Satoru Gojo

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Antes de leer esto, debes tener en cuenta lo siguiente:

εïз)Satoru x lectora.

εïз)Escenario pedido por kakarotto- y hecho en agradecimiento por su apoyo.

εïз) Tiene +18, poquito.

εïз)Gracias por todo su apoyo.

εïз)¡Espero que les guste mucho!

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"Un ángel de dulce".

Ya eran las cinco, y como todas las tardes después de terminar con las clases teóricas acostumbradas, los únicos dos profesores de la misma edad del primer año de Tokyo, se encontraron en el salón principal de clase para charlar un tanto y descansar demasiado.

Para la castaña era un poco complicado lidiar no solo con las personalidades de los tres jóvenes de primero, las cuales eran únicas, pero problematicas, sino que también debía tomar las riendas de la personalidad de su pareja, Satoru Gojo. Si se viese obligada a describirlo, estaba bien segura que no pasaría por alto mencionar que en algunas ocasiones era como tener a un niño caprichoso en el cuerpo de un hombre de veinte y pico de años.

Él podía ser ese complemento que antes de llegar a la escuela como docente, seguramente estuvo buscando por todos los rincones de Japón y vino a encontrarlo en la figura de un hombre alto, burlon e inmaduro, que solo oculta el peso de su vida con esa sonrisa que más que enamorarla, le enseñó que no todos son felices, pero pueden llegar a serlo de la mano de la persona correcta.

Ahora que lo tenía frente suyo, y que una sola mesa de estudiante los separaba, podía estudiar a la perfección sus facciones y ese nacarado tono de piel, salido de los cuentos de su escritor favorito. Sí, podía tener la imagen de un príncipe, pero podía apostar que Satoru era más parecido a un ogro ventajoso.

—¿Me estás poniendo atención? —preguntó el albino, atrayendo la atención de la castaña—. Hoy estás muy perdida. Estamos perdiendo el tiempo si tienes la cabeza en las nubes.

La fémina parpadeo una, dos veces y volvió su atención a los labios atrayentes del albino, aquellos que guardaban un dulce que pronto se volvería su enemigo. En ese momento encontró la verdad, aquella que le decía que ese era su lugar; al lado del hombre más molesto del mundo, que a veces hasta se olvida de dar clases, pero atesora a todas y cada una de sus personas importantes.

Y no sólo eso, tenía a sus queridos alumnos; el par de chicos que son tan distintos como la noche del día y aquella hermosa jovencita tan memorable como las más altas y fuertes olas del mar.

No estaba sola. Ahora formaba parte de un familia tan única del mundo porque ella misma era la unión de aspectos radicales y divertidos.

—Bueno, no soy tan alta como tu —respondió riendo—. Así que no viene al caso esa expresión de que tengo la cabeza en las nubes.

Satoru bufó, inclinándose un poco para adelante. Por un segundo frunció el ceño y luego sonrió de oreja a oreja mostrando esos hermosos colmillos, se repasó el cabello con su mano, a la vez que se deshizo de su venda para presumir la claridad de sus ojos.

—Ahora intentas hacerte la graciosa —dijo, lento y burlón a la vez. Entonces mantuvo miradas con la castaña y sabiendo muy bien sus movimientos, sacó el dulce en forma de paleta de sus labios y lo observó por unos segundos—. Hoy no eres tú, es lo que quiero explicar.

Y con esa falsa preocupación, Satoru inició su juego en cuanto la castaña intentó beber nerviosa del café con el que había llegado al salón. Ella se llevó el vaso a la boca sin darse cuenta de las gotas que había derramado sobre su camisa, se perdió en la imagen que Gojo le estaba ofreciendo.

Mientras tanto, el silencio que formó el albino fue su compañero en la escena. Lamió el dulce, lo repasó con cuidado y recelo. Después sus labios chuparon, se entregaron al sabor sin descuidar aquellos sonidos de humedad y fricción que ella conocía y sentía muy bien cuando estaban en completa intimidad.

Había caído de bruces sobre las crueles intenciones de Satoru, que no daba perdón a aquel dulce que puso a prueba la paciencia y perversión de la castaña. Y es que no podía perder su atención de la excelente forma en que Satoru movía sus labios y ese uso excepcional de su lengua.

Tan sólo había querido hablar en un inicio sobre el desempeño de los jóvenes y se había perdidos en sus pensamientos, pero de un momento a otro se encontraba inmersa en una invitación muda y atrevida de su pareja. Si daba un paso en falso a Satoru no le sería difícil decir que todo era una broma y que ella era una mujer caliente que todo lo mal entendía, por eso tragó saliva en seco y con lentitud colocó el vaso con café en la mesa.

—No sé de a qué te refieres —dijo ella, usando esas palabras tanto para el comentario y acción de Satoru. Se aclaró la voz, creyendo que había terminado con la situación creada, pero Satoru todavía no terminaba.

—Estás mojada —dijo él, con cierto tono pesado que la castaña no pudo evitar formar una expresión de vergüenza y ansiedad.

Las mejillas de la femina se pintaron de rosa y llevó sus manos por sobre su regazo. Muda, dio la razón a las palabras de Satoru.

—¿Me escuchas? —repitió el albino, terminando con la poca paciencia de la castaña que estaba a nada de arrojarse a sus labios. Se levantó de su silla y entre sus dedos atrapó el cuello de su camisa—. Estas mojada... De café.

Un débil "ah" de decepción y vergüenza nació de los labios de la mujer. Intentó levantarse para limpiarse, pero Saturo le interrumpió atrapandola entre sus brazos y estuvieron tan cercanos que pudo saborear el olor a dulce y frambuesa de sus labios.

Tan atrayente era que terminó inmovil, a la merced de Saturo, quien elevó su barbilla de un toque y después de besarla con lentitud, se aproximó a su oído para susurrarle.

—Todo este tiempo me estabas viendo, me di cuenta —le dijo, mientras su diestra se encargaba de desabotonar la camisa—. Al principio fue divertido, mientras hacías preguntas vagas y me veías, pero era aburrido porque no tocabas. ¿Y si lo hacemos? Solo cerraré bien la puerta, nunca lo hemos hecho aquí.

Era algo arriesgada la propuesta, pero ella no podía soportarlo más. Liberó un suspiro cuando sus ideas hicieron corto circuito con el tacto que Satoru ejercía sobre sus pechos; se había vuelto bueno no sólo para recorrer su cuerpo con cuidado y atención, sino para orillarla a hacer locuras que jamás hubo pensado.

Asintió, y no tardaron en encontrar el sitio perfecto en lo más profundo del lugar. La expresión que formó a continuación erizó la piel de la castaña, porque le mostró por encima lo pesados que podían ser sus ojos y su imagen reflejada en cada centímetro de sus labios.

Se unieron en un abrazo, mientras sus cuerpos se encontraban y Satoru se encontró de cara con una obvia realidad; el amor de la castaña lo cambió, porque había encontrado un ángel en un mar de maldiciones, antes de un final aplastante.

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