Megumi Fushiguro

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Antes de leer esto, debes tener en cuenta lo siguiente:

εïз)Este es un escenario "especial". No tiene lectora. 

εïз)El presente escenario intenta relatar de una forma "bonita" la muerte de Itadori cuando Sukuna se arrancó el corazón y lo que pudo haber sentido tanto él como Fushiguro de una forma un tanto superficial en algunos momentos. Cabe resaltar que es la segunda vez que escribo este momento (Me gusta mucho, perdón) y la primera se llama "Un deseo" la pueden encontrar en mi lista de lectura. 

εïз)Este escenario está escrito por un capricho mío y no quise hacerle un libro por lo corto que es, así que espero que su presencia aquí no les moleste y que al contrario puedan animarse a leerlo y darme su opinión, porque si me dejan ser un poco exigente con mi trabajo, no me convenció del todo ¿ustedes qué piensan?

εïз)No tiene +18.

εïз)Gracias por todo su apoyo.

εïз)¡Espero que les guste mucho!

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"Putrefacción maldita".

 Desechó la idea de su vida, pero el miedo no se dormía.

Ha de encontrar el valor y dar frente al temor.

Ha de ahogar sus gritos y expandir sus conocimientos.

Ha de olvidar las palabras de sensatez para sacar los colmillos.

Ha de gritar con la cúpula de plata cubriendo el espacio entre él y Sukuna, no podía dejarlo ir más allá; detenerlo se convirtió en su deber. Tal vez el ultimo en toda su vida.

Para Fushiguro no era el lugar lo que importaba, tampoco el ambiente a pesar de su peso, sino como nacían en él el miedo a lo desconocido y hablado por leyendas, combinado con el dolor y aprecio tortuoso al ver el cuerpo de su amigo siendo dominado. El corazón que Sukuna le mostró entre manos perteneció alguna vez a Itadori; cada gota de sangre derramada de las arterias flojas, era un grano menos en el reloj de arena que iba en contra de su suerte.

Despacio se movió, rogando a nadie en el viento frío de ese día nublado, encargarse del problema sin una sola esperanza de suerte. Cuan duro era pensar que, a pesar de su intención, saldría perdedor en todos los escenarios posibles. Tan desalentados como el recuerdo de su infancia. No podía cambiar nada, por mucha voluntad que tuviera.

Entonces el carmín salpicó el cuadro que Sukuna comenzó a obrar con sus atroces palabras y acciones.

El lienzo, las expresiones de Fushiguro. Era joven, sabía que controlarse era importante, pero como el canto de los cuervos en el alba, participó sus emociones dando el placer suficiente a su enemigo.

El espacio que había entre ellos llamaba al nombre de Yuuji, evocaba lágrimas en Fushiguro que intentaba ocultar como el temblar de sus piernas y manos, y sopló a ellos como la fragancia de las rosas marchitas de una vida, el inicio de un combate.

Mientras viento y mareas incontrolables de emociones se batían en cielo y tierra, contra la maldición, Fushiguro recibía un fuerte golpe por el peso de la realidad. Decepcionante era su poca explotación de su técnica, pero tan divertida para pintar en los labios del barbaron una sonrisa tenebrosa.

Cuantos miles versos podrían hacer un poco de justicia al dolor que Fushiguro atravesó como un mártir, el cual ni en mil años podía ocupar el sitió de Itadori, sino eran los perdidos en el tiempo, aquellos que solo se conocen de boca en boca y tan nula veracidad tienen como la vuelta de un alma después de Mui Tenpen.

Triste, errante y moribundo, Fushiguro se colocó de pie una vez más. El río de sangre recorrió su cuerpo, cada fibra del mismo sin olvidarse de sus huesos que poca resistencia mostraban.

Era ese su final, lo supo al llegar a tierra y sentir el aire de su vida huir de su forma.

Los brazos le pesaron, y no podía dar crédito a que todavía sus piernas tuvieran un ápice de intención por ponerlo de pie. Aun así, lo hizo y con la frente en alto volvió a enfrentar a Sukuna con su ultima carta.

El silencio los hundió. Cada respiro era el eco de una campana adornando la cúpula de la iglesia y cada mirada contenía el peso del monte Fuji. El vapor ascendió y con él se vislumbró la sonrisa demoniaca, decorada con dos caninos enormes.

Eso era lo que Sukuna esperaba.

¡Qué hermoso hubiera sido para él que Fusghuro terminara con sus ultimas energías en un arranque de desespero!

Pero fue solo por poco. Estuvo a centímetros de palpar su victoria, cuando fue arrastrado por las sombras y esa sonrisa palideció en inocencia y un amor genuino.

Itadori había vuelto tan solo a despedirse y sólo él conocía el dolor de sus palabras.

—Parece que voy a morir.

Sintió un frío trémulo recorrer cada esquina del cuerpo que había sido explotado en una batalla que solo se puede encontrar en el evangelio. Acunó un esfuerzo monumental por darle a Fushiguro su ultimo aliento de vida en un intento de no causar preocupación.

Lo ultimo que observó fue la imagen borrosa del azabache devolviéndole una sonrisa adolorida, y entonces, calló inerte sobre un charco que le dio la bienvenida y se tiñó de un rojo que reafirmó la idea de Fushiguro.

Ya no habría un después. Corrió a tomar el cuerpo de su compañero y de rodillas, lamentándose con el rostro empapado de lágrimas, lo atesoró en sus brazos y la lluvia los acogió en medio de un escenario dramático en donde solo estaban ellos dos y el brazo de la muerte.

Itadori había comenzando un viaje en donde Fushiguro no lo podía alcanzar, en donde el cansancio lo derrotaba y el sueño se subía a sus hombros.

De ahora en adelante estaba solo. Aquel agujero palpitante y difícil de ver se lo recordaba a cada momento que los pulmones expuestos del castaño crecían buscando desesperadamente un poco de aire, perdiéndolo ni bien se encogían desesperados.

El recuerdo de su voz momentos antes lo destrozó. Su recuerdo lo ahogó y el deseo de volverse a encontrar amenazó el espacio que se quedó vacío con una nueva maldición afectuosa.

La luna le dijo que no volvería, que debía recorrer el camino de la vida son Itadori porque si llegaba un momento en donde se encontrara a su lado, no podría reconocer ni sus sombras.

Su ultimo gesto asesinó su anhelo, y sus palabras la ilusión que se había esforzado por dar vida.

Sus almas, juntas en una adicción, habían llegado al punto final en una putrefacción maldita. 

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