4. Impactante promesa

—¿Cómo se enteró? —preguntó el padre de Momiji en serio angustiado—, ¿le dijiste?

—Por supuesto que no le dije nada —aseguró Hatori en su característica seriedad—, tampoco sé cómo lo hace, pero siempre estoy preparado para que suceda. Necesito hablar con Leyna san.

—¿Vas a borrarle la memoria? —cuestionó alarmado el hombre—, ¿ahora?, ¿sabes todo lo feliz que ha sido Momiji este par de meses?... No puedes hacerle esto, Hatori kun.

El mencionado sintió una punzada atravesar su frente y la culpa anudársele de garganta a estómago. Lo sabía, pero no podía hacer más que obedecer. Si Akito lo ordenaba, él lo haría; pero aún no había pedido eso.

—Solo quiero prepararla —dijo el médico tras negar que sus intenciones fueran borrar la memoria de la mujer en su próximo encuentro—, Akito quiere verla.

—¿Para qué?

—No lo dijo, solo dijo que ella debía presentarse ante él.

—Demonios —farfulló molesto el mayor de los dos hombres en la oficina—, no puedo dejar que pase otra vez, Hatori kun, dime qué debo hacer para esta vez proteger el corazón de mi hijo.

—Lo lamento, tampoco sé eso.

Esa disculpa fue lo último que el médico le dio, lo siguiente que ocurrió fue que la implicada entró a la oficina luego de tocar dos veces para servir un par de cafés, sin siquiera imaginar lo que le estaba esperando.


* *


—No pensé que en verdad vendrías —dijo el precioso chico de cabellera azabache brillante y un kimono de seda en color vino que fumaba en la ventana al fondo de la habitación donde la habían dirigido.

Leyna tragó saliva con dificultad, sus nervios la tenían con absolutamente todos los músculos rígidos.

»¿Sabes por qué te llamé? —preguntó el joven.

—Me imagino que es porque sé algo que se supone no debería —respondió la temblorosa voz de la castaña.

Akito sonrió.

—Parece que eres más lista de lo que aparentas —soltó de manera burlona y, eliminando la sonrisa de su cara, se puso de pie y caminó hasta la mujer que sentía el cuerpo de gelatina, a pesar de la tensión que le envolvía—, pero sabes, me gusta que las cosas se hagan como las pido, y tú lo evitaste.

—No tenía otra opción —alegó la chica fingiéndose valiente—, tú tampoco consideraste mis sentimientos.

—A mí no me interesan tus sentimientos —gruñó Akito molesto por la irreverencia de esa mujer que, a pesar de temblar cual gatito asustado, le sostenía la mirada.

—A mí tampoco los tuyos —dijo Leyna y debió apresurarse a detener la mano del que pretendía golpearla.

»Escúchame bien, mocoso —farfulló la chica haciendo presión en la mano del chico que sostenía—, no sé quién eres, tampoco sé porque te tienen tanto miedo todos ni porque las cosas se hacen como las quieres a pesar de que claramente a nadie le gustan, pero te voy a decir una sola cosa: aunque fueras el rey del mundo, un dios o un demonio, no voy a ceder ante ti si se trata de Momiji. A ese niño voy a protegerlo del mundo entero. Nadie, ni siquiera tú, lo hará llorar de nuevo, no mientras yo viva; y me aseguraré de no morir antes que él.

El rostro de Akito reflejaba toda la furia que contenía, pero la seriedad de la mujer y la ausencia de miedo en su mirada no le permitían amedrentarla como pretendía.

El azabache sacudió su mano con fuerza, logrando que la chica le soltara, luego de eso la miró furioso y, sin decir nada, dejó la habitación donde una chica respiró al fin yendo a parar al piso al perder la tensión que antes no le permitiera ni respirar.

—Que se largue de mi casa —ordenó Akito a Hatori y el padre de Momiji que habían acompañado a la mujer hasta la residencia en que estaban.

—¿Así nada más? —preguntó Hatori extrañado de la respuesta de ese chico.

—¿Por qué?, ¿quieres que le haga algo?

—No, claro que no —respondió el médico maldiciéndose por haberse dejado invadir por la conmoción y haber hablado sin pensar lo que decía—. Yo solo...

—Lo que sea —interrumpió el líder de la familia Sohma—, otra cosa sería si el implicado fuera Yuki..., en fin, asegúrense de que cumpla su palabra, o no les bastará el zodiaco entero para defenderla de mí.

Su última frase la había dicho mirando de reojo a la puerta que ocultaba de su vista a Shigure, Yuuki, Kyo y el mismo Momiji. Dicho eso, se fue pretendiendo que toda la rabia que le provocó la mujer no le hiciera trizas el estómago.

—¿Qué fue eso? —preguntó Momiji andando hasta su padre.

—Creo que fue nuestra victoria —respondió el hombre sonriendo a su hijo—, aunque nos cueste creerlo.

Momiji sonrió y, tras dar un veloz abrazo a ese hombre que le había dado el ser, y esta vez se había puesto de su parte, corrió hasta donde encontró a una chica sentada en el suelo, mirando a través de la ventana donde antes estuviera ese chico que le había causado el peor dolor de estómago que había tenido en la vida.

—¡Leyna san!, ¿estás bien? —preguntó el rubio hincándose frente a ella.

—Lo estoy —respondió la mujer sonriente.

—¿Qué pasó?, ¿qué te dijo?, ¿no te hizo algo, o sí?

—No sé qué pasó, ni qué dijo, ni qué hizo, estaba tan asustada que solo no pude atender nada —confesó medio apenada—, pero recuerdo bien lo que le dije yo a él.

—¿Qué le dijiste? —preguntó el rubio sin poder relajarse del todo, a pesar de que esa mujer castaña que adoraba en serio parecía estar bien.

Leyna volvió a sonreír y abrazó a un chico que en un poof se convirtió en un pequeño conejo amarillo que aferró a su pecho.

—Una promesa —dijo levantando el conejito tras abrazarlo, poniendo su frente en la de él, mirando a sus rojos y hermosos ojos—, prometí protegerte para siempre.

Momiji no dijo nada, solo dejó que la calidez del alma de esa mujer le abrazaba con fuerza, igual que sus brazos que le volvieron a rodear, le llenaran el alma de felicidad. 

»Dios —murmuró Leyna—, y eso que prometí que no permitiría que nadie te hiciera llorar.

Momiji lloraba quedito, escondido en el pecho de la chica; lloraba por la felicidad que le provocaba el por fin poder sentirse tranquilo y amado más allá de todo. Tal vez Leyna no era la mujer que le había cargado en el vientre, pero algo le decía que ella siempre le cargaría en su corazón, por eso la amaría como si fuera su mamá.


Continúa...

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top