Megumi Fushiguro

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Antes de leer esto, debes tener en cuenta lo siguiente:

εïз) Fushiguro x lectora.

εïз)Escenario pedido y dedicado a mini_e1217

εïз)No tiene +18.

εïз)Este escenario no forma parte del especial que prometí. Este escrito lo debía desde hace tiempo y quiero cumplir primero estos y luego pasaré a trabajar con los pedidos, espero no les moleste.

εïз)¡Muchísimas gracias por todo su apoyo!

εïз)¡Espero que les guste mucho!

εïз)Este es el ultimo escenario que debía. A partir de esta parte comienzan los pedidos del especial que debo.

εïз)Me ayudarían mucho si me dicen ¿Qué tal les va pareciendo el libro hasta este momento? ¿Qué debería mejorar?

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"La amiga de Fushiguro".

Con el tiempo y la práctica que le parecía la soledad a causa del abandono de su padre, el pequeño Fushiguro aprendió a manipular la intranquilidad que lo enloquecía en algunos momentos. Tras ese rostro vacío escondía sus miedos e inseguridades, luchaba contra ellos.

Todavía era muy joven, si acaso tenía unos diez años y ya había dejado de sonreír como los niños de su salón de clases. Las mismas cosas y juguetes no le ilusionaban y cambió los juegos por un simple rato de soledad y silencio; esto le traía recuerdos de su antiguo hogar, en donde papá se molestaba si hablaba. Casi no asistía a la escuela y lo hacía solo porque su hermanastra Tsumiki lo llevaba consigo.

Ella era su única razón para permanecer duro y de pie en un mundo que no estaba hecho para dos niños abandonados. A su corta edad jamás pensó que encontraría a alguien más con la que compartir su corta edad.

Nunca se le había cruzado por la cabeza la palabra amiga. No, hasta esa tarde en que tuvo una discusión con su hermanastra y salió del complejo donde vivían pateando las piedras con coraje. A esa pobre edad era lo más violento que podía ser al menos al expresar su inconformidad.

Observó el cielo, este ya se estaba pintando de naranja, preparándose para oscurecerse. Pero a Fushiguro le dio igual, se encaminó al pequeño espacio de juego que había al lado del complejo. El cual estaba adornado con un par de columpios, unos caballitos tallados a madera que fungían como asientos y que, cabe decir, estaban tan viejos como las paredes del cuarto más barato del lugar. Y, por último, una pequeña caja de arena.

El azabache se encaminó hasta la antes mencionada. Se paralizó al instante, porque en el área de juegos se encontraba una pequeña maldición, algo así como del tamaño de una ardilla, pero para ese entonces Fushiguro no entendía qué era. La pasó por alto, estas cosas jamás se le habían acercado así que se acostumbró, como si hubiese visto un perrito.

Se inclinó en medio de la caja de arena y con una ramita comenzó a dibujar formas en la arena, después se distrajo formando sombras de animalitos con sus manos. Le gustaba hacerlo, además de relajarlo, porque imaginaba que estos cobraban vida y eran sus amigos.

Con la ayuda del sol logró formar la sombra de un conejito. Sonrió, sus ojos por primera vez en todo el día habían brillado.

Movió sus dedos y por consecuente, las orejitas del conejo también se movieron.

—¡Wow! —se esuchó la voz de una niña. Fushiguro saltó en su sitio, no se había percatado que la pequeña se había acercado por detrás. De hecho, creía estar solo a esa hora—. ¡Es un conejito! ¡Qué tierno!

Megumi enarcó una ceja. No la conocía de nada y esta ya estaba tomando asiento a su lado, expectante.

La pequeña se acomodó su faldita. Megumi la observó por unos segundos, en donde ella le dedicó una corta sonrisita, resaltando sus mejillas rechonchas y pintadas de un rosa melocotón. Encontró a los ojos de la niña grandes pero bellos, brillosos y profundos, como un color nuez que le recuerda a la comodidad de un otoño con su hermana.

—¿Cómo lo haces? —animó la pequeña castaña, cortando el silencio que se había apoderado del momento.

Fushiguro tembló de los tobillos. Casi se caía de espaldas y por poco deshizo la forma de conejo, bajó la mirada un poco avergonzado y formó una efímera mueca con sus labios.

—No sé, solo lo hago y ya —respondió a secas. A pesar de que su voz era la de un niño, se le escuchaba molesto.

—Ah —respondió ella, acomodándose un mechón de su cabello tras su oreja—. Y, oye, ¿estás molesto?

Uno, no la conocía. Dos, ¿A ella qué le importaba si estaba o no molesto? Fushiguro comenzó a perder la paciencia.

—No —dijo, clavando la pequeña ramita en un montículo de arena que había hecho tras aburrirse de la sombra del conejo—. ¿por qué lo dices?

—Porque tu frente está arrugada —señaló ella sin un ápice de delicadeza—. Y mi papá dice que eso es malo, que los niños enojones no tienes amigos. ¿Tú tienes amigos?

Fushiguro enmudeció. Ahora que lo pensaba, no quería tenerlos, nunca se había preocupado de hacerlos. Negó con la cabeza, a lo que la niña dibujó una expresión de pena.

—Ah... —respondió ella, bajando la mirada, para después levantarla y sonreír mucho—. ¿Y tu papá no te dice nada? ¿No te regaña?

Sabía que la culpa no era de ella, pero para Fushiguro suficiente razón para hacerlo enojar era evocar la figura paternal. Frunció más las cejas y de un manotazo mandó a volar la ramita que había plantado.

—Mi papá me abandonó —explicó con hastío y rencor en la voz.

A nada estuvo de lanzar más maldiciones mal vistas en un niño de su edad cuando la castaña se le adelantó. Le dio un golpe en su hombro izquierdo y se le presentó revelándole su nombre.

—Mi mamá también me abandonó. Bueno, ella murió cuando yo nací, y ahora está en el cielo —le explicó, dejando a Fushiguro con una sutil "o" dibujada en sus labios—. Pero no importa. No tienes amigos, entonces yo voy a ser tu amiga. ¡No! ¡Mejor aún! ¡Tu mejor amiga! ¿Sí?

El pequeño no supo exactamente cómo responder a la propuesta. No había experimentado algo así, por lo que solo asintió tímidamente.

—¡Bien! Ya somos amigos —recalcó la pequeña, echándose esas risas tan pegajosas y que la caracterizaban—. Vamos a seguir jugando. Eh... tu nombre...

—Soy Megumi Fushiguro... —soltó el pequeño, observando tímido sus rodillas flexionadas.

Volvió a recibir un golpe en la espalda por parte de la castaña, y esta vez casi lo hace caer de cara el suelo. Ahora se daba cuenta de lo poco brusca que era, y que en unos años sería un gran rasgo que la describiría perfectamente.

—¡Megumi! —gritó ella juntando sus manos—. Bueno, vamos a jugar Megumi. Enséñame a formar a ese conejito ¿sí? ¡oh! ¿también puedes hacer un perrito?

Era muy habladora. ¿Cómo no perdía el aliento? Fushiguro asintió; sabía hasta hacer la sombra de una rana.

—Es así... —murmuró, sintiendo su carita enrojecer porque su nueva amiga prestaba total atención a sus movimientos, pero los de ella eran muy torpes y lentos—. Y así...

Mientras ambos se divertían dando vida a las sombras, desde la ventana, la pequeña Tsumiki observó bien cautivada cómo su hermanito formaba una amiga, después de casi un año estar viviendo en ese lugar.

Se llevó a los labios su taza con café y soltó una risita cuando notó a su hermano nervioso por la proximidad de la castaña. Ahora que lo recordaba, Fushiguro tenía cierto miedo al hablar con otras niñas; se lo podía notar en el temblar de sus manos y dedos, pero esto lejos de ser algo negativo, era un punto a su favor.

—Ese niño es muy inocente... —se dijo Tsumiki—. Y enojón.

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