Nanami Kento

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Antes de leer esto, debes tener en cuenta lo siguiente:

εïз) Nanami x lectora.

εïз)Nadie pidió un +18 de Nanami, pero lo quise hacer por experimentar. 

εïз) Lamento mucho si es corto. Si tienen dudas en cuanto a la pobre historia del escrito estaré atenta a ellas ya que no siento que esta vez me haya dado a entender bien, pero quise centrarme más en un tinte sensual.

εïз)Tiene +18.

εïз)Gracias por todo su apoyo.

εïз)¡Espero que les guste mucho!

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"El placer de dos almas"

Con una sola mirada, Nanami arranca el alma de la castaña. La hace temblar como si un velo de fuego le abrazara por todo el cuerpo.

Aquel lujoso piso fue testigo del acuerdo al que llegaron cansados de su día a día y el ambiente laboral en donde se desempeñaban antes de rendirse ante el camino de la hechicería. El olor de las rosas que adornaban el centro de una mesa se tornó inútil cuando las feromonas se levantaron y los besos comenzaron por ser insuficientes.

La castaña le hizo una marca con sus labios en el cuello a Nanami, sintiendo cómo ambos dejaban escapar sus sueños en jadeos y suspiros en una alocada combinación. Repasó su delicada mano por el cabello del hombre mientras este dejaba que sus manos hicieran travesuras en el cuerpo de la castaña, y lo despeinó, viéndolo todavía más tentador a cuando intentaba mantener una imagen masculina y limpia cuando se ponía el cabello para atrás.

—Pareces otro... —hizo ella un comentario burlón, sin perder el rastro de las caricias de Nanami en su trasero.

El rubio se mantuvo en silencio, sin entender qué de diferente tenía su imagen por solo alborotar su cabello. Volvió a unir sus labios en un beso tan exigente que hasta sus pulmones se regocijaron; casi parecían tan lejanos esos días donde eran compañeros y la castaña solía molestarlo en compañía de Satoru.

Tal vez por eso Nanami se enamoró de ella. La castaña tenía la noche en sus ojos, el sol en su sonrisa y su delicioso cuerpo moldeado en el más exquisito marfil.

—Deja de decir cosas raras... —acertó a mencionar el hombre en un momento donde osaron separarse. Él mismo se deshizo de su corbata, lanzó su saco color mostaza y ella se encargó de desabotonar su camisa—. Vamos a la habitación.

Tal vez entre el apuro, olvido y placer teñidos en cada poro de la piel, se dejaron llevar. Las sensaciones de aquella noche alcanzaron la cordura de la pareja y la apagaron el tiempo suficiente en donde ambos se liberaron de las ropas.

Se ataron las manos de la castaña por su espalda, y a la orden de Nanami se dejó caer por encima de sus piernas, dándole al rubio una excelente imagen de su trasero altivo y adornado por unas bragas negras.

La imagen por sí misma era deliciosa. La castaña sentía excitación por la limitación en sus articulaciones y tan a salvo se encontró sumergida en la sumisión.

—¿Estás bien? —preguntó Nanami a la par de que comenzaba a dar suaves masajes en los muslos de la chica, de cuando en cuando rozando sus dedos cerca de su sexo—. ¿Tan rápido estás húmeda?

La acumulación de las caricias previas y lo atrevidos que eran sus besos la habían dejado en tal estado, sin mencionar la abstinencia a la que la pareja se había sometido desde hacía tiempo. Quería gritarle que era su culpa, que no tenía que encontrar sorpresa en la reacción de su cuerpo si él mismo era la razón, pero sus palabras se murieron con su sentido y sus labios solo pudieron dar forma a un jadeo y su cabeza a un débil asentimiento.

El rubio formó una corta sonrisa. No pudo evitar sentir que el calor de su cuerpo iba en aumento a tener a su completa merced el ser de su novia; esta noche se concentraría en darle el placer que pudo haber olvidado. Y, sin embargo, no pudo darle la espalda en ese momento a cuando eran jóvenes, a aquellos días en donde él la quería, pero ella tenía los ojos puestos en alguien más.

Concentró su fuerza en los muslos de la chica, quien, por cierto, se limitaba tanto que mordía sus labios y de cuando en cuando se retorcía por el tacto travieso y enloquecedor.

—¿Te acuerdas de esos días? —le preguntó él, introduciendo si ningún aviso un dedo a la intimidad de la castaña. Ella brincó y el dedo que estaba dentro suyo se movía en forma circular, rozando su clítoris, haciéndola temblar—. Tal vez no. Te haré recordar, ese día donde me rechazaste diciendo que te gustaba Satoru.

La fémina ahogó un grito, tragó duro y descargó su placer en un orgasmo al ser abatida dentro suyo con movimientos rápidos y circulares. Los sonidos de la piel chocando gracias al lubricante dado por su cuerpo no se hicieron esperar y si bien creyó que Nanami le daría un tiempo para tomar aire, se equivocó cuando una nalgada con poca fuerza sacudió su trasero.

—¿Qué te hizo cambiar de opinión? —preguntó, sabiendo que no obtendría una respuesta más que sus jadeos. Suficientes para él. Se encontró complacido cuando a los pocos segundos, la castaña volvió a correrse por segunda vez.

El cuerpo entero de la fémina se tensó en el segundo correcto y sintiéndose prisionera de la pasión de Nanami, se venció sobre él. Por el momento había llegado a su limite y el rubio lo entendió pues detuvo su tiranía y la desató.

La castaña se acomodó de forma que pudo sentarse sobre las piernas de Nanami y rodeó su cuello con sus brazos en un abrazo que tenía la intención de atraerlo y robarle un beso que, al contrario del momento, se asemejó a aquel primer beso que robó a Nanami cuando eran todavía unos estudiantes.

—¿Por qué? —dijo ella, con el aliento pesado y la deliciosa sensación de los labios de Nanami—, De la viva y creciente depresión en la que pasé jamás te alejaste. Éramos muy jóvenes, pero tu pudiste identificar en mi a la mujer que amarías el resto de tu vida y de ello aprendí, aprendí que eras el único que robaría mi aliento y lo conservaría sereno y sin dañarlo; te amo tanto, Nanamin.





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