I
SOBRE CÓMO UN BAÑO APESTOSO, UN EXTRAÑO REPULSIVO Y UN CABALLERO SOBRIO SON DEMASIADA MALA SUERTE PARA UNA NOCHE
«Girl is a problem»
NATALIA KILLS
El día que nací, a mamá le rompieron el corazón, su esposo decidió que tener dos hijos era demasiado para él y que yo no encajaba en sus planes. Cuando ella regresó del hospital con un bebé en brazos y un niño de seis años tomado de la mano, descubrió que él se había ido llevándose toda su ropa y también todos los sueños que habían compartido. Apenas nací yo, supo que no podría amarme, pero no solo él no pudo hacerlo, ninguno de los hombres que aparecieron en mi vida lo hizo. Era una maldición: nadie nunca me querría.
Entra él primero al baño de hombres y yo lo sigo entre risas. Puede que no sea muy guapo, pero parece atrevido, y me gustan los hombres atrevidos. Significa que están acostumbrados a citas de una noche y no llamar al día siguiente. Yo quiero eso. Buen sexo sin obligaciones ni un desayuno desabrido por la mañana.
Me besa contra la puerta de uno de los cubículos individuales. El lugar es asqueroso y huele fatal, pero no importa, solo quiero tachar este baño de mi lista de lugares pendientes para follar. Los treinta están a la vuelta de la esquina, dentro de cuatro años, y no puedo desperdiciar el tiempo.
El sujeto, a quien estoy segura de no haberle preguntado el nombre, me succiona el lóbulo de la oreja. Apesta a alcohol, pero estoy acostumbrada al olor rancio del sudor y la bebida, que solo huela a eso está bien. Intento sujetarme agarrándome a sus hombros, pero él me toma ambas muñecas con las manos. Su boca va de mi cuello a mi boca, su lengua se abre paso a la fuerza, provocándome de todo menos placer. Deja su saliva alrededor de mis labios. Intento retroceder, pero mi cabeza ya está contra la puerta. Me muevo lo suficiente para romper el beso.
Tiene un feo tatuaje entre el cuello y el hombro derecho, parece una lagartija o una iguana hambrienta, un trabajo pésimo. Pero no importa porque en poco tiempo no volveré a verlo.
—Quédate quieta —dice besando mi garganta, y desciende a mi escote.
—Aquí mejor no. —Intento soltarme en vano. No es bueno besando, aquí apesta a orines, y él, a cerveza. Toda mi diversión previa y excitación se han desvanecido.
—Va a gustarte —insiste mientras lleva mis brazos por encima de mi cabeza, esposándome con sus manos contra la puerta. Intento romper su agarre, pero solo consigo que presione mis muñecas y que los codos se golpeen contra el metal de la puerta.
—Dije que no —repito con voz clara y cortante.
—Nena, eso dicen siempre. —Sonríe como un imbécil que se cree un galán de cine.
—No. Te lo estoy diciendo ahora. —Mi falta de excitación aumenta mi enfado.
—Dame un minuto y te haré cambiar de parecer.
Vuelve a meterme la lengua en la boca, me sujeta las muñecas con una sola mano mientras con la otra busca debajo de mi vestido. Me remuevo entre su cuerpo y la puerta alejándome de su roce.
—Eres una niña mala, ¿eh?
Sacudo la cabeza hasta liberar mi boca de él.
—Déjame.
Pero parece no entender lo que digo o solo ignora mis quejas. Maldito hijo de puta. Mantengo los ojos abiertos para mostrarle mi desagrado, pero él los tiene cerrados como si hubiese algo que disfrutar. Vuelve a besarme, me muerde la lengua en el proceso, su mano libre deja el borde de mi falda y sube sobre la tela hacia mi cuerpo, le da un duro apretón a mi pecho y va hacia el cuello. Pone su mano alrededor de mi garganta como si pretendiera asfixiarme para provocarme placer, cuando en realidad está lastimándome.
—Esto les gusta a todas.
A ninguna.
Forcejeo con él, pero está tan idiotizado creyendo que está dentro de algún libro de sadomasoquismo, y que además lo hace bien, que ignora por completo mis quejas bajo su mano.
Lo siguiente que noto es que alguien lo está separando con brusquedad de mí. Tropieza y apenas se mantiene de pie ante el empujón que recibe. Y entonces mis ojos se encuentran con los suyos.
Reconocería esos ojos donde fuera. Brillantes y oscuros, que miran de manera asesina al imbécil que me ha quitado de encima. Acaricio mis muñecas para aliviar el dolor.
—Largo de aquí —ordena Lucas con voz enfurecida.
El idiota ni siquiera se lo piensa cuando sale a tropezones del baño. Me limpio la cara con un poco de agua esperando que eso sea suficiente para quitarme el susto de encima y restriego las manos contra mis muslos con brusquedad para quitarme los rastros de ese...
—¿Qué crees que haces, Clare?
Respiro hondo antes de enfrentarlo a través del espejo.
—No me hables como si fueras Leonardo.
—No te hablo como tu hermano —responde, y para demostrar su enfado se cruza de brazos.
—Estaba divirtiéndome —respondo a su reflejo.
—No lo parecía. —Bueno, él tampoco lo parece con esa mueca de enojo.
—Pues no, porque ese idiota resultó ser un cerdo, pero lo tenía resuelto.
—Por supuesto que no —me contradice, más enojado si es posible.
—Lucas, hoy no estoy de humor.
Me iré a casa sin sexo. Eso no puede poner de buen humor a nadie.
—Salgamos de aquí.
No me daopción de protestar. Así que lo sigo, aunque sé que mis problemas acaban deempezar.
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