
Una risa franca le sale de la garganta. Lo que me gusta de él es que siempre toma los insultos con buena cara, es como si jamás pudiera estar de mal humor. Además, es guapísimo, y en realidad no me importaría tener sexo con él, pero no quiero que después venga suplicando.
—Eres muy guapo —se lo digo—, pero sería muy incómodo si empezaras a buscarme y llamarme para una segunda vez.
—No voy a hacerlo si eso es lo que te preocupa —suena sincero.
Sonrío.
—Realmente quieres acostarte conmigo, ¿verdad?
—Clare —el tono en el que me habla enciende fibras de mi piel apagadas, miro primero sus ojos y luego sus labios rosados y finos que se abren para mí—, voy a hacer mucho más que eso. Y te darás cuenta entonces de cómo desperdiciaste tu tiempo con los hombres con los que te acuestas.
—Lucas —me muerdo el labio inferior, divertida y seductora, un par de segundos antes de volver la vista hacia sus ojos y borrar mi sonrisa—, no va a pasar. Yo no repito, nunca, con nadie. Eres el mejor amigo de hermano, pero aun así no va a pasar.
—¿Quieres apostar?
Hay tres cosas que me gustan en la vida: follar, comprar y apostar. Así que su propuesta me resulta imposible de ignorar.
—¿Qué tipo de apuesta? Porque si dices algo como «apuesto a que te enamorarás de mí», te juro que me voy.
Se ríe y niega con la cabeza.
—No seas cursi, Clare. Te apuesto a que después de que te... —Se acerca estirándose por encima de la mesa para que la mesera no le oiga— folle, vas a volver por mí. Y vas a pedir más. —Aprieto las piernas cuando siento una descarga eléctrica—. Probablemente, pasarás muchas horas preguntándote cómo hacer que vaya tras de ti. —Se acerca aún más, y yo imito su movimiento sin romper el contacto visual con él—. ¿Quién sabe? Tal vez hasta descubres que no sabes nada del sexo a pesar de todo lo que crees saber. Vas a pensar en mí. —Toma mi mano, que está encima de la mesa, y desliza lentamente su dedo índice sobre el centro de mi palma; me quedo quieta luchando contra el modo en que ese mero acto envía placer a mi cuerpo—. Vas a tocarte pensando en mí, quizá buscarás a otro hombre por orgullo, pero al final del día vas a volver a mí, porque para entonces me vas a pertenecer de más formas de las que querrás admitir. Te apuesto a que vas a querer repetir conmigo.
—No lo creo. —Mi voz suena suave y baja, pero segura, yo nunca repito, ni siquiera con este increíble, atractivo y de pronto dominante hombre que está aquí ofreciéndome tener el mejor sexo de mi vida.
—Entonces, apuesta.
Respiro despacio mientras una sonrisa va surcando mi rostro.
—Es que no va a pasar, Lucas. Yo no me enamoro, y para que te buscara debería sentir algo más que solo placer.
Vuelve a apoyar la espalda en el respaldo de la silla y pone distancia. Me cruzo de brazos dejando mis codos en la mesa y le sonrío con confianza.
—Entonces no te importará hacerlo y perder —dice.
Estoy lo suficientemente excitada para dejar que lo intente y verle fracasar.
—Bien, vamos a mi casa.
—No, Clare.
—¿A la tuya?
Vuelve a negar con la cabeza, y lo miro confundida.
—Tú ya has tenido sexo ocasional de sobra, ahora lo haremos a mi manera.
—El sexo tántrico no me va —respondo, y él se ríe, lo que consigue que la mesera nos mire con curiosidad. Oh, amiga, si supieras las apuestas que se hacen en esta mesa.
—Quiero tres citas contigo.
—¿Por qué? —El desconcierto es evidente en mi voz.
Se encoje de hombros.
—Para asegurarme de que no tengas una ETS.
—¿Hablas en serio? Me hago un chequeo cada seis meses y... —Se ríe interrumpiendo mi alegato—. ¿Qué?
—No creo que tengas nada, pero juegas con demasiada ventaja, tres citas sin sexo no es repetir.
Lo considero unos segundos. Venga, Lucas y yo hemos salido infinidad de veces a lo largo de estos años. ¿Por qué tres veces más marcarían una diferencia? Me encojo de hombros y asiento.
—De acuerdo, pero si hay globos o flores me retiro, ¿de acuerdo? Solo será sexo, nada de tonterías románticas de por medio.
Sonríe de lado y asiente. Estira su mano por encima de la mesa, invitándome a que le imite y lo hago.
—Tenemos una apuesta, Clare.
—Espero que disfrutes del mejor sexo de tu vida, porque solo va a pasar una vez ―le respondo.
—Te apuesto a que vendrás corriendo tras de mí después de eso. Y ni siquiera te va a importar romper tus reglas.
¡Oh, Lucas!, si tan solo supieras que jamás volveré a cometer el error de encariñarme con nadie y permitir que me hagan daño. Ahora tenemos una apuesta, y en tres citas le demostraré que a mí solo me gusta follar, sin segundas partes ni romances de por medio.
¿O no?
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top