Capítulo 3
Dedicado a Sildaluz
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Thranduil estaba enojado, o muy furioso serían las palabras correctas. Primero, porque la reunión con sus consejeros tuvieron que resolver el problema por almacenar comida para el invierno que estaba llegando antes de lo esperado. Segundo, por tener que recurrir a toda su paciencia para calmar los ánimos de su gente. Y tercero, por la repentina desaparición de su hijo. Aunque no lo sorprendía, sinceramente no estaba de un buen humor para verselas con su traviesa hojita verde. La pobre Miriel estaba a su lado cabizbaja, se sentía culpable por haber descuidado al pequeño príncipe.
Un guardia se detuvo delante del Rey y con una reverencia pidió permiso para hablar, Thranduil asintió severo.
- Aún no encontramos a vuestro hijo dentro del palacio, Aran- la mirada del Rey Sindar lo atravesó con su gélida mirada, el guardia tragó saliva- estamos disponiendo una búsqueda en los jardines exteriores.
- En ese caso, llamad a Tulion... necesito beber un poco de vino- el guardia acató la orden sin rechistar, no quería provocar que la ira de su rey cayera en él- Miriel...- la elfa se tensó cuando el imponente Rey volvió su mirada a ella- deberías tomarte el día, no te puedo culpar por dejar escapar a mi hijo, sé muy bien que no es tarea fácil vigilarlo.
La doncella respiró aliviada, se había esperado una dura reprimenda por su descuido.
- Hannon le, Aran- dijo Miriel en voz casi inaudible y difícil de escuchar para cualquier oído, con una elegante reverencia se retiró de la cámara real y cerró la puerta sin hacer siquiera ruido.
Ahora Thranduil tuvo que respirar por unos intensos minutos para recuperar la calma, su hoja verde pertenecía a los pocos que podían sacarlo de casillas. Pero había algo que no poda evitar, estaba preocupado de que sus travesuras lo hubieran puesto en peligro otra vez, aunque su instinto no le decía que su pequeño hijo necesitara de su ayuda. ¡Por todos los valar! aun recordaba de la vez que escapo de la seguridad de las cavernas y por poco lo devoran las arañas, si no fuera por la inmediata intervención de uno de sus capitanes que patrullaban los bosques, su pequeña hojita hubiera muerto. Fueron una de las pocas veces de su vida que había pasado por una terrible situación como aquella, por suerte para él, Legolas aprendió rápido de la lección y no se atrevió de ir al bosque solo. Y sin embargo....
- Juro por Manwe que ese niño tendrá un castigo ejemplar cuando llegue.....- mascullo Thranduil en la soledad de su despachó, unos golpes en la entrada le sacaron de su ensimismamiento- adelante....
Con unos discretos pasos, su sirviente de más confianza entró al despacho real, traía en sus manos una bandeja de plata con una copa y una botella del vino más dulce de Dorwinion. Con suma delicadeza, lo dejó en la mesa frente al solemne soberano del Bosque Negro. Thranduil se sentó a degustar de su copa de vino mientras contemplaba las cavernas de su reino a través de su enorme ventana, que le daba una vista privilegiada de todo cuanto había.
- Jamás comprenderé a ese niño... siempre poniéndose en peligro todo el tiempo- Tulion hizo ademán de sonreír, pero Thranduil no estaba de humor como para darse cuenta del pequeño gesto- Legolas debe cambiar, es lo suficientemente grande para comprender las cosas, o de lo contrario sus acciones le costaran caro por su imprudencia.
- ¿Y qué hará con vuestro revoltoso hijo, mi señor?- inquirió Tulion con una gran sonrisa en su rostro, el fiel sirviente había servido a la familia real y sabia que lo que tenía el joven príncipe era fruto de su herencia- creo que encerrarlo no servirá mucho, el pequeño Legolas se las arregla bien para escapar de todo aquel que lo cuida.
- Eso ya lo sé, no necesito que me lo menciones - replicó Thranduil con cierto enfado, Tulion decidió callar para no molestar a su soberano- ojala estuviera mi esposa acá, ella si que sabría que hacer con ese elfing travieso....
- Los guardias encontraran a su hijo, mi rey- dijo el fiel sirviente al ver la expresión meditabunda del rey Thranduil- además, la reina Lissiel llegará dentro de una semana.
- La verdad es que no logro comprender como se las arregla mi amada esposa en controlar a este pequeño tornado- dijo Thranduil con una pequeña sonrisa en su rostro- ya estoy contando las horas para que vuelva a mi lado.
Tulion sonrió ante el último comentario del orgulloso monarca, después de todo conocía perfectamente al Rey de Mirkwood, lo había visto crecer y convertirse en un formidable guerrero que gobernaría el gran Bosque él solo. Hasta que no conoció a su estrella amada era solo un joven amargado y severo que buscaba alzar un reino que había perdido mucho en la guerra de la Ultima Alianza. Una joven doncella silvana que cantaba sola en los arroyos bajo la luz de la luna, hasta entonces el joven Thranduil volvió a ser el mismo de antes, aunque la sombra de la guerra seguía presente en su memoria y clavada en lo profundo de su alma.
El fiel sirviente estaba a punto decir algo cuando las puertas se abrieron con estrépito para dejar pasar a un grupo de guardias, y uno de ellos cargaba un pequeño bulto en sus brazos. Thranduil se incorporó de su asiento y se apresuró en recoger el delicado cuerpo de su hijo, con ojos preocupados revisó para descubrir con gran alivio de que su pequeño hojita estaba bien. Pero unos segundos después, su mirada se volvió severa y fría, y aquella mirada de furia contenida se clavo como una flecha en los guardias que al instante se pusieron en firmes.
- ¡Explicaos de una vez!- ordenó un impaciente Thranduil mientras observaba como los guardias se miraban los unos a los otros.
Un guardia que parecía recién incorporado a las filas de la guardia dio un paso al frente con las manos temblorosas.
- Encontramos al pequeño príncipe en los jardines del palacio, mi rey- explicó presto el guardia aguantando estoico la mirada acerada del solemne monarca- al principio pensamos que estaba dormido, pero por más que intentamos no hemos logrado despertarlo.
El rey Thranduil cerró los ojos, temía por su hojita a la que tanto amaba pero que le preocupaba bastante con sus correrías. Con un suspiro realizó un gesto que sus guardias entendieron bien, con una reverencia se retiraron en silencio. Tulion se acercó a su rey con una manta para cubrir al pequeño elfing.
- Tulion...
- Sí, mi rey.
- Ve a traer al sanador de inmediato- ordenó Thranduil a la vez que dejaba a su adorable hijo en un cómodo diván de terciopelo rojo.
Tulion dio una rápida reverencia y se retiró de la habitación para cumplir con la orden de su rey, sin decir ni una palabra se fue discretamente, dejando solos a padre e hijo.
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- Mi señora, ¿le sucede algo?- preguntó la doncella al ver que su reina se había detenido, sus ojos de un verde intenso estaban teñidos de preocupación. La comitiva de elfos se detuvo para cuidar de su reina, estaban en un lugar peligroso y no podían bajar la guardia en ningún momento.
Nauro,su caballo frisón comenzó a golpear el suelo con sus cascos, estaba impaciente por salir de aquella parte del bosque. Lissiel hizo trotar a su caballo negro hasta estar a la par del capitán de la comitiva, Nólaquen era un elfo veterano pero de un aspecto joven que engañaba muchas veces su respectiva edad. Era un elfo sindar de ojos azules, su librea dorada y verde mostraban su rango, el capitán inclinó respetuoso la cabeza al ver acercarse a su reina.
- Mi reina, ¿por qué nos detenemos?, esta parte del bosque es peligrosa- dijo el capitán con una voz educada y formal, no quería ofender a su reina.
- Necesito que apresures la marcha, Nólaquen- ante la mirada intrigada y confundida del capitán decidió explicarse bien- quiero llegar cuanto antes a las cavernas, tengo el presentimiento de que mi hijo ha vuelto hacer de las suyas.
- ¿Está segura, mi reina?
- ¿Desde cuando mi intuición ha fallado, Nólaquen?
Ante esto el capitán asintió respetuoso a su reina.
- En ese caso, se hará como vos pide mi reina- dijo Nólaquen, él ya conocía de sobra la fama del travieso e imprudente elfing, como también sabía que las intuiciones de su reina nunca eran desacertadas. A fin y al cabo, era el capitán encargado de la protección personal de la reina de Mirkwood y luego de tantos años ya la conocía bien.
A su señal, la comitiva apresuró el paso por los bosques, en medio estaba el caballo negro y ágil de la reina que incitaba a los otros a correr veloz. Lissiel rezó a Eru ilúvatar por la seguridad de su pequeña hojita verde. Sus ojos verdes brillaban intensos como pequeños luceros, o como pedazos de la más bella esmeralda.
- Legolas, pronto llegaré mi amor.
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