Capítulo 7

La semana que pasó desde que Joaquín me dijo que sabía todo sobre mí, fui demasiado temerosa a la escuela. Siempre supuse que le diría a todos mi secreto, que me haría parecer como la mala de la película al otro día después de eso. Pero ya pasó una semana y, según Luciano, si no lo dijo ahora, no lo dirá nunca. A veces nuestras miradas se cruzan y él sonríe triunfante. Tengo miedo de lo que pueda llegar a pasar, no me importa que me lastime a mí, pero que no lastime a los demás.

Estamos en la semana de exámenes, por lo que encima, estoy el doble de nerviosa.

—Lucas, relajate. Te ves mal, ¿no te pasa nada? ¿Dónde está el Lucas divertido? —cuestiona Oscar.

—Lucas no existe —dice Joaquín entre risas. Cada vez que habla mi corazón deja de latir, necesito que terminen ya mismo las clases. Faltan tres meses para que esta tortura se acabe.

Mi primo ya no se lleva bien con él, todo cambió en la semana pasada. Maldito el día en que me pusieron en este instituto, pero sino nunca hubiese conocido a Bruno. Me agarran cosquillas en la panza cada vez que pienso en él.

—Estoy bien —contesto—. Solamente estoy nervioso.

—Ponete bien, extrañamos a ese chico —dice ahora Bruno.

Mis ojos se llenan de lágrimas de nuevo. Perdón, amigos, perdónenme por mentirles... los quiero.

Joaquín exagera una carcajada. Tengo ganas de matarlo, lo odio con toda mi alma. Yo sabía que me traería problemas desde el primer día.

Los siguientes días son más que una tortura, mi enemigo está todo el tiempo encima de mí, haciendo comentarios irónicos y riéndose con cada cosa que me dicen. Los demás no le prestan atención, piensan que lo que hace es para ser el centro del universo pero no, él está diciendo la verdad.

Bruno se tira en mi cama. Tuve que remodelar mi habitación para que parezca de un chico desde que él viene a mi casa. Las paredes rosas pasaron a ser azules, los cuadros míos con mis amigas cambiaron a posters de autos y el cubrecama es negro. Extraño mis cosas antiguas, pero ya me acostumbré a esta onda.

—¿Qué problema tenés, amigo? —cuestiona.

—Ninguno, ¿por qué?

—Ya no sos como antes. Desde ese día que te fuiste corriendo por el llamado de tu mamá... ¿pasó algo en tu familia? Sabés que podés contar conmigo...

Se sienta y yo me siento frente a él. Sus ojos negros están bien abiertos y su pelo lleno de rulos está más corto. Mucho más lindo que antes, me hace sentir que me derrito por dentro. Tengo que evitar morderme los labios, mirar su boca o lanzarme encima de él y el hecho de que esté en mi cama es demasiado arriesgado, pero no puedo hacer nada.

—No pasa nada, Bruno, de verdad. Sé que puedo confiar en vos, por algo sos mi mejor amigo... —Suspiro—. ¿puedo preguntarte algo?

—Claro.

—Si un amigo te miente, ¿lo perdonarías? —Me mira con interés y piensa un momento. Sí, más obvia no puedo ser.

—Depende de qué se trate la mentira...

—No lo sé... algo muy, muy grave.

—No, no lo perdonaría.

Trago saliva. Va a ser mejor que aproveche el tiempo que estoy con él porque creo que nunca más lo veré en mi vida. Me mira con preocupación e imito una sonrisa.

—¿Te quedás a cenar? —cuestiono para cambiar de tema. El ambiente está un poco tenso.

—No, me tengo que ir a casa —replica poniéndose de pie—. Nos vemos mañana, ¿dale?

Asiento con la cabeza mientras lo acompaño hasta la puerta. Chocamos el puño a modo de saludo y se va. Espero que no sospeche nada.

Al otro día, llego al colegio junto a mi primo. Subimos las escaleras, como siempre, llegamos al aula y... y me encuentro con Joaquín y todo el curso mirándome mal. Mirándonos mal. Bruno está serio y Oscar, ni decirlo.

—¡Ahí está la intrusa! —dice Felipe, señalándome.

Todos en sus manos tienen papeles. Se los robo de las manos a Kevin y lo miro. Son fotos mías, con mi pelo largo, con mi ex novio, con mis amigas. Y fotos de ahora, con mi pelo corto y con mis amigos de esta escuela. La palabra "mentirosa" está impresa en rojo y bien grande. Mis labios tiemblan.

—¡No puedo creerlo! —dice Bruno con furia—. Me mentiste todo este tiempo... ¡sos mujer! Yo confié en vos, confié en vos como Lucas, no como... ¡Milagros! Milagros Zalceria... no puedo explicarme cómo fui tan idiota de ser tu mejor amigo. De... de creer en vos. No sé qué decirte. Nos usaste a mí, a Oscar, a todos. Todo este tiempo te reíste a nuestras espaldas... ¡maldita!

—¡No! —exclamo con lágrimas en mis ojos. No puedo controlarlo y comienzan a resbalar por mis mejillas—. Escúchenme, por favor. Bruno... —me acerco a él, pero da un paso atrás para alejarse.

—No quiero saber más nada de vos. Voy a hacer de cuenta que no existís, que nunca estuviste en mi vida. Y vos... —señala a mi primo— eras como mi hermano. Te conté mil cosas sobre mí, mi vida, todo... y así me pagás, ¡traidor!

—Hermano, te juro que no es como pensás... nada es como piensan —dice Luciano—. Creo que están exagerando. No les mentimos, sólo lo ocultamos. Ustedes saben que no pueden entrar mujeres a la escuela, a mi prima la decidieron anotar en este instituto porque realmente su escuela se incendió. Si alguien se enteraba que ella es una chica, nos echarían a los dos. Yo estoy con ustedes desde pequeños, créanme.

—Es lo mismo... nosotros éramos sus mejores amigos, podían decirnos a nosotros el secreto —replica Oscar con tono dudoso.

—Tienen razón, chicos, en serio, yo los quiero. Son lo mejor, de verdad. Perdónenme —digo llorando.

Joaquín se ríe. Bruno niega con la cabeza, resopla y se sienta en la silla, al igual que Oscar. Los demás nos miran con el ceño fruncido y susurran.

—¡Es todo tu culpa! —grita mi primo, mirando al rubio—. Siempre me tuviste envidia porque soy mejor que vos, porque soy más inteligente y más amigable. Nunca te quiso nadie, Felipe es tu amigo por lastima... esto que hiciste es por envidia.

El interpelado se pone serio de golpe y enfrenta a Luciano.

—¿A vos? ¿Envidiarte? —Ríe irónicamente—. Sos feo, tenés amigos idiotas, tu familia es pobre y tenés una prima mentirosa. ¿Quién quiere tu maldita vida?

—¡Hijo de...!

Luciano, rápidamente, le pega a Joaquín. Éste cae el piso mientras su labio sangra. Se levanta temblando y me dan ganas de reír. Le devuelve el golpe a mi primo, pero éste apenas se tambalea. Todos empiezan a chillar y a meterse entremedio para separarlos. El director abre la puerta de golpe.

—¿¡Qué está pasando acá!? —interroga en un grito, provocando que todo el salón se calle enseguida.

Creo que ya me van echar. 

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