Capítulo 12 🎻
Raven
No es como cualquiera de los besos que he experimentado antes.
Este beso es un reclamo.
Mis pulmones luchan en busca de oxígeno mientras levanta mi cuerpo en sus brazos y deposita mi trasero sobre una gran cantidad de heno. Su rodilla separa mis piernas y no me resisto cuando su dureza frota mi suavidad. El gemido que dejo escapar es casi vergonzoso, pero no puedo parar. Necesito más.
Estoy expuesta, vulnerable y dispuesta. El aire se satura de pasión y todo lo que puedo oler es a él. Su piel tocando la mía, el crudo deseo mientras su lengua explora cada centímetro de mi boca. Y yo le permito cada caricia, susurro su nombre y le incito a darme mucho más de lo que ofrece. Mis largas uñas se clavan en su fuerte pecho y recibe el ataque inesperado como si le excitara el dolor que le provoco.
Él está decidido a borrar el recuerdo de otros labios sobre los míos y lo logra. Dudo que pueda superar este beso. Es posesivo y con el propósito de devorarme hasta que no quede nada de mí. Me rindo de buena gana, perdiéndome en el sabor a vino. Estoy mareada, ahogada en las olas de éxtasis.
Cuando siento que no puedo respirar, me separo un segundo y le beso el cuello. Krestel inclina la cabeza a un lado, indicándome donde le gustaría ser tocado. Dioses... No pensé que me cedería el control.
—Adelante —dice con los párpados pesados —. Toma lo que quieras.
Siento que estoy viendo estrellas, la locura provocándome dificultad para ver bien. Tomé las riendas de la situación, pero llegué demasiado lejos. El tiro me saldrá por la culata si no planeo mis próximos movimientos. ¿Qué pretendía tentándolo? Es un adicto sin consideración por sus donantes. ¿En qué me convierte? Una tonta que podría tener el mismo destino.
Inmediatamente me desprendo de su agarre, pero Krestel me tira del brazo y me impide moverme.
—¿Primero tientas al diablo y no puedes terminar el juego?
Mi cuerpo se arquea hacia él en contra de mi voluntad y lo odio. Lo odio tanto.
—¿Juego? Era una prueba —respondo tosca —. Mi propósito era estar cerca de ti sin que me arranques la yugular y ha funcionado. ¿Qué te detuvo?
Las llamas en sus ojos rojos se avivan.
—Burlarte de mí te costará muy caro.
Sonrío descaradamente, disfrutando leer las emociones que lucha por ocultar. Me he metido en su cabeza sin que pueda evitarlo y descubrí lo que ya sabía. No podría matarme cómo sucedió con las otras donantes. Ellas no significaban nada para él. Yo soy su compañera.
—Suenas como un hombre inseguro.
Una sonrisa se dibuja en la comisura de su boca.
—¿Inseguro? No me gustan las conspiradoras —Su nariz toca la mía e inhala —. No me agrada ser parte de cualquier plan que tengas en mente. Si deseas besarme hazlo porque quieres. No para probar un maldito punto.
Y finalmente, retrocede pasándose una mano por el cabello húmedo y rizado. Quiero gritarle que lo besé porque me moría por probar sus labios y marcar de una vez por todas mi territorio. Para que cuando vaya a dormir piense en mí y no en la próxima mujer atractiva que drenará su sangre. Quiero experimentar cosas con él. Es vergonzoso que me sienta posesiva. Nunca he sido así. Supongo que la insegura aquí es otra.
—Yo...
Me callo cuando Nikov se presenta y nos observa con las cejas elevadas. La camisa de Krestel está arrugada por mis puños y tengo el cabello despeinado, expresión acalorada y los labios húmedos. Obviamente sabe lo que hicimos antes de que llegara.
—¿Interrumpo algo? —pregunta Nikov en tono burlón.
—No —Krestel y yo respondemos al mismo tiempo.
Observo los caballos que tengo delante para ocultar el rubor que ha subido desde la planta de mis pies hasta la parte superior de la cabeza. Mi corazón quiere estallar tanto de vergüenza como de euforia. La sonrisa de Nikov es amplia y divertida. Mira a Krestel en busca de otra respuesta, pero el vampiro no contesta.
—Estoy aquí porque tenemos asuntos pendientes qué resolver. Si quieres puedo volver en otra ocasión.
—No, ya me voy —musito, bajando del heno —. No se detengan por mí.
Avanzo un paso hasta que Krestel vuelve a detenerme con una mano en el codo. Me lanza una mirada de advertencia. Esto no ha terminado.
—Quédate —ordena —. Lo que Nikov tiene que decir también te concierne. Fuiste tú quién descubrió la traición del vizconde y sobre los piratas de Sotovia. Quiero que te involucres en asuntos del reino si vas a servirme en la mesa del Consejo.
Frunzo el ceño.
—Aún no he decidido si quiero ser parte.
—Ser mano derecha del rey es un honor. Cualquiera mataría por estar en esa posición y jamás se negarían.
—No soy cualquiera. En mi mundo existe algo que se llama elección y tú no puedes tomarlas por mí.
Nikov suelta un largo bostezo de aburrimiento que termina con la discusión.
—Seguiré si ya terminaron con sus problemas maritales.
—¿Maritales? —protesto —. No estamos casados aún.
Krestel me mira.
—Eso podemos remediarlo ahora mismo.
Pongo los ojos en blanco.
—No te atrevas.
—Quítense la ropa y acaben con la tensión —interfiere Nikov nuevamente —. Como un incubo puedo oler la excitación y ustedes apestan a sexo. ¿Quieren privacidad? Me iré para que terminen lo que han empezado.
Le lanzo una mirada de odio y ríe a carcajadas. Krestel se muerde el labio para suprimir la risa. Idiota. Lo bueno es que a mí no se me nota ninguna erección. A él sí. La desventaja es que mi ropa interior está un poco húmeda. Quiero morirme y terminar con la consternación. Me arrepiento por haber jugado este patético juego porque he revelado una debilidad.
—La que se irá aquí soy yo si vuelves a hacer un comentario como ese —resoplo, mi cara ardiendo.
Nikov se aclara la garganta sin dejar de reír.
—Lo siento, majestad —Se disculpa —. Como le decía a su prometido pronto partiremos a Sotovia y enfrentaremos a los piratas para recordarles quiénes son la autoridad. El problema es que muchos de ellos actualmente se refugian en un territorio ubicado cerca del océano. Tendremos que viajar en barco para llegar.
Le echo un vistazo a Krestel.
—Tú también irás —murmuro —. ¿Indefenso?
Nikov se atraganta por el comentario. No tiene sentido que actúe como una tonta sobre la salud de Krestel.
—Sobreviví con la maldición más de doscientos años. Nadie ha podido acabar conmigo por mucho que lo intentaron. ¿Estás preocupada por mí?
Me cruzo de brazos.
—¿Será muy peligroso? —ignoro la pregunta.
Nikov mantiene sus ojos en los míos con seriedad.
—Enfrentaremos a mi gran amigo el kraken. ¿Tú qué piensas?
Mis rasgos se tensan. He oído esa palabra en literatura nórdicas y películas.
—¿Qué tipo de monstruo es exactamente? He escuchado que tienen formas distintas.
El incubo se vuelve serio. Su piel morena palidece un segundo.
—Cuando era más joven enfrenté a uno en forma de pulpo —explica con voz distante —. Había ido a una misión dónde piratas también estaban involucrados. Es la cosa más jodidamente grande que he visto en mi vida. Destruyó el navío y mató a cientos de tripulantes. He tenido pesadillas con él desde entonces.
Krestel se toca los labios y llevo mi atención en el gesto.
—Dicen que el deber del kraken es defender al océano de los navegantes que él considera intrusos. Evita que los arkanos contaminen el agua o roben peces. Si tenemos suerte ignorará nuestras presencias.
—¿Qué pasa si no? —inquiero.
Se encoge de hombros con el semblante neutro.
—Lo mataremos.
—Te dobla en tamaño.
—Enfrenté a cosas peores.
No debería importarme si le pasa algo, pero lo hace. Es el arma que necesito en una guerra y mi compañero. Si le ocurre algo malo saldré perjudicada. La forma más eficaz de darle ventajas a sus habilidades es proveerle mi sangre. Aumentará su fuerza y la supervivencia estará asegurada.
—¿Cómo planean matarlo? —Mantengo el tono bajo y sin emociones para que no se me note mucho que estoy preocupada.
—El kraken acepta ofrendas —dice Nikov —. Adora las sirenas y nosotros le daremos una.
Estoy momentáneamente indignada y horrorizada.
—¿Sacrificarán a una sirena?
—Es por una causa justa.
—No.
Krestel suspira.
—Las mercancías que retienen los piratas están destinadas al sector más necesitado y vulnerable de Arkos. Si logramos recuperarla muchos podrán alimentarse y le daremos tranquilidad a la población. Además el libre comercio por medio del océano no volverá a tener restricciones. Y si debo sacrificar a una sirena que devora pescadores lo haré.
No tiene caso que discuta porque no entiendo cómo funciona y no puedo culparlo si quiere alimentar y proteger a su gente. Es un rey. Aboga por los intereses de su pueblo.
—Quiero ir. Tú mismo dijiste que debería involucrarme en los asuntos de la Corte. Servirá como lección para aprender a ser una buena gobernante.
Sus cejas oscuras se alzan en señal de sorpresa.
—Es demasiado peligroso.
—¿Lo será si estoy contigo?
—Tramposa.
—Llévame contigo —insisto —. Seré muy útil y veré cosas qué nadie más puede.
Krestel no cede.
—Será un viaje largo e iremos en barco.
—Prefiero eso que estar encerrada en tu castillo.
—Dormiremos en el mismo camarote porque no te dejaría sola. No después del episodio con el vizconde.
—No entiendo porque debería ser un problema.
Tonta Raven... Después del beso que hemos compartido hace minutos la tensión sexual será más caliente que un volcán. Estar solos en una habitación hará que nuestras ropas se conviertan en una molestia. ¿Y yo? No lo detendré si busca algo más que un beso mío. El deseo estalla entre ambos, ni siquiera modera las palabras que suelta a continuación:
—Para mí sí porque querré follarte y morderte.
Ver sus ojos ardientes es suficiente para encender llamas en mi interior, dejándome ansiosa. Prefiero morir antes de permitir que me afecte tanto, así que modifico mis rasgos lo mejor que puedo para fingir exasperación por su vocabulario fuera de lugar.
—Sigo aquí, chicos —dice Nikov entre risas sin inmutarse por el comentario crudo de Krestel —. Puedo irme si quieren.
Mátenme ahora.
—No hasta que Krestel me acepte como otra tripulante que enfrentará al kraken.
—¿Cómo lo enfrentarás exactamente?
Me cruzo de brazos a modo de desafío.
—Puedo sorprenderlo, majestad.
La sonrisa socarrona en sus labios hace que mis rodillas flaqueen. Maldito hombre hermoso.
—Está bien, pero será bajo mis términos.
—Gracias.
Nikov chifla.
—El gran Krestel Markovic acaba de rendirse ante su reina. Un maldito milagro en Arkos.
—Cierra la boca.
—Oh, esto te lo recordaré hasta el fin de tus días —Más burlas —. Nunca nadie te ha hecho cambiar de opinión.
Krestel agarra el hombro de Nikov y lo empuja. El incubo libera una fuerte carcajada que me hace reír con él.
—Lárgate o lo lamentarás.
—Sí, sí como digas —Nikov me guiña un ojo —. Acabas de domar a la bestia. Felicidades, eres toda una reina.
Todavía estoy sonriendo cuando Nikov nos deja solos y miro a Krestel.
—Eres un cabeza dura —comento —. Imagino que no has hecho las cosas nada fáciles al Consejo.
Abre el establo y dos caballos salen. La yegua dorada y uno negro con melena impecable.
—Imaginas bien. Mi primo es un idiota, pero tiene razón. Es muy difícil convencerme —Me observa mientras acaricia al caballo negro —. ¿Siempre ha funcionado a tu favor?
—¿Qué cosa?
—Batir tus pestañas y mirar con tus lindos ojos azules a quién sea para después convertirlos en una marioneta. Eres peligrosa.
—Pudiste negarte —respondo con enojo.
Emite un chasquido de lengua.
—Ese es el problema. No puedo —susurra unas palabras y la yegua dorada avanza hacia mí —. Vamos a dar un paseo. Quiero pasar la tarde con mi reina.
Mi corazón late lenta y fuertemente en mi pecho. Acaba de admitir abiertamente que no puede negarme una petición.
—¿Cómo se llama? —Le sonrío a la yegua y acaricio su suave melena dorada. El animal se presiona en mi toque, moviendo la cola.
—Ella es Bruma y este es Shadow —Besa la cabeza del magnífico caballo negro —. Sangres puras que fueron criados para servirme fielmente. Tengo más, pero ellos son especiales.
Le toco la nariz a Bruma.
—Es hermosa —musito —. Nunca había visto una yegua tan hermosa como ella.
—Es tuya.
Lo miro con ojos amplios y sorprendidos.
—Pero dijiste que son especiales...
Se encoge de hombros como si no fuera gran cosa.
—Con más razón deberías conservarla. Será tu mascota más fiel.
—Tengo una mascota.
—El conejo.
—Sí, se llama Robin.
Me entrega las riendas de Bruma y empezamos a caminar por el pasto rodeado de nieve.
—Lindo —dice —. Puedes conservar a Bruma también. Ella estará aquí todos los días esperándote para dar un paseo. Tómalo como un regalo de cumpleaños atrasado.
Mi corazón se aprieta como un calambre, doloroso y tan largo que estoy a punto de fallecer. ¿Cuántas veces al día va a sorprenderme este hombre?
—¿Cómo...? —indago, pero me callo porque sé la respuesta —. Te lo dijo mi hermana.
Su risa divertida vibra a través de mí.
—Estaba muy molesta porque no fui a recogerlas en el bosque.
Ruedo los ojos.
—Qué amable de tu parte —digo secamente —. Fue maravilloso pelear contra muertos que querían arrancarme el corazón.
Krestel no luce arrepentido.
—Superaste la prueba y es todo lo que importa.
—Gracias por eso.
La respiración se me congela en los pulmones cuando lo tengo sobre mí en un segundo y me levanta por las caderas para subirme en la espalda de Bruma. El contacto es breve, pero yo estoy temblando.
—Supongo que sabes el resto del procedimiento —Me acaricia la pierna con su mano y trago saliva.
Basta, Raven. Apenas te ha tocado.
—Sí.
Mantengo mis pies firmes en los estribos y sostengo las riendas. Krestel sube a su caballo y empezamos el galope muy lentamente. Mi abuelo Ronald Russell tiene unos viñedos en Italia y durante las vacaciones solíamos ir con mis padres y mis hermanos para montar. Eran tiempos muy divertidos que espero que algún día vuelvan a repetirse.
—¿Cuándo cazaremos a los piratas? —pregunto.
—La fecha no está definida. Encontrar a la sirena puede tomar más de una semana, pero confío en que Nikov hará que el trabajo sea breve.
No me agrada la idea de entregar a la pobre sirena como cebo, pero no cuestionaré sus métodos.
—Nunca he visto una sirena y tampoco un kraken.
Fijo mis ojos en el ancho cuerpo de Krestel sobre el caballo negro. Incluso montando se ve hermoso y elegante.
—No te pierdes de nada —dice —. ¿En el mundo mortal no hay nada emocionante?
—Oh, sí. Tenemos muchas celebraciones que podrían gustarte. Hay varias tradiciones, los humanos no se limitan solo a una.
Su labio se curva.
—Dudo que los considere divertido, salvo que tú me enseñes.
—Estaré encantada si me permites volver a mis tierras algún día.
—Eso tenemos que discutirlo —Ladra una orden y Shadow acelera el ritmo —. ¿Una pequeña carrera?
—¿Qué...?
Lo veo adelantarse más rápido que un rayo y grito indignada, siguiéndole el ritmo. Bruma es una yegua muy veloz porque lo alcanzamos en segundos a pesar de los densos pinos dentro del bosque. No estamos muy lejos del castillo, pero las ramas son tan altas que nos oculta por completo del resto. Krestel se pierde de vista antes de que me dé cuenta.
—¿Krestel? —grito, deteniendo a Bruma —. No es gracioso. ¡Krestel!
Sin respuesta.
Libero un suspiro y tranquilizo a la yegua, bajándome de su espalda. Está oscuro con la nieve cayendo y la espesa niebla hace acto de presencia. Los murciélagos que vuelan en el cielo rojo proyectan sombras con sus impresionantes alas. Ellos están presentes dónde sea que se encuentra Krestel.
Abro la boca para gritar nuevamente su nombre, pero el suave ruido de las botas contra la nieve me silencia. Me giro enojada y enfrento a Krestel. Sus ojos rojos brillan con un encanto antinatural. Trago grueso por la forma que me devora sin necesidad de hablar.
—Me diste un susto de muerte —susurro —. Lo que hiciste no fue chistoso.
Mi respiración es demasiado rápida, entra y sale de los pulmones a toda velocidad por la emoción. Entre correr o quedarme quieta opto por la segunda opción. Ahora quiero ser su presa.
—Tu confianza me embriaga —Sus ojos se oscurecen —. Una chica buena siguiendo al monstruo dentro del bosque maldito. Podría devorarte entera.
El corazón va a salirse de mi pecho.
—¿Qué pasa si quiero?
La sonrisa malvada se forma en su boca esculpida.
—Sigues jugando con fuego cuando te advertí que voy a romperte.
—No si yo lo hago primero.
—Me gustaría verte intentándolo.
Con un brillo depredador en sus ojos, me empuja contra un árbol y está sobre mí. Se ubica entre mis piernas, haciéndome sentir que está duro por mí. Resisto la tentación de bajar las manos y envolverlo en mis dedos.
—Me pregunto qué harías si te tomara aquí mismo —Baja la cabeza y me muerde el lóbulo de la oreja —. ¿Vas a gritar mi nombre? Qué deleite.
Mi pecho sube y baja por las precipitadas respiraciones.
—Supongo que tendrás que descubrirlo por ti mismo.
Manteniendo sus ojos en los míos, desliza la mano dentro de mi jeans provocándome la piel de gallina. Su sonrisa de suficiencia me reta a que lo detenga, pero no lo hago. En cambio, separo los muslos, ganándome un gemido ronco de su parte. Su pulgar acaricia mis pliegues, cubriéndose con mi humedad. Cuando empiezo a frotarme contra su palma, se aleja dejándome adolorida y lleva los dedos a su boca para chuparlo.
—Mmm... dulce —Limpia el pulgar con su lengua —. Nadie ha tocado lo que es mío. ¿O me equivoco?
Sacudo la cabeza.
—No.
—Mierda... —Un chillido de dolor me abandona cuando envuelve mi cabello en su puño y me roba un descuidado beso que me hace gemir —. Una criatura tan pura a disposición de un monstruo como yo.
Su boca seductora se come la mía como si tuviéramos todo el tiempo del mundo. Y yo me derrito, enredando nuestras lenguas, ignorando que el tronco del árbol me lastima la espalda. Estoy tan sumergida en él que no me importa nada más.
—Eres mía —dice contra mis labios, mordiéndolos al punto de provocarme sangre. Lame el líquido sin inmutarse y admiro su fuerza de voluntad. Es más resistente de lo que creía —. Solo mía.
El aire que me rodea comienza a hacerse pesado, dejándome con dificultades para llevar oxígeno a mis pulmones ardientes. Me sostengo a su cuello para no perder el equilibrio y callo mis gemidos en sus labios.
—Está bien —me consuela entre besos —. Pronto no tendrás que contenerte.
Descanso mi frente en la suya, soltando suspiros mientras me recompongo.
—Estás jugando con mi cabeza, Markovic.
🦇
Me costó mucho mantenerme fría y recuperar la compostura. Eso fue... abrumador. Me sorprende que nuestra fuerza de voluntad sea tan resistente. Otros casos no soportarían tanto. Pensar en mis abuelos hace que la vergüenza sea mayor.
—Estás sonrojada —comenta Ava cuando regreso a la habitación muy acalorada.
Después de besar a Krestel hasta que mis labios duelan, montamos los caballos y volvimos al castillo dónde recibimos algunas miradas curiosas. Él se mantuvo serio mientras intenté no observarlo porque me sentía avergonzada de mi arrebato. ¿Qué me pasa? Estuve a punto de suplicarle que me desnudara y me tomara ahí mismo contra un árbol. Notó mi falta de experiencia, pero nunca se burló. Es más, estaba complacido.
—Tengo tantas cosas que contarte —Cierro la puerta y me tiro boca abajo en la cama.
Krestel me pidió que cenara con él y esta vez no me negué. Tengo la sensación de que está muy interesado en conocerme. Creí que tomaría mi sangre y pasaríamos directo a lo sexual. Es más conservador de lo que creía.
—Hueles a excitación —dice mi hermana.
Oculto mi rostro en la almohada y ahogo un grito de indignación.
—No menciones el tema o me enojaré.
Se acomoda a mi lado con una risita.
—¿Qué sucedió exactamente?
—Nos besamos.
Ava no emite ninguna reacción.
—¿Fue bueno o malo?
Me acuesto sobre mi espalda con un fuerte suspiro, sonriendo mientras miro el techo.
—Nos besamos dos veces y fue más que bueno —Tiemblo al recordarlo —. Él es... demasiado intenso.
No debería contarle los detalles a mi hermana de catorce años, pero me recuerdo que Ava no es cualquier niña. Se ofendería si vuelvo a mencionar su edad. Además aquí no tengo amigas. ¿Con quién lo hablaría? ¿Morana? Ni loca. Su relación con Krestel no es sana y después de la actitud que tuvo hoy estoy a la defensiva con ella. Me faltó el respeto y se tomó atribuciones que no le corresponden.
—Estás a un solo paso de cometer un grave error —dice ella —. O... tal vez será una buena decisión.
Me incorporo, dándole una mirada confundida.
—¿De qué hablas?
—Enamorarte de Krestel —Abre el libro en su regazo y apunta una página —. Acabo de descubrir porque odia a los licántropos y la razón es muy fuerte. Su odio a nuestra clase está más que justificado.
La alegría de hace minutos se evapora.
—¿Eso que tiene que ver con nosotros?
Ava presiona los labios.
—Quiero creer que la relación irá por buen camino porque el lazo es muy fuerte, pero necesitas estar preparada —Su tono se endurece —. Los licántropos armaron guerras en Arkos. Destruyeron el reino a una magnitud tan grande que les costó años recuperarse de las heridas que dejó esta especie. El líder, Baltor Osrik, mató a hombres, niños y ordenó que su gente esclavizara a mujeres para continuar con la descendencia.
Se me cierra la garganta por el shock arrollador que entumece hasta los dedos de mis pies.
—¿Baltor?
—¿Escuchaste su nombre?
—Por supuesto que sí —Me levanto de un salto —. Más temprano me encargué de investigar en la biblioteca y leí que ese monstruo era amigo del difunto rey y se enamoraron de la misma mujer. Su resentimiento fue la principal motivación para desatar una guerra que les costó la vida a millones de arkanos. ¿Estás diciéndome que era un maldito licántropo?
Cierra de golpe el libro.
—Sí.
Me jalo el cabello, Robin se alarma al notar mi estado alterado. Ahora entiendo el disgusto de Krestel cuando mencioné esa parte de mí y la reacción que tuvo la multitud. Formo parte de una raza que hizo sangrar hasta los cimientos a un reino entero. Mataron a hombres y niños, esclavizaron mujeres para que sirvan como incubadoras.
—No puede creer que soy igual a Baltor. Vengo de otra dimensión.
—Está muy herido, Raven. ¿Cómo te sentirías tú en su posición?
—Siento decírtelo, pero conozco la empatía. Jamás me atrevería a juzgarlo si él estuviera en mi posición.
Ava abraza la almohada.
—No vamos a precipitarnos, ¿bien? Hoy se besaron y obviamente hicieron más cosas —Mueve las cejas con picardía —. Aprenderá a conocerte y verá que tú eres buena, dulce y muy piadosa. Sería un insulto que te compare con ese asqueroso. Tiene que superarlo.
—Krestel es más inteligente que eso —aseguro —. Él sabe que ambos nos necesitamos. Sobre todo, ahora que está muriéndose. No puede juzgarme por cosas que sucedieron en el pasado con una especie que no me representa. Nosotros, los Karlsson, somos diferentes.
—Y tú se lo demostrarás. No te lo dije con el fin de desanimarte, quería que estuvieras lista.
Mis párpados se cierran un segundo y los abro con una respiración profunda.
—Gracias por decírmelo —Le sonrío a mi hermana —. Tú eres mi única aliada y nadie más.
Se pone de pie para darme un fuerte abrazo afectuoso y correspondo encantada.
—Nunca te abandonaré.
🦇
Me he observado en el espejo más de una ocasión porque estoy esmerándome con mi aspecto. Llevo el cabello suelto hasta la cintura y el maquillaje suave es igual de espectacular. Esta vez decido utilizar unos de los tantos atuendos que Krestel dejó en el armario. El corsé acentúa mis pequeños pechos y el hermoso vestido azul combina con mis ojos.
Luzco como una reina, pero todavía me siento un peón. Y aunque Ava insistió que no quería desanimarme con las revelaciones, me da miedo enfrentarme a Krestel. ¿Qué ve cuando mira mis ojos? ¿Le recuerdo a Baltor? Estoy siendo ridícula. Jamás hubiera puesto una mano sobre mí si me despreciara.
Cansada de estar perdida en pensamientos absurdos, retoco por última vez el maquillaje y salgo de la silenciosa habitación. Morana no volvió a buscarme y es extraño. Se supone que está a mi disposición, pero no me importa de todos modos. Cenaré con Krestel a solas e intentaré indagar en su resistente cabeza. Su desprecio por los licántropos será un grave problema si no lo supera. Lo necesito de mi lado, no odiándome.
Me subo al ascensor y llego al comedor sin esfuerzo. Hay guardias custodiando la puerta que me dejan pasar. Krestel tiene una especie de radar que me atrae como un imán. Mis tacones hacen ruido mientras me acerco a la gigantesca mesa llena de aperitivos y bebidas. Los brillantes candelabros de cristal iluminan toda la sala.
Él está cómodamente sentado en una silla muy parecida a un trono y me devora con los ojos. Arden tanto que parece un maniaco de la lujuria. Es una reacción que opaca su habitual frialdad y me doy cuenta de lo mucho que le cuesta contenerse a mi alrededor. Ahora que ha tenido una pequeña probada será más difícil. Su mirada abrasadora quema cada centímetro de mi cuerpo mientras me evalúa con hambre.
—Raven.
Fuerzo una sonrisa a pesar de que por dentro vuelvo a sentir el familiar cosquilleo por su aspecto. Viste una camisa blanca con algunos botones desabrochados que deja al descubierto su musculoso pecho. Respira.
—Hola.
—Te ves hermosa —susurra, dándole un largo trago al vino —. Ponte cómoda.
Yo no soy ninguna estúpida. Si menciono el asunto de Baltor echaré a perder cualquier progreso que he ganado y no me conviene. Krestel se siente igual de atraído que yo, pero es impredecible. Lo adecuado sería someterme como lo hice esta tarde y a cambio obtendré nuevas visiones de él. Visiones que mantendrá a salvo a mi familia y servirá como aliado contra el rey de sombras.
Si quieres besarme hazlo porque quieras, no para probar un maldito punto...
¿Y si nota mis verdaderas intenciones? ¿Se sentirá igual de ofendido y me odiará? Respondo a sus avances porque quiero, sí, pero no olvido porque estoy aquí en primer lugar. Mi misión es primordial.
—Estás muy callada —observa —. ¿Qué pasa?
El apetitoso aroma de ajo, verduras y carne recién asada sube a mi nariz, pero no tengo hambre.
—Nada.
Krestel no me cree.
—¿Es por lo que sucedió esta tarde?
Niego rápidamente.
—Estoy débil por la falta de comida —miento con facilidad —. Y un poco cansada.
Sus cejas oscuras se pronuncian cuando las arquea.
—No te quitaré mucho tiempo entonces —Coge su copa de vino y la agita —. Come.
Observo con atención el líquido en su copa dándome cuenta de que en realidad es sangre pura. Sin utensilios cerca de él.
—¿Por qué no comes? —pregunto —. ¿Solo bebes esa aburrida sangre?
Consume gran parte de la sangre, su fuerte garganta trabajando mientras traga. Algunas gotas caen sobre sus labios y él los limpia con un movimiento de lengua.
—A veces me deleito con algunos platos, pero ya no son tan frecuentes. Lo único vital en mi vida es la sangre —responde —. Mi naturaleza strigoi lo exige.
Alcanzo un cuenco de frutas cortadas y mastico sin apartar mis ojos de él. No se me apetece nada salado, pero sí cosas dulces. Las fresas son mi debilidad.
—¿Strigoi?
—La parte demonio que habita dentro de mí. Lo heredé de mi padre —explica —. Somos la jerarquía más alta de vampiros por la mezcla demoniaca que perdura en la sangre y el gran poder que nos otorga.
—¿Qué poder?
—Poder sobre los muertos. Tengo la capacidad revivir a quién se me plazca y manejarlos a mi antojo.
Un clic suena en mi cabeza y de apoco empieza a encajar algunos rompecabezas. Cuando los muertos me atacaron en el bosque de los lamentos solo se detuvieron al recibir una orden del murciélago gigante. El servidor de Krestel.
—Por eso envías a los muertos ahí —murmuro —. Con el fin de controlarlos cuando sea necesario.
Se recuesta contra la silla, sonriéndome.
—Mi chica lista.
Ignoro la forma que mi corazón aletea.
—¿Qué logras torturando a esas almas?
—Satisfacción. Fueron basuras que traicionaron a mi familia —dice con una frialdad escalofriante —. Ahí habitan todas las escorias que una vez soñaron con derribar la dinastía Markovic.
—¿Incluso Baltor?
Estoy a punto de cubrirme la boca, pero lo pienso mejor y permanezco quieta evaluando su reacción. Ya no hay ni un gramo de calidez. Solo un témpano de hielo.
—Sabes de él.
—Sí, investigué más temprano en la biblioteca —acepto —. Me interesa conocer la historia del reino que gobernaré.
Deposita la copa de sangre en la mesa.
—¿Qué opinas de él?
—Que era repugnante —susurro —. Un insulto para... los licántropos.
Su carcajada está lejos de ser divertida. Es amarga.
—¿Sabes lo que pensé cuando me dijiste que eres una de ellos? Me reí porque el maldito karma se está burlando de mí. Mi reina es un licántropo —Se endereza en su asiento —. Mi perdición y mi salvación.
—¿Y cómo te sientes al respecto?
Tensa la mandíbula.
—¿Eres una escoria repugnante como él?
Me pongo rígida por la pregunta dura.
—¿Y tú mataste a niños por venganza como dijo el vizconde?
—No lo sé —admite —. Cuando me encargué de que la maldita manada quede extinta no me fijé si había niños entre ellos. En realidad, no me importaba en absoluto.
Un escalofrío me estremece.
—Wow...
—¿Haría alguna diferencia?
Agito la cabeza, incapaz de controlar el dolor que ejerce presión en mi pecho. La respuesta es obvia.
—No cambia nada.
En un instante, me agarra por la cintura y me deposita sobre la mesa. Luego está entre mis piernas, robándome la capacidad de hablar.
—Bien, porque en mi caso nada cambia lo mucho que quiero follarte y probarte, Raven. Me importa una mierda que seas licántropo —Acaricia mis muslos bajo el vestido con sus frías palmas y le rodeo la estrecha cintura con mis piernas temblorosas —. Incluso cuando gritaste a los cuatro vientos lo que eres siguió sin importarme y les dejé claro que me perteneces. Que eres mi reina. La mujer que se sentará a mi lado en el trono y montará mi pene día y noche.
—Dioses... —intento ocultar mi cara en su cuello, pero él me frena y enrolla mechones de cabello rojo en su puño.
Empuja la silla detrás de él y me acerca al borde de la mesa para que esté exhibida como un banquete. Me encanta que pierda cualquier pensamiento coherente cuando estamos juntos.
—Shh... nada de dioses aquí —Cae de rodillas y abre más ampliamente mis piernas —. Gritarás mi nombre mientras te como.
Un fuerte gritito pasa por mis labios cuando tira de mi vestido y lo rasga por la mitad, destrozando mi pequeña tanga después con la misma fuerza brutal. Veo su oscura cabeza perderse entre mis piernas mientras su lengua hace contacto con mi sexo expuesto y me sostengo a su cabello negro. El primer lametón me hace rodar los ojos debido a tanto placer. Los pezones me duelen porque necesitan la misma atención así que me los acaricio descaradamente.
—Mmm... —ronronea Krestel, succionando, lamiendo y chupando —. La última vez que probé algo tan dulce fue hace años. Amo las fresas.
Hay succión y mordiscos en todas partes, mi cabeza da vueltas y muerdo el interior de mi mejilla para sofocar los gritos. Sin embargo, salen sin que pueda evitarlo. Muelo mi sexo contra su cara, rogándole la liberación. Me vuelve loca.
—Krestel...
Aplica presión con sus dedos en mi clítoris y me sobresalto, tirando varios platos al suelo. Cualquier chico que ha intentado tocarme quedan cortos en comparación a Krestel. Eran adolescentes inexpertos. Ahora estoy a merced de un hombre.
—¿Te gusta esto? —Otra lamida —. ¿O tal vez esto? —Sus colmillos son visibles y se me nubla la visión cuando raspa mi muslo y chorros de sangre manchan mi piel.
No me duele en lo más mínimo. Es un pequeño ardor que aumenta el placer. Cuando chupa la sangre y continúa dándole atención a mi sexo me convierto en dinamita. Mi cabeza cae hacia atrás mientras me devora y roba cualquier sentido común. Estoy sollozando, gruesas lágrimas ruedan por mis mejillas y me tumbo cansada en la mesa con el pecho agitado. Es demasiado. Todo él es demasiado.
—Ella tenía razón —susurra, besando el interior de mi muslo —. Serás mi perdición.
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