Chōsō
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Antes de leer esto, debes tener en cuenta lo siguiente:
εïз)Choso x lectora.
εïз)Lo pidieron varías personas, así que aquí les dejo el primer escenario de Garu crikoso.
εïз)Quiero aclarar que esto fue escrito en una noche donde no dormí para nada, así que puede ser corto y muy plano.
εïз)No tiene +18.
εïз)¡Espero que les guste mucho!
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"Frío".
Con la noche avanzando sin perdón, envejeciendo sin descanso o temor, la castaña se encontró en el límite de su razón. Los trastornos experimentados hasta entonces paralizaron su cuerpo pues el pan de cada día era estar al borde de la muerte al menos dos veces; no podía con ello y ya estaba llegando al punto de quiebre.
Sus ojos que fuego y muerte habían visto, deseaban cerrarse con temor.
No solo su cuerpo, sino su mente estaba destrozándose a un ritmo enloquecedor y doloroso.
El reciente cambio en todo Tokio la había tomado por sorpresa, obligándola a cambiar su vida drásticamente y verse en la necesidad de presenciar la muerte de sus cercanos en garras de aquellas bestias a las que no les encontraba sentido hasta esa noche. De pronto todo mundo carecía de razón y lógica y lo único por lo que había que preocuparse era por seguir viviendo un día más.
Pero no todos contaban con la suerte de verlos.
Desde pequeña había contado con la energía maldita suficiente para vislumbrar una maldición, pero debido a la poca distribución del oficio como hechicero, vino a limpiar su ignorancia del tema cuando en un anochecer que se encontraba en busca de comida en un centro comercial abandonado, una maldición la acorraló, haciéndole pensar que ese iba a ser su final.
Así creyó que moriría, como todos los demás últimamente lo hacían, pero entonces una línea de sangre casi oscura, surcó frente a ella y en un cerrar de ojos encontró a la bestia muerta a sus pies. Así como todo había comenzado, de igual forma había cambiado y tal vez para un bien que ni una sola alma aguardaría esperanza.
Los caminos de su suerte se cruzaron por poco donde el sol se olvidó de brillar y la vida abandonó. y la castaña pudo suspirar cuando estiró los brazos calentándose con la fogata improvisada que Itadori hizo en el patio interior del recinto.
Pasaron horas largas y pesadas donde se le hubo explicado a la castaña la naturaleza del presente. Tardó en dar sentido a ello, pero no le quedó de otra cuando Itadori, con Chōsō en silencio por su lado, le pidió entonces otra explicación más lógica.
—Y por eso es que puedes verlos —dijo Itadori terminando con la charla que antes él hubo recibido al comer el dedo de Sukuna—. Aunque sólo unos pocos pueden hacerlo, tal vez podrías tener un control sobre esa energía maldita.
La castaña lo siguió con la mirada. Él se levantó y se sacudió el polvo de su ropa con un poco de ánimo en un silencio incomodo creado gracias al azabache, quien no había dicho ni una palabra hasta el momento. Chōsō solo se había dedicado a observar con recelo y sospecha, una frialdad común, por llamarla amablemente.
—¿Tener control, dices? —murmuró ella, pensando si algún día podría hacer algo tan increíble como lo que hizo el azabache.
Pero negó, estaba bien segura que si su sangre manaba no se iba a solidificar de esa manera y que, en el mejor de los casos, iba a morir desangrada.
Un completo ridículo, si se lo preguntaban.
Entonces rio en un suspiro desalentador y las palmadas de Itadori terminaron con el silencio. Tanto ella como Chōsō lo observaron con curiosidad.
—Seguramente hay hambre ahora —dijo viendo que la noche estaba en su mejor punto y la castaña desvió la mirada sonrosada—. Iré a buscar algo de comida, mientras tanto ustedes espérenme aquí.
El hombre restante inmediatamente se levantó de un salto.
—Déjame ir a mi —dijo Chōsō, intentando no mantener miradas con la fémina—. Soy tu hermano mayor, es mi responsabilidad.
—No es para tanto, Chōsō —respondió Itadori suspirando. Lo tomó por los hombros y lo sentó con lentitud y amabilidad—. Mejor haz compañía a la visita. No la incomodes tanto con esa cara larga.
¿Son hermanos? Pensó ella, pero ni se parecían. Al menos había conocido el nombre de aquel quien le había salvado la vida y que de repente le despertaba un interés repentino.
—Chōsō —llamó la castaña y él no pudo evitar responder con una mirada atenta, más brillante que nunca antes y curiosa, además de tierna.
Volvieron a cruzar miradas y cuando el útero maldito nuevamente quiso negociar con Itadori, éste ya se había alejado lo suficiente como para perderse en los rulos de la oscuridad. Ahora estaban solos, y eso era peor que incomodo porque Chōsō abrazó sus rodillas y desvió su atención al tímido crepitar del fuego.
No tenía nada qué decir o eso creía.
La observó un segundo y ella se dio cuenta, entonces volvió con rapidez la mirada al fuego. La castaña se aclaró la voz y habiéndose encontrado sentada frente a él, se movió de sitio para tomar el que estaba a su lado, más próxima a la misma fogata, que en todo caso podía servir como pretexto.
Seguían en el arroyo del silencio, la nieve que el invierno siembra sobre las flores se apoderó del frío de sus cuerpos y ella tembló, pero Chōsō no reaccionó más allá de un respingo.
—Quería agradecerte como era debido por haberme ayudado —dijo ella al fin, y su voz hizo eco por el lugar. En broma chocó sus hombros y se rio con suavidad, embriagando el sentido del útero maldito.
Chōsō asintió. Estás nuevas emociones que experimentó al haberla visto estaban terminando con esa forma de pensar en donde creía que sólo podía entregarse a sus hermanos.
Las estrellas de esa noche le señalaron que no era así, que todavía podía encontrar a alguien más por quien entregar su vida y corazón, como su existencia a la mortalidad.
—No es nada —respondió con su voz aterciopelada, pero profunda.
—¡¿Cómo no?! —dijo ella, no queriendo sonar tan ensimismada—. No todos los días puedo ver que alguien haga de su sangre una flecha. Es algo... —sin querer alzó su tono—. ¡Muy sorprendente!
¿Le había dicho sorprendente?
La palabra resonó en el interior del azabache. Normalmente se le veía como una amenaza, además de repugnante ya que la misma sangre no es nada agradable de observar. Las mejillas que todo el tiempo estaban pálidas, esa ocasión adoptaron un tono tanto más vivo.
—No lo es —dijo tajantemente, pero ella negó.
—¡Que sí, que sí! —respondió con el mismo espíritu que un niño en medio de una juguetería—. Por los pies que casi caigo cuando te vi. Sabes, en mi vida anterior a esto no podría conocer esta emoción...
La castaña se llevó la mano al pecho, con los ojos notablemente cansados por el estrés que todos los días le producía el sobrevivir.
—Pero ahora no estoy arrepentida —confesó y con cuidado de no ser rechazada, se atrevió a colocar su mano por sobre la de Chōsō, encontrándola fría, como si fuera la de un muerto. Sus labios se curvaron en una sorpresiva "o" y acortó todavía más el espacio entre ambos—. ¡Estás frío!
Chōsō no respondió, la observó de soslayo y se dedicó a disfrutar de su repentina calidez. Nunca había experimentado algo así; sin meditarlo mucho y como un arranque de no querer perderla, atrapó su mano entre las suyas, las cuales eran grandes y ásperas.
—Siempre lo estoy —explicó—. Pero ahora veo qué necesitaba. Qué cálida...
A ojos de la castaña, encontró en él una extraña inmadurez que lo hacía parecer intimidante y atractivo. Con la mirada baja y rasgada, se embelesó todavía más con esa curiosa raya que surcaba su perfil con excelente pulso. Sonrió de lado, el fin del mundo no era el fin de sus emociones, aunque así lo pareciera, por eso no encontró arrepentimiento en su idea.
—Conozco una forma para darte calor —dijo ella con el rostro caliente. Chōsō ladeó la cabeza—. ¿Puedes ver para acá y cerrar los ojos?
Se apropió del mentón del hombre, lo hizo ver en su dirección y con delicadeza bajó sus parpados asegurándole que no había peligro cercano. La respiración de Chōsō se volvió lenta y sin darse cuenta, sus labios se encontraron en un roce húmedo con los de la castaña.
Al ver que el azabache no entendía el sentido de gesto, se vio obligada a llevar la dirección de beso, mostrándole con maestría cómo debía mover sus belfos. Un momento fue lento y al otro, rápido, lo suficiente como para entonar con el arpa de sus corazones el mejor soneto.
Pasados unos segundos, con el corazón latiendo sin control y muy a regañadientes, tomaron su distancia, la suficiente como para verse a los ojos sin sentirse intimidados. Chōsō jamás liberó su agarre y en todo caso, pronto la atrapó en un abrazo, como si le dijera a todo mundo que ahora ella sería una nueva razón para seguir.
—¿Mejor? —preguntó la castaña y Chōsō asintió.
No pudo verla ahora sin sentir esa extraña calidez formando un núcleo en su pecho. Aquello que parecía faltarte tanto tiempo, lo encontró en ella, en un alma que estaba a nada de ser tragada.
Asintió con una cortita sonrisa y la atrajo a él con el pretexto de necesitar todavía más. Escondida en su regazo, la castaña se sintió con suerte, pues había encontrado al hombre más frío y tierno que tanto había esperado.
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