IX Si regresa es tuyo, si no lo hace... se le descompuso el celular.


9Si regresa es tuyo, si no lo hace... se le descompuso elcelular.

Pasaron diez días sin saber de él, aunque Elena pensaba a diario en Héctor. En el beso que nunca se dieron y en las conversaciones que jamás tendrían. Fantaseaba en eso cuando una tarde al mirar por la ventanilla que daba al área de mesas desde la cocina del restaurante, lo vio. Llegó solo, ordenó apenas le dieron el menú y comió sin esperar a nadie.

Elena lo observó largo rato desde la cocina sin ser vista.

Quería acercarse, por un segundo se imaginó haciéndolo. ¿Para qué?, se reprendió, él tiene mi número, no está interesado. Y dejó de mirar por la ventanilla polarizada que daba hacia las mesas. Se enfocó en preparar las ordenes en lugar de pensar en él.

—Un cliente quiere hablar con la chef.

Sus compañeros la miraron con sorpresa, no era algo que ocurriera.

—¿Hay algún problema con la orden?

—Le gustó. Creo que sólo quiere dar sus felicitaciones.

Hizo un recuento mental de las cosas que había preparado esa última hora.

—¿El de la lasaña? —preguntó dejando salir su voz esperanzada entre sus labios.

—La paella —mesa siete, recordó y luchó contra la mueca de decepción.

—Ah.

Para desilusión de Elena el hombre que pidió ver a la chef no era Héctor, sino un joven con un tatuaje de un barco con velas en el cuello, le dijo que estaba impresionado con el sabor, Elena mantuvo su atención en el cliente, sonrió débilmente y sin mirar al resto de las mesas regresó a la cocina.

¿Me vio?, se preguntó mientras lanzaba instrucciones al resto de sus compañeros, espero que no. Con su cabello tras una red, un feo gorro de cocina, y su vestimenta de chef con manchas de comida, esperaba que no lo hubiese hecho. Pero también esperaba que sí. Esperaba que él pidiera hablar con la chef; esperaba que, al terminar su turno, alguno de los meseros le entregara una nota de parte de él; esperaba que entrara sin permiso al área de cocina y le pidiera perdón por hacerla esperar tanto tiempo; esperaba y esperaba, pero los minutos siguieron su curso y cuando volvió a mirar por la ventanilla que daba hacia las mesas ya no lo encontró.

Al terminar su jornada laboral, dejó su gorro y delantal en el casillero y salió por el callejón. ¿Me vería?, no paraba de preguntarse mientras caminaba cabizbaja. Al menos tuvimos tres citas, todo un record personal, se dio animo a sí misma. La próxima vez que conozca a alguien sólo será necesario... ¿qué? No sabía qué hizo mal para ahuyentarlo.

Su última cita en el vivero fue buena, si es que podía considerarse una cita. Conversaron sin silencios incomodos, y se rieron juntos incluso de los malos chistes de Héctor. ¿Qué fue?, Elena suspiró, ¿qué si no? Fui yo, por supuesto.

La mayoría de sus pretendientes no pasaban de la primera cita y algunas citas terminaban a mitad de la cena. Siempre había culpado de eso a que hablaba de los niños si se lo preguntaban. Y a veces hablaba de los niños por accidente. Pero Héctor no preguntó si era madre y ella sólo había tenido cabeza para él así que no recordó travesuras infantiles ni citas con el pediatra que surgieran en la conversación por accidente.

Caminó media manzana hasta llegar a su automóvil. Y entonces notó la nota pegada al parabrisas. El nombre de él y un número de teléfono. ¿Habría extraviado el número de ella? ¿Era posible que todo fuera un malentendido? Apenas subió a su carro se encontró presionando las teclas en su teléfono con los números de la hoja. Estaba por colgar por lo apresurada que se vería al llamar un minuto después de su hora de salida, pero Héctor respondió al primer timbre.

—Nunca dejes el celular dentro del pantalón cuando lo mandes a la lavandería —sonrió al reconocer su voz.

—¿Quién manda la ropa a la lavandería?

—Te diré quién nunca volverá a hacer eso: yo.

—Es otro número —notó.

—Había un bloqueo con mi plan anterior y no pudieron rescatar mi número.

—Supongo que por algo pasan las cosas.

—He intentado repetirme eso, pero no encuentro aún el porqué.

—Tal vez habrías sonado muy desesperado y me habrías llamado al día siguiente de nuestra cita. Así que sin celular dejaste pasar diez días.

—Qué cretino, ¿eh?

—Es una interesante técnica, no funciona, pero interesante.

—Lamento hacerte esperar, pero no sabía dónde buscarte.

—¿Me buscaste?

—Como no tienes una idea.

Elena sonrío apoyando su cabeza contra la ventanilla del conductor.

—¿Te gustaría salir a cenar conmigo?

—¿Cuándo?

—Cuando tú quieras.

Elena hizo un recuento rápido de su lista de pendientes, necesitaba hablar con Rebeca para que cuidara a los niños y tal vez ofrecerse a cuidar a Cloe primero para que su hermana aceptara.

—¿El sábado por la tarde?

—Me gustan los sábados por la tarde.

Y Héctor pensó mirando hacia el jardín de su casa que comenzaba a creer que los días desde que conoció a Elena le gustaban.


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