Megumi Fushiguro

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Antes de leer esto, debes tener en cuenta lo siguiente:

εïз) Fushiguro x lectora.

εïз)Escenario pedido y dedicado a Royal_Cherry

εïз)No tiene +18.

εïз)La historia de este escenario se sitúa poco después de que Itadori se vuelve el recipiente de Sukuna.

εïз)Este escenario no forma parte del especial que prometí. Este escrito lo debía desde hace tiempo y quiero cumplir primero estos y luego pasaré a trabajar con los pedidos, espero no les moleste.

εïз)¡Muchísimas gracias por todo su apoyo!

εïз)¡Espero que les guste mucho!

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"Bizcocho de jengibre".

Algo que le molestaba al terminar muy herido tras un combate, era tener que pasar un tiempo con aquella mujer.

No la odiaba, tampoco es que la menospreciara, pero era cierto que al ser joven y experimentar una fuerte atracción por la jovencita de cabellos otoñales es que no sabía cómo reaccionar en algunos momentos, y por eso, en la mayoría de ocasiones terminaba con el rostro ardiendo y con el corazón queriéndosele escapar.

Ella igualmente era una hechicera, pero tal vez más débil que él. No iba a misiones todavía, se le daba su tiempo, el cual lo gastaba en las instalaciones de la escuela en donde jugaba el rol semejante al de una enfermera.

Le gustaba verla sonreír. Le gustaba el juego que hacía su blanca piel como la espuma del mar con esos ojos soñadores y oscuros. Para cuando Fushiguro se percató de todo lo que le gustaba de la fémina le fue tarde, ya había pasado un buen tiempo desde que se conocían y frecuentaban, porque si bien era un hechicero fuerte, también tenía un talento único para terminar en la enfermería y tan lastimado que a veces no podía ni moverse.

Han pasado unas horas desde que se hizo el hallazgo del recipiente de Sukuna; la voz ya se había corrido como la pólvora y Fushiguro fue atendido por la castaña en su habitación. Al poco tiempo quedó dormido; no solo el tratamiento lo había dejado agotado, sino esas emociones que le gritaban a su cuerpo comportarse tímido y nervioso.

—Sé que estas despierto —se alzó la voz de la joven cual canto de un ruiseñor por la tarde.

Fushiguro arrugó su frente. ¡¿Cómo lo había descubierto con tan solo entrar a la habitación?! Se acomodó nuevamente bajo sus cobijas y le dio la espalda a la mujer, quien tomó partido acercándose unos cuantos pasos.

La cercanía levantó la ansiedad de Fushiguro, y su pecho albergó un rápido palpitar de su corazón. De pronto un olor dulce, delicioso, se le coló por las fosas nasales; era su postre favorito.

Como un pésimo actor, fingió bostezar y levantarse de la cama como si el día anterior no hubiese jugado su vida contra una maldición. La mujer esbozó una sonrisa, observó nuevamente la cabeza vendada del azabache e intentó ocultar su preocupación tras ese rostro iluminado por la travesura.

—¿Y Gojo-sensei? —preguntó Megumi tomando asiento en una orilla de la cama para dejarle espacio a la castaña y la charola que tenía en manos.

Ella levantó una ceja. No podía mentirle.

—Te saliste esta mañana sin mi permiso, sabes más de ese tema que yo —respondió ella cortando una rebanada del postre, a la vez que se la llevó a los labios, segura de que el azabache estaba observándola—. ¿Cómo pensaste que no me iba a dar cuenta?

Fushiguro desvió la mirada. Sentía en su interior el rugir de sus tripas. De verdad había pensado que nadie se iba a dar cuenta.

—Fue solo un rato —respondió él, con ese rostro impasible y con su tono de voz profundo, pero con un suave tinte de reproche.

—Entonces no te daré del bizcocho que preparé —sentenció la mujer, tragándose la rebanada.

Sabía muy bien que el jengibre era la debilidad de Megumi, ni si quiera él podía negarse a un bizcocho así. Además, para ser honesta, lo había preparado como sorpresa después de todo su esfuerzo de la noche anterior.

El azabache respondió con rapidez, iba a reprochar por tal castigo y más por la injusticia de éste cuando ella es un año menor. Su voz no alcanzó a manifestarse cuando ella ya le había ganado la palabra.

—Hiciste mal, Megumi —dijo ella, tomando con delicadeza otra rebanada de pan—. Y si de verdad quieres probar esto, supongo que sabes qué hacer ¿no?

A la sazón Fushiguro enrojeció. Toda su expresión era un poema porque sabía a qué se refería su compañera. Chasqueó los dientes y ya no supo si lo que haría sería por necesidad de hambre o bien, porque había pasado tiempo desde la ultima vez.

Se mantuvo dubitativo por un momento, sentía sus brazos convertirse en plomo, al igual que sus piernas y su mente se puso en blanco. Tomar la iniciativa para él siempre era algo complicado, pero lo hizo rápido; la tomó por lo hombros, sus manos se habían enfriado y acercó sus rostros lo suficiente como para plantar en los labios de la mujer un beso.

Sus labios rozaron con ineptitud. Ambos sentían sus rostros enrojecer y sus cuerpos aumentar en temperatura; él movió sus labios como otras ocasiones, pero esta vez de alguna forma se había ganado la oportunidad de estudiar la cavidad bucal de la jovencita, quien saboreaba con entrega los labios del azabache. La caricia se volvió tan húmeda como desperada.

Los labios de la joven sabían más dulces de lo normal, y aunque Fushiguro quería continuar, supo que era menester separarse y volver al tema del postre. Así lo hicieron, y casi queriendo ocultar su cabeza debajo de la tierra, Megumi extendió su mano para que se le entregará su parte.

—Ya lo hice, ahora dame —fueron sus palabras, pero esa sensación suave, húmeda y lasciva permaneció en sus labios.

Ella le entregó al menos dos rebanadas del bizcocho y se echó a reír.

—¡Era suficiente con que las hubieras pedido!

Eso era, otra maldita jugarreta de la castaña. Ahora con los panes en manos, Fushiguro se sintió de lo peor, sus mejillas volvieron a enrojecer y cuando quiso darle su lección a la castaña, esta ya se había escapado, asegurándose de cerrar la puerta y dejando el pan en la mesa de noche.

La fémina cruzó el patio de la escuela, topándose con Satoru, a quien le hizo una reverencia y a un chico de cabello castaño claro. No tenía tiempo para presentarse, corrió nuevamente y se ocultó en la enfermería, la cual quedaba en el plantel justo al frente de las habitaciones.

Ni bien cerró las puertas, se llevó la diestra al pecho. Correspondía muy bien a los sentimientos de Fushiguro, pero pecaba de molestarlo al punto de avergonzarlo.

—¿Eh? —dijo Yuuji—. ¿Quién era la chica de antes?

Satoru le restó importancia a la pregunta, tanto a la respuesta con un ademán con su mano y el tono de su voz.

—Una estudiante —le dijo, después sonrió—. Y también la pesadilla de Fushiguro. Ya la conocerás en su momento. 

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