Itadori Yuuji

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Antes de leer esto, debes tener en cuenta lo siguiente:

εïз)Itadori x lectora.

εïз)Tiene +18.

εïз)El primer comentario pidió a Itadori, con mucho apoyo de otros usuarios. ¡Gracias! Aquí lo tienen.

εïз)Quise intentar un tono medio yandere esta vez, espero que se haya notado y les pueda agradar. Si veo que realmente no fue buena la respuesta, les juro que no vuelvo a hacer a Itadori de forma yandere. Solo tenía curiosidad 👉👈

εïз)Aprovecho para agradecerles por sus palabras de apoyo. La verdad es que me dio mi bajón emocional pero ya estamos al cien ¡a comer familia! ¡Espero que les guste mucho!

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"El ardor y amargura de las palabras y caricias".

¿Acaso la castaña había olvidado sus palabras? ¿Le había mentido? ¿Traía algo entre manos, algo que seguramente no quería que Itadori supiera?

Un montón de preguntas infundiendo la inseguridad del castaño claro nublaron su mente como el cielo de aquella noche en donde había alcanzado a su novia en una cita que tenía con amigas. Pero, de alguna u otra forma, esas "amigas" se habían convertido en amigos.

Para cuando Itadori llegó al sitio que le indicó la castaña, se encontró con una mesa rodeada de hombres y ella, la única mujer. En un segundo ocultó su sorpresa y sonrió para colocarse inmediatamente al lado de su novia, sintiendo una fuerte necesidad de gritarle al mundo que ella, exactamente la mujer más linda y tierna de todas, lo había tomado como su novio.

La rodeó por los hombros en un abrazo bastante territorial. Itadori no dejó de sonreír y mostrarse educado toda la noche, y es que no le molestaba que ella tuviese amigos. Casi nunca esto representaba algún problema, pero había una parte de su personalidad que no podía concebir tal idea.

Esa pequeña parte era muy severa, territorial y a veces cruel. Deseaba tener a la castaña enteramente para él, moldearla en placer a sus labios y aliento. Además, en ciertos momentos correctos esta pizca de su personalidad tendía a ser bastante caliente.

Itadori y la castaña se despidieron de los restantes. Uno a uno volvían a casa y ante los últimos, Itadori no tardó en marcar el límite con una mirada atrevida, brillante en amenaza.

—Gracias por cuidar de ella —le dijo a los últimos dos chicos restantes con un tono punzante—. Aunque es mi trabajo ya que es mi novia.

Los chicos se observaron extrañados, por un momento temieron por las acciones que Itadori podría tomar en contra de ellos, por lo que con una reverencia se despidieron y salieron corriendo.

—¿No crees que te pasaste un poco, Yuuji? —acotó la castaña enfrentando a su novio, el cual se encogió de hombros.

—No lo hubiera hecho si alguien me hubiese dicho la verdad —defendió para después atraparla en un abrazo brusco. Besó con rapidez sus labios, dejando el sabor de su café en ellos y luego susurró a oídos de su pareja—. Dejemos de pelear ¿sí? Quiero volver a casa, quiero hacertelo.

En repuesta la castaña rio nerviosa. Rodeó el cuello del castaño claro con sus brazos y al unir sus cuerpo en un acto tan peligroso, apoyó sus pechos obviando su respuesta.

—Hoy es uno de esos días tuyos, ¿verdad?

Muy pronto Itadori se rio con el aliento pesado. Sentía las mejillas calientes, pero ciertos pensamientos llenos de celos seguían mortificandolo. Asintió y con un camino de besos sumisos, anduvo de su cuello hasta su clavícula, la cual mordió con levedad. La castaña suspiró y ambos salieron del establecimiento para llegar directamente a la salvedad de su hogar compartido.

Ta pronto habían llegado, Itadori cerró la puerta con fuerza. Atacó los labios de la castaña y sin previo permiso, comenzó a desnudarla comenzando por su camisa para terminar con esa falsa que tanto le encantaba por la bella y apetitosa imagen que daba de sus piernas.

—Seguro estas pensando que estoy celoso —mencionó Itadori cuando sus labios comenzaron a marcar el pecho de la castaña, persona que simplemente se limitó a suspirar con sus ojos cerrados. Se había dedicado a sentir las caricias exigentes de su pareja en una unión poco perceptible.

La castaña se abstuvo de mencionar alguna palabra. Su plan había terminado a la perfección, pues sólo quería divertirse un poco al ver al castaño celoso y con deseos de dominarla.

—¿Y qué si lo estoy? —mencionó Itadori notablemente irritado—. Te tocaron, ¿cierto?

Ella negó, más Itadori dejó de prestar atención a la lógica del mundo, se había entregado por completo a la sensación que iniciaba en su entrepierna y recorría su cuerpo entero.

—Espera, Yuuji... —murmuró ella tomándolo por los hombros. De pronto sintió vergüenza por su desnudez—. Vayamos a la cama, al menos.

Itadori negó. Con brusquedad llevó sus labios hasta uno de los pezones de la femina y pasó su lengua dibujado círculos cortos y grandes; se dejaba guiar por el temblar de su cuerpo y la ternura que de pronto la envolvía en sus gemidos.

—No, no quiero —dijo Itadori, ahora mamando con cuidado.

Mientras tanto, la castaña había comenzado a perderse en el mismo sitio que Itadori. Sentía su cuerpo caliente, su intimidad comenzó a humdecerse con facilidad. Estaba segura que un simple beso de tornillo la volvería loca.

Sus piernas se doblaron tan pronto como sintió que sus fluidos recorrían sus muslos. Itadori se había vuelto un experto con sus labios en un lapso de tiempo corto; se aferró a sus hombros y el castaño claro la cargó para invitarla con cuidado a recostarse en la cama.

Una vez se encontró sobre ella, abriendo sus piernas al colocar una de sus rodillas por el medio, Itadori volvió a sentir una última oleada de celos. Pensó en aquellos bastardos que habían gozado de las sonrisas de su novia, de su dulce voz y sus palabras de cortesía.

Recordó cuando uno de ellos golpeó el hombro de la castaña al reírse de un chiste. Formó una mueca y sus labios dejaron de danzar con los de ella, para dirigirse a ese hombro y besarlo tan fuerte como para dejar una marca.

—Él te tocó aquí, necesito limpiarte —murmuró en un suspiro. Había comenzado a llegar a su imite—. ¿Donde más te tocaron?

—No lo hicieron... —fueron las cortas palabras que una femina en el límite de sus sensaciones podía evocar. Recorrió el pecho de Itadori desnudo bajo su ropa y en una acción el castaño se deshizo de aquello que lo aprisionaba.

A contra luz el cuerpo de Itadori calentó todavía más la situación. Su abdomen era plano, marcado con levedad y si bajaba la mirada, podía encontrar un pene despierto, desde el tronco con un tamaño considerable. Se sintió muy atrevida al pensar que las palabras no venían en esta situación y que lo único que deseaba era tenerlo en sus paredes para unirse en un movimiento eterno en amor y placer.

—¿Puedes...? —murmuró la castaña suplicante, pero entonces Itadori negó—. ¿Por favor...?

—No, antes... —respondió el castaño con sus ojos grandes ahora a medias y con un brillo candente además de dominante—. Necesito limpiarte.

Incrédula, la mujer se entregó a las acciones de un Itadori totalmente diferente al joven que se la pasa riendo y deslumbrando al mundo entero con su ternura y amabilidad. En un segundo  su sonrisa se encontró en un tinte de malicia, parecía ser otra persona arrogante y fuerte.

Para comenzar, procuró lamer y chupar con detenimiento los pechos de la castaña, al mismo tiempo en que sus delgado dedos comenzaban a estimular su entrada; moviendolos en par, de forma circular y lenta, yendo cada vez más adentro con cuidado. La fémina juntaba sus piernas a cada pequeña descarga eléctrica que la recorría y cuando sus labios quisieron expresarse, su cuerpo expulsó su placer con rapidez en una ola generosa de fluidos.

Itadori rio por debajo.

—Te corriste —indicó al dejar un ultimo beso en uno de sus muslos—. Bien, hazlo las veces que quieras. Correte tanto como puedas.

Con las palabras formando un coro en la habitación que estaba empañada por sus calores, la castaña le lanzó una última mirada antes de poner los ojos en el cielo. Itadori ensombrecido por la noche había parecido una maldición, una maldición erotica.

El joven se recuperó con rapidez. Lamió sus labios y enteramente satisfecho, sello un beso en los belfos de la castaña, la que solo podía balbucear el final e inicio de su nombre.

—Voy a entrar —le dijo ante un hilo de saliva que se conectó sus labios desvergonzados—. Voy a llenarte y hacer olvidar a cualquier otro hombre. Solo debes de pensar en mí y correrte.

Miró una última vez el sudor aperlado de sus cuerpos y ante la intromisión tan deliciosa que la asaltó, chilló complacida. Itadori atrapó aliento en un gruñido salvaje y al cabo de unos segundos sus cuerpos entonaron la melodía sobre el ardor y amargura de las palabras y caricias.


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