Capítulo 6
Nino le cerró la puerta de la camioneta y la rodeó para ingresar por el lado contario.
—¿Lista?
Vivien se encogió de hombros. No sentía ansias por ver a la doctora Giovanna Moratti. Comprendía que debía controlar la evolución de las lesiones, pero no quería involucrarse con Nino en mayor profundidad, y el que su hermana fuera su médico complicaba el embrollo aun más.
Ya él, por más que ella protestara, se encargaba de alimentarla cada día. No había uno en que faltase en tocar a la puerta con una bolsa repleta de víveres o recipientes plásticos con platillos del restaurante de sus padres. Él hablaba tanto de Savina y Ugo Moratti y con un orgullo que era como si los conociera.
Lo peor era que Vivien sospechaba que le caerían bien por más que no quisiera.
Desvió la mirada hacia el hombre que arrancó el motor y condujo calle arriba. No había vuelto a besarla. Lo había intentado, en realidad, trataba de hacerlo cada vez que se veían, pero ella lo detenía. Y Nino siempre acataba, aunque le divisaba en los ojos cuánto se contenía y la necesidad de argumentar en contra de aquel freno, pero jamás decía nada. Vivien creía que lo hacía por ella, para avanzar a su ritmo, solo que él suponía que llegarían a alguna meta cuando ella sabía que no sería así. Vivien no podía darse el lujo de tener puntos de llegada como en un juego de mesa.
El móvil sonó, sacándola del ensimismamiento.
Era un mensaje de Lily.
—Uff...
—¿Qué ocurre? —preguntó Nino.
—Lily, mi compañera, quiere que le pase la dirección de mi apartamento para entregarme unas copias de lo que vieron en estos días.
—¿No quieres dársela?
—¿Tú qué crees? No es lugar para invitar a nadie fuera de mi mundo.
—No deberías temer tanto, pero entiendo que quieras resguardar tu privacidad. Puedes quedar en alguna cafetería, yo te llevo en cuanto salgamos de ver a Anna.
—¿Seguro?
—Claro, luego te pasaré a buscar.
—¿No bajarás conmigo?
—¿Quieres que lo haga? —Ella se mantuvo estoica, con la vista fija en él sin saber qué contestar, porque no tenía claro qué deseaba. Nino le sonrió con cierta picardía—. Eso pensé. Será su momento de chicas, no hace falta que yo esté en medio.
Aparcaron en el estacionamiento del hospital y fueron directo al consultorio en el que atendía Anna dentro de la sala de emergencias.
La doctora Moratti la abrazó nada más verla, y Vivien se mantuvo rígida, no acostumbrada a esas demostraciones de cariño.
—Recuéstate en la camilla y te revisaré.
Le palpó el torso y le examinó el pie, la halló sin dolor y restablecida mientras Nino aguardaba en la sala de espera. No obstante, debía continuar con el yeso en el brazo por unas semanas más. La ayudó a incorporarse y sentarse.
—¿Problemas para movilizarte y pisar? —Vivien sacudió la cabeza—. ¿Para dormir? —Negó de nuevo—. ¿Para hablar?
Ladeó la cabeza hacia un lado y contempló a la mujer de cabellos castaños y ojos pardos como su hermano, enfundada en un guardapolvo blanco, la síntesis del profesionalismo.
Se aclaró la garganta antes de contestar.
—Tampoco.
Anna se sentó en la silla giratoria tras el escritorio.
—Bien. ¿Qué tal con mi hermano? —Como respuesta tan solo se encogió de hombros, y Anna sonrió mientras escribía algo en una planilla—. Él está bastante prendado de ti.
—¿Qué escribes? —preguntó un tanto por curiosidad y otro para desviar el tema.
—Tomo notas sobre tu evolución. No te preocupes, no queda registrado en ninguna parte, esta carpeta va y viene conmigo.
—¿Por qué me ayudas? ¿Por Nino?
—En parte, sí, pero, por otro lado, por ti. Tengo una historia, no la misma que la tuya, pero una colmada de sufrimiento, y sé lo que es resurgir una y otra vez. Cuesta tanto extender las alas de nuevo, sin embargo, me asombro con mi propia fuerza.
—Nino ha mencionado algo sobre tu dolor, aunque no me ha detallado nada.
—Él es bueno para escuchar y para mantener la boca cerrada. No he logrado mi resurgimiento sola, Vivien. Creí que lo estaba, pensé que debía estarlo, que ya no era digna de una familia que me amara; me equivoqué y lo noté cuando la oscuridad me rodeó. Los abrazos no se hicieron esperar, me envolvieron como un capullo que necesité para mi transformación.
—Mi familia no...
—La familia no solo está compuesta por la misma sangre, Vivien. Hay que saber cuándo tomar la mano que se te tiende.
Una frase que había oído bastante en el último tiempo, con alguna variación aquí y allá, pero trasmitiendo un mismo concepto. Pensó en Mamma Joe, en Lily, en Anna y..., aunque no le gustara admitirlo, en Nino. En aquella palma que se advertía áspera al tacto, pero fuerte y siempre disponible sin condiciones. Había aprendido a confiar en esta, a tomarla sin cuestionamientos ni dudas, y eso la atemorizaba con una inmensidad que era indescriptible.
El corazón la instaba a dejar fluir y desvanecer las vacilaciones, pero la razón le advertía que se resguardara y se enfundara en el traje de cactus, con espinas que la protegieran. El de rosa no iba con su estilo, aunque también tuviera espinas, ella no era sensual, elegante ni andaba en un ramo. Sino que era desértica, resiliente, dura por fuera y, muy a su pesar, blanda por dentro.
Giovanna mantenía una expresión seria, pero había ocasiones, cuando le hablaba, que se tornaba triste y no por las experiencias de Vivien, sino que, suponía, por los propios demonios internos.
Al descender de la camilla, Anna le enlazó el brazo sano con el suyo y, unidas, fueron en busca de Nino. Él se elevó del asiento apenas las divisó.
—Muy bien, Vivien —mencionó Anna al arribar junto a su hermano—. Eres una excelente paciente, ya casi estás recuperada y en un par de semanas se te podrá quitar el yeso.
—¿Qué? ¿Tu pie? —cuestionó Nino con una expresión que Vivien no supo interpretar.
—Ya está bien. No debo continuar con los analgésicos.
Salieron en silencio. Lo percibía tenso, algo lo incordiaba y se contenía para no verbalizarlo. No obstante, cuando le abrió la puerta de la camioneta y antes de meterse dentro, ella se volteó hacia él.
—¿Qué ocurre?
—Nada. Solo que... ¿Qué harás ahora que puedes caminar sin inconvenientes?
Ella se encogió de hombros.
—¿Correr? —bromeó.
De pronto, la mano de él salió volando y ella se empequeñeció por puro instinto, pero solo la tomó por detrás de la cabeza y la atrajo en un medio abrazo.
—Cuídate, Vivien —susurró en un tono que ella percibió como entristecido—. Cuídate por ti y por los que te quieren.
La soltó tan de improviso que se ondeó hacia atrás, pero se sujetó con fuerza de la parte superior de la puerta para no caerse.
No la miró durante todo el trayecto hacia la cafetería donde la esperaba Lily. Ella trató de que conectaran los ojos, pero él parecía negárselos con intención.
—Nino... —Le posó la mano sobre el brazo en cuanto se detuvo a la espera de que ella descendiera.
Él se la tomó y se llevó los dedos a los labios para darles un beso breve con los ojos cerrados. La angustia la inundó, parecía una despedida, sabía que no lo era. Ninguno había pronunciado la palabra «adiós» ni dicho nada de no volver a verse, pero había algo en el comportamiento de él que era como si ella lo estuviera dejando.
Nino se aclaró la garganta y le brindó una sonrisa tan falsa como los cerdos voladores en invierno.
—Regreso por ti en cuanto me avises. Esperaré tu mensaje.
Vivien abrió la boca, pero ¿qué decir? Estaba sobre una tabla en una ola inmensa y ella no sabía nada sobre el surf. Por lo que solo asintió con un nudo en la garganta, una garra que le presionaba el corazón y una piedra que se le había alojado en el estómago.
En cuanto entró en la cafetería vio a Lily, ¿cómo no hacerlo? La joven parecía tener el sol iluminándola solo a ella. Lily aventaba una mano en el aire.
—¡Vivien!
Rápidamente, se vistió con el traje de tortuga al ver a varios clientes girar la cabeza hacia ella.
—Shhh, Lily. No hace falta que grites tanto, ya había visto dónde estabas —mencionó en voz baja al tomar asiento en la silla de al lado.
La rubia se encogió de hombros.
—Lo sé, pero es lindo que sepas cuánto ansiaba verte, ¿cierto?
No lo pudo evitar, ni el palpitar en el pecho ni el rubor que le tiñó las mejillas y, mucho menos, las comisuras de los labios que tiraban hacia arriba con esfuerzo por la falta de uso.
—Lily...
—¡Vamos, Viv! Tú también me extrañaste, ¡admítelo!
Viv, nunca nadie la había llamado así y una calidez se le desparramó por dentro, no, no se extendió, se desparramó, porque fue como si se vertiera un vaso por accidente. Y Vivien se permitió disfrutarlo. ¿Duraría? ¿Acaso importaba? Hacía tiempo que vivía tan solo el hoy, sin esperar nada, sin anticipar nada y sin planificar nada.
—Creo que sí, Lily.
—Así que crees, ¿eh? Veo que ya no llevas la venda en el pie y tobillo. Además, no rengueas. ¿Estás mejor?
—Sí, recién volvimos de la consulta con la médica. Solo resta que me quiten el yeso en un par de semanas.
—¿Volvimos? ¿Tú y quién más? Ah, ya sé —le dio un golpecito con el codo en las costillas al tiempo que le sonreía con picardía—, el hombre que estaba contigo el otro día, ¿cierto? El que casi estalla de preocupación por no hacer el reposo que te habían indicado.
Vivien ni siquiera se molestó en negarlo.
—Sí, Nino es un poco exagerado. No debía estar en la cama las veinticuatro horas del día.
—Creo que le hubiera gustado que así lo hicieras y no para recuperarte. —Lily chasqueó con la lengua y le guiñó un ojo—. Me entiendes, ¿cierto?
Vivien también quería estar en la cama con Nino, por más que lo negara, que se dijera a sí misma que no era así una y mil veces. Pero ¿cómo le explicaría que aún no se había realizado la cirugía de reasignación de sexo? Y si la tocaba allí abajo, ¿cómo contarle la cinta que tenía pegada para esconder el miembro hacia atrás? ¿Cómo decirle que odiaba esa parte y que hacía como si no existiera, salvo cuando tenía que orinar? Ni siquiera en aquellas ocasiones había aprendido a hacerlo sentada, solo despegando la cinta para soltar el pene y que cayera laxo en el medio del inodoro.
Sabía que sufría de disforia de género, lo había oído tantas veces nombrar. Tenía compañeras del edificio que la habían padecido y que la solución para ellas, en la mayoría de los casos, había sido la cirugía, pero Vivien aún no reunía el capital suficiente para realizarla.
Había googleado la patología y esta detallaba lo que a ella le sucedía, la angustia que sentía por una parte de su cuerpo, lo que para Vivien era un solo lugar de su anatomía. Odiaba verse y tocarse allí, odiaba que lo que ella sentía que era fuera tan dispar con la imagen que le devolviera el espejo al mirarse al completo.
—Lily, ¿querías comentarme sobre las clases que perdí? —mencionó para detener el discurrir de sus pensamientos por aquellos sitios oscuros.
—Ah, sí. —La rubia sacó unos cuadernos del bolso que tenía sobre una silla a su costado—. Hice unas fotocopias para ti de las notas que tomé. Es importante, porque estos temas entrarán en el próximo examen.
Vivien procuró que no salieran del asunto de las materias que cursaban, que no hablaran del hombre que la movilizaba, solo que Lily sí quería ventilar su vida privada.
—Mira. —Le enseñó una foto en el móvil de una muchacha con el cabello rapado a los costados y con unas mechas azules—. ¿No es preciosa?
—Sí, lo es. —Y no mentía, era una chica de rasgos delicados y una sonrisa tan amplia como la de Lily.
—Es mi novia. Se llama Posie, llevamos dos años en pareja.
El rostro de Lily resplandecía con cada palabra, y Vivien la envidió, un poco, pero lo hizo. Quería vivenciar eso, esa plenitud que experimentaba su compañera, ese amor que parecía brotarle por cada poro.
—¿Vives con ella?
Lily asintió.
—Pensamos casarnos el año próximo. Quizás hasta puedas venir... ¡Oh, y ser una de mis damas de honor! ¿Qué te parece?
—¿No vamos un poco rápido?
—Hey, que no te estoy pidiendo matrimonio ni acostarnos en la primera cita —bromeó la joven.
—Bueno, es que...
—Comprendo. Pero si nuestra amistad se profundiza, en realidad, si dejas que lo haga, podría pasar, ¿no crees? —Lily la contempló con la mirada clara y apoyó la barbilla sobre una mano y el codo encima de la mesa—. No sé si es temor a hacer amistades o si, tal vez, no lo quieras conmigo.
Vivien parpadeó, parecía que acababa de rechazar a alguien que se le hubiera declarado y no a una persona que se le brindaba de otra forma. Posó la mano sobre la de Lily y le sonrió, apenas.
—Ni uno ni lo otro, es precaución. Me cuesta abrirme. Cuando las personas que más debieron amarte te rechazan y te borran de sus vidas como si no existieras, no crees que nadie pueda hacerlo. Y mi experiencia me ha enseñado que ninguno se ofrece sin pedir algo.
—En otra cosa en que somos parecidas, Viv. Mis padres también me han dado una patada en el culo. Casi como la protagonista de la novela gráfica El azul es un color cálido, hasta mi novia tiene el cabello de ese tono, pero yo no moriré como la de la historia. Soy quien siento ser y en eso también somos iguales.
Vivien suspiró y se respaldó en la silla.
—Podría intentar tener una amiga y ver cómo me va.
—¡Oh, un tiempo de prueba! —Lily aplaudió como una niña—. Me encanta la idea. ¿Cuánto me darás? ¿Un mes, dos...?
—¿Por qué estás tan fijada conmigo?
Lily se encogió de hombros.
—Nunca se tienen suficientes amigos. Sé que es una frase vacía, pero no cuando encontrar a las personas correctas cuesta tanto. Tú y yo hicimos clic, claro que no la clase de clic que Posie y yo —se carcajeó—. Uno que me dijo: «esta chica y tú, Lily, se llevarán bien».
Vivien le tendió la palma. Con las espinas aún elevadas, pero dispuesta a descenderlas y arriesgarse.
—Iniciemos el período de prueba entonces.
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