Satoru Gojo
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Antes de leer esto, debes tener en cuenta lo siguiente:
εïз) Satoru x lectora.
εïз)Escenario pedido y dedicado a mochikl
εïз)No tiene +18.
εïз)La historia de este escenario se sitúa en la juventud de Satoru. No contiene spoilers.
εïз)En esta ocasión quise jugar un poco en el tiempo dentro del relato, espero que haya logrado mi cometido.
εïз)Este escenario no forma parte del especial que prometí. Este escrito lo debía desde hace tiempo y quiero cumplir primero estos y luego pasaré a trabajar con los pedidos, espero no les moleste.
εïз)¡Muchísimas gracias por todo su apoyo!
εïз)¡Espero que les guste mucho!
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"Besos al viento".
La inexperiencia y superioridad desmedidas todavía las podía leer en su rostro cada que este se reflejaba en el vaso de donde bebía agua en sus descansos.
"Eres fuerte, pero todavía no sabes apreciarlo".
Esas eran las palabras que con ese tono dulce de voz le resonaron en la cabeza. Tal vez estaba aturdido, desde la mañana que había salido temprano al patio de la escuela para seguir su entrenamiento y tal vez el sol ya le estaba cobrando factura.
Satoru se tomó un respiro. Bebió del agua que tenía más cerca y levantó su diestra para estudiar el tono de su piel. Seguía siendo el mismo tono pálido, casi insano que lo ha acompañado toda su vida, incluso cuando cierta castaña se le presentó.
—¿No comes bien? Estás muy pálido y flaco —le había dicho la jovencita que obviamente era más pequeña que él como por dos cabezas.
Al igual que en esa ocasión, Satoru se echó a reír por el recuerdo.
—Sigues siendo la misma niña directa... —murmuró limpiándose los labios.
Si tenía que pensar en ella, la palabra dulce no era digna, al igual que la luna como para calmar sus miedos en inseguridades, cosa que la castaña haría con un simple pestañear acompañado de una sonrisa.
Ella era una chamana entre las mejores, y, sin embargo, compartía la misma edad que Satoru Gojou cuando este se determinó a desarrollar su técnica tras un duro aprendizaje que la vida le había preparado.
Al día de hoy, bajo el sol abrasador, no la ha vuelto a ver desde hacía medio año.
Ya no había vuelto a escuchar esas risas pegajosas y ensordecedoras.
El movimiento de pies que ella hacía cuando tomaban asiento ya no podía hacerse presente para desesperarlo.
Ahora estaba solo. Volvió a beber y antes de volver al entrenamiento se detuvo por un simple minuto a observar el día.
—Hace buen tiempo...
Su voz se perdió entre las paredes de los recintos aledaños y llegó a las nubes, como en un sueño que se olvida ni bien se parpadea.
Se llegó a preguntar, ¿alguna vez su penas y dolores serían tomados por las manos correctas y lanzados al fondo del mar?
Sintió nauseas por sí mismo.
Estaba incompleto y el volverse el mejor chaman de todos ni siquiera llenaría aquel vacío que se creó al momento en que se vio enamorado por la castaña de curioso mirar y labios sabor durazno.
El recuerdo de sus contornos unidos bajo el sol de atardecer y sus sombras pululando, le atraían un arrepentimiento descomunal. Nunca olvidaría, porque él era Satoru, quien podría hacer un cambio importante para el mundo; el sueño que ambos llegaron a compartir.
Antes se apagaría el sol, que el sueño que la castaña le participó sobre un mundo justo, en donde las maldiciones eran la minoría.
—Bien... hora de seguir trabajando —dijo Satoru, estirando sus brazos y con ese tono tan respectivo de él que era imposible saber cuanto dolor contenía tras esa hermosa sonrisa en sus labios carnosos, faltos de los compañeros que se perdieron como arena.
Iba a dar el primer paso cuando algo le detuvo.
Recuerdo, realidad o simple producto del calor combinado con el esfuerzo; la castaña, dueña de sus estrellas y sueños se posó frente a él sin tocar el sueño. Era una de esas musas de las que se hablan en la mitología griega o en los más exquisitos poemas de grandes filósofos.
—Satoru —escuchó la voz de la joven emerger de los labios que amó. Ésta sonrió y le detuvo del mentón con su zurda—. Te esfuerzas mucho ¿no te parece?
Satoru no respondió, y a cambió la castaña bajó sus lentes de sol con esos dedos de escultura; delgados y agraciados.
El joven no se lo podía creer; abrió muy bien los ojos, luciendo ese azul apatita. Sabía lo mucho que sus ojos le encantaban, ella solía estudiarlos admirada y enamorada, jamás lo trató como un fenómeno, y a cambio, le dedicaba más de un piropo al día o alguna broma tan agría que hasta él terminaba riendo.
En ese par de ojos la castaña podía ver reflejada la figura de un hombre adolorido, pero todavía dispuesto a ejercer un cambio. Pero ella jamás se pudo reflejar en ellos, porque entendió que sus caminos se cruzarían por un tiempo y serían separados por siempre, porque ni el mismo amor era tan leal como la monocromática muerte.
Juntó sus labios, como un ultimo deseo que los firmamentos le concedieron a la chica, pero Satoru no pudo sentir sino un simple beso al viento.
—Serás un hombre admirable...
Esas palabras se perdieron en el viento y Satoru volvió en sí para estudiar nuevamente que nadie se encontraba presente.
Ha pasado medio año desde que la mujer de la que se había enamorado también había muerto, y seguía teniendo estas recurrente lagunas, con las cuales, más se convencía que no eran creadas por su cabeza.
Para Satoru no importaba cuanto cambiara su estatura, cuanto sus ojos se volvieran más azules y cuanto más podría perderse en el poder del infinito, había cosas que para él jamás cambiarían y el amor que sintió por ella era una de ellas, además de ese apego a la vida y su valor que conoció por las malas.
Ella no era la débil, dedujo cuando ya no podía verla más, porque quienes se consideran débiles son en el futuro los más fuertes sin necesidad de poseer fuerza bruta o energía maldita.
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