Nanami Kento
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Antes de leer esto, debes tener en cuenta lo siguiente:
εïз) Nanami x lectora.
εïз)Han pasado muchos meses desde que tomé la iniciativa de escribir. Me disculpo si ya no es la misma calidad, espero mejorar con el tiempo que le invierta a esto.
Les confieso, de paso, que tenía mucho miedo a la idea de retomar la escritura.
εïз)No tiene +18.
εïз)¡Espero que les guste mucho!
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"El encanto de la adultez".
Último de sus días libres a pedido en su trabajo, la castaña había perdido la conciencia dentro del placer y el dibujo de un rubio amándola con besos y palabras únicas en un solo idioma durante la noche.
Habían perdido el tiempo dentro del mundo que olvidaron amarse, dar la espalda al tiempo y unirse a una eternidad dulce, romántica y aperlada.
No lucian como cualquier otra pareja, porque eran ellos y recientemente habían tenido diferencias y peleas continúas por cualquier cosa. Pero estas mini vacaciones les habían traído los recuerdos de cuando iban al colegio de hechicería, de cuando la castaña le regaló una flor amarilla al rubio.
Ante la memoria, ella perdió el sueño. Tomó su celular y la hora dictaba las 09:30 de la mañana.
Gruñó y concentró su atención adormilada al cuerpo de Nanami que estaba al lado suyo, todavía profundamente dormido y gruñendo en sus sueños.
—Nanami... —dijo ella con esa voz mañanera y con el rostro hinchado por el sueño. Movió su cuerpo, concretamente su cintura y se sintió húmeda; solo así sonrió traviesa y recordó el sexo de la noche pasada.
Con un "uh..." Ronco observó la habitación. La corbata que Nanami había usado para atarla por las muñecas estaba en la mesita de noche y un par de condones tirados a mitad de la habitación.
La fémina se pasó la mano sobre el cabello y se sentó bajo las cobijas para observar nuevamente la faz dormida de Kento.
—increible que seas mi chico... —murmuró con el amor escrito dentro de sus retinas y tatuado a la imagen del rubio.
Pues hubo un tiempo en su juventud que solía llamar la atención del chico de una forma más que grosera y poco amigable, pero todo había cambiado con la madurez de ambos, con la aceptación de su personalidad y sobre todo, con lo que ya estaba escrito para la vida de los dos.
Y aún así, para ella, era un sueño tener las manos de Nanami sobre su cuerpo. Tener el amor de ese rubio, gemir a sus deseos y saciarse de su sed cada vez que la noche les cubría los cuerpos y exponía sus almas.
—¿Qué demonios dices....tonta?
Fue la respuesta de Nanami con una voz ronca, interrumpida por sutiles jadeos. No se atrevió a abrir los ojos, solo se limitó a alzar la mano y como su compañera, observar la hora.
Y solo entonces abrió de par en par sus ojos, porque como un conejo famoso, sentia que se le estaba haciendo tarde para correr al trabajo. Estaba por saltar de la cama, pero la castaña fue más pronta en montarlo y rentarlo con sus muslos, inclinándose lo suficiente para juntar sus pechos.
—Nanami —dijo ella en un tono estricto, más falso que ese rostro exigente—. Primero se dice buenos días, y luego...
Unió sus labios con los del rubio, quien se dejó llevar torpemente. El celular cayó y el hombre la tomó de la cintura con cuidado, estrechandola todavía más.
Tomaron su espacio y el cabello de la femina colgaba a los costados del rostro de Kento.
—Buenos días... —sucumbió al trato de la femina con solo tener sus labios y dulzor para sí mismo. La atrapó además en un abrazo tierno, deseando encontrar la felicidad infinita en sus hombros.
—También te amo —dijo ella riendo, pero recobrando la postura—. ¿A dónde ibas, querido?
Nanami movió los ojos.
No había nada, absolutamente nada que lo hiciera faltar al trabajo desde siempre pero... La mirada de la chica parecía que ya había tomado una decisión.
—Iba al traba...
—¡No te atrevas a decir esa palabra! —le interrumpió poniendo un dedo sobre los labios de Kento—. Nanami, dime una cosa, ¿No crees que a veces es bueno ser irresponsable?
Nanami puso los ojos en blanco. Iba muy en desacuerdo con ella, y ese era un punto en dónde solían chocar demasiado pero esta vez Nanami le dió la oportunidad de convencerlo con un silencio impaciente.
—Bien, tienes un minuto para convencerme —le dijo él para acariciarla por la mejilla y perder su vista en sus labios, bajarla un poco más hasta sus pechos y las marcas que habían en ellos.
A continuación ella sonrió con la travesura escrita en la frente. Su zurda se había perdido bajo las sábanas que cubrian sus cuerpos, e inmediatamente Nanami comenzó con un coro de suspiros y sutiles movimientos en sus caderas; recibía cierto tipo de estimulación.
—¿Quieres que te lo diga con palabras o...? —dijo ella y Nanami cerró sus ojos, perdiendo la paciencia—. Nanami, siempre hay un encanto delicado para nuestra edad, ¿No te parece?
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