Regla #12. Cuídate.
Nos detuvimos una última vez en una gasolinera. Vacía esta vez, gracias a Dios. Mamá se encargó de llenar el enorme tanque de la grúa y papá corrió hacia la tiendita con el hacha en la mano. Loky se desperezó y, para calmarlo, Larissa bajó su ventana lo suficiente para que pudiera sacar la cabeza, pero no tanto como para que tuviera la oportunidad de salirse de un salto. Juanito, por su parte, se había vuelto a quedar dormido en cuanto regresamos a la carretera y, en vez de despertarlo, sólo nos aseguramos de que lo hiciera con la boca cerrada, turnándonos para prestarle un hombro como almohada.
Papá regresó muy pronto con una bolsa de plástico llena que le entregó a mamá para relevarla de su puesto. Ella se subió a toda prisa abriéndola, torciéndose para tratar de quedar frente a frente con nosotras.
—A ver —dijo, sacando una botella de suero—. Ya sé que están muy asoleadas, pero necesito que se tomen esto para que no se deshidraten o se me enfermen ahorita, ¿okay? El rojo es para Sonia, el amarillo para Larissa, el azul para el Juanito...
—Éste sabe a medicina —me quejé tomando el mío—. Te lo cambio.
—No, guácala. Pero te doy el del Juanito si te lo tomas antes de que se despierte.
—Va, pues.
Pero resultó que el azul también sabía a medicina, así que me lo tomé a grandes y rápidos tragos tratando de ignorar las ganas de vomitar. Mamá abrió su propia botella cuando papá retiró la manguera y se apresuró a subir para poner en marcha el motor de la grúa.
—Cierra tu ventana, Larissa.
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