Megumi Fushiguro
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Antes de leer esto, debes tener en cuenta lo siguiente:
εïз)Megumi x lectora.
εïз)Pedido hecho y dedicado a Kozumep
εïз)Parte del especial de San Valentín.
εïз)+18 en levedad.
εïз)¡Espero que les guste mucho!
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"Las veces que quiera".
La presión de solo ese día tan especial entre todos los del año venía muy por delante en todas las emociones que Megumi podía experimentar. Bailaba frente a sus narices y se deshacía de las raíces de su paciencia; sí, después de todo, había pasado un buen tiempo desde la última vez.
Por la mañana comenzó con la mejor de las actitudes, pero y como era de esperarse, sus dos amigos, expertos en hacerlo enojar y perder la paciencia, hicieron su trabajo lo mejor que pudieron. Lo único que pensó era en volver a casa pronto y que la noche levantara el telón de su historia favorita donde la castaña y morena, era la protagonista que podía moldear todas sus sensaciones, como si de estas hiciera un rosal blanco, tan puro como el corazón que le entregó.
Nobara e Itadori no encontraron un momento de tregua durante todas las horas en que pudieron estar juntos. Efectuaban comentarios burlones, le recordaron que desde la mañana su novia no recordó que era catorce de febrero y que por ende, Megumi no recibió ningún chocolate algún presente más allá de un beso en los labios y un buenos días apresurado. Nada fue diferente esa mañana.
Y en un intento de no prestar mayor atención a las palabras de sus amigos, el azabache terminó adoptando un humor en donde ni una mosca podía volar al rededor suyo o moriría por esa aura asesina de molestia. De tal forma el día terminó y volvió a casa con el cuerpo tenso, cari rechinando los dientes y evocando los peores pensamientos maldiciendo tanto a Itadori como a Nobara. Podían tener un poco d razón y eso ya era lo suficientemente molesto; su novia, aparentemente, había olvidado el catorce de febrero. De pasó a Satoru, quien no le concedió perdón y además de burlarse, le presumió todos los chocolates que recibió en el transcurso del día y las cartas de amor adornadas con stickers de corazones y cupidos.
¡¿No era eso una tortura para un enamorado que sufrió del olvido de su pareja?!
Era catorce de febrero y Megumi quiso refugiarse en la idea de que que su novia se lo había olvidado debido a lo cansada que estaba por el trabajo en los últimos días. Sí, esa era la mejor opción para no sentirse todavía más molesto.
Suspiró, sabiendo que era imposible culparla de nada porque sabía lo mucho que se esforzaba día y noche y que gracias a ello y sus sueldos juntos, podían tener un estilo de vida bastante bueno. Aún así se dejó caer sobre el sofá desanimado, encendió el televisor y tan poca atencion le prestó que unas pocas palabras emergieron de sus labios inconscientemente.
—No quiero chocolates... Quiero su atención... —se murmuró, sin poder cambiar ese rostro calmado y a la vez molesto a la nada.
Un pensamiento a otro lo llevó a la conclusión de que había pasado mucho que no lo hacían y cada que lo intentaban ya era tan noche que alguno de los dos se quedaba dormido. Rio por debajo, eran graciosas esas situaciones, pero también lamentable el no poderse disfrutar de esa manera.
Había deseado tanto que llegara el catorce que esperó recibir por la mañana un beso, o tal vez algo más, como ducharse juntos, pero fue algo tonto ahora que se encontraba tirado en el sofá, casi rascando su barriga y resignado a sólo recibirla para ir a dormir. La castaña salió sin decir una palabra de la fecha; ante el recuerdo, Megumi chasqueó los dientes frustrado y se llevó la mano por sobre su hombro.
Al momento exacto en que intentó revisar la hora y se dio cuenta que eran ocho y media de la noche, la puerta principal se abrió con un sonido que lo alertó de la llegada de su pareja. En ese poco lapso de tiempo Fushiguro tomó una decisión; normalmente era un chico tranquilo, que no causaba problemas, pero por esta ocasión sería un poco diferente.
Sería un poco duro, tal vez exigente y no pensó que habría tanto problema, pues la castaña en sus momentos de Otaku no se cansaba de hablarle de personajes con una personalidad orgullosa, de esos que no piden permiso para nada y no conocen el significado de Por favor.
—Ya llegué —dijo ella, dejando su bolso en una esquina del pasillo. Iba a darse media vuelta cuando ya tenía sobre sí los brazos largos, pesados pero delgados de su novio. Confundida aceptó el abrazo, uno que casi le roba el aliento junto con el cansancio del día por lo cálido—. Eh... ¿Estás bien, Megumi? Nos vimos hace unas horas.
El azabache respondió con su silencio y negó con la cabeza. Con la mirada oculta para la castaña, la clavó en un lugar a sus espaldas; no quería ser así, pero las circunstancias lo orillaron. Aumentó la fuerza del abrazo y ella solo colocó sus manos sobre su espalda, la cual no era tan grande, sino delgada, pero le gustaba porque a la mañana siguiente tenía las marcas de sus uñas que trazaron un camino por la noche.
—¿Pasó algo de lo que no me enteré? —preguntó ella y Megumi hizo fuerza en sus labios.
Se debatió si lo correcto era decirlo o no, pero aún si lo hiciera ¿Qué se iba a resolver? No pasaría más allá de una disculpa y promesa de hacer algo en un día próximo. Megumi pensó que ya no era un niño para recibir ese tipo de premio de consolación, así que en un movimiento rápido juntó todavía más sus cuerpos de forma que una dureza rozó con las piernas de la castaña. Ella no pudo pasar por alto lo que estaba ocurriendo bajo los pantalones de Megumi en ese momento.
—¡¿Te pusiste duro solo por un abrazo?! —dijo ella, entre sorprendida y burlona—. ¡Megumi!
La secuencia de esas palabras, aunque en su mayoría erroneas, hizo de Megumi un revoltijo de emociones porque le gustaba escuchar su nombre en ese tipo de situaciones donde se hacía notar su deseo.
—¡No fue por eso! —gritó, respondiendo de forma que continuó con el abrazo y pudo mantener miradas. No tardó en inclinarse a robarle un beso a la castaña en donde se abrió paso hasta unir sus lenguas y aumentar su calor corporal; sabía a la perfección que ese tipo de besos le encantaban y eran una invitación indirecta—. Me puse duro desde antes...y mi nombre...
Separaron un poco sus labios, ella sonrió, siendo testigo de ese atrevido color rosado en el rostro alargado y ahora totalmente expresivo de Megumi. Podía leerlo, casi podía asegurar que el azabache estaba conteniéndose en pedirle hacerlo, y pensó en jugar un poco con él, porque a final de cuentas había olvidado ese día, pero no pudo ser fiel a ello; ella también tenía cierta ansiedad.
—¿No te gusta que diga tu nombre mientras hago esto? —provocó ella moviendo sus caderas de forma que una de sus piernas se restregó con la intimidad del azabache, el cual reflejó la sensación en sus labios y su ceño fruncido. Megumi aumentó su respiración.
Llamó al nombre del chico en un susurro casi muerto y lento. Megumi no pudo soportarlo más, la idea de ser malo por ese día se esfumó tan pronto cargó a la mujer y la llevó hasta el sofá donde tan solo hace poco él estaba. La recostó, mientras atacaba su cuello y pecho de besos y se posicionaba por encima de ella.
No quería decir nada, no creía que hubiera algo por decir ya que era esa una buena recepción de la castaña, pero sus jadeos pronto comenzaron a tomar forma de oraciones. El azabache se detuvo cuando ella elevó sus piernas, abrazandolo con ellas y lo llamó a su nombre, aferrándose de su cuello.
—Megumi —lo llamó con claridad, la suficiente para un momento antes del placer de sus cuerpos—. Lo olvidé, olvidé que hoy era catorce...
Megumi formó una débil sonrisa y la silenció con un corto beso en los labios.
—No es tan malo —le dijo relajando su expresión—. Tampoco puedo culparte de ello. Yo tampoco tengo nada preparado, aún así... ¿Podemos hacerlo?
Le sabia mal no tener por palabra la aprobación de su pareja. Siempre había sido así desde que descubrió que la castaña era la única mujer con la que podía crear otra expresión que no fuera la de siempre, debía tener su permiso o sentía que estaba haciendo algo malo. Ella rio y juntó sus narices un un juego inocente teniendo en cuenta la situación.
—Tu no cambias ¿verdad? —dijo y Megumi desvío la mirada—. Sigues siendo el mismo chico dulce de siempre.
—No lo digas así... —gruñó el azabache avergonzado, ignorando la incomodidad que tenía en su entre pierna.
Ella volvió a reír, respondiendo con un movimiento en sus hombros y esta vez fue quien robó el siguiente beso.
—Pero es la verdad —defendió ella, comenzando movimientos sutiles donde sus caderas se veían comprometidas—. Pero así me gustas; vamos a hacerlo tanto como quieras la noche de hoy.
Y con tales palabras que levantaron todavía más las emoción de Fushiguro, dieron inicio a los besos y caricias previas al platillo principal, el cual Megumi tenía preparado con antelación al sacarse del pantalón un bolsita de plástico. Se la llevó a los labios y de ella sacó un condón.
—Recuerdalo —le dijo con tono pesado y el brillo de sus ojos opacos por el placer que inundó la habitación—. Lo haremos las veces que quiera.
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