Sukuna Ryomen

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Antes de leer esto, debes tener en cuenta lo siguiente:

εïз) Sukuna x lectora.

εïз)Escenario pedido por Ann-chaz y hecho en agradecimiento por su apoyo.

εïз)Voy a ser honesta con ustedes, cuando escribo de Sukuna (esta es la segunda vez que lo hago en este libro) no sé exactamente qué hago, supongo porque se sabe poco de él, pero al final, me termina gustando.

εïз)No tiene +18.

εïз)Gracias por todo su apoyo.

εïз)¡Espero que les guste mucho!

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"Amantes".

Teniendo ahora mucho tiempo libre dentro de su territorio, Sukuna dependía día a día de todos los pensamientos que le daban vueltas en la cabeza. No todos eran muy buenos, pero otros que contenían las palabras de aquella mujer le enloquecían.

Aprendió a ser paciente, una de sus muchísimas fortalezas. Aprendió a dormir y despertar cuando creía que Itadori podía venir a él con el rabo entre las patas. Aunque, siendo honestos, esto pocas veces ocurría y terminaba en una falsa alarma.

Muy por la cima de esa pila enorme de cráneos, el Rey de las maldiciones tomó una siesta de pocos minutos, porque ni bien perdió el conocimiento, y comenzaba a fluir por el río de sus sueños, el recuerdo de su egoísmo y deseo de hace muchísimos años lo perturbó y despertó de sorpresa.

Gruñó entre dientes al no poder poseer la oportunidad de dormitar un poco, mientras allá afuera, seguramente Itadori se divertía. Se volvió a acomodar en su asiento y escudriñó todo el sitio, de derecha a izquierda y al revés, si encontrar a alguien más.

No más asesinatos como en sus buenos años.

No más masacres.

Mucho menos el dulce llanto de los niños al ver morir a sus padres bajo sus habilidades.

Su cuerpo se mantenía en un estado neutral, aburrido y hasta cierto punto desanimado. Apoyó su mejilla por sobre su puño izquierdo y bajó su mirada sangrienta al lago que adornaba los alrededores de su trono.

Tranquila el agua oscura le devolvió el reflejó de su figura postrada en una desesperación controlada, y suspiró.

De repente, las aguas del lago se vieron turbadas formando pequeñas olas, desdibujándolo y volviéndolo nítido a los pocos segundos.

-¿Qué mierda? -se dijo.

Pensó que Itadori había vuelto a él, pero tras revisar el sitió dos veces volvió a encontrar la misma soledad de siempre.

Itadori no era la razón.

Como si algo le llamase, volvió su atención al sitio donde había visto su reflejo y esta vez se encontró con la figura de la castaña que creía olvidada desde aquellos años en donde los hechiceros no podían hacerle frente. Ella se postraba justo por detrás de él, intentando alcanzarlo y con el cuerpo desnudo; un gran agujero hacía gala en su abdomen, mostrando ríos de sangre y la carne muerta, extendiéndose por doquier.

Sukuna reaccionó inmediatamente.

-¡No es posible! -gritó sin perder de vista ese reflejo-. Estás muerta.

Las memorias le volvieron; el amor que una vez sintió le secó la boca y las palabras que rezó antaño le perforaron el corazón. Aquellos momentos que había ocultado con millones de cuerpos de otras mujeres, gritos de piedad y zozobras de deseos arrancados de más de una piel; pero ella no parecía darle tregua.

-Los humanos somos débiles -retumbó la voz de la fémina por todo el lugar. Eran las mismas palabras que ella le dedicó cuando se conocieron y le hizo frente-. Pero no pienso bajar la cabeza ante alguien como tú. Así muera en tus manos, mi vida pesará por sobre tus hombros y la sangre no se limpiará.

Sukuna jamás olvidaría ese momento, esa noche en donde había planeado matarla para adueñarse de la choza que estaba lejos de casi cualquier pueblo, pero se detuvo; la determinación de la mujer, su tintineo causado por el miedo y ese coraje, egoísmo y deseo juntos en su mirada le ataron de manos.

Brotaron más recuerdos, como si de aquel mar bajo sus pies salieran y reprodujeran frente a él. Entonces llegó el tiempo en donde después de haber vivido juntos y conocido el amor, la desgracia los alcanzó.

En un arranque de coraje y trastornos, Sukuna había terminado con su vida. Supo entonces que el cuerpo inerte de la castaña, que ahora reposaba sobre sus piernas era tan frágil como cualquier otro.

Lo había lamentado tanto, pero las palabras de la castaña tomaron tanto sentido como para alejarlo todavía más de la cordura.

El poder que tenía en aquellos años le fue tan sorprendente, incluso habían servido para asesinar a la única mujer que había amado.

-Estás muy solo aquí -le dijo la mujer del reflejo.

Sukuna hizo un intento por ocultar su sorpresa, apoyando la idea de que aquello que veía no era más que un remordimiento creado por su cabeza.

Elevó la mirada, tanto que la soberbia se le leía en el rostro.

-No tanto -acertó a decir.

Ella emitió una sutil risa, como si se estuviera riendo de la mentira que contenía la respuesta de Sukuna.

-Ha pasado mucho tiempo ¿no es así? -preguntó ella, encogiéndose de hombros-. Y aún así sigues siendo el mismo, solo que ahora controlado por un niño.

-Hump... -murmuró el contrario desviando la mirada-. No será por mucho. Una vez que consiga la libertad más mujeres como tu morirán.

Ella asintió, y todavía atrapada en el reflejó, se tomó la libertada de pasearse por las espaldas del varón.

-Oh, ¿todavía más? -inquirió la castaña con un hilo de voz dulce, aunque aterrador-. Entonces confiaré en Itadori. Dime, Sukuna, ¿todavía me amas?

Escuchar ese nombre no hizo más que crearle un repudio a Sukuna visible en sus ojos; Itadori no venía a colación. Se negó a responder y con una mueca, acostumbrándose a esa compañía, decidió ya no prestarle atención hasta verla desaparecer.

La castaña volvió a reír. Un pedazo de carne muerta de su torso se desprendió.

-Ya veo... -dijo ella-. El amor es la peor de tus maldiciones.

Esas ultimas palabras se desvanecieron en el aire, así como el cuerpo de ella en el reflejo, intentando alcanzar a Sukuna, tomarlo por la mejilla y juntar sus labios en un beso.

[018]

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