Capítulo 61
MARATÓN 2/6
En el Desierto, Cleo se encontraba sentada sobre un camello yendo al encuentro con su padre. Había sentido molestias en su piel tras cada paso que se fuera alejando del cachorro de lobo. Pero creía fielmente en su concepto pensado fríamente, ella tenía conocimiento de la medicina oscura pero solo lo utilizaba en casos extremos de necesidad. Por lo que, no había perdido tiempo en ir hacia su padre, el Faraon que siempre se mantuvo en las tierras de Egipto. Oculto de la intromisión humana bajo sus Dioses.
Con la palma de su mano sobre la piedra solida de arena dorada, esta dio acceso al interior del lugar. Dejó en libertad a su camello, a sabiendas de que no iría lejos ni mucho menos parecía tener ganas de hacerlo, ya que este una vez dejó de serle útil quedó apoyado contra el suelo y cerró sus ojos con intenciones de dormitar.
Tras caminar un tiempo por los pasillos oscuros pero sabido de memoria el camino, encontró la antorcha y tomó un poco de alcohol de su mochila para encender con una cerilla al fuego. Abriendo una sub-puerta que daba escaleras abajo a un pasadizo oculto de toda civilización humana.
Fiuf! Se limpió un poco la frente al sentir cansancio tras haber perdido la resistencia quedándose en aquel pueblucho por casi dos años. Se acercó al sarcófago de su padre, moviendo con una agilidad y fuerza típica en ella.
—Padre, necesito ayuda.
No pensó en algo más para decir, solo quería y necesitaba expresarlo.
El faraón de piel bronceada, ojos almendrados de nariz recta y labios finos, un hombre en buena composición, vendado en ciertas zonas del cuello y hombros, se encontraba despertando sorprendido al escucharla y verla después de un buen tiempo.
—Hija, has demorado en visitarme. Ya te extrañaba, mi princesa.
Cleo lo abraza al verlo sentado en el sarcófago, sintiendo como los nervios se afloran al tener la temperatura de su padre contra su piel. Sus labios tiemblan y con ojos acuosos se separa un poco para observarlo.
—Perdoname por demorarme, padre. He tenido muchos dilemas con Mavis...
El faraón toma delicadamente el rostro de su hija entre sus manos, y la admira por unos instantes, limpiando esas lágrimas de serpiente cascabel.
—Tranquila, déjame salir de aquí y vayamos a sentarnos, ¿Si?
Cleo rápidamente aceptó la idea, levantándose de la pose acuclillada hacia el sarcófago. Ofreciéndole una mano para ayudarlo a salir de su lugar de descanso, pudiendo verlo tal cuál lo había dejado dormitar hace unos años.
La hija del Faraón había sido la causa exacta de que el mismo no fuera al descanso espiritual, debido a que ella pidió con desespero que no la abandonara, pidiendo a la Diosa Isis que su padre volviera para estar con ella hasta que el tiempo buscase su verdadera extinción. Ella tenía cierta manipulación en los muertos debido a la perdida y sacrificio de su vida por esta oportunidad con la Diosa Isis, motivo específico por el que Cleo de Nile seguía con vida aún cuando los humanos ya la hubieran dado por muerta hace miles de años.
Padre e hija fueron a sentarse en una mesa donde siempre podrían encontraba del Nilo para beber.
—Bien, cuéntame qué te tiene tan afligida, hija mía. —pidió el Faraón.
—Un mestizo hijo de la luna, ha encontrado a su alma gemela en mí, padre. —confesó preocupada.
—¿Mestizo?
—No es hombre lobo, pero si similar. Metamorfo, criatura con capacidad consciente de transmutar a la forma lobuna mediante su instinto más arraigado a la ira. Aprenden a controlar su temperamento más que el propio hombre lobo. —aclara Cleo.
—¿Cómo ha ocurrido eso?—pregunta el Faraon al comprender la raza con la que se debe enfrentar actualmente.
—Mavis encontró a su Clic en un pueblo pequeño de Estados Unidos, es de esta especie también. He hecho amigos con una mujer loba, pero... Esto me tiene agobiada, padre. El lobo es mucho más joven que yo, ¡tiene solo catorce años! —exclamó horrorizada.
—Princesa, no puedes estar horrorizada con esto. Al que llamas niño ya está considerado como preadolescente, es decir, no hay ningún argumento que puedas decir para evitar que sea tu concubino hasta su edad adulta. Podría desposarte de mayor, pero si la naturaleza ha dictado su camino a través de la unión de ambos, no veo el motivo de tu horror —comenta el Faraón.
—Padre, no se realmente si quiero criar a mi concubino ni mucho menos a mi esposo. Mi Rey debía ser un hombre, no algo como esto, ¡Arg!—se compugna tan molesta con la situación.
—Te saldrán canas verdes si sigues por ese camino, princesa —advierte con una expresión ligeramente divertida el Faraón ante las respectivas actitudes.
—¡Papá! ¡no me estás tomando en cuenta! —gimió frustrada Cleo.
—No es que no lo esté haciendo. El problema no es la edad como lo mencionas, tu problema real es la cultura actual que has adoptado como parte de tu juicio moral. Te estás olvidando que la realeza no pide, la realeza ordena. No hay nadie que nos pueda renegar o juzgar nuestra vida. —el Faraón aclara severo, mientras se toma un poco de agua de su copa.
Cleo al escuchar las palabras resaltadas por su padre, siente un balde de agua fría en la nuca y hombros. La vergüenza le hace abrir los ojos, al notar cuán cegada empezaba a estar tras convivir demasiado con el mundo actual y no hacer valer sus conocimientos antiguos.
Baja la cabeza, en sumisión ante la verdad que destila las palabras de su padre. Sabio padre.
—Aunque tengas razón padre, vivo fuera de estás tierras. No puedo llegar ordenando todo a mi antojo, no gobierno esas tierras... Sino que Mavis —comenta avergonzada.
—Entonces pídele para que deje libre de su protección a tu concubino. Marcalo como tuyo, y traedlo para que lo conozca. Una vez lo hagas, procederás a sentar cabeza, la naturaleza te exige y lo harás donde puedas ser libre. Aquí y pronto. —exige el Faraón otorgando una solución.
—Pero...
—¡Cleo de Nile, es una orden! Me has expuesto tu problema, te otorgo la solución a tu dilema, haz lo que digo y no tendrás ningún mal cargando. —sentenció el Faraón.
Cleo se muerde el labio al notar la verdad notoria en sus palabras. Ella misma se había cohibido al aceptar la unión que habían forjado otros lejos de su tierra natal, no lo aceptaría fácilmente porque ella siempre quiso todo de Egipto, nunca que fuera reclamada por algo extranjero a este.
—Si padre, aunque hay otra cuestión que aún no te he dicho... Bueno varias.
—Pues dilas de una vez.
—El chico me debe marcar para que surta efecto la procreación de hijos. Oleré a él —expresó Cleo frunciendo la nariz ante ese detalle— Tiene un puesto alto y sangre pura en sus tierras. Y... Tiene restringido salir de sus tierras hasta que cumpla con el castigo.
—¿Qué hizo?
—Violó un tratado de paz entre dos especies enemigas revelando información privada a un humano curioso. Y... Ese humano es una adolescente, de quién está perdidamente enamorado —comenta con cierta incomodidad clara.
El Faraón queda callado por unos largos minutos, pensativo. Y con la mirada oscura y perdida mirando el fondo de su copa.
—Deberás enseñarle educación y valores con la misma mano que has sido criada y nuestra gente lo hizo tiempo atrás. Tu concubino no puede darse el lujo de tratarte menos que mejor. Eres y serás siempre de la realeza, eso nunca lo olvides. Él deberá aprender por las malas a ser educado. —opina pensando en un plan. Se lo nota al sonreír con egocentrismo.
—¿En qué piensas, padre?
—Consume su cuerpo como concubido tuyo que ha sido proclamado por la naturaleza, marcalo y adoctrinalo bajo nuestra educación. Una vez demuestre sumisión a su tierra, pide a Drac el favor que de puedan enviar mi sarcofago a ese pueblucho, iré personalmente para reclamar a tu concubino como tu marido. —propone conforme y emocionado de viajar.
—Papá...
—No hay peros ni cambios. Se hará de esa forma, es tuyo. La naturaleza te lo ha dado, no somos ya humanos de este siglo, pero mientras sigas siendo tu, nadie nos puede obligar a vivir como los demás. No pienses en las palabras de otros, tómalo, y no lo sueltes. Castigalo, crialo y verás que el resultado te encantará a largo plazo —sentencia el Faraón.
Cleo suspira resignada.
—Así será.
Ya de nada valdría decir otra cosa más, si su padre notaba que las cosas fueran a mal con el concubino, el mismo lo erradicaría o peor aún, ambos modificarían a su antojo al concubino.
Después de todo, el karma ingenuo si que vendría a tomar cobranza a Jacob.
Todo con el debido tiempo.
Siendo así como Cleo, prometió a su padre dar el recado a Drac. Y seguir con el plan hacia el concubino. Pero en el caso de que este estuviera por morir a su regreso, tenía un az bajo la manga, si ya lo había hecho con su padre, «¿Porqué no lo haría ahora con su concubino?»pensó Cleo, al sonreír anhelando llegar ante su plan brillante.
Era hora que el mocoso aprendiera de buenas manos a respetar.
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