Capítulo 2

Aburrido era la única palabra que se le venía a su pequeña cabeza rubia, el sol ya se había ocultado. El calor de la chimenea alumbraba la habitación del pequeño príncipe mientras este observaba aburrido tras su ventana. Las pequeñas lámparas de luz estaban encendidas por la gran caverna que era la fortaleza del Bosque Negro.

- ¿No puedo salir un ratito, por favor?- preguntó una vez más, Legolas- aunque sea unos minutos- al no recibir respuesta alguna de la doncella decidió cambiar de estrategia- ¡Miriel!

- Sí, su alteza- contestó la doncella dejando las finas agujas de coser en sus piernas.

- Tengo hambre.

- Todavía no es la hora de la cena, mi  pequeño príncipe- replicó la doncella volviendo a reanudar sus labores de costura- debe esperar a que vuestro padre llegué del consejo.

- No seas mala, Miriel- Legolas puso sus brazos en las esbeltas piernas de Miriel en un intento de subirse, la doncella condescendiente se apresuró a cargarlo en su regazo, dejando a un lado las agujas.

- Debéis ser paciente, mi príncipe, tiene que tener una buena conducta para no enfadar a vuestro padre- el niño ladeó un poco la cabeza y se apegó más a la doncella.

- ¿Ni siquiera unas galletas, Miriel? ¿Ni jugo de bayas azules?

- No, lo siento, tendrá que esperar un poco más.

- Pero mi estómago ya me duele.

Miriel observó detenidamente los bellos ojos celestes del elfing, y al hacerlo su firmeza sufrió un ligero revés. El pequeño elfito jugaba con un mechón de sus cabellos, su bella carita no mostraba su encantadora sonrisa. Con un suspiró de resignación, decidió que si el niño no podía ir a los jardines exteriores, podría al menos tener el postre que pedía.

- Esta bien, mi príncipe, le traeré sus galletas y su jugo de bayas- dijo la doncella dejando a un sonriente Legolas en la silla- saldré un rato para hablar con el encargado de la vigilancia de las estancias- y ahí la doncella levantó un dedo en actitud seria- solo tardaré unos cinco minutos a lo mucho... así que nada de travesuras, mi príncipe.

- Sí, Miriel- dijo Legolas mostrando una sonrisa inocente, la doncella sonrió y se apresuró en hacer el pedido.

Cuando escuchó el sonido de la puerta cerrarse, fue como si los cielos brillaran para el pequeño elfing. Después de contar hasta diez, corrió hasta la puerta y la abrió con todo el sigilo que podía, lo cual no era mucho ya que prácticamente tenía que empujar con sus pequeñas manos para abrir la puerta, y caminó de puntillas hasta salir de las estancias reales. Para suerte del elfing travieso, y la desgracia del resto, el niño pudo escabullirse de los ojos vigilantes de los guardias. Luego de sortear los pormenores de su escapada, corrió por los caminos menos concurridos del palacio hasta llegar a los niveles inferiores en dónde solía jugar a sus anchas. Los enormes jardines estaban bien cuidados gracias a las manos delicadas de los elfos que ahí habitaban. Legolas gritó de júbilo antes de correr hasta los pequeños arbolillos, saltando de piedra en piedra en los pequeños riachuelos y por último perseguir mariposas de alas azules verduscas. Este último juego era su favorita. Cualquiera que hubiera pasado cerca de allí habría escuchado las risas de un pequeño elfito de cabellos rubios.  Pero todos estaban en los pisos superiores y nadie iba ir a los jardines del palacio.

Tan concentrado estaba en el juego que casi salto de la sorpresa cuando una diminuta avecilla pasó volando una veloz lucecita frente a él. Un hermoso colibrí estrella apareció frente a sus sorprendidos ojitos celestes, la diminuta ave brillaba de un color azul resplandeciente mientras que agitaba sus alas tan rápido que apenas se podía notar. El pequeño elfing rió encantado, aquellas magníficas avecillas eran peculiares en Mirkwood, y tímidas por naturaleza se ocultaban de los ojos de humanos y elfos. Tan solo encontrar a uno ya era señal de buena suerte o de un milagro. Además, las plumas brillantes de un colibrí estrella tenía propiedades curativas. Y eran tan difíciles de ver que muchos los consideraban un mito, o al menos los humanos ya que habían contados elfos que se habían encontrado con la mítica criatura nocturna.

Legolas, maravillado por encontrarse frente a una criatura hermosa se decidió a caminar suavemente para acercarse al diminuto animal. El colibrí estaba apoyado en el borde de un pedestal bajo acicalándose sus hermosas plumas que apenas notó la cercanía del elfing... Hasta que sintió una suave caricia en su costado que hizo que levantara vuelo.

- ¡Oh, no, no te vayas mellon!

La avecilla se detuvo como si hubiera entendido su pedido. Sus pequeñas alas aleteaban veloz de atrás hacía adelante.

- No te vayas, quiero jugar contigo- suplicó Legolas con la voz teñido de tristeza- estoy solo y no tengo con quién jugar.

El colibrí se posó en una rama alta y fuera del alcance del travieso niño de cabellera rubia, observando con suma curiosidad al elfing pero también con cautela. Legolas vio que le sería difícil acercársele así que ideo otro plan, si él no podía llegar junto a la avecilla entonces sería la avecilla que se acercaría a él.

- Ya sé, creo que encontré la solución- dijo Legolas con una sonrisa después de pensarlo por unos minutos y salió corriendo hasta el pedestal y se sentó ahí. 

Y para el deleite de los pequeños árboles, el riachuelo, y todo aquel que habitara en los grandes jardines del palacio, Legolas cantó.

Ha caído la noche en el bosque,
Mil estrellas brillan ya.
En los jardines de mi padre,
Te encontré, luz que brilla azul.
Triste me siento y quisiera estar contigo,
Bella y amada por todos.

Del cielo ha caído una estrella,
Preciosa eres tú.
Más solo estoy y deseo estar contigo.
No temas, pequeña como yo.

Volando solitaria,
¿No te sientes sola o es que no prefieres a alguien?
Bella luz resplandeciente
Esta noche solo estaremos tú y yo.

Ven a mi lado para sentir tu calor,
Me siento solo y quiero escucharte cantar,
Mis ojos brillan ya al verte volar hacía mí,
El viento y el agua traen dulces melodías a mi corazón.

Legolas abrió los ojos y sonrió al ver al pequeño colibrí posado en la palma de sus manos. La belleza de la avecilla era tan difícil de describir que no sabía ni por donde comenzar. Hasta los ojos del colibrí eran de un profundo azul que brillaban con una luz de inteligencia. Ambos se observaron el uno al otro en completo silencio. El colibrí dio unos pequeños saltitos antes de arrancarse una pluma brillante y dejarlo caer en la mano del elfing.

- ¿Me lo estas regalando?- inquirió Legolas tomando la pluma en sus suaves mano y guardándolo en su bolsillo- muchas gracias, mellon.

La avecilla soltó un suave canto que a Legolas le pareció entre el suave murmullo del agua y una campanilla. Sin previo aviso, el colibrí echó a volar tan veloz y desapareció dejando una estela brillante. Esta vez Legolas no gritó, sino que se sumergió en un extraño sueño. Sus párpados comenzaban a pesarle más.

- ¡Príncipe Legolas! ¡Príncipe, hemos venido a buscarlo!- Legolas escuchó unos gritos lejanos que cada vez los sentía apagados.

Sin fuerzas se deslizó hasta la suave hierba verde y antes de cerrar los ojos pudo vislumbrar un par de pies.

- ¡Lo encontramos!

La negrura llegó para el pequeño elfing sin que pudiera resistirse. 

Dedicado para Sildaluz, espero que te haya gustado.

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