Suguro Geto
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Antes de leer esto, debes tener en cuenta lo siguiente:
εïз)Suguro x lectora.
εïз)Nadie lo pidió, pero se necesitaba.
εïз)No tiene +18.
εïз)¡Espero que les guste mucho!
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"Mariposas dulces".
No era su imaginación. El descanso se dio cuando la castaña soltó un suspiro de cansancio; sus dos compañeros hicieron algunos comentarios graciosos en cuanto al tema, pero ella lo dejó pasar y viendo que no obtendría nada gracioso, Satoru salió del aula para ir en busca de otra víctima.
Parecía imposible, que en pleno catorce de febrero la castaña estuviera de pésimo humor.
Con el silenció del lugar, siguió mirando por la ventana las formas que las nubes le regalaban. En una encontró un circulo bien hecho, en otra lo que parecían dos figuras caminando. Le gustó encontrarle sentido a ello hasta que comenzó a aburrirse y recostarse sobre su mesa, por encima de sus cuadernos y lápices.
—¿Tan mal está tu humor? —escuchó y ese era Suguro, quien por un momento y a causa de su silencio, creyó ausente.
No le respondió.
Entre él y Satoru, era más fácil mantener una conversación normal con Suguro, pero eso la introducía en un trance de emociones. Se había vuelto complicado mantener miradas con él, ahora se perdía más tiempo estudiando su perfil y ese mechón de cabello que cubría cierta parte de su rostro.
¿Qué podía decirle? No le podía culpar por ser la razón de su mal humor repentino. En todo el día solo se habían dirigido un par de palabras y miradas amables, él siempre era así con ella, amable, atento y un poco travieso, al punto de usar las maldiciones para sacarle un susto o darle un tour por el patio.
A ultimo segundo, la castaña levantó su mano, como si estuviera pidiendo tiempo libre y no reparó en levantar la cabeza. En todo caso, el azabache aprovechó para tomar asiento por delante de ella y recargar sus codos de forma que su rostro estuvo a centímetros de su cabeza.
Con cuidado de no ser descubierto, Suguro aspiró lo suficiente y profundo para encontrar dulce la fragancia de la castaña.
—¿Coco será? —murmuró.
—¿Qué tanto estás hablando tu solo? —preguntó ella con la paciencia tan pequeña como una hormiga.
Suguro rio en un suspiro y sonrió, de esa forma que pausa el mundo de la castaña y se vuelve el foco de su atención.
—Nada —respondió Suguro—. ¿Quieres decirme qué pasa?
En su guarida, aquella que formó al cruzar sus brazos por sobre la mesa y esconder su rostro en el hueco, la castaña mordió sus labios y cerró sus ojos con fuerza. No sabía si era correcto o no sincerarse con Geto, pero aun así lo intentó.
—Dime, ¿has recibido un chocolate el día de hoy? —preguntó la castaña con el pulso acelerado. Ese silencio que había hecho el contrario... ¿había sido muy obvia?
—Ah —respondió cuando calmó las ilusiones que se crearon en su pecho y observó al techo para después volver a prestar atención a los hombros delgados de la chica—. ¿Quieres burlarte? En ese caso, la verdad es que no. ¿Quién puede recibir algo cuando se es amigo de ese imbécil?
Ah, se refería a Satoru.
Tenía sentido, pensó la castaña. Y, sin embargo, Satoru no podía igualarse al estilo que Suguro tenía y que tanto la había enamorado. No era albino, pero sí oscuro como la profundidad de sus ojos y sus acciones; no era tan alto, pero su cuerpo era atrayente y sus ropas originales. Y, sobre todo, Geto era ese tipo de hombre que la castaña creí solo encontrar en los protagonistas de los libros que solía leer una y otra vez.
Al inicio fue una imagen idealizada, estaba segura. Pero ni bien se dio el tiempo de conocer a su compañero y hacer de las suyas para ir a exorcismos solo los dos, se encontró enredada por ese hilo rojo que a capricho junta los destinos.
Sus sentimientos habían cavado un hueco profundo en su corazón, lugar donde solo había espacio para el azabache de los pantalones bombachos.
—¿Quieres ir a fumar? —preguntó el azabache al no obtener una pronta respuesta de la castaña.
Ella negó con la mano. Esta vez no tenía la fuerza necesaria en sus pulmones para aspirar, porque la había utilizado en los suspiros de la noche anterior mientras se pasó la noche entera horneando.
—No quería burlarme —respondió ella con la voz pesada. Con cuidado y bajo la atención de Geto, introdujo su diestra a su bolsa—. ¿Y Satoru recibió algo?
El joven asintió y sacó de sus bolsillos un par de chocolates.
—Tantos como para darse el lujo de darme algunos —repuso Geto quitando la envoltura a un chocolate.
Tal acción hizo que por un momento la castaña se arrepintiera de su acción porque pensó que después de todo, Geto tenía chocolates para el catorce de febrero. Cuando quiso arrepentirse y dar por cancelada la misión, su corazón había obligado a su cuerpo a desvelar el producto de su trabajo de la noche anterior. De su bolso sacó un presente, una mariposa hecha de chocolate y cuidadosamente envuelta con un listón rosa y rojo.
—¿Para mí? —preguntó Suguro al ver que ella no mencionaba ni una sola palabra.
Qué tonta, había olvidado hablar, se regañó mentalmente y asintió, todavía sin levantar la cabeza.
—Sí, lo hice para ti —respondió—. Pero ya tienes chocolates y...
Y Geto tomó el chocolate de sus manos, abandonando los otros en una orilla de la mesa.
—No es lo mismo —le dijo—. Lo tomaré. Una cosa es que ese tonto me de un chocolate de sobra y otra que tú lo hayas hecho solo para mi... Es solo para mí, ¿verdad?
—¡Que sí! —respondió la castaña. ¿Era su imaginación o sentía el rostro caliente y las manos frías?
El mal humor con el que estaba se fue dispersando. Había hecho ya lo más pesado y lejos de ser rechazada, había tenido una buena respuesta. Una corta sonrisa se dibujó en sus labios y pensó en la razón detrás de la forma de una mariposa; cada que se encontraba con el color de ojos de Suguro, pensaba en ellas y en lo increíbles que eran como él con ese ritual tan interesante.
Y continuando con el momento, el azabache estudió el presente. Sonrió instintivamente y lo que esperó por todo el día se había hecho realidad con el humo de sus ilusiones y sentimientos que creía haber ocultado perfectamente.
—¿Puedes levantarte? —le preguntó, dejando en su regazo la pieza de chocolate—. Quiero agradecerte correctamente.
A regañadientes y con vergüenza, la castaña se levantó con el rostro visiblemente rojo. Se topó cara a cara con Suguro y casi como una sorpresa, se encontró atrapada en esos ojos castaños y alargados. Eran como un misterio que tanto había llamado a la castaña hasta hacerla perder la razón.
En un simple movimiento, Geto colocó sus manos sobre la mesa y adelantándose tan solo unos pocos centímetros, juntó sus labios con los de la castaña. Se atrevió a profundizar el beso hasta cierto punto donde se encontró en un margen de peligro; temía a devorarla y perderse para siempre de ese sabor dulce y virgen.
Tomó su espacio y la expresión de la castaña le hizo reír suavemente. Ella todavía no daba crédito a lo que había sucedido.
—Gracias —le dijo Suguro, emocionado por saber que le había ganado a Satoru. Se atrevió a unir su mano con la de ella, quien no opuso resistencia—. Pero, ¿Por qué una mariposa?
A su alma arribó la desesperación e incredulidad. ¿Había recibido un beso de Geto? ¿Del chico que gustaba? ¡Parecía muy imposible! Sacudió la cabeza y con ella sus pensamientos que ahora le decían que los labios de azabache sabían a Tabaco y café, contrario al sabor insípido que él dice que tienen las maldiciones; Sus labios atrapaban pecados, pero otorgaban sueños.
—Porque en tus ojos yacen sus formas —respondió ella, desviando de vez en cuando la mirada—. Y ellas forman tu corazón en mis sueños.
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