Nanami Kento

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Antes de leer esto, debes tener en cuenta lo siguiente:

εïз)Nanami x lectora.

εïз)Pedido y hecho a BlackCat1320 en agradecimiento por su apoyo. 

εïз)No tiene +18.

εïз)¡Espero que les guste mucho!

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"Tiempo juntos".

Si quería huir de ello, a veces pensaba que todavía había tiempo para estar juntos. Que los últimos segundos eran los más valiosos antes de que su entorno cometiera el crimen de ahogarlo en un mar donde la realidad era que ella había muerto en su primer encuentro con Mahito.

Tal vez tenían tiempo y ella podría volver a abrir los ojos.

Tal vez tenían tiempo y él habría evitado llevarla esa ocasión.

Tal vez entre el olvido y el dolor trémulo, había una esperanza que no muriera al ver todas las mañanas la ausencia de la almohada a su lado. Nanami simplemente despertó más por hacerlo que por ganas, y encontró todas las cosas de la castaña intactas, justo como las había dejado ese último día.

Sus ojos que ya relucían en cansancio, se vieron todavía más lastimados. Los haces de luz de esa mañana coronaron su crudeza, las ojeras tiñeron su semblante y observó una vez más la muerte de la castaña cubriendo de soledad su lado de la cama.

El rubio gruñó.

Ya no había nadie que se riera y lo abrazara por la espalda dándole un beso en el cuello, además de los buenos días. Era un fracaso no volverla a ver cuando todavía la amaba con pasión, como las estrellas a la luna.

Ya no había quien le dijera lo guapo que era incluso con el cabello alborotado. Ya no se podían escuchar eso pasos traviesos corriendo al baño y mucho menos la emoción por verlo con esos trajes costosos que tanto le gustaban vestir.

Estaba solo. Era tanta su soledad que deseaba volver atrás con tan solo un movimiento de la cabeza.

Si tan solo el mundo y la suerte hubiesen sido amables con ellos y no los hubieran separado.

Se levantó de la cama, portando una camisa blanca y unos calzones del mismo color. El grisáceo del brillo de sus ojos muertos se extendió a su corazón y con el alma vencida, se dirigió a alistarse para salir de casa.

Bebió su café, ese que de pronto tuvo un sabor insípido. La sombra de la castaña danzó entonces para recordarle el eco de sus gritos antes de perder la vida; no olvidaría jamás su brazo extendido, sus labios curvados en la real presión de los pocos segundos de vida y esa mirada, segura de que sería la ultima vez que resplandecería para él como un cometa para un niño.

Al final no pudo hacer nada por ella.

El semblante de Nanami comenzó a deteriorarse. Palideció y antes de salir de casa, se peinó los cabellos para atrás con el dorso de la mano frío, porque ya no había nadie ayudándole mientras se colocaba de puntitas.

Observó sus anteojos, supo que ella no pudo tener un final hermoso y que el tiempo que habían prometido pasar juntos hasta envejecer se había terminado en un segundo y con una mala decisión. Nanami lloró, lloró todo lo que su alma debió expresar y cuando supo que ni un mar de lamentos la traerían de vuelta, recobró la postura; ese día no los usaría.

"Vinir en paz" era más un sueño que la realidad la cual la sociedad intentaba impregnar en el inconsciente de todo el mundo. La paz había sido olvidada y el amor aplastado por la soledad y mortalidad; ya no había sentido dentro de las ideas del rubio.

—¡Nanami! —escuchó a sus espaldas cuando cerró la puerta. Un brazo lo atrapó por los hombros y encontró a Satoru a su lado, con una sonrisa bien grande—. ¡¿Por qué no respondiste mis mensajes?!

El buzón de Nanami estaba lleno con más de veinte mensaje y treinta llamadas y todos de una sola persona; Gojo Satoru.

—No quería —soltó con frialdad el rubio, deshaciéndose del agarre de Satoru e iniciando su paso en dirección contraria al trabajo.

—¡Qué cruel eres! —canturreó el albino tomando el mismo rumbo. Ambos guardaron silencio un momento y como era de esperarse, solo él podía preguntarlo—. ¿Cómo estás?

—Como puede estar el cielo sin el sol o la luna —Nanami no tardó en dar el mejor ejemplo, reacio a externar su debilidad.

Satoru asintió, lo suponía. Nanami había perdido a su pareja, y los demás, a una grandiosa compañera y hechicera; no era para menos.

—¿Irás a verla? —preguntó el albino y Nanami asintió—. Ya veo, ¿quieres que nos reunamos en otro momento? Así puedo contarte los chismes más recientes de esos tres.

Nanami lo observó de soslayo con el ceño fruncido. Estaba consciente de que Satoru no quería dejarlo solo con la perdida, pero tampoco es como que hubiera pedido su ayuda, además, era él, tarde o temprano haría un comentario hiriente y lo echaría a perder.

Elevó su mano y con un movimiento rechazó la invitación.

—¿No tienes cosas qué hacer con ellos? —le dijo, apurando el paso para dejarlo atrás—. Déjame solo, no quiero hablar con nadie.

Dicho esto, Satoru no insistió más. Detuvo sus pasos y observó la espalda de Nanami, los dos estaban seguros que ella de estar viva, le reprendería por esas palabras y su tendencia a estar solo, alejando a todo mundo.

Los recuerdos de la castaña lo acompañaron el resto del camino. Avanzaban a su lado esa ocasión donde hablaron de tener un hijo o dos, incluso esos planes vagos sobre el matrimonio. Era duro de pensarlo ahora, pero Nanami estaba decidido a terminar su vida a lado de ella y no verse rezagado como ya se encontraba.

La luna había florecido con su amor y el sol aumentado en intensidad con su muerte. Era casi irónico, llegó al campo donde dejaron su cuerpo descansando y con la bóveda del cielo resplandeciendo con un día limpio, azul profundo y casi mágico, se veía más obligado a bajar la mirada sobre una lapida que sobre salía con el nombre de la castaña.

La llamó y el silencio del viento respondió a sus oídos con un suspiro cálido.

—¿Es tarde para pedirte perdón? —dijo colocándose de rodillas, dejando un ramo de flores como ofrenda. La voz se le quebró, se ahogó en sus suspiros—. Debí de protegerte como tu lo hacías conmigo... Te fallé...

Calló y su llanto se ganó la función. Ahogaba gritos abrazándose a sí mismo. La calidez que solo ella podía darle, en ese momento la percibió en levedad, como si con el sol y el viento ella intentara calmarlo.

Parecía más un sueño, pero Nanami se calmó. Se pasó la mano por las mejillas alargadas y sus ojos tomaron el brillo de una promesa.

—Extraño el blanco de tu sonrisa y tus chistes malos sobre mis pocas ganas de trabajar —dijo con el tono animado y resignado, colocó una mano en el suelo—. Te prometo que jamás te olvidaré bajo este cielo y tiempo.

La lluvia de sus recuerdos cayó sobre el arcoíris de su promesa, y habiéndose sentido mejor, Nanami encontró la motivación suficiente para seguir adelante, como la castaña hubiese querido hasta el ultimo momento de su vida.

"El tiempo que estemos juntos debe de ser el suficiente para cuando uno muera, así no habrá arrepentimientos y habremos cumplido con nuestra promesa".

Le había dicho ella en un día cuando le habló del posible escenario de su muerte. 


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