3. Sorprendente reacción
Luego del colegio, Momiji corrió al edificio donde las oficinas de su padre estaban. Sabía lo que había ocurrido y aun así tenía la inquietud de ir a verle.
Ella había dicho que la responsabilidad de proteger a los niños era de los adultos, él era un niño y ella un adulto, una parte de sí decía que posiblemente ella hubiese elegido protegerle en lugar de olvidarle; aunque era una parte tan nimia que solo la observó de lejos y sin que ella se diera cuenta todo el día.
Comenzaba a oscurecer, todos se estaban preparando para irse y Leyna se dejó caer con pesadez sobre su silla junto al escritorio fuera de la oficina de su jefe, luego se levantó para saludar a una mujer rubia con una pequeña niña que le saludaron y adentraron en la oficina del señor Sohma; minutos después los tres salieron y se despidieron de ella.
Leyna hizo una reverencia y levantó la cara mostrando su amarga expresión. Estaba envidiosa, y molesta, esa mujer había elegido perder lo que a ella le habían arrancado y sin lo que no podía vivir a pesar de que esa mujer sonreía plenamente. La odiaba.
Se sentó de nuevo apoyando los codos sobre el escritorio y descansando su cara escondida entre sus manos. Esa hora del día, la soledad y la oscuridad le provocaban llorar, hoy tenía una razón aparte, por eso no se contuvo y dejó salir todo en cuanto se sintió sin compañía.
—Hola —dijo una voz chillona sacándole del doloroso hoyo en que se encontraba.
Leyna descubrió su rostro al apartar las manos y se encontró con un adolescente nervioso de pie a unos pasos de ella.
—Hola —dijo Leyna tras sorber la nariz, garraspar y limpiar sus lágrimas—, ¿necesitas algo?
Esa pregunta dio un vuelco al estómago del chico, por eso sonrió amargamente tras mirar el suelo.
»Tal vez quieras las galletas que me despreciaste ayer —dijo Leyna provocando que el chico le mirara entre sorprendido y expectante—, también tengo unas frituras de zanahoria, pensé que tal vez podrían gustarte... creo que a los conejos les gustan.
Momiji sonrió sintiéndose aliviado, tan aliviado que comenzó a llorar sin realmente quererlo.
»Supongo que no a todos los conejos les gustan las zanahorias —soltó Leyna dejando la bolsa de frituras que segundos atrás había sacado de un cajón—, pero no tienes que llorar, si no quieres buscaré a quién regalárselas, la verdad es que yo odio las zanahorias.
—Pensé que Tori...
La voz del chico se quebró, ahora que la sabía un adulto intentando protegerle se sentía como que podía ser un niño vulnerable otra vez.
—¿Tori es ese médico guapo que pretendía borrar mi memoria? —cuestionó la chica recordando al hombre que había conocido la noche anterior.
Momiji asintió.
»Le pedí que no lo hiciera y no lo hizo —explicó la chica—, aunque me costó bastante trabajo convencerlo, a él y a tu papá. Siento que lo entiendo y no lo entiendo a la vez, porque es un secreto, lo sé, pero soy una persona confiable, aunque ellos no lo saben porque no me conocen... Lo siento —dijo Leyna mirando como Momiji le miraba casi divertido—, hablo mucho, rápido y un poco inentendible, ¿verdad?
Momiji asintió de nuevo.
—Pero me gusta —confesó el rubio ya sin llorar, sonriendo casi plenamente.
—Me gusta que te guste —aseguró Leyna sonriendo también—, pero debo cambiarlo si no quiero que ellos hagan lo que querían conmigo; necesito ordenar las ideas en mi cabeza antes de dejarlas salir, o no.
—Señorita Leyna —habló el rubio—, ¿puedo abrazarte?
La mencionada le miró sorprendida, la sensación de sofoco había vuelto a su pecho y un poco de incertidumbre le provocó temblar ligeramente; pero la expresión del rubio le invitó a respirar profundo a pesar de lo doloroso que sería y se forzó a sonreír a pesar del miedo mientras asentía y abría sus brazos para él.
Momiji caminó a la mujer y la rodeó con sus brazos, respirando de cerca un aroma que le gustaba, que le calmaba.
Leyna sonrió un poco decepcionada, y decepcionada se escuchó su siguiente frase que hizo sonreír al chico.
—Tsk —hizo—, no te convertiste en conejito.
Momiji la abrazó mucho más fuerte, llorando quedo esta vez.
—Si lo hago yo no pasa nada —confesó el chico.
—Entonces, la próxima vez te abrazaré yo —prometió Leyna abrazando mucho más fuerte a ese chico rubio que se aferraba a ella con fuerza mientras no podía dejar de llorar.
* *
—¿Vas a trabajar más? —preguntó Momiji luego de tranquilizarse, apartándose de la castaña que le miraba sin nada de miedo.
—No —respondió Leyna—, es tarde y tengo dolor de cabeza. Iré a cenar a algún lado y me iré a casa a descansar.
—¿Es demasiado pesado el secreto? —preguntó Momiji sintiendo que un poco de culpa le comenzaba a embargar.
—No —dijo la castaña—, es demasiado pesado escuchar y hablar en japonés. Sabes, la mayoría del tiempo estoy preguntando qué me dijeron.
Ambos rieron y, solo en ese momento, el rubio se dio cuenta que todo el tiempo había estado hablando con ella en alemán.
»¿Quieres acompañarme? —preguntó la mujer—, hay un lugar que huele en serio delicioso pero del cual no entiendo el menú y cuyos dependientes hablan en un extraño japonés que tampoco puedo entender.
Momiji sonrió sin nada más que la gracia que le causaban las palabras de esa mujer.
—Vamos pues —aceptó—, seré tú traductor.
—Vamos pues —dijo ella caminando a su lugar para ordenar el escritorio y tomar su bolso, entonces, justo después de rodear el escritorio, extendió su mano para que el chico rubio la tomara, y eso hizo.
Continúa...
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