Capítulo 44 🎻

Raven

No tengo tiempo para huir o estar asustada. Hay una opción y esa es pelear con todas mis fuerzas. Desenfundo mi espada de acero y ataco. Huesos rotos, salpicaduras de sangre, carne podrida y órganos se dispersan en el aire mientras mato a mis enemigos. Krestel se encuentra en su elemento. Decapita con sus garras y destroza a cada criatura que se atraviesa. Sus ojos rojos llenos de furia, su cuerpo tenso en expectación. No es un número sostenible. La cantidad de bestias es alarmante y es cuestión de tiempo para que nos agotemos. Solo un milagro acabaría con todos ellos. Maldito laberinto encantado. No veo la hora de contar con el violín.

La sangre baña el suelo y los cadáveres están apilados en montones. Otros salen de las tierras y se unen al campo de batalla. Acabo con ellos usando los puños e incluso mi daga. Hasta ahora ninguna es una real amenaza. Los entrenamientos brindan sus frutos, aunque la experiencia es muy caótica. Tendré muchas aventuras que contarle a mi familia cuando regrese al mundo mortal. Krestel y yo peleamos juntos, espaldas pegadas y apoyo moral. Le saco un espectro flotando de los hombros y mato a la criatura con patadas. Los gritos agudos de los monstruos me lastiman los tímpanos. Saldré sorda de aquí y traumada.

—¿Estás bien? —pregunta Krestel cuando tomamos una pausa.

Le aprieto la mano y vuelvo a enfocarme en mi objetivo.

—Perfectamente bien. No hay nada que no pueda manejar.

Me lanza una sonrisa torcida.

—La vida a tu lado es perfecta, Raven.

¿Por qué me diría un comentario como ese en un momento tan crucial? El calor de sus palabras se propaga en mi estómago y recuerdo lo feliz que fuimos hace horas en esa cueva. Si tan solo pudiéramos regresar allí...

—Concéntrate—Krestel chasquea los dedos en mi cara y regreso a la realidad para encontrarme con una horrible criatura.

Trago saliva.

—Oh, mierda...

Un escorpión carga directamente hacía mí. Su cola venenosa con aguijón arroja ácido y achicharra todo lo que toca a su paso. Agita sus pinzas, sus pequeños ojos negros destilando puro odio. Me preparo y levanto mi espada cuando salta en el aire. La punta afilada se hunde en su garganta, haciendo que la bestia chille y se retuerza antes de morir.

Sin aliento me vuelvo hacia la siguiente bestia, pero me toma desprevenida cuando su cola me golpea y lanza mi cuerpo en el fango podrido. Mis sienes palpitan con dolor, la sensación de mareo regresa y mi cabeza da vueltas. Las gotas de barro se escurren por mis mejillas y entran a mi boca. Escupo la sucia flema con una tos. Me siento asquerosa, una criatura primitiva de la naturaleza. Indignada, miro mis manos cubiertos de lodo. A la distancia escucho la risa de Krestel. Me volteo lentamente para encontrarme con su mirada burlona. Imbécil de mierda. Luzco apestosa y maloliente. Él, en cambio, como un guerrero impecable con su armadura intacta. Qué humillante. ¿Por qué nunca puedo ganarle?

—¡No es divertido! —protesto.

La sonrisa se borra de su cara.

—Mira a tu izquierda.

Aparto la trenza pegajosa fuera de mi rostro. Se inyecta una sensación de alerta en mis venas, como un remolino creciente que grita alarmado «¡Muévete, maldita sea!» «¡Huye por tu vida» Mis extremidades no quieren cooperar. Observo con la boca abierta al espeluznante arácnido que se arrastra sobre mi cuerpo y sus pinzas venenosas chocan cerca de mi cara. Una gota muy pequeña de ácido cae al costado de mis botas y aparto mis piernas antes de que me quemen.

—¿Necesitas ayuda, amor? —pregunta Krestel, sosteniendo sin esfuerzo la garganta de una langosta gigante.

—No —contesto, terca y orgullosa—. Puedo sola. Es mío.

Me da una sonrisa arrogante y presumida. ¿Quiere hacer de esto una competencia? Acepto el desafío.

—Como prefieras.

Mi espada se encuentra bastante lejos y no hay forma de invocar al violín. Me sostengo sobre mis codos y empiezo a lanzar patadas como si eso fuera a impedir que la bestia me aprisione con sus pinzas. Estaré acabada ante el mínimo contacto del aguijón. Mis dedos se enroscan en una roca que tengo bajo la palma de la mano y la arranco del suelo.

—Acércate y te mato—siseo.

El escorpión chilla y hace exactamente lo que espero. Golpeo la piedra contra su pequeña y fea cara una y otra vez. Su cuerpo se estremece con cada asalto y expulsa más ácido de la boca. Me da el tiempo suficiente para agarrar mi espada de acero y cortarle el aguijón. La sangre negra empapa mi ropa y mi cabello. Apesto, pero nada me quita la satisfacción cuando veo al arácnido marchito y muerto.

De pie y empapada en sudor, jadeo e intento controlar mi acelerado corazón. Krestel y yo compartimos una mirada. Ambos de pie: agotados y llenos de adrenalina. Tiene la frente salpicada de sangre y sus colmillos están a la vista. La herida en su brazo es grueso, crudo. Él debe ver la preocupación en mis ojos porque me tiende una sonrisa tranquilizadora.

—Buen trabajo, mi reina.

Hago una reverencia.

—Aprendí del mejor maestro.

Suenan pasos y gruñidos. Mi vista vuelve a adaptarse en la oscuridad y trago en seco cuando distingo a la bestia peluda acercándose con pasos sigilosos. Ya viene la parte más difícil. En ese momento siento más miedo de lo que he tenido el resto del día.

Es un licántropo.

Tiene ojos rojos, una boca rabiosa con dientes afilados y chorros de baba espumosa cubre su hocico. Su contextura es enorme. Más grande que cualquiera de los cambiantes que he visto en mi familia. Sus gruñidos son violentos y vibrantes. Los huesos de su columna vertebral sobresalen en un extraño ángulo mientras avanza con sus codos y rodillas. Me recuerda a una escena del exorcista. La piel me hormiguea y se me hielan las entrañas. Y lo peor es que no se trata de uno solo. Tres monstruos peludos de la misma especie salen de las sombras. Oh, mierda. No podré con ellos. De ninguna manera podré vencerlos. Me siento insignificante al lado de ellos. Una hormiguita indefensa que será aplastada.

«¡Corre ahora!» —instruye mi compañero—. «¡No permitas que te atrapen!»

Me trago el miedo y corro sin pensarlo dos veces. Escucho aullidos escalofriantes antes de que los monstruos me persigan. Me palpitan las piernas y me tiemblan las manos mientras sostengo la espada y me pierdo en el laberinto de árboles. Las ramas retorcidas rasguñan mis mejillas, desgarran mi ropa. Tropiezo con algunas raíces fuera de la tierra, pero nada que detenga mi huida.

La gigantesca bestia cubre la luz de la luna cuando aparece en mi camino y giro a mi izquierda con la esperanza de despistarlo. Desgraciadamente soy interceptada por el segundo monstruo así que corro a la derecha. Mala suerte. El tercer licántropo me embosca con un brillo maniático en su mirada depredadora. Su boca babeante provoca un río de saliva cerca de sus patas. Freno en seco y levanto mi espada a modo de defensa. No hay escapatoria. Es absurdo prolongar lo inevitable. La adrenalina aumenta en mis venas y el miedo es la emoción predominante.

Los tres licántropos me acorralan. Estoy atrapada en un círculo con una espada en las manos y una única oportunidad para sobrevivir. Me siento perdida, indefensa y tenebrosa. Una versión de Caperucita Roja cuando fue capturada por el lobo, pero esto es más retorcido y cruel. Mi salvador no puede venir a mi rescate. Está demasiado ocupado lidiando con un gigante.

Miro a mis oponentes debatiendo a cuál debo matar primero con la espada en alto y la postura rígida. Mis hombros tiemblan al ritmo de mi respiración. Es poco probable que salga victoriosa de aquí, pero me niego a morir sin hacer el intento. El lobo negro con la mitad de la cara sin pelaje se echa hacia atrás con un aullido violento que sacude el laberinto y el miedo detona. Busco a Krestel en medio del caos sin éxito. Hay demasiadas ramas de árboles obstruyendo mi visión. De acuerdo. Estoy sola en esto.

El primer licántropo ataca.

Mi confianza está un poco frágil, pero aún así no permito que el terror tome el control. Recuerdo las semanas de entrenamiento con Mirko y mi compañero. Nada de lo que he aprendido será tiempo perdido. Yo puedo sola. Sostengo la espada con las dos manos y grito mientras ataco. El licántropo evade el primer golpe, aunque no logra escapar del segundo. Desgarro sus hombros, le corto una oreja y apuñalo su pecho. No me siento como yo misma. Me desconozco totalmente. No soy la chica ingenua que cruzó el portal. Soy la nota de la muerte. Soy la reina de Arkos dispuesta a todo por mi gente.

Cada vez que la bestia aúlla me impulsa a destrozarla mucho más duro y me vuelvo una psicópata. El ritmo de mis latidos resuena como el sonido de los tambores, tan escandalosos que podría provocarme un infarto. Tengo el pelo enredado, el rostro ensangrentado y la mirada maniática. Estoy al límite y no permitiré que nadie acabe conmigo. El licántropo herido vuelve a arremeter, pero le encajo una patada mortal en la cabeza y mi espada se hunde en sus entrañas con furia.

Capto al segundo atacante en mi visión periférica y bloqueo su golpe con el mango de mi arma. Ahí, bajo la luna, mi espada de acero corta de tajo su cabeza. La adrenalina envía una descarga eléctrica a través de mis venas. Me siento más fiera que nunca. Imparable y poderosa. No dejaré que el miedo me consuma. Lucho por instinto y supervivencia.

Mis brazos están tan cansados que ceden y no me doy cuenta de que el tercer licántropo extiende sus largas garras y rasguña mi pecho. Grito de dolor mientras me tambaleo hacia atrás y aprieto los dientes. Oh, Dioses... Sus pezuñas lograron atravesar mi armadura y arde como el infierno. No me da tiempo de defenderme. Acecha hacia mí decidido a matarme, pero en ese instante Krestel se convierte en mi ansiado salvador.

Ya era hora.

Sus ojos han cambiado de color y son completamente negros. Me mira todo el tiempo mientras le arranca la columna vertebral a la bestia y lo lanza a un lado como un simple muñeco de felpa. Trozos de carne están metidos entre sus uñas y las garras manchadas de sangre. El hedor de la putrefacción es tan fuerte que puedo saborearla. Sonrío con dificultad. Mi rey oscuro. Tan hermoso y letal. Abro la boca, pero la herida en mi pecho apenas me permite emitir un débil balbuceo.

—Auch—Me quejo—. Eso estuvo cerca.

Krestel corre a mi lado y me estrecha en sus brazos. Duele mucho. Estoy cansada y mi cabeza me está matando. Sus uñas han rozado mi corazón. La herida es horrible y la sangre sale sin control. Pronto perderé la consciencia.

—Raven...

Cierro los ojos y apoyo la cabeza en hombro. Me aferro al sentimiento de calidez que me da. Estamos a salvo aquí. Al menos por unos minutos. Krestel me acaricia el cabello con suavidad mientras trato de pensar en cualquier cosa que no sea en la sangre que brota de mi pecho.

—Me descuidé un minuto—susurro y me lamo los labios resecos—. Solo fue un minuto, Krestel.

—Tienes que ser más atenta la próxima vez—me consuela él—. Pero no te quites el mérito por un error. Mataste a dos licántropos que te doblan en tamaño. Lo hiciste muy bien, amor. Estoy orgulloso de ti.

Sonrío con dolor y escupo un flujo de sangre.

—Espero que también lo narren en los libros de historia.

—Te juro que así será—susurra—. Respira y relájate.

Saca la mochila de su hombro y busca con rapidez algunos suministros. Trajimos unas cuantas pociones, pero no sé qué tan útil sea. Krestel abre la cantimplora y me obliga a tomar una buena cantidad de agua. El resto lo derrama por mi pecho ensangrentado.

—No es cualquier líquido—explica—. Es el agua del manantial.

Oh, el refugio de los inocentes. La cueva dónde tuvimos un momento muy íntimo. Con razón está tan relajado.

—Eres un genio.

Me guiña un ojo.

—Sabía que sería útil.

Compartimos un beso suave y húmedo mientras siento como la herida en mi pecho empieza a sanar. El ardor se ha ido y deja calma en su lugar. Deslizo las manos en las hebras sedosas de Krestel y tiro de ellos. Él es un experto leyendo mi cuerpo así que me besa mucho más duro. Sacamos todas las frustraciones de las últimas horas, el miedo de perder al otro. Estamos hambrientos, desesperados por la conexión.

—Kres...

Siento su sonrisa contra mis labios antes de que se aparte y me bese la frente. Me acurruco un rato en su regazo con mi rostro en su cuello. Un minuto antes de que enfrentemos de nuevo a las bestias. Quiero un minuto de contención.

—La montaña no está muy lejos—dice él—. ¿Puedes caminar? No tengo problemas en cargarte.

—Me siento increíble—Lo tranquilizo y miro mi pecho.

Ha sanado completamente, aunque mi armadura está rota y mi sujetador queda a la vista. Krestel se quita la camisa con rapidez y me obliga a ponérmela. Mis ojos cansados vagan por sus abdominales y su pecho desnudo. Algo me ha hecho este hombre hoy. Verlo luchar con tanta pasión ha encendido mi cuerpo.

—De pie, amor—instruye, sacudiendo la cabeza y sonriendo.

—Deja de invadir mi privacidad.

—No eres muy discreta que digamos.

Ruedo los ojos.

—Patán.

Nos levantamos con las manos entrelazadas y miramos el desastre ocasionado. Un viento gélido recorre el laberinto, levantando un remolino de hojas, ramitas y tierra. El olor de la sangre me provoca arcadas y me tapo la nariz. Los cadáveres se apiñan en los rincones como carnicerías. Cientos de ellos forman filas torcidas sobre la tierra. Pierdo la cuenta de la cantidad que hemos matado Krestel y yo.

—¿Ahora qué sigue? —pregunto con un suspiro cansado.

Le da un leve apretón a mis dedos y fuerza una sonrisa de disculpa.

—Eso—responde con inquietud.

Oh, no.

De la nada, otra ráfaga de viento sacude el laberinto y trae escombros de sombras. El estruendo es similar al de un tren que se aproxima a toda velocidad en un accidente inminente.

—Tenemos que salir de aquí—dice Krestel.

El río de brea burbujea y manos y piernas surgen de ella. Criaturas horribles aparecen olisqueando el aire y buscándonos. Pensé que al menos tendríamos un descanso. Un lobo aúlla a la distancia y me fijo en la luna que ilumina el laberinto. Reprimo el escalofrío, aunque el débil jadeo asustado me delata. Puedo verla con claridad.

Mi cuerpo vibra en anticipación y me encojo. Mi verdadera naturaleza me está llamando, desesperada por salir y yo no podré detenerla. He esperado este momento dieciocho años. Escuché las distintas historias y experiencias relatadas por mi familia. Algunos lo ven como el día más épico. ¿Pero otros? La odian y maldicen el cambio. Temo que me siento identificada con el segundo caso. ¿Por qué tiene que suceder aquí? Se supone que Roy estaría a mi lado. No vimos venir al destino a pesar de la promesa que hicimos. No estaremos juntos.

—Estoy aquí—masculla Krestel—. No te soltaré la mano.

Asiento con una pequeña sonrisa porque él hará que la ausencia de mi familia valga la pena.

—Hay que movernos.

El aullido vuelve a sonar y oigo un chasquido a mi izquierda. Nada puede atenuar mi temor creciente cuando los dos licántropos que he matado se mueven. Al principio no logro entender qué demonios están viendo mis ojos. Las piernas y brazos vuelven a su lugar, lo mismo la cabeza que he cortado.

Se están regenerando.

No son el único caso. Todas las criaturas que hemos despedazado reúnen sus miembros como si nada hubiera ocurrido. La escena me horroriza y me indigna. Peleamos durante horas, arriesgando nuestras vidas. ¿Ha sido por nada?

—¿Cómo es posible? —Mi voz suena cansada y derrotada—. Ese licántropo casi me mata y ahora ha revivido.

Krestel chasquea la lengua y me entrega mi espada sin inmutarse. No pierde la calma y tampoco se agita. Admiro su paciencia. Yo quiero huir lo antes posible. Al carajo las notas.

—Murieron hace miles de años, Raven—Me recuerda—. Todo lo que habita en este laberinto está muerto. No puedes acabar con ellos consecutivamente.

—Eso es una mierda. Debiste decírmelo antes.

—Olvidé mencionar ese detalle—Se encoge de hombros con indiferencia.

Hay un insulto en la punta de mi lengua, pero no quiero gastar mi energía discutiendo. Me pongo en posición a pesar del cansancio y mis músculos adoloridos. No vale la pena quejarme ni tirar la toalla. Tengo que pelear y demostrarle a Krestel que estaré a su lado en cualquier circunstancia.

La marea de criaturas huesudas, escorpiones, licántropos, hadas y una cantidad absurda de monstruos vienen en jauría hacia nosotros. Me agito asustada, mi boca abierta por el absoluto terror y conmoción. Hago un conteo mental con la adrenalina golpeándome como un terremoto.

—Quédate detrás de mí—ordena Krestel—. No tienes que pelear. Lo haré por ambos.

Está loco si piensa que lo dejaré solo. Los primeros que matamos no tienen comparación con los gigantes que emergen de las sombras. Antes me obligué a no dejarme vencer por el miedo. No empezaré ahora. El strigoi más poderoso de Arkos es mi compañero y yo soy una Karlsson. No está en mi sangre rendirme fácilmente.

—Raven —Mi compañero pone un dedo bajo mi barbilla y calma el temblor de mis labios con un corto beso—. Te prometí que saldremos con vida de aquí. No hay nada que temer.

—Lo sé.

—Vete y busca la manera de llegar a la montaña—Me calla con otro beso antes de apartarse y me empuja con delicadeza detrás de una roca—. Yo los distraigo.

Se me llenan los ojos de lágrimas y niego con la cabeza. No. Puedo hacer cualquier cosa, pero dejarlo aquí no es una opción. Él es mi vida.

—No iré a ninguna parte —espeto—. Pelearé a tu lado hasta mi último aliento.

Krestel suelta un gruñido frustrado.

—Maldita seas, mujer. No es momento de volverme loco.

Me aferro a la espada y vuelvo a su lado a pesar de su mirada asesina. Juntos por siempre. Está escrito en las estrellas. Me quedaré aquí porque soy suya y lo amo. Moriré por él si es necesario.

—Entonces no me des órdenes.

Una cantidad de maldiciones surgen de su boca que no logro descifrarlas. Los exclama en un idioma que todavía no puedo entender. La próxima vez le pediré que me enseñe mientras está encima de mí. Los gritos de batalla esfuman mis sucios pensamientos y me quedo helada. El corazón me golpea la caja torácica al darme cuenta de lo cerca que estamos de la muerte. Hay cerca de seis gigantes. Sus rostros son humanoides y bestiales. Ojos negros como la brea, piel gris, cuernos en las cabezas y una masa de músculos voluminosos. Son muy parecidos a los vikingos. Krestel me da una última mirada antes de abalanzarse contra su oponente. La espada suena en el aire cuando chocan.

Sus movimientos son rápidos, precisos, calculados y letales. Su altura le da una desmedida ventaja. Se posiciona debajo de la bestia y atraviesa la espada en su entrepierna. El gigante gruñe y recibe el siguiente corte en el estómago. Sonrío con orgullo.

El gigante mueve sus enormes piernas con intención de darle una patada a mi compañero, pero Krestel vuelve a esquivarlo con un salto y en un segundo está sobre los hombros del grandulón. Saca una daga de su pantalón y empieza a apuñalar al monstruo en la cabeza unas diez veces.

El gigante, al encontrarse indefenso, suelta su hacha y actúo sin pensarlo. Agarro el arma y la embisto en su pecho. Se derrumba con un gorgojeo y sus compañeros gruñen. Alguien me agarra por la cabeza y empiezo agitarme de un lado a otro. Sus enormes dedos están muy cerca de aplastarme el cráneo. La sangre brota de mi nariz y libero un grito horrorizado sin aire en los pulmones. No consigo respirar. Mis pulmones explotarán.

—¡¡Raven!! —exclama Krestel desesperado.

Sus ojos vuelven a adquirir el tono negro y ruge de ira. Saco la daga que guardo en la cintura de mis pantalones y lo muevo en el aire sin mirar dónde lo encajo. Al parecer tengo éxito porque el gigante me aparta y caigo de bruces en un charco. Me toco las sienes para tratar de aliviar de dolor y mi rostro se llena de lágrimas. El sonido de mis sollozos atrae a las demás bestias para mi mala suerte. Es demasiado. Ya no puedo soportarlo. No puedo.

Por favor, que acabe de una vez. Necesito que se acabe.

Como si mis súplicas fueran escuchadas, suena un estruendo perturbador y la luna se oscurece. Entrecierro los ojos hacia el cielo desconcertada y fascinada por las sombras que se aproximan. Al principio son pequeñas, pero luego su tamaño empieza a aumentar hasta dar forma a dos enormes nocturnos.

Pero no son cualquier nocturno.

Son Kiva y Skar.

Sonrío en medio del llanto. El dolor desaparece y es reemplazado por una emoción vital que envuelve mi corazón. Krestel y yo intercambiamos miradas de fatiga. El día ha sido horriblemente largo y consumidor. Gracias a los dioses por apiadarse de nosotros. Las dos criaturas aladas en el cielo son impresionantes. No me sorprende que Skar acuda a su amo, pero la presencia de Kiva no esperaba en absoluto.

Las criaturas del laberinto se paralizan cuando notan sus presencias.

Los nocturnos abren las bocas y lanzan chorros de lava. El de Skar es rojo y el de Kiva azul. Los gigantes intentan huir, pero son atrapados por las llamas y arden como antorchas en medio de la noche. Krestel se apresura a mi lado y me ayuda a levantarme. Hay mucho ruido y caos. Mi compañero me abraza durante un rato mientras las llamas iluminan el laberinto. Recorro mis dedos en su andrajoso pecho desnudo y mi contacto hace que cierre los ojos con cansancio.

—¿Estás bien? —Le pregunto.

Lleva mi mano a sus labios y me besa los dedos. Recupera la fuerza para hablar sin agitarse.

—Cuando ese gigante te atrapó estuve a punto de morir ahí mismo—Me aparta el pelo de la cara y pone mi mano en su pecho—. Mi corazón dejó de latir.

Respiro el aroma de su cuello y lo abrazo con fuerza.

—Siempre encuentro una forma de salir bien librada de una situación—bromeo—. Aunque me duele mucho la cabeza.

—Merecemos dormir una semana entera.

Hago un mohín.

—¿Solo dormir?

Traza mis labios con una sonrisa.

—Mi dulce chica...

El escandaloso aterrizaje de Kiva y Skar nos interrumpen. Sus largas colas golpean a los gigantes restantes. Sus sonidos supersónicos me obligan a taparme los oídos y los monstruos del bosque se retuercen con siseos. Dioses, amo a estos murciélagos. Llegaron en el momento oportuno y no puedo estar más agradecida. Me aparto de Krestel para acercarme a mi nueva guardiana. Sus ojos azules brillan con adoración mientras inclina la cabeza con un ronroneo. Sonrío emocionada y feliz por su muestra de lealtad.

—Gracias por venir—susurro.

Ronronea de nuevo como un adorable gatito mimado. Es tan linda.

—Significa que puedes montarla—dice Krestel—. Será mejor que lo hagas pronto o tal vez prefieres enfrentarte de nuevo a los gigantes.

En efecto los gigantes que hemos matado hace diez minutos están despertando de nuevo. Krestel ya ha montado a Skar y emprende su vuelo sin esperarme. Qué caballeroso. Paso los dedos por el fino pelaje blanco de Kiva y me subo a su espalda después de dos intentos. Le rodeo el cuello con los brazos rezando en silencio que no me deje caer. Confío en ella, pero yo soy una inexperta y temo caerme desde las alturas. Soy demasiado torpe y mi suerte apesta.

—No me sueltes—musito—. Te confío mi vida.

Emite un gruñido y luego sale disparada hacia la luna. Se me escapa una risita de felicidad mientras me aferro a su cuello con brazos temblorosos. Seguimos subiendo y subiendo hasta ascender por encima de las nubes. Estamos tan alto que siento la brisa congelarme los huesos. Por un segundo olvido dónde nos encontramos y admiro la naturaleza de Arkos. El cielo rojo está repleto de murciélagos y estrellas. Distingo a Krestel y Skar a poca distancia. El nocturno de mi compañero hace unas cuantas piruetas y se acerca a nosotras. Kiva resopla ante el intento de coqueteo.

—¡Suéltate un poco! —grita Krestel—. ¡Abre los brazos!

Está loco para hacer tal sugerencia.

—¡Voy a caerme!

—¡Ella no lo permitirá!

Kiva ronronea como si estuviera de acuerdo con él y dejo escapar un aliento nervioso. Insegura, me desprendo de su cuello y mi cuerpo pierde el equilibrio. Rápidamente vuelvo a abrazarla mientras la nocturna agita sus alas.

«Saltaré por ti si te caes»—La voz de Krestel suena en mis pensamientos y mi corazón da un vuelco—. «Iré por ti hasta el fin del mundo»

Sus palabras me llenan de confianza y con mis ojos en los suyos suelto el agarre de muerte que tengo sobre Kiva. Abro los brazos con una pequeña sonrisa en mis labios. Me siento increíble, como si este fuera un nuevo tipo de hogar. Antes de venir a Arkos pensé que nunca encajaría, pero aquí en lo más alto me doy cuenta de que he estado muy equivocada.

Kiva bate sus alas más alto y echo la cabeza hacia atrás con una carcajada. Es una sensación hermosa. Tan libre que me duele el pecho de la emoción. La luz de la luna baña mi piel y suelto las trenzas de mi cabello rojo. Mis ojos vuelven a conectar con los de Krestel y un escalofrío recorre mi cuerpo. Me está mirando con fascinación, deseo, amor. Quiero gritarle que lo amo y que soy muy afortunada por tenerlo. Pero las palabras se las lleva al viento cuando la oscuridad regresa. Me llega una mezcla de olores como azufre y metal.

Kiva y Skar rugen en alerta. Krestel y yo preparamos las espadas.

Desde mi visión periférica noto algo borroso que se acerca a nosotros a una velocidad alarmante. Kiva inclina sus alas hacia la derecha y Skar a la izquierda, esquivando los ataques de los nocturnos enemigos. Ellos no son en absoluto criaturas adorables. Tienen agujeros en sus alas y los cuerpos huesudos. Colas con púas negras que sacuden de un lado a otro.

Krestel se sujeta a Skar con las piernas y desenfunda su espada. Observo el filo en la oscuridad antes de que corte la cabeza de la bestia que pierde su vuelo y se estrella en el vacío. La buena noticia es que apenas son rivales para Kiva. Mi nocturna desgarra la garganta del murciélago y le prende fuego al resto. El olor de la carne chamuscada me hace arrugar la nariz. Odio ese maldito hedor. Estoy segura de que ningún baño podrá sacarlo de mi mente, pero es parte de la guerra y debo acostumbrarme. No será la primera vez que me encuentre en una situación así.

Kiva se acerca lo suficiente a otro nocturno y mi espada se desliza en su ojo. La criatura sacude las alas antes de que sea chamuscada por el fuego rojo de Skar. Oh, mierda. Eso estuvo cerca. Miro sobre mi hombro en busca de más obstáculos, pero al parecer no hay ninguna.

Nos acercamos a la cima de la montaña rápidamente.

La última prueba.

Atravesamos capas de nubes y navegamos bajo la luz de la luna. La nocturna ruge cuando vuelvo a reír. Mi risa suena alegre y aliviada. Montar a un nocturno es una experiencia inolvidable y espero que vuelva a repetirse. Kiva disminuye la velocidad y las montañas se abren camino ante mis ojos. Sus puntas cubiertas de nieve con el magma del volcán reluciendo. El aroma del gas es fuerte aquí, tanto que pica mi nariz.

Krestel es el primero en aterrizar sobre el acantilado. Kiva lo sigue con cuidado y beso su cabeza antes de bajar de su espalda. En cuanto mis botas tocan el suelo con nieve, lucho para calmar los nervios y me aferro a la mano extendida de mi compañero.

—Aquí viene la peor parte—advierte Krestel—. No hay vuelta atrás.

Nos hemos enfrentado a monstruos que serán parte de mis pesadillas los siguientes años. Nunca me echaría atrás después de todo lo que arriesgamos. Nuestra lucha no será en vano. Cada sacrificio de esta noche tendrá su recompensa.

—Terminemos de una vez—contesto.

Kiva y Skar permanecen cerca mientras entramos en la cueva. Pequeñas bombillas iluminan el lúgubre lugar. Miro los puntos flotantes que son atraídas por nuestra presencia. Son luciérnagas rojas. A medida que avanzamos noto una historia entallada en las piedras. La guerra de las hadas y demonios. Veo las mismas criaturas que enfrentamos en el laberinto y una diosa tocando el violín rodeada de cadáveres a su alrededor. Trago saliva.

—La he visto en mis visiones en más de una ocasión—comento.

—Eres portadora de su violín—responde Krestel.

Esa es la única explicación que encuentro además del hecho de que usaré la nota de la muerte durante la verdadera guerra que nos espera en el futuro. Solo espero tener la victoria de mi lado y que mi familia esté a salvo.

Pasamos por el siguiente hueco cuando el interior de la montaña tiembla ligeramente y una melodía siniestra empieza a sonar. Ese suave tintineo provoca lágrimas en mis ojos. Por alguna razón me resulta conocida, pero no recuerdo dónde la escuché por primera vez. Mis nervios zumban. La música vuelve a filtrarse y seguimos el sonido hasta que nos encontramos en el punto objetivo. Sé que es aquí. La melodía se evapora con un último escalofrío, dejando el silencio a su paso. Hay una enorme mesa hecha de rocas y sobre ella flota el violín. Mi violín.

—No estamos solos—susurro.

Las luciérnagas llenan la cueva. Son cerca de miles formando un remolino brillante y rojo. Cuando detienen su giro dejan a una figura femenina en su lugar. La siento antes de verla. Su poder es tan fuerte que casi me asfixia.

—Desde el primer momento supe que eres la indicada. Bienvenida, Raven Markovic.

Su voz es una mezcla de mil sonidos: suave, delicada, imponente, alta. Es la primera vez que estoy en presencia de una diosa y no sé cómo actuar. Krestel, por el contrario, sabe exactamente qué hacer. Se arrodilla sin problemas e inclina la cabeza en señal de respeto. Su presencia me golpea de mil formas posibles y apenas soy capaz de respirar. He leído libros sobre ella en el castillo. Su encanto es irresistible para los arkanos. Una bondad tan pura que llevó a la gloria a todas las hadas. Era amada y venerada. Recordada de generación en generación.

Su apariencia es imposible describir con suficientes palabras. Cabello largo y rojo que llegan hasta sus pies descalzos. Un impresionante vestido con cola de sirena y los ojos más azules que he visto. Es desconcertante que se parezca tanto a mí. Sus alas plateadas se agitan detrás de su espalda y cuando sonríe distingo los colmillos que caracterizan a los vampiros.

Niss era una mezcla de ambas razas.

Hada y demonio.

—Levántate—Le ordena a Krestel y él obedece de inmediato. Su rostro está tenso y tan afligido como el mío. No encuentro la forma de explicar el apretón que siento en mi pecho. Es abrumador. Las lágrimas siguen cayendo por mis mejillas y miro el violín flotante. El tatuaje de la nota brilla en mi muñeca, llamándola y reclamándola—. La unión de ambos en un sagrado matrimonio será la salvación de Arkos —Su risa suena como campanas tintineando—. Y lo más satisfactorio de esto es que puedo ver el calor del amor. Un strigoi enamorado de una licántropo. ¿Darías la vida por ella, rey de Arkos?

—Daría todo por ella—responde Krestel.

—¿Incluso renunciar a tu corona?

—La corona no me importa si no la tengo a mi lado.

—Un amor tan puro e incondicional—suspira la diosa.

Me quedo pensando en sus palabras, tratando de encontrarle algún sentido. Hay un mensaje detrás que me cuesta descifrar y quiero las respuestas.

—Necesitamos las notas para vencer a Baltor—intervengo.

Niss se acerca flotando y acuna mi rostro con sus cálidas manos. Su contacto es una caricia de plumas en mi piel y su dulce fragancia impregna mis fosas nasales. Veo miles de historias en sus ojos azules. Dolor, tristeza, felicidad. La destrucción que ha traído la guerra y también la paz que se aproxima en Arkos.

—Ya conoces las notas, Raven—Toca mi sien con su dedo—. Siempre ha estado aquí.

—¿Cómo?

La sonrisa de Niss se extiende y su mano baja a mi pecho dónde mi corazón retumba.

—Escúchala.

Una melodía inquietante procede de la oscuridad y mis ojos se cierran por inercia. Soy llevada al pasado y veo a una pequeña Raven acostada esperando escuchar su canción favorita. Mamá se encuentra sentada en la cama mientras sus labios se mueven en un canto precioso. Tan hermosa como el primer día.

En un reino lleno de maldad, tú eres la única luz que brillará.

Tu forma de amar, es lo único que lo salvará.

Corre, corre, dulce reina.

Llegarás dónde nadie más podrá.

Eres la única que su alma salvará.

Cuando todo desaparezca, tu amor lo hará regresar.

Siento un tirón seco. Se me hace un nudo en la garganta y me desmorono de rodillas. A través de mis lágrimas distingo la visión tan clara que me rompe el corazón. La canción vuelve a reproducirse en mis pensamientos como una cura a la enfermedad.

Tu sangre es su antídoto en la adversidad.

Tu amor lo hará regresar...

Krestel me mira confundido y Niss manipula el violín con su mano. La amabilidad ha desaparecido por completo de sus ojos, dejando frialdad en su lugar.

—Es hora de enfrentar al miedo más grande, Raven—Mira a Krestel—. ¿Tú puedes quedarte con ella en la adversidad?

A la distancia suena el aullido angustiado de un lobo.

El llamado a la luna.

El llamado a mi destino.

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