Megumi Fushiguro
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Antes de leer esto, debes tener en cuenta lo siguiente:
εïз)Megumi x lectora.
εïз)Pedido hecho por im-alexaconx y hecho en agradecimiento por su apoyo.
εïз)Intenté apegarme al pedido, espero haberlo hecho bien. Solo una cosa, no quise profundizar en el ritual de la protagonista ya que como es del clan de los Gojo, me causó inseguridad y me respaldé en algunas partes por una teoría que me encontré.
εïз)No viene a cuento, pero creo que es el escenario más largo que he escrito hasta ahora. Me gustó mucho.
εïз)No tiene +18.
εïз)¡Espero que les guste mucho!
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"Una estrella nunca antes vista"
El evento de los juegos de intercambio de las escuelas de hechicería estaba pisándole los talones. Los alumnos de la escuela de Tokio habían acordado practicar todo el tiempo posible, y por eso, no era de extrañar encontrarse parte del patio ocupado por ellos, practicando todo tipo de rutinas o descansando.
A Fushiguro no le tomó mucho tiempo forzar un suspiro cansado. No lo estaba, no físicamente, pero se había vuelto imposible observar a la castaña tan divertida al lado de Toge ya que normalmente solo eran ellos dos. Fushiguro y ella, nadie más.
Frustrado se acarició el hombro y tras limpiarse el sudor que se le esparció por todo el cuerpo, levantó el brazo para enterar a Maki, su superior, que necesitaba un descanso. La peli verde respondió con un asentimiento y se encaminó a tomar asiento en una de las escaleras que daban al edificio más cercano y que para su mala suerte, también le daba una imagen clara de su amiga siendo atrapada en brazos por Toge.
Antes de que Maki se uniera a su descanso con un par de refrescos, Fushiguro analizó sus sentimientos al respecto. Le había alegrado genuinamente que la castaña obtuviera en esos días un control más certero sobre su ritual y que se lo haya comentando con una sonrisa como si el rubí de sus labios lo hiciera rendirse a sus pies. Pero no tardó en sentirse frustrado al verla igualmente de alegre con Toge.
Él era todavía un poco mayor, callado todavía más y no solo eso, tenía un sentido del humor similar al de la castaña. No sería de extrañar que terminaran juntos, pensó él.
Idiota.
Al segundo en que bajó la mirada y salió de sus pensamientos, la figura de la fémina de lentes lo alcanzó y le arrojó la bebida que no tardó en atrapar en el aire.
—Buena atrapada —mencionó ella con una sonrisa de lado, mostrando esos espectaculares colmillos. Se llevó las manos a las caderas y observó en dirección de la castaña.
Megumi solo había respondido con un gesto y no tardó en beberse todo el refresco. Al menos le ayudó a enfriar sus ideas.
—Tu y ella son muy cercanos, ¿verdad? —preguntó ella.
Megumi asintió con la expresión hecha un misterio.
—Algo así —respondió, aunque un Algo así no era suficiente para describir todo el tiempo que llevaban juntos como amigos, tal vez muy cercanos.
Lo eran tanto como para que Fushiguro ocultara su atracción por ella cada que le presentaba a un novio nuevo en un lapso de tiempo. Tanto como para consolarla cuando sus relaciones terminaban y limpiaba sus lágrimas con el cielo suave de sus manos.
—¿Algo así? —dijo ella—. No suenas muy seguro.
Megumi hizo una mueca. Era imposible aparentar algo frente a Maki.
—Sí somos cercanos, quise decir antes —cambió sus palabras y la curiosidad obligó a la peli verde a tomar asiento a su lado. Una risotada de la castaña llamó su atención, Toge se había caído de forma tan graciosa que ella no pudo evitar deshacerse en burlas; Maki formó una sonrisa—. Nos conocemos casi desde niños. Ella pertenece al Clan Gojo y fue el sensei quien nos presentó.
—¡¿Es Gojo?! —preguntó Maki, incrédula—. No lo parece.
Eso mismo había pensado el azabache cuando en su puerta, hacía años, una pequeña niña se escondía tras las piernas largas de un albino, quien argumentaba necesitaba conseguirle amigos o ella se pasaría la vida encerrada en su habitación.
En ese entonces Megumi no creía ser la mejor opción, pero como siempre, el mismo tiempo le dio la razón a ese cabrón de personalidad horrenda.
La había visto crecer y madurar desde entonces que en un ayer desconocido ya se encontraba enamorado. Sonrió con nostalgia.
—No, la verdad es que no lo parece; en apariencia es tan débil, pero... —dijo con la mirada clavada en la castaña, como si pudiera resumir su vida en una palabra todavía desconocida—. Su brillo es tan fuerte como el de una estrella nunca antes vista.
Maki guardó silenció un momento. Preguntándose en qué momento fue que Fushiguro adoptó la personalidad de un poeta mediocre.
—Ah, vaya qué poético —burló ella, encendiendo las mejillas blancuzcas del azabache a un tono rojo intenso. Se cruzó de brazos y soltó la pregunta que tanto se esperaba—. Y te gusta, ¿verdad?
Al instante Megumi reaccionó con un salto en su asiento. Los cabellos casi se le crisparon y el cuerpo se le tensó. Una cosa era pensarlo y otra, muy distinta, escucharlo de voz de otros; era, ¿Cómo decirlo? Un sonido que le encendía el corazón y le llenaba de fuertes emociones en la frontera de su escasa tranquilidad.
—Si lo niego me veré mal —dijo Megumi y ella asintió. Desvió la mirada y con una repentina timidez, encogido de hombros y con las mejillas rosas, asintió con cuidado, susurrando su respuesta—. Sí, mucho.
Maki se echó a reír, y lo hizo tan fuerte que llamó la atención del resto del grupo. Megumi todavía se le encendieron más los colores al ser el centro de atención; con un amor tan puro e inocente, creyó que ese susurro había sido un grito que hiciera eco en todo Tokyo.
Ella se levantó, estiró los brazos y disfrutando del espectáculo de un amor juvenil, le extendió la mano a Megumi para continuar practicando con una sonrisa bien grande.
—Lo puedo notar por tus celos, pero debemos seguir —le dijo y él le alcanzó la mano—. Porque si tanto te gusta, debes mejorar más. No para protegerla, sino para estar a su nivel y luchar juntos, ¿vamos?
Había sido esa una suerte muy maldita, pero para Fushiguro, quien se enfrentaba a Noritoshi, a final de cuentas era suerte. Pensó que había sido bueno que aquella extraña maldición se topara con ellos y no con la castaña, quien creía estaba en otro lugar, un tanto apartado.
Hasta ese momento, en donde habían terminado combatiendo en el riachuelo, nadie le había hecho un daño considerable. Toge había salido de combate debido al uso excesivo de su ritual, y ni hablar de Noritoshi, quien aún dopado, no pudo de ser de mucha ayuda.
Era increíble y totalmente aterrador, que con más de tres hechiceros no se le pudo detener más allá de unos segundos. Tan fuerte era ese repentino enemigo, que a duras penas la llegada de Maki y su participación en una lucha en equipo, pudieron mantenerle a raya.
El agua se le colaba dentro de los zapatos. Estaba cansado no solo de huir, sino de asestar golpes que sabía no causaban gran daño, pero Fushiguro no podía dejar de pensar en sus compañeros y en aquella castaña; no quería verla lastimada. Hizo aparecer el nunchako y en un movimiento bien coordinado con la superior, cambiaron las armas.
—¡Maki-senpai! —gritó Fushiguro desde las espaldas de Hanami. Hizo aparecer el nunchako y en un salto arrojó el arma obteniendo ahora una lanza.
Se unieron. Sin pensarlo mucho volvieron a arremeter contra la maldición mal identificada por el profesor con un dibujo mediocre. Las gotas levantadas por los movimientos parecían caer en un tiempo lento, donde los compañeros sabían que sus vidas estaban en juego en cada movimiento acertado que efectuaban.
El ataque dio en el blanco. Los cuernos de madera de la maldición cayeron y el costo de ello fue Fushiguro lastimado cuando el daño se decidió. En aquel momento, donde Megumi se encontró con el dolor en su abdomen, el cielo pareció detenerse en un arco de tiempo incomprensible; el agua tomó forma humanoide al lado de él y Maki.
Ella había aparecido.
Los colores aparecieron. Las texturas dominaron a la humedad y la falta de color, dando la breve bienvenida a una estrella marina; la castaña no tardó en aparecer en una postura agresiva.
—Estás herido —dijo ella, sin perder la vista del enemigo. Había llegado tarde, pensó y se culpó por ello—. No soy tan fuerte como Satoru, pero haré lo posible por detenerlo; lamento la tardanza.
Entonces se tomó un segundo para cruzar miradas con Megumi; le sonrió con la culpa escrita en sus labios y perdió la intensidad de su brillo no visto hasta entonces. Si bien era del clan de los Gojo, su ritual no se podía comparar al de su familiar, pero al menos sería lo suficiente para entregarse al tiempo en lo que alguien competente llegaba a relavar antes de la muerte.
—¡No! —gritó Megumi, sus ideas estaban cruzadas, pero bien seguro se encontró en no dejarla sola—. Es muy fuerte, no podrás.
—¡Megumi! —agregó Maki, tomándolo por los hombros. Incluso ella no sabía si irse era lo correcto, pero ya no podían hacer mucho; debían seguir la naturaleza de un hechicero con frialdad.
—Confía un poco en mí —dijo la castaña antes de lanzarse. Estaba consciente de la verdad, las palabras de Megumi siempre eran las correctas, pero no se iba a quedar de brazos cruzados—. Soy una Gojo, ¿lo recuerdas?
Magumi no quería abandonarla, ganó un poco de tiempo, el suficiente en donde se vio forzado a presenciar un combate brutal entre la castaña y la maldición. Ciertamente su ritual era fuerte, pero a falta de aquello que solo Gojo posee, no tardó en agotarse cuando había logrado cansar a Hanami.
Un cortó río carmín emergió de los belfos de la castaña. Había agotado todas sus opciones y preocupada porque Megumi y Maki no se movían de su sitió, juntó el extremo de sus manos, jugándose su ultima carta. En presencia del corazón en donde tenía un espacio, la castaña murmuró algunas palabras incomprensibles y a su espalda, una corta ola que iba tomando forma y tamaño amenazantes, se alzó.
Era su ultima oportunidad, y aún así su cuerpo había dado todo. Sus ojos se pusieron en blanco y cayó al poco tiempo desorientada. Su interior gritaba por levantarse y hacer algo, pero estaba agotada. Sus piernas pesaban y sus brazos parecían haberse roto.
Megumi la llamó en un grito alterado y en contra de su dolor, corrió a ella liberándose de Maki. La abrazó y por sobre la pareja, aparecieron los nuevos contrincantes ondeando la bandera de los mejores amigos y hermanos.
Itadori observó el estado de Megumi y la castaña, le aseguró que de ahora en adelante se haría cargo y que ahora lo importante era tratarlos a ambos. Después de intercambiar algunas palabras y amenazas, Megumi y la castaña fueron apartados de la zona de lucha para ser atendidos en otro sitio.
Antes de llegar a un sitio seguro y con la piel en el limite de lo insano, Megumi se percató de que la castaña en brazos de Panda había recobrado la conciencia. Parpadeaba con incredulidad y sentía los labios resecos; las memorias de la víspera le llegaron una a una y tras recordarlo todo, le pidió a Panda que se detuviera y la bajara.
Buscó a Megumi y lo encontró cuando él con apuro se arrodilló a su lado. La tomó de la mano temblando, se podía leer en el ambiente su miedo a perderla como hacía tiempo los miembros de su clan morían uno tras otro.
—¡No lo vuelvas a... a hacer! —acertó a decir él al momento de atraparla en un abrazo que la sorprendió.
La aferró tanto a su pecho que la castaña ahogó un quejido. Se encontró caliente y segura en el pecho del azabache, incluso alcanzó a escuchar el palpitar desenfrenado de su corazón.
—No iba a morir por algo así —bromeó la castaña. El abrazo continuó y pudo tomar un poco de aire cuando le fue posible encontrarse a centímetros de los labios de Megumi; aspiró su miedo y preocupación.
—Mentirosa —la acusó y con el conflicto de sus pensamientos y emociones visiblemente en su expresión, derramó su amor sin saberlo—. ¡¿Cómo quieres que lo explique?! Por un momento creí que te perdía.
Y el mundo de la hechicería era así, era algo normal perder a los compañeros. Megumi lo sabía, pero este caso había sido tan especial para él que aceptó parte e su egoísmo.
—Pero no sería de extrañar... —intentó explicar ella, aludiendo al pasado de su clan, pero Megumi negó.
—¡Una muerte no es tan ligera! Y menos la tuya... —alegó el azabache con los ojos húmedos—. Si no te tuviera, si te perdiera... no sería lo mismo.
Sería como perder esa estrella que solo él era capaz de ver.
Ella enmudeció. Por más que había intentado encontrar otro tipo de explicación supo que no era un amigo normal el dueño de esas palabras y emociones. Comprendió que el rojo había llegado hasta el tallo de la rosa y que las espinas que la protegían caían una a una con las palabras de Fushiguro.
Esta vez ella lo atrapó, lanzando una moneda a la suerte a favor de la respuesta de Megumi y lo retó con la mirada.
—Me haces pensar otra cosa —lo acusó y con las mejillas sonrosadas acortó el espacio entre ambos—. ¡No me culpes después!
Y dicho esto, la castaña unió sus labios cerrando por completo las emociones que no se expresaron con palabras, sino con miradas y acciones. Honró a sus años juntos con la unión de la única libertad que el amor trae con una magia de otro mundo.
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