Regla #9: Guarda silencio.

No le tenía miedo a morir. No exactamente. Eso ya lo tenía claro. A lo que realmente le temía era al dolor. Lo cual no era muy alentador, pues todos mueren de manera espantosa en las historias apocalípticas. El que lo hace siendo víctima de un arma de fuego es suertudo.

Yo no quería morir. Tenía catorce años. Quería crecer, quería viajar, ir a conciertos con mis amigas, enamorarme y estudiar mucho. Quería una vida. En casa, la escuela y la iglesia siempre me enseñaron a nunca dar nada por sentado, y eso siempre tuvo sentido para mí. El plan A nunca funciona, y hay que saber adaptarse a las circunstancias. Ése era siempre el plan B. Siempre hay uno.

Pero ¿y ahora? ¿Qué quedaba?

Ni siquiera sabía dónde iba a dormir esa noche o la siguiente.

•  •  •

Mamá condujo unos cuarenta minutos sin disminuir a velocidad antes de estacionarse a un lado para acomodarnos: papá regresó a ser el conductor, mamá la copiloto, Juanito se trepó en los asientos de hasta atrás para acurrucarse con un Loky dormido y Larissa me cedió la ventana limpia cuando se la pedí.

—¿Le volviste a poner el seguro a la pistola, Sonia? —me preguntó papá poniéndonos de vuelta en marcha, y asentí.

No pasó mucho tiempo más cuando por fin (¡por fin!) alcanzamos la frontera estatal, y la cruzamos sin problemas. La caseta y el pequeño complejo militar estaban completamente vacíos.

Mi ánimo subió un poco cuando me di cuenta de que ya íbamos a medio camino, pero volvió a descender al notar que no tardaba en anochecer.

Me quedé medio dormida no mucho tiempo después y soñé que era yo a la que un hombre lleno de sangre disparaba. Cuando Larissa me despertó más tarde sacudiéndome el hombro tuve que limpiarme una lágrima a toda prisa, llevándome la otra mano al pecho. Las balas se habían sentido... reales. ¿Realmente era tan terrible recibirlas?

—¿Dónde nos paramos? —pregunté mirando por la ventana.

Papá estacionó frente a una casa naranja con la cochera abierta. Era enorme, y una rápida ojeada me confirmó que estábamos a las afuera de alguna ciudad, todavía junto a la carretera. Cruzándola había otra casa idéntica, pero en blanco. A los lados de ambas había unos negocios pequeños y una que otra casa igual de lujosa un poco más lejos.

    La cochera estaba ocupada por dos carros, así que mis hermanos y yo nos acomodamos en un rincón. Parecía que todavía había luz eléctrica, pero no encendimos el foco para no llamar la atención.

Mientras mamá bajaba las cobijas y algunas de las bolsas de comida que nos quedaban, papá bloqueó la puerta que daba al interior de la casa con una pesada mesa de herramientas. Después, cuando todos terminamos de acomodarnos con la luz que nos llegaba desde afuera, bajó manualmente las puertas de madera, dejándonos a oscuras.

•  •  •

En un principio, cuando estaba a punto de quedarme dormida hombro con hombro con Larissa, escuché gruñir al perro por lo bajo, pero no le puse mucha atención. O al menos no hasta que se levantó bruscamente y sus gruñidos se hicieron más fuertes. Papá también lo notó.

—¡Ey! —le dijo él en voz baja—. ¡Cht! ¡Cht!

Pero Loky no le hizo caso. En cuanto soltó su primer ladrido me lancé sobre él para cerrarle el hocico, pero siguió gruñendo. Entonces también lo escuchamos nosotros. Pisadas en el piso de arriba.

Volteé de inmediato a ver a papá con el pánico subiéndome desde el estómago y me hizo un gesto para que me mantuviera en silencio. Despertó a mamá con unas sacudidas mientras yo intentaba mantener a Loky contra mi pecho.

Las pisadas dieron unos cuantos círculos hasta que algo pesado se cayó, creando un silencio terrible. Casi un minuto después las pisadas regresaron, dando otro par de círculos para después comenzar a alejarse, adentrándose en el resto de la casa. Aflojé mi agarre sin querer y Loky soltó tres ladridos más antes de que pudiera volver a callarlo, sin dejar de gruñir por completo.

¿Cuántos zombies había en la casa en total? Porque eran zombies, estaba segura. Hicimos ruido cuando nos bajamos y cualquier persona normal nos habría echado o salido a recibirnos de inmediato. ¿Toda una familia? Todavía había dos carros estacionados en la casa, así que por lo menos ahí vivían dos personas. Por otra parte, la puerta de la cochera estaba abierta cuando nosotros llegamos. ¿Alguien había huido tan urgentemente de la casa que no tuvo tiempo de subirse a uno de ellos?

Después de un rato sentí cómo los párpados me comenzaron a pesar, así que desperté a Larissa para que me relevara del cuidado de Loky, que seguía gruñendo, y me dormí rápido.

No resultó tan sencillo: otro par de ladridos me despertaron, no sé cuánto tiempo después.

Esta vez los cinco estábamos despiertos, ahora con Juanito sujetando a Loky. No tardé en darme cuenta de que estaba pasando demasiado en la cochera, como que los pasos en el piso de arriba habían regresado, pero ahora moviéndose más rápido no sólo en círculos, sino por lo que parecía toda la habitación. También había ruidos afuera. Personas, aparentemente sanas, que creí escuchar en la banqueta. Papá estaba parado junto a la puerta levadiza tratando de captar sus palabras y averiguar qué estaban haciendo. La situación parecía bajo control, hasta que una mujer chilló allá afuera y se rompieron varios vidrios. Parecieron ponerse a discutir, pero se fueron corriendo en cuanto Loky consiguió volver a ladrar otro par de veces.

Una puerta azotó en el piso de arriba.

—No, no, ¡no! —sollozó Juanito sujetando al perro con más fuerza—. ¡Ya estabas dormido!

Todos estábamos ya con el corazón en la mano, así que me quedé callada cuando vi que la perilla de la puerta cerrada con seguro y bloqueada con la mesa de herramientas comenzaba a tratar de moverse.

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