Noritoshi Kamo
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Antes de leer esto, debes tener en cuenta lo siguiente:
εïз) Noritoshi x lectora.
εïз)A petición de varias personas, esta es la continuación y final de "El amor de mis memorias".
εïз)No tiene +18.
εïз)¡Espero que les guste mucho!
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El amor de mis memorias, segunda parte y final.
"Color rosa y un amor errante".
Pinta con tus labios los míos de rosa y dame un suspiro de amor en donde encuentre el niño que perdí y de ti se enamoró.
Caminaba por hacerlo. No tenía control de su cuerpo más allá de aquella persona que lo mantenía en pie sobre sus hombros; con el cuerpo adolorido y la cabeza rota en millones de pedazos, Noritoshi quería vomitar. Y, sin embargo, las fuerzas ni siquiera le alcanzaban para poner un pie con firmeza a cada paso.
Con los sentidos aturdidos todavía no estaba seguro de donde se encontraba. Fue en ese momento donde una serie de recuerdos ocupó espacio en su cabeza mostrandole imágenes rapidas de su encuentro con Fushiguro y aquella maldición de grado especial que los abatió con tal brutalidad que los dejó fuera de la contienda.
—Camina, por favor —escuchó a su lado. Era una voz amable, como el rocío de todas las mañanas en que pensaba en su madre; y avanzó—. Debemos alejarnos todo lo posible.
Dio otro par de pasos, estaba de acuerdo con aquella persona que todavía no alcanzaba a reconocer, más no estaba seguro si era correcto esforzarse tanto cuando estaba en tan mal estado. Suspiró, agitado con el sudor frío recorriendo su frente y cuando creyó que no podría volver a dar otro paso, frunció el ceño, porque recordó que había sido auxiliado por su compañera y que habían estado volando en su escoba.
No estaba Toge por ninguna parte y si bien iban en dirección contraria al combate, cada segundo aquella presencia a su lado se volvía más misteriosa con el silencio que sus labios hacían.
Pronto cayó en cuenta y temió ser raptado por algún enemigo, no sería nada raro pues era miembro de un clan importante en el mundo de la hechicería. Tragó duro y haciendo acopio de todas sus fuerzas con la poca conciencia que portaba, alejó al contrario de un empujón y se colocó en posición alzando sus manos. Mantuvo abierto uno de sus ojos, rodeado por un tinte al rojo vivo.
—¡Alejate! —ordenó Noritoshi, sabiendo desde el fondo que si se veía orillado a luchar, perdería—. ¡¿Quién eres?!
La figura retrocedió. Todavía no reveló su identidad que era ocultada por una capucha oscura, pero de lejos se notaba su delgadez y delicadeza. Noritoshi dio un par de pasos de lado y su cuerpo lo traicionó en el momento justo que sintió un dolor tremendo en la espalda; cayó de rodillas y quien creía era su enemigo, acudió a ayudarlo.
Como por obra de un destino que no les concedía el perdón, y más bien deseaba verlos sufrir, la capucha cayó así como Noritoshi en el regazo de una joven de cabellos castaños, cual cascada del diablo. El azabache no podía dar crédito a lo que estaba viendo; aquel rostro que recordaba era el de una niña, ahora era el de una mujer completa en sus años importantes.
—Tú... —dijo, temeroso a estar en presencia de un fantasma.
Ella asintió y con esos labios que parecían la pulpa de un durazno, formó una encantadora sonrisa que robó la poca convicción del hechicero de ojos cerrados. Sus ojos lanzaron el mejor de los hechizos con aquel tamaño tan generoso y atrayente. Parecía él un pequeño gato extraviado que por fin se encontraba en los brazos correctos; gruñó y llevó su mano sobre su abdomen.
La realidad seguía su curso. Estaba lastimado, pero en buenos brazos pues la castaña se apropió de su cuerpo y rodeados por los árboles que acordaron ser sus cómplices esa tarde, lo recostó sobre sus piernas, dándole el tiempo necesario para reponer energías.
—Al fin veo el color de tus ojos, niño llorón —murmuró ella risueña. Después volvió su semblante a una amabilidad adolorida—. Has crecido mucho, y sigues siendo el mismo.
Noritoshi todavía pasmado, elevó su mano libre y la colocó por encima de la mejilla de la joven. Era real, tan real como los latidos de su corazón que no tardaron en reconocerla como su dueña y señora; había vuelto a verla, pero pronto se daría cuenta que no bajo las circunstancias correctas.
—Creí que...
—No quiero recordar esa ocasión ¿Quieres? —murmuró ella e imitó la acción del joven para acariciar su mejilla hasta su mentón—. Ahora estás muy mal herido, lo importante sería encontrar un lugar o alguien que pueda ayudarte. Tenemos que ir fuera de la cortina y...
—¿La cortina? —y como la última gota de un vaso, los sucesos encajaron para Noritoshi. En ese preciso momento dejó de lado su dolor físico y todo el mundo se le vino encima—. ¿Sabes de ella? Quieres decir que... ¿Eres cómplice y compañera de esa cosa?
Ambos entendían la traducción de "esa cosa". Los años que él se había esforzado por dejarla tatuada en su pasado y sin expresión, ahora se veían derrumbados en un rostro ahogándose en el llanto. Por un momento había pensado en que todo era un milagro y que podían estar juntos como hacía años, entonces podría confesar sus sentimientos y por una vez en su vida iría en contra de todo aquel que le negase apropiarse del corazón de la castaña, pero todo se vio perturbado con la expresión de ella.
Llamó, gritó al nombre de la castaña pudiendo una explicación y lo hizo con tal fuerza y sentimiento que ella tampoco tuvo de otra más que dejar salir las lágrimas que se acumularon en la profundidad de sus ojos. Intentó apartarse, creyendo que esa no era la chica de la que había aprendido tanto y hecho crecer su orgullo, pero la calidez de su cuerpo le dio la seguridad de que se trataba de la misma.
—Noritoshi —lo llamó y tomó con fuerza de su mentón.
No podía verlo a la cara, no se sentía con el derecho al ver el gran hechicero en que se había convertido y que ella había caído en las garras de Mahito, pero a las órdenes de su corazón no pudo hacer oídos sordos y en contra de las reglas que se le impusieron, se propuso en encontrarse con el único hombre al que amó en vida, y todavía después de ser alcanzada por los brazos de la muerte.
—Lo siento tanto —confesó, quedándose sin palabras. El azabache igualmente enmudeció y el murmuro del bosque unió las emociones que estaban ocultas tras el golpe fuerte de su encuentro—. Desde el día en que nos separmos, tuve que convertir el rosa de mi vida en un gris errante. Lo siento tanto, pero quería encontrarte y ver lo mucho que habías crecido...
En ese precioso y doloroso momento, las nubes que habían acumulado en sus corazones se volvieron blancas, pintando el cielo de sus pechos a un azul puro donde se encontraron los niños que alguna vez fueron y se jugaron una amistad que caería en el hilo rojo del amor.
—¡No pude haber crecido sin ti! —gruñó Noritoshi, olvidando la máscara de ese hombre calmo y taciturno por uno irreconocible, desesperado y temeroso a perder el amor de su vida por entre su dedos—. No sabes las noches que lloré por ti, que me resigné a no verte más y ser el compañero de tu ausencia... Ver a otros sonreír y dejarte en el pasado, no importa cómo lo veas era tan doloroso que moría con el sentimiento...
Con el corazón abierto, conociendo a aquel Noritoshi que nadie vislumbró, ella entendió a la perfección sus palabras. Lamentó no poder estar de su lado y en todo caso, compartir techo con el enemigo, pero era la única forma en que podían encontrarse; y, si bien, lo tenía en sus brazos, también lo sentía tan lejano como el día en que de niños le robó su primer beso por molestarlo.
Ella formó una corta y débil sonrisa, sus lágrimas se unían a las de Noritoshi y sin un premuro aviso, unió sus labios en un pecado tan grande como el peor escrito en la historia. Después de tantos años, tanto dolor, se sintieron vivos al poder saborear el fuego de sus labios que por todo ese tiempo, se alojaron en los brazos de una soledad insípida.
—También lloré por ti —le dijo, ayudandolo a ponerse de pie para volver a andar—. No podía hacer menos cuando el amigo que le daba sentido a mi vida se me fue arrebatado. Estoy con tus enemigos y aun si me vuelvo como ellos, será difícil dejar de amarte.
Ambos callaron, admitiendo con recelo el destino al que se enfrentaban. Noritoshi respiró hondo y tras la sensación de sus labios sobre los de la castaña, el dolor de su cuerpo se mitigó para dar paso al de su alma, tan rota y anhelante por un amor errante.
Más tarde, Noritoshi se hubo preguntado si aquel encuentro fue entonces al saldo a pagar por la desobediencia de intentar asesinar al recipiente de Sukuna, y mientras tanto, se dejó llevar por la corriente cálida de las atenciones de la castaña, su única y memorable alma gemela.
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